XIII DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIO
SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO
29 DE JUNIO DE 2014
SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO
29 DE JUNIO DE 2014
Cada uno de nosotros estamos
recluidos en nuestras particulares cavernas, sufriendo las numerosas heridas ocasionadas
por la fricción de nuestra carne con los grilletes y cadenas que nos impiden
vivir con la plenitud que nos ofrece el Espíritu del Señor. Cavernas que son
prisiones oscuras y húmedas que ocasionan serias infecciones, e incluso la
muerte del alma. Más llega el ángel, irrumpe Cristo en tu vida y todo
queda iluminado. El Señor, por medio de su Palabra nos 'toca en el
hombro, nos despierta de nuestro letargo -letargo ocasionado por nuestro
pecado-, y las cadenas se nos caen de las manos ya que el Señor nos da otra
oportunidad para que atravesemos los portones rompiendo con la vida del hombre
viejo y nos adentremos en la dinámica que genera la
vida en el Espíritu.
Nos dice nuestra Santa Teresa de
Jesús que «El Espíritu Santo como fuerte huracán
hace adelantar más en una hora la navecilla de nuestra alma hacia la santidad,
que lo que nosotros habíamos conseguido en meses y años remando con nuestras
solas fuerzas». De tal manera que cualquiera de nosotros podemos decir
que «yo vivo así porque he visto al Señor». Todos nosotros hemos llorando y
hemos reído porque ser consecuentes con
el mensaje de Jesucristo es muy duro y exigente. Y ese llanto, ese sufrimiento nos ha preparado para
encontrarnos con el Señor. Recordemos las palabras de San Pablo «he combatido
bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe». Y
sabe que le aguarda la corona merecida. Y continúa diciéndonos San Pablo que «el Señor me
ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje». San Pablo
conoce de la fuerza que llevan en sí la Palabra de Dios. Y esa Palabra es tan clara
e interpela personalmente a cada uno que "nos quita todo el maquillaje que
tengamos ante Dios". Tendemos a disculparnos ante Dios, a echar las culpas
a los demás sin querer reconocer la propia. Caminamos muy satisfechos de
nosotros mismos creyendo que somos fieles a Dios cuando únicamente somos fieles
al dios que nosotros nos hemos confeccionado. Es la fuerza del Evangelio quien
desenmascara todos nuestros ídolos y falsas ilusiones y nos pone en claro la
verdad de los hechos y la verdad de la propia vida. Recordemos que es el
Espíritu Santo quien edifica el mismo templo, y lo hace calladamente. Nos edifica
internamente sin armar alboroto. Él nos libra del mal y nos salva conduciéndonos por los senderos
que conducen a la Vida estando firmemente arraigados en Cristo Jesús, Nuestro
Señor.