domingo, 22 de octubre de 2017

¿Está bien para un católico celebrar Halloween?

¿Qué es la fiesta Holywins?

Charla sobre Halloween

Homilía del Domingo XXIX del Tiempo Ordinario, ciclo a

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a
            Realmente un pequeñito destello de la sabiduría divina ensombrece a toda la sabiduría humana.  Recuerdo cuando era niño que en el colegio, cuando había que hacer los equipos para jugar al baloncesto, los dos que mejor jugaban iban eligiendo, uno a uno, de entre todos los que allí estábamos presentes. Y nosotros no nos quedábamos en silencio, sino que constantemente les decíamos ‘a mí’, ‘a mí’ para ser seleccionados para ese equipo. Cuanto antes te elegían, más orgulloso te encontrabas porque siempre se peleaban por los mejores y dejaban para lo último a los peores jugadores. Luego uno descubre –por desgracia- que esa competitividad se arrastra en el instituto, en la universidad, en todos los ámbitos de la vida.
            Pero hoy Dios no sé cómo lo ha hecho pero me ha sorprendido. Mira que había gente muy buena, excelente, cumplidora, judíos fieles y amantes de Yahvé…porque en medio del pueblo hebreo había mucha gente y muchos de ellos con Matrículas de Honor en la vida religiosa…, que va Dios –y para seleccionar a su equipo- elige únicamente a uno, y encima no era ni judío, un extranjero que no creía ni en Yahvé. Desconcertante. Y por lo visto no se equivocó Yahvé al elegirle, porque el profeta Isaías se ha deshecho en elogios con este extranjero por nombre Ciro, rey de Persia.
            Resulta que el pueblo judío ha visto en Ciro a un liberador porque con su nueva política trae la libertad a Israel. Es poder de liberación para los desterrados en Babilonia. Ciro no conocía a Yahvé, pero Yahvé sí que conocía a Ciro, al rey de Persia. En la historia humana podemos ver la mano de Dios en la bondad o en los principios éticos y sociales de pueblos y de gobernantes que anteponen el bien a todos los otros valores. Por eso rezamos por aquellos que nos gobiernan, para que Dios pueda hablar por medio de sus decisiones y actuaciones…aunque muchas veces nos decepcionen por sus pecados de egoísmo.
            Si teníamos a Ciro –del cual el profeta Isaías se deshace en elogios y en piropos en la primera de las lecturas (PRIMERA LECTURA: Isaías 45,1.4-6), en la segunda de las lectura es una acción de gracias que San Pablo hace a la comunidad de Tesalónica. Y hace esta acción de gracias porque esa comunidad aceptó el Evangelio que se le predicó. Y eso que era un Evangelio y un mensaje que les acarrearía dificultades y desventajas frente a la sociedad e incluso frente a la sinagoga (SEGUNDA LECTURA: 1ª Tesalonicenses 1,1-5a), pero ellos demostraron que las fuerzas que tuvieron para afrontar los serios problemas veía de lo alto, de Dios.
            Y si decíamos que Isaías había hablado maravillas de Ciro, el rey de Persia, ahora vemos cómo otro gobernante –cuyo nombre no aparece directamente- es cruel e insensible. Vienen a Jesús con una pregunta capciosa y con una gran ‘mala leche’ al pedirle su opinión de si es lícito o no pagar el impuesto al César (EVANGELIO: Mateo 22, 15-21). Con esta pregunta ponían a Jesús en todo el centro de la diana. Y es curioso que se lo preguntaran a él cuando estos judíos –los fariseos y los partidarios de Herodes- estaban muy molesto con Poncio Pilato. Poncio Pilato hacía que el reinado de Roma fuera cruel, pesado y sumamente molesto para los judíos. El prefecto romano Poncio Pilato era un gobernante de una crueldad sin miramientos, vengativo y arbitario. Los judíos lo odiaban porque había introducido en Jerusalén bustos e insignias del César, además de haber usado el dinero sagrado del templo para construir un acueducto que llevara el agua a Jerusalén. Y hacen esta trampa  a Jesús de si se tiene que pagar el impuesto al Cesar sí o no.  La trampa la resuelve Jesús, no solamente con inteligencia, sino con sabiduría, donde salta por los aires la legalidad con la que pretenden acusarlo en su caso. La respuesta de Jesús no es evasiva, sino profética; porque a trampas legales no valen más que respuestas proféticas. El tributo de hacienda es socialmente necesario; el corazón, no obstante, lleva la imagen de Dios donde el hombre recobra toda su dignidad, aunque pierda el “dinero” o la imagen del césar de turno que no valen nada.

            He empezado diciendo que Dios –como si se tratara de un seleccionador para hacer un equipo de baloncesto o de futbol- elige a quien quiere para las grandes misiones, nos hace pensar que tal vez, aún no nos elija para sus cometido porque Dios sigue sin ser la columna fundamental de nuestra vida, porque aún el ahorro, la comodidad, el dinero y el bienestar usurpen el puesto que le corresponde a Él en nuestras vidas. 

jueves, 12 de octubre de 2017

domingo, 8 de octubre de 2017

Homilía del Domingo XXVII del Tiempo Ordinario, ciclo a

Homilía del Domingo XXVII del Tiempo Ordinario,ciclo a

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo a
            Esta parábola de los viñadores homicidas nos interpela seriamente a cada uno. Es la historia de nuestra propia vida. El pueblo de Israel, era un pueblo de origen pastoril, errante, esclavo. Podía perfectamente existir y pasar desapercibidos e ignorados por todos. No eran nada, no valían nada, a nadie le importaba su posible exterminio. Sus decisiones a nadie importaba y sus aportaciones eran ignoradas por la multitud de pueblos. ¿Dónde residía su valor? ¿Por qué ese pueblo debía de ser respetado y tenido en cuenta? Simplemente no eran nada.
            Pero Dios todopoderoso pone sus ojos en ellos y aquellos que antes ‘nadie daba ni un duro por ellos’, ahora son plenamente valiosos. Israel es valioso porque cuando está con Dios es cuando es fuerte. Israel, fuerte con Dios. Y Dios les mima, les cuida sobremanera dándoles una tierra. Ellos dejan de ser nómadas para establecerse en un lugar fijo. Esta tierra, que es un don, plantan viñas y huertas.
            Empiezan a tener posesiones, dinero, comodidades, lujos, seguridades… y buscan la felicidad en todo menos en Dios. Buscan otros dioses, empiezan a tener actitudes idólatras con su claro reflejo en las injusticias sociales, las peleas frecuentes, poniendo sus ojos en todo menos en Dios. De tal manera que la bendición divina ya no recae sobre ellos y ellos van adquiriendo una mentalidad alejada de los mandamientos y designios divinos.
Se creen algo, cuando únicamente son polvo y ceniza. Dice el profeta Isaías: «Esperó que diera uvas, pero solo crió agraces» (PRIMERA LECTURA, Is 5, 1-7). En el momento que nos apartamos de Dios el derecho y la justicia brillan por su ausencia. Llega un momento en que uno no posee el dinero, sino que el dinero le posee a uno; que uno no tiene afectos, sino que los afectos han colonizado su corazón; que uno no tiene sus deseos sino que los deseos atormentan a la mente. Los demonios empiezan a ‘campar a sus anchas’ por nuestra existencia encadenándonos con multitud de esclavitudes. Por eso es tan importante escuchar, atender y hacer caso a la Palabra: «Nada debe de angustiaros; al contrario, en cualquier situación, presentad a Dios vuestros deseos, acompañando vuestras oraciones y súplicas con un corazón agradecido» (SEGUNDA LECTURA, Fil 4, 6-9). Lo que nos interesa es que la paz de Dios esté anidada en nuestro corazón. Que nada ni nadie aprese nuestro corazón, sólo Dios.
            De tal manera que cuando uno está en ese trato de cercanía con Dios podemos hacer caso a las palabras del apóstol: «Apreciad todo lo que sea verdadero, noble, recto, limpio y amable». Cuando uno está apresado por los ídolos a los que uno mismo da culto, pierde la libertad interior y exterior, y al mismo tiempo pervierte el razonamiento y el sentido de las cosas. Es cierto que todo aparece como más fácil y más cómodo, pero es un claro engaño ya que nos conduce irremediablemente a la perdición y a la muerte eterna. Para poder luchar en la fidelidad al Señor y poder plantar cara al Diablo es preciso atender a las palabras del apóstol en la segunda de las lecturas de hoy: «Poned en práctica lo que habéis aprendido y recibido: lo que en mí habéis visto y oído, ponedlo por práctica. Y el Dios de la paz estará con vosotros». Sin embargo este cometido es difícil, implica una guerra sin cuartel contra Satanás. Satanás no descansa y constantemente nos está atacando sin piedad. Es cruel en niveles insospechados. Desea llevarnos con él, allá al infierno. De ahí el grito de socorro que lanzamos a Dios para que nos sostenga en la lucha contra nuestro propio pecado: «¡Oh Señor, Dios del universo, renuévanos, que ilumina tu rostro y estaremos salvados!» (SALMO RESPONSORIAL, Sal 79, 9.12-16.19-20).   
            Israel fue elegido por Dios y en Dios reside su dignidad y fortaleza. Cada uno de nosotros somos fuertes cuando estamos con Dios, ya que –tal y como nos exhorta Nehemías- «No estéis tristes: la alegría de Yahvé es vuestra fortaleza» (Nehemías 8, 10b). Nosotros no somos dueños de la viña, el dueño es Dios. Nosotros únicamente somos los administradores. El Señor nos ha arrendado su viña (EVANGELIO, Mt 21, 33-43) para que le demos sus frutos a sus horas. Satanás nos engaña diciéndonos que no nos preocupemos ya que el dueño de la viña está lejos, que se ha ido de viaje al extranjero y ¡vete a saber si va a regresar de nuevo!
            Llama poderosamente la atención el incremento de rebeldía de estos viñadores homicidas. Cuando uno permite que Satanás te pervierta la mente y el corazón, se cometen pecados que antes jamás se nos hubiera pasado ni por la mente. De ahí que se incremente notablemente el grado de rebeldía de estos viñadores. Ellos al ver que se trataba el hijo del amo se dijeron «éste es el heredero, matémoslo y apoderémonos de su herencia». Daban por sentado que el dueño de la viña estaba muerto y que la herencia ya recaía sobre su hijo. La depravación de estos viñadores está pintada muy intensamente.
            En el fondo esta parábola nos evoca el estado real de las cosas para que luchemos contra nuestras propias rebeldías y dejemos a Cristo que sea el único que tome el timón de nuestra existencia.


Palencia (España), 8 de octubre de 2017

martes, 3 de octubre de 2017

domingo, 1 de octubre de 2017

Homilía del Domingo XXVI del Tiempo Ordinario, ciclo a

Homilía del Domingo XXV del Tiempo Ordinario, ciclo a

Homilía del Domingo XXVI del Tiempo Ordinario, ciclo a

HOMILÍA DEL DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a
Palencia, 01 de octubre 2017

         Un pequeño gesto puede cambiar el mundo. Hay un anuncio en la televisión que nos asegura que el ahorro del agua caliente, aunque sea sólo cerrar el grifo cuando uno se está enjabonando, supone una gran ayuda para luchar contra el cambio climático. Hace poco Manos Unidas sacó adelante una campaña de concienciación sobre la comida que se desperdiciaba con el lema ‘el mundo no necesita más comida, necesita más gente comprometida’. Hay una cita que creo que es de un pastor luterano alemán que dice así: «Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a por los sindicalistas, no protesté, porque no era sindicalista. Cuando vinieron a por los judíos, no pronuncié palabra, porque yo no era judío. Cuando finalmente vinieron a por mí, no había nadie más que pudiera protestar».
            El profeta Ezequiel ya nos lo dice: «Esto dice el Señor. Insistís “no es gusto el proceder del Señor. Escuchad, casa de Israel, ¿es injusto mi proceder? ¿No es más bien vuestro proceder el que es injusto?» (PRIMERA LECTURA, Ez 18, 25-28). Ezequiel se encuentra al pueblo destruido, se había producido la catástrofe del destierro de Babilonia (587 a.C.) y todos pensaban que esta situación era la consecuencia de cómo el pueblo había actuado contra Dios. El profeta, que es muy listo, se da cuenta de que ‘uno por otro la casa sin barrer’. Que la responsabilidad de lo acaecido nadie la asume, sino que es como disuelta en la masa de la gente y donde casi nadie se siente culpable. Por eso mismo el profeta Ezequiel da un paso clave para que crezcamos en la responsabilidad personal, donde cada uno da cuentas a Dios de sus obras. No pueden ‘pagar justos por pecadores’. Es verdad que siempre existe una responsabilidad global, colectiva y solidaria como también hay una situación de maldad que afecta más a unos que a otros. A lo que nos recuerda que Dios nos ha hecho libres para decidir moralmente. De tal manera que el futuro se construye desde esta opción personal de acoger a Dios.
            Me acuerdo que no hace mucho se tuvo que cerrar un comedor social al no poder hacer frente a las diversas facturas. Todos estábamos informados de cómo estaban de mal económicamente este comedor social, pero ¿acaso nos importaba? Hay una responsabilidad colectiva por pecado de omisión. ¿Se trataría acaso de hacer una división matemática para ver qué parte de culpa tenemos cada uno? El resultado sería tan pequeño que pasaría totalmente desapercibido mientras que familias y personas necesitadas se ven privadas del alimento allí recibido. Cada uno ha de dar cuentas a Dios de las consecuencias negativas que acarrean nuestros pecados de omisión, de aquel bien que deberíamos de haber hecho y no lo hicimos.
            De ahí la importancia de hacer nuestras las palabras del salmista: «El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes» (SALMO RESPONSORIAL, Sal 24, 4-5.6-7.8-9). El Señor nos enseña el camino a aquellos que estamos andando errados por la vida. Y ¿cómo se yo si estoy andando errado por la vida y estoy cayendo en esos pecados de omisión? La Palabra vuelve a salir a nuestro paso para darnos luz al respecto de la pluma de San Pablo: «No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás» (SEGUNDA LECTURA, Flp 2, 1-11). El Señor nos ofrece los criterios muy claramente para saber el grado de responsabilidad que cada uno tiene y el daño que ocasiona el pecado personal para el resto. Si el ‘otro es Cristo’, ¿le he atendido como se merece? ¿O acaso mi bajo nivel de fe tiene una repercusión directa en mi modo de comportarme de un modo tan egoísta?

            Sea de una manera o de la contraria, lo que está en juego es el grado de seriedad que cada cual adopte en su proceso de conversión personal hacia el Señor. Porque podemos decir ‘sí Señor’, y ser un ‘no’ rotundo y cobarde. Dice la Palabra que «un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: ‘Hijo, ve hoy a trabajar en la viña’. Él le contestó ‘no quiero’. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y  le dijo lo mismo. Él le contestó, ‘voy, señor’, pero no fue» (TERCERA LECTURA, Mt 21, 28-32). Aquí el acento se pone en el arrepentimiento y se refiere esta parábola, especialmente, a aquellos que siempre hablan de lo religioso, de la fe, de Dios, pero en el fondo su corazón no cambia, no se inmuta, no se abren a la gracia. Pueden tener religión, pero carecen de auténtica fe. Lo que cuenta para Dios es la capacidad de volver, de arrepentirse. 

Homilía del Domingo XXV del Tiempo Ordinario, ciclo a

HOMILÍA DEL DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a
Palencia, 24 de septiembre 2017

         Estoy convencido que mas terminar de proclamar el Evangelio de hoy (EVANGELIO: Mt 20, 1-16) habrán pensado: El Señor no es justo. ¿A quién se le ocurre dar el mismo salario a unos y a otros? El que fue a trabajar al amanecer ha tenido que soportar el sol abrasador, la sed torturadora, estará con los riñones doloridos, alguna ampolla le habrá salido en las manos...y está ahora para el arrastre por el cansancio acumulado a lo largo de toda la jornada. En cambio el que fue a la viña al atardecer están más frescos que una rosa. ¿No creen ustedes que es normal que le armen el pitote, con caceroladas incluidas, a este amo? Humanamente hablando no se entiende.
            Y la respuesta que nos ofrece el Señor es desconcertante: «Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que yo quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?». Es una interpelación en toda regla. Es una corrección seria. ¿Y por qué se me corrige? ¿Que hago de mal quejándome de ese comportamiento que me parece altamente injusto?
            Jesucristo te dice y me dice que es precisamente el pecado, que anida en nosotros, el que nos impide ver las cosas en su verdad. Esos jornaleros estaban en aquella plaza de pie dispuestos a trabajar y así poder llevar pan a casa y su familia poder comer. Día que no eran contratados, día que pasaban más penurias y hambre de la cuenta. Nuestro pecado nos hace pensar solamente en nosotros mismos y en nuestras cosas y comodidades, de tal modo que si el otro gana mucho menos o no gana nada nos da igual, actuamos con indiferencia y pasamos de su dolor. Pensamos...si ha trabajado menos, pues que reciba menos. Pero... ¿hemos pensado en esos niños hambrientos, en esa esposa apurada por no tener nada en la olla, en esas medicinas que tendrán que comprar para sanarse, en esas primeras necesidades que tienen que asegurarse? No lo pensamos porque sólo nos vemos nuestro ombligo. Y esto es precisamente el Señor lo que nos denuncia. El versículo del aleluya de hoy ‘nos viene como anillo al dedo’: «Abre, Señor, nuestro corazón para que aceptemos la palabra de tu Hijo» (Hch 16, 14b). Cuando aceptamos la palabra de Jesucristo plantamos cara al Diablo y luchamos contra el pecado y empezamos a andar en la Verdad.
            Llama poderosamente la atención de que el propietario de la viña salga a buscar jornaleros tantas veces: al amanecer, a media mañana, hacia mediodía, a media tarde y al caer la tarde. ¿Por qué sale tantas veces a buscar jornaleros? ¿Acaso no hay más días? Pues no, no hay más días. Y no los hay porque ¡hoy es tiempo de conversión! Como dice la Sagrada Escritura, «necio, esta noche te van a reclamar el alma» (cfr. Lc 12, 13-21). El propietario sabía que el granizo o la piedra, las fuertes heladas y las lluvias torrenciales, los huracanes y los ríos desbordados, la plaga de la langosta o un incendio provocado por los enemigos iba a ser algo inminente e irremediable. ¡Que el fin llega y el juicio final se está anunciando! Que la muerte nos llama y que todo se acaba. De ahí la urgencia de salir a buscar una y otra vez a los jornaleros, para poder recoger la uva y así salvar a los máximos hombres y mujeres posibles del caos, de la destrucción y de la muerte eterna.  El propietario de la viña quiere recoger toda la cosecha, quiere que cuantas más almas sean salvadas para Cristo mucho mejor, y por eso busca y rebusca a jornaleros para este fin salvador.
            Este propietario de la viña, que es Señor que está en la Iglesia, nos recuerda por medio del apóstol San Pablo que «lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo» (SEGUNDA LECTURA: Flp 1, 20c-24.27a), o sea vosotros y nosotros, todos podamos tener esa gozosa experiencia que nos dice el apóstol: «Para mí la vida es Cristo».

               ¿Seguimos pensando que el propietario de la viña actuó de un modo injusto dando al último igual que al primero al darles un denario a cada uno? Razón tiene el profeta Isaías al exclamar «que el malvado abandone su camino» (PRIMERA LECTURA: Is 55, 6-9) porque como no nos pongamos ya y ahora en este proceso de conversión, el Diablo nos pervertirá la mente, el sentido y el corazón y nos veremos privados de sentir el cariño que tiene Dios para con sus criaturas (SALMO RESPONSORIAL: Sal 144, 2-3.8-9.17-18)