sábado, 23 de febrero de 2019

Homilía del Domingo VII del Tiempo Ordinario, Ciclo C


Homilía del Domingo VII del Tiempo Ordinario Ciclo C


Dios hoy te pregunta sobre la calidad de tu  amor. Había un eslogan de una empresa láctea que decía «la calidad, nuestra razón de ser».  Y la calidad en el amor se mide, se calibra, se pesa… pero no con balanzas humanas, sino con las celestiales. De esto nos hablan precisamente hoy las lecturas, de la calidad de tu amor.
Dios permitió una circunstancia especial para probar la calidad de amor de David. Nos dice la Palabra que «Saúl emprendió la bajada hacia el páramo de Zif, con tres mil soldados israelitas, para dar una batida en busca de David». Y David estaba escondido en la colina de Jaquilá, junto al desierto, porque teme por su vida. Saúl prestaba fácil oído a la maledicencia de la gente (1 Sm 24,9) y quiere acabar con David. David tenía muchas razones para matar a Saúl. A lo que Dios le va a escrutar el corazón. El Señor pone a David en una prueba crucial, extremadamente delicada para examinar la calidad del amor de David. Es más, le pone las circunstancias ideales, tanto Saúl como los tres mil soldados israelitas que acompañaban a Saúl «estaban todos dormidos, porque el Señor les había enviado un sueño profundo». David y su acompañante Abisay estaban al lado de donde estaba recostado dormido Saúl. Abisay le tentó diciéndole que ahora podía matar a Saúl de una lanzada. Sin embargo David perdonó la vida a Saúl porque el perdón es un síntoma claro de tener calidad en el amor y aquel que muestra calidad en el amor se va ganando el respeto y la admiración de todos.
Uno que no perdona es como la cal y el óxido que se acumula en las tuberías del agua y en las lavadoras que terminan obstruyéndolas y averiándolas. Nada puede justificar nuestra ausencia de amor allá donde tengamos que poner el amor.
No importa quien tenga la razón, no tenemos que olvidar quién es nuestro auténtico enemigo: Satanás. Mi hermano no es mi enemigo, aunque me saque de mis casillas. Ese hermano es el medio que Dios usa para que yo descubra el pecado que anida en mí. Si me sale el odio hacia ese hermano es porque el odio está dentro de mí, porque de no estar dentro no me saldría. Luego la guerra no la tengo que afrontar contra el otro, sino contra mi propio pecado. Luchando contra el propio pecado hacemos una apuesta por la calidad en el amor.
Tenemos mucho de hombres terrenos cuando nos aburguesamos en la fe pensando que cumpliendo con unos ritos ya estamos servidos. Cuando la acogida a los hermanos y la preocupación por ellos queda arrinconado. Cuando uno no permite dejarse aplastar por el mal que ocasiona el otro. Cuando uno está a la defensiva frente al otro y empieza a mirarse a sí mismo [su trabajo, su pensión, sus amistades, su futbol…] olvidándose de hacer esos gestos de amor tan necesarios por el hermano.
Tal vez pensemos que al estar en la Iglesia nuestra calidad del amor sea aceptable o incluso buena. No sea que nos llevemos el chasco por ser expulsados del banquete del Reino por nuestra pésima calidad en el amor, por no llevar el traje de gala.

24 de febrero 2019