sábado, 21 de abril de 2012

Homilía del tercer domingo de pascua,ciclo b

Domingo III de pascua, ciclo b

Muchos de los presentes, por no decir todos, tenemos la ilusionante experiencia de lo que aporta un niño pequeño en el hogar. Trae la vida, nuevas alegrías y preocupaciones, es adentrarnos en una dinámica de ilusión, de tal modo que el tiempo se pasa con él de un modo muy rápido, aunque uno acabe agotado porque no paran. Un niño nos cambia la vida, y para bien.

Pues hay Alguien que también quiere cambiarnos la vida. No quiere únicamente hacer pequeñas reformas o retoques. Él pretende tirar todos los tabiques de nuestra existencia, que nos replanteemos todo lo que hacemos y pensamos. Desea edificar, levantar algo nuevo y lleno de vida dentro de nosotros. San Pablo, para decir esto emplea la expresión de ‘morir al hombre viejo’. Derribar nuestros particulares edificios interiores para construir algo totalmente nuevo cuyo cimiento, columnas, ladrillos, azulejos, paredes, cemento y tejados sea Jesucristo.

El apóstol San Juan nos comenta que ‘tenemos que estar en Él’, que tenemos que permanecer en Cristo, que Jesucristo sea todo en nosotros. ¿Cuántas veces hemos dejado de asistir a la Eucaristía por pereza o no nos hemos confesado por falsos respetos humanos, o no hemos rezado simplemente porque no nos hemos acordado? Es decir, hemos ido arrinconando a Dios, y es que resulta que Jesucristo ha de estar en el centro, del mismo modo que los tornillos de la rueda sujetan las ruedas en todo el centro para que giren con soltura. ¿Cómo poner a Cristo en el centro? Primero reconociendo que ‘somos suyos’, ‘que yo soy de Dios’, que ‘tu eres de Dios’, que ‘él es de Dios’…’, que todo lo que tenemos es se lo debemos a Él.

Si somos propiedad de Dios, si gozamos del privilegio de tener a Dios como nuestro amigo y protector todo adquiere un sentido pleno. Fíjense en una cosa: una persona puede adquirir una amistad con alguien, ya sea porque en un momento dado le ayudó, le dijo unas palabras de aliento, porque sintonizaban teniendo comunes gustos de música, de ropa, o de lo que fuera, o por mil motivos que fuesen los causantes de dicha amistad. Es que, en este caso, nosotros no hemos hecho nada para ganarnos el amor de Dios, ha sido Él quien ha tomado la iniciativa. Él nos ha bendecido copiosamente con su ternura, del mismo modo que puede sorprendernos una gran tormenta de lluvia en medio del campo, sin tener donde refugiarnos del agua, y acabamos totalmente calados, así es Dios con nosotros cuando nos bendice generosamente desde el Cielo y cuando Jesucristo nos mira, con gran ternura, desde el Sagrario.

El mismo que fue crucificado, que murió cruelmente en la cruz. El mismo que se apareció en numerosas ocasiones a sus apóstoles y discípulos para darles muestras claras de que estaba vivo, resucitado, ese mismo es el que dentro de pocos minutos se hará presente en medio de nosotros bajo las especies del pan y del vino. Jesucristo quiere crear algo muy bello y enriquecedor dentro de ti, ¿seremos capaces de dejarle obrar en nuestras vidas?, ¡ojala que sí!.

viernes, 20 de abril de 2012

Homilía de funeral

JULIA PÉREZ MENESES, 20 de abril de 2012, Cevico de la Torre

Hermanos, muchas veces resulta extremadamente complicado entender los designios de Dios. Tal vez pueda ser que nuestra perspectiva de las cosas sea tomada a ras de tierra, mientras que Dios, al ser Dios, contempla desde el maravilloso mirador del Cielo todo y Él dispone de esa infinita sabiduría a la que nosotros no llegamos ni a intuir. Muchas veces han sido las que el Señor Jesús nos dice que ‘no temamos’, que ‘nos fiemos de Él’, que ‘Él ha ido al Cielo para prepararnos una morada allá’. Pero el dolor, en estos momentos, actúa como una densa niebla impidiéndonos comprender la muerte de un ser muy querido.

Hace poco comentaba que nuestra vida, hermanos, debe de asemejarse a la vela encendida del Sagrario. Se va consumiendo estando en presencia de Dios. Proporciona una pequeña claridad que indica que Jesucristo está aguardándonos en el Sagrario. La gente sencilla y buena de nuestros pueblos siguen el ejemplo de la vela del Sagrario porque en la medida en que trabajan, soportan los sufrimientos y comparten las alegrías se van desgastando delante de la presencia de Dios. Y cuando se desgasta por amor a Dios, es entonces cuando uno recobra, y con creces, la propia vida. ¿Recuerdan ustedes aquellas palabras de Jesucristo cuando dijo que «…el que pierda su vida por mí y por la buena noticia, la salvará»? (Mc 8,35), pues estas palabras son totalmente ciertas.

La enfermedad se ha hecho presente en la vida de Julia. La crudeza del dolor y el sufrimiento ocasionado ha sido compartido, de modo muy entrañable por aquellos que dejando cosas muy importantes han deseado, y de hecho así lo han hecho, tomar sobre sí el dolor de Julia para que ese, su dolor, fuera más soportable para ella: Y esto es un ejemplo claro y concreto de amor. Cuando el peso de la carga es compartida el amor y la ternura adquiere mayor intensidad.

Ayer me encontré con el Capellán del hospital y di gracias a Dios por este encuentro porque me comentó que Julia había sido fortalecida en su cuerpo y en su alma con el sacramento de la Unción de los Enfermos. Y a mí esto me generó una gran paz interior.

Somos cristianos, seguimos a una persona viva y resucitada que se llama Jesús. Muchas veces puede parecer que no pasa nada si prescindiésemos de su divina presencia. Sin embargo, sí que pasa. Participar en la Eucaristía, confesarse y mantener ratos de oración es el mayor de los beneficios que podemos alcanzar en esta vida.

No hace mucho comentaba a una gran amiga que yo únicamente tengo un temor, un miedo. Que cuando el Señor me llame a audiencia allá en lo alto, mientras aguarde en aquella sala de espera a ser recibido para el juicio, yo sea torturado por mis propios pensamientos por haber sido infiel a su amor. Esa tortura me quita el sueño. Dios ha sido bueno conmigo y yo he de crecer respondiendo a su amor con mi amor.

Ángel, ahora empieza una etapa nueva en tu vida. Cuentas con tus hijos, familiares y amigos y si este sacerdote te puede ayudar en algo, dímelo.

Dale Señor el descanso eterno, y brille para ella la luz perpétua. Que su alma y las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz.

sábado, 14 de abril de 2012

Homilía del segundo domingo de pascua, ciclo b

II domingo de Pascua, 15 de abril de 2012

El mismo que fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato, que murió y fue sepultado. El mismo que del mismo modo resucitó de entre los muertos y ahora está sentado a la diestra de Dios Padre… pues ese mismo es el que se hará presente en medio de nosotros en las especies del pan y el vino consagrados. Y esto ocurre por una única razón: porque Jesucristo está vivo.

Jesucristo podía haber pensado que su cometido ya había sido realizado, que Él ya había cumplido con su trabajo y que ahora le toca disfrutar de la jubilación en la gloria del Cielo. Jesucristo podía pensar que todo lo que podía hacer ya lo había llevado a cabo y el que quiera salvarse, pues que se leyese el manual de instrucciones de la Biblia, que haga caso a las indicaciones que él mismo dio, porque él pone en el picaporte de su puerta el cartel de ‘no molestar’. Sin embargo, para nuestro mayor gozo, Jesús no piensa de este modo tan retorcido. Jesús no es egoísta. Jesús cuida de cada uno de los presentes y si alguno se extravía va detrás de él, como el Buen Pastor que es, en busca de la oveja perdida.

Jesucristo, que nos ama, desea nuestro mayor bien y nos ofrece su presencia que irradia paz. Él después de resucitar se apareció en múltiples ocasiones a los Doce Apóstoles y a sus discípulos. En el pasaje evangélico de hoy le vemos cómo se aparece en aquella casa ‘cerrada a cal y canto’ porque los discípulos tenían miedo de las reacciones de los judíos. Y lo que les trasmite, en medio de esta tensión y nerviosismo reinante es una paz que serena con gozo alegre las almas de todos los presentes. Y hermanos, esto también nos sucede a nosotros. Cuando uno acude al sacerdote para recibir el sacramento de la reconciliación y sale perdonado de sus pecados, uno experimenta esa paz del Señor. Cuando uno reza ante el Santísimo Sacramento y ve al Señor y uno se deja mirar por Él, uno obtiene una paz que únicamente Él nos puede proporcionar. Todo encuentro con Cristo nos genera esa paz sobrenatural.

Nos cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles que los cristianos de las primeras comunidades llevaban una vida ejemplar de unión y fraternidad. Es que resulta que cuando uno está lleno de Dios, eso se nota. Ya sabemos cuales son nuestros particulares deberes como cristianos y los llevaremos a cabo con fidelidad al Señor siempre que vayamos buscando la paz que brota del encuentro con el Resucitado. Así sea.

viernes, 13 de abril de 2012

Fiestas de Nuestra Señora del Rasedo en Cevico de la Torre


FIESTAS DE NUESTRA SEÑORA DEL RASEDO 2012


Estimados feligreses, hermanos todos en Cristo:

Con gozo acudimos a la llamada de la Madre para honrarla con las fiestas en su honor. Nuestro pueblo, de hondas raíces cristianas, se alza fervoroso para resguardarse en la dulce imagen de Nuestra Señora del Rasedo. Ella tiene esa particular habilidad de cobijarnos en su manto santo sin distinción. Nos quiere a todos y no desea dejar a ninguno, llegando a ser el más díscolo el sujeto del mayor de sus cuidados.

Nuestro pueblo ha de afinar los oídos para escuchar los consejos de la Madre e interiorizar la riqueza que nos aporta en su hijo Jesucristo. Sus palabras orientan a la reconciliación y cicatrizan heridas que hayan podido quedar enquistadas. Del mismo modo que al toque de las campanas de la Iglesia acudimos a la Eucaristía sintiéndonos miembros de un único pueblo, Nuestra Señora del Rasedo nos acaricia con su mirada sin tener en cuenta ni la cuna ni el color de las ideas.

Como Madre sufre con los que sufren. Su imagen siempre presente en el lecho del dolor alienta con la esperanza a todos los que son azotados con el flagelo de la enfermedad. Se mantiene firme al pie de esas particulares cruces deseando compartir ese padecimiento para que el enfermo disfrute de una tregua en medio de sus tormentos.

Nuestra Señora del Rasedo bendice a nuestros jóvenes y les lanza una súplica maternal para que sea su Hijo quien les oriente en sus vidas. Ella disfruta con sus presencias, es partícipe de sus dificultades y vigoriza todo lo noble que hay en ellos. La frescura juvenil en la Iglesia alegra el corazón de la Madre.

Las familias llamadas a ser ‘iglesias domésticas’ no deben de temer para abrir las puertas a Cristo. El soplo del Espíritu Santo se cuela por las rendijas de puertas y ventanas y así se escuchan aquellas sabias palabras de la Santísima Virgen en las bodas de Caná de Galilea: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5). La formación cristiana de los niños y adolescentes es un elemento irrenunciable a lo que los padres se constituyen en garantes de ese derecho para sus hijos.

La vida parroquial se nutre de las experiencias de encuentro con el Resucitado. Como los más bellos de los diamantes son pulidos para mostrar todo el esplendor así nuestra única motivación ha de ser el ‘hacer todo por amor a Dios’, de este modo el nombre de Dios será más alabado. No estamos inmunes de tensiones internas. Algunos proyectos se resquebrajan para ir dando paso a una etapa de nuevas generaciones.

Aún con el eco en nuestras calles de la alegría pascual transmitida por las Familias Misioneras durante la Semana Santa, debemos de alimentar nuestra fe y procurarnos una sólida formación cristiana. El Santo Padre Benedicto XVI nos presenta un instrumento muy útil para adentrarnos, dentro de poco, en el año dedicado de un modo especial a la fe: El Catecismo de la Iglesia Católica.

La Novena en honor a nuestra Señora del Rasedo es una ocasión propicia para piropear a la Madre de Dios y a la Madre de todos los hombres.

¡FELICES FIESTAS! ¡Santa Virgen del Rasedo!, ¡Ruega por nosotros!

ROBERTO GARCÍA VILLUMBRALES

(Cura Párroco)

martes, 10 de abril de 2012

Un don de Dios: Misiones de Semana Santa con Familias Misioneras


MISIONES DE SEMANA SANTA 2012
CON LAS FAMILIAS MISIONERAS

miércoles, 4 de abril de 2012

Homilía del Jueves Santo, 5 de abril de 2012

JUEVES SANTO, 5 de abril de 2012

Cuando un ser querido fallece siempre le llevamos en el corazón. Y recordando los momentos vividos en común sentimos que, de algún modo, se hace presente de nuevo. Tenemos un deseo hondo de tener cerca a aquellos a los que amamos. No es que estemos mendigando amor, sino que aspiramos a tener el amor supremo que brota del Padre Eterno.

Jesucristo conoce nuestra sed de amor. Jesucristo desea saciar esa sed. Jesucristo ha manifestado un deseo que ahora es realidad: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,19). Es más, tanto nos quiere que llegó a pronunciar estas palabras: «Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20). Y tengamos en cuenta que Jesucristo, el Señor, lo que promete siempre lo cumple.

Hoy el Señor, movido por su abundante amor, nos ha entregado tres regalos de un valor incalculable: la institución del sacramento del Orden Sacerdotal, el otro regalo es la institución de la Eucaristía, y el último es el mandamiento del amor.

Por medio del sacerdote la Palabra de Dios es proclamada, el perdón es administrado, Cristo se hace presente en la Eucaristía, en una palabra: Gracias al sacramento del Orden Sacerdotal Cristo se hace presente y actúa en los sacramentos. Es cierto los sacerdotes «llevamos un tesoro tan valioso en vasijas de barro» tal y como nos cuenta San Pablo (2 Cor 4,7) porque contrasta la grandeza del ser sacerdote con la debilidad del soporte humano, que es débil, frágil, quebradizo. Sin embargo no tememos, porque estamos seguros de que Dios que ha comenzado en nosotros una obra tan buena, la llevará a buen término (cfr. Fil 1,7).

El sacramento de la Eucaristía es el regalo supremo, el regalo de los regalos. Les voy a poner un ejemplo, aún sabiendo que los ejemplos tienen sus importantes limitaciones. Una mujer que ha quedado viuda enciende una vela del lampadario que se encuentra delante de la imagen de Nuestra Santísima Madre. Esa mujer, al encender la velita está rogando a Dios por su esposo, y le recuerda, vuelve a pasar por su corazón todas las experiencias vividas a su lado. Le da gracias por esa persona que con la que ya no puede seguir compartiendo su existencia. Sin embargo esa velita prendida en el lampadario no va a traer de nuevo a su esposo, no va a provocar una aparición milagrosa de su presencia. Simplemente ruega por él con amor. En cambio con la Eucaristía es distinto, porque lo que dice lo actualiza. Cuando el sacerdote, en las palabras de la consagración, y gracias al Espíritu Santo, pronuncia esas palabras tan bellas: «Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo (…)» y «Tomad y bebed todos de él porque esto es mi sangre (…)» es que en ese momento el mismísimo Cristo se hace presente en medio de nosotros. Es como si a través de estas palabras del sacerdote el Hijo Eterno sentado a la diestra del Padre se levantara de su trono glorioso atravesara el gran puente que nos separa, llegase a nuestra orilla quedando convertido en pan y en vino. Del tal modo que es Cristo el que está, no es una fotografía de Cristo, es realmente Cristo, el mismo que vino hace más de dos mil años a esta tierra y el que está formando parte de la Santísima Trinidad. Ustedes mismos han visto la enorme diferencia entre esa mujer que prende su velita en el lampadario recordando a su ser querido, que sólo lo recuerda y la grandeza de la Eucaristía que nos trae la presencia real y viva del Hijo del Altísimo, de Jesucristo.

Y el motor que debe de mover nuestra vida es el amor. Un amor dado no a ‘cuenta gotas’ sino con la misma generosidad que entregó Jesucristo en la cruz. Jesucristo nos dijo: «Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros, como yo os he amado» (Jn 15,12).