sábado, 31 de diciembre de 2022

Solemnidad Santa María, Madre de Dios, 2023 Ciclo A


Santa María, Madre de Dios, Solemnidad

1 de enero de 2023

            El primer día del año se abre con un deseo de buenas noticias. Y esta buena noticia que nos anuncia el evangelista Lucas es que todos aquellos que la religión consideraba más lejos de Dios, en realidad para Jesús son los que más cercanos están.  En el evangelio de hoy [Lc 2, 16-21] nos cuenta que «los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre». Los pastores eran considerados como personas impuras, apartadas por su actividad, eran considerados como marginados, excluidos como pecadores porque vivían de una manera fuera de la ley; su tarea de cuidar al rebaño les impedía asistir a los servicios del Templo, de la sinagoga. También se creía que cuando el Mesías llegara los tendría que castigar. Pero cuando el ángel del Señor entró en contacto con los pastores y les dijo «no temáis, yo os anuncio una gran alegría, que lo será también para todo el pueblo: os ha nacido hoy en la ciudad de David un salvador» [Lc 2, 10-11]. Es decir, que cuando se presenta el ángel a los pastores no les incinera en su ira, ni los destruye, ni les pasa por la espada, sino que los envuelve con su luz, es decir, con su amor. El evangelista niega la doctrina tradicional que premia el bien y que castiga el mal. Cuando Dios se encuentra con los pecadores, no les reprocha nada, no los castiga, sino que los envuelve con su amor.

            Nos sigue contando el evangelista que fueron corriendo hacia Belén y que al verlo, contaron lo que el ángel les había dicho de aquel niño. Ellos fueron sin demora y les encontraron en aquel pesebre. El Hijo de Dios que les había sido anunciado no había nacido en el Templo ni en un lugar digno, sino que nació en un lugar desapercibido, oculto. Y los pastores después de haberlo visto dieron testimonio de lo que les habían dicho del niño. El anuncio del ángel era que les había nacido el Salvador, no el justiciero ni el verdugo.

Es significativo que toda la gente que oía este testimonio anunciado por parte de los pastores «se admiraban», pero no hay ninguna reacción de alegría por parte de la gente. Ante esta noticia la gente del pueblo no se alegra, es algo que desconcierta sobremanera. ¿Por qué? Porque en la doctrina tradicional esos pastores tendrían que haber sido castigados por ese ángel y esto escandalizó a la gente del pueblo que se consideraba fiel a la Ley de Moisés. Lo que el ángel les está anunciando a los pastores es el escándalo de la misericordia de Dios: que Dios te quiere infinitamente con ternura, y ese es el hilo conductor de todo el evangelio de Lucas.

María, por su parte, gozaba por esa novedad porque descubrió que Dios es misericordioso, que ama a sus hijos; y ella, por su parte «conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón», buscando el verdadero sentido de las cosas en su corazón. María también está desconcertada por esta novedad porque no corresponde con lo que ella siempre ha enseñado en la religión judía, pero ella no lo rechaza, se alegra por ellos. María es grande, no sólo porque ha dado a luz al Hijo de Dios, sino por tener el coraje de seguirlo y volverse su discípula, “discípula predilecta de Cristo”.

Nos dice el evangelista que «los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían visto y oído». Hacen lo mismo que los ángeles, glorificar a Dios. Y glorificar a Dios es un privilegio de los ángeles y eso mismo hacían los pastores. Esta gente que era apartada y marginada estaban haciendo lo mismo que los ángeles de Dios en el cielo. Una vez que han experimentado el amor de Dios, son los que más cerca están de Dios. Pero este plan divino se encuentra con la resistencia de los hombres, la novedad traída por Jesús no será acogida por muchos.

El evangelista nos cuenta que cuando se cumplieron los ocho días prescitos para la circuncisión le hacen miembro del pueblo de Israel e hijo de Abrahán, pero ese niño había sido anunciado por el arcángel San Gabriel como Hijo del Altísimo. Hay una lucha interna entre el espíritu de la tradición hebrea y con la novedad que está irrumpiendo con Cristo, y esta novedad sale triunfante y queda plasmada cuando le pusieron el nombre de Jesús, «como lo había llamado el ángel antes de su concepción». Y el propio Jesús sabe, y así lo hará durante toda su vida, obedeciendo y escuchando a aquel que es su padre, Dios. 


domingo, 25 de diciembre de 2022

Homilía de Navidad 2022

 


Navidad 2022

            El transcurso del tiempo y la rutina de las cosas nos han ido deformando el modo de cómo debemos de descubrir la novedad de lo que vamos viviendo. Sin embargo, no olvidemos de un hecho incuestionable: Dios habla en medio de tu historia personal. Hay momentos en los que el Señor permite determinadas cosas, las cuales nos puede desencajar el corazón o generar un sufrimiento que se ancla en el ser y te va rasgando interiormente. Todo esto generaría una profunda desesperación y un deseo de ‘tirar la toalla’, de no seguir luchando porque uno puede considerar que la guerra la tiene uno perdida: Un matrimonio fracasado, un proceso de nulidad matrimonial que revela la realidad de lo que has vivido, un noviazgo roto, un empleo que nunca llega, unos problemas con los hijos de los que uno no sabe ni cómo resolverlos, una enfermedad que limita tus capacidades, una profunda decepción o un severo disgusto del que mana lágrimas... De tal modo que todos o cada uno de estos acontecimientos te van proporcionando la certeza de que lo vivido anteriormente es fruto de un fracaso, de una pérdida de tiempo, de un esfuerzo infructuoso. Por lo menos eso es lo que el Demonio quiere que creas; es más, desea que te convenzas que todo o la mayor parte de las cosas que haces no es más que una sucesión de fracasos y de decepciones. Te hace caer en la convicción de que nadie te quiere, que estas solo en medio de tu pecado, de tu tristeza, de tu angustia, de tu sufrimiento. Esta es la táctica del Demonio; aislarte para demolerte.

Sin embargo, aquel que tiene poder de sacar hijos de Abrahán de las piedras; aquel que creo la luz cuando nada existía; aquel que hizo salir agua de una roca en medio del desierto y que alimentó al pueblo de Israel en el desierto; aquel que es fiel en medio de nuestras infidelidades te dice: «Te quiero». Es entonces cuando eso que antes era imperdonable, dolorosísimo, ese severo disgusto que te arrastraba hacia la oscuridad con la suma violencia de un huracán va perdiendo intensidad y los nubarrones se van retirando permitiendo que los rayos solares lleguen a su destino. Me resuenan aquellas palabras del Papa San Juan Pablo II pronunciadas en 1987 en Chile: «¡Dios siempre puede más!».

            Si este Niño no hubiera nacido, toda nuestra vida se podría reducir a una simple hoja de un árbol caída al suelo, llamada a desaparecer sin importar a nadie: Todo para nada. Sin embargo, hoy celebramos que el Hijo del Altísimo se ha hecho carne y el amor es más fuerte que el odio o el dolor. «Sólo el amor es el que da valor a todas las cosas». Esta frase no es mía, es de Santa Teresa de Jesús. Ella sufrió muchísimo por parte de aquellos que deberían haberla apoyado, experimentó numerosas incomprensiones y persecuciones. Y apoyándose en el que es la Vida, salió triunfante de tales batallas. Y el amor es Cristo, y es Cristo, el mismo que te saca de la fosa de la muerte, te devuelve la dignidad, te seca las lágrimas de tus ojos, te cura la herida y pone a ángeles en tu camino para ayudar a recuperarte.

            Este Niño que hoy ha nacido tiene el poder de reconstruir lo que hemos destruido, de sanar lo que hemos herido, de reparar lo que hemos dañado. Dios siempre pone a ángeles que nos protegen en el camino. Siempre que Cristo ha entrado en escena en la vida de alguien, esa vida se ha recompuesto, se ha regenerado, se ha sanado. De tal modo que de un mal, teniendo a Jesús con nosotros, se revierte en un bien.


sábado, 26 de noviembre de 2022

Homilía / Comentario del Domingo Primero del Tiempo de Adviento, Ciclo A

Homilía del Domingo Primero de Adviento, Ciclo A

27 de noviembre de 2022

             Hermanos, para entender el evangelio de hoy [Mt 24, 37-44] es preciso entender el contexto. Jesús está sentado en el Monte de los Olivos, con sus discípulos, y está contemplando el maravilloso Templo de Jerusalén; y es aquí donde él pronuncia este mensaje. Se acerca la fiesta de Pascua y Jerusalén es un hervidero de peregrinos que van y vienen.

Recordemos que Jesús está hablando de un mundo que está por terminar. Y los discípulos entienden que no se refiere al mundo material: está hablando de otro mundo marcado por el pecado, del mal, de la injusticia, de la violencia. Jesús está anunciando un evento gozoso: El pecado nos ha ido degradado, nos ha ido devaluando, envileciendo llegando a convertir al hombre en bestias y que este mundo inhumano está destinado a desaparecer. Y para presentar este mensaje recurre al lenguaje apocalíptico que nos puede resultar un tanto enigmático. Jesús dice «el sol se oscurecerá, las estrellas caerán del cielo y las fuerzas celestes se tambalearán» [Mt 24, 29]. No se trata del sol, de la luna y de las estrellas del firmamento que contemplamos. Se trata de las imágenes de las deidades celestiales que en el Medio Antiguo Oriente que todos adoraban y que eran los responsables de la vida del mundo y del destino de la humanidad: ‘Atón’ el dios de los egipcios que desde lo alto ilumina la tierra con sus rayos, del cual nació el faraón y su esposa Nefertiti. En Egipto adoraban al dios de la luna ‘Iah’; la diosa sumeria ‘Ishtar’, la estrella de la mañana. Y Jesús dice que el mundo viejo gobernado por los ídolos ha llegado a su fin. Que ese sol, esa luna y esas estrellas van a perder su esplendor. Ha venido el eclipse de todas las falsas divinidades que el hombre se había inventado. Y el creer en estas divinidades, de estos ídolos, se derivan todos los desastres en la vida.

Y hay muchas realidades materiales que el hombre ha divinizado, ha ensalzado como ídolos y han colocado en el cielo, como ocurre con el dinero. Y cuando uno adora al dios dinero, nos adentramos en ese mundo inmerso en la oscuridad del egoísmo y que genera un sinfín de sufrimientos, dramas y de lágrimas. En el cielo no podemos colocar ni el dinero ni las cosas terrenales, ya que el Cielo es la morada del único Dios y todos los ídolos han de ser echados del cielo, han de caer del cielo y deben ser devueltas a la tierra. Y esto ya lo anunció el profeta Isaías [Is 65, 17], en el año 450 a.C., en una época de injusticias sociales, de degradación moral, de corrupción. Y en este contexto hay enviados de Dios para anunciar un mensaje de esperanza para los pobres diciendo que ‘el Señor creará un cielo nuevo y una tierra nueva’. Y Jesús se está refiriendo a esta espera del mundo nuevo y del cielo nuevo limpio de todos los ídolos que hasta entonces habían poblado el cielo de la humanidad. No es un lamento por el mundo perdido, sino el proyecto de un mundo nuevo que estamos llamados a construir. El discípulo está en la certeza de la promesa de Cristo se realizará, de esa desaparición el mundo viejo y la creación del mundo nuevo. De hecho, en la segunda carta de san Pedro se nos dice que «nosotros, sin embargo, según la promesa de Dios, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en que habite la justicia» [2 Pe 3, 13]. Este mundo de amor, de esperanza, de paz que estamos llamados a construir.

Ahora bien ¿quién va a dar inicio a este nuevo mundo? Jesús, por supuesto, y Él se presenta como ‘el Hijo del hombre’. La expresión ‘Hijo del hombre’ está recogido unas setenta veces en la boca de Jesús, ya que Él mismo se define como ‘el Hijo del hombre’. De hecho, en el evangelio proclamado hoy aparece tres veces esta expresión. Y Jesús se autodefine así, como ‘el Hijo del hombre’. Nos tenemos que remitir a una visión que está relatada en el capítulo 7 del libro de Daniel en el que nos relata que el profeta dice haber visto salir del mar -símbolo de todo lo que es contrario a la vida- salir cuatro bestias. La primera era un león, símbolo del imperio babilónico: Babilonia que despedazó a todos los pueblos, como hace los leones. Y su reinado duró hasta que llegó el oso que representa el imperio medo-persa. Luego vino un leopardo que representan a los persas ya que conquistaron pronto el medio antiguo oriente. Y finalmente llegó la bestia peor de todas que representa el imperio de Egipto. Todo son escenas de guerra, de desolación, de violencia, de masacres. Esto es un mundo de bestias, no es un mundo humano.

De hecho, después de las visiones de las bestias del profeta Daniel, entra en escena un anciano de vestiduras blancas como la nieve y sus cabellos como lana pura, símbolo de la luz pura de Dios. Y ese hombre anciano representa a Dios. Y en las nubes del cielo aparece un hijo del hombre que se acerca al anciano, en hebraico es ‘Ben adam’, que se traduce como ‘hijo de Adán’. Y después de todo ese escenario de guerra, de las cuatro bestias -que representan los imperios- que habían gobernado a la humanidad basándose en la violencia, entra al final en escena un hombre, no una bestia. Y el anciano da a este hombre el poder, la gloria y el reino y que todos los pueblos estarán sujetos a Él. Y en su reino no habrá más destrucción y que será eterno.

Jesús al calificarse como el ‘Hijo del hombre’ es para decir que con él se inicia en la humanidad nueva, capaz de amar. No para competir, no para aplastar al hermano. Una humanidad de corderos, una humanidad de hombres que donan la vida, que entregan la vida, que se desgastan por amor a los hermanos. Uno es hombre no cuando domina, sino cuando se sirve. El plan de Dios que quiere para la humanidad concluirá con el final del mar, de ese mar del que aparecieron las cuatro bestias del profeta Daniel.

Jesús hace un paralelo entre lo ocurrido en la época de Noé, cuando la gente comía, bebía, se casaba…ellos no hacían nada de extraño ni nada malo. Hacían lo que nosotros hacemos también. Pero hay dos formas de comer y de beber y dos formas de vivir la propia sexualidad. Hay quien sólo se alimenta pensando en sí mismo y dejando a lado a los otros y les hay también quien parte su pan con el hermano para ayudarle a quitar el hambre. Son dos formas diferentes de saciar sus necesidades orgánicas. Hay quien piensa en el propio placer y a quienes son felices haciendo felices a los otros.

El egoísmo es lo que caracteriza al mundo viejo y la atención al otro es lo que caracteriza el mundo nuevo. ¿Cuál el error cometido por la generación de Noé? Basta con leer el capítulo seis del libro del Génesis para entender el motivo del diluvio, porque era una humanidad que no entra dentro del diseño de Dios, porque no eran hombres, sino bestias. Dice que era una humanidad corrompida y estaba llena de violencia, y esto es lo que caracteriza la humanidad vieja. Es la tentación de esclavizar al más pobre y esta humanidad estaba destinada a desaparecer. Ellos deberían de haber entendido el signo profético de Noé cuando le veían construir el arca. Y ellos no lo quisieron ver y no quisieron entrar, embarcar en la nueva humanidad. Vino el diluvio y los arrastró a todos. Y Jesucristo dice «lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. Y el Hijo del hombre viene hoy en el evangelio y nos dice que prestemos atención porque hoy se puede repetir lo mismo que les pasó a los paisanos de Noé cometiendo el mismo error que los de la generación del diluvio. El Hijo del hombre te propone un nuevo modo de vivir las cosas de tu vida cotidiana, el beber, el comer, el hacer la compra, el ir al trabajo, el relacionarte con los compañeros, la relación con tu esposa o esposo, con tus hijos… etc. Porque nosotros lo podemos vivir al modo antiguo -al estilo a los de la generación de Noé con planteamientos corrompidos, egoístas- o al modo que nos plantea el Hijo del hombre, vivirlo como hombres nuevos. Por eso Jesús nos dice que estemos atentos a esto: que no repitamos el error que se cometió en el pasado, porque quedaríamos fuera de la historia de Dios.

Hay dos modos de vivir el beber, el comer, el vivir la sexualidad…uno egoísta y el otro guiado por el amor y de la alegría por ver al otro feliz. Por Jesús dice: «dos hombres estarán en el campo, a uno se le llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán». Jesús da ejemplos para mostrar que hay dos modos diversos de llevar la propia actividad profesional y personal. Una es la que no han aceptado el Reino de Dios y la propuesta del hombre nuevo que Jesús hace y la otra es la que a aceptado el Reino de Dios y ha entrado en la dinámica del mundo nuevo. Jesús recoge lo que hacían sus paisanos, los hombres al campo y las mujeres se quedaban en casa moliendo el grano para elaborar la harina y hacer el pan.

Empieza diciendo que un hombre que esta en el campo será tomado porque está involucrado en la nueva propuesta del hombre nuevo y toda su actividad está orientada según el hombre nuevo que acepta el mensaje de Jesús. Y el otro hombre se quedará, se perderá. Cuando el Evangelio entra en la vida de una persona el trabajo que antes hacía lo planteas y vives de un modo diferente, con diferentes objetivos. A modo de ejemplo, cuando Jesús se encuentra con el publicano, Jesús no le dice que deje de cobrar los impuestos, porque es un servicio que debe hacerse. Pero puede ser llevado a cabo de dos maneras: Una es la en la que se piensa enriquecerse aprovechándose la propia posición y la otra manera es la que lleva de un modo justo porque quiere que ese dinero sirva para el bien de toda la comunidad. Juan el Bautista no dice a los soldados que tiren sus armas y abandonen su profesión, ya que son necesarias para poder mantener el orden en la sociedad, pero pueden vivir su profesión de modo diverso: Una es el aprovecharse de su fuerza intimidad y cometer abusos y el otro modo es que lo vive como un servicio para el bien común, para el orden común. Y esto es aplicable a nosotros, cada cual en su situación particular.

Hay dos formas de vivir: una es la que ha entrado el mundo nuevo que acoge ya hace suya la propuesta planteada por Jesucristo y la otra es la que piensa sólo en el propio interés. Un ejemplo: un profesor que imparte una asignatura. Él puede dar la clase casi sin prepararla, no teniendo en cuenta a los alumnos que precisan más atención, y mostrándose irascible con los alumnos por no entender las cosas. El otro modo es el profesor que se prepara su clase, se toma su tiempo para prestar atención a las necesidades de sus alumnos, ejercitando la paciencia y ayudándoles a entenderlo. Son dos modos diversos de plantearse la profesión. Es cierto que la amistad, la paciencia, el trabajo extra que te generan los alumnos y el ser afable no entra dentro del contrato, pero ha entrado a formar parte del mundo nuevo porque ha acogido el mensaje de Jesucristo y viven pensando en la necesidad del hermano y vive en el amor… ese es el que se llevado. Pero el otro, que vive para sí, envuelto en su egoísmo, se queda y se pierde. Pero en el fondo lo que Jesús nos plantea es la alternativa entre si quieres vivir como un ser humano o no serlo.

Habrá dos monjas rezando en la capilla, a una se le llevarán y a otra le dejarán. Habrá dos sacerdotes celebrando la Eucaristía, a uno le llevarán y a otro le dejarán. Habrá dos obispos reunidos en asamblea….Depende si uno vive para sí o vive desde el planteamiento del Reino de Dios.

Tú no puedes perderte la oportunidad de acoger el Reino de Dios. Dice la Palabra «estad alerta, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre». Es importante recordar que ese ‘viene el Hijo del hombre’, aunque está planteado en términos de futuro acontece en el aquí y ahora. Y es aquí y ahora cuando, del mismo modo que los contemporáneos de Noé veían cómo él construía el arca, nosotros ahora sí que reaccionemos optando por los valores del Reino de Dios. El Señor con su Evangelio viene hoy a ti para que aceptes ser ese hombre nuevo y tienes que ser vigilante para no perder la oportunidad de participar en el Reino de Dios. Y para urgir a esta vigilancia Jesús utiliza la imagen del ladrón cuando dice «comprended si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abriera un boquete en su casa».  La imagen del ladrón no era usada por los rabinos, sin embargo era una imagen que los cristianos entendían para estar atentos y vigilantes.

Ahora bien, ¿cómo mantenerse despiertos?, ¿cómo estar en vela? Cultivando la reflexión y el silencio en toda esta confusión que nos rodea. Cultivar la sensibilidad y los valores evangélicos no dejándonos engañar por la publicidad de la moda, de la moral actual, del pensamiento líquido e insulso que se ha colado en todos los rincones -la iglesia no se salva de esto-, luchando contra el relativismo moral o hago lo que me place y me auto justifico en mi actuación. Estar vigilante es prestar atención, saber discernir entre lo que te hace como verdadero hombre y entre aquello que te deshumaniza, aunque sea aprobado por toda la mayoría. Ahora bien ¿serán muchos o pocos los que estén en vela? Sin lugar a dudas serán pocos, tal y como pasó en los tiempos de Noé. Sin embargo, no te quite la paz esto: tú estate vigilante para no perder la oportunidad de tu vida.


domingo, 20 de noviembre de 2022

Homilía del Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario, ciclo C, CRISTO REY DEL UNIVERSO

 

Homilía del Domingo XXXIV del tiempo ordinario, ciclo c

Cristo Rey del Universo

            Estamos en el último domingo del tiempo litúrgico dedicado al evangelio de san Lucas. El evangelio de san Lucas, desde el principio se nos habla de una buena noticia y es esto es confirmado hasta el final, porque no existe una situación imposible, porque en toda situación, aunque sea muy trágica, siempre se puede esperar la certeza de que el amor de Dios, como escribe San Pablo, permanece, ya que nada nos puede separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús [Cfr. Rom 8].

            Jesús está en Jerusalén y es ahí donde el propio Jesús anuncia la ruina de esta ciudad porque lejos de convertirse al Señor siguen pensando y actuando al modo mundano. Han pervertido la relación con Dios al vivirlo como un comercio, como un trueque y no como una entrega total por amor al Padre. No han hecho caso a aquellas palabras de ‘hay que nacer de nuevo del agua y del Espíritu de Dios’, y que ‘Dios quiere misericordia y no sacrificios’.

            Pues ahora el contexto está en que Pilato entrega en manos de los judíos para ser entregado al suplicio de la crucifixión porque era necesario difamar a Jesús, ya que deseaban que muriese como un malhechor, como una maldición divina, tal y como dice el libro del Deuteronomio. Era preciso que Jesús muriese de esta manera para no dar a entender al pueblo judío que Jesús es un mártir de la causa hebrea. Y es un hombre, Jesús, que está en el patíbulo al que no demostraban ni un mínimo sentimiento de compasión: recordemos que los soldados se burlaban de Jesús. Y la violencia contra Jesús, y eso que estaba en la cruz, va a aumentando hasta niveles insufribles. Ante esto Jesús no se lamenta, no se enfada, no abría la boca, ‘como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, permanecía mudo, no abría la boca’, tal y como dice el profeta Isaías. Más sorprendentemente la única palabra que salió de Jesús fue una palabra de perdón, de justificación: ‘Padre, perdónales porque no saben lo que hacen’. Y eso no era una única expresión, sino que resumía todo lo que había sido su vida. Ra una aplicación práctica al amar a nuestros enemigos. A la maldición responde con bendición, tal y como dice la primera de san Pedro: «No devolváis mal por mal, ni ultraje por ultraje; al contrario, bendecid, pues habéis sido llamados a heredar la bendición» [1 Pe 3, 8]. Es la respuesta que da Jesús es una oferta constante y continua de amor.

            El evangelista Lucas vincula la crucifixión de Jesús a las tentaciones del desierto. El demonio quería que Jesús se salvase, que bajase de la cruz para que el poder de Dios no se manifestase. De hecho, en las tentaciones del desierto, el evangelista emplea una frase un tanto sibilina diciendo que ‘el diablo se alejó de él hasta el momento oportuno’, hasta la ocasión propicia para seguir tentándolo. Y esta ocasión propicia llega cuando le dicen a Jesús ‘a otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios’. Y Jesús responde abandonándose a Dios. Y continua Lucas que le ofrecieron vinagre. Mientras el vino, en la Biblia es signo de amor, la vinagre es signo del odio, ya nos lo expresa el salmo 69 “me pusieron veneno en la comida, me dieron a beber vinagre para mi sed” [Sal 69, 22]. Con la vinagre demuestran el odio que le tenían, mientras el diablo estaba allí sacando lo peor de cada cual en ese momento.

            Había allí un letrero que ponía “Este es el rey de los judíos”, lo cual estaba escrito en latín, que era la lengua de los dominadores, de los romanos; en griego que era la lengua universal en aquel momento y en hebreo que era la lengua de Jerusalén. Era un modo de burlarse de Jesús.

            Jesús no solamente estaba siendo objeto de las burlas y de los crueles ataques por parte de los sacerdotes judíos, de los soldados y del pueblo, sino también uno los crucificados le insultaba, le despreciaba diciéndole ‘¿no eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros’. Esas palabras del malhechor crucificado es la tercera vez, en ese espacio que acontece estos acontecimientos, que tientan a Jesús diciéndole que baje de la cruz. Esta tercera vez, este número tres en la simbología numérica hebraica significa lo total, lo definitivo, lo completo es la suprema tentación: ‘si eres el Cristo, si eres el Mesías usa de tu capacidad para salvarte de esto’. Pero Jesús, su capacidad la usa para salvar a los otros. Sin embargo el otro que estaba siendo crucificado reprendía al otro diciéndole «¿ni siquiera temes tú a Dios estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo» [Lc 23, 35-43]. Y se presenta la ocasión, incluso estando en los últimos instantes de su vida, para que en palabras de San Lucas: «Él pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el demonio, porque Dios estaba con él» [Hch. 10, 38]. Y ese ladrón crucificado le pide a Jesús: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Y en medio de los insultos, calumnias y gritos, hay uno que reconoce en Jesús una cualidad, una realidad diversa. Y lo reconoce una persona religiosa o un sacerdote, los cuales sólo reconocían como sagrado las cosas religiosas, y sin embargo a uno que no tenía méritos, ni virtudes, que era considerado como alguien despreciable es el único que reconoce en Jesús el ser divino y ruega por su protección. Destacar el coraje, la esperanza de este crucificado. Y es aquí donde Jesús le entrega lo que uno sólo puede soñar o esperar, ya que no sólo le recordará, sino que lo llevará consigo. Es el ejemplo vivo del pastor que echa a los hombros la oveja perdida [Lc 15, 1-7]. Y Jesús para destacar la solemnidad de este momento y de la alegría de haber encontrado a esa oveja perdida usa una expresión relevante: «En verdad yo te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso». Jesús no se acodará de él estando en el paraíso, sino que ya le lleva consigo, sobre sus hombros, al paraíso.

            El Dios que se manifiesta en Jesús no es el Dios que se le gana con los méritos, sino que se abre y está disponible a aquellos que a él acudan y Dios les concede el amor como un premio, como un regalo, tal y como hizo Jesús. Ésta es la única vez que el evangelio utiliza el término ‘paraíso’ para hablar de la vida que continúa tras la muerte en la resurrección. De tal manera que, en el evangelio de Lucas, la primera persona que entrará en el paraíso con Jesús será un pecador, un canalla, un bandido. Esto supone que, a partir de este momento, las puertas del Paraíso, de la salvación están abiertas de par en par para todos aquellos que reconocen a Jesús como aquel que tiene poder de cuidarnos, sea cual sea su pasado, incluso para los del último momento, como es el caso de este crucificado. Recordemos que Jesús dijo que había venido a buscar a los enfermos y pecadores.

El hecho de que Jesús permita entrar en el cielo a un pecador puede ser algo que nos pueda escandalizar, porque no le pide ni un mínimo de penitencia y tampoco le pregunta si está arrepentido de lo que hizo, ni tampoco le dijo que se iba a quedar unos cuantos siglos en el purgatorio…sino que le dice que él, de ahora en adelante, estará en el Paraíso porque ha reconocido a Jesús como rey.

Este hecho de que entrase en ese condenado en la cruz en el Paraíso era algo que inquietaba a la primera comunidad cristiana ya que ellos eran muy rigurosos y bastante severos, sobre todo porque ese hombre ni siquiera había hecho penitencia ni se había convertido. De ahí surgió la urgencia de santificarlo y decir que era el ‘buen ladrón’ llamándole ‘Dimas’ pasando a ser el patrón de los ladrones moribundos. El evangelio que es bueno y justo hace que ninguna persona sea excluida de tener una buena muerte.


sábado, 5 de noviembre de 2022

Homilía del Domingo XXXII del Tiempo Ordinario, ciclo C -La vida que genera Dios no desaparece-

 


Homilía del Domingo XXXII del Tiempo Ordinario, ciclo C, 6 noviembre 2022

Lc 20, 27-38 -La vida que genera Dios no desaparece-

 

            Hermanos estamos ya en la conclusión del año litúrgico.

Primero, para poder entenderlo, es preciso contextualizarlo: Éste es el penúltimo domingo. Después tenemos el domingo XXXIII -donde se nos entregará el discurso escatológico, el discurso de los últimos tiempos- y posteriormente la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo con el que se concluye el año litúrgico. Estamos acercándonos a la conclusión del año litúrgico y tenemos que relacionarlo con las celebraciones que hemos tenido últimamente, el día de todos los Santos y los fieles difuntos. Y el evangelio de hoy hay que encuadrarlo en este contexto porque el tema de este domingo es la resurrección. Y hablar de la resurrección al estar concluyendo este tiempo litúrgico es tanto como decir que estamos viviendo en la esperanza de la realidad futura que tiene que venir. Por eso empezaremos el próximo nuevo año litúrgico con el tiempo de adviento que es la invocación del ‘Maranatha’, ‘ven Señor Jesús’.

            Recordemos que habíamos dejado a Jesús en Jericó [Lc 19, 1-10], es decir a las puertas de Jerusalén. En este domingo vemos ya a Jesús en Jerusalén [Lc 20, 27-38]. Semanas antes de la pasión y muerte de Jesucristo tienen lugar las llamadas disputas de Jesús con los fariseos, los saduceos, los herodianos y con algunos otros más. Esas disputas son las que empujan el proceso de capturar a Jesús y de condenarlo a muerte. Tienes disputas Jesús por cuestiones de la Ley, por cuestiones del Templo, de la observancia. Cuando Jesús tiene las disputas con los fariseos. Los fariseos eran la clase judía más observante y eran los mejor vistos por la gente, eran personas que vivían la observancia de la Ley y no pertenecían a la institución sacerdotal. Eran gente honesta y cumplidora, eran escrupulosamente cumplidora, muy diferente de lo que nosotros entendemos por el término ‘fariseo’. Sin embargo, la gente no aguantaba a los saduceos. Los saduceos eran los que formaban parte de la institución sacerdotal, eran de la alta sociedad y eran los que ‘cortaban el bacalao’ de todo el dinero que se recaudaba para el Templo. Los saduceos vivián a costa del dinero del Templo.

            Y Jesús, después de tener disputas con los fariseos tendrá disputas con los saduceos. Cuando Jesús hizo callar a los fariseos, fueron inmediatamente los saduceos para plantearle cuestiones delicadas para ponerlo a prueba. Los saduceos estaban que rabiaban con Jesús, porque Jesús estaba atacando la mamandurria, ya que ellos vivían del cuento, sin hacer nada. Los saduceos se la tenían jurada por todo lo que les hizo en el Templo al volcarles las mesas de los cambistas, hizo un látigo con las cuerdas y les echó a todos [Cfr. Jn 2, 13-17]. Cuando Jesús dijo que ‘habéis convertido mi casa en cueva de ladrones’, pues eso iba dirigido sobre todo a los saduceos que son los recaudadores. Jesús era para ellos un serio problema porque les estaba atacando lo que a ellos les daba de comer.

Y por este motivo los saduceos en una de las disputas que tienen con Jesús le presentan la cuestión de la resurrección. Porque mientras los fariseos habían aceptado la tradición que hacía referencia a los Macabeos, que es el texto de la primera lectura de hoy, [2 Mac 7,1-2,9-14] de la resurrección, el volver otra vez a la Vida. Sin embargo, los saduceos se mofaban de esta creencia de los fariseos. ¿Por qué? Porque se encontraban muy satisfechos de su situación económica, eran los que ‘cortaban el bacalao’ y no les interesaba a ellos la vida de después. A los saduceos les interesaba la vida en el momento presente. Los saduceos querían sobre todo vivir el culto, atraer la bendición de Dios sobre el pueblo y sobre ellos mismos, porque eso les generaba unos ingresos económicos bastante considerables. La bendición de Dios conllevaba la prosperidad material y la abundancia de los hijos, en la línea de lo prometido a Abrahán ‘tu descendencia será tan abundante como las estrellas del cielo’. Por lo tanto, a los saduceos no les importaba, para nada, el más allá. Una vez que se morían se acababa todo. Los saduceos se mofaban abiertamente de esto de la resurrección. ¿En qué se basaban los saduceos para afirmar esto? En el Pentateuco, es decir en la Torah. Los saduceos no hacían tanto caso a los profetas. Mientras que para los fariseos era importante toda la sabiduría y toda la tradición profética, para los saduceos principalmente era la Torah, los cinco libros del Antiguo Testamento, sobre todo el Levítico y el Deuteronomio. Estos eran sus libros de referencia. Y mira por dónde, los saduceos hacen referencia a esos libros cuando hablaban con Jesús en la disputa para argumentar que no existe resurrección: Los saduceos hacen referencia a Moisés diciendo que no existe resurrección. Y los saduceos ponen el ejemplo de la mujer viuda de siete maridos, que al final murió la mujer. Y le preguntan los saduceos a Jesús: «¿de cuál de ellos será la mujer?». Es entonces que ponen ese caso porque tienen presente el caso de Tobías y su mujer, Sara [Tob 7, 6-14]. En ese caso de Sara que había estado casada con siete maridos y los siete murieron en la cámara nupcial durante la noche.

Los saduceos sacan a la luz ese caso y dicen que, si ha tenido siete maridos, en la resurrección de los justos ¿de quién será la esposa? Esta pregunta está haciendo referencia a la ley de Moisés del levirato. Si moría un hombre dejando a la mujer sin descendencia el hermano tenía que casarse con ella para dar descendencia a la familia y sobre todo para los temas de la herencia, para que el dinero no saliera de casa, acumular los capitales.

Y entonces Jesús haciendo referencia al libro del Levítico -libro que los saduceos admitían- les dice que el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob no es Dios de muertos, sino de vivos. La imagen que Dios les trasmite, iluminando e interpretando la imagen que han recibido del Antiguo Testamento, es que en el momento en que Dios es ‘el Dios de Abrahán’, ‘de Isaac’ ‘y de Jacob’, está diciendo que Dios no es el Dios de una nación en el sentido geográfico, sino que es el Dios de un pueblo en el sentido personal. Es un Dios que ama personalmente y que es el Dios quien les da la vida.

Y Jesús da un paso más para clarificar cuando dice que ya no estarán casados ni solteros, sino que serán ‘como los ángeles de Dios’ porque han nacido de Dios.  Aquí está la cuestión: han nacido de Dios. Los ángeles son generados por Dios, no tienen vida biológica, les genera Dios y por lo tanto es el amor. El amor y la elección de Dios va más allá del aspecto biológico, les genera como los ángeles. El amor de Dios no sólo nos ha proporciona una vida biológica, sino que su propio amor nos genera como lo hace con los ángeles. Ese amor hace imposible que mueran. El amor de Dios es lo que nos impide morir, porque el amor no muere. Es el amor de Dios el garante de nuestra vida, hasta el punto que no puede permitir que una cosa amada desaparezca. El amor de Dios genera vida y la vida que genera Dios no desaparece.

No es el dios de las otras civilizaciones como las egipcias o de la civilización griega o romana. No es el dios del panteón. No es un Dios geográfico, es un Dios personal que ama a las personas y a las cuales, aunque parezcan que están muertas, si Dios los ha amado quiere decir que no pueden desaparecer. Por eso hace referencia a los ángeles de Dios porque han sido generados por Él y no biológicamente. No pueden estar muertos porque han vivido en el amor de Dios y el amor de Dios no conduce a la muerte. Y el ejemplo lo tenemos en Cristo que fue entregado a la muerte, pero la muerte no podría tenerlo ni retenerlo como prisionero.

domingo, 30 de octubre de 2022

Homilía/Comentario del Evangelio del Domingo XXXI del Tiempo Ordinario, ciclo C



Homilía/comentario del domingo XXXI del Tiempo Ordinario, ciclo c

30 de octubre de 2022 [Lc 19, 1-10] Zaqueo

             Todos los que iban de Galilea a Jerusalén, como no querían pasar por el territorio de Samaría, porque eran considerados heréticos y eran gente desagradable, y si se enteraban que iban de peregrinos a Jerusalén les recibían mal. Entonces salían del territorio de Samaría y pasaban a la parte oriental del Jordán. Pasaban el Jordán y se metían en la zona conocida de la Perea, que era también territorio dependiente de Herodes. Entonces en vez de atravesar Samaría se pasaban el Jordán y llegaban a la parte oriental de Palestina. Cuando ya habían bajado y pasado a Samaría volvían a pasar a la zona oeste y salían precisamente a la ciudad de Jericó.

            También nosotros estamos con Jesús recorriendo todo este camino. Estamos haciendo este recorrido físico con Jesús que va de Galilea a Jerusalén, pero también un itinerario espiritual y existencial. Porque Jesús va instruyendo a sus discípulos. Y cuando llega a Jericó, que sería casi ya a las puertas de Jerusalén, es una preparación para esa entrega total para abrirnos las puertas de la vida eterna con su muerte y resurrección. El pueblo hebreo salió de la esclavitud de Egipto, atravesó Jericó para llegar a la tierra prometida, a la tierra de la libertad. Cristo atraviesa Jericó para que todos nosotros que estábamos muertos por el pecado fuésemos conducidos a la Jerusalén donde se nos entregará el supremo regalo de la Vida Eterna a través de la muerte y resurrección del Cordero de Dios en el ara de la cruz.

            El pueblo de Israel, cuando entró en la tierra prometida y empezó la conquista de los pueblos que allí vivían, empiezan entrando por Jericó. Y con Jesús, en Jericó empieza el último itinerario para llegar a Jerusalén y que es de 27 kilómetros en subida porque Jerusalén está mas alto. Y allí en Jericó se tienen que aprovisionar sobre todo de agua porque allí yace un manantial que dio lugar al oasis que ahí allí, en esta zona de Jericó. Y allí los discípulos y Jesús se aprovisionaron del agua y de todo lo que necesitaron porque de Jericó a Jerusalén tienes que atravesar el desierto de Judea. Por ello se contrapone Jericó a Jerusalén.

            Jericó es una ciudad de costumbres de moral relajada, de comodidades y además había un micro clima tanto moral como atmosféricamente. José Flavio escribió dos páginas y media de la ciudad de Jericó y nos cuenta que la llaman ‘la ciudad de las palmeras’, porque dice que da unos dátiles que cuando los exprimes sale un néctar que no desmerece en nada la de las abejas. Jericó etimológicamente significa ‘lugar de la fragancia’ en relación con todo esto. De hecho, en Jericó también tenía Herodes una residencia y los que tenían dinero de Jerusalén tenían sus casas porque tenían allí un micro clima. Cuando en Jerusalén hacía frío, allí estaban estupendamente. Y solo había 27 kilómetros de distancia. Además, Jericó se contraponía a la santidad de Jerusalén.

            Y en Jericó estaba este jefe de los publicanos llamado Zaqueo, que significa ‘el justo’, ‘el puro’. Que en este caso era todo lo contrario.

Zaqueo sabía que Jesús iba a atravesar la ciudad, porque Jericó era una importante ruta comercial y de peregrinaje hacia Jerusalén. Jericó era un centro muy importante para recaudar los impuestos y un lugar de gran lucro y beneficio para un jefe de recaudadores, tal y como lo era Zaqueo. Y Zaqueo sabía que Jesús estaba allí porque a la entrada de la ciudad había una aduana y le habían visto junto con sus discípulos. Para entrar había que pagar. Luego la noticia de que Jesús estaba en las puertas de la ciudad era bien conocida por el jefe de los publicanos.

Cuando la Palabra nos dice que Zaqueo era «pequeño de estatura» y que no lograba ver a Jesús a causa del gentío se nos está refiriendo que esa inquietud que tenía dentro el propio Zaqueo estaba siendo aplanada, apagada, sofocada, achatada por el modo de entender la vida y la religiosidad que imperaba por la mayoría. El gentío, fácilmente manipulable por unos pocos, termina imponiendo su modo de entender la realidad. Sin embargo, Zaqueo se sube a un sicómoro para distanciarse del gentío. Porque mientras el gentío no tenía inquietud, él sí lo mantenía. Es preciso distanciarse del ajetreo del gentío para poder cultivar la inquietud de estar con Jesucristo. La inquietud por las cosas de Dios es enseguida minusvalorada, criticada, murmurada por el gentío que desea imponer el pensamiento único, para que nadie disienta. Por eso es tan importante distanciarse del gentío, aprovisionarse del agua y de la comida espiritual -tal y como lo hicieron Jesús y los discípulos- para luego poder atravesar nuestro particular desierto de Judea.

Del evangelio de San Lucas hay que destacar que tiene la connotación de la alegría. San Lucas llena páginas de la alegría y del gozo porque la salvación de Dios ya está actuando. Por eso Zaqueo lo primero que hace es que se llenó de alegría; nos dice «que lo recibió muy contento». La Virgen, desde los primeros versículos del evangelio de san Lucas, está lleno de alegría, lo mismo que Juan el Bautista en el seno de su prima Santa Isabel: «porque en cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno» [Lc 1, 44]. Y esta característica de la alegría la encontramos en el momento en que Jesús le dice «Zaqueo, date prisa y baja, porque hoy en es necesario que me quede en tu casa». Y Zaqueo bajó lleno de alegría, contento. E inmediatamente el evangelista contrapone esa alegría a la murmuración y a la crítica de la gente: «Al ver esto todos murmuraban diciendo ‘ha entrado en casa de un pecador’». La gente está contrapuesta a Zaqueo como gente que sigue las costumbres y ese modo de proceder que no da espacio a la inquietud. Zaqueo tenía inquietud dentro y por eso quería ver a Jesús. Zaqueo quería conocerlo, mientras la gente la primera cosa que hace es murmurar, criticar, aplanar. Y la gente cierra totalmente la puerta a la inquietud.

Y es cuando Jesús le dice, «hoy ha sido la salvación a esta casa, pues también este es hijo de Abrahán». Es que Zaqueo había sido expulsado de la comunidad judía. ¿Por qué estaba Zaqueo expulsado de la comunidad judía? La razón es porque, según se acostumbraba a hacer los funcionarios del poder romano, todos aquellos que trabajaban para el poder romano, y cuanto más el jefe de los publicanos, tenían que ofrecer un sacrificio a los dioses romanos para congratularse con el césar, pidiendo por el césar. Y eso les excomulgaba inmediatamente de la religión judía porque cometían idolatría en grado sumo. Por ese motivo era considerado impuro y ya no pertenecía al pueblo de Israel. Y Jesús dirá «también este es hijo de Abrahán». Y al oírlo el gentío se escandalizaron.

Y Jesús sentencia diciendo «porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido». Esto es una sentencia muy importante porque por medio de la mirada de Jesús a Zaqueo se puede descubrir en Jesús de Nazaret a un Dios que no espera a que tú vayas a Él: Es un Dios que Él te busca a ti. La iniciativa es de Dios. Es una iniciativa de la cual nosotros no tenemos ningún mérito y se subraya la característica esencial del evangelista san Lucas, ya que es el evangelio de la misericordia. Es una iniciativa de salvación totalmente gratuita ya que nosotros no merecemos nada. La salvación nos viene dada sin que lo merezcamos. Zaqueo no hizo nada, nosotros no hacemos nada. Es que resulta el término mérito, merecer viene den ‘meretriz’, y ‘meretriz’ hace referencia a ‘amor pagado’. Y la meretriz lo hace porque lo pagan, entonces no sirven de nada los méritos. Es que resulta que Dios es un amor gratuito y no pagado. Y esto es lo que quería expresar Jesús y por eso murmuraban porque no aceptan a ese Dios con esa lógica de la gratuidad. Es una salvación que te la regala Dios porque quiere y sin la que tu no puedas corresponder con nada. El agradecimiento y todo lo que ello conlleva es la única respuesta. Lo único que nos pide Jesús es la inquietud, que no la dejamos ahogar. Porque ese hombre que poseía todo, sin embargo vivía inquieto porque se sentía insatisfecho, y eso que tenía un montón de bienes tanto materiales como de cualquier otro tipo. Y por eso estaba buscando y esa inquietud le ha merecido el poder acoger la salvación de Dios.

Lo único que podemos hace es disponernos y decir al Señor usando las palabras del salmo 144: «Todos esperan puestos los ojos en ti, y tú les das la comida a su tiempo».

sábado, 22 de octubre de 2022

Homilía del Domingo XXX del Tiempo Ordinario, Ciclo C

 

Domingo XXX del Tiempo Ordinario, Ciclo C, 23 de Octubre de 2022

            En los domingos anteriores se nos regaló una Palabra bellísima. Se nos hablaba de cómo perseverar en medio de la prueba y de cómo la fe y la oración perseverante son los medios que el Señor nos regala para poder salir victoriosos en el duro combate cristiano. ¿Os acordáis el domingo pasado cómo Moisés por mantener los brazos en alto hacia Dios colaboró con el Señor para que el pueblo de Israel saliera vencedor en el combate contra el feroz Amalec? ¿Os acordáis de la insistencia en medio de la prueba de aquella viuda ante el juez injusto? Salieron victoriosos por permanecer, con el Señor, en el combate.

            Hoy, el Evangelio y el resto de la Palabra proclamada sigue apuntando en la misma línea: en cómo es nuestra Fe. Y Jesús nos ofrece la parábola conocida como la del fariseo y la del publicano [Lc. 18, 9-14]. Esta parábola no está dirigida a los ateos, o a los alejados de las comunidades cristianas. Esta parábola está dirigida para aquellos que cumplían y cumplen con los preceptos dados por Dios en el Sinaí a Moisés.

            Nos cuenta que dos hombres subían al Templo a orar. O sea, dos personas iban a encontrarse con el rostro de Dios, porque para los hebreos el ir al Templo era tanto como ir a ver el rostro de Dios, el estar en el lugar donde realmente está presente Dios; en tu tabernáculo. Dos hombres que no entraron por la misma puerta sur del Templo. El fariseo entró por la puerta que le correspondía, ya que por ella entraban los sacerdotes, el sumo sacerdote y la gente de importancia del pueblo; y el publicano entró por la otra puerta, por donde entraba el resto de la gente. Sin embargo, los dos llegaban al mismo lugar. E incluso, algunos de los del pueblo fiel se atrevían a salir por la puerta que no les correspondía sólo para pedir ayuda o favores a los más privilegiados del pueblo. Ya había diferencias, incluso a la hora de entrar en el Templo.

            Cuando decimos fariseo no nos estamos refiriendo con el significado que solemos usar en nuestro lenguaje. Los fariseos eran un grupo judío, fieles, cumplidores, buena gente, que promovían la pureza ritual y que creían en la resurrección. Fariseos eran Pablo de Tarso y Nicodemo.

El Fariseo de la parábola estaba allí, erguido, de pie en el Templo. Todos los judíos, ante Dios, en señal de respeto y como Padre suyo que eran, estaban ante Dios de pie. Luego era algo normal que se encontrara así, de pie. Este hombre era bueno, ayunaba dos veces por semana, cuando lo mandado era sólo ayunar una única vez; pagaba el diezmo de todo lo que tenía, e incluso pagaba el diezmo de aquellos judíos pobres que no tenían recursos, para que sus hijos también pudieran ir a la escuela rabínica, y abonaba lo que a otros les correspondía en relación con la aportación al Templo y a las viudas. Es decir, era una persona generosa que daba bastante mas de los que realmente le correspondía. Pero tenía un serio problema: no se daba cuenta de cómo Dios le había protegido y ayudado durante toda su vida. Y al darse cuenta no se lo agradecía a Dios. Un ejemplo: si yo el Señor no me hubiera regalado una familia, un empleo para mi padre, el cariño de mis padres, hermanos y familiares…, si el Señor no hubiera estado grande conmigo dándome la vocación y esta diócesis con hermanos presbíteros, ¿qué hubiera sido de mí? ¡Tal vez estaría en la cárcel, robando, fichado por la policía o cualquier otra desdicha! Ese fariseo no se daba cuenta de lo que Dios le había regalado y de cómo de ingrato y desagradecido era para con su Creador y Dador. Por eso pensaba que el fariseo estaba convencido que el publicano era un ser inservible, basura, una nulidad de ser.

            Además, la Palabra usa la palabra ‘Erguido’, como levantando especialmente el cuello o la cabeza. Esto es importante: Cuando uno está con la cabeza levantada y no agachada es para poder mirar al frente; y esto es lo que todos hacemos cuando tenemos que mirarnos ante un espejo. Con este detalle la Palabra nos está indicando que el fariseo no estaba fijando sus ojos en el rostro de Dios, sino ante su propio espejo: No estaba rezando a Dios, estaba teniendo un monólogo consigo mismo porque estaba rezando a la imagen de Dios que él mismo se había creado a su propia imagen y semejanza. Esto es una llamada de atención que el evangelista Lucas hace a los cristianos de las comunidades a no imitar este proceder, ya que no cabría ni la conversión, ni se creería en la misericordia y en los dones divinos, ni la urgente necesidad de ser evangelizados/catequizados, ni el perdón ni el amor desde la categoría de la cruz. Seríamos como paganos con el carnet de cristianos.

            El Publicano de la parábola era uno de los peores bichos que te podías encontrar. Él era uno de los encargados de recaudar dinero para los romanos. Ellos recaudaban de más para llenarse ellos los bolsillos y siempre se aprovechaban de los más pobres y necesitados. Eran malas personas. Es más, si un publicano entraba en la casa de un hebreo, esa casa se tenía que desinfectar y purificar hasta todos los techos y paredes.

            El publicano también estaba de pie, como hebreo que era, lo cual era algo normal. Sin embargo, dice la Palabra «quedándose atrás, no se atrevía a levantar los ojos al cielo». Miraba al suelo, a la tierra y reconoce de ese modo que es barro, miserable y ruin. Y además hace unos gestos que solamente hacían las mujeres como muestra de profundo dolor, de arrepentimiento y penitencia: «se golpeaba el pecho». Se golpeaba en el pecho, donde está el corazón y en el corazón -según el pueblo hebreo- reside lo más noble y lo más ruin de la persona. Al hacer eso el publicano estaba presentándose ante Dios como una persona tan desvalida como aquellas mujeres del pueblo judío; las cuales no eran nada, no valían nada y eran despreciadas por todos en cualquier momento y circunstancias. Así de desvalido se mostraba el publicano ante Dios en el Templo al darse golpes en el pecho.

El publicano sabía que era una persona despreciable, que nadie le quería y que todos le rechazaban hasta la extenuación. Y lo que hace es pedir socorro a Dios en su infinita misericordia. Hace suyo el salmo 50 cuando se reza diciendo: «Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado». El publicano pedía socorro y misericordia a Dios, ya que del único sitio del que no le podían echar era del Templo y de la presencia de Dios.

Cuando Jesús, al final de la parábola nos dice que «os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no», es tanto como afirmar lo que quiere es que el pecador tome conciencia de su pecado y que desee la Vida nueva que Él viene a traer. Es tanto como decir, ‘tú acoge el Mensaje, y ese Mensaje te irá cambiando’. Jesús no dice al fariseo o al publicano que cambien de vida, porque Él no es un moralista, sino que desea que descubramos su amor. No desea que caigamos en el cumplimiento de las normas, las cuales no las entendemos y terminamos aborreciendo; sino que acojamos su Mensaje y la alegría interna que genera el nuestro ser ese mismo Mensaje, que es el mismo Cristo. 

Por lo tanto, como moraleja: «dime la imagen que tienes de Dios, dime como ‘de colado, de enamorado estas por su Mensaje y te diré cómo es tu fe».

 

sábado, 13 de agosto de 2022

Homilía del Domingo XX del Tiempo Ordinario, ciclo c

 


Homilía del domingo XX del tiempo ordinario, ciclo c

14 de agosto de 2022

 

            Este evangelio está introducido con una expresión que es como una lanza profética que nos tiene que hacer reflexionar sobre el tono de nuestra vida. La expresión es la siguiente: «He venido a prender fuego en la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!». Es una expresión que parece ser formulada como un acicate contra la indiferencia.

            Alguien dijo que en nuestros días, así como en otros momentos, la estrategia del mal, la estrategia de Satanás se solía centrar especialmente en la difusión de determinados errores, en difundir herejías que rompían con la Iglesia católica, pues quizá en nuestros días su estrategia sea la de conquistar el mundo a través de la indiferencia. Hoy en día el problema fundamental que tenemos en materia de fe no es tanto la negación de un aspecto concreto de la fe o de un dogma, sino más bien una indiferencia general, una falta de adhesión firme. Este es el peor de los males, nos lo decía la Madre Teresa de Calcuta, que consiste en bostezar ante la Palabra de Dios, el  no sentir que la revelación de Dios sea una gracia para nosotros. Que nos supone que cada cual se encierre en su propia burbuja, sin que nos importe, sin sufrir, sin que vaya con nosotros lo que ocurra en el resto del mundo, o lo que ocurra a nuestro alrededor. ‘Quien ama, sufre’, y esto sin duda alguna. Porque el amor se implica y al amor conlleva un sufrimiento. Porque uno siente en sí mismo lo que siente la persona a la que se ama. Aunque hay algunos que por no sufrir, parece que renuncian a amar, y entonces se refugian en la indiferencia. A la cual contribuye mucho el relativismo ‘allá cada uno con su vida’; ‘yo ya tengo suficiente con lo mío’. Es una indiferencia ante la cual tenemos que reaccionar. El hecho de que no nos conmueva la Palabra de Dios ya es un problema. El hecho de que nos conmuevan pequeñas tonterías y que no nos conmueva lo que Dios nos ha dicho en el evangelio de hoy, quiere decir que algo está fallando en nuestra jerarquía de valores y en nuestra sensibilidad. El hecho de que no nos conmueva el sufrimiento del mundo es una señal. El Papa Francisco en su primera salida de Italia fuese a esa isla de la Medusa que se caracteriza por ser un campo de acogida de todos los inmigrantes que intentan entrar en Europa. Y el Papa lanzó un mensaje poniéndonos alerta sobre la globalización de la indiferencia, para que no nos acostumbremos a lo que nunca deberíamos de acostumbrarnos. No podemos dejar de sufrir por el mundo. Vemos muchos acontecimientos dolorosos, pero pasa el tiempo y cada cual se refugia en su propio mundo y se acostumbra o los olvida. ¿Sabéis cuántos jóvenes no saben quien fue Miguel Ángel Blanco o de los feroces asesinatos de la banda terrorista ETA? ¿Alguien se acuerda de la cantidad de niños huérfanos, de muertos y familias destrozadas ocasionadas en aquel tsunami de Tailandia del año 2004 con más de 250.000 personas muertas? ¿o de aquel niño que apareció muerto, de Aylán Kuyrdí, de tres años, muerto en una playa de Turquía, que falleció junto a su hermano de cinco y a su madre, que intentaban alcanzar la isla griega de Kos en el año  2015? Peor que la ignorancia es la indiferencia. No sé si sabéis aquel dicho, en el que uno le dice al otro ‘no sé qué es peor, si la ignorancia o la indiferencia’, a lo que el otro le responde ‘ni lo sé, ni me importa’.

            El primer significado de esta palabra del Señor, «He venido a prender fuego en la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!», es que nos duela el mundo. Que las alegrías del mundo sean las nuestras, que sus sufrimientos sean los nuestros, que podamos decir como san Pablo ‘¿Quién llora sin que yo no llore con él? ¿Quién ríe sin que yo no ría con él?’. Sentir el mundo desde el corazón de Cristo.

            A parte esta palabra del Señor nos indica que tenemos una cierta corresponsabilidad con lo que pase a nuestros hermanos: El día en que nosotros no ardamos de amor, nuestros hermanos mueren de frío. Dios ha querido que exista una preocupación de los unos por los otros. Lo peor que podemos decir es eso de ‘¿acoso soy yo el guardián de mi hermano?’. Pues claro que lo eres; y si tu no ardes, si tu no vives tu vida con fervor, alguien va a padecerlo, porque Dios ha pensado en ti como un instrumento para llegar a otros. Si un no es el padre que debe de ser; si no uno es la madre que debe de ser; si uno no es el sacerdote que debiera de ser… esa carencia va a ser notoria en el Cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia. ‘Nada más frío que un cristiano que se despreocupa de la salvación de los demás’, decía San Juan Crisóstomo.

            Luego también el evangelio profetiza que de aquí también se derivan divisiones: «¿Pensáis que he venido a traer la paz a la tierra? No, he venido a traer división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa…». Se refiere a que cuando el Señor nos llama a su seguimiento, primero nos implica, al implicarnos nos complica y finalmente nos simplifica. Es decir que vivir el evangelio es también complicarse, porque cuando uno sigue a Jesucristo con coherencia saltan chispas, habrá incomprensiones. El evangelio que es muy sincero nos previene que habrá incomprensiones y habrá también un nivel de persecución por fidelidad al evangelio.

            Pero esto no nos debe de acobardar, porque sabemos bien a quien seguimos.

 

sábado, 9 de julio de 2022

Homilía del Domingo XV del Tiempo Ordinario, ciclo C

 Domingo XV del Tiempo Ordinario, ciclo C

10/07/2022

 


            Hoy la Palabra nos regala la parábola del buen samaritano [Lc 10, 25-37]. Y esta parábola está entroncada con el mandamiento principal de la Ley y nos ayuda a cómo ejercitarlo.

Que un culto teólogo –un maestro de la Ley- pregunte a un laico, a Jesús, por el camino de la vida eterna, era entonces tan desacostumbrado como lo sería hoy. No sabemos las razones que tenía este hombre en su corazón para hacer esta pregunta, si era una pregunta capciosa y con mala intencionalidad o simplemente este  hombre se sintió cautivado y turbado en su conciencia por Jesús. Y Jesús, de modo sorprendente, le muestra la acción como el camino de la vida. Todo el saber teológico no sirve de nada si el amor a Dios y al “compañero” no determina la conducta de la vida.

Por ejemplo, yo sé si soy un buen vecino –sobre en todo este tiempo que hemos vivido de pandemia-, si me he preocupado de cómo estaban de salud, si me he prestado a ayudarles a la hora de hacerles la compra, e incluso la comida por su debilidad, si he estado pendiente llamándoles por teléfono o hablándoles detrás de la puerta de la entrada; si les he dado un poco de conversación para que ellos pudieran sobrellevar su angustia y soledad; si he rezado por ellos… hay una infinidad de ejemplos para darnos cuenta de cómo el amor a Dios y al “compañero” determina la conducta de mi vida.     

            Porque “compañero” o “prójimo” no es mi compatriota, no es mi amigo o conocido. Por ejemplo, los fariseos se inclinaban por excluir del término “prójimo” a los no fariseos; los esenios exigían que se debía de odiar “a todos los hijos de las tinieblas”; una declaración rabínica enseñaba que a los herejes, delatores y renegados “se les arroje a una fosa y no se les saque”, y una extendida máxima popular excluía del mandamiento del amor al enemigo personal. Esta máxima popular decía: “Vosotros habéis oído que Dios ha dicho: Debes amar a tu compatriota, solamente a tu enemigo no tienes necesidad de amar”. Por lo tanto, a Jesús no se le pide una definición del concepto “compañero” o “prójimo”, sino que debe de decir dónde se encuentra los límites del deber del amor dentro de la comunidad del pueblo. ¿Hasta dónde alcanza mi obligación? Este es el sentido de la pregunta.

            Y Jesús da respuesta a esta pregunta de hasta dónde alcanza los límites del deber del amor contándonos una historia que enlaza con un hecho real. «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto». Hay una larga bajada solitaria de Jerusalén a Jericó –son 27 kilómetros-, muy famosa por los asaltos de los ladrones. Además nos dice la parábola que “le molieron a palos”, esto hace sospechar que la víctima intentó defenderse.

            Las narraciones tripartitas, donde entra en escena tres personajes, lo que esperan los oyentes es que después del sacerdote y del levita apareciese un israelita laico. Por lo que para ellos es inesperado y ofensivo que el tercero, que cumple el mandamiento del amor, sea un samaritano. Las relaciones entre los judíos y los bastardos –así llamaban a los samaritanos- estaban bastante exacerbadas. Recordemos que en torno al año 6 al 9 después de Jesucristo, los samaritanos habían profanado el local del Templo durante una fiesta de Pascua, esparciendo huesos humanos. Entre ambas partes dominaba un odio irreconciliable. Por eso Jesús elige intencionadamente ejemplos extremos para que se den cuenta de lo ilimitado que ha de ser el mandamiento del amor.

            Probablemente sería un comerciante samaritano que llevaba consigo las mercancías sobre un asno o sobre un mulo y que él mismo estaba montado en un segundo animal. Dice que “echó aceite y vino a sus heridas”, el aceite para calmar y el vino para desinfectar y que le “vendó las heridas”. Difícilmente llevaría vendas consigo; desgarraría su pañuelo de cabeza o su vestido interior de lienzo. Y le montó “en su propia cabalgadura” y le llevó a una posada. Una posada de la que probablemente tuviese amistad con el posadero y anuncia su pronto regreso.

            Además, da al posadero “dos denarios”, cuando el pan necesario para un día costaba un doceavo de denario. O sea que tendría pan para 24 días. Ahora bien la pregunta clave: “¿Quién de los tres, crees tú, fue el prójimo del asaltado?”. Mientras que el doctor de la Ley pregunta por el objeto del amor -¿a quién tengo que tratar como compañero, como prójimo?-, Jesús pregunta por el sujeto del amor -¿quién ha obrado como compañero, como prójimo?-. El doctor de la Ley piensa a partir de sí, cuando pregunta: ¿dónde está el límite de mi deber?  Jesús le dice: piensa a partir del que padece necesidad, colócate en su situación, reflexiona: ¿quién espera ayuda de mí? Entonces verás que no hay límites para el mandamiento del amor.

sábado, 25 de junio de 2022

Homilía del Domingo XIII del Tiempo Ordinario, Ciclo C

 Homilía del Domingo XIII del Tiempo Ordinario, ciclo C

             Las lecturas de este domingo plantean un tema muy troncal en la vida espiritual: ¿Cuál es la relación que hay entre libertad y obediencia apostólica? ¿Cómo conjugar la libertad y el seguimiento a Jesucristo?

            Daros cuenta de la visión del mundo respecto a Cristo: Si uno tiene que seguir a alguien, en la medida en que se sujete a él, en la medida en que tenga una obediencia se va atando. Dios nos ofrece unos Mandamientos y Cristo se nos ofrece como Camino, Verdad y Vida; por lo tanto si es Camino y él nos ofrece su camino, uno se está atando. Y si uno se está atando es menos libre. Planteándolo así parece que Jesucristo no está fundando nuestra libertad, sino que más bien está condicionando nuestra libertad. Ésta es la visión del mundo, es la visión, desde la lógica mundada más extendida. La lógica mundana dice, yo no quiero atarme a unos mandamientos, yo quiero hacer en cada momento ‘lo que me venga en gana’. Esta es la concepción que el mundo tiene de libertad.

            Pero en la segunda lectura, en la carta de San Pablo a los Gálatas [Gal 5, 1. 13-18] nos dice que habéis sido llamados a vivir en la libertad, «vuestra vocación es la libertad; no una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor». San Pablo nos da a entender que el concepto cristiano de libertad no coincide con ‘hace una cosa y su contraria’. Porque nosotros confundimos libertad con libre albedrío. El libre albedrío es el poder hacer una cosa y su contraria. Pero el concepto cristiano de libertad es otra cosa.

San Agustín definió la libertad de la siguiente manera: Es la capacidad del hombre de determinarse para el bien. Es la plena decisión de decir, entrego totalmente mi vida al bien. El que uno se determine para el mal no es libertad, sino libre albedrío, eso es destruir la libertad. La libertad es una capacidad que nos permite participar con Dios en el bien y en la entrega al bien. La libertad nos hace que no seamos simplemente receptores pasivos del bien, sino que también Dios te permite para que también ese bien esté descubierto por ti. Es la verdad la que nos hace libres, no es la falsedad la que nos hace libres.

En el evangelio hay escenas de gran exigencia evangélica en las que aquellos que quieran seguir a Jesús saben que aquellos que le sigan no van a tener ni donde dormir. ‘Las zorras tienen madriguera y los pájaros nido, pero el hijo del hombre no tiene ni donde reclinar la cabeza’. El Señor te dice, ‘¿quieres venir conmigo?, pero puede ser que esta noche durmamos debajo de un puente’. Tienes que tener plena disponibilidad; tienes que tener la obediencia apostólica de no hacer lo que a ti te apetece en cada momento. El seguimiento de Jesucristo tiene que tener la capacidad de superar los apegos. Es verdad que Jesús emplea una serie de expresiones que no hay que entenderlas al pie de la letra, cuando dice ‘voy primero a enterrar a mi padre’, y el Señor le responde ‘deja que los muertos entierren a sus muertos’. Esta expresión la Iglesia nunca la ha pretendido entender literalmente. Como aquella otra expresión que te dice ‘si tu mano te hace caer, córtatela, o si tu ojo te hace caer, sácatelo’. Son expresiones que la Iglesia no las ha interpretado literalmente, pero sí es un reflejo de la radicalidad necesaria para seguir a Jesucristo.

Seguir a Jesucristo es tener claro que hay que priorizar, y si uno tiene que priorizar uno ha de tener un corazón libre de apegos para poner a Dios lo primero en nuestra vida. Para ser libre hay que tener el corazón purificado de apegos. Si mi corazón está lleno de apegos, de apegos al dinero, apegos a personas determinadas, apegos a formas de ver la vida… entonces es muy difícil ser libre para seguir a Jesús, porque estás esclavizado a tus apegos. San Juan de la Cruz ponía un ejemplo muy gráfico: Esto es como un ave, un águila que está atada con una cadena a una roca. Y otra ave está atada con un fino hilo a una roca. Es verdad que es más difícil romper una cadena que un hilo fino. El hilo fino parece una pequeñez, pero hasta que no lo rompas no vuelas’.  Así también a nosotros, a veces, nuestra libertad está atrapada por grandes pecados o por grandes esclavitudes. Otras veces por pequeños hilos, apegos, que te parecerán pequeñeces pero que nos quitan la libertad para seguir a Jesucristo.

Os voy a hacer una pregunta para que ayudar a distinguir qué diferencia hay entre ‘quiero’ y ‘me apetece’. Es verdad que es una pregunta un poco compleja. ¿Qué diferencia hay entre ‘quiero’ y ‘me apetece’? Parece lo mismo, pero no es lo mismo. Vamos a ver, en los días de labor ¿a qué hora te levantas para ir a trabajar? Pues a las seis de la mañana. ¿Crees que apetecía levantarse a las seis de la mañana? A todas luces a nadie apetece levantarse a esas horas. Pero sin embargo lo aceptamos, lo queremos, porque de no querer no nos hubiésemos levantado. De hecho decidimos levantarnos pronto y lo hemos hecho libremente, aunque no apetecía. Nuestra libertad está en nuestro querer, no en nuestro apetecer. Necesitamos purificarnos de los apegos de la apetencia para ser libres, sino no lo seremos nunca. En esa distinción entre querer y apetecer nos va la vida. Hay que saber distinguir entre lo que uno quiere y lo que a uno le apetece. Esto es fundamental ya que es un signo de madurez. Por eso la segunda lectura, la lectura a los Gálatas es muy interesante porque nos descubre, nos revela cuál es el concepto cristiano de la libertad. Para que nuestra libertad sea la capacidad para disponernos y entregarnos para el bien, y hacer de nuestra vida una entrega en el seguimiento a Jesucristo.