miércoles, 29 de febrero de 2012

martes, 28 de febrero de 2012

El Carnaval de ánimas de Vertavillo



LA COFRADÍA DE ANIMAS DE VERTAVILLO

El pueblo cerrateño de Vertavillo ha celebrado los pasados días 18 al 21 de febrero de 2012 una fiesta con importantes raíces cristianas. El Carnaval de Vertavillo es una fiesta que conserva tradiciones ancestrales de peculiar atractivo. Se trata de un carnaval de ánimas, de los pocos que se conservan en la Península Ibérica, que se organiza en torno a una cofradía fundada en el siglo XVI y que cuenta con una Mesa (o Junta) formada por cargos militares (capitán, alférez, sargento, estandarte, cabos) y civiles (alcaldes), además de ...un aposentador y un síndico. El acto principal o "revoleo" consiste en un pequeño desfile de la comitiva con sus insignias al paso marcado por la "tambora", seguido del revoleo de grandes y pesadas banderas y del lanzamiento al alto de una "alabarda" (un arma ofensiva con moharra en un extremo) vestida con tela y cintas de colores. El domingo y el martes se celebró la Eucaristía presidida por su Cura Párroco, don Roberto García Villumbrales, el cual manifestó que era un regalo divino el poder contar con una cofradía de ánimas que anime a practicar actos de misericordia espiritual como es hacer oración por los difuntos. Los setenta y dos cofrades son convocados el martes de carnaval para rezar vísperas en la iglesia parroquial y para hacer los rezos por todas las ánimas en el local de la cofradía.




lunes, 27 de febrero de 2012

Homilía de difunto

LUIS VICENTE ESCRIBANO MARTÍN Lamentaciones 3,17-30

Vertavillo, 28 febrero 2012, 12,30h. Salmo 85

Juan 16,19-22

En estos momentos comprendemos mejor las palabras de Jesús en el evangelio, cuando, al hablar a los discípulos de su muerte inminente, observa cómo la tristeza se va apoderando de sus amigos. La tristeza es el sentimiento que mejor expresa nuestra situación en estos momentos, con nuestro hermano Luis Vicente, de cuerpo presente delante de nosotros.

Familiares y amigos nos hemos reunido en la Iglesia para despedir a nuestro hermano, para encomendarlo a las manos de Dios. Pero el consuelo de la fe no basta para enjugarnos las lágrimas y devolvernos la serenidad. Mas bien nos identificamos con las palabras de pena y de dolor del profeta Jeremías, que hemos escuchado en la primera lectura. El profeta llora y se lamenta por la desgracia de su pueblo herido de muerte, derrotado, a punto de emprender el camino del destierro. Pero en medio de tanta desesperación y miseria, el profeta recurre a su fe, eleva su oración al Señor y, poco a poco, se va serenando y recobra la esperanza en Dios. Sus palabras también pueden hoy traer consuelo y paz a nuestros corazones, atribulados por la muerte de nuestro hermano y amigo: «Es bueno esperar en el Señor, porque el Señor es bueno para los que confían en él».

Dios sabe de nuestros sufrimientos y conoce nuestros temores ante la muerte. Por eso no ha querido abandonarnos a nuestro destino y ha tratado de traernos consuelo a través de los profetas. Pero viendo que todo eso no bastaba, ha querido venir Él mismo en persona, para compartir nuestros sentimientos, y así lo expresa con sus lágrimas en la muerte del amigo Lázaro, o compadeciendo la desesperación de la viuda de Naín cuando llevaban a su hijo a enterrar. Por eso Jesús, en el evangelio que hemos leído en esta ocasión, quiere evitar el dolor de sus discípulos en su muerte, y les advierte lo que va a pasar «dentro de poco no me veréis», pero también que eso no es todo, porque después de la muerte resucitará, por eso «dentro de poco me volveréis a ver» y eso será ya definitivo, sin más traumas ni limitaciones.

La muerte es inevitable, somos así; pero la muerte no es lo definitivo; es sólo el modo de pasar a la otra vida, a la vida de Dios. Y eso exige despojarnos de nuestra condición mortal, de las debilidades y enfermedades de esta vida, de todo aquello que mortifica nuestra existencia y nos impide disfrutar de la vida como Dios quiere y sueña y desea para todos. Para eso nos ha creado. No nos ha creado para morir sino para vivir eternamente, aunque de momento no lo entendamos. Tampoco los discípulos lo entendieron entonces. Lo comprenderían más tarde, después de la resurrección, cuando vieron al Señor Resucitado.

Para los cristianos morir es el paso necesario para podernos encontrar con Dios. Dale, Señor el descanso eterno….

sábado, 25 de febrero de 2012

Domingo primero de cuaresma, ciclo b

DOMINGO PRIMERO DE CUARESMA, ciclo b

Todos necesitamos de la paz y de la estabilidad para poder trabajar a gusto y sentirnos cómodos con las labores que desempeñamos. Cuando una persona está enfrentada a otra se encuentra en tensión, molesta y desea que dicha situación acabe pronto porque es algo perjudicial tanto para el uno como para el otro. Vivir con resentimiento o con odio es algo que termina minando a las personas por dentro y dañan muy seriamente.

Dios nos ama intensamente y sabe que muchos hombres han perdido la paz porque el pecado ha hecho acto de presencia en sus vidas. Dios conoce los sufrimientos de todos aquellos que desean serle fiel pero andan acobardados por haber sido malos hijos de un Padre tan bueno. Va transcurriendo el tiempo y uno se va acomodando en su pecado aunque en el fondo de su alma algo le dice que así no puede permanecer mucho tiempo, que necesita ‘estar a bien’ con Dios. Pero se plantea el problema ¿quién va ‘a romper el hielo’ para retomar de nuevo esa relación de amistad con Dios?

Uno tiene cierto orgullo como para reconocer los pecados propios y es precisamente ese orgullo lo que nos impide dar el primer paso hacia la reconciliación. Sin embargo, como Dios nos quiere a pesar de saber que le somos infieles, toma la iniciativa y hace una alianza de amor con cada uno. Lo que Él pretende es que cada uno de nosotros recobremos, recuperemos la paz y la estabilidad para ser felices y hacer felices a los demás.

El contenido de esa alianza de amor es sencillo: son los Mandamientos de la Ley de Dios y más en concreto los contenidos en la síntesis salida de los labios de Jesucristo: «Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser y al prójimo como a ti mismo». Los mandamientos son como las señales de tráfico de la carretera que nos van indicando cómo tenemos que ir conduciendo para llegar a feliz término. Si una señal nos indica que está prohibido ir a más de 50 Km/h., es para evitar que nos salgamos de la carretera y suframos un accidente. Con las cosas de Dios sucede algo parecido. Y el salmo responsorial lo manifiesta con palabras muy acertadas: «Dios enseña el camino a los pecadores hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes».

Hemos empezado el tiempo litúrgico de la Cuaresma. La Iglesia nos ofrece tres instrumentos para adentrarnos en la cuaresma: la oración, el ayuno y la limosna. Pidamos al Señor la gracia necesaria para que podamos responder al amor de Dios con grandes dosis de amor. Así sea.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Miércoles de Ceniza 2012

MIÉRCOLES DE CENIZA 2012

Este verano en uno de los telediarios de ámbito nacional entrevistaba a unos hosteleros que habían atendido a muchos jóvenes de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. Todos ellos coincidían en el buen comportamiento y por la ausencia de incidentes de estos jóvenes que venían a encontrarse con el Papa y con Cristo. Hace poco asistí a un partido de fútbol siete, jugaban unos muchachos de un centro educativo de Palencia y me sorprendió el juego limpio, la deportividad y el compañerismo reinante. Sin lugar a dudas tanto esos jóvenes de la Jornada Mundial de la Juventud como los jugadores han puesto ‘en un buen lugar’ tanto al equipo organizativo de la JMJ como al propio centro educativo de aquel equipo de fútbol siete.

Todos nosotros somos criaturas de Dios. Dios, de un modo misterioso, nos ha moldeado y nos ha exhalado su Espíritu para que viviésemos. Y no solo eso, sino que el Santo Espíritu ha deseado morar en nosotros. Sin embargo y por desgracia con nuestra conducta no permitimos transparentar el rostro de Dios. Con nuestro comportamiento dejamos a Dios ‘en un mal lugar’. Es que resulta que nosotros somos instrumentos para dar a conocer a Jesucristo a los demás y demasiadas veces decepcionamos a Dios con nuestro comportamiento. Por eso Jesucristo nos urge a la conversión. Estamos llamados a hacer un profundo examen de conciencia para caer en la cuenta de nuestra ‘falta de finura’ con las cosas de Dios.

Son muchas las veces en las que he podido escuchar que uno es bueno ya que no mata, ni roba, ni se es infiel al esposo o a la esposa. Pero no se plantean la pregunta clave: Señor ¿qué quieres de mí? No se encuentra la disponibilidad de aquel que es dócil al Señor para manifestar lo del profeta Samuel: «Habla, Señor, que tu siervo escucha». No se tiene la dulzura en el trato con Dios que manifestó la Santísima Virgen cuando dijo: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra». No nos encontramos tan enamorados de Jesucristo como Simón Pedro cuando pronunció estas bellas palabras: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68).

Si ahora mismo nos llamara Dios ante su presencia, no duden que antes de llegar hasta Él estaríamos una larga temporada en el purgatorio. Sí, una larga temporada en el purgatorio porque nos hemos acostumbrados a vivir nuestra fe siempre ‘bajo mínimos’. Nos hemos habituado a escuchar cosas sobre Jesús pero no sentimos necesidad de interiorizar esas cosas en nuestro interior.

No creo que exagere cuando afirme que nuestras comunidades cristianas se tienden a asemejar a las salas de Unidad de Vigilancia Intensiva de los hospitales, y en concreto a los pacientes que se encuentran entubados que precisan de máquinas para sobrevivir. Deberíamos de confesarnos con frecuencia y no se hace. Deberíamos comulgar en estado de gracia y no como un acto social. Deberíamos celebrar el domingo participando en la Eucaristía y muchos no lo hacen. Deberíamos rezar con nuestros hijos en casa y no dejarnos llevar por la pereza. Ustedes mismos se dan cuenta de las grandes lagunas que estamos teniendo en la vida cristiana. Todos necesitamos de conversión, ustedes y yo.

martes, 21 de febrero de 2012

Entrar en la lógica de Dios

ENTRAR EN LA LÓGICA DE DIOS.

Como un insecto atrapado por la red tejida por la araña, como un pez capturado por los aparejos de pesca así nos encontramos nosotros cogidos por “la lógica de lo importante”. Entre las tareas domésticas, la vida laboral, el cuidado de los hijos, las preocupaciones de los estudios y el cultivo del amor para con la otra persona con la que has unido la vida… va agotándose la arena de nuestro particular reloj.

Repito: estamos cogidos por “la lógica de lo importante”. Sin embargo la “lógica de Dios” se encuentra por otro camino.

Se ha sustituido el “vino bueno” que nos trae Jesucristo por el interés. No considero que ande muy extraviado cuando diga que muchos padres, intentando excusar a sus hijos de asistir a las catequesis parroquiales, argumenten que tienen muchos deberes del colegio. ¿No han oído ustedes aquello de yo ya fui a la doctrina cuando era pequeño? ¿es que acaso la fe personal no tiene que irse madurando conforme el paso de los años?¿acaso el pantalón que teníamos a la edad de la primera comunión nos sigue sirviendo en la actualidad?¿tenemos la misma talla de ropa que cuando estábamos gozando de la edad de la infancia?

Los presbíteros no nos libramos de esta pegajosa telaraña. Da grima ser testigo de algunos sacerdotes que pasan por delante del Sagrario como si se tratase de una pantalla de televisión. Quita la piedad de cualquier santo ser testigo de cómo celebran la Eucaristía algunos sacerdotes, de cualquier modo, como si estuviesen tratando al Señor como si fuera una hogaza de pan o otra cosa sin importancia.

Lo importante es conseguir dinero para hacer frente a una hipoteca de la casa. Lo importante es apuntar a los hijos a las clases de inglés, música o pintura, lo importante es que disfruten de las cosas que nosotros no hemos podido disfrutar…. No olvidemos la parábola de Jesucristo: El que escucha mis palabras y no las pone por obra se parece aquel hombre insensato que edificó su casa sobre arena…

Las personas podemos vivir en lo inmediato pero no podemos permanecer en lo inmediato. Muchos de nuestros jóvenes suspiran por los fines de semana. Se quedan maravillados por los colores de las luces y sonidos musicales de las discotecas o salas de fiestas. Aprovechan el momento y beben para descargar la tensión acumulada durante la semana, porque lo inmediato hay que gozarlo al máximo. Los ya no tan jóvenes tenemos organizada la semana para nuestras cosas (el lunes hacer la compra, el martes ir a clase de inglés con el niño, el miércoles es la reunión con la asociación…) y nos movemos en un sinfín de actividades, en una lista de inmediateces.

Podemos vivir en lo inmediato pero no podemos permanecer en lo inmediato porque en nuestro ser ‘saltan las sirenas de emergencia’ al faltar el sentido de la existencia. Una de las causas importantísimas de la brutal crisis en la que estamos sumergidos es la ausencia de los valores tanto humanos como cristianos. Hace poco tiempo, en un telediario daban la noticia que la primera causa de mortalidad juvenil ya no era la ocasionada por el tráfico, sino por el suicidio.

LA UNIDAD DE VIDA

Estamos siendo constantemente zarandeados por el ambiente. El pluralismo cultural nos hace vivir con gente diferente o contraria a la verdad de Jesucristo. Nosotros creemos en la Verdad y en el Verdadero. Todo lo que sea anticlerical lo centran en los sacerdotes, ya que somos los que estamos en primera línea en el combate. Este mundo nuestro es sumamente complejo y se nos escapan muchas cosas. Los sacerdotes llevamos a Jesucristo y a éste lo encontramos en la Iglesia Católica. No nos engañemos, si desaparece la Iglesia desaparece Cristo.

Convencido estoy que todos los cristianos separados tienen en su conciencia la certeza de anhelar la plena comunión con la Iglesia Católica. En el fondo de su sentir como iglesia aspiran a la unidad plena con el Romano Pontífice.

Debemos de olvidarnos de las mayorías e iglesias repletas de feligreses. Es preciso repensar la Iglesia partiendo de minorías significativas. Seguir a Cristo es apostar por Cristo y no ser cristiano sociológico. Los medios de comunicación cuando abarcan el asunto de la Iglesia nos examinan desde el prisma sociológico y psicológico olvidándose de todo lo trascendente (lo espiritual), lo que aporta la vida cristiana dentro de la vida social. Muchos no saben que Cáritas es una institución eclesial.

Zarandeados también por la peligrosa mentalidad del fragmento. Los jóvenes no buscan un proyecto de felicidad, sino únicamente momentos de felicidad. Hace poco una adolescente me contaba que en su instituto habían ido unos señores para darles unas clases de sexualidad. Hablando claro: cómo ponerse un condón, alguna postura placentera, excitación de los órganos sexuales tanto masculinos como femeninos…. en una palabra: porquería. Nadie planteaba que la sexualidad es la persona entera y que uno ama con su cuerpo y que el adolescente, así como el joven, se le debe de ayudar a construir su persona y no a ser un sujeto que consuma condones, píldoras u otras cosas que dañan los frágiles corazones de nuestros adolescentes y jóvenes. Jesucristo no ofrece momentos de felicidad, como si de fuegos de artificios se tratase. Jesucristo plantea un proyecto de felicidad así como de realización en el amor.

Como el oleaje es tan agresivo y los vientos tan contrarios es preciso adentrarnos en la profundidad de la oración, en la lectura contemplativa del Evangelio, pedir socorro al Señor acudiendo al sacramento del Perdón y sentirnos queridos acogiendo a Cristo en la Sagrada Comunión.

Nuestra referencia es la persona de Jesucristo. Él es el hombre para los demás, es el hombre libre y unificado. Si observamos a Jesús durante su estancia en la tierra (el Jesús histórico) pronto nos percatamos que su centro vital está en su relación continua con Dios Padre y Dios Espíritu Santo y todo su quehacer hace referencia a estas dos personas de la Santísima Trinidad. El núcleo central de nuestra vida debe de ser Jesucristo, de otro modo seremos hombres vacíos. Esto no es un ataque contra la autonomía de la persona, no es una alienación, es una decisión que me conduce a reforzar mi autocontrol para amar en esta vida con toda plenitud. Recomponer esta actitud de obediencia a Jesucristo exige e implica una feroz lucha pero el que nos ha asociado a su vida y misión también nos ha apuntado en la lista de las bodas del banquete eterno allá en la Gloria.

¿Por qué y para qué rezar por las almas benditas del Purgatorio?

¿Por qué y para qué rezar por las almas benditas del Purgatorio?

El gran Mandamiento de Nuestro Señor Jesucristo es que nos amemos los unos a los otros, genuina y sinceramente. El Primer Gran Mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas. El Segundo, o mejor dicho el corolario del Primero, es amar al prójimo como a nosotros mismos. No es un consejo o un mero deseo del Todopoderoso. Es Su Gran Mandamiento, la base y esencia de Su Ley. Es tanta la verdad encerrada en esto que El toma como donación todo aquello que hacemos por nuestro prójimo, y como un rechazo hacia El cuando rechazamos a nuestro prójimo.

Leemos en el Evangelio de San Mateo (Mt 25:34-46), las palabras de Cristo que dirijirá a cada uno en el Día del Juicio Final.

Algunos católicos parecen pensar que su Ley ha caído en desuso, pues en estos días existe el egoísmo, el amor a sí mismo, y cada uno piensa en sí mismo y en su engrandecimiento personal.

"Es inútil observar la Ley de Dios en estos días", dicen, "cada uno debe mirar por sí mismo, o te hundes".

No hay tal cosa! La ley de Dios es grandiosa y todavía y por siempre tendrá fuerza de ley. Por eso, es mas que nunca necesaria, mas que nunca nuestro deber y por nuestro mayor interés.

Estamos moralmente obligados a rogar por las animas benditas

Siempre estamos obligados a amar y ayudar al otro, pero cuanto mayor es la necesidad de nuestro prójimo, mayor y mas estricta es nuestra obligación. No es un favor que podemos o no hacer, es nuestro deber; debemos ayudarnos unos a otros.

Sería un monstruoso crimen, por caso, rehusar al poder y desposeído el alimento necesario para mantenerse vivo. Sería espantoso rehusar la ayuda a alguien en una gran necesidad, pasar de largo y no extender la mano para salvar a un hombre que se está hundiendo. No solamente debemos ayudar cuando es fácil y conveniente, sino que debemos hacer cualquier sacrificio para socorrer a nuestro hermano en dificultades.

Ahora, qué puede estar más urgido de caridad que las almas del Purgatorio? Qué hambre o sed o sufrimiento en esta Tierra puede compararse con sus mas terribles sufrimientos? Ni el pobre, ni el enfermo, ni el sufriente que vemos a nuestro alrededor necesitan de tal urgente socorro. Aún encontramos gente de buen corazón que se interesa en los sufrientes de esta vida, pero, escasamente encontramos a gente que trabaja por las Almas del Purgatorio!

Y ¿quién puede necesitarnos más? Entre ellos, además, pueden estar nuestras madres, nuestros padres, amigos y seres queridos.

Dios desea que las ayudemos

Ellas son los amigos más queridos. El desea ayudarlos; El desea mucho tenerlos cerca de Él en el Cielo. Ellas nunca más lo ofenderán, y están destinadas a estar con Él por toda la Eternidad. Verdad, la Justicia de Dios demanda expiación por los pecados, pero por una asombrosa dispensación de Su Providencia El pone en nuestras manos la posibilidad de asistirlos, El nos da el poder de aliviarlas y aún de liberarlas. Nada le place más a Dios que les ayudemos. El está tan agradecido como si le ayudáramos a El.

Nuestra Señora quiere que los ayudemos

Nunca, nunca una madre de esta tierra amó tan tiernamente a sus hijos fallecidos, nunca nadie consuela como María busca consolar sus sufrientes niños en el Purgatorio, y tenerlos con Ella en el Cielo. Le daremos gran regocijo cada vez que llevamos fuera del Purgatorio a un alma.

Las benditas animas del purgatorio nos devuelven el mil por uno

Pero qué podremos decir de los sentimientos de las Santas Almas? Sería prácticamente imposible de describir su ilimitada gratitud con para aquellos que las ayudan! Llenas de un inmenso deseo de pagar los favores hechos por ellas, ruegan por sus benefactores con un fervor tan grande, tan intenso, tan constante, que Dios no les puede negar nada. Santa Catalina de Bologna dice :"He recibido muchos y grandes favores de los Santos, pero mucho mas grandes de las Santas Almas (del Purgatorio)".

Cuando finalmente son liberadas de sus penas y disfrutan de la beatitud del Cielo, lejos de olvidar a sus amigos de la Tierrra, su gratitud no conoce límites. Postradas frente al Trono de Dios, no cesan de orar por aquellos que los ayudaron. Por sus oraciones ellas protegen a sus amigos de los peligros y los protegen de los demonios que los asechan.

No cesan de orar hasta ver a sus benefactores seguros en el Cielo, y serán por siempre sus más queridos, sinceros y mejores amigos.

Si los católicos solamente supieran cuan poderosos protectores se aseguran con sólo ayudar a las Animas benditas, no serían tan remisos de orar por ellos.

Las animas benditas del purgatorio pueden acortar nuestro propio purgatorio

Otra gran gracia que obtenemos por orar por ellas es un corto y fácil Purgatorio, o su completa remisión!

San Juan Masías, sacerdote dominicano, tenía una maravillosa devoción a las Almas del Purgatorio. El obtuvo por sus oraciones (principalmente por la recitación del Santo Rosario) la liberación de ¡un millón cuatrocientas mil almas! En retribución, el obtuvo para sí mismo las más abundantes y extraordinarias gracias y esas almas vinieron a consolarlo en su lecho de muerte, y a acompañarlo hasta el Cielo.

Este hecho es tan cierto que fue insertado por la Iglesia en la bula de decretaba su beatificación.

El Cardenal Baronio recuerda un evento similar.

Fue llamado a asistir a un moribundo. De repente, un ejército de espíritus benditos aparecieron en el lecho de muerte, consolaron al moribundo, y disiparon a los demonios que gemían, en un desesperado intento por lograr su ruina. Cuando el cardenal les preguntó quiénes eran, le respondieron que eran ocho mil almas que este hombre había liberado del Purgatorio gracias a sus oraciones y buenas obras. Fueron enviadas por Dios, según explicaron, para llevarlo al Cielo sin pasar un solo momento en el Purgatorio.

Santa Gertrudis fue ferozmente tentada por el demonio cuando estaba por morir. El espíritu demoníaco nos reserva una peligrosa y sutil tentación para nuestros últimos minutos. Como no pudo encontrar un asalto lo suficientemente inteligente para esta Santa, el pensó en molestarla su beatífica paz sugiriéndole que iba a pasar larguísimo tiempo en el Purgatorio puesto que ella desperdició sus propias indulgencias y sufragios en favor de otras almas. Pero Nuestro Señor, no contento con enviar sus Ángeles y las miles de almas que ella había liberado, fue en Persona para alejar a Satanás y confortar a su querida Santa. El le dijo a Santa Gertrudis que a cambio de lo que ella había hecho por las ánimas benditas, le llevaría directo al Cielo y multiplicaría cientos de veces todos sus méritos.

El Beato Enrique Suso, de la Orden Dominicana, hizo un pacto con otro hermano de la Orden por el cual, cuando el primero de ellos muriera, el sobreviviente ofrecería dos Misas cada semana por su alma, y otras oraciones también. Sucedió que su compañero murió primero, y el Beato Enrique comenzó inmediatamente a ofrecer las prometidas Misas. Continuó diciéndolas por un largo tiempo. Al final, suficientemente seguro que su santamente muerto amigo había alcanzado el Cielo, cesó de ofrecer las Misas. Grande fue su arrepentimiento y consternación cuando el hermano muerto apareció frente a él sufriendo intensamente y reclamándole que no hubo celebrado las Misas prometidas. El Beato Enrique replicó con gran arrepentimiento que no continuó con las Misas, creyendo que su amigo seguramente estaría disfrutando de la Visión Beatífica pero agregó que siempre lo recordaba en sus oraciones. "Oh hermano Enrique, por favor dame las Misas, pues es la Preciosísima Sangre de Jesús lo que yo más necesito" lloraba la sufriente alma. El Beato recomenzó a ofrecerlas, y con redoblado fervor, ofreció Misas y ruegos por su amigo hasta que recibió absoluta certeza de su liberación. Luego fue su turno de recibir gracias y bendiciones de toda clase por parte de su querido hermano liberado, y muchas más veces que las que hubiera esperado.


Fuente : www.infocatolicos.cjb.net


sábado, 18 de febrero de 2012

Homilía del séptimo domingo del tiempo ordinario,ciclo b

Domingo VII del tiempo ordinario, ciclo b.

Mc. 2,1-12

Todo el Antiguo Testamento, los cristianos, lo leemos, lo interpretamos desde Cristo. Todo lo anunciado desde antiguo ha sido una preparación para acoger a Jesucristo. En el libro del profeta Isaías es el mismo Dios el que, de algún modo, nos está indicando con el dedo el regalo que otorgará al Nuevo Pueblo de Dios en el sacramento de la Reconciliación.

Dios quiere reunir a todos sus hijos en torno a Él, como la gallina reúne a sus polluelos debajo de sus alas. Por eso el mismo Dios nos dice que rompamos con nuestra vida vieja, que dejemos nuestra vida de pecado, que lo antiguo, lo de antaño sea quitado del medio de nuestra vida. Nos está diciendo el mismo Dios que está deseando hacerse hueco en medio de nosotros para saciarnos de su agua viva.

Es que resulta que todos estamos inmersos en la ‘lógica de lo importante’. Damos prioridad a nuestras cosas. Reconozco que hay cosas que en sí mismas son importantes, por ejemplo, pagar una hipoteca, pero también digo que nada nos ha de dificultar nuestra relación de amistad con Cristo. Y en esta ‘lógica de lo importante’ entra todo lo que hacemos durante las siete jornadas de la semana: El lunes hacer la compra, el martes llevar al hijo a las clases particulares, el miércoles a la reunión de la asociación, el jueves a hacer tal o cual cosa… y nos movemos en una sucesión de momentos, en cosas inmediatas, en la inmediatez. Uno puede vivir lo inmediato pero no puede permanecer en lo inmediato. Y uno no puede permanecer en lo inmediato porque uno necesita un sentido para seguir luchando y amando. Hace poco comentaban en un telediario que la primera tasa de mortandad entre la población joven ya no eran los accidentes de tráfico, sino el suicidio. Uno puede vivir en lo inmediato, pero no puede permanecer en lo inmediato.

Por eso Jesucristo se acerca al paralítico y le restituye la salud tanto corporal como espiritual. Nosotros también estamos paralíticos, no en el cuerpo, sino en el espíritu. Estamos paralíticos cuando nos acostumbramos a convivir con nuestro pecado. Estamos paralíticos cuando no alimentamos nuestra vida espiritual con el aliento de la Palabra de Dios, con el pan de la Eucaristía y cuando no sanamos nuestras heridas del alma con el bálsamo y el vino del sacramento del perdón. Estamos tan acostumbrados a vivir el momento, a hacer lo que nos corresponde en cada instante que nos olvidamos de lo más importante: nos olvidamos de Dios. Es preciso abandonar la ‘lógica de lo importante’ para abrazar la ‘lógica de Dios’. Y la ‘lógica de Dios’ pasa por el recogimiento ante su divina presencia, implica confesarse con frecuencia para sanar las heridas que se ocasionan en la convivencia o en trato diario, nos exige interiorizar la Palabra de Dios y participar con mucha frecuencia de la Eucaristía.

Del mismo modo que los cristianos leemos el Antiguo Testamento teniendo a Cristo en nuestra retina, también debemos de realizar nuestros quehaceres cotidianos siendo iluminados con la claridad del Resucitado. Si le dejas, Jesucristo te enriquecerá personalmente y te llenará de sentido la existencia.

sábado, 11 de febrero de 2012

Otra homilía del VI domingo del tiempo ordinario, ciclo b

6ª semana del tiempo ordinario. Domingo B: Mc 1, 40-45

Hoy nos presenta el evangelio la curación de un leproso por Jesús. La lepra era una enfermedad terrible. No era muy definida, pues se unía a diversas enfermedades de la piel; pero se creía muy contagiosa, aunque no es tanto, y por eso a los leprosos se les excluía de la sociedad: debían vivir aparte y así su vida era muy penosa. Lo peor es que se les consideraba “impuros” o malditos, porque creían que era consecuencia de pecados y por lo tanto maldecidos por Dios. Esto era lo que más desagradaba a Jesús, que en varias ocasiones testificó que la enfermedad no tiene porqué estar de una manera necesaria unida al pecado, aunque puede ser consecuencia de un pecado.

Hoy se nos muestra la confianza de aquel leproso en la oración que dirige a Jesús y el amor misericordioso que Jesús muestra al curarle. Aquel leproso habría escuchado hablar de Jesús y mucho tuvo que sentir en su alma las palabras y las actitudes del maestro para acercarse y hacerle una petición. La ley mandaba que desde lejos gritase: “impuro, impuro” para que nadie se acercase; pero es tanta su necesidad y su confianza que se acerca para pedir. Encuentra a Jesús lleno de misericordia y sin ningún prejuicio. Para Jesús el amor está por encima de toda exigencia de normas y leyes externas. Se enternece ante una petición tan confiada y no sólo le sana, sino que antes le toca, como mostrando su gran misericordia. El amor es lo que debe ir formando nuestra conciencia para saber actuar en momentos conflictivos; pero un amor que sea desinteresado y gratuito, lo cual es difícil y debemos pedirlo al Señor.

Mucha tuvo que ser la alegría del que dejaba de ser leproso y grande y ostentoso el entusiasmo que debía manifestar, cuando Jesús “severamente” le tuvo que decir que no lo dijese a nadie. Esta es una amonestación que encontramos con frecuencia en el evangelio, ya que la gente esperaba a un mesías triunfante y todos querían ponerse a sus órdenes en el sentido de batalla campal. El mesianismo de Jesús era por medio del amor y la entrega abnegada para el bien de todos. Esto era muy difícil entenderlo y aun hoy día sigue muchas veces siendo difícil; pero esta es la enseñanza que nos sigue dando Jesús hoy a todos: hacer el bien en lo que podamos, pues hay muchos que se sienten marginados: algunos por enfermedades como el SIDA, otros por la pobreza o diversas discriminaciones sociales o particulares. Jesús no sólo le cura en un sentido particular, sino que se preocupó de que se incorporase legalmente ante la sociedad. Por eso le mandó que cumpliese con la norma de ir a registrarse ante el sacerdote.

Hay muchos que no quieren hablar del pecado; pero es una realidad que está no sólo a nuestro alrededor, sino dentro de nosotros mismos: todos somos pecadores. Así nos reconocemos al comienzo de la misa, aunque a veces lo hagamos sólo con los labios y no con el corazón. El pecado suele decirse que es como una lepra del alma: Nos hace mal a nosotros y también a la comunidad. Hoy se nos invita a acudir a Jesús como aquel leproso con mucha humildad y valentía. Y desde el fondo del corazón le pidamos a Jesús que nos limpie del egoísmo, la avaricia, la soberbia... Todos debemos ser conscientes de que no estamos limpios ante Dios; pero también debemos ser conscientes de la infinita misericordia de Dios. El milagro es un signo del poder que recibió Jesús para librarnos de otra esclavitud más profunda que la lepra: el pecado.

Esta bondad de Jesús es también el ejemplo a seguir por nosotros. No es fácil, pues es exponerse a ser nosotros mismos marginados. Jesús no buscaba ostentación ni aplausos. Nos dice el evangelio que después Jesús ya “no podía entrar públicamente en una ciudad”. Esto podía ser por dos razones: porque su popularidad era más grande y porque haciendo el bien, a costa de no tener en cuenta diversos aspectos de impurezas legales, se había ganado más enemigos entre los fariseos y escribas.

Busquemos nosotros hacer el bien, a pesar de las dificultades y encontraremos más fácilmente al Corazón de Cristo dispuesto a sanar nuestras propias debilidades.

Homilía del domingo VI del tiempo ordinario, ciclo b

DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO B

Estamos celebrando este fin de semana la campaña de Manos Unidas, cuyo lema tiene que ver con la salud, y reza así: “La salud, derecho de todos: ¡actúa!”. Y encaja perfectamente con el evangelio del leproso, un enfermo que, no sólo estaba enfermo, que no es poco, sino que además, estaba marginado, aislado, separado de la vida social, declarado impuro y apartado de Dios y de la vida religiosa, ¿qué os parece?

Si tenéis alguna duda sobre esto, no hay más que leer la primera lectura, donde aparecen las normas que da el libro del Levítico sobre el procedimiento a seguir en caso de lepra (que en aquellos tiempos se le llamaba así a cualquier afección de la piel). Sólo destacaré la última frase: “vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento”. Los leprosos eran literalmente expulsados del pueblo de Israel, y no era tanto por precauciones sanitarias, cuanto por miedo a ser impuro por relacionarnos con alguien así y acabar marginados como él. Estando así las cosas, un leproso se acerca a Jesús. Jesús, como buen judío, conocía bien las normas del Levítico. El leproso le suplica de rodillas la curación. Y Jesús, que podía haberlo curado de muchas formas, decide hacerlo identificándose con él totalmente, tocándole y convirtiéndose así, no en un leproso, pero si en un “expulsado”. A partir de ese momento dice el texto del evangelio que “Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado”. Jesús pasó a ser, como el leproso, expulsado del pueblo.

Pero dice el refrán que “no hay mal que por bien no venga” (ni “que cien años dure”, por aquello de la crisis, para que no perdamos la esperanza), porque aquello propició que Jesús se encontrara con muchos otros “expulsados” que vivían (o mejor, sobrevivían) en las afueras de la ciudades por las que fue pasando. Recuerdo ahora al ciego, tirado al borde del camino, o a otro grupo de leprosos, de los que sólo un samaritano volvió para dar gracias por la curación. El encuentro de Jesús con todas estas personas fue sanador. Siempre que nos encontramos con Jesucristo nuestra vida cristiana reflorece y se nos ofrece un hálito de esperanza.

En esta gran familia que Dios quiere para todos, hay algunos hermanos que sufren la “lepra” del hambre. Muchos están cerca de nosotros, como consecuencia de esta crisis bestial que estamos viviendo. Pero si aquí estamos mal, imaginaos como viven los que viven en crisis permanente desde que nacieron. Manos Unidas nos recuerda todos los años esta realidad tan dura y nos pide nuestra ayuda y la colaboración económica, este año a través de la campaña para combatir un gran número de enfermedades contagiosas que se dan especialmente en los países en vías de desarrollo. Los conocimientos médicos actuales hacen posible la erradicación de estas enfermedades. Pero, aun así, es necesaria la elaboración de programas médicos, sociales y educativos que lleven a reducir la extensión de estas enfermedades.

Que la Eucaristía que celebramos cada domingo, en la que recordamos la entrega misericordiosa y compasiva de Jesús por todos nosotros, y por todos los marginados, nos mueva a la acción y al compromiso a favor de los más desfavorecidos, siguiendo su ejemplo.