sábado, 31 de agosto de 2013

Homilía del domingo XXII del tiempo ordinario, ciclo c


DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c

ECLESIÁSTICO 3, 17-18.20.28-29; SALMO 67; CARTA A LOS HEBREOS 12, 18-19.22-24a; SAN LUCAS 14, 1.7-14

            Hace poco tiempo pasé una tarde con una familia amiga. Su hobby es hacer puzzles, cuantas más piezas tenga, mayor diversión. Los hijos, que son los que los hacen, nunca me dejan ver la foto impresa en la caja. Ellos desean sorprenderme cuando esté acabado sobre la mesa de su comedor. Tienen gran destreza y en poco tiempo lo van montando. Cuando yo llegué ya habían montado una parte del puzzle y únicamente me enseñaron un montón de piezas sueltas, pero no me mostraron lo que llevaban hecho, es más, me lo ocultaron con una toalla. No eran piezas que tuviesen un colorido muy llamativo y me metieron la curiosidad en el cuerpo. La sobremesa se alargó y a punto de marcharme los muchachos me llaman para que pudiese admirar su obra concluida. Se trataba de una familia de campesinos, los padres, los abuelos y cuatro niños sentados a la mesa, a la luz de unas velas, comiendo unas mazorcas de maíz. Una escena entrañable.

 

            La vida cristiana se puede asemejar a ese puzzle. Nosotros nos hemos acercado a Dios porque hemos visto a Jesús. Y hemos visto su rostro, su modo de vivir, su corazón. ¿Y acaso hemos visto su rostro, su modo de vivir e incluso su corazón con la misma rapidez e inmediatez que las imágenes de la televisión?¿acaso basta únicamente un simple pestañear de ojos para descubrir a Cristo? Cuando uno abre la caja que contiene las piezas del puzzle y las amontona en la mesa ¿acaso encajan todas inmediatamente como si fuera un truco de magia formando el paisaje o la imagen deseada? Todo tiene un proceso.

 

            Nosotros vamos, poco a poco, descubriendo el rostro de Jesús, su modo de vivir y su corazón en la medida en nos vamos fiando de Él y le vamos haciendo caso. La lectura y escucha atenta de la Palabra de Dios, la confesión frecuente, la participación en la Eucaristía, los momentos de intimidad con Dios en la oración, el ofrecer la jornada al Señor... son momentos de gracia divina que nos va, poco a poco, permitiendo descubrir el rostro, el modo de vivir y el corazón de Jesucristo.

            Y el estilo de Jesús es la sencillez, la humildad, no llamar la atención, no pretender gloria humana alguna, ya que no se trata de triunfar sobre nadie ni contra nadie. Recuerden las sabias palabras del libro del Eclesiástico: «Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios».

 

            Nosotros los cristianos no tenemos más sabiduría que la de Jesús. Nadie puede dar lo que no tiene. Es el trato frecuente con Cristo el que te proporciona esa sabiduría que procede de lo alto. Instante a instante, momento a momento, día a día en ese trato con el Señor descubre la riqueza inmensa que supone tenerlo muy cerca. Los demás descubrirán a Cristo por nuestro actuar, ¿se dan cuenta ustedes de la gravísima responsabilidad que tenemos entre manos? Cuando mayor sea el trato de amistad con el Señor y más abiertos estemos a la acción del Espíritu Santo... más le conoceremos, -descubriremos su rostro, su modo de vivir y su corazón-, y con mayor convicción le seguiremos.  Yo quiero dejarme sorprender por Cristo.

sábado, 24 de agosto de 2013

Homilía del domingo XXI del tiempo ordinario, ciclo c


DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c

ISAÍAS 66, 18-21; SALMO 116; CARTA A LOS HEBREOS 12, 5-7.11-13; SAN LUCAS 13, 22-30

 

            Las lecturas de hoy no son para gente, precisamente, rebelde, porque habla de 'exhortación', habla de 'corrección' e incluso sale la palabra 'castigo'. Además el mismo Jesucristo nos está diciendo que entremos por 'la puerta estrecha' y si no estamos preparados nos veremos fuera de la Gloria eterna. Podemos llegar a pensar que Jesucristo quiere que nos desanimemos en su seguimiento y que 'tiremos -de una vez por todas- la toalla'. ¿No tienen ustedes la impresión de que Jesucristo es demasiado de exigente?¿que realmente se llega a pasar en sus peticiones?

            Ahora nos vamos a parar y vamos a reflexionar. Por un lado tanto ustedes como yo creemos -y muy convencidos- que las cosas que hacemos las hacemos bien. Además somos 'hijos de esta época' y la forma de pensar que tiene el mundo también 'ha calado en nosotros' que aunque seamos cristianos hemos adquirido -desgraciadamente- elementos que desdicen de nuestra fe o no favorecen en nuestro camino como cristianos. Y atención, es que encima nos justificamos y queremos 'quedar de pie'. Por un lado tenemos a Cristo que nos está pidiendo radicalidad en su seguimiento y por otro estamos nosotros que nos aferramos a nuestras cosas, a nuestras seguridades, a nuestras manías y malos hábitos. Es que resulta que por un lado estamos bien agarrados al mundo y a las cosas terrenas, que también no deja de tira hacia ese lado. Y por el otro extremo estamos siendo sostenidos por Jesucristo que no desearía soltarnos porque pretende que nos salvemos. Es como si estuviésemos suspendidos en el aire sujetos por ambos extremos. Cristo es claro, es como si nos dijese: «¡Aclárate! ¡eres hijo de la luz o hijo de la tiniebla! ¡opta, elige!».

            Recordemos las palabras del Señor: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha ». Y la carta a los Hebreos nos sigue diciendo: «Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos». Un futbolista juega con los de su equipo para ganar y no se pasa al otro equipo, porque sabe a quién se debe. Nosotros somos 'de los de Cristo'. Es cierto que vivimos en el mundo pero no somos del mundo; somos de Cristo. Y Cristo te va exigiendo rupturas con las cosas del mundo, y sin embargo uno -erre que erre- sigue estando aferrado con fuerzas a lo mundano. Cristo nos corrige y nosotros nos resistimos. Muchas de las cosas no las comprendemos, pero nos fiamos de Él. Dios nos dice «o eres caliente o eres frío... templados no los quiero».

            Hermanos, hagamos caso a lo que dice la carta a los Hebreos y así iremos dando pasos acertados: «Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, en vez de retorcerse, se curará».

jueves, 15 de agosto de 2013

Homilía del domingo XX del tiempo ordinario, ciclo c


DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c

JEREMÍAS 38, 4-6. 8-10; SALMO 39; HEBREOS 12, 1-4; SAN LUCAS 12, 49-43

           

            Hoy nos encontramos con uno de esos personajes que han despuntado por su fidelidad a Dios: El profeta Jeremías. A Jeremías le toca vivir una época muy dura. El rey Sedecías no escucha las palabras del Señor pronunciadas por medio del profeta Jeremías. Al rey sólo le interesa escuchar lo que él desea escuchar: halagos, buenas palabras y victorias a costa de lo que fuese. El pueblo mientras tanto atravesando una carencia severa: el pueblo está desanimado, el rey no tiene poder, no hay agua en la cisterna -sólo lodo- y no hay pan en la ciudad. El pueblo está sufriendo las consecuencias de las malas decisiones de sus dirigentes. Cuando uno no escucha la voz de Dios se comporta como un insensato cuyas consecuencias negativas repercuten a todos. El rey Sedecías no respeta la Palabra de Dios porque no dice lo que él desea escuchar.

 

            De todos modos, siendo sinceros, tenemos cosas en común con el rey Sedecías: Tan pronto como el Señor nos manda algo que no queremos o nos dice algo que nos incomoda ya empezamos a refunfuñar e intentamos 'salir con la nuestra'.  

 

            El Señor había dicho a su profeta Jeremías que la ciudad de Jerusalén iba a ser entregada al rey de Babilonia. Dios desea darles una lección para que aprenda a obedecerle ya que está educando a su pueblo, como lo hace un padre con su hijo. El profeta Jeremías era más molesto que 'una piedra en el zapato' porque cuando te indican lo que Dios quiere de tí  y uno hace 'lo que le viene en gana', en el fondo su conciencia uno se siente denunciado por saber que hizo lo que no debía. El buen cristiano, el auténtico discípulo de Cristo, tiene que estar siempre dispuesto a predicar la verdad del Evangelio, aunque su lucha por anunciar a Jesucristo le acarree marginación o aún cosas peores. Seremos auténticos incordios para muchos, peores que esas 'piedras en sus zapatos' pero les estaremos ayudando a salvarse, aunque ellos ni lo reconozcan ni agradezcan.  

 

            Como el rey Sedecías no escuchó ni obedeció al Señor le vino el castigo. Sedecías y el pueblo recibió su merecido -a Sedecías le sacaron los ojos y le cargaron de cadenas llevándolo a Babilonia. ¿Para qué quería los ojos sino veía la luz que Dios le ofrecía y prefería la oscuridad de su pecado? En cambio los que eran fieles a Dios -muy pocos- pudieron gozar de paz y tranquilidad.

 

            Dios también, en la actualidad, está educando a su pueblo. Y se toma tantas molestias que hasta se hace presente en medio de todo nosotros: «Donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20). En la carta a los Hebreos nos dice que estamos rodeados de muchos testigos. ¿Testigos de quien? ¿que han visto y oído para que sea tan importantes esos testigos? Son testigos -en primera persona- de la acción de Dios en sus vidas. Como dice San Juan en su primera carta: «Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros» (1 Pe 1,3a). Y esos testigos que tienen experiencia de la presencia de Jesucristo ¿dónde se están? ¿dónde se les puede encontrar? El Señor Jesús nos dice que «por sus frutos les conoceréis» (Mt 7, 20) y le pelea contra el pecado es una constante, sin desfallecer. Una comunidad cristiana formada por personas que son constantes en la oración y en su lucha contra el pecado nos ayuda a tener los ojos y el corazón fijos en Jesucristo...y eso marca, hace que uno deje de vivir para sí mismo y empiece a vivir para los demás porque así está amando a Dios. Una comunidad cristiana así es un estímulo y una ayuda infinita y uno descubre cosas que de otro modo ni llegaría a intuir. Y lo curioso de todo esto es que lo único que se ha de hacer es dejarse quemar por el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. El profeta Jeremías estaba lleno del fuego de Dios y por eso actuaba como actuaba. Ojala que también nosotros seamos hoguera de ese fuego de amor divino.

miércoles, 14 de agosto de 2013

La Asunción de la Virgen María 2013


LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA 2013

            Hermanos, vivimos en una situación de enfriamiento religioso. Muchos de los que han sido bautizados se comportan como ateos o indiferentes ante Dios. No se plantean nada a nivel de fe o bien porque creen que ya lo saben todo o bien porque entienden que la Iglesia es la madrastra que prohíbe todo lo que el mundo considera bueno y apetitoso. Cuando uno se mueve en estos parámetros, cuando uno está convencido que está muy bien como se está y sólo la palabra 'conversión' ya ocasiona un molesto 'rechinar de dientes' uno no se plantea nada cerrándose a la acción de Dios en su ser.

            El Señor nos dice «porque mis planes no son vuestros planes ni vuestros caminos son como los míos» (Is 55,8). Es el Señor el que nos llama seriamente la atención porque Él quiere hacer un camino con nosotros y nosotros no le aceptamos. Nuestra soberbia nos impide reconocernos lo que somos: pecadores. Todo lo justificamos ya que siempre hay que intentar ocultar el reconocimiento del propio pecado. Se dice «todos lo hacen» o incluso se oye cosas de padres y de gente madura intentando justificar a sus hijos con frases como «déjales que hagan lo que quieran ya que nosotros no pudimos hacerlo y que disfruten». Nadie reconoce sus malas acciones; nadie reconoce su propio pecado y eso genera un daño en la conciencia colectiva. Se llega a convivir con 'un corazón de piedra' porque el pecado nos endurece cada vez con mayor intensidad, y estamos heridos por la muerte. Esto se manifiesta en una incapacidad de amar con un amor evangélico. Juzgamos sin conocer; caemos en la mentira y nos creemos nuestras propias mentiras; intentamos pagar con la misma moneda a los demás devolviendo mal por mal; nadie quiere ser menos que nadie. En una palabra: constatamos las consecuencias de estar lejos de la gracia de Dios.

            Sin embargo Cristo murió y resucitó por tí y por mí. Se encarnó, fue despreciado por los hombres, insultado, azotado, crucificado, como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador enmudecía y no decía palabra. En sus llagas hemos sido curados. Su sacrificio es infinito por amor y uno se para y se dice: todo eso Jesucristo lo ha hecho por mí. Resulta curioso, cuando uno compra un regalo a una persona lo que se espera es el agradecimiento por el detalle tenido. Pero cuando se trata de las cosas del espíritu ese agradecimiento suele faltar porque nos hemos acostumbrados a vivir como 'hijos de este mundo' empecinados en acumular cosas y con comportamientos muy alejados de la llamada a la santidad.

            La Santísima Virgen María nos ofrece una lección magistral. Aprender a reconocer nuestra radical necesidad de Jesucristo. La Santísima Virgen quiere que dejemos las rutinas de siempre para empezar a escuchar el mensaje liberador de su Hijo. Desea que Cristo sea el criterio de nuestra vida y la norma de nuestras conductas. Entre el deseo de la Santísima Virgen y nuestra realidad se da un gran abismo, por eso Ella pretende que cada cual caliente su vida espiritual y sea así una ofrenda agradable ante la presencia de Dios. Así sea.

martes, 13 de agosto de 2013

sábado, 10 de agosto de 2013

Homilía del domingo XIX del tiempo ordinario, ciclo c


DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c

SABIDURÍA 18, 6-9; SALMO 32; HEBREOS 11, 1-2.8-19; SAN LUCAS 12, 32-48

 

            Hermanos resulta muy curioso que un libro escrito -probablemente- en Alejandría y redactado entre los años 150-30 a.C. nos pueda dar un mensaje tan actual. Les estoy hablando del libro de la Sabiduría; en concreto de la primera de las lectura proclamadas hoy.

            El pueblo judío se encuentra en la diáspora en Egipto. El pueblo judío está fuera de su tierra, viviendo en un país extranjero. Ellos son los extraños. Ellos son los que han venido de fuera; son ciudadanos de tercera o de cuarta categoría. Además aquellos judíos que desean ser fieles a Dios lo tienen muy difícil -muy cuesta arriba- porque todo el contexto social y cultural que les rodea constantemente les está mandando mensajes muy seductores, engañosos, muy bien elaborados... para confundirles y que abandonen su fe. A todo esto hay que sumar que el contexto social donde se desenvuelven se celebran muchos cultos a los diversos dioses de aquel lugar. A todo esto hay que sumar que los ciudadanos de aquel país no tienen precisamente aprecio a los judíos dándose un clima de hostilidad y persecución. Algunos de judíos, al no tener una fe madura en Dios terminan apostatando, abandonando las creencias y tradiciones de sus antepasados.

 

            En cambio los que desean ser fieles a la Alianza que Dios hizo a sus padres se aferran al Señor con firmeza y convicción. Para muestra un botón, y dense cuenta cómo desean que Dios sea el Señor de sus vidas; escuchen lo que dice estas frases de la primera de las lecturas: «Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y de común acuerdo se imponían esta ley sagrada, que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales». Sin embargo no olvidemos que estos judíos piadosos eran 'bichos raros' para la gente de aquel entonces.

 

            Ahora nos vamos a situar en los tiempos presentes, a inicios del siglo XXI. Cuando una persona permite que Jesucristo entre de lleno en su vida y que sea el Espíritu de Dios quien la guíe, ya pasa a ser un 'bicho raro' para este mundo. El trato personal con Jesucristo le va abriendo otros horizontes, otro modo de entender la realidad que conduce a la plenitud. Siempre ayudan los ejemplos para que yo me pueda explicar mejor: una persona que está descubriendo la novedad de Cristo, que permite que Cristo esté en el centro de su vida luchará contra aquellos hábitos de conducta que le alejen de Él. Irá desvinculando el beber por beber alcohol con el salir de fiesta y divertirse; irá valorando la Eucaristía y la Confesión como medios imprescindibles para entender su propia realidad; cuidará mucho el tipo de conversaciones que se tenga y las imágenes que vea; se esforzará por apostar por los valores cristianos; irá sintiendo la presencia de Jesucristo y su exigencia por ir dando pasos en el camino de la conversión... Y cuando uno se va adentrando en ese camino trazado por Jesucristo los demás te señalan con el dedo porque se dan cuenta que has cambiado y sólo los que te quieren te aceptarán en ese cambio que ha sido fruto de tu decir SÍ al Señor.  

 

            Nosotros al igual que Abrahán vivimos en tierra extranjera y como Abrahán nos dejamos mover por la fe. Y nos movemos por la fe porque nuestro único tesoro es Jesucristo, ¡y donde esté Jesucristo allí queremos estar también nosotros! Así sea.

sábado, 3 de agosto de 2013

Homilía del domingo XVIII del tiempo ordinario, ciclo c


HOMILÍA DEL DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c ECLESIASTÉS 1,2; 2, 21-23; SALMO 89; SAN PABLO A LOS COLOSENSES 3, 1-5.9-11; SAN LUCAS 12, 13-21

 

            La salvación nos viene de Dios, no nos viene ni de nuestro dinero ni de nuestras posesiones. Sin embargo resulta curioso que aunque lo sepamos nuestro comportamiento e inclinaciones no sean las más acertadas. Jesucristo nos hace llegar un mensaje muy claro: la vida puede ser un gran engaño, como la del ricachón, tal feliz por su enorme riqueza que ni se entera que nada de eso se llevará al morir.

            Si aceptamos que la salvación nos viene de Dios esto supone que empecemos a buscar «los bienes de allá arriba», los que valen, los que duran, los que dan un verdadero sentido a la vida. Supone morir a la vida anterior, renunciar a la pretensión equivocada de vivir en este mundo por nuestra cuenta y como si fuera ésta la vida definitiva, para nacer de nuevo a una vida diferente, una vida rehecha a partir de la adoración de Dios y a la obediencia al Evangelio…una vida iluminada por la fe y sostenida por la esperanza en la resurrección. Como consecuencia de este cambio real en la propia vida, las personas convertidas comienzan a cambiar el mundo de las relaciones, de la convivencia, cambia el tejido de la vida social y cultural de los hombres y de la sociedad. Aquel o aquella que se adentra en un proceso de conversión se le nota, incluso, en el modo de hablar y en las conversaciones que le van interesando. Cristo hace nuevas todas las cosas.

            Todo lo que sea lo cotidiano, el trabajo diario, la relación familiar, el descanso merecido, los proyectos de futuro, tanto los logros como decepciones… todo tiene que ser fecundado, rehecho, evangelizado, cristificado para que sea llevado como una ofrenda agradable a Dios y busquemos los bienes de allá arriba. Y me podrían preguntar: ¿cómo se puede hace eso?¿dónde podemos encontrar modelos de vida cristiana en los que podemos darnos cuenta que todo esto sí que se puede llevar a cabo?¿hay personas que se hayan adentrado en estos senderos para que nosotros los  podemos tener como posibles referentes? Hermanos, efectivamente los hay. Hay matrimonios, hay familias, hay personas que tienen a Cristo en el centro de su ser. Es cierto que aquellos que quieren ser fieles a Jesucristo necesitan de una comunidad cristiana de referencia donde celebrar su fe,  donde escuchar la Palabra de Dios, donde celebrar la Eucaristía, donde crear comunidad y donde se sientan parte de algo grande: la Iglesia de Cristo.

            Nuestros pueblos –aún con profundas raigambres cristianas- necesitan urgentemente una nueva evangelización porque hay que suscitar la fe de los que no creen, fortalecer la fe de aquellos que aún vacilan y viven alejados de la gracia de Dios y ayudar a descubrir a Cristo a todos aquellos que dicen que ya le conocen. Cada pueblo crea su cultura y sus tradiciones que nacen de sus experiencias más hondas y de sus anhelos. Jesucristo siempre ha ayudado a consolidar la convivencia y ha sido puente de entendimiento entre las personas. Su persona enriquece notablemente todo aquello que toca para que vivamos con lucidez y frescura la fe. Todo esto tiene su eco positivo, todo esto tiene una repercusión gozosa en los diversos ambientes donde nos movamos construyendo una cultura del amor.

            Los bienes de arriba son los  que valen, los que duran, los que dan sentido a la vida. ¡Qué más nos da que el mundo no entienda nuestra escala de valores! ¿Es que realmente tenemos envidia de los bienes de acá abajo? Seguro que ustedes al igual que yo preferimos los bienes de allá arriba porque sabemos perfectamente de quien nos estamos fiando: de Jesucristo, aquel que ‘es nuestro refugio de generación en generación’.