sábado, 15 de enero de 2022

Homilía del domingo segundo del tiempo ordinario ciclo c

 

Homilía del Segundo Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

¿Qué quiere el Señor comunicarnos a través de ese milagro? Lo fundamental para resaltar es que se celebra una alianza nupcial. Y Jesús se dispone a realizar un primer signo que va a encuadrar todo su ministerio bajo la imagen de la alianza nupcial. Lo curioso es que San Juan destaque mucho este episodio y no nos digan quienes eran los que se casaban. Lo que está claro es que bastante relación tenían que tener con Jesús para ir él con los doce apóstoles. Además iba también María. San Juan al no contar quienes se casan desea manifestar que lo que al evangelista realmente le importa es utilizar ese marco de la alianza nupcial para describir el ministerio de Cristo como una alianza nupcial con nosotros.

Ya en el Antiguo Testamento esta imagen de la alianza nupcial como desposorio de Yahvé con Israel ya había sido utilizada. La alianza exige fidelidad, pero el pueblo de Israel nunca cumplió con la correspondencia a Yahvé; el pueblo de Israel fue infiel.  El pueblo de Israel se prostituía con los ídolos. La infidelidad era la idolatría del becerro de oro y otros tantos episodios. O sea, ya en el Antiguo Testamento Yahvé había hablado en estos términos de alianza nupcial. Oseas denuncia con fuerza la infidelidad del pueblo; y lo mismo Isaías (Is 24, 1-11). La tristeza por la falta de correspondencia se describe en Isaías como la falta de vino para expresar la alegría del amor humano.

La tristeza por la falta de correspondencia se describe en Isaías como la falta de vino para expresar la alegría del amor humano. Así lo cuenta Isaías. Por lo tanto con este texto el milagro de la conversión del agua en vino tiene un significado más claro aún. La generosidad del amor humano se acaba, como se acabó el vino en las bodas de Caná. Es decir, el hombre está hecho para amar, pero la paradoja radica en que todo lo humano es caduco. Pero el problema es que todas las ilusiones humanas se acaban. Lo que caracteriza todo lo humano es que caduca, que es caduco.

Por eso esa expresión «no les queda vino» es un percatarse por parte de María que la ilusión humana se acaba. Uno cuando es joven se piensa que se va a comer el mundo y se piensa que con las propias energías y con las propias fuerzas uno se piensa que va a ser feliz en su vida, y luego comprueba que no es feliz porque se le acaba el vino, y de que vienen los disgustos, los problemas, las contradicciones… y se desinfla. Y la fiesta de la alianza se convierte en un drama por la incapacidad de amar siempre: se me acaba el vino, se me acaba el amor. Por cierto, hay muchos matrimonios con profundos dramas, que vienen a uno y le dicen: ‘nos hemos divorciado porque se acabó el amor’. Cuando uno piensa que el amor se sustenta en la carne humana dice frases como: ‘se acabó el amor’.

Jesús te ofrece un vino generoso para celebrar la alianza con Dios y para poder corresponderle a Dios sin que se nos agote el amor. Es decir, no basta con que Dios te diga ‘te amo para siempre’, sino que además Dios nos tiene que dar a nosotros la capacidad de corresponderle para siempre, de lo contrario esto es un drama. Sería un drama porque si Dios te quiere con un amor eterno y nuestro amor se agota enseguida sería un gran desastre.

Este desastre es lo que ocurría en el Antiguo Testamento: En el Antiguo Testamento Yahvé hacía una declaración de amor e Israel no era capaz de corresponderle. Pero es que ahora con el Nuevo Testamento es distinto: no sólo nos dice Yahvé ‘te quiero con un amor eterno’, sino que además a ti te voy a dar una capacidad de amar con un amor eterno. Vas a poder amar con un vino generoso, que es el vino que te trae Cristo con su propio amor.

A la samaritana le ofrecerá una fuente interior que no se agota. La samaritana viene a decir lo mismo: ‘yo vengo a por agua pero se me acaba’, ‘mi vida es sacar agua, pero enseguida se me acaba’. Todo se acaba, es el vino que se agota. Y a la samaritana le promete una fuente de amor que no se acaba y aquí se nos promete un agua convertida en vino muy bueno y generoso y abundante.

En este episodio de las bodas de Caná de Galilea hay una promesa de que no sólo Dios nos ama con amor eterno, sino que nos va a capacitar para amarle. Y así dice el evangelio que «se manifestó su gloria». Y la gloria de Dios es el amor que no se acaba. Es el amor de ágape, el amor de donación, es el amor de entrega.

Más de un Padre de la Iglesia dice que el vino es un signo de la sangre redentora de Cristo. En el capítulo 6 de San Juan se dice: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, vivirá en mí y yo en él».

El vino es signo de la alianza con la que Dios Padre se une con nosotros para siempre. En Caná de Galilea, Jesús ha cambiado el agua en vino como un signo de la sangre del Señor. Aquí María sería la interlocutora de la Eucaristía, al pedir a su hijo esa transformación, también introduce como embajadora la Eucaristía. «No les queda vino», necesitan tu sangre redentora.

El vino bueno guardado para el final significa la sangre redentora del Calvario.

 

El Bautismo del Señor Jesús en el Río Jordán

 9 de enero de 2022

Bautismo del Señor

            Hoy día del bautismo de Jesús en el río Jordán es una buena ocasión para que cada uno de nosotros nos preguntemos sobre cómo va nuestro bautismo. Alguno puede pensar que el bautismo es algo que ya pasó, que fue algo que ya me dieron… pero esto no es cierto. El bautismo no es algo que ya pasó. El bautismo son tres semillas que sembraron dentro de mí, cuando a mí me bautizaron. Son tres semillas que a mi familia, que a mis padres, la Iglesia las pidió que las cuidasen, que las regasen, que abonasen la tierra y así, poco a poco fueran creciendo. Luego esas tres semillas, a estas alturas, a la mayoría de nosotros ya no son semillas, ya son una plantas que han ido poco a poco creciendo. Para algunos esas semillas ya serán árboles robustos, para otros serán unas plantas muy incipientes. Pero son tres semillas las que plantaron en nosotros que son la fe, la esperanza y la caridad. Y viendo cómo van esas tres semillas, cada uno puede examinar cómo va el bautismo que un día me dieron.

            La primera semilla es el de la Fe. El ambiente cultural de nuestra tierra, de nuestra España, de nuestra Europa es un ambiente que tiene una profunda crisis de fe. Sobre todo porque esta cultura está sufriendo el mal del relativismo, la negación de que exista ninguna verdad. Cada uno tiene su verdad a su medida. Occidente está enfermo porque no tiene fe y porque piensa que la única verdad es el dinero, y esto es una gran enfermedad. Pensar que no hay valores por los que merezcan la pena entregar la vida. Por lo que el primer mensaje que os tengo que dar es: ¡Manteneros firmes en la fe! Que no flaquee nuestra fe. La fe es como un testigo que nos entregan que tenemos que asir con fuerza en nuestra mano, correr la carrera de nuestra vida y trasmitirla en nuestra vida. Todos hemos visto las carreras de relevos en las Olimpiadas, en la que no es únicamente importante correr mucho, garra quien más corre habiendo cogido el testigo. Si el testigo se te cae al suelo no vale nada tu carrera. Lo importante es coger el testigo, correr la carrera de tu vida y transmitirlo a la siguiente generación. La fe la recibimos, como dice San Pablo «he recibido una tradición que yo os trasmito a vosotros». La madre Teresa de Calcuta dijo una vez «yo valoro y aprecio todas las religiones, pero estoy enamorada de la mía». Busquemos la verdad que nosotros la reconocemos en Jesucristo. Y en medio de este relativismo, vayamos como los marineros que en medio de la oscuridad buscan la luz. Como aquellos Magos de Oriente que siguieron la estrella de la fe.

            La segunda semilla es el de la Esperanza. También esta cultura nuestra tiene un problema de esperanza muy serio y se nota en muchas cosas. Se nota en la bajísima natalidad. Una sociedad que no tiene hijos es una sociedad que no tiene esperanza. Y no es problema de riqueza, porque las clases sociales más ricas tienen menos hijos en Europa. En la primera audiencia del año 2022 del Papa Francisco nos ha dado una frase muy impactante: «muchas parejas no tienen hijos porque no quieren, o tienen solamente uno porque no quieren otros, pero tienen dos perros o dos gatos, que ocupan el lugar de los hijos», y sigue añadiendo «esto nos quita humanidad». Si no nos abrimos a la vida es porque no tenemos confianza en el futuro. Hay más signos también de que falta la esperanza, por ejemplo la tristeza, hay mucha amargura. Hay un clima donde todo el mundo se queja de todo, uno se queja de su destino, se queja de la vida, se queja de todo el mundo. Es una falta de esperanza muy patente. Un signo de que hay esperanza es la alegría, es la confianza en la vida: Yo confío en la vida porque confío en Dios. Y confío en los demás porque confío en Dios. Por eso la segunda llamada que os hago es ‘cuidad la esperanza’, ‘¿cómo va esa confianza en Dios que tenemos los bautizados?’

            Y en tercer lugar, la tercera semilla que se plantó en el bautismo es el de la Caridad. Y la caridad crece dándola. Si tú te la guardas, la pierdes. Si la compartes, crece. Recuerdo que cuando éramos pequeños había un acertijo que decía: ¿qué cosa es que cuando lo compartes crece?, y el acertijo tenía como resultado el fuego. Si el fuego lo compartes, el fuego crece. También pasa eso con la caridad. La caridad solo crece si la compartes, si la guardas se apaga. Es como el fuego. Estamos llamados a ejercitar la caridad entre nosotros, superando el gran enemigo de la caridad que es el egoísmo, el pensar solamente en nosotros mismos, sabiendo que nuestra felicidad la realizamos haciendo felices a los demás. Este es el secreto del Evangelio: Es feliz el que se olvida de sí mismo; es feliz el que persigue hacer felices a los demás. El que no hace de su ‘yo’ el centro del mundo. Recuerdo que cuando era pequeño se puso de moda el juguete del yoyó. El ‘yoyó’ es ese juego que baja y sube girando y es ‘yo y yo y yo’, ‘y vuelve y vuelve y vuelve’. Y me acuerdo una vez que el párroco de mi pueblo, en la misa de niños, llevó un yoyó a la misa y nos dijo ‘aquí hay muchos que son como un yoyó’. No dijo eso y nos quedó a todos asombrados. Nos dijo ‘aquí hay muchos que son como un yoyó, siempre pensando en sí mismos, en yo, en lo mío, lo mío’…y nos dijo que ‘no vamos a ser felices mientras no juguemos al ‘tu tú’, en vez del ‘yoyó’. Es así las cosas, uno tiene que cambiar el chip. No somos felices si nos buscamos a nosotros mismos. La tercera semilla de la caridad consiste en esto: la gracia de olvidarnos de nosotros mismos y ser felices haciendo felices a los demás. Y esto lo vemos en todos los lados; lo vemos en la familia, la familia es feliz cuando los unos piensan en los otros, porque de otro modo es un tormento. Cuando la familia discute ‘esto te toca a ti’, ‘esto no me lo has hecho’…. es un tormento. Lo normal no suele ser el que discutamos en casa por querer pasar la aspiradora o hacer la colada o fregar. No solemos discutir por conseguir quitar al otro una labor doméstica para hacerla uno, no suele ser lo más normal. Ahora bien, si se discute por que uno quiere fregar y el otro no le deja…. ¡dejad que discutan porque eso va bien! El principio de la caridad es que yo soy feliz haciendo felices a los demás, olvidándome de mi mismo. Porque amando al otro estoy amando a Dios.

            Hoy que es el bautismo de Jesús recordemos nuestro propio bautismo y preguntarnos cada uno ¿yo que he hecho de mi bautismo? ¿Cómo van creciendo en mí cada una de esas tres semillas?