martes, 30 de noviembre de 2010

Homilía funeral de un hombre de 65 años de edad

HOMILÍA:

Cuando la muerte llama a las puertas de nuestras casas nos genera un dolor difícilmente descriptible con las palabras. Sentimos que algo nuestro, alguien que formaba parte de nosotros nos ha sido arrebatado. Que esa persona querida, que nos ha aportado muchas cosas, con la que hemos compartido alegrías junto con las penas ha dejado de estar en esta vida. Dentro de nosotros se da esa angustia que hay que soportar porque no queda más remedio, pero que a la vez, uno no quiere pensar que lo que está sucediendo sea real, deseando, en el fondo del alma, que este trance tan doloroso, únicamente sea una pesadilla, un mero sueño. Sin embargo es real.

Hermanos, nuestro hermano Onofre ha partido hacia la casa del Padre Eterno. Durante el transcurso de nuestra vida no le volveremos a ver, aunque sí podremos gozar de su presencia cuando todos nos reunamos allá en lo alto, en compañía de Aquel que, por amor, murió por nosotros en una Cruz.

Nosotros los cristianos no podemos caer en la desesperación ya que Jesucristo nos está esperando en aquella otra orilla. Es verdad que el dolor no nos lo ahorra; sin embargo nos ofrece la serenidad de saber que todo en la vida forma parte de un plan de salvación de Dios, ya que Él nos desea congregar a todos, junto con Él en la Gloria del Cielo.

Los hombres, muchas veces nos enfrascamos en problemas, nos llevamos berrinches por muchas cosas, pensando de un modo equivocado, que en esas pequeñeces nos jugamos la vida. No podemos negar que la realidad sea dura y que nos toque luchar, pero tampoco debemos de olvidar que el dueño de nuestra vida es Dios y que nosotros únicamente somos meros administradores y que cuando nos toque dar cuentas ante Dios únicamente deberemos decir: «Siervos inútiles somos, hemos hecho lo que teníamos que hacer».

El momento que ahora está atravesando nuestro hermano Onofre lo tendremos que pasar todos. Por eso es fundamental que cada cual edifique su vida sobre roca, tal y como nos indica Jesucristo. Es cierto que la vida espiritual no se puede calibrar, ni pesar, ni comprar o vender, tampoco se puede presumir de ella ni exhibirla para fines económicos… tal vez por eso la vida espiritual sea, muchas veces, poco apetecible. Sin embargo, “lo esencial es invisible a los ojos”, y lo que resulte poco apetecible o fácilmente sustituible por otras cosas, resulte la piedra angular, el punto de apoyo para poder entender la vida con la esperanza y ese gozo que únicamente Jesucristo nos puede ofrecer. Como si se tratase de una mesa de despacho repleto de papeles y de carpetas amontonadas acompañadas de un gran desorden… así es, desgraciadamente nuestra vida, los quehaceres nos absorben y no caemos en la cuenta de dar las gracias a Dios por todo lo que Él nos da y por todas las personas que Él mismo nos ha puesto en nuestro peregrinaje. Por eso damos gracias a Dios por la vida de nuestro hermano Onofre y pedimos al Creador de todo que le acoja en su Gloria.

Dale Señor el descanso eterno… y brille para él la luz perpetúa. Descanse en Paz. Así sea.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Homilía, Primer Domingo de Adviento, ciclo a

El Señor nos dice que estemos en vela, que mantengamos una actitud de vigilancia. Que seamos como los vigilantes que desde lo alto de la atalaya divisan los amplios campos para alertar tan pronto como se atisbe al enemigo. Cristo nos pide que estemos despiertos, vigilantes. Sin embargo ustedes me pueden preguntar; ¿qué tenemos que vigilar?, ¿tanto valor tiene esa cosa que nos pide, el mismísimo Jesucristo, que estemos en vela y preparados?.

Yo supongo que, si el Señor insiste tanto, es porque nos estamos jugando cosas muy importantes. Pero, ¿para vigilar eso que nos pide Jesucristo necesitaremos unos prismáticos o unas lentes de aumento?, ¿acaso tendremos que adquirir un radar para ampliar más el perímetro de observación?. Como se podrán imaginar, no hacen falta estos artilugios para nada.

¿Acaso nos tendremos que hacer un escáner corporal o una resonancia magnética en el hospital para poder diagnosticar alguna enfermedad?. No nos hace falta, aunque sí sería muy interesante poder escanear o realizar una resonancia magnética a nuestra vida familiar, social, parroquial y laboral. Tal vez creamos que en la vida conyugal y familiar todo marche bien, y resulte que, por no estar lo suficientemente vigilantes, estemos descuidando los detalles de cariño, los actos de servicio y el diálogo frecuente y sincero entre y con los nuestros. Tal vez estemos haciendo un juicio incorrecto y duro con tal persona o tal vecino y no hayamos sido capaces de tener una palabra de disculpa con él. Tal vez no estemos lo suficientemente vigilantes para darnos cuenta que, quizá, algunos malos hábitos adquiridos en el tiempo, puedan estar dañándonos en las relaciones con la familia y con los demás del pueblo.

El Apóstol San Pablo lo manifiesta con gran lucidez: «Dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz». Y las actividades de las tinieblas es todo aquello que pueda ‘oler’ a odio, a rencillas, a malos entendidos enquistados, a ‘negar el saludo’, a envidias, en una palabra, que pueda oler a PECADO. Sin embargo, ¿cómo puedo caer en la cuenta de las ‘actividades de las tinieblas’ si ya me he acostumbrado a vivir con ellas?. ¿Existe algún tinte especial que me sirva para decolorar esa parte ‘oscura’ de mi vida y así poderlo ver con mayor claridad?. El tinte no existe, pero existe el remedio eficaz: Ponerse ante Jesucristo y dejarse mirar por Jesucristo. Cuando una persona reza con recogimiento y le pide ayuda al Señor, el mismo Señor ya te ofrece la gracia necesaria para detectar todo aquello que te separa de su amor y del amor de todos lo que están a tu lado. Es entonces cuando uno siente la necesidad de acudir al Confesionario para reconocer que, en muchas facetas o aspectos de nuestra vida, no hemos sido vigilantes y hemos dejado, por pereza o por desidia, que ‘el ladrón hiciera un boquete en nuestra casa’ perdiendo, a raudales, ese cariño y comprensión que muchas veces tanto añoramos.

Hagamos caso a la exhortación del Apóstol San Pablo: «Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad».

jueves, 25 de noviembre de 2010

Homilía de funeral de una persona de 89 años

HOMILÍA:

Como Comunidad Cristiana acompañamos en el dolor a esta familia. Dios quiso ayer llamar a nuestro hermano Manuel ante su presencia. Ahora se está dirigiendo hacia la morada del Padre Eterno, mientras nosotros, aquí, lloramos su muerte a esta vida terrena.

Lo más importante de todo esto, hermanos, es que cada cual administre su vida de tal manera que, cuando tengamos que encaminarnos hacia Dios Padre tardemos lo menos posible, para poder gozar, cuanto antes, de su Soberana presencia.

Cada uno de nosotros somos creaturas moldeadas por las manos del Creador. Aparentemente parece que podemos hacer todo cuanto nos propongamos, sin embargo, somos muy quebradizos ya que no estamos destinados a ser inmortales en esta vida; estamos llamados, desde antes de la creación del mundo, a vivir en plenitud junto a Dios. Todos somos un regalo de Dios, y hoy, damos gracias a Dios por habernos regalado a Manuel. Manuel nació y existió porque previamente Dios Padre pensó en él y le amó antes de su propia concepción. Ahora nos duele el desgarro de su separación; nos duele porque somos humanos y porque palpamos nuestras serias limitaciones como criaturas que somos.

Nuestro hermano Manuel, en la Santa Misa y tras las palabras de consagración pronunciadas por el sacerdote veía como el oficiante elevaba con sus manos la Sagrada Forma, la cual ya había dejado de ser pan para convertirse en el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo. Manuel la adoraba con veneración y respeto contemplando, en actitud orante, con esta textura de pan: lo hacía desde esta, nuestra actual orilla. Sin embargo ahora, nuestro hermano Manuel, al dar el salto de esta vida hacia la otra, podrá adorar con veneración a Cristo desde la otra orilla, y ahora ya no le verá con esa textura de pan, sino que le podrá contemplar tal y cual es, viéndose reflejados en los ojos del Señor. Nosotros desde aquí seguiremos adorando a la Santísima Forma Consagrada con la forma del pan y Manuel, a su vez, lo podrá adorar, incluso fijándose, en sus heridas de las manos y en los pies causadas por los clavos de la Cruz.

Sin embargo, y tal y como ocurre con los zapatos con el polvo de los caminos, se terminan ensuciando. También Manuel, como cada uno de nosotros, al caminar por los senderos de esta vida, también se ensuciaría con el pecado. Durante nuestra vida terrena el Señor nos regaló el sacramento del perdón o la confesión para podernos purificar y vivir en plena amistad con Él. Ahora nuestro hermano Manuel no puede hacer uso de dicho sacramento, sin embargo Dios que nos ama con gran pasión y que desea tener a Manuel lo antes posible ante su Divina y Soberana presencia, nos ofrece un medio para ello: Rezar por él y aplicar la Santa Misa por el eterno descanso, junto a Dios, del alma de Manuel. Un alma que al final de los tiempos, con la resurrección de la carne, se unirá con su cuerpo traspasado por el espíritu.

¡¡¡ Dale Señor el descanso eterno!!!, ¡¡¡ y brille para él la luz perpetua !!!. Así sea.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario:JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

Hoy celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Éste rey no gobierna a sus súbditos sentado en un trono de oro ni de piedras preciosas. Ni tampoco les impone impuestos ni leyes para regir su territorio. Jesucristo es rey, pero es un rey distinto y muy superior a los otros reyes.

Jesucristo reina desde la Cruz. La Cruz es su trono y desde allí guarda una especial solicitud por cada uno de nosotros. Es en la Cruz donde Él nos regala la Salvación que procede de Dios. Es desde su costado, traspasado por la lanza del soldado, desde donde brotan los sacramentos. Es desde la Cruz donde nos entrega a su Madre como nuestra Madre. Es en la Cruz donde derrama su sangre para que todos nuestros pecados sean perdonados. Es en la Cruz donde Él muere para luego conducirnos a la Gloria. Este rey no recauda impuestos, este Rey nos regala la salvación de Dios.

Pero no solo eso; tiene un talante de gobernar un tanto peculiar. Aún estando colgado del madero de la cruz; aún estando sumergido en un dolor indescriptible sigue teniendo palabras de inmensa ternura y de perdón. Aún es ese suplicio, con las manos y los pies taladrados aprovecha cualquier oportunidad para incorporar, aunque sea a última hora, a aquel que se arrepiente: El buen ladrón.

El buen ladrón abre su corazón ante Jesucristo. El buen ladrón tiene bien presente la causa de su condenación y tiene el sentimiento profundo de dolor por haber ofendido a Dios. En la cruz manifiesta ante Jesús crucificado su pecado y acude a Jesucristo reconociéndole como su Salvador. Y es aquí, cuando Jesús, en medio de los terribles tormentos, da una suprema manifestación de perdón y de cariño ante el pecador arrepentido abriéndole las puertas del Paraíso.

El Corazón de Cristo es misericordioso hasta el extremo. Aprovecha cualquier ocasión para ofertarnos la salvación. Estando en la cruz le reconcilia con el Padre. Es cierto que el buen ladrón, a los ojos de todos los que se encontraban allí presentes, muere como un malhechor, sin embargo, Dios se alegra porque esa oveja perdida ha sido hallada.

Hermanos, el buen ladrón, con su comportamiento, nos cuestiona, nos interpela, nos amonesta. El buen ladrón fue capaz de reconocer al Salvador del mundo estando el mismo Salvador cosido a una cruz, y en esa circunstancia de tantísimo sufrimiento, cuando todo hacía pensar que iba a acabar allí, con toda aquella sangre derramándose por el suelo, con las heridas profundas causadas por los sanguinarios soldados, con la corona de espinas bien incrustadas en su cabeza, con sus manos y sus pies ensangrentados por los clavos, … pues aún así, sin embargo, el buen ladrón le reconoció y creyó totalmente en Jesucristo como su Salvador.

Hermanos, tenemos la suerte de tener al Señor en medio de nosotros en el Sagrario, y de poderle hacer presente en la Eucaristía, y de poder obtener su perdón en el sacramento de la reconciliación… tenemos la suerte de poder contar con su presencia, y muchas veces, sin darnos cuenta, ni lo valoramos.

¡¡¡Señor, ten misericordia de nosotros, porque hemos pecado contra ti!!!.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Ante el fallecimiento de una anciana...

Dios es un raudal de ternura. Dios, con su forma de actuar, tiende a desconcertar a los hombres. Un Dios que es Todopoderoso, que es Creador, que es el Eterno, que es el Inabarcable, se hace el encontradizo en cosas tan sencillas, tan simples y tan bellas como la sonrisa de una anciana. Realmente Dios tanto nos ama que aprovecha cualquier oportunidad para estar a nuestro lado. Tal vez se estén quedando un poco desconcertados con estas palabras; pero no se preocupen, porque ésta es la dinámica y la pedagogía que emplea Dios con nosotros: Se hace pequeño entre los pequeños para llegar a todos. ¿Se podría decir que a Dios le gusta practicar el juego del ‘esconderite’ con nosotros?. Tanto como jugar al ‘esconderite’, sinceramente, no lo se. Lo que sí puedo afirmar es que Él es sumamente creativo para hacerse el encontradizo, tal y como les sucedió a los Dos Discípulos camino de Emaús o cuando se le encontraron andando sobre las aguas en aquel lago.

Si esperamos encontrar a Dios en una gran manifestación en el cielo o en un gran cataclismo en la tierra, como si se tratase de una gran epifanía con tintes apocalípticos, bien podemos olvidarnos de ello. En cambio, de los labios de Nuestro Señor Jesucristo sí que nos dijo lo siguiente: «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me alejasteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel, y fuisteis a verme». Da la impresión de que Jesucristo jugase con nosotros al ‘esconderite’ o al juego de ‘los disfraces’. Ahora bien, no olvidemos que Dios se toma muy en serio al hombre, por eso, a punto y seguido, el mismo Jesucristo nos pone ‘todas las cartas sobre la mesa’, para que nadie se sienta ni engañado ni confundido. Por eso Jesucristo añade: «Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, CONMIGO LO HICISTEIS». Jesucristo se identifica con estas personas más pequeñas, se identifica con aquellos que no tienen importancia en este mundo nuestro. Y esto es un motivo más para bendecir al Creador de todo.

Hoy damos sepultura cristiana a nuestra hermana Araceli. Una mujer que en el último tramo de su peregrinaje por esta vida tuvo un desgraciado accidente al caerse rodando por las escaleras. Una mujer que, en el hospital, fue reconfortada con el sacramento de la Unción de los Enfermos, administrada por el Capellán. Una mujer que fue asistida, acompañada y reconfortada con el gran cariño de amigos así como por el de las trabajadoras de la residencia de Cevico de la Torre. A mi, como sacerdote, me alegraba el corazón cada vez que era testigo de los gestos de cariño y de preocupación que recibía Araceli por parte de todos aquellos que la querían y que ahora se comprometen a rezar por su eterno descanso en la Gloria junto a Dios Padre y en compañía de Nuestra Santísima Madre, la Virgen Santa María.

¡Dale, Señor el descanso eterno!, ¡y brille para ella la luz eterna!. Descanse en paz.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Homilía del domingo 14 de Noviembre 2010

Hace ya tiempo, por las tierras navarras, mantuve una conversación con una mujer de mediana edad que recriminaba a la Iglesia alegando que los Obispos y los curas imponíamos nuestra forma de pensar a la gente. Yo la argumentaba que a Jesucristo le seguimos en su Iglesia, que es la Católica, y que Él, y por supuesto la Iglesia, constantemente está proponiendo, ofreciendo criterios, planteando argumentos para enriquecer y que nunca impone. Propone pero no impone. La Iglesia hace unas propuestas que brotan, que manan de la Sagrada Escritura, del Magisterio y de la Tradición, y que es el Espíritu Santo el que está detrás de todo esto dinamizándolo desde dentro.

Yo a esa mujer enseguida ‘la calé’, es decir que me di cuenta ‘por donde iban los tiros’. El razonamiento de esta señora era el siguiente: «No existen los hechos, sólo interpretaciones», dicho con otras palabras: Un comportamiento, una actuación es buena, no porque lo diga la Iglesia o el Papa o el mismo Jesucristo, sino que es buena, simplemente, porque me apetece, me interesa que sea buena. Según esta mujer respaldaba con fuerza el aborto, presentándolo como un derecho de las mujeres, porque cada cual podía hacer con su cuerpo lo que le diera la gana, e incluso, argumentaba que lo más importante era mantener ‘su ritmo de vida’, ‘mantener su estatus social’ y su ‘alto nivel de gastos’. Yo la comentaba que ella, que decía defender ‘a capa y espada’ la libertad, era sin embargo esclava de la dictadura del relativismo, ya que todo podía pasar como válido un día y no válido al siguiente. Negaba que hubiera algo o alguna cosa buena en sí misma.

Hermanos todos en Cristo, nosotros tenemos un modelo a seguir, el cual es el Camino, la Verdad y la Vida; su nombre es JESUCRISTO. El propio San Pablo, cuando escribe a la comunidad de Tesalónica, nos dice que ‘imitemos su ejemplo’, que a su vez, está tomado del mismo Señor. Sin embargo ustedes me pueden preguntar: ¿cómo podemos imitar el ejemplo de Jesucristo?. Pues miren ustedes, en el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium, 31) nos ofrece la clave: «A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios». El padre y la madre de familia tienen que gobernar su casa, amarse entre ellos y educar a sus hijos según los criterios de Dios. El joven tiene que trabajar, estudiar, divertirse, relacionarse según los criterios de Dios. Y me pueden decir; pues nos has quedado igual que antes. Por eso es muy importante sentir la necesidad de cuidar la vida espiritual. ¿Cómo puede alguien organizar su vida según los criterios de Dios sino tiene los oídos despiertos para escuchar la Palabra de Dios ni el corazón arrepentido para acudir al confesionario, ni siente el hambre de recibir la Sagrada Comunión?. ¿Cómo puede uno organizar su vida familiar, laboral, relacional y festiva sino conoce los criterios que ofrece el mismo Jesucristo?. En el Salmo Responsorial hemos repetido que ‘El Señor llega para regir la tierra con justicia’, lo que implica la necesidad de ir adquiriendo un corazón obediente a la voluntad divina. Pero atención, el hecho de tener un corazón obediente a la voluntad divina no nos hace inmunes a los problemas, no nos van a alejar los problemas. Recordemos las palabras de Jesucristo en el Evangelio: «Os echaran mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre». Pero a punto y seguido el Señor nos promete: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

Cada uno de nosotros, cada vez que gestionamos los asuntos temporales según Dios, estamos construyendo la Iglesia de Aquel que desea congregarnos a todos en la Patria del Cielo. Así sea.

domingo, 7 de noviembre de 2010

HOMILÍA Domingo XXXII del Tiempo Ordinario, 7 de noviembre 2010

No puedo borrar de mi mente la noticia que escuché en el coche de la emisora RADIO MARÍA. La periodista decía que el pasado mes de octubre, en Irak, una comunidad católica que celebraba la Eucaristía, se vio sorprendida por un comando terrorista, que los sometió a criminal encerrona y al asesinato después. Entre una u otra actuación, de quienes delinquían (los terroristas) y de quienes los querían liberar, han muerto más de cincuenta personas. El saldo es terrible, pero apena más, algún detalle que nos dan. Entre las víctimas dos eran sacerdotes y otra una niñita de dos años. Profesaba la asamblea la misma Fe que la que ilumina nuestra vida, pero manifestarlo en aquel país, como en otros, es peligroso; no obstante no dejaron de acudir este domingo a Misa. Encontraron la muerte, viven feliz existencia junto a Dios. Se arriesgaron, inicialmente perdieron, fueron mártires.

Esta mañana con toda tranquilidad, sin que nadie vigilara las puertas de la iglesia, celebramos la Misa dominical. No estábamos todos los que yo esperaba o suponía. Aunque es de agradecer y alegra el corazón ver a los que sí que estamos celebrando la Santa Misa. Sin embargo, hoy, que es un día en el que no hay ni clases ni trabajos se echa de menos la presencia de otros hermanos en la fe. Algunos pueden justificar su ausencia alegando que desean quedarse un poco más al calor de las sábanas, o que les da algo de pereza salir de casa para ir a la Iglesia, o que en la Eucaristía se aburren porque no han llegado a alcanzar la importancia que tiene, pero poco a poco se conseguirá si así se desea. Otros no se animan a venir porque están atravesando algún momento obscuro en la fe… habrá de todo.

Tal vez, las palabras del Santo Padre, Benedicto XVI, en su homilía en la Plaza del Obradoiro, en el día de ayer, nos de algo de claridad cuando nos dice: «Los hombres no podemos vivir a oscuras, sin ver la luz del sol» y «que es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa».

Pero pienso que aquel medio centenar de personas que se habían expuesto a ser víctimas de la persecución a los cristianos eran gente que lo veían claro, que entendía el valor de la Comunión perfectamente, que sentían como necesario encontrarse con Cristo en la Eucaristía y de compartir la fe en la comunidad cristiana. No he tenido en mi vida más que un contacto personal y directo con un cristiano de China, era un diácono que pertenecía a la Iglesia perseguida o clandestina china, o sea, la no oficial, la que sí es fiel al Papa, y que se encuentra totalmente acorralada por el régimen comunista. Que tienen miedo a ser detenidos por la policía del régimen y de ser encarcelados. Sin embargo, como los Apóstoles, dan gracias a Dios por sufrir los azotes por anunciar al Divino Salvador.

A la luz de este suceso acaecido en Irak, podemos entender y meditar la actuación de esta mujer y sus hijos de la época de los Macabeos, de los que habla la primera lectura de la misa de hoy. Los héroes no se acabaron cuando murió el último hijo. ¿Eran superhombres? ¿Eran fanáticos insensatos? ¿Estaban hartos de vivir y vieron que era la oportunidad de que se les acabara la existencia? No, ellos, como tantos otros que han muerto por su Fe, como los de la Catedral de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro de Bagdad, confiaban su vida a Dios. Han desaparecido aquellos ejércitos invasores, el régimen que gobernaba el Israel de entonces también ha desaparecido, pero ellos continúan siendo los santos mártires macabeos y en el Cielo podremos encontrárnoslos y confraternizar, felices en comunión con Dios que a todos nos invita a la Fiesta Eterna. Así sea.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Homilía del Papa en la Misa de la Plaza del Obradoiro

Discurso íntegro pronunciado por Benedicto XVI en la Misa de la Plaza del Obradoiro.

Plaza del Obradoiro. Santa Misa con Benedicto XVI.

Amadísimos Hermanos en Jesucristo:

Doy gracias a Dios por el don de poder estar aquí, en esta espléndida plaza repleta de arte, cultura y significado espiritual. En este Año Santo, llego como peregrino entre los peregrinos, acompañando a tantos como vienen hasta aquí sedientos de la fe en Cristo resucitado. Fe anunciada y transmitida fielmente por los Apóstoles, como Santiago el Mayor, a quien se venera en Compostela desde tiempo inmemorial.

Agradezco las gentiles palabras de bienvenida de Monseñor Julián Barrio Barrio, Arzobispo de esta Iglesia particular, y la amable presencia de Sus Altezas Reales los Príncipes de Asturias, de los Señores Cardenales, así como de los numerosos Hermanos en el Episcopado y el Sacerdocio. Vaya también mi saludo cordial a los Parlamentarios Europeos, miembros del intergrupo “Camino de Santiago”, así como a las distinguidas Autoridades Nacionales, Autonómicas y Locales que han querido estar presentes en esta celebración. Todo ello es signo de deferencia para con el Sucesor de Pedro y también del sentimiento entrañable que Santiago de Compostela despierta en Galicia y en los demás pueblos de España, que reconoce al Apóstol como su Patrón y protector.

Un caluroso saludo igualmente a las personas consagradas, seminaristas y fieles que participan en esta Eucaristía y, con una emoción particular, a los peregrinos, forjadores del genuino espíritu jacobeo, sin el cual poco o nada se entendería de lo que aquí tiene lugar.

Una frase de la primera lectura afirma con admirable sencillez: «Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor» (Hch 4,33). En efecto, en el punto de partida de todo lo que el cristianismo ha sido y sigue siendo no se halla una gesta o un proyecto humano, sino Dios, que declara a Jesús justo y santo frente a la sentencia del tribunal humano que lo condenó por blasfemo y subversivo; Dios, que ha arrancado a Jesucristo de la muerte; Dios, que hará justicia a todos los injustamente humillados de la historia. «Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen» (Hch 5,32), dicen los apóstoles. Así pues, ellos dieron testimonio de la vida, muerte y resurrección de Cristo Jesús, a quien conocieron mientras predicaba y hacía milagros.

A nosotros, queridos hermanos, nos toca hoy seguir el ejemplo de los apóstoles, conociendo al Señor cada día más y dando un testimonio claro y valiente de su Evangelio. No hay mayor tesoro que podamos ofrecer a nuestros contemporáneos. Así imitaremos también a San Pablo que, en medio de tantas tribulaciones, naufragios y soledades, proclamaba exultante: «Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que esa fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros» (2 Co 4,7).

Junto a estas palabras del Apóstol de los gentiles, están las propias palabras del Evangelio que acabamos de escuchar, y que invitan a vivir desde la humildad de Cristo que, siguiendo en todo la voluntad del Padre, ha venido para servir, «para dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20,28). Para los discípulos que quieren seguir e imitar a Cristo, el servir a los hermanos ya no es una mera opción, sino parte esencial de su ser. Un servicio que no se mide por los criterios mundanos de lo inmediato, lo material y vistoso, sino porque hace presente el amor de Dios a todos los hombres y en todassus dimensiones, y da testimonio de Él, incluso con los gestos más sencillos.

Al proponer este nuevo modo de relacionarse en la comunidad, basado en la lógica del amor y del servicio, Jesús se dirige también a los «jefes de los pueblos», porque donde no hay entrega por los demás surgen formas de prepotencia y explotación que no dejan espacio para una auténtica promoción humana integral. Y quisiera que este mensaje llegara sobre todo a los jóvenes: precisamente a vosotros, este contenido esencial del Evangelio os indica la vía para que, renunciando a un modo de pensar egoísta, de cortos alcances, como tantas veces os proponen, y asumiendo el de Jesús, podáis realizaros plenamente y ser semilla de esperanza.

Xacobeo

Esto es lo que nos recuerda también la celebración de este Año Santo Compostelano. Y esto es lo que en el secreto del corazón, sabiéndolo explícitamente o sintiéndolo sin saber expresarlo con palabras, viven tantos peregrinos que caminan a Santiago de Compostela para abrazar al Apóstol. El cansancio del andar, la variedad de paisajes, el encuentro con personas de otra nacionalidad, los abren a lo más profundo y común que nos une a los humanos: seres en búsqueda, seres necesitados de verdad y de belleza, de una experiencia de gracia, de caridad y de paz, de perdón y de redención. Y en lo más recóndito de todos esos hombres resuena la presencia de Dios y la acción del Espíritu Santo. Sí, a todo hombre que hace silencio en su interior y pone distancia a las apetencias, deseos y quehaceres inmediatos, al hombre que ora, Dios le alumbra para que le encuentre y para que reconozca a Cristo.

Quien peregrina a Santiago, en el fondo, lo hace para encontrarse sobre todo con Dios que, reflejado en la majestad de Cristo, lo acoge y bendice al llegar al Pórtico de la Gloria. Desde aquí, como mensajero del Evangelio que Pedro y Santiago rubricaron con su sangre, deseo volver la mirada a la Europa que peregrinó a Compostela. ¿Cuáles son sus grandes necesidades, temores y esperanzas? ¿Cuál es la aportación específica y fundamental de la Iglesia a esa Europa, que ha recorrido en el último medio siglo un camino hacia nuevas configuraciones y proyectos? Su aportación se centra en una realidad tan sencilla y decisiva como ésta: que Diosexiste y que es Él quien nos ha dado la vida. Solo Él es absoluto, amor fiel e indeclinable, meta infinita que se trasluce detrás de todos los bienes, verdades y bellezas admirables de este mundo; admirables pero insuficientes para el corazón del hombre. Bien comprendió esto Santa Teresa de Jesús cuando escribió: “Sólo Dios basta”.

Europa

Es una tragedia que en Europa, sobre todo en el siglo XIX, se afirmase y divulgase la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad. Con esto se quería ensombrecer la verdadera fe bíblica en Dios, que envió al mundo a su Hijo Jesucristo, a fin de que nadie perezca, sino que todos tengan vida eterna (cf. Jn 3,16). El autor sagrado afirma tajante ante un paganismo para el cual Dios es envidioso o despectivo del hombre: ¿Cómohubiera creado Dios todas las cosas si no las hubiera amado, Él que en su plenitud infinita no necesita nada? (cf. Sab 11,2426). ¿Cómo se hubiera revelado a los hombres si no quisiera velar por ellos? Dios es el origen de nuestro ser y cimiento y cúspide de nuestra libertad; no su oponente. ¿Cómo el hombre mortal se va a fundar a sí mismo y cómo el hombre pecador se va a reconciliar a sí mismo? ¿Cómo es posible que se haya hecho silencio público sobre la realidad primera y esencial de la vida humana? ¿Cómo lo más determinante de ella puede ser recluido en la mera intimidad o remitido a la penumbra?

Los hombres no podemos vivir a oscuras, sin ver la luz del sol. Y, entonces, ¿cómo es posible que se le niegue a Dios, sol de las inteligencias, fuerza de las voluntades e imán de nuestros corazones, el derecho de proponer esa luz que disipa toda tiniebla? Por eso, es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa; que esa palabra santa no se pronuncie jamás en vano; que no se pervierta haciéndola servir a fines que le son impropios. Es menester que se profiera santamente.

Es necesario que la percibamos así en la vida de cada día, en el silencio del trabajo, en el amor fraterno y en las dificultades que los años traen consigo.

Benedicto XVI, la aventura de la verdad Parte 1

Benedicto XVI, la aventura de la verdad Parte 2

Benedicto XVI, la aventura de la verdad Parte 3

Benedicto XVI, la aventura de la verdad Parte 4

RADIO MARIA Entrevista Padre Esteban

Benedicto XVI:

“La santidad,

imprimir a Cristo en uno mismo”


Intervención con motivo del Ángelus


CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 1 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que dirigió Benedicto XVI este lunes, solemnidad de todos los santos, al rezar a mediodía el Ángelus junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro.


* * *

Queridos hermanos y hermanas:

La solemnidad de todos los santos, que hoy celebramos, nos invita a elevar la mirada al Cielo y a meditar en la plenitud de la vida divina que nos espera. "Somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía" (1Juan 3, 2): con estas palabras el apóstol Juan nos asegura la realidad de nuestra futura relación con Dios, así como la certeza de nuestro destino futuro. Como hijos amados, por este motivo, recibimos también la gracia para soportar las pruebas de esta existencia terrena, el hambre y la sed de justicia, las incomprensiones, las persecuciones (Cf. Mateo 5, 3-11), y al mismo tiempo heredamos ya desde ahora lo que se promete en las bienaventuranzas evangélicas, "en las cuales resplandece la nueva imagen del mundo y del hombre que inaugura Jesús" (Benedicto XVI, Gesù di Nazaret, Milán 2007, 95; Jesús de Nazaret). La santidad, imprimir a Cristo en uno mismo, es el objetivo de la vida del cristiano. El beato Antonio Rosmini escribe: "El Verbo se había impreso a sí mismo en las almas de sus discípulos con su aspecto sensible... y con sus palabras... había dado a los suyos esa gracia... con la que el alma percibe inmediatamente al Verbo" (Antropologia soprannaturale, Roma 1983, 265-266, Antropología sobrenatural). Y nosotros experimentamos con antelación el don de la belleza de la santidad cada vez que participamos en la Liturgia eucarística, en comunión con la "multitud inmensa" de los bienaventurados, que en el Cielo aclaman eternamente la salvación de Dios y del Cordero (Cf. Apocalipsis 7, 9-10). "La vida de los Santos no comprende sólo su biografía terrena, sino también su vida y actuación en Dios después de la muerte. En los santos es evidente que, quien va hacia Dios, no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos" (encíclica Deus caritas est, 42).

Consolados por esta comunión de la gran familia de los santos, mañana conmemoraremos todos los fieles difuntos. La liturgia del 2 de noviembre y el piadoso ejercicio de visitar los cementerios nos recuerdan que la muerte cristiana forma parte del camino de asimilación a Dios y que desaparecerá cuando Dios será todo en todos. Si bien la separación de los afectos terrenales es ciertamente dolorosa, no debemos tener miedo de ella, porque cuando está acompañada por la oración de sufragio de la Iglesia, no puede quebrar los profundos lazos que nos unen en Cristo. En este sentido, san Gregorio de Niza afirmaba: "Quien ha creado todo con la sabiduría, ha dado esta disposición dolorosa como instrumento de liberación del mal y posibilidad para participar en los bienes esperados (De mortuis oratio, IX, 1, Leiden 1967, 68).


Queridos amigos, la eternidad no es "un continuo sucederse de días del calendario, sino algo así como el momento pleno de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad" (encíclica Spe Salvi, 12) del ser, de la verdad, del amor. Encomendemos a la virgen María, guía segura hacia la santidad, nuestra peregrinación hacia la patria celestial, mientras invocamos su maternal intercesión por el descanso eterno de todos nuestros hermanos y hermanas, que se han dormido en la esperanza de la resurrección.

[Tras rezar el Ángelus, el Papa añadió en italiano:]

Ayer por la tarde, en un gravísimo atentado en la catedral siro-católica de Bagdad, decenas de personas murieron y quedaron heridas, entre las cuales dos sacerdotes y un grupo de fieles reunidos con motivo de la santa misa dominical. Rezo por las víctimas de esta absurda violencia, que es aún más feroz pues ha golpeado a personas inermes, reunidas en la casa de Dios, que es casa de amor y reconciliación. Expreso, además, mi afectuosa cercanía a la comunidad cristiana, que ha vuelto a ser golpeada, y aliento a todos los pastores y fieles a perseverar en la fortaleza y en la firmeza de la esperanza. Ante los crueles episodios de violencia que siguen destrozando a las poblaciones de Oriente Medio, quisiera renovar por último mi apremiante llamamiento a la paz: es don de Dios, pero es también el resultado de los esfuerzos de los hombres de buena voluntad, de las instituciones nacionales e internacionales. ¡Que todos unan sus fuerzas para que termine toda violencia!

[A continuación, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas, en español, dijo:]

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana. Hoy celebramos la fiesta de Todos los Santos, la multitud de hermanos nuestros en la fe que, a lo largo de todos los siglos, han llegado a la casa del Padre e interceden por nosotros. Ellos nos recuerdan que Dios nos mira con amor y nos llama también a nosotros a una vida de santidad, a la plenitud de la caridad, a vivir completamente identificados con Cristo. Que la intercesión de la Virgen María y el ejemplo de los santos nos ayuden a recorrer con alegría el camino que lleva a la bienaventuranza eterna. Feliz Fiesta.

[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

©Libreria Editrice Vaticana]