jueves, 20 de diciembre de 2007

¿Por qué me tengo que confesar con un cura?

Fuente: http://algunasrespuestas.blogspot.com/2005/10/por-qu-me-tengo-que-confesar-con-un.html

¿Por qué me tengo que confesar con un cura?
Un hecho innegable: la necesidad del perdón de mis pecados. Todos tenemos muchas cosas buenas…, pero al mismo tiempo, la presencia del mal en nuestra vida es un hecho: somos limitados, tenemos una cierta inclinación al mal y defectos; y como consecuencia de esto nos equivocamos, cometemos errores y pecados. Esto es evidente y Dios lo sabe. De nuestra parte, tonto sería negarlo. En realidad… sería peor que tonto… San Juan dice que "si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonar nuestros pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros" (1 Jn 1,9-10).
De aquí que una de las cuestiones más importantes de nuestra vida sea ¿cómo conseguir "deshacernos" de lo malo que hay en nosotros? ¿de las cosas malas que hemos hecho o de las que hemos hecho mal? Esta es una de las principales tareas que tenemos entre manos: purificar nuestra vida de lo que no es bueno, sacar lo que está podrido, limpiar lo que está sucio, etc.: librarnos de todo lo que no queremos de nuestro pasado. ¿Pero cómo hacerlo?
No se puede volver al pasado, para vivirlo de manera diferente… Sólo Dios puede renovar nuestra vida con su perdón. Y El quiere hacerlo… hasta el punto que el perdón de los pecados ocupa un lugar muy importante en nuestras relaciones con Dios.
Como respeto nuestra libertad, el único requisito que exige es que nosotros queramos ser perdonados: es decir, rechacemos el pecado cometido (esto es el arrepentimiento) y queramos no volver a cometerlo. ¿Cómo nos pide que mostremos nuestra buena voluntad? A través de un gran regalo que Dios nos ha hecho.
En su misericordia infinita nos dio un instrumento que no falla en reparar todo lo malo que podamos haber hecho. Se trata del sacramento de la penitencia. Sacramento al que un gran santo llamaba el sacramento de la alegría, porque en él se revive la parábola del hijo prodigo, y termina en una gran fiesta en los corazones de quienes lo reciben.
Así nuestra vida se va renovando, siempre para mejor, ya que Dios es un Padre bueno, siempre dispuesto a perdonarnos, sin guardar rencores, sin enojos, broncas, etc. Premia lo bueno y valioso que hay en nosotros; lo malo y ofensivo, lo perdona. Es uno de los más grandes motivos de optimismo y alegría: en nuestra vida todo tiene arreglo, incluso las peores cosas pueden terminar bien (como la del hijo pródigo) porque Dios tiene la última palabra: y esa palabra es de amor misericordioso.
La confesión no es algo meramente humano: es un misterio sobrenatural: consiste en un encuentro personal con la misericordia de Dios en la persona de un sacerdote.
Dejando de lado otros aspectos, aquí vamos sencillamente a mostrar que confesarse es razonable, que no es un invento absurdo y que incluso humanamente tiene muchísimos beneficios. Te recomiendo pensar los argumentos… pero más allá de lo que la razón nos pueda decir, acudí a Dios pidiéndole su gracia: eso es lo más importante, ya que en la confesión no se realiza un diálogo humano, sino un diálogo divino: nos introduce dentro del misterio de la misericordia de Dios.
Algunas razones por las que tenemos que confesarnos
1. En primer lugar porque Jesús dio a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados. Esto es un dato y es la razón definitiva: la más importante. En efecto, recién resucitado, es lo primero que hace: "Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados, a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar " (Jn 20,22-23). Los únicos que han recibido este poder son los Apóstoles y sus sucesores. Les dio este poder precisamente para que nos perdonen los pecados a vos y a mí. Por tanto, cuando querés que Dios te borre los pecados, sabés a quien acudir, sabés quienes han recibido de Dios ese poder.
Es interesante notar que Jesús vinculó la confesión con la resurrección (su victoria sobre la muerte y el pecado), con el Espíritu Santo (necesario para actuar con poder) y con los apóstoles (los primeros sacerdotes): el Espíritu Santo actúa a través de los Apóstoles para realizar en las almas la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte.
2. Porque la Sagrada Escritura lo manda explícitamente: "Confiesen mutuamente sus pecados" (Sant 5,16). Esto es consecuencia de la razón anterior: te darás cuenta que perdonar o retener presupone conocer los pecados y disposiciones del penitente. Las condiciones del perdón las pone el ofendido, no el ofensor. Es Dios quién perdona y tiene poder para establecer los medios para otorgar ese perdón. De manera que no soy yo quien decide cómo conseguir el perdón, sino Dios el que decidió (hace dos mil años de esto…) a quién tengo que acudir y qué tengo que hacer para que me perdone. Entonces nos confesamos con un sacerdote por obediencia a Cristo.
3. Porque en la confesión te encontrás con Cristo. Esto debido a que es uno de los siete Sacramentos instituidos por El mismo para darnos la gracia. Te confesás con Jesús, el sacerdote no es más que su representante. De hecho, la formula de la absolución dice: "Yo te absuelvo de tus pecados" ¿Quien es ese «yo»? No es el Padre Fulano -quien no tiene nada que perdonarte porque no le has hecho nada-, sino Cristo. El sacerdote actúa en nombre y en la persona de Cristo. Como sucede en la Misa cuando el sacerdote para consagrar el pan dice "Esto es mi cuerpo", y ese pan se convierte en el cuerpo de Cristo (ese «mi» lo dice Cristo), cuando te confesás, el que está ahí escuchándote, es Jesús. El sacerdote, no hace más que «prestarle» al Señor sus oídos, su voz y sus gestos.
4. Porque en la confesión te reconciliás con la Iglesia. Resulta que el pecado no sólo ofende a Dios, sino también a la comunidad de la Iglesia: tiene una dimensión vertical (ofensa a Dios) y otra horizontal (ofensa a los hermanos). La reconciliación para ser completa debe alcanzar esas dos dimensiones. Precisamente el sacerdote está ahí también en representación de la Iglesia, con quien también te reconcilias por su intermedio. El aspecto comunitario del perdón exige la presencia del sacerdote, sin él la reconciliación no sería «completa».
5. El perdón es algo que «se recibe». Yo no soy el artífice del perdón de mis pecados: es Dios quien los perdona. Como todo sacramento hay que recibirlo del ministro que lo administra válidamente. A nadie se le ocurriría decir que se bautiza sólo ante Dios… sino que acude a la iglesia a recibir el Bautismo. A nadie se le ocurre decir que consagra el pan en su casa y se da de comulgar a sí mismo… Cuando se trata de sacramentos, hay que recibirlos de quien corresponde: quien los puede administrar válidamente.
6. Necesitamos vivir en estado de gracia. Sabemos que el pecado mortal destruye la vida de la gracia. Y la recuperamos en la confesión. Y tenemos que recuperarla rápido, básicamente por tres motivos:
a) porque nos podemos morir… y no creo que queramos morir en estado de pecado mortal… y acabar en el infierno.
b) porque cuando estamos en estado de pecado ninguna obra buena que hacemos es meritoria cara a la vida eterna. Esto se debe a que el principio del mérito es la gracia: hacer obras buenas en pecado mortal, es como hacer goles en off-side: no valen, carecen de valor sobrenatural. Este aspecto hace relativamente urgente el recuperar la gracia: si no queremos que nuestra vida esté vacía de mérito y que lo bueno que hacemos sea inútil.
c) porque necesitamos comulgar: Jesús nos dice que quien lo come tiene vida eterna y quien no lo come, no la tiene. Pero, no te olvides que para comulgar dignamente, debemos estar libres de pecado mortal. La advertencia de San Pablo es para temblar: "quien coma el pan o beba el cáliz indignamente, será reo del cuerpo y sangre del Señor. (…) Quien come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,27-28). Comulgar en pecado mortal es un terrible sacrilegio: equivale a profanar la Sagrada Eucaristía, a Cristo mismo.
7. Necesitamos dejar el mal que hemos hecho. El reconocimiento de nuestros errores es el primer paso de la conversión. Sólo quien reconoce que obró mal y pide perdón, puede cambiar.8. La confesión es vital en la luchar para mejorar. Es un hecho que habitualmente una persona después de confesarse se esfuerza por mejorar y no cometer pecados. A medida que pasa el tiempo, va aflojando… se «acostumbra» a las cosas que hace mal, o que no hace, y lucha menos por crecer. Una persona en estado de gracia -esta es una experiencia universal- evita el pecado. La misma persona en pecado mortal tiende a pecar más fácilmente.
Otros motivos que hacen muy conveniente la confesión
a) Necesitamos paz interior. El reconocimiento de nuestras culpas es el primer paso para recuperar la paz interior. Negar la culpa no la elimina: sólo la esconde, haciendo más penosa la angustia. Sólo quien reconoce su culpa está en condiciones de liberarse de ella.
b) Necesitamos aclararnos a nosotros mismos. La confesión nos "obliga" a hacer un examen profundo de nuestra conciencia. Saber qué hay «adentro», qué nos pasa, qué hemos hecho, cómo vamos… De esta manera la confesión ayuda a conocerse y entenderse a uno mismo.
c) Todos necesitamos que nos escuchen. ¿En qué consiste el primer paso de la terapia de los psiquiatras y psicólogos sino en hacer hablar al "paciente"? Y te cobran para escucharte… y al "paciente" le hace muy bien. Estas dos profesiones han descubierto en el siglo XX algo que la Iglesia descubrió hace muchos siglos (en realidad se lo enseñó Dios). El decir lo que nos pasa, es una primera liberación.
d) Necesitamos una protección contra el auto-engaño. Es fácil engañarse a uno mismo, pensando que eso malo que hicimos, en realidad no está tan mal; o justificándolo llegando a la conclusión de que es bueno, etc. Cuando tenemos que contar los hechos a otra persona, sin excusas, con sinceridad, se nos caen todas las caretas… y nos encontramos con nosotros mismos, con la realidad que somos.
e) Todos necesitamos perspectiva. Una de las cosas más difíciles de esta vida es conocerse uno mismo. Cuando "salimos" de nosotros por la sinceridad, ganamos la perspectiva necesaria para juzgarnos con equidad.
f) Necesitamos objetividad. Y nadie es buen juez en causa propia. Por eso los sacerdotes pueden perdonar los pecados a todas las personas del mundo… menos a una: la única persona a la que un sacerdote no puede perdonar los pecados es él mismo: siempre tiene que acudir a otros sacerdote para confesarse. Dios es sabio y no podía privar a los sacerdotes de este gran medio de santificación.
g) Necesitamos saber si estamos en condiciones de ser perdonados: si tenemos las disposiciones necesarias para el perdón o no. De otra manera correríamos un peligro enorme: pensar que estamos perdonados cuando ni siquiera podemos estarlo.
h) Necesitamos saber que hemos sido perdonados. Una cosa es pedir perdón y otra distinta ser perdonado. Necesitamos una confirmación exterior, sensible, de que Dios ha aceptado nuestro arrepentimiento. Esto sucede en la confesión: cuando recibimos la absolución, sabemos que el sacramento ha sido administrado, y como todo sacramento recibe la eficacia de Cristo.
i) Tenemos derecho a que nos escuchen. La confesión personal más que una obligación es un derecho: en la Iglesia tenemos derecho a la atención personal, a que nos atiendan uno a uno, y podamos abrir el corazón, contar nuestros problemas y pecados.
j) Hay momentos en que necesitamos que nos animen y fortalezcan. Todos pasamos por momentos de bajoneo, pesimismo, desánimo… y necesitamos que se nos escuche y anime. Encerrarse en sí mismo solo empeora las cosas…
k) Necesitamos recibir consejo. Mediante la confesión recibimos dirección espiritual. Para luchar por mejorar en las cosas de las que nos confesamos, necesitamos que nos ayuden.
l) Necesitamos que nos aclaren dudas, conocer la gravedad de ciertos pecados, en fin… mediante la confesión recibimos formación.
Algunos motivos para no confesarse
1. ¿Quién es el cura para perdonar los pecados…? Sólo Dios puede perdonarlos. Hemos visto que el Señor dio ese poder a los Apóstoles. Además, permitime decirte que ese argumento lo he leído antes… precisamente en el Evangelio… Es lo que decían los fariseos indignados cuando Jesús perdonaba los pecados… (podés mirar Mt 9,1-8).
2. Yo me confieso directamente con Dios, sin intermediarios. Genial. Me parece bárbaro… pero hay algunos peros…Pero… ¿cómo sabés que Dios acepta tu arrepentimiento y te perdona? ¿Escuchás alguna voz celestial que te lo confirma? Pero… ¿cómo sabés que estás en condiciones de ser perdonado? Te darás cuenta que no es tan fácil… Una persona que robara un banco y no quisiera devolver el dinero… por más que se confesara directamente con Dios… o con un cura… si no quisiera reparar el daño hecho -en este caso, devolver el dinero-, no puede ser perdonada… porque ella misma no quiere "deshacerse" del pecado.Este argumento no es nuevo… Hace casi mil seiscientos años, San Agustín replicaba a quien argumentaba como vos: "Nadie piense: yo obro privadamente, de cara a Dios… ¿Es que sin motivo el Señor dijo: «lo que atareis en la tierra, será atado en el cielo»?.¿Acaso les fueron dadas a la Iglesia las llaves del Reino de los cielos sin necesidad? Frustramos el Evangelio de Dios, hacemos inútil la palabra de Cristo."
3. ¿Porque le voy a decir los pecados a un hombre como yo? Porque ese hombre no un hombre cualquiera: tiene el poder especial para perdonar los pecados (el sacramento del orden). Esa es la razón por la que vas a él.
4. ¿Porque le voy a decir mis pecados a un hombre que es tan pecador como yo?El problema no radica en la «cantidad» de pecados: si es menos, igual o más pecador que vos…. No vas a confesarte porque sea santo e inmaculado, sino porque te puede dar al absolución, poder que tiene por el sacramento del orden, y no por su bondad. Es una suerte -en realidad una disposición de la sabiduría divina- que el poder de perdonar los pecados no dependa de la calidad personal del sacerdote, cosa que sería terrible ya que uno nunca sabría quién sería suficientemente santo como para perdonar… Además, el hecho de que sea un hombre y que como tal tenga pecados, facilita la confesión: precisamente porque sabe en carne propia lo que es ser débil, te puede entender mejor.
5. Me da vergüenza… Es lógico, pero hay que superarla. Hay un hecho comprobado universalmente: cuanto más te cueste decir algo, tanto mayor será la paz interior que consigas después de decirlo. Además te cuesta, precisamente porque te confesás poco…, en cuanto lo hagas con frecuencia, verás como superás esa vergüenza. Además, no creas que sos tan original…. Lo que vas a decir, el cura ya lo escuchó trescientas mil veces… A esta altura de la historia… no creo que puedas inventar pecados nuevos…Por último, no te olvides de lo que nos enseñó un gran santo: el diablo quita la vergüenza para pecar… y la devuelve aumentada para pedir perdón… No caigas en su trampa.
6. Siempre me confieso de lo mismo… Eso no es problema. Hay que confesar los pecados que uno ha cometido… y es bastante lógico que nuestros defectos sean siempre más o menos los mismos… Sería terrible ir cambiando constantemente de defectos… Además cuando te bañás o lavas la ropa, no esperás que aparezcan machas nuevas, que nunca antes habías tenido; la suciedad es más o menos siempre del mismo tipo… Para querer estar limpio basta querer remover la mugre… independientemente de cuán original u ordinaria sea.
7. Siempre confieso los mismos pecados…No es verdad que sean siempre los mismos pecados: son pecados diferentes, aunque sean de la misma especie… Si yo insulto a mi madre diez veces… no es el mismo insulto… cada vez es uno distinto… No es lo mismo matar una persona que diez… si maté diez no es el mismo pecado… son diez asesinatos distintos. Los pecados anteriores ya me han sido perdonados, ahora necesito el perdón de los "nuevos", es decir los cometidos desde la última confesión.
8. Confesarme no sirve de nada, sigo cometiendo los pecados que confieso…El desánimo, puede hacer que pienses: "má si…, es lo mismo si me confieso o no, total nada cambia, todo sigue igual". No es verdad. El hecho de que uno se ensucie, no hace concluir que es inútil bañarse. Uno que se baña todos los días… se ensucia igual… Pero gracias a que se baña, no va acumulando mugre… y está bastante limpio. Lo mismo pasa con la confesión. Si hay lucha, aunque uno caiga, el hecho de ir sacándose de encima los pecados… hace que sea mejor. Es mejor pedir perdón, que no pedirlo. Pedirlo nos hace mejores.
9. Sé que voy a volver a pecar… lo que muestra que no estoy arrepentido. Depende… Lo único que Dios me pide es que esté arrepentido del pecado cometido y que ahora, en este momento quiera luchar por no volver a cometerlo. Nadie pide que empeñemos el futuro que ignoramos… ¿Qué va a pasar en quince días? No lo sé… Se me pide que tenga la decisión sincera, de verdad, ahora, de rechazar el pecado. El futuro dejalo en las manos de Dios…
10. Y si el cura piensa mal de mi… El sacerdote está para perdonar… Si pensara mal, sería un problema suyo del que tendría que confesarse. De hecho siempre piensa bien: valora tu fe (sabe que si estás ahí contando tus pecados, no es por él… sino porque vos crees que representa a Dios), tu sinceridad, tus ganas de mejorar, etc. Supongo que te darás cuenta de que sentarse a escuchar pecados, gratis -sin ganar un peso-, durante horas, … si no se hace por amor a las almas… no se hace. De ahí que, si te dedica tiempo, te escucha con atención… es porque quiere ayudarte y le importás… aunque no te conozca te valora lo suficiente como para querer ayudarte a ir al cielo.
11. Y si el cura después le cuenta a alguien mis pecados…No te preocupes por eso. La Iglesia cuida tanto este asunto que aplica la pena más grande que existe en el Derecho Canónico -la ex-comunión- al sacerdote que dijese algo que conoce por la confesión. De hecho hay mártires por el sigilo sacramental: sacerdotes que han muerto por no revelar el contenido de la confesión.
12. Me da fiaca…Puede ser toda la verdad que quieras, pero no creo que sea un obstáculo verdadero ya que es bastante fácil de superar… Es como si uno dijese que hace un año que no se baña porque le da pereza…
13. No tengo tiempo…No creo que te creas que en los últimos ___ meses… no hayas tenidos los diez minutos que te puede llevar una confesión… ¿Te animás a comparar cuántas horas de TV has visto en ese tiempo… (multiplicá el número de horas diarias que ves por el número de días…)?
14. No encuentro un cura…No es una raza en extinción, ... hay varios miles. Agarrá la guía de teléfono. Buscá el teléfono de tu parroquia. Si ignorás el nombre, buscá por el obispado, ahí te dirán… Así podrás saber en tres minutos el nombre de un cura con el que te podés confesar… e incluso perdirle una hora… para no tener que esperar.

sábado, 8 de diciembre de 2007

Preparativos de Adviento

Fuente: http://www.pastoralsj.org/secciones/reflexiones.asp?id=103&step=1
Preparativos de Adviento.

Ya estamos en diciembre. ¡Qué vértigo! La navidad a la vuelta de la esquina. Ya toca prepararse. Hace semanas que la gente hace reservas para las cenas de empresa o de amigos. Empiezan a subir, cada vez más rápido, los precios de turrones, carnes y pescados de fiesta. Las calles se adornan (con un gusto cada vez peor, todo hay que decirlo), con una mezcla de símbolos florales, luces y algún vestigio religioso –cada vez menos para no herir sensibilidades- . Empieza el baile de fechas: ¿viajaré este día, o este otro? Nos veremos pronto las caras con la familia. Hay que comprar lotería, que este año toca seguro. Y si no, que haya salud. ¿Trapitos de gala para cenas y festejos? Algo caerá.
El adviento que comenzamos es tiempo de disponerse a algo grande –pero que a veces queda silenciado ante el folklore de diciembre-. Porque cuando llega algo que esperas con ansia, ¡anda que no le das vueltas! A veces hasta te quita el sueño, por la ilusión, la incertidumbre, el deseo de que las cosas lleguen, de ver a ese ser querido, de saber el resultado de un examen muy importante para ti, de tantas cosas. ¡Pues lo que estamos esperando es alucinante, grande, inmenso!Es tiempo de disponernos a un encuentro, algo que no por sabido deja de ser nuevo. Un encuentro con un Dios al que, una vez más, admiramos como ser humano. Un encuentro con una lógica (la de la encarnación, un Dios capaz de hacerse humano con todas sus consecuencias), que nos desborda. ¿Cómo prepararse? Desde la gratitud por lo que uno tiene. Desde la escucha de esas promesas de un Dios que te dice: «vengo a tu mundo, a tu vida, a tu historia, para estar presente ahí. Vengo a ti.»
Vengo a tu mundo, a tu vida, a tu historia. ¿Cómo me resuena esa palabra? ¿Cómo puedo prepararme para cuando llegue la navidad? ¿Tal vez un poquito de oración? ¿Alguna lectura distinta? ¿Una revisión agradecida de lo que es mi vida y lo que puede llegar a ser?
No es este un tiempo para la esperanza? Pues esperemos, pero no sentados sino bien vivos, bien activos, amando. Esperemos que mejoren las vidas de quienes nos rodean. Esperemos que los solitarios tengan este año alguien que les recuerde (¿tal vez podemos llamar, escribir, cuidar a los más descuidados?). Esperemos que se encienda alguna luz de ilusión en espacios de sombra (¿tal vez yo pueda encender alguna?). Esperemos que en medio del vértigo y de tantos preparativos alguien se acuerde de que Dios viene. Esperemos que haya más besos y menos golpes, más risas y menos ceños fruncidos, menos broncas y más reconciliaciones. Y digámoslo. Y cantémoslo. Y vivámoslo. Que el Dios que sigue viniendo es la fuente de la alegría profunda.
Sin caer en voluntarismos innecesarios, ¿Puedo “preparar” mi mundo, o la parcelita que me toca, en estas semanas? ¿Qué puedo hacer para que se note esta venida? En mi familia, o en mi comunidad, en mi lugar de trabajo, o en los contextos en que me muevo…

Ante la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María

Ante la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María...

Dios quiere seguir siendo amigo del hombre, pasear, dialogar familiarmente con él. Vivir en la presencia de Dios es el paraíso, del mismo modo que el Cielo será estar eternamente con Dios. No es Dios el que nos expulsa del Paraíso, somos nosotros mismos los que nos desterramos, cuando nos alejamos de su presencia. Los frutos de nuestro alejamiento de Dios son la discordia, la falta de armonía, la división, el odio, en una palabra: El pecado.

Nosotros no debemos huir de Dios, estamos invitados a buscarle. Sólo así el hombre irá adquiriendo esa sabiduría para afrontar la vida con lucidez.

Eva es seducida y engañada por el orgullo y el ansia de dominio. Se dejó seducir por el pecado y fue sometida al yugo de la violencia, del temor, de la tristeza, de la culpabilidad, de la ignorancia y de la tiranía.

María también es seducida, pero es por el Amor de Dios. María quiere alimentarse de la Palabra de Dios, no de otras cosas pasajeras o engañosas.

María es una criatura de Dios y fue concebida como todos fuimos concebidos; fruto del amor de un hombre y de una mujer. Ahora bien, fue preservada de toda mancha del pecado original en el momento de su concepción por un gran privilegio dado por Dios. María, para ser la Madre del Salvador, fue dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante. Estaba totalmente poseída por la gracia de Dios. Y es más, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida. María ha permanecido y permanece constantemente en la presencia de Dios.

Todos tenemos experiencia del pecado, en mayor o en menor medida. El pecado es no responder al infinito amor de Dios. Hay un grandísimo abanico de pecados, y los hombres somos muy originales a la hora de pecar. Somos originales a la hora de pecar, a la hora de disculparnos, a la hora de echar la culpa a los demás…María fue original a la hora de amar, a la hora de ser fiel al proyecto de Dios, a la hora de educar a su Hijo Jesucristo, a la hora de tratar como esposa a san José, a la hora de saber aceptar el sufrimiento y el gozo. El pecado es como esas molestas cataratas de los ojos que no nos permiten ver las cosas con claridad. Todo queda contemplado a través de una molesta tela en los ojos. María, al no tener pecado podía contemplar la acción de Dios más plenamente en su vida, había adquirido un nivel de sensibilidad muy alto para estar en plena sintonía con lo divino, para vivir siempre en la presencia de Dios.

En el Génesis, cuando Dios se paseaba por el paraíso llamó a Adán y le preguntó que dónde se encontraba, a lo que Adán le contestó que estaba escondido de la presencia porque se encontraba desnudo, ya que había pecado. En el Evangelio nos encontramos como Dios, por medio de su enviado el Arcángel San Gabriel, se presenta ante nuestra Santísima Madre y Ella no se esconde, sino que dice ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’, es decir, Ella permanece ante la presencia de Dios.

¡Ojala nosotros digamos como María ‘Aquí estoy, Señor’, porque eso significará que no huimos de Dios sino que deseamos fervientemente estar ante su divina presencia!. Así sea.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Un Rey especial...(Jesucristo).

Fuente: http://www.diariopalentino.es/secciones.cfm?secc=Opinión&id=546092

Un rey especial
MATEO APARICIO

Hoy los cristianos celebramos la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo. Quizá no sea éste el título más atractivo, a primera vista, para los hombres de hoy, que entendemos mejor a Jesús, manso, humilde, paciente, misericordioso, pobre, crucificado, cercano, amigo de los pecadores... Parece que a un Rey le vemos lejano, inaccesible casi, viviendo en palacios, bien distantes del resto de los mortales.
Es verdad que algunos reyes de la tierra, los nuestros, por ejemplo, Don Juan Carlos y Doña Sofía, dan una confianza que no encontramos en algunos gobernantes de mucho menor rango. Los reyes, sin embargo, siguen en sus palacios y el resto de los ciudadanos en sus “chozas”, y agradecidos.
Pero el caso es que, el de Rey, es un título que aparece en el Evangelio, sobre todo en el momento de su muerte, y Jesús no lo rechaza. -“Se declara Rey” -le acusan. -¿Tú eres Rey? –le pregunta Pilatos. –Tú lo dices. Soy Rey (Mc 15, 2). Y así constará por todos los siglos en lo alto de la Cruz, como título de condena, I.N.R.I.: Jesús Nazareno, Rey de los judíos. Es verdad que su reino, como él dijo ante Pilatos, no es de este mundo, pero ¡vaya si influye en este mundo!.
La clave está en entender el rico significado de este nombre aplicado a Jesucristo. Una primera aproximación nos la da su entrada triunfal en Jerusalén: Cuando más se dejó vitorear iba montado en un burro, tan cercano a la gente que los niños hebreos fueron los primeros en aclamarle, ¡Hosanna! Poco temor infunde un rey así.
Otra nota que nos puede ayudar es el reconocimiento en él de un modo de hablar distinto a los doctores de la Ley. “Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: -¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva llena de autoridad!” (Mc 1, 27). Aquí está lo decisivo: una doctrina nueva, llena de autoridad, es decir, una doctrina en la que cree, de la que está convencido y tan identificado con ella que esa verdad que anuncia es él mismo, por eso, vive de acuerdo con ella, independientemente de lo que digan y vivan los demás.
El reinado que se le reconoce tiene mucho de señorío sobre sí mismo y de confianza en lo que enseña. Pero no enseña una doctrina para inteligencias escogidas y privilegiadas. Le entendían los más humildes e iletrados. “Te doy gracias, Dios mío, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”. -Dice en alguna ocasión.
Tres características, entre otras muchas, podemos añadir para definir este Reino y a Jesucristo como Rey.
Ante todo, enseña la verdad, ama la verdad, se identifica con la verdad, trae la verdad, es la Verdad. El suyo es un reino de verdad. Una verdad que no se impone, sino que se propone. Si hay algo que le ponga especialmente nervioso es la hipocresía, la falsedad, el disimulo, la mentira. ¡Ay de vosotros, hipócritas! El ama la luz. “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas”. Pero “los hombres, a veces, aman más las tinieblas que la luz”. Los cristianos queremos ser amigos de la verdad, para ser seguidores de este Rey.
El suyo es un reino de libertad. Es una consecuencia necesaria de la verdad. “La verdad os hará libres”. Es esa libertad de la que hizo bandera Jesús: libre ante las autoridades, libre ante su familia, libre ante sus amigos, libre ante las tradiciones superadas... su conciencia y su vida no estaba condicionada nada más que por la verdad.
Para vivir así de desprendido, comprometido sólo con la verdad, hace falta estar muy cerca de Dios y con un gran respeto a la conciencia, pues es de dentro, de una conciencia pervertida, de donde salen todos los horrores, pero también es de dentro, de una conciencia que busca la verdad –y que terminará dando con Jesucristo, con el rey por excelencia- de donde sale todo el bien que hay en el mundo. A esto se nos invita en esta fiesta, a ser ciudadanos de este Reino, y “reyes” y señores nosotros mismos. “No tengáis miedo, abrid las Puertas a Cristo” (Juan Pablo II).

domingo, 11 de noviembre de 2007

La enseñanza de la Iglesia Católica sobre los métodos naturales de planificación de la familia

Fuente: http://www.vidahumana.org/vidafam/iglesia/ensen_nfp.html
La enseñanza de la Iglesia Católica
sobre los métodos naturales
de planificación de la familia

La diferencia moral entre la anticoncepción y los métodos naturales:

Según la enseñanza de la Encíclica Humanae vitae, número 14, del Papa Pablo VI, publicada el 25 de julio de 1968, la anticoncepción consiste en una acción que le destruye al acto conyugal su natural fuerza procreativa, ya sea que dicha acción se lleve a cabo antes, durante o después del acto conyugal.

Ahora bien, los métodos naturales consisten esencialmente en conocer cuándo la mujer es fértil y cuando no, entonces, si se están espaciando los nacimientos, los esposos evitan las relaciones conyugales durante el tiempo fértil y las tienen durante el tiempo infértil. De esa manera los métodos naturales no le destruyen a ningún acto conyugal su natural fuerza procreativa, sino que respetan los ciclos de fertilidad e infertilidad que Dios mismo ha puesto en la naturaleza femenina para espaciar o buscar los nacimientos. Los métodos naturales son una manera racional de usar lo que Dios ha creado respetándolo al mismo tiempo; mientras que los métodos anticoncepctivos no.
Al destruirle su natural fuerza procreativa al acto conyugal, los anticonceptivos están separando la apertura a la vida de la unión conyugal. Como los métodos naturales no le destruyen a ningún acto conyugal su natural fuerza procreativa, no están separando deliberadamente la apertura a la vida (cuando quiera que esta sea posible) de la unión conyugal.

Sin embargo, alguien podría insistir: "Pero en ambos casos se busca evitar los hijos". El hecho de que en ambos casos se busque el mismo fin no quiere decir que ambas maneras de buscarlo sean buenas. Dos personas pueden decidir conseguir un automóbil, un fin bueno. Pero si una la obtiene por medio de su dinero honestamente ganado y la otra por medio del robo, es evidente que la primera actuó bien; mientras que la segunda no. Un fin bueno no justifica y medio malo, ambos tienen que ser buenos para que la acción sea buena.

"¿Pero - alguien podría objetar - no se supone que el evitar los hijos sea contrario a la voluntad creadora de Dios?" No si los esposos utilizan métodos naturales y tienen motivos serios para usarlos. Dios mismo ha creado tiempos fértiles y tiempos infértiles en el ciclo femenino (de hecho los tiempos infértiles son mucho más largos). Es lógico pensar que Dios no tiene la intención de que el esposo y la esposa tengan hijos todas las veces que se unan, si éstos tienen motivos serios para evitarlos. Lo que Dios sí exige es que se respete la estructura original del acto conyugal, con su doble finalidad de apertura a la vida y unión en el amor conyugal. La clave para evaluar moralmente los métodos naturales se encuentra en la intencionalidad. Es decir, los métodos naturales no son malos en sí mismos (como lo es la anticoncepción). Pero si se llevan a cabo por motivos no serios, sino egoístas, entonces sí son malos. Pero en ese caso lo son por la intención mala y no por los métodos en sí. Mientras que en el caso de la anticoncepción, todos sus métodos son malos en sí mismos, independientemente de la intención, y para que una acción sea buena, ambos, la intención y la acción misma, tienen que ser buenas.

Hoy cuesta mucho entender esto, porque lamentablemente prevalece una mentalidad subjetivista que bloquea psicológicamente la comprensión de la moralidad objetiva de los actos humanos. ¿Qué queremos decir con esto del subjetivismo? Sencillamente que hoy se ha caído en una mentalidad que cree que el bien y el mal dependen de lo que el sujeto sienta u opine, sin importarle lo objetivo, es decir, sin importarle lo que está bien o mal independientemente de lo que uno sienta u opine.

El que determina lo que está bien y lo que está mal no es el sujeto o el individuo, sino Dios mismo, y Él ha inscrito en la naturaleza misma de las personas y de sus actos los valores que el hombre y la mujer deben respetar y promover. Los mandamientos de Dios nos indican la manera de respetar y promover dichos valores, al mismo tiempo que nos indican las acciones que hay que evitar debido a que van en contra de dichos valores. La moral no es arbitraria, sino que está en función del auténtico bien de la persona, y este bien ha sido inscrito en su propio ser por Dios mismo.

FUENTE: Iglesia Católica\Documentos pontificios\Humanae vitae: Plan de Dios para la humanidad.

Principio de subsidiariedad

CARTA DEL OBISPO DE PALENCIA

Principio de subsidiariedad
«¿Acaso la imposición de ‘Educación para la Ciudadanía’ no supone una intromisión en el ámbito de la familia por parte de las autoridades políticas? ¿Qué decir de la situación de muchos colegios concertados, al borde del estrangulamiento económico?»
JOSÉ IGNACIO MUNILLA
Obispo de Palencia

Para comprender las razones últimas de muchos de los desencuentros que están teniendo lugar en la construcción de nuestra sociedad, no es suficiente con describir la disparidad de opciones personales, sino que es necesario profundizar en los principios morales y espirituales sobre los que se sustentan las diversas opciones. Sin pretender ahora tratarlos de modo exhaustivo, nos centramos en uno de ellos en concreto: el llamado principio de subsidiariedad. Es una de las columnas principales sobre las que se construye la Doctrina Social Católica. Bien es cierto que se trata de un principio de Ley Natural, reconocido y aceptado por ciudadanos de otras confesiones religiosas, e incluso por quienes carecen de religión; pero es de justicia reconocer que, en buena parte, su formulación y desarrollo se ha producido en el seno o al amparo de la Iglesia Católica.
Pues bien, conforme al principio de subsidiariedad, la persona humana, la familia, las iniciativas populares -y no el Estado-, son el centro de toda la vida social. El Estado existe para la persona y para la sociedad, pero no al revés.
En la Encíclica Quadragesimo anno, Pío XI se expresaba en los siguientes términos: «No se puede quitar a los individuos y darlo a la comunidad, lo que ellos pueden realizar por sus propias cualidades y esfuerzo. Es gravemente injusto y perturbador del recto orden, quitar a las comunidades menores e inferiores lo que ellas pueden hacer y dárselo a una sociedad mayor y más elevada, ya que toda acción de la sociedad, por su propia fuerza y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero no destruirlos y absorberlos». Conforme a este principio, todas las realidades sociales de orden superior deben ponerse al servicio de las menores, con una actitud de ayuda (subsidium): reconocimiento, apoyo, promoción, etc. Por el contrario, el Estado debe abstenerse de cuanto restrinja el espacio vital de las células menores de la sociedad.
En la práctica, el principio de subsidiariedad nos protege de las instancias sociales superiores, e insta a éstas a ponerse al servicio de los particulares y de los cuerpos intermedios: priman o tienen prioridad la persona, la familia, las asociaciones vecinales, los ayuntamientos, el voluntariado, las fuerzas vivas de la sociedad, el reconocimiento de la función social del sector privado, la salvaguarda de los derechos de las minorías… Aun reconociendo que pueden darse casos y circunstancias que requieran una función de suplencia por parte del Estado, ésta no deberá extenderse y prolongarse más allá de lo estrictamente necesario.El Catecismo de la Iglesia Católica expresa: «Cuando el Estado no pone su poder al servicio de los derechos de todo ciudadano, y particularmente de quien es más débil, se quebrantan los fundamentos mismos del Estado de derecho» (CEC 2273). Y Juan Pablo II en la Encíclica Centesimus Annus, nos dice que el «Estado totalitario tiende, además, a absorber en sí mismo la nación, la sociedad, la familia, las comunidades religiosas y las mismas personas».
Caso de Venezuela
El pasado 19 de octubre, la Conferencia Episcopal Venezolana publicaba una Exhortación Pastoral en la que se pronunciaba contra la propuesta de Reforma Constitucional presentada por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez. La voz profética del episcopado venezolano se expresaba en estos términos: «Se acentúa la concentración de poder en manos del Presidente de la República (…) se incrementa excesivamente el poder del Estado (…) el gobierno controla muchísimos espacios de la vida ciudadana (…) establece el dominio absoluto del Estado sobre la persona (…). El Estado debe ayudar pero no absorber ni suplantar las iniciativas, la libertad y la responsabilidad de las personas y de los grupos sociales (…) Por cuanto el Proyecto de Reforma vulnera los derechos fundamentales del sistema democrático y de la persona, poniendo en peligro la libertad y la convivencia social, la consideramos moralmente inaceptable a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia».
Caso concreto de España
Aunque nuestro caso no sea comparable al de Venezuela, es preocupante comprobar cómo muchos de los conflictos que nuestra sociedad española está padeciendo, son generados por el desprecio al principio de subsidiariedad. ¿Acaso la imposición de Educación para la Ciudadanía, no supone una intromisión en el ámbito de la familia, por parte de las autoridades políticas? ¿Qué decir de la situación de muchos colegios concertados, al borde del estrangulamiento económico? ¿Acaso no ocurre lo mismo con el control de los medios de comunicación? Un caso bien concreto lo estamos percibiendo en España, con el arrinconamiento de Radio María en el reparto de frecuencias, dentro del actual proceso de ordenación del espacio radiofónico.
Nuestra complicidad con el problema
Sin embargo, la violación del principio de subsidiariedad no se explica exclusivamente por la tendencia de las autoridades al despotismo. Tengamos en cuenta que la subsidiariedad exige participación y compromiso personal, en modo responsable y con vistas al bien común. Por desgracia, el absentismo y el desinterés por la vida social, pueden ser percibidas como una opción más cómoda.
Por ello, parece oportuno que concluyamos con las palabras finales de la referida Exhortación de los obispos venezolanos: «Solamente quien es libre, construye la paz (…) Cada uno de los cristianos está llamado a descubrir y promover caminos de justicia y reconciliación en la familia, en cada comunidad y en toda la nación».

sábado, 3 de noviembre de 2007

Una lectura del postconcilio

Fuente: http://enticonfio.org/joseignaciomunilla.html
Mons. D. José Ignacio Munilla Aguirre
OBISPO DE PALENCIA

Una lectura del postconcilio

Aprovechando sus días de descanso veraniego, Benedicto XVI mantenía el 24 de julio pasado un encuentro con doscientos sacerdotes de las diócesis de Belluno-Feltre y Treviso, en las estribaciones de los Dolomitas italianos. En un clima de fraternidad y cercanía, diez sacerdotes fueron seleccionados para formular preguntas al Papa. El último de ellos, se dirigía al Santo Padre con las siguientes palabras: “A mí me corresponde la última pregunta, y tengo la tentación de no formularla, pues se trata de una pregunta trivial y, al ver cómo Su Santidad en las nueve respuestas anteriores nos ha hablado de Dios elevándonos a grandes alturas, me parece casi insignificante lo que voy a preguntarle. Sin embargo, lo voy a hacer. Se trata del tema de los de mi generación, los que nos preparamos para el sacerdocio durante los años del Concilio, y luego salimos con entusiasmo y tal vez, también con la pretensión de cambiar el mundo. Hemos trabajado mucho y hoy tenemos dificultades: estamos cansados, porque no se han realizado muchos de nuestros sueños y también porque nos sentimos un poco aislados. Los de más edad nos dicen: "¿Veis cómo teníamos razón nosotros al ser más prudentes?"; y los jóvenes algunas veces nos tachan de "nostálgicos del Concilio". Mi pregunta es ésta: ¿Podemos aportar aún algo a nuestra Iglesia, especialmente con esa cercanía a la gente que, a nuestro parecer, nos ha caracterizado? Ayúdenos a recobrar la esperanza, la serenidad...”

La pregunta, ciertamente, era muy interesante. Además, estaba siendo dirigida a un teólogo, Joseph Ratzinger, que había vivido el Concilio desde dentro. En efecto, aunque en aquel momento el Papa no era todavía obispo, había participado muy activamente en la asamblea conciliar, como consultor teológico del Cardenal Arzobispo de Colonia.

Existe una considerable paradoja entre las expectativas tan grandes creadas por el Concilio y el proceso posterior de secularización y abandono de la Iglesia por parte de muchos de sus miembros. Después de un modelo eclesial distante y enfrentado con la cultura surgida a partir de la Ilustración, todo parecía presagiar que finalmente se había encontrado la fórmula adecuada: la Iglesia se reencontraba con el mundo. Partiendo de esta apertura eclesial hacia el mundo, veríamos un renacer cristiano. El Concilio Vaticano II concluía el año 1965, en un clima de optimismo sin precedentes. Sin embargo, las cosas fueron muy distintas. La crisis religiosa postconciliar sobrevino como un “tsunami” implacable. El alejamiento de la práctica religiosa fue muy generalizado, así como el abandono de los sacerdotes y religiosos. Curiosamente, la popularidad de una Iglesia que había querido abrirse al mundo, no creció, sino todo lo contrario.
La respuesta de Benedicto XVI a la pregunta de aquel sacerdote, incidía en la necesidad de tener en cuenta dos momentos claves de “ruptura cultural” que siguieron al Concilio.

Por una parte, “Mayo del 68” fue una explosión que ponía en crisis la cultura cristiana de Occidente. La generación de la postguerra había desaparecido o había envejecido. Aquélla había sido una generación que había padecido el drama de las ideologías nazi y comunista, de forma que había apostado por el humanismo cristiano como camino de reconstrucción europea. Sin embargo, ahora todo parecía entrar en crisis. El espíritu de “Mayo del 68” despreciaba todo legado del pasado, y proclamaba la necesidad de empezar de cero. El marxismo se presentaba como la receta científica para construir el mundo nuevo.

En este momento histórico, se produjo un vivo debate en el seno de la Iglesia: Algunos pensaron que esta revolución cultural era lo que había perseguido el Concilio. Aunque la “letra” de los documentos conciliares no hubiese afirmado tales principios revolucionarios, sin embargo, sostenían que éste era el “espíritu” del Concilio. Por el lado contrario, otros sectores culpaban al Concilio por este masivo alejamiento de la fe y de la Iglesia.

Añádase a lo anterior que, veinte años después de esta primera crisis cultural, sobrevino una segunda: la caída de los regímenes comunistas en 1989. Algunos habían confiado en que la caída del Muro de Berlín hubiese supuesto el regreso a la fe, una vez comprobado el fracaso de la receta marxista. ¡Pero no fue así! La respuesta fue el escepticismo total, la llamada Postmodernidad: ¡Nada es verdad! ¡Que cada uno se busque su solución particular!

Tras refrescar nuestra memoria con este recorrido histórico, el Papa pasó a contestar al sacerdote italiano con su personal lectura creyente, capaz de extraer la lección que Dios quiere que extraigamos de nuestra historia: el Concilio había querido renunciar a un modelo triunfalista, más propio del Barroco, y descender al nivel de un diálogo coloquial con el hombre de nuestro tiempo. Pero, sin embargo, había crecido entre los católicos otro triunfalismo: el pensar que nosotros tenemos la receta mágica para construir la Iglesia del futuro, acaso despreciando a los que nos han precedido y pretendiendo reinventar la Iglesia… Pero la humildad del Crucificado excluye estos planteamientos triunfalistas. La Iglesia siempre debe llevar grabadas las llagas de la pasión de Cristo –incomprensión, persecución, signo de contradicción, etc.- ya que, precisamente por eso, tiene la capacidad de renovar el mundo. ¡Sin Cruz no hay Redención! La humildad de la Cruz es indispensable para la alegría de la Resurrección.

Y desde este espíritu humilde, añade el Papa, debemos redescubrir la gran herencia del Concilio. Han sido muchos, ¡muchísimos!, los logros del Concilio: florecimiento de tantos movimientos de laicos y de nuevas comunidades religiosas, experiencias de catolicidad, renovación litúrgica, corresponsabilidad de los laicos en la Iglesia, sínodos universales y diocesanos, diálogo fe-cultura… Benedicto XVI termina aconsejando la lectura de los textos conciliares en su literalidad, sin pretender interpretarlos desde un supuesto “espíritu conciliar”, que fácilmente podría ser susceptible de confusión con la propia subjetividad.

A buen seguro, que aquel sacerdote italiano que formulaba esa cuestión, en la que había estado tan implicada la historia de su vida, se sintió confortado y esperanzado con la respuesta.

¿Por quién repican las campanas?

Fuente: http://enticonfio.org/joseignaciomunilla.html
Mons. D. José Ignacio Munilla Aguirre
OBISPO DE PALENCIA

¿Por quién repican las campanas?

El domingo 28 de octubre repicaron al unísono las campanas de la Basílica de San Pedro del Vaticano y las campanas de las parroquias natales de los cincuenta y un nuevos beatos palentinos. Si hace setenta años nuestras campanas “doblaron”, ahora han “repicado”... En nuestro rico idioma castellano, distinguimos bien el matiz que diferencia las expresiones “doblan las campanas” y “repican las campanas”. La primera tiene un sentido mortuorio, mientras que la palabra “repicar” evoca el toque festivo de las campanas en señal de gloria y alegría.
Al día siguiente de las beatificaciones, el lunes 29 por la mañana, los peregrinos españoles presentes en Roma, celebrábamos una Misa de Acción de Gracias en la Basílica de San Pedro del Vaticano. Con emoción contenida escuchábamos la impresionante proclamación del salmo responsorial cantado por una soprano: “Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares. / Hasta los gentiles decían: «El Señor ha estado grande con ellos». El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres. / Que el Señor cambie nuestra suerte, como los torrentes del Negueb. Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares. / Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas.” (Sal 125).

Efectivamente, aquellos acontecimientos vividos en los años treinta fueron trágicos, pero ahora, a la luz de la fe y con la perspectiva que da el paso del tiempo, nos percatamos de que eran también gloriosos. La beatificación de estos mártires es una llamada, en primer lugar, a acrecentar la virtud de la esperanza en nuestra vida. Ésta es la gran lección del Evangelio de Jesucristo, reactualizada por estos contemporáneos nuestros: Sin cruz no hay gloria. No hay rosa sin espina, de la misma forma que -a la luz de la Cruz de Cristo- esperamos firmemente que detrás de cada espina brote una flor de vida eterna. La perspectiva que nos dan los mártires es fundamental para dar sentido a nuestra existencia: ningún sufrimiento de nuestra vida es inútil, cuando es integrado en la Pasión de Cristo. “En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rm 8, 28).

En segundo lugar, la homilía pronunciada por el Cardenal Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, José Saraiva Martins, resumía de la siguiente forma el legado que nos dejan los mártires: “A los hombres y a las mujeres de hoy nos dicen en voz muy alta que todos estamos llamados a la santidad (...). ¡Dios nos ha creado y redimido para que seamos santos! No podemos contentarnos con un cristianismo vivido tibiamente.” En otras palabras: el testimonio de los mártires es el mejor antídoto contra la mediocridad y el “pensamiento débil” tan propios de nuestra cultura actual. Su muerte testimonia que la felicidad del cristiano pasa por una opción irrenunciable e innegociable: vivir y morir en gracia de Dios. “Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde a sí mismo?” (Lc 9, 24-25).
Por último, añadiremos que un signo inequívoco que autentifica el martirio de nuestros mártires es el perdón y la misericordia. Las palabras de Jesús en la Cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34), fueron reproducidas por San Esteban, el primero de los mártires, en el momento de su lapidación: “Padre, no les tengas en cuenta este pecado” (Hch 7, 60), y brotan igualmente de los labios de los nuevos beatos. Resultan conmovedoras las palabras que uno de los nuevos beatos, religioso franciscano de la Comunidad de Consuegra, dirigía a sus hermanos, cuando estaban a punto de ser martirizados: «Hermanos, elevad vuestros ojos al cielo y rezad el último padrenuestro, pues dentro de breves momentos estaremos en el Reino de los cielos. Y perdonad a los que os van a dar muerte».

No me resisto, a reproducir también el testimonio de otro de los 498 nuevos beatos. Es el caso de don Ricardo Pla Espí, capellán mozárabe y Secretario de Estudios de la Universidad Pontificia de Toledo. Cuando fueron a su casa los milicianos con intención de matarle, su padre abrió la puerta. Don Ricardo, consciente de lo que hacía, bajó rápidamente a la entrada y dijo: «El sacerdote soy yo». Su madre y su hermana salieron también y don Ricardo se despidió de la familia con estas palabras dirigidas a su madre: «Madre, ¿usted no me ha criado para el cielo?... ¡Pues ésta es la hora! Al martirio hay que ir con alegría». Su madre respondió: «Hijo mío, ¡mucho valor para sufrir!, y ¡mucho más amor para perdonar!». A los pocos minutos, trasladado al paseo toledano del Tránsito, el beato Ricardo Pla Espí caía fusilado mientras gritaba: «¡Viva Cristo Rey!». Era la tarde del 30 de julio de 1936.

Sólo me queda concluir con las palabras pronunciadas por el Cardenal Bertone, Secretario de Estado: “Pidamos al Señor que el ejemplo de santidad de los nuevos mártires alcance para la Iglesia en España muchos frutos de auténtica vida cristiana: un amor que venza la tibieza, una ilusión que estimule la esperanza, un respeto que dé acogida a la verdad y una generosidad que abra el corazón a las necesidades de los más pobres del mundo.”

El 6 de noviembre ha sido elegido como la fecha anual para la conmemoración litúrgica de estos mártires. Aprovechando su proximidad, el próximo martes, 6 de noviembre, a las 18’00, tendremos en nuestra Catedral Palentina una Misa de Acción de gracias por la beatificación de estos 51 palentinos.

Jesús puede ver el corazón de los hombres.

Zaqueo era un hombre rico, jefe de los cobradores de impuestos. Se trata de de un personaje real que busca encontrarse con alguien que llene su vacío existencial. Ha oído hablar de Jesús, quiere verle en persona y no vacila en subirse a una higuera porque era bajo de estatura. Podemos suponer el ridículo que supondría para un personaje público el subirse a un árbol. Los publicanos y Zaqueo era uno de ellos, se habían enriquecido a costa del pueblo oprimido por los impuestos romanos, de los cuales eran recaudadores. A los ojos del pueblo eran ladrones y al mismo tiempo traidores. Sin duda, eran personajes odiados por todos, pecadores públicos. La gente le impedía ver a Jesús, en venganza por la injusticia en la que Zaqueo colaboraba. El subirse a lo alto de una higuera refleja el primer proceso de la conversión, es similar al "se puso en camino" del hijo pródigo. Para salir del fango hay que querer salir y hacer algo, sea dar un paso o subirse a un árbol.

Jesús puede ver el corazón de los hombres. Probablemente vio en el de Zaqueo un deseo de acercarse a Dios y hasta una intención de arrepentirse y cambiar su vida. Quizás es por esto que Jesús se fija en Zaqueo, lo reconoce y lo llama de entre aquella inmensa multitud, para darle la buena nueva de que cenará con él. Me imagino lo que pudo impresionar a Zaqueo la mirada de Jesús. Le miró con cariño, como un padre o una madre miran a su hijo rebelde. Así es Dios con nosotros, clemente, misericordioso, rico en piedad, bueno con todos, cariñoso con todas sus criaturas. Dios reprende con amor, poco a poco, dando a cada uno su tiempo para que se corrija y vuelva al buen camino.

¡Cuánto bien haría la mirada de Jesús en Zaqueo! Se sintió por primera vez en su vida amado de verdad. Y no sólo eso, Jesús le pide hospedarse en su casa. Zaqueo se sintió honrado, pero los "perfectos" criticaban que quisiera hospedarse en casa de un pecador.

La alegría de Zaqueo fue inmensa al conocer el amor de Jesús. Promete darles la mitad de todos sus bienes a los pobres. Afirma que si le ha robado a alguien, le devolverá cuatro veces más. Zaqueo ha encontrado "la perla de gran precio", y para poseerla, está dispuesto a renunciar a sus bienes materiales. ¿Qué pasó en el corazón de Zaqueo para que se produjera en él un cambio tan radical que estuviera dispuesto a dar la mitad de sus bienes a los necesitados? Pues, simplemente que le inundó el amor misericordioso de Jesús. Todos podemos reorientar nuestra vida. Quizá necesitamos un toque de atención, la cercanía de una mano amiga, un impacto especial o una experiencia trascendente. Una mirada de amor auténtico es la que puede cambiar al pecador. Hace más una gota de miel que un barril de vinagre para atraer al que esta perdido.

miércoles, 31 de octubre de 2007

Son ejemplo en el amor y en el testimonio de una fe por la que se muere, pero perdonando a quien mata.

El domingo pasado, en Roma se han beatificado 498 mártires españoles. Estos 498 hermanos nuestros que han sido beatificados no son mártires de un pensamiento ideológico ni político. Ellos son ejemplo en el amor y en el testimonio de una fe por la que se muere, pero perdonando a quien mata.

Una de las virtudes más importantes de la doctrina cristiana es el perdón. Y el perdón, hoy por hoy, se cotiza muy bajo en la bolsa de nuestra sociedad. Excluirlo de nuestra sociedad, quitar del medio el perdón en nuestra sociedad resulta muy rentable para los propagadores del odio; cuando alguien es incapaz de perdonar, está mucho más desvalido porque ese dolor le va desgastando. De este modo las personas se vuelven más receptivas a mensajes como los que nos llegan ahora que tratan de sacar todo el odio, toda la agresividad, todo lo malo que tenemos en nosotros.

Todos los cristianos estamos llamados a ser santos, hay una llamada universal a la santidad. Cada cual desde su propio estado de vida, unos como matrimonio, otros como solteros, otros como sacerdotes o consagrados, otros desde su estado de viudos, cada cual desde donde se encuentre. Y esta vocación a ser santos sí que es posible, no sólo es posible sino que hoy celebramos a todos aquellos que lo han conseguido con la ayuda divina y la Iglesia nos estimula a imitarlos.

Todos nos damos cuenta que seguir las huellas de Jesucristo es algo muy exigente. A Jesucristo no se le puede seguir de cualquier manera. No se a ustedes, pero uno, cuando intenta ser coherente con lo que cree, que pretende ser fiel a la amistad con el Señor, enseguida se da cuenta de la cantidad de veces que la fidelidad brilla por su ausencia. Y uno tiene que volver a acudir al sacramento de la Reconciliación para retomar los pasos en esa amistad íntima con Jesucristo. Nosotros no vamos detrás de una ideología, nosotros vamos detrás de una persona llamada Jesús de Nazaret, el cual es el Hijo de Dios.

Los santos son los que han seguido, de un modo heroico, los pasos del Señor Jesús. Se han desgastado amando y perdonando, trabajando por los demás y disculpando. Son aquellos que ante los enemigos o contrincantes sólo ven a hermanos dignos de ser amados.

Últimamente me está dando miedo la postura radical y militante que están adoptando personas de iglesia, cristianos practicantes, ante o frente cuestiones que ahora están en el candelero social. Tristemente se nos está colando la concepción de que los que piensan de un modo muy diferente a nosotros, de todos aquellos que quieren construir una sociedad sin Dios, son enemigos a los que hemos de atacar de cualquier modo. Eso no es correcto ni cristiano.

Cristo nos dice que recemos por nuestros enemigos, pero lo que no dice es que luchemos contra nuestros enemigos, porque son hermanos nuestros. ¿Dónde queda el aspecto martirial de la Iglesia?, ¿Dónde queda el ejercicio supremo del amor perdonando a aquellos que nos persiguen?.

El cristiano está llamado a alzar la mirada a Dios, a ser creativo en el seguimiento fiel a Nuestro Señor Jesucristo. Ante las diversas posturas que se nos plantean social o políticamente, nosotros estamos invitados a ejercer nuestra creatividad en el arte del amor. Estamos llamados a buscar vías, caminos nuevos que nos ayuden a crecer de tal modo que en situaciones difíciles podamos extraer buenos frutos. Los santos a lo largo de la historia han sido personas creativas. El amor crea situaciones nuevas que nos ayudan a madurar, sin embargo el odio genera división, recelos y nos quedamos raquíticos cristianamente hablando.

He empezado diciendo que estos 498 mártires españoles son ejemplo en el amor y en el testimonio de una fe por la que se muere, pero perdonando a quien mata.

Cristo nos pide que dejemos de pensar con los criterios de este mundo y que empecemos a dejarnos conquistar por los criterios del Evangelio. Donde haya odio, ponga yo amor, donde haya división, ponga yo unión.
Y sobre todo y ante todo: CRISTO EN EL CENTRO DE NUESTRO CORAZÓN. Así sea.

jueves, 25 de octubre de 2007

Los mejores hijos de la Iglesia.

Fuente: http://enticonfio.org/joseignaciomunilla.html
Mons. D. José Ignacio Munilla Aguirre
OBISPO DE PALENCIA

Los mejores hijos de la Iglesia

¡Hoy es un día histórico, donde los haya, para nuestro pueblo! Difícilmente volveremos a ser testigos de una beatificación colectiva de cincuenta y un fieles de esta Diócesis. Aquel elogio que Santa Teresa dedicaba a los palentinos (“gente de buena masa”), se queda ahora muy pequeño, al compararlo con este reconocimiento de la cumbre de la santidad para los mejores los hijos de nuestro pueblo.

La persecución religiosa durante la Guerra Civil Española y en los años previos, marcó la cima del martirologio de la historia de España. Ni siquiera durante los siglos de dominación musulmana tenemos noticia de tantos españoles martirizados en tan corto espacio de tiempo.

Resulta verdaderamente impresionante y conmovedor, el hecho de que no tengamos conocimiento de ningún caso de apostasía de la fe entre tantos miles como fueron martirizados. ¡Qué más natural que el pánico ante las torturas y la ejecución inminente, hubiese empujado a un buen número de creyentes a dar un paso atrás! ¡Ni tan siquiera uno solo de ellos dejó de anteponer la fe en Dios al apego a la vida!

Sin embargo, tengamos cuidado de no quedarnos en la mera admiración. El motivo último de las beatificaciones y canonizaciones no es otro que el de suscitar en nosotros la auténtica “imitación”. Es posible que algunos piensen que éstos son modelos inalcanzables para nosotros, que su historia es demasiado lejana y ajena a nuestras vidas... Pero, ¿qué es aquello que podemos y debemos imitar de nuestros mártires? Las tres virtudes teologales nos permiten resumirlo de forma concisa:

+ Fortaleza en la Fe: Tengamos en cuenta que la secularización de nuestros días ataca a la fe, pero no ya tanto en sus contenidos concretos, cuanto en la fuerza de nuestra adhesión, que es lo más íntimo de la fe. En la cultura actual es “políticamente correcto” tener una “cierta” fe, envuelta de dudas; pero, sin embargo, una fe firme sería sospechosa de fanatismo. Tal es así que, una determinada mentalidad moderna ha llegado a identificar la tibieza y la mediocridad como sinónimos de prudencia.
Por el contrario, los mártires testimonian que hay ideales demasiado valiosos como para regatear su precio. ¡No todo es negociable! Ellos prefirieron morir antes que sacrificar la Verdad.

+ Seguridad en la Esperanza: El Catecismo de la Iglesia Católica nos ofrece la siguiente definición: “La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los Cielos y a la Vida Eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo…” (CIC n. 1817).

Los mártires son el mejor recordatorio de nuestra vocación a la eternidad: ¡somos ciudadanos del Cielo! ¡Ellos eligieron la Vida “Eterna” antes que la “temporal”! Su testimonio es un eco del Evangelio: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Mt 16, 26), “todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3, 8), etc.

Démonos cuenta de que, los cristianos no rezamos para no morir, sino para “morir bien”. Tampoco vivimos para cuidar nuestra salud, sino que cuidamos la salud para poder “entregar” nuestra vida. Los mártires nos ayudan a descubrir que la vida no merece la pena ser vivida si no es para entregarla por el supremo ideal.

+ Constancia en el Amor: Uno de los casos más sobresalientes entre los sacerdotes martirizados en la Guerra Civil, es el del párroco de Santa María de Mataró (Barcelona), doctor Samsó, quien conducido al lugar en el que iba a ser ejecutado, intentó abrazar a sus verdugos, como manifestación de perdón, para decirles después: “Cometéis un crimen al matarme. Pero a mí me hacéis un gran favor, porque me ayudáis a ganar el Cielo. Yo estaré con Dios hoy mismo. Os prometo que cuando llegue a su presencia, mi primera oración será por vosotros”.

Los mártires hicieron vida las palabras de San Pablo: “No os dejéis vencer por el mal; antes bien, venced el mal a fuerza de bien” (Rm 12, 21). La ira, el odio y la venganza hubiesen sido las reacciones previsibles ante la injusticia de la que eran objeto. Sin embargo, estos héroes de la caridad rompieron la dinámica del mal, con la lógica del Evangelio: “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo los paganos?” (Mt 5, 43-46).

Cuando vemos a los mártires morir perdonando a sus verdugos, a imitación de Jesucristo en la Cruz, tenemos una ocasión inmejorable para convencernos de que lo peor no es padecer el mal, sino que el mal nos haga su cómplice. He aquí la gran noticia de estas 498 beatificaciones de mártires españoles: El amor es más fuerte que el odio, que el pecado y hasta que la misma muerte.

¡A las diez de la mañana de este histórico día, 28 de Octubre, redoblan las campanas de todas las parroquias en las que nuestros cincuenta y un mártires fueron bautizados!

miércoles, 24 de octubre de 2007

Aprender a mirar...

Fuente: http://www.pastoralsj.org/

Aprender a mirar...
A menudo pasamos por el mundo viendo, pero no mirando. Como creyentes tenemos un reto: descifrar los indicios de Dios en el mundo, ver en lo profundo. Leer en rostros anónimos la palabra: semejante, hermano, hijo. Ver en el espacio que nos rodea el vestigio de Dios que lo ha creado. Esta semana te proponemos que te esfuerces por mirar con ojos profundos, y entonces hables a Dios.
Mirar la historia rota...

Seguramente estos días, como tantos otros, leerás un periódico, o verás el telediario. Oirás cómo se suceden noticias que hablan de vidas anónimas, pero reales: un terremoto en México, una guerra en ciernes en Irak, amenazas nucleares en Corea, guerras civiles interminables, la aglomeración de gente que duda de un sistema injusto en Portoalegre, mientras los más poderosos se reúnen en Davos; una nueva epidemia, la violencia desatada en tantos rincones, cualquier gesto de discriminación por motivo de raza, edad, ideología, orientación sexual, nacionalidad... Cuando escuches todo esto, piensa: ¿Dónde estás tú, Dios? Y ante las tragedias, piensa, intuye, que Dios no es el Dios indiferente que se queda impasible, sino el Dios tan conmovido como tú, que se estremece. Y que si a ti el dolor te inquieta, a Dios le duele.
Y entonces pídele a Dios, perdón... Perdón por lo que hay en el mundo que lo rompe, lo viola, lo estremece. Perdón por tantas historias quebradas. Ya sé que yo no soy culpable, pero aún así, me brota este grito: lo siento. Lo siento de veras.
Mirar la vida en el mundo...

Tratar de ver. en el otro extremo, las señales de esperanza. Una voz a favor de la paz, una nueva vida que nace, un descubrimiento médico... En mi ciudad, percibir la vida. Tal vez sea un árbol en mi calle, o un parque cercano. Tal vez animales anónimos en medio de bloques de edificios. Y, sin duda, gente, mucha gente, con preocupaciones, con dudas, con miedos, con ilusiones, con historias mínimas que nunca ven la luz. Cuando vayas por la calle, presta atención a los rostros. Imagina los relatos que esconden. Intenta entender que hay una fuerza que nos une a todos, unos con otros.
Y entonces dale a Dios gracias por tantas vidas. Por ser parte de un mar de vida, que a veces es tormentoso y otras pacífico, pero siempre increíblemente bello. Da gracias a Dios por lo que son luchas y esperanzas, logros y batallas que contribuyen a recuperar la creación.

Mirar tu vida como un campo de batalla...

Entre esa historia rota y esa historia llena de vida. Entre tantos gestos que destruyen, mutilan, matan, inquietan y entristecen, por una parte, y tantos gestos que acarician, ilusionan, construyen, sanan y alegran. Tus propios gestos son gestos de una historia rota y una historia viva. Abraza lo que es vivo y humano. Pon barreras ante lo que deshumaniza. Acoge lo que te hace digno a ti y a tu mundo. Lucha contra lo que te aísla y te inmuniza. No te dejes aislar en una burbuja. Vive...
Y entonces pídele a Dios que te dé capacidad para descubrir cuál es tu lugar en el mundo, y fuerza para no rendirte a lo que es malo, y coraje para construir lo que es bueno... Y decídete a seguir caminando.

lunes, 15 de octubre de 2007

El arzobispado de Pamplona destaca la generosidad de los navarros en misiones y solidaridad.

Fuente: www.diariodenavarra.es

IGLESIA CATÓLICA
Lunes, 15 de octubre de 2007
El arzobispo de Pamplona destaca la generosidad de los navarros
en misiones y solidaridad.
El domingo se celebra el Domingo Mundial de las Misiones (Domund), bajo el lema ' Dichosos los que creen' La Diócesis navarra celebra el próximo domingo, día 21 de octubre, el Domingo Mundial de las Misiones (Domund) bajo el lema ' Dichosos los que creen' . El arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela, Francisco Pérez, también director nacional de Obras Nacionales Pontificias, destacó de la generosidad de los navarros tanto en misiones como en solidaridad.

El objetivo del Domund es, entre otros, hacer un llamamiento al relevo generacional de los misioneros. En Navarra hay 1.300 misioneros en 64 países, con una media de edad de 65 años. El año pasado se registraron 50 bajas entre fallecimientos y enfermedades y se produjeron 15 altas.

El Domund pretende además colaborar económicamente con las misiones. El año pasado en la Comunidad foral se recaudaron 952.000 euros. En medicamentos, la Diócesis navarra aportó al tercer mundo 18 toneladas, valoradas en 5 millones de Euros; y en ropa, se enviaron prendas valoradas en 34.000 euros.

Según expuso Ángel Echauri, delegado navarro de Misiones,«los misioneros son la cara más bonita, auténtica y comprometida de la Iglesia; son los mejores mensajeros de paz, concordia y entendimiento entre los pueblos».

El arzobispo de Navarra, que recordó la figura de Francisco de Javier, consideró que los 1.300 misioneros navarros suponen una cifra «bastante alta» y recordó que los 20.000 misioneros españoles colocan a España como el segundo país con más personas dedicadas a esta labor, tras Estados Unidos.

A su juicio, la Iglesia vive un «momento esplendoroso» y «brilla fuertemente en el mundo». Señaló así que cada año se instauran entre 20 y 25 diócesis en el mundo.

Misioneros navarros
A la rueda de prensa asistieron dos misioneros navarros, que expusieron su experiencia. Así María Villar Sesma, misionera comboniana, natural de Corella, relató su trabajo en Egipto en los últimos 14 años. Antes estuvo en Perú durante once años. Desarrolla su labor en un pueblo de 20.000 habitantes del sur de Egipto, donde la población cristiana ronda las 400 personas, la ortodoxa las 800 y el resto es musulmana.

Según contó Sesma, trabajan en la Iglesia local y colaboran en educación y sanidad. Como enfermera, explicó que trabaja en un dispensario, que atiende a unas 150 personas diarias, principalmente mujeres y niños.

Por su parte, Iñigo Ilundáin relató su experiencia en Honduras, a través de Salesianos, y destacó la cantidad de gente joven que está comprometida con la ayuda a personas necesitadas. «Cada vez las cifras son mayores y más jóvenes se comprometen en conocer la misión», dijo, para añadir que su experiencia en Honduras «cambió su vida».

Explicó que colaboró en este país centroamericano en un proyecto en el que se involucra gente joven, voluntaria, «a la que ayudamos a ayudar». El pilar de esta iniciativa es el voluntariado y precisó que han ayudado a más de 8.000 niños a estudiar. Consideró un «orgullo» compartir esta labor con los misioneros.

sábado, 13 de octubre de 2007

Ser agradecidos

Un amigo, jugando al fútbol se torció el pié derecho y se hizo un esguince. Después de estar unas tres horas en urgencias salió de allí con un par de muletas y escayolado. Ahora constantemente necesita de los demás para todo, desde hacer su cama hasta llevarle en coche de un sitio para otro, porque no puede así conducir… el caso es que la vida de este amigo mío se le he complicado notablemente: Depende de los otros. Y la palabra que más está pronunciando, casi a cada momento es: GRACIAS.

Me acuerdo de una señora hospitalizada, ya entrada en años, que tan pronto como veía entrar a uno por la puerta para preguntar sobre su estado de salud, ella se ponía tan contenta ‘como unas castañuelas’ porque se sentía importante, ya que alguien se acordaba de ella.
Todos nosotros tenemos un baúl de recuerdos agradecidos. Ya pueden ser cosas casi sin importancia o incluso el llegar a prestar dinero a un conocido porque se encuentre agobiado económicamente.

Y del mismo modo también me viene a la mente una retahíla de experiencias de servicios prestado a otra persona, de molestias que han ocasionado a uno, de importunidades que se le presentan y no haber obtenido ni un simple ‘gracias’. E incluso llega a aparecer que ese favor que uno hace es tomado por la otra persona como un derecho suyo y como una obligación tuya.

El relato del Evangelio de los 10 leprosos (Lc.17,11-19) es sugerente: De los diez leprosos curados, solamente vuelve un extranjero para darle las gracias a Jesús. Sin embargo el mensaje del Evangelio no se limita solamente a una sencilla lección de saber vivir; es mucho más que tener en cuenta una cualidad del corazón. Ante todo nos muestra una manera de orar y de encontrarnos con Dios.

Vivimos en un mundo en el que lo que cuenta es "el momento presente". De tal modo que cuando uno consigue algo, parece que se olvida de todas aquellas personas que han hecho posible que ese sueño sea realidad. ¡Cuántas veces hemos llegado a casa a la hora de comer y hemos encontrado la mesa puesta y la comida caliente y no hemos sido capaces de dar las gracias a nuestra madre o hermana o hermano por habernos hecho tan grande favor!.
Muchos cristianos nos podemos parecer a los 9 leprosos sanados por el Señor. Cuando una enfermedad se asoma por nuestras familias, un fracaso o una decepción nos acordamos de Dios y acudimos a la oración, se intenta reorientar los pasos dados. Y si, por casualidad el problema se soluciona y la amargura desaparece, parece que cerramos el asunto sin darnos cuenta de dar las gracias a Aquel que nos lo ha concedido el don que pedíamos: Dios.

En esta sociedad pragmática en la que nos ha tocado vivir se valora a la persona sólo por lo que tiene: "tanto tienes, tanto vales". Y además, se supone, que todo lo que tienes lo has conseguido por méritos propios, gracias al esfuerzo que has puesto. Parece que "todo nos es debido". No se valora una cosa hasta que la perdemos, ocurre con la salud y con otros bienes a los que "tenemos derecho". Esto puede observarse en ciertas actitudes de los niños y jóvenes con respecto a sus padres. Es la cultura de la "exigencia". Hemos perdido el sentido de la gratitud, del agradecimiento.

A nivel de nuestra práctica religiosa es más frecuente pedir que dar gracias. Cuando estamos en apuros solemos acudir más a la oración, pero ¡cuanto trabajo nos cuesta agradecer la ayuda que recibimos!. Sin embargo, de "bien nacidos es ser agradecidos". Todo lo hemos recibido gratis: la fe, la salud, la vida, los padres, el amor.

Recuperemos la actitud de agradecimiento. No olvidemos que Eucaristía significa "buena gracia", acción de gracias. Por eso nos reunimos todos los domingos, para agradecer a Dios el don de nuestra fe. A Él le debemos, como dice San Agustín "la existencia, la vida y la inteligencia; a Él le debemos el ser hombres, el haber vivido bien y el haber entendido con gratitud. Nuestro no es nada, a no ser el pecado que poseemos. Pues ¿qué tienes que no hayas recibido? (1 Cor 4,7)".
El Evangelio nos recomienda curarnos de la enfermedad de la altivez y de la ingratitud y elevar nuestro corazón purificado de la vaciedad y dar gracias a Dios.

viernes, 12 de octubre de 2007

Tres actitudes distintas ente las pruebas o la adversidad

Fuente: www.loiola.org





Hacía rato que José se paseaba de un lado al otro de la casa sin dejar de mirar el reloj. Eran las 12h de la noche, su hija aún no había regresado y su angustia aumentaba por momentos. Cuando de repente se abrió la puerta y allí estaba ella con sus ojos anegados en lágrimas. José la miró y adelantándose hacia ella, la apretó fuertemente y amorosamente contra su pecho, sin decirle nada, las preguntas vendrían después, el sabía que cualquier cosa que pudiera decir en aquel momento podría ser contraproducente…


Pero no hizo falta, la joven empezó a hablar con su padre, quejándose entre sollozo y sollozo acerca de su vida y de los obstáculos que incomprensiblemente le surgían al paso y de lo difícil que era para ella alcanzar las metas que se fijaba, por más que se había preparado, finalmente habían desechado su solicitud para aquel puesto de trabajo… José solo la escuchaba atentamente y la dejaba hablar reteniendo en su memoria todo cuanto ella decía, para ayudarla en el momento oportuno, que, el sabía que no era aquel; volcando en ella, eso sí, toda su ternura, porque el sabía de la importancia que supone el poder desahogar el corazón de todo cuanto le oprime para poder empezar a buscar soluciones…


Al fin ya eran cerca de la una de la madrugada cuando se retiraron cada uno a su dormitorio.
Pero pasaban las horas y José seguía sin poder conciliar el sueño, porque en su pensamiento se repetía una y otra vez una de las frases que había dicho su hija: "Ya no sé que hacer papá, en ocasiones me siento que voy a desfallecer, me siento con deseos de renunciar a todo, a veces incluso hasta a la propia vida. Me siento cansada de luchar. Cuando un problema se resuelve, otro nuevo surge.". Hasta que al final vio cómo podía ayudar a su hija, pero de una manera práctica, y la solución se la ofrecía su mismo trabajo.


No se si os he dicho, que José tenía un pequeño Restaurante en el cual hacia de cocinero. Así es que mientras desayunaban le dijo a su hija: "Hoy me acompañarás y me ayudarás en la cocina."


Al llegar al Restaurante ambos se pusieron dos delantales y el padre llenó tres cazuelas pequeñas con agua y las puso a calentar al fuego, mientras le decía a su hija que no se moviese de su lado y estuviese atenta. Cuando el agua comenzó a hervir, el hombre colocó dentro de la primera zanahorias, dentro de la segunda, huevos y, dentro de la tercera, granos de café. Los ingredientes quedaron así cocinándose por varios minutos, mientras que la impaciente hija se preguntaba cual era el significado de todo aquello…


Al cabo de veinte minutos el padre apagó los hornillos. Sacó una zanahoria de la cazuela y la colocó en un bol e hizo lo mismo con un huevo y finalmente, tomó una tacita y la llenó de café.
Y, dirigiéndose a su hija, le preguntó: "¿Hija, que ves?"- "Veo una zanahoria, un huevo y café." - le respondió ella, asombradísima ante aquella pregunta.


Entonces José le pidió a su hija que alargara la mano y tocara la zanahoria. Al hacerlo notó que la zanahoria estaba blanda y suave. A continuación le pidió que tomara el huevo y lo rompiera. Al quitarle la cáscara al huevo encontró que el interior del mismo se había endurecido. Y por último le pidió que probara el café. Y ella así lo hizo, deleitándose de su exquisito sabor y en su rico aroma.


- Entonces la hija volviéndose hacia su padre le preguntó: "¿Qué me quieres decir con todo esto, papá?"
" Verás hija: cada uno de estos ingredientes se ha enfrentado a la misma adversidad, al agua caliente; sin embargo cada uno de ellos ha reaccionado de manera distinta. La zanahoria ha ido al agua dura y fuerte, pero después de unos minutos se ha puesto blanda y débil. El huevo ha ido al agua con fragilidad, su interior líquido estaba protegido por una débil cáscara; pero después de haber experimentado el agua caliente, su interior se ha endurecido. Sin embargo los granos de café han sido distintos, después de estar en el agua caliente, los granos han transformado el agua en café".


Dime: "¿Cuál de ellos eres tú hija mía?"…
¿Eres la zanahoria que por fuera aparenta dureza y fortaleza pero que con el fuego de la prueba se ablanda y pierde su fortaleza de carácter?¿O tal vez eres el huevo que al comienzo es suave en su interior, pero el fuego de una fracaso, de una separación, una enfermedad, una muerte, lo endurece? ¿Por fuera pareces el mismo, pero por dentro te has endurecido y ahora tienes un corazón amargado?¿O eres como los granos de café?. No se si sabes, que para que el grano de café suelte todo su sabor, el agua tiene que calentarse a 100 grados centígrados; o sea que mientras más caliente, más sabor le da al agua, hasta transformarla en café, en un delicioso y aromático café. Si tú eres como el grano de café y en esos momentos dejas que Jesús entre a formar parte de tu prueba, de tu sufrimiento, de tu adversidad, si te confías a Él, y te abandonas en su Amor, el amor de Jesús te transformará en Él y tu sufrimiento se acabará transformando en una ofrenda agradable al Padre, y acabarás haciendo de esa prueba, de esa adversidad, una alabanza, un himno de acción de gracias al Señor, pues todo cuanto Él permite que nos suceda es para nuestro bien y desprenderás allí donde estés ese delicioso "aroma" de Jesús".


¿Cual eres tú cuando la adversidad, cuando la prueba golpea a tu puerta?, ¿cómo respondes? ¿como las zanahorias, como los huevos, o como el café?