sábado, 25 de febrero de 2023

Homilía del Primer Domingo de Cuaresma

 


Domingo I del Tiempo de Cuaresma, Ciclo A

26 de febrero de 2023

         La liturgia proclama hoy el evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto [Mt 4, 1-11]. Lo cierto es que hay algo sorprendente porque al comienzo del relato de las tentaciones nos dice la Palabra lo siguiente: «Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo».  Es una frase que nos puede desconcertar, porque nos dice que es el Espíritu Santo el que llevó a Jesús al desierto para ser tentado. Sabemos que la tentación no nace de Dios, sino del diablo, sin embargo, fue llevado por el Espíritu para ser tentado.

A veces nosotros pensamos cosas como estas: ¿por qué Dios no destruyó a los ángeles caídos en vez de permitirles que estén tentando al resto de la humanidad? ¿por qué Dios no los destruyó? Dios no les destruyó porque Dios respeta la libertad incluso cuando ésta es utilizada contra la voluntad del Creador; pero, ahora bien, con su poder, Dios es capaz de reorientar la rebelión contra Dios hacia la santificación del hombre. La tentación ha nacido con la intención de apartarnos de Dios.

Dios convierte la tentación en una especie de gimnasio donde nos fortalecemos y crecer en el amor a Él. San Pío de Pietrelcina decía que «la tentación vencida produce el efecto de un lavado de ropa sucia». Y en un comentario de San Agustín sobre los salmos nos dice: 

«Pues nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones».  Por lo tanto, en la providencia de Dios esa tentación se ha convertido en una circunstancia para que tú te conozcas y conozcas lo que ocurre en tu interior y combatas con fuerza. La providencia de Dios ha hecho que la tentación pase de ser un escenario de perdición a un gimnasio para fortalecernos o lavadora para limpiarnos.

         Mi enemigo no es mi jefe, ni aquel que ha promocionado de puesto antes que yo… mi enemigo lo tengo dentro de mí; es el diablo que manipula la debilidad de mi carne, que se enmascara con la frivolidad de este mundo y con la mundanidad, y además que exacerba la soberbia.

         Toda tentación esconde un engaño, y esto lo vemos con claridad en el relato de la tentación de Adán y Eva. Jesús desenmascara el pecado: El problema está en confundir la tentación con las tendencias. Llamamos tendencias culturales a lo que son tentaciones, y fácilmente confundimos lo normal con lo corriente; hay cosas que son corrientes, pero no son normales, son tentaciones. Y por el hecho de que ocurran, de que esas cosas normales tengan una carta de ciudadanía, eso no hace sino dejar más patente que es una tentación. Detrás de la tentación existe siempre un engaño que hay que desenmascarar. Y es el discernimiento el que nos permite desenmascarar el mal.

Los padres del desierto, en los primeros siglos de la Iglesia, identificaron lo que ellos llamaron los ‘logismoi’, que es una expresión griega que se refieren a unos pensamientos obsesivos, negativos que a veces nos vienen a la mente de autodesprecio, de soberbia, de desesperación, de verlo todo oscuro, de verlo todo negro, en donde los padres del desierto nos dicen que ‘cuidado, porque detrás de esos pensamientos obsesivos, oscuros, negativos, deprimentes estás siendo tentado, desenmascáralos’. Esto es discernir.

El tiempo de cuaresma es un momento para abrirnos a la luz de Dios y para que identifiquemos cuál es el verdadero mal y no para equivocarnos de enemigo y para fortalecernos para la lucha en la vida cristiana.


sábado, 18 de febrero de 2023

Homilía del Sexto Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo a

 

Domingo VI del Tiempo Ordinario, Ciclo A

12 de febrero de 2023

            Hoy la liturgia nos regala un evangelio bastante extenso: 20 versículos [Mt 5, 17-37]. No sabemos lo que hay en la cabeza de los liturgistas para poner este texto tan largo, son más de veinte versículos y esto se podría distribuir en cuatro domingos.

            Es preciso no perder de vista que estamos dentro del contexto del Sermón del Monte, con las bienaventuranzas. Y San Mateo desea dar a su comunidad, compuesta por personas procedentes del judaísmo, una palabra salida de los labios de Jesucristo. Los siguientes capítulos nos hablan de la nueva ley que emana del espíritu de las bienaventuranzas. San Mateo está explicando la nueva ley que Jesús presenta. Jesús ha propuesto una nueva relación con Dios que ya no sólo se basa en la obediencia a la Ley o a los mandamientos.

            Jesús dice «no creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas». El evangelista emplea el verbo ‘abolir’, una ley se abole, pierde vigencia, se deroga. Sin embargo, el evangelista en su sentido, es como si emplease el verbo ‘demoler’, el mismo verbo que se usa para un edificio -demoler un edificio, para derribarlo- o para una construcción.

Jesús no ha venido a abolir «sino a dar plenitud». Jesús al anunciar las bienaventuranzas se enfrentó a las expectativas que tenían los judíos sobre el Reino de Dios. Jesús lo ilustra de una manera totalmente diferente al modo de cómo los judíos lo esperaban. El profeta Isaías, en el capítulo 60 y 61 presenta a Israel como la luz de las naciones, donde todos los pueblos irán hacia Jerusalén en peregrinación trayéndola todo tipo de riquezas. Presenta a Israel como superior al resto de los pueblos, como un pueblo que predomina sobre los demás pueblos. Nos habla el profeta que las naciones paganas tienen que pagar a Jerusalén el tributo, y todos los reyes estarán a su servicio: «Te inundarán un tropel de camellos, y dromedarios de Madián y de Efá, trayendo oro e incienso (…) los extranjeros reconstruirán tus murallas y sus reyes te servirán (…)». De tal modo que todas las demás naciones serán esclavizadas: «La nación y el reino que no te sirvan perecerán, los pueblos quedarán exterminados (…). Vendrán extranjeros a pastorear vuestros rebaños; vuestros labradores y viñadores serán forasteros (…). Comeréis las riquezas de los pueblos y engordaréis con sus posesiones (…). Por eso la proclamación de las bienaventuranzas de Jesús es una de las mayores decepciones para los judíos porque esperaban al Mesías para dominar y someter al resto de los pueblos y Jesús les dice que tienen que servir. Ellos pensaban en hacerse ricos, dominar a los demás pueblos, vivir a su costa, que los iban a tener esclavos y ‘vivir a cuerpo de rey’… en cambio Jesús les dice que para entrar en ese reino uno ha de ser pobre: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque suyo es el reino de los cielos». Jesús les dice que ese proyecto de vida que tenían pensado -ser ricos, poderosos, influyentes, de dominar- ha de ser dolido, como se demuelen o derriban los edificios. Y sólo así se puede aceptar el reino de Dios y llevarlo a su plenitud. Jesús lleva a plenitud las cosas, no como pensamos nosotros haciéndonos rico y dominando, sino como Dios lo tiene pensado, sirviendo y muriendo por amor a los hermanos.

            Dice Jesús «en verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley». Jesús ha venido a cumplir el proyecto de Dios sobre la humanidad. Jesús advierte que aquel que trasgreda uno solo de los preceptos menos importantes -no se refiere a los Mandamientos dados a Moisés- y se lo enseñe a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Esto es un aviso muy serio: Uno no puede estar en la comunidad cristiana, en la Iglesia, diciendo que es cristiano, acudiendo a la Eucaristía, haciendo como si nada pasara, actuando como si todos nos lleváramos bien y nadie tuviera nada contra nadie, manteniendo las apariencias y siendo políticamente correctos, pero no olvidando el mal que me hizo el hermano; evitando el encontrarme con él; apegado al dinero y a los afectos desordenados; desobediente, manteniendo planteamientos que dañan a la fe; orientando a que aborte una persona jovencita para que ‘no se estropee la vida’; que apoya el matrimonio entre personas del mismo sexo alegando que ‘ellos se quieren’; tratando a un animal de compañía con la misma calidad como si fuera una persona; acudiendo a la prostitución porque ‘mi esposa o esposo no me da lo que yo quiero para mi propio desahogo sexual’; llegando a casa borracho y tarde descuidando y perjudicando a los de mi familia; liándome sexualmente con una persona ya que entiendo que el sexo es para disfrutarlo sin necesidad menospreciando la pureza, la castidad, la continencia, la dignidad de la otra persona; viviendo mi vida y el trascurso de los días como en mi burbuja particular. Porque si lo hacemos así es tanto como vaciar el contenido del mensaje de las bienaventuranzas de Jesús y vivir con las mismas expectativas que nos mostraba el profeta Isaías -el Tercer Isaías-. Cuando Jesús dice que «será el menos importante en el reino de los cielos o el más grande en el reino de los cielos» no está hablando de una jerarquía interna que se pueda dar en el reino de los cielos, sino que habla de inclusión o exclusión en el reino de los cielos. De hecho, en el grupo de estos que son considerados «menos importantes» están los falsos profetas, los árboles que son cortados por no dar buenos frutos [Cfr. Mt 7, 15-20], los sembradores de la cizaña en el campo [Cfr. Mt 13, 24-30], los peces que se descartan por ser malos [Cfr. Mt 13, 47-50] y aquel que no llevaba el traje de fiesta [Cfr. Mt 22, 1-14] (hay muchos más ejemplos) son los que forman parte del elenco de los excluidos del reino de los cielos.

            Jesús no dice que «quienes los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos». Jesús no se refiere a enseñar una doctrina, sino vivir en el espíritu de las bienaventuranzas, vivir cara a Dios. Se nos pide una calidad en el amor, un luchar por estar cerca del Señor, un deseo profundo del corazón de tenerle cerca. No consiste en hacer más cosas, sino un aumento en la calidad en lo que hacemos. Los escribas y fariseos eran cumplidores, hacían muchas cosas, iban al culto, daban el diezmo de lo que tenían, eran minuciosos a la hora de lavar ollas, jarras, vasos y en todo lo referente a la pureza ritual… pero su corazón estaba muy lejos de Señor. Es decir, que podían comerse a besos todo lo sagrado, pero no importarles robar, estafar, aprovecharse de los más desfavorecidos, boicotear el trabajo de los demás, difamar para conseguir sus propios intereses… Por eso dice el Señor «si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos no entraréis en el reino de los cielos».

            Los escribas eran grandes guías espirituales del pueblo porque ellos daban magníficas interpretaciones de la Ley y los fariseos eran grandes y magníficos observantes de la Ley. Ellos, los escribas y los fariseos, eran la categoría religiosa que se creía y se jactaba de ser los más observantes y mejores de la sociedad judaica. Sin embargo, acumulaban grandes cantidades de hipocresía y formalismo. Ellos habían caído en la observancia estéril de la Ley. Ellos buscaban la justicia en la escrupulosa observancia de los preceptos de la Ley y no buscaban el bien de la persona. Por eso San Pablo dice en su segunda carta a los corintios «que la letra mata, mientras que el Espíritu da vida» [Cfr. 2 Cor 3, 6]. Jesús constantemente nos está recordando que hemos de buscar constantemente el bien del hombre; no escondernos tras la letra ni para desentendernos ni para dañar al hermano.

            San Mateo es judío y escribe a una comunidad de judíos. Mateo quiere destacar que Jesús es el nuevo Moisés porque Jesús es el Mesías, y por eso empieza a exponer lo que se llama las antítesis que son cinco oposiciones: ‘Habéis oído que se dijo, pero yo os digo’. Son cinco, como cinco eran los libros compuestos por Moisés, es decir el pentateuco. [La última de las llamadas antítesis está en el versículo 38: «Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente (…)». La expresión ‘habéis oído que se dijo, pero yo os digo’ es un poco ofensiva porque Jesús está hablando de los padres de Israel, de los ancianos de Israel. El evangelista al utilizar fórmula por cinco veces está haciendo referencia a la ley de Moisés. Es significativo porque dice Jesús «se dijo a los antiguos/antepasados», pero para Jesús no son ancianos o antepasados, son viejos. Jesús usa esa palabra con la connotación negativa que tiene la palabra ‘viejo’ como personas totalmente desactualizadas; por eso es tremenda la palabra de Jesús, porque él viene a actualizar algo que estaba sin avanzar, sin desarrollarse, sin progresar.

            En la primera de las llamadas oposiciones [Mt 5,21-22] donde guarda el mandamiento de no matar, el Señor nos dice que cuidado con la actitud interna del corazón, porque si un hermano de la comunidad -el cual ha aceptado el espíritu de las bienaventuranzas- no acude rápidamente a pedir perdón se está manifestando como una persona necia y eso conduce a la exclusión del individuo. Jesús queda bien en claro que una persona no puede estar estancada en el odio al hermano porque sería necio. Serías necio porque has desactivado el amor hacia ese hermano, porque le has despreciado a él y a la comunidad; y la comunidad, para salvar a ese hermano enfermo por el pecado, le debe corregir, pudiendo llegar incluso a la exclusión para su posterior incorporación en condiciones. La rabia se traduce en insulto y el insulto me conduce a eliminar a este hermano de tu existencia. Y uno de los castigos que Jesús habla es la ‘gehenna’. La gehena que significa el valle de los hijos perdidos, que es tanto como decir que si en tu alma reside el odio, actúas con necedad, sin sabiduría, y de este modo tu vida y tu ser quedan arruinados en su totalidad.

            Por hoy lo dejamos aquí. Os deseo un buen domingo.

jueves, 2 de febrero de 2023

Homilía del Quinto Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo a 5 de febrero de 2023

 


Domingo Quinto del Tiempo Ordinario, ciclo a

5 de febrero de 2023

            El domingo pasado el Señor nos regaló, en la Palabra de Dios, las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas no son un modelo de vida para individuos solitarios que están comprometidos perseguir la propia perfección. Las bienaventuranzas son la propuesta de una sociedad nueva y alternativa, en la cual hay que comprometerse a involucrar a todos en la creación de esa sociedad e iglesia nueva y alternativa.

Y hoy Jesús, a sus discípulos, les ofrece dos imágenes. La primera: «Vosotros sois la sal de la tierra» [Mt 5, 13-16]. Jesús habla al primer grupo de discípulos que están dando los primeros pasos tras el Maestro. La misión de ser sal de la tierra lleva consigo una serie de dificultades. ¿Cómo podemos ser sal de la tierra? Primero hay que caer en la cuenta que el sabor evangélico de nuestra vida es muy insípido. Nuestra vida no sabe a Evangelio. Nosotros hemos escuchado el domingo pasado las bienaventuranzas, y nosotros pensamos como antes, nos comportamos como antes, razonamos como todos, nos adoptamos a la moralidad actual de nuestro contexto social. Y de hecho nadie nos persigue por ser seguidor de Jesús, porque razonamos y vivimos prácticamente como todos lo hacen.

 ¿Cómo podemos tener el coraje para hablar de las bienaventuranzas y hacerlo con nuestra forma de ser, actuar y pensar? Bueno, si uno plantea al menos esta dificultad y cae en la cuenta de que su vida no tiene sabor a Evangelio, que es insípida, por lo menos es consciente de la distancia que le separa de Jesucristo. Debemos tener presente que la fragilidad y debilidades, las cuales comprobamos en nuestra vida, no nos incapacita para sacar adelante la opción de seguir a Jesucristo. El apóstol Simón, al que Jesús le llamó con el sobrenombre de Pedro, durante toda la convivencia con Jesús seguía pensando con criterios mundanos y vemos la fatiga, el esfuerzo que Pedro realizó para separarse de los criterios dictados por el Maligno. Porque Pedro seguía teniendo sueños de grandeza, de prestigio que caracterizan el mundo del pecado. Sin embargo, Jesús siguió confiando en Pedro. Y Jesús sigue confiando en cada uno de nosotros a pesar de las grandes debilidades y fragilidades.

Otra de las cosas a tener en cuenta en ese ser sal de la tierra es que tenemos miedo a la confrontación con aquellos que piensan de un modo diverso. ¿Por qué razón tenemos miedo a la confrontación con los que piensan diferente? En primer lugar, porque si nos preguntan las razones de nuestra esperanza no podamos ofrecérselo. Y también porque tenemos miedo de que se rían de nosotros al ser considerados como soñadores y engañados. Recordemos que esto le sucedió a Pablo en Atenas, cuando en el Areópago [Cfr. Hch 17, 16-34] estaba anunciando la resurrección comenzaron a burlarse de él. El cristiano no tiene que tener miedo de presentarse ante el mundo, el cual piensa de un modo diverso. No podemos quedarnos rezagados o aislados en nuestras comunidades. Y no lo podemos hacer porque debemos de esparcir la sal de la sabiduría evangélica en el mundo.

Ahora bien, ¿cómo podemos ser sal de la tierra? A lo que Jesús nos lo dice. Jesús no quiere que sus discípulos se aíslen huyendo del mundo. El cristiano tiene que estar presente en todos los contextos de la vida social, la cual es diferente y se mueve por criterios mundanos. Pero si la sal permanece en el salero es inútil. La sal se debe de mezclar con la masa, se ha de mezclar lo que se va cociendo en esta gran cocina del mundo.

 

¿Cómo ha de ser la sal? En tiempo de Jesús eran muchas las funciones de la sal y Jesús utiliza esta metáfora. La sal, en primer lugar, es la de dar sabor a los alimentos. Desde la antigüedad la sal se ha convertido en el símbolo de la sabiduría, porque es lo que da sabor a la vida. Es más, todos tenemos experiencia que cuando estamos en un grupo y hay una persona sabia o entendida la conversación enseguida sube de nivel y se vuelve agradable e interesante, enriquecedor… o sea, tiene sabor. San Pablo conoce este simbolismo cuando escribe a la comunidad de los colosenses recomendándoles que las conversaciones que tengan entre ellos sean siempre agradables sazonando con sal: «Que vuestra conversación sea siempre amena, sazonada con sal, sabiendo responder a cada cual como conviene» [Col 4, 6]. La forma de hablar del cristiano ha de tener un sabor muy particular, muy diferente del discurso que hacen los que son paganos. Por lo tanto, en la boca de un cristiano no cabe ni el lenguaje soez ni la vulgaridad. Lo importante a destacar es que el cristiano trae al mundo la sabiduría que da el sabor y el sentido a la vida.

Hay mucha frivolidad y tonterías que circulan por los medios de comunicación social, por las conversaciones en las calles y allá por dónde nos movemos. Y es el cristiano el que moviéndose en este contexto social y cultural el que recuerda los valores y los principios por los que vale realmente la pena vivir. Si quitamos el Evangelio lo único que queda es cultivar sueños, disfrutar de los pocos días que podamos estar en esta tierra para luego concluir que todo lo que has vivido es vanidad, que ha sido únicamente humo o vapor que desaparece sin dejar rastro. El cristiano trae al mundo la sal de una nueva sabiduría, la que da sentido a la vida.

Pero la sal también tiene otra función muy importante: la de conservar a los alimentos. En la época de Jesús no había frigoríficos, y para impedir que los alimentos se echaran a perder, se estropeasen, se sazonaban los alimentos y de este modo se conservaban más tiempo. Recordemos que la palabra ‘Magdala’, es llamada por Estrabón -geógrafo de la antigua Grecia- en sus libros de geografía, con el nombre de taricaya (Ταριχαία en griego), ‘pez seco’, porque la industria principal de la ciudad era salar el pescado, el dejarlo secar con sal para luego venderlo en todos los mercados de Galilea. Pedro pescaba durante la noche para llevar su pescado a venderlo a Magdala para que allí lo salasen. La sal era la del Mar Muerto, el cual también fue exportado a Egipto. De hecho uno de los componentes de la momificaciones era la sal. Y esa sal del Mar Muerto se vendía en bloques y era algo muy valioso.

Luego la sal que previene la corrupción de los alimentos, por la asociación de ideas, está conectado a la lucha contra todas las fuerzas negativas y espíritus malignos. Y se utilizaba para inmunizar contra los espíritus del mal; tenía una función purificadora [Cfr. 2Re 2, 19-22]. Del mismo modo, la sal es usada en la preparación de agua bendita para los asperges dominicales y para el uso de los fieles en sus casas.

¿Cuál es el significado de la sal en el cristianismo? Es proteger para que no se descomponga, no se pudran los principios morales en una sociedad. A modo de ejemplo: en una sociedad donde prevalece e importa es el valor al dinero, donde todo tiene un precio. Recordemos lo que nos dice el profeta Amós: «Porque venden al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias» [Am 2, 6]. El cristiano es sal porque recuerda la dignidad del hombre y defiende que la dignidad del hombre debe de ser siempre el punto de referencia en todas las opciones. El cristiano es sal porque recuerda lo sagrado. Cuando Caín mató a Abel, el Señor le puso una marca a Caín para impedir una venganza de sangre, se lo puso para protegerle [Gn 4, 15]. De este modo se nos indica que la vida del hombre ha de ser respetada. En una sociedad donde se ha banalizado las relaciones sexuales, donde las personas se conviven de un modo desordenado, sin mas reglas que las que se ponen a su conveniencia y se empeñan en hacerlo pasar como algo normal y natural, el cristiano recuerda la santidad de la relación de un hombre con una mujer. El cristiano recuerda el proyecto de Dios en el amor responsable. Otro ejemplo; en un mundo donde se busca el propio provecho e interés, el cristiano llama la atención por la preocupación por el otro, educándose en la atención de los demás hermanos.

Ahora bien, el cristiano no es sal porque impone estos valores, sino porque los vive y  los practica con alegría y el mundo, que no es ciego, los pueden descubrir esos valores evangélicos. La lluvia cuando cae con violencia y con abundancia arrasa con todo lo que pilla en su paso, y eso destruye. Lo nuestro es ser copitos de nieve que, poco a poco, se va filtrando en la tierra, la humedece y la enriquece.

Cuando Jesús nos avisa del riesgo de que la sal se vuelva sosa nos está dando una palabra de gran actualidad. El verbo que se usa en griego para indicar la pérdida del sabor, es ‘moraino’, que se traduce por “perder el sabor”, “desvirtuarse”; significa también “volverse necio, loco” [Cfr. Rom 1, 22; 1 Cor. 1, 20]. El cristiano puede correr el riesgo de perder ese sabor, de perder esa sabiduría que debe de llevar allá en donde se desarrolle su existencia. El cristiano está en el mundo, en medio de unos planteamientos mundanos, y puede correr el riesgo de contaminarse por la sabiduría mundana, y de este modo pierda su sabor, pierda su presencia evangélica. Cuando uno empieza a adaptarse al mundo, el mundo te engulle. El evangelio puede ser aceptado o rechazado, pero no puede ser modificado. No se puede contaminar el sabor de la sal evangélica.

El adjetivo derivado del mismo (morós) se aplica al hombre necio o insensato que construye su casa sobre arena [Mt 7, 26] y las vírgenes necias que al tomar sus lámparas no se proveyeron de aceite [Mt 25, 1-21]. Los términos de «ser echado fuera y que la pise la gente» remite al juicio de Dios [Cf. Mt 3, 10 «y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego»; Mt 7,19; 13,42 «y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes»]; por lo tanto, un discípulo que no viva como tal y que no ejerza alguna influencia en su ambiente, será rechazado por Dios.

La segunda imagen que utiliza Jesús para indicarnos cómo hemos de estar en el mundo es la luz: «Vosotros sois la luz del mundo». La luz es la primera criatura de Dios, de tal modo que la luz en la Biblia es siempre algo positivo porque es símbolo de la vida, mientras que la oscuridad es símbolo del mundo de los muertos. En Dios sólo hay luz. El salmo 104 nos dice que Dios está envuelto en luz como en un manto. En la primera carta de San Juan, al inicio, se nos dice que «Dios es luz, y en él no hay tiniebla alguna» [Cfr. 1 Jn 1,5], en Dios no hay ninguna señal de muerte. Esta luz de Dios viene a los hombres a través de su Palabra, a través de su Torah. El salmo 119 nos dice que  «tu palabra es antorcha para mis pasos, luz en mi sendero». En efecto, frente al velo del Templo que separaba el ‘santo santorum’, siempre estaba encendido la Menorá, el candelabro de siete brazos que era el símbolo de la luz que viene de Dios y que iluminaba el mundo. De ahí se puede llegar a entender el escándalo de aquellas palabras de Jesús cuando dijo «yo soy la luz del mundo y el que me siga no caminará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida» [Cfr. Jn 8,12]. Para un piadoso israelita esta afirmación era herética, blasfema. Jesús se presenta como la luz porque ha mostrado la belleza del rostro de Dios. La luz viene a disolver las tinieblas del mundo, viene a resolver las violencias del mundo, los odios, las mentiras y las injusticias. Era algo indignante y escandaloso esa afirmación de que él era la luz del mundo, pero no se queda atrás -por escándalo- la otra afirmación que hace Jesús: «Vosotros sois la luz del mundo». Jesús se lo dice a sus discípulos, los cuales están empezando a dar pasitos en el descubrimiento de esa nueva vida, los cuales están sumidos en medio de una lucha por los primeros puestos, por envidias y recelos entre ellos, buscando la riqueza y la seguridad en la vida; los cuales no entienden las palabras del Maestro y que en el momento decisivo de la cruz le dejan solo, y después de la Pascua siguen con sus miedos y dudas… personas con poca fe. Y no olvidemos esas primeras comunidades cristianas y se dan tantas riñas y tantas incomprensiones. Daos cuenta de la confianza que Jesús da a esta comunidad de primeros discípulos y a nosotros.

La imagen de la luz completa a la de la sal. La sal se mezcla con los alimentos. La luz no se mezcla con los alimentos, sino que ilumina las cosas en las que lo pones. Destaco el valor de lo que vale y de lo que no vale; lo que es bueno y lo que es dañino; lo que es comestible y lo que tu no debes ingerir porque es venenoso. La luz muestra el camino seguro del peligroso. El cristiano está llamado a discernir con esa luz en medio de su vida.

Además, la palabra dice «no se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte». Jesús no quiere que sus discípulos se hagan notar o mostrar que ellos sean mejor que los demás. Esto contradice lo que Jesús ha enseñado cuando dice que «cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeteando por delante como lo hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que con eso ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha. Así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» [Mt 6, 2-5]. El texto de «no se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte» parte de un texto del profeta Isaías [Cfr. Is 2,2] que habla de Jerusalén y dice que esta ciudad será edificada, se afianzará en la cima de los montes, se alzará por encima de las colinas y todos los pueblos acudirán a esta ciudad porque la luz saldrá de Jerusalén, porque de allí saldrá la palabra de Dios. Y Jesucristo nos dice que Él es esa nueva Jerusalén donde acudirán esas comunidades que nacieron y nacerán del anuncio del Evangelio y de su persona.

Jesús advierte de un peligro -del mismo modo que la sal puede quedar sosa, perder el sabor- el cristiano puede atenuar el esplendor de la luz del Evangelio. Por eso nos dice que «tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín».  Jesús advierte a sus discípulos del peligro de meter la lámpara en el celemín. El celemín era la medida del grano de trigo. Nos está diciendo que no midamos el Evangelio que el discípulo anuncia, con el criterio humano, con nuestra racionalidad. Cuando uno escucha del Señor una llamada a que no te resistas al mal que te hagan [Mt 5, 39], al que te abofetee en la mejilla derecha preséntale también la otra; quien te pida acompañarle una milla, acompáñale dos… uno no puede pasarlo por el filtro de su razón ni puede ocultar esas partes del Evangelio. Uno no puede arrancar aquellas paginas de la Escritura que no nos gusten, o porque sean un fastidio o molestas. O deslucir o ocultar todo lo que se trata en el evangelio del compartir los bienes y conformarse con dar una pequeña limosna. Es mucho más que eso. O todo lo referido con el perdón incondicional o el amor gratuito o el amor incluso al enemigo. No podemos amputar aquellas cosas que nos gusten del evangelio. No podemos medir con nuestras medidas la exigencia y la coherencia que nos pide el evangelio. No podemos medirlo, aunque nos resulte lo mejor según nuestra razón humana.

Y esta luz ha de alumbrar a todos los de casa: los de la casa son los de la comunidad cristiana. La luz ha de iluminar ante todo a los que tomaron la decisión de pertenecer a la comunidad de los discípulos de Cristo. Primero esa luz ha de iluminar a la comunidad para que los hombres vean, por vuestras buenas obras, la luz de Cristo. No estamos para adoctrinar, sino para fascinar con la belleza evangélica. Cuando uno pone la ley por encima o levanta la voz… hace que la belleza desaparezca y empecemos a medir, con nuestro particular celemín, el modo de vivir como cristianos. Y esto sería dañino.

Esta belleza de la vida cristiana era reconocida en la iglesia primitiva. Por ejemplo, en la carta de San Pedro cuando escribe a estas comunidades que son perseguidas y viven entre paganos. Y les dice Pedro que en medio de los paganos vuestra conducta sea bella. Dice que «tened todos unos mismos sentimientos; sed compasivos, amaos como hermanos, sed misericordiosos y humildes. No devolváis mal por mal, ni insulto por insulto; por el contrario, bendecid pues habéis sido llamados a heredar la bendición» [1Pe 3, 8-9]. Para que viendo vuestras buenas obras den gloria a Dios.

Es necesario hacer una ruptura con la mundanidad, pero viviendo la vida con la belleza evangélica.