domingo, 21 de diciembre de 2025

La carta de un soldado inglés desde las trincheras durante la navidad de la Primera Guerra Mundial

 Historia

Un soldado inglés escribe una carta a su familia desde las trincheras del frente durante la Navidad de 1914, en plena Gran Guerra.

Àlex Sala

Periodista especializado en Arte e Historia del Arte

Fuente: https://historia.nationalgeographic.com.es/a/nochebuena-trincheras-primera-guerra-mundial_25179

 

Un grupo de soldados alemanes e ingleses confraternizan en el frente belga el día de Navidad de 1914.

Topham Picturepoint / Cordon Press

 

   


Ypres (Bélgica), 29 de diciembre de 1914

Querida madre, 

Deseo que en casa os encontréis todos bien. ¿Qué tal la gripe de Jessica? Espero que mi querida hermana pequeña se haya recuperado y pueda ir a la escuela al terminar las vacaciones. ¿Y papá? ¿Todavía le duele la muela? Dile que vaya al médico de una vez, que se pone muy pesado cuando no se encuentra bien. 

        No sabes cómo os agradezco vuestro regalo de Navidad. Las croquetas estaban deliciosas, y el aguardiente es realmente necesario para pasar las frías noches aquí en Bélgica. Créeme cuando te digo que mis compañeros de guardia te lo agradecen tanto como yo mismo.  

       Muchas noches llegamos los cero grados, pero a causa de la brisa del mar del Norte, que tenemos a apenas 30 kilómetros, parecen incluso menos. Vamos abrigados de los pies a la cabeza, como momias, y aun así es imposible no pasar frío.

          El viento glacial nos cala hasta los huesos y nos persigue, impidiéndonos dormir en nuestros reducidos refugios, simples huecos excavados en la trinchera, que la lluvia llena de barro. Las interminables guardias nocturnas transcurren en absoluto silencio y oscuridad, pocas veces las nubes dejan ver alguna estrella en el firmamento.  

       Pero no os preocupéis, en realidad estoy bien. Podría decirse que hace semanas que las cosas están muy tranquilas, al menos lo más tranquilas que pueden estar en una guerra. Aquí en Ypres los durísimos combates terminaron más o menos a mitad de noviembre

Fue una carnicería que no servía a nadie para avanzar ni una pulgada de terreno. Los cadáveres mutilados se amontonaban en tierra de nadie. No podíamos ni recoger los cuerpos para darles una digna sepultura por miedo. Fueron semanas horribles, con la angustia de no saber si estaríamos vivos al día siguiente.  

 

La situación ahora ha cambiado radicalmente. El frente ha acabado estabilizado en una larguísima línea que va desde el mar del Norte hasta Suiza. Nosotros (ingleses, franceses y la magra resistencia belga) estamos al oeste, y enfrente, a unos doscientos metros al este, tenemos la barbarie alemana. Todos agazapados y bien protegidos en nuestras trincheras.

 

Los periódicos lanzamientos de obuses sobre la retaguardia se han convertido en una especie de ritual que se repite a diario a las mismas horas y en los mismos lugares, pero, al contrario de lo que diría la lógica, estos ataques parecen no querer causar un daño real. Más bien están destinados a recordarnos que estamos en guerra y a que permanezcamos en alerta. Advertidos como estamos, es relativamente fácil protegerse de ellos. 

Nuestra vida, parapetados a más de tres metros bajo el nivel del suelo, es una sucesión de rutinas que ayudan a sobrellevar la dura vida en estas estrechas zanjas en las que cocinamos, comemos, dormimos y pasamos las horas lo mejor que podemos. Pero el otro día ocurrió algo inesperado y que por unas horas nos devolvió a todos a un mundo que vivía en paz. 

A última hora de la tarde del día de Nochebuena la tranquilidad absoluta se apoderó del frente. Fue un momento inquietante. Cualquier novedad parece el preludio de que algo horrible está a punto de suceder... 

Entonces comenzamos a escuchar villancicos y canciones patrióticas provenientes de las trincheras alemanas, en las que también se habían dispuesto árboles de Navidad iluminados. No era una actitud provocativa, parecía un momento de genuina felicidad que nuestros enemigos querían compartir. Nosotros respondimos entonando nuestras propias canciones y comenzamos a intercambiar mensajes de buena voluntad de una trinchera a otra.  

Esa noche los únicos sonidos que se escucharon fueron nuestras canciones y bromas, nada de disparos. A última hora, alguien desde el bando alemán gritó: “mañana, si vosotros no disparáis, nosotros no dispararemos”. Fue el último mensaje que intercambiamos, pero ciertamente, esa noche reinó la paz más absoluta y pude dormir como hacía semanas que no dormía. 

A la mañana siguiente, un compañero me despertó diciendo “¡escucha, los alemanes están allí arriba en tierra de nadie paseando, repartiendo bebidas y cigarrillos”. Era una imagen sorprendente: soldados alemanes charlando amigablemente con mis compañeros. Reían, compartían historias y se enseñaban fotos de sus madres, hijos y esposas. Muchachos que 24 horas antes estaban disparándose entre sí. Fue un momento emocionante e irrepetible. 

No te lo vas a creer, pero yo mismo conversé con uno de ellos, Gunter, no llegaba a la treintena. Tenía un buen inglés. Había estado viviendo en Londres, según me explicó. Me regaló su casco, ese típico con el pincho arriba. Lo llevaré para enseñároslo cuando regrese a casa. Me invitó a ir a su casa, una granja cerca de Múnich, por un momento, mientras compartíamos cigarrillo, pensé que eso sería posible. 

Fue un milagro que solo podía darse el día de Navidad, la guerra paró por unas horas y pudimos comprobar como los enemigos que tenemos en frente están tan cansados, desaseados y enfermos como nosotros; y que su vida, en unos agujeros como los nuestros, es muy similar a la que llevamos nosotros.  

He oído que en otros lugares incluso llegaron a jugar algún partido de fútbol. He escuchado la misma historia explicada de tres lugares distintos. No sé si será cierta, puesto que la tierra de nadie no es el mejor lugar. Está llena de proyectiles, alambradas y de cadáveres. También para ellos hubo esta vez tiempo. Fue un día para recoger sus cuerpos, un trabajo duro pero que había que hacer por respeto a los muertos y a sus familiares. 

Fuéramos ingleses, franceses, alemanes o austriacos, todos compartíamos el deseo real de terminar con esta guerra. Pero la tregua había sido algo espontáneo, no previsto por los oficiales superiores y que puso muy nerviosos a los altos mandos. A media tarde tanto nosotros como nuestros enemigos comenzamos a recibir órdenes de regresar a nuestras trincheras

Regresen a su posición”; “Bajen de nuevo a sus trincheras”, eran las órdenes que iban pasando de boca en boca. Al mismo tiempo, estas mismas instrucciones recorrían las filas alemanas. No entiendo su idioma, pero en los rostros de esos soldados se dibujaba la misma expresión de desaprobación y malestar que en los nuestros. Por dentro maldecíamos a los generales que habían decidido desde su confortable cuartel en la retaguardia que debíamos continuar la guerra. Y así terminó este espejismo de paz que vivimos por unas horas. 

El día de Navidad no hubo más disparos, pero poco a poco han regresado las bombas y las balas vuelven a volar por encima de nosotros. Cuánto deseo que termine esta terrible guerra y poder volver con vosotros. Sabes que estáis siempre en mi mente.  

Tu querido hijo. 

P.D. No os olvidéis de mandar pudin, tu comida es lo más parecido a estar en casa que tengo.  

Besos 

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