miércoles, 31 de marzo de 2021

Homilía de la Vigilia Pascual 2021

 Vigilia Pascual 2021

3 de Abril de 2021                        

             En esta Noche Pascual estamos celebrando un acontecimiento que marcó un antes y un después absolutamente en todo: Cristo resucitó en el tercer día y la muerte no pudo retenerlo bajo sus zarpas. Y uno se puede decir: ‘ya sabemos que Cristo ha resucitado, pero esto ¿qué implicaciones tiene para mi vida?’, ‘¿qué supone para mí este hecho?’, ‘¿en qué me afecta el hecho de que Cristo haya resucitado?’.

Para ayudar a alumbrar este hecho pondré un ejemplo: Están sacando los médicos, científicos e investigadores unos implantes auditivos que permiten poder oír todo tipo de sonidos a las personas sordas. Personas que jamás han podido oír con esos implantes pueden oír. Este hecho supone para ellos una revolución total y absoluta a la hora de entender el mundo y lo que les rodea. Pueden oír e identificar la voz de su propia madre y llorar de alegría por poderla oír, el zumbido del aire, el aletear de una mariposa, el sonido de un transistor… Todo es nuevo, todo es distinto, todo es emocionante. Surgen sensaciones nuevas, se pueden emocionar con una canción o por el modo de recitar un poema de amor. Es verdad que el sonido de todas esas cosas ya existía antes de la colocación de ese implante auditivo, pero es que ahora todo ha cambiado, todo es nuevo, todo ha de ser redescubierto.

Con la resurrección de Cristo todo ha cambiado. Es que resulta que todo lo que hacemos en esta vida tiene su eco en la eternidad. Cristo al resucitar nos está diciendo que el más allá sí que existe, de tal modo que todo el amor que aquí entreguemos tiene su compensación en la vida eterna. Que la vida no es un conjunto de alegrías mezcladas con disgustos, desazones y dolores, sino que todo tiene un sentido dado por Dios. Que, gracias a que Cristo ha resucitado de entre los muertos, esos pecados que estaban siendo denunciados por la conciencia pueden ser perdonados; que aunque puedan tener la última palabra en este mundo los asesinos y terroristas, no tienen la última palabra en la eternidad; que gracias a la resurrección de Cristo todos los que han muerto en guerras, por la violencia, en epidemias, por el hambre, en naufragios, por desastres naturales, por enfermedades o por cualquier causa… no están olvidados.  El tiempo puede llegar a borrar las letras y los números de las lápidas de los cementerios y desvanecerse los restos de los ataúdes, e incluso fallecer todas aquellas personas que le recordaban en vida, o que nos recordaron en vida, dando la impresión de que tal persona ni siquiera hubiese nacido. Más Jesucristo al resucitar de entre los muertos no olvida a ninguno de los que han muerto, tiene todos sus nombres y sus historias grabadas en su Santísimo Corazón. Recordemos lo que rezamos en la liturgia: «Porque la vida de tus fieles, Señor, no termina, se transforma, y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo».

Porque al resucitar Cristo nos indica que todo lo que vivimos, sufrimos y experimentamos, si lo vivimos con fe, apoyándonos en la fe, ofreciéndoselo a Cristo esto nos irá purificando y dando respuesta a lo que Dios quiere de nosotros e ir dando pasos hacia la santidad. Es cierto que creer en la resurrección no nos va a ahorrar las lágrimas, los dolores y sufrimientos, pero sí nos genera la certeza de saber que sí le importamos a Dios y le importamos mucho. Tanto que por nosotros murió su Hijo y por nosotros Dios Padre le resucitó para abrirnos las puertas de la Eternidad, puertas que habían sido cerradas a causa del pecado de Adán.

Que gracias a que Jesucristo ha resucitado esa enfermedad que te hace sufrir o esa discapacidad que te impide hacer una vida como la de los otros, o ese serio problema que puedes tener con un hijo o un esposo o esposa con la droga, el alcoholismo, la ludopatía, etc… puede ser una ocasión para purificarte en el amor y ser un trampolín hacia el cielo. Es verdad que es una purificación extremadamente dolorosa, pero es un dolor que lejos de ser inútil puede llegar a ser un sacrificio agradable ante los ojos de Dios por ejercitarse así el amor.

Que gracias a que Jesucristo ha resucitado uno puede tener la certeza de que en el pobre y en el necesitado está el Señor: ‘Venid benditos de mi Padre y heredad el reino eterno, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber, desnudo y me vestisteis, enfermo y en la cárcel y vinisteis a verme…’ Y aunque sean desagradecidos, huelan mal, mal educados y embusteros, no dejarán de ser el rostro de Cristo y una oportunidad que nos ofrece el Señor para avanzar por las sendas de la conversión personal para estar más cerca de Él.

Esa persona sorda que empezó a oír gracias a esos implantes auditivos se le abrió ante él una nueva realidad, un nuevo modo de posicionarse ante el mundo, un nuevo y revolucionario redescubrimiento. Pues tanto a ti como a mí, con la resurrección del Hijo de Dios también se nos presenta una nueva forma de entender y concebir todas las cosas que nos acontecen de un modo totalmente nuevo, tal vez no seamos capaces de llegar a entender la intensidad del alcance de esto en nuestras vidas, pero sin lugar a dudas nada puede ya llegar a ser como antes.

¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!

Homilía del Viernes Santo 2021

 Viernes Santo 2021

2 de Abril de 2021

 

Hoy el Señor pone su cruz ante ti, la tienes justo delante, incluso puedes llegar a tocarla con tu nariz.  Somos testigos, junto con Santa María, su Madre en el Calvario de lo que allí acontece. Nos lo narra el evangelio según san Juan, que algunos exégetas y teólogos lo han denominado como el ‘evangelio de la hora’. Aunque perfectamente se le podía designar ‘el evangelio del minuto’, porque todos los minutos de la vida de Cristo fueron una constante entrega por amor a cada uno de los aquí presentes. Y su entrega se culminó en hora de la cruz. La entrega de Cristo fue constante, consciente, libre, responsable, fiel y obediente a Dios Padre. Y ésta fue la tónica que supremamente predominó durante toda su vida. A lo que Cristo nos puede perfectamente preguntar: ‘¿Cómo te vas entregando por amor a los hermanos?’, ‘¿tu entrega a los demás se ha ido incrementando con el tiempo o te has quedado atascado o andando para atrás como los cangrejos?’.

Ahora bien, uno se entrega a los demás no porque sea mejor o porque desee dar una imagen ‘de cara a la galería a los demás’, ni tampoco porque debe de dar testimonio para animar a los otros. Uno ha de entregarse a los demás porque, del mismo que la esposa quiere estar con el esposo y así ser uno, el cristiano desea estar con Cristo para sentirse  íntimamente unido en Él.

            Hay personas que únicamente les mueve el dinero para hacer las cosas. No le pidas un favor que te lo cobra. Para ellos todo gira en torno al dinero y a las ganancias. Pero nosotros somos miembros de la tribu de Leví, la cual ha tenido en suerte el heredar lo más valioso: «El Señor, Dios de Israel, es nuestra heredad» (Jos 13,14). Por lo tanto toda la nuestra existencia gira en torno al Señor, por Él nos vamos entregando por amor a los hermanos; por Él acogemos nuestras propias cruces diarias y le pedimos la gracia para poderlo entender con la luz de la fe; por Él hacemos las actividades diarias, siendo Él el que nos reconforta en la lucha, cura nuestras heridas y nos fortalece en la entrega, y así, como dice la oración final de esta liturgia:

 «Dios todopoderoso y eterno,

 que nos has renovado

 con la gloriosa muerte y resurrección de tu Ungido,

 continúa realizando en nosotros,

 por la participación en este misterio,

 la obra de tu misericordia,

 para que vivamos siempre entregados a ti».

           

Homilía del Jueves Santo 2021

 Jueves Santo 2021

1 de Abril de 2021

         Hoy celebramos que Cristo, por puro amor, nos ha hecho tres regalos: la institución del Orden Sacerdotal y de la Eucaristía y nos ha entregado el mandamiento del Amor Fraterno.  ¿Nos lo merecemos? No. Todo es pura gracia, puro don divino. ¡Qué diferente es decir y sentir cuando uno sabe que no es digno de lo que recibe en vez de creernos con derechos sobre ello!

Estamos en una sociedad donde todo son derechos y, como si fuera una cadena de producción de una fábrica, se crean nuevos derechos. Derechos que no dejan de ser falsos derechos que no se sostienen por sí, sólo por la voluntad y deseo de algunos. No podemos pensar con criterios mundanos, sino con los criterios que manan de Dios, de la Gracia divina. Hace poco un sacerdote de una diócesis de Italia se negó a bendecir las palmas en el Domingo de Ramos en forma de protesta porque la Iglesia no bendecía las parejas de homosexuales. Satanás siempre ataca a la cabeza, siempre ataca a aquellos que son cabeza de algo; en este caso a este cura de 50 años de un pueblo del noroeste de Italia de 977 habitantes con ganas de protagonismo.

Nosotros no somos dignos de estar en la presencia de Dios y la plegaria eucarística nos lo recuerda: «Te damos gracias porque nos haces dignos de servirte en tu presencia». Dios nos hace dignos a nosotros. El único derecho que tenemos es el derecho a amar y a amar como Dios nos ama. El amor no es el cajón desastre donde metemos todo lo que nos ocurre, ya que por la herida ocasionada por el pecado original tendemos a confundir egoísmo, posesión, dominación y consenso… con el amor. El regalo que el Señor nos hace hoy es un amor que llega hasta la entrega total, libre y sin reservas en el madero de la cruz.

Si quitamos la visión de fe de las cosas y situaciones que nos rodean nos creeremos con el derecho de manipular todo, de pervertir las realidades y de malherir al propio amor. De ahí que salgan leyes que son auténticas salvajadas como la del aborto, la de la eutanasia, la privación de los derechos de los padres para que puedan elegir la educación que desean para sus hijos, el mal llamado matrimonio a las personas que se unen siendo los dos del mismo sexo, la satánica ideología de género, etc. Una  mentira reiterada mil millones de veces sigue siendo una mentira; y la mentira y el amor es como el aceite y el agua, no se mezclan. Dicen por ahí: ‘lo importante es el amor’, ‘es que se aman’… No caigamos en la tentación de confundir el amor con el cajón desastre.

Es cierto que en el amor se ha de dar muchas dosis de perdón, o muchas vacunas de perdón. Ahora que estamos en medio de estar interminable pandemia del Covid-19, todo el mundo habla de las vacunas y de las dos dosis para alcanzar la tan anhelada inmunidad. Incluso en los medios de comunicación y los políticos hablan de ‘inmunidad de rebaño’. Es que resulta que toda la humanidad, y nosotros como comunidad, estamos sufriendo la pandemia del pecado, la pandemia de la ausencia de amor en lo que hacemos y con los que estamos. Y hoy el Señor nos regala el sacerdocio para que pueda administrar en el confesionario esas vacunas de la gracia divina, de un modo personal, con toda la frecuencia que sea necesaria al penitente, para que ese coronavirus del pecado no irrumpa con tanto ímpetu en nuestra vida, porque no es lo mismo decir ‘se me ha roto el picaporte de la puerta’ que decir ‘se me ha caído el tejado de la casa’.

Uno hace un esfuerzo serio por algo que valora o estima importante, porque de otro modo uno ni se molesta. Es cierto que muchas veces la desilusión, la falta de respuesta, el poco interés que puede encontrar en los otros puede llegar a desmoralizar y la tentación de ‘tirar la toalla’ se acentúa con creces.  El faraón, Satanás,  está levantado porque desea que abandonemos en camino de la fe y nos adentremos por las sendas mundanas donde todo está ‘bien’, todo está permitido y donde el pecado es algo perteneciente a la moral represora de la Iglesia: es decir la senda de lo mundano, la senda de la mentira.

Y en las relaciones se generan heridas, algunas de ellas llegan a supurar pus. A lo que el perdón ha de ser una tónica general entre nosotros. Pero el perdón no es lo mismo que la indiferencia ni la incomunicación. Jesús era muy claro con los fariseos y saduceos. Les ‘cantaba las cuarenta’ y se enfadaba por lo duros de corazón y la dura cerviz que tenían. Pero Jesús les amaba con todo su ser, es más, murió por cada uno de ellos.

Las heridas ocasionadas por nuestros pecados son patentes en la relación cotidiana en esta y en cualquier comunidad cristiana. Muchas de las cosas que aquí ocurren están generadas por el pecado que arrastramos. ¿Y dónde acudir para, como se hace con los ordenadores y con los smartphones o tables, restaurar la primera configuración de fábrica o así poder restaurar las normales relaciones entre nosotros? La liturgia nos da muchas pistas: «Concédenos, Dios Todopoderoso, que, quienes desfallecemos a causa de nuestra debilidad, encontremos aliento en la pasión de tu hijo unigénito» (Oración Colecta del Lunes Santo). O sea, nosotros desfallecemos, reñimos entre nosotros, nos ignoramos, murmuramos, nos lanzamos miradas como si lanzásemos flechas… a causa de nuestra debilidad que es aprovechada por Satanás y al entrar nosotros en su perverso y dañino juego.

EL Señor sabía que entre ellos había un traidor. Y aun sabiéndolo lo amó con la misma intensidad como al resto de los Doce. Los tres regalos que hoy nos entrega el Señor son para disfrutarlos y ejercitarlos diariamente para que así, algún día y tal como dice la liturgia «merezcamos ser saciados en el banquete eterno».

sábado, 20 de marzo de 2021

CyLTV Noticias 14.30 horas (07/03/2021) MINUTO 14,30 LOS CAPELLANES DEL COMPLEJO HOSPITALARIO DE PALENCIA

Homilía del funeral de mi abuelo materno Abilio Villumbrales Rojo

 Funeral de mi abuelo Abilio Villumbrales Rojo

Falleció el 11 de enero de 2021, 19 horas.

Funeral el 13 de enero de 2021 en Villamartín de Campos, 12 horas

             El tiempo que estamos en esta vida terrena es para prepararnos para la Eterna. Nuestro cabeza lo sabe, pero nuestro corazón no lo entiende. Y no lo entiende porque el amor lejos de extinguirse se tiende a propagar, a extender. El corazón no entiende de edades, ni de enfermedades, sólo quiere permanecer con la persona querida; sobre todo si te ha visto nacer, te ha ido enseñando y educando, que ha sido testigo de los momentos más importantes de tu vida, que se ha alegrado con tus alegrías y se ha apenado con tus penas. El corazón no lo entiende porque ha formado parte de tu vida y su aportación te ha ayudado a ser lo que ahora mismo eres, lo que ahora mismo soy.

            El corazón no lo entiende porque echará siempre de menos esa reacción de alegría que Abilio tenía cada vez que le llamábamos por teléfono; ese agradecimiento por acordarnos de él; ese orgullo de abuelo que tenía al mostrar a todos las fotos de sus nietos y biznietos. Esa alegría que él mostraba cuando nos invitaba a sus cumpleaños y a la fiesta de San Antonio de Padua.

            Pero nosotros somos cristianos, y sabemos por la fe que Cristo rompió las ataduras de la muerte y que resucitó de entre los muertos. Y sabemos que la fe nos ayuda a hacer frente a estas situaciones de dolor, de separación. Mi abuelo Abilio era una persona creyente, de las de ir a Misa y de confesarse. Y esta fe la inculcó y transmitió en su casa. Yo bien me acuerdo de los domingos, cuando vivía mi abuela Irene, el estar pendiente a que tocaran a terceras para salir de casa, subir esa cuestecita e ir a la Iglesia. Y él iba elegante porque iba a la Iglesia. Los hombres se colocaban a un lado y las mujeres a otro.

            Abilio tuvo grandes regalos entregados por el mismo Dios: Uno de esos regalos fue su esposa. Con ella, con Irene, con esta mujer buena, esposa y madre ejemplar formaron un hogar cristiano. Les recuerdo a ambos –junto con mis tíos- alimentando y matando a los conejos, enrojando para calentar la casa, limpiando las tenadas, ordeñando a las ovejas junto con mis tíos. Mi abuelo ha sabido transmitir, junto con su esposa, su profunda devoción a San Antonio de Padua. Aún recuerdo la profunda alegría que tenía cuando trajo a casa la imagen de San Antonio que le habían regalado sus muy queridos vecinos de Villamartín de Campos. Y con qué alegría portaba la medalla de San Antonio y qué orgulloso se sentía de ser cofrade.

            Otros de los grandes regalos que Dios otorgó a mi abuelo fueron sus hijos: Crucita, Cipriano, Araceli y Jesús. Entre Abilio e Irene les educaron en la fe de la Iglesia, y esos hijos se casaron y tuvieron a otros hijos y a su vez otros hijos. De tal modo que lo que ahora somos se lo debemos a aquellos que, ya hace tantos años, se casaron y recibieron la bendición de Dios.

            Mi abuelo Abilio se ha sentido querido por sus hijos, por toda su familia, por sus amigos y vecinos de este pueblo que a él le vio nacer, crecer y envejecer. Mis tíos Jesús y Mari Carmen le han tratado con gran cariño durante muchos años cuando estuvo viviendo con ellos. Todos sus hijos y toda la familia siempre le hemos querido y siempre que hemos tenido ocasión le hemos llamado y visitado. Estoy convencido que mi abuelo se ha sentido querido por todos sus hijos, por toda su familia y amigos. Siempre tenía a Villamartín de Campos, a su San Antonio y a sus vecinos en su memoria agradecida.

Durante estos últimos casi cuatro años ha estado en la Residencia San José de las Hermanitas se ha encontrado a gusto, a lo que él siempre decía: «Yo aquí estoy de primera». Dios le ha ido cuidando durante estos 92 años. Y yo tengo que dar gracias a Dios porque ha estado bien hasta hace un mes que le dio un ictus y posteriormente enfermó a causa de esta pandemia. Pero tengo que dar más gracias a Dios porque el pasado viernes, ya sabiendo la gravedad de su estado de salud, le administré la Unción de los Enfermos y le impartí la Bendición Apostólica y él me reconoció. Cierto que no podía hablar, pero él me reconoció y lo recibió con plena consciencia.

            Cada vez que pase por la rotonda de Carrefour –al lado de la residencia de las Hermanitas de los Ancianos- me acordaré de cómo mi abuelo estaba por aquel jardín paseando y de cómo tenía la gran habilidad de distinguir mi coche de entre tantos que por allí pasaban. En las Hermanitas todos los días sus hijos se acercaban a verle o le llamaban por teléfono, a lo que él siempre se sentía muy agradecido al sentirse muy querido tanto por ellos y por toda la familia y amigos.

            Toda mi familia y yo mismo, damos gracias a Dios por este regalo que nos ha acompañado durante estos 92 años. Ahora ya se estará reuniendo con todos sus antepasados, con su esposa, y junto con el Señor poder gozar de la visión de Dios por los siglos de los siglos. Amén.


 

 


Homilía del Domingo Quinto del Tiempo de Cuaresma, Ciclo B

Domingo V del tiempo de Cuaresma, ciclo b

21 de marzo de 2021

           El Evangelio que hoy se ha proclamado nos ayudan a entender el sentido que da Jesucristo a los acontecimientos que están a punto de desencadenarse durante la Semana Santa. Jesús había preparado largamente este momento. Y es muy importante vivir la Semana Santa no sólo desde los acontecimientos históricos, sino también desde la vivencia interior que Jesús tiene de esos hechos. El Evangelio de hoy sería tanto como dar respuesta a una pregunta: ¿Qué sentido tiene para Jesús esos hechos? ¿Con qué sentido vivió Él su muerte, su pasión?

            Alguien ha llamado al Evangelio de San Juan como ‘El Evangelio de la Hora’. Porque en los capítulos de este evangelio hay referencias a ‘esa hora’. Al comienzo del evangelio, en las bodas de Caná de Galilea, Jesús le dice a su madre: ‘Mujer, todavía no ha llegado mi hora’; trascurre el evangelio y Jesús dice: ‘ya se acerca mi hora’. Y llegado el momento, Jesús dice ‘esta es mi hora’, ‘para esta hora he venido al mundo’; Hoy, en el evangelio, Jesús dice: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre». Y cuando Jesús es prendido, dice finalmente: ‘esta es la hora’.

            Jesús es sumamente consciente que durante toda su vida hay un hilo conductor que va a terminar en la entrega de su vida en la Cruz. Es verdad que su entrega ha tenido lugar desde el principio. Jesús se está entregando a nosotros en cada momento, en cada acontecimiento: cuando predica en el Monte de las Bienaventuranzas, cuando cura a los enfermos y poseídos, cuando está comiendo en casa de los fariseos o en la de sus discípulos, en cualquier momento. Jesús siempre se entrega por nosotros. Pero hay un momento cumbre, un momento donde se condensa toda su vida, que es el momento de la cruz.

            Aplicándolo a nosotros podemos también decir que nosotros, como discípulos de Jesús, también tenemos nosotros una hora especial. Es verdad que todos los momentos de nuestra vida deben de ser de entrega y uno no tiene que esperar a no sé qué para entregarse. En cada momento todos nuestros talentos los tenemos que desarrollar y entregarlo con un espíritu de servicio. Pero es verdad que hay momentos de nuestra vida en los que se condensan de una manera muy especial la ofrenda que hacemos a Dios. Y suelen ser normalmente momentos de cruz, como lo fue el de Jesús. Puede ser el momento de despedir a un ser querido, el asumir una noticia concreta de nuestra salud, aceptar un revés o contratiempo de nuestra vida, cada cual tiene el suyo, su ‘momento de cruz’. Hay horas especiales en las que se condensa de una manera especial esa llamada de Dios a ofrecerle la vida. Al igual que Jesús preparó largamente durante toda su vida esa entrega en la cruz, preparó su hora. También nosotros, durante nuestra existencia, estamos llamados a preparar la hora por la que hemos venido al mundo.

            El momento de nuestra muerte será también el momento de nuestra hora, será el momento en el que hagamos al Señor la ofrenda de nuestra vida: Aquí tienes Señor mi vida. Lo que es importante subrayar cómo el evangelio de San Juan, a la hora de entender el sentido que Jesús da a su muerte, subraya que Jesús entrega la vida. El culmen está cuando Jesús dice: ‘a mí nadie me quita la vida, soy yo el que la entrega voluntariamente. Tengo poder para darla y tengo poder para quitarla’. Jesús entrega la vida. Es verdad que hay unos acontecimientos históricos que le arrebatan la vida, pero por encima de esos acontecimientos históricos, Él entrega libremente la vida.

            Un cristiano está llamado a decir con Jesús: ‘a mí la vida no me la quita la ancianidad, ni la enfermedad, sino que yo la entrego’; ‘a mí la vida no le ha quita un accidente, sino que yo la entrego’. Por encima de los acontecimientos históricos hay una entrega de nuestra vida, que junto con Jesús es salvífica. Si unimos nuestra entrega a la de Jesús es salvífica.

            En el momento final de la plegaria eucarística que se llama doxología, el sacerdote dice levantando la patena y el cáliz: ‘Por Cristo, con Él y en Él. A ti Dios Padre omnipotente…’. En ese momento nosotros hacemos entrega de nuestra vida junto con la ofrenda de Cristo al Padre.

            Una vez me acuerdo que Santiago García, en uno de sus viajes a Tierra Santa, comentó que un guía árabe comentando las torturas y martirios de los cristianos de aquellos territorios musulmanes, que una vez captaron cómo musitaban, movían los labios hablando en árabe, antes de ser ejecutados y martirizados, y leyéndoles los labios decían: ‘Jesús, ten misericordia de mí’. En esos momentos reafirmaban su fe en la misericordia divina, entregaban su vida a la misericordia de Dios y daban testimonio de su fe ante los que les iban a ejecutar. Eso pedimos al Señor: ‘Jesús, ten misericordia de nosotros’.

            Pidamos al Señor que nos ayude a dar la vida, y darla sin reservas.