sábado, 20 de mayo de 2023

Homilía del Domingo de la Ascensión del Señor a los Cielos, ciclo a

 

Domingo de la Ascensión del Señor del Tiempo de Pascua, Ciclo A

21 de Mayo de 2023

            Hoy se ha proclamado el evangelio de san Mateo [Mt 28, 16-20]. Solamente en san Lucas encontramos el relato de la ascensión. En el evangelio de san Mateo, el texto proclamado hoy, es un añadido posterior que no estaba en la primera redacción del evangelio.

            Jesús convoca a los Once, no a los Doce. ¿Por qué los Once y no los Doce? Porque ya no se trata de una refundación de la nueva Jerusalén, sino que ahora el anuncio es para todos los pueblos. Todos, no hay exclusión de nadie.

Jesús les convoca en Galilea ¿y eso?, y en un monte; «al monte que Jesús les había indicado», ¿pero que monte es? El evangelista no lo dice, pero se trata del monte de las bienaventuranzas, porque el otro monte, el del Tabor, se encuentra en la zona de Judea.

            Les convoca en Galilea porque es un volver otra vez al comienzo. «La cosa empezó en Galilea» [Hch 10, 37]. Después de la resurrección de Jesús vuelven al comienzo de las enseñanzas de Jesús; es decir, el volver a revisitarlas desde el punto de vista post-pascual. Y en cuanto que le vieron, ellos se postraron a sus pies y le adoraron. Ese ‘ver’ significa que le reconocieron después de los hechos de la pasión, porque a pesar de todo ellos tenían dudas, seguían sin creer. Pero esas dudas no eran tanto que ellos dudaran de Cristo resucitado, sino esas dudas brotaban del miedo y las dudas de lo que ellos intuyen que va a ser su misión: la de repetir los pasos del Maestro, por lo tanto, morir en la cruz.

            Y al ser citados en el monte de las bienaventuranzas les está mostrando que ellos han de volver a recordar la misión del Maestro, mostrándoles que él ha vivido las bienaventuranzas hasta el punto que él se ha donado hasta la muerte, y muerte de cruz.

             Dice el evangelista que Jesús se acercó a ellos, no fueron ellos a él. Fue Cristo el que se acercó. Esto ¿qué significa? Significa que se han roto todas las separaciones. Dios que estaba representado en el monte Sion de Jerusalén, donde está construido el Templo de Jerusalén y donde está presente la divinidad, ha roto todas las separaciones: ha roto la separación entre paganos y judíos. En el Templo había la zona de los paganos y la zona de los judíos donde ya no podían acceder los paganos. Dentro de la zona de los judíos había otra separación donde no podían acceder las mujeres. Dentro de la zona de los judíos varones había otra separación donde sólo podían acceder los sacerdotes. Y dentro había otra separación, donde estaba el velo del Templo, donde únicamente podía traspasar el sumo sacerdote el día de Yom Kipur. Pues Jesús resucitado, al acercarse, ha roto todas las separaciones. Ahora es el mismo que nos dice «acercaos». Es que el anuncio, la misión es para todos.

Y él nos dice que él nos envía para que bauticéis en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y eso significa que como Cristo ha muerto y ha resucitado, en ese momento anuncian en el nombre de Jesús. Recordad que ellos decían ‘en el nombre de Jesús nazareno, levántate’, le dicen al cojo de la puerta del Templo. Ese ‘bautizándoles’ no se refiere como habitualmente nos referimos al sacramento del bautismo, porque eso serían volver otra vez a los guetos y a la separación, entre cristianos y no cristianos. Se refiere que a partir de ese momento los discípulos invitan a las gentes a sumergirse en el misterio pascual de Cristo, en su muerte y resurrección. Invita a las personas a sumergirse en la dinámica del Espíritu, a redescubrir su vida cotidiana a la luz del Resucitado. ¿Qué significa esto? Que en el modo de actuar y de relacionarnos con el dinero, los afectos, las relaciones personales y laborales, etc., Cristo tiene una palabra, nos ofrece una orientación, una perspectiva nueva que nos eleva al cielo. A parte de venir tu a la iglesia, y tener a tus hijos bautizados, comulgados, confirmados, casados…, a parte de todo esto ¿cómo estás reajustando tu vida para ser dinamizada por el Señor resucitado? ¿cómo estás adentrado en ese misterio de la Pascua para resucitar a una vida nueva? Este es el anuncio al que nos invita Jesús cuando dice que les bauticemos. No es un anuncio de una doctrina, y tanto es así que los discípulos ya pasado ese misterio y por eso dudan y tienen miedo porque saben cómo acabó su Señor la vida terrenal, en una cruz.


sábado, 13 de mayo de 2023

Homilía de domingo VI del Tiempo Pascual, ciclo a

 


Domingo VI del Tiempo Pascual, Ciclo a, 14.05.2023

           

            Jesús después de haberles lavado los pies, anunciarles que le iban a traicionar, en el marco de la última cena y en el discurso de despedida nos dice que ‘le amemos’ [Jn 14, 15-21]. Pocas veces el Señor nos pide esto, ahora lo hace. Os voy a poner un ejemplo mundano. Imaginémonos que es la boda de unos amigos a los que uno aprecia mucho y uno sabe que a esa boda también está invitado uno de las personas que más daño te han hecho en la vida. Sólo por la amistad de los novios uno iría a esa boda. Jesús nos dice que ‘le amemos’, que es tanto como decir ‘apóyate en mí y apoyándote en mí las dificultades se superan’. Jesús es nuestro defensor; Él nunca nos acusa; Él nos defiende y va delante de nosotros abriéndonos el camino. Hay personas que, tan pronto como oyen el nombre de alguien, es como si se les abriera la carpeta de archivos de sus particulares ‘discos duros’ de la memoria y actúan con desprecio total o magistrales aduladores. Jesús nunca nos acusa; Él nos defiende.

            Y dice otra cosa más. Nos dice que su amor es lo que nos impulsa a vivir los mandamientos. El estar con Él es la razón por la que nosotros cumplimos los mandamientos. Os voy a poner otro ejemplo mundano. El amor hacia la esposa y los hijos es lo que hace que uno no se líe con la mujer más despampanante que uno se encuentra. El amor hacia la propia familia es lo que sustenta la fidelidad y la unidad de vida. Y si Cristo está en medio de esa familia ese amor matrimonial se fortalece sobremanera gracias a la gracia divina.

            Si vamos teniendo experiencia del amor de Dios, si nos vamos percatando del puesto que tiene Jesucristo en nuestra vida vamos adquiriendo discernimiento y diremos que sí a todo aquello que a Él nos acerca y diremos que no a todo aquello que de Él nos aleje. De este modo daremos razón de nuestra esperanza. ¿Porqué rechazas propuestas indecentes o deshonestas, o incluso muy apetecibles? ¿acaso eres tonto y por eso no las aceptas? Uno no las acepta porque tiene un amor asentado que uno no quiere perder y que le ayuda a rechazar todo aquello que lo pueda destrozar. ¿Por qué tenemos que ser prudentes a la hora de beber, de ver películas o series de televisión, a la hora de relacionarnos con las demás personas o de situaciones de las que nos exponemos a un peligro moral innecesario? Estamos llamados porque el amor que Cristo me da llena mi ser y no necesito nada que, aunque a corto plazo me pueda satisfacer, me conduce al más de los profundos de los vacíos. Por eso San Pedro nos llama a «glorificad a Cristo el Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza» [ 1 Pe 3, 15-18]. Hace poco hubo un terremoto en Turquía y muchos edificios se derrumbaron porque, aun sabiendo la zona peligrosa por los movimientos sísmicos, no cumplían la normativa de seguridad. Si lo hubieran cumplido se hubieran salvado más personas. Si estamos enamorados del Señor y le amamos, nos iremos librando de muchas situaciones delicadas e iremos adquiriendo discernimiento en nuestra vida cristiana.

            Ahora bien, si uno solamente está bautizado con el bautismo de Juan, el cual es un bautismo de conversión, entenderá la vida cristiana como un elenco de tareas y de mandamientos a realizar. Y haciendo esto uno está viviendo en la dinámica de la Antigua Alianza entendiendo la relación con lo divino como ‘un tiempo reservado para Dios y para las cosas de la iglesia’. Pero si uno está bautizado con el Espíritu Santo uno se adentra en una dinámica nueva y lo primero que uno se da cuenta al entrar en esa dinámica es de lo mal que uno está, de los pecados tan afianzados que uno tiene, del daño que uno ha ocasionado y de la urgente necesidad de la conversión porque uno desea amar y abrazarse intensamente a Jesús.

Y como nosotros tenemos capacidad de análisis: Partiendo de nuestra forma de razonar, pensar, actuar y amar ¿estamos viviendo en la dinámica del bautismo de Juan el bautista o en la dinámica del bautismo del Espíritu Santo? [Hc 8, 5-8. 14-17].

sábado, 6 de mayo de 2023

Homilía del Quinto Domingo del Tiempo Pascual, ciclo a 07.05.2023


 

Homilía del Quinto Domingo del Tiempo Pascual, Ciclo A

 

                El evangelista [Jn 14, 1-12] san Juan dedica hasta cinco capítulos a la última cena, dedicados al discurso del adiós, donde nos encontramos con el testamento que el mismo Señor nos entrega. Esto forma parte del testamento de Jesús. Este discurso del adiós nos recuerda a Moisés; cuando Moisés ya cerca de la tierra prometida, después de lo que el Señor le dijo que hiciera la alianza y que condujera al pueblo por el desierto hacia la tierra prometida, llega cerca, la puede incluso divisar, pero él no puede entrar, y entonces entrega a Josué y a todo el pueblo de Israel las mismas palabras prácticamente: creed en Dios, seguid creyendo en Dios. Les dice, que ‘aunque yo os deje, a pesar de todo, creed en Dios, creed en la palabra que yo os he dejado’. San Juan ha querido reproducir los discursos de adiós de los antiguos patriarcas, entre ellos Moisés.

            Todo esto es porque Jesús, cuando está en Jerusalén, los Doce y los demás discípulos se piensan que van a tomar posesión de la república, del reino que iba a inaugurar Jesús. Y cuando está todo para empezar, en vez de hacer nombramientos, les dice en la última cena ‘os voy a dejar’. E inmediatamente les dice: ‘no os entristezcáis, no os perdáis de ánimo, no os desaniméis, pero os voy a decir que yo os voy a dejar’. Les dice: «Me voy, y donde yo voy, ya sabéis el camino». Y uno de los que no estaban tan convencidos, santo Tomás, que era uno de los que necesitaban pruebas, le dice ‘pero ¿dónde vas?’ ‘no sabemos dónde vas ¿y vamos a saber el camino?’. Y le dirá, ‘pero no sabes Tomás que yo soy el camino, y la verdad y la vida’. Daros cuenta del estado de ánimo que podría haber en esa situación. Ellos estaban esperando que empezara el reino de Dios, un reino que podía empezar por medio de una revolución, por medio de motín, por medio de un golpe de Estado, y sin embargo Jesús les dice ‘me voy, os voy a dejar’. A lo que ellos podrían pensar: ¿pero hemos estado haciendo el tonto hasta ahora? ¿Hemos dejado todo lo que teníamos para esto?  ¿Después de estar al lado de éste durante tres años ahora se va? ¿Después de haber seguido a Jesús, pasando hambre, sed, durmiendo al raso y sin poder casi descansar… ahora se va y nos deja sin nada?’, ‘¿Ahora qué hacer? ¿Volver de nuevo a nuestra anterior vida con la cabeza agachada a casa?’.

            En este contexto Jesús les dirá: ‘no os dejo solos’. ‘Me voy y voy a prepararos sitio’; ‘donde yo voy ya sabéis el camino’. Estamos en el contexto de la Pasión. Y el otro, como aún no se ha enterado le dirá ‘Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?’. Los Doce ni los discípulos aún no se han enterado del mensaje de Jesús y por eso le siguen preguntando ‘pero… ¿dónde vas?’. Hay otro pasaje de San Juan, cuando él les dice quién es él y en lo que consiste su misión les dice ‘yo me voy al Padre’, y algunos judíos se dicen ‘pero ¿qué va a hacer?, ¿se va a suicidar?’. Eso es parecido a lo que pasa en el pasaje de hoy. Ellos están perdiditos, no saben lo que está pasando, y es entonces cuando se sienten confusos, se sienten molestos. Y Jesús les anima diciéndoles: ‘Creed en Dios y creed también en mí’. Es decir, todo lo que he estado haciendo hasta ahora no ha sido más que anunciaros al Padre. Por eso le dirá a Felipe ‘¿no sabes que quien me ha visto a mí ha visto al Padre?’. Jesús le dice a Felipe que ‘llevo todo el tiempo con vosotros y ¿no os habéis enterado todavía?’. Y Jesús les sigue anunciando que él y el Padre son una misma cosa, que va al Padre, que no les deja solos y que confíen.

            Ante esto ¿qué concepto tienes tú de Jesús? ¿Qué concepto tienes de Jesús cuando en este momento te abandona y te sientes solo y te sientes confundido? Cuando ese Jesús en el que tú crees no responde a las expectativas que tú tenías sobre él? Ahí entras en crisis. ¿Qué imagen tengo yo de Jesús? ¿Es la imagen que me construyo yo o la imagen que él me vaya formando?

            Las crisis nos ayudan a crecer en la fe, a madurar. Esto es lo que sucedió en la primera comunidad y que queda recogido en el libro de los hechos de los Apóstoles [Hch. 6, 1-7]. Es un problema de división de la comunidad y de problemática porque decían que algunos se sentían abandonados por los apóstoles, porque no atendían a las viudas como es debido. Y es entonces cuando surgió lo de los diáconos para que les ayudasen. Son las crisis las que nos ayudan a crecer en la fe, a madurar. Y la carta de San Pedro [1 Pe 2,4-9] nos muestra que Cristo es la piedra angular sobre la que se ha construido el edificio. ¿Sobre qué piedra construyes tú tu vida? ¿Sobre un Cristo formado a tu imagen y semejanza? o ¿del Cristo del Evangelio que acabamos de escuchar? ¿Eres de los cristianos que consumen el culto y es como si fueras al supermercado y dijeras esto lo cojo y esto no lo cojo? El Señor nos pone a todos en la verdad.


Homilía del Quinto Domingo del Tiempo Pascual, ciclo a

 


Homilía del Quinto Domingo del Tiempo Pascual, Ciclo A


                El evangelista [Jn 14, 1-12] san Juan dedica hasta cinco capítulos a la última cena donde nos encontramos con el testamento que el mismo Señor nos entrega. El evangelio de hoy es parte de este testamento. Estamos en la última cena, Judas el traidor apenas acaba de salir. Jesús que nunca ha ocultado nada a sus discípulos les dice que ‘él se tiene que marchar’. Ya habían pasado tres años en los que los discípulos se habían unido a él y le empezaron a seguir. Hasta el punto que ellos habían dejado todo para unir su vida a la suya. Ahora, en esta noche en el Cenáculo se afrontan a este anuncio, que para ellos era, dramático: Jesús está a punto de dejarlos.

            La reacción de los discípulos es el sentirse violentos, el tener miedo, son conscientes que sus sueños de gloria que habían cultivado durante estos tres años ahora se están disolviendo porque la realidad es muy diferente de lo que ellos esperaban.

            A estos discípulos perdidos y desconcertados Jesús les dice «No se turbe vuestro corazón». El verbo usado remite a la agitación fuerte de las olas del mar en tempestad para señalar cómo estaban los corazones de sus discípulos. Jesús no se sorprende que ellos estén molestos o desconcertados y les da unas palabras para tranquilizarlos. Jesús hace lo mismo que hizo Moisés antes de morir, cuando reunió al pueblo y les dijo a los israelitas que ‘no tuvieran miedo’ [cfr. Dt 31, 6], ‘que no se desanimen porque el Señor caminará por delante de ellos’, diciéndoles que Dios se servirá de alguien para seguirles acompañando hasta pisar y asentarse en la tierra prometida. Este es el sentido de las palabras de Jesús.

Pero Jesús no se dirige únicamente a los Once, sino que están dirigidos a todos nosotros que estamos sumidos en tantos miedos y tantos temores. Es cierto que Jesús no está presente como lo estuvo con los Doce que lo habían acompañado durante esos tres años. Como Iglesia experimentamos la hostilidad del mundo y parece que el mal tiende a triunfar. Hay personas que piensan que la Iglesia tiene que resignarse a rendirse y a ceder a las pretensiones del mundo. Sin embargo recordemos que ‘las fuerzas del infierno no prevalecerán contra ella’ [cfr. Mt 16, 18]. Estamos agitados por las dificultades externas y por nuestra fragilidad interna de infidelidades y pecados. Estamos ante la sensación de estar a la merced de un mar muy agitado. ¿Qué remedio nos platea el Señor para calmar nuestra agitación, nuestras ansiedades y desconciertos? «Creed en mí y creed también en mí». El Señor nos dice que continuemos creyendo en Él. El Señor nos dice ‘si quieres calmar tus ansiedades, confía en mi palabra’. El problema está en que fijamos en la historia del mundo con nuestros ojos, no con la mirada de Dios. Queremos ver cómo el reino de Dios se termina de instaurar, de cómo la evangelización prospera a pasos muy avanzados y eso nos desespera. Pero si reconociéramos nuestra pequeñez, si hiciéramos la paz con nuestro propio límite, si dejamos al Señor que complete la labor, recuperaríamos la serenidad. La Palabra nos asegura que ninguna gota de amor se va a perder.

Nos dice que en la casa de su Padre hay muchas instancias y que va a prepararnos un lugar. Pero ¿cuál es la casa de su Padre? No pensemos en el paraíso. Ha llamado ‘la casa de mi Padre’ al templo. Pero el Templo tendrá que ser destruido y Dios construirá otro templo, no hecho de piedras materiales. El Templo es Jesús, el cual su vida es un sacrificio agradable al Padre, y todos nosotros estamos unidos a Él como piedras vivas de su templo. En esta casa de su Padre, de la cual nosotros pertenecemos, hay muchas estancias, hay muchas viviendas, de tal manera que nadie queda excluido. Cada uno de nosotros tiene una serie de dones regalados por Dios, los cuales deben de ponerse al servicio de la vida de los hermanos. Éste es el lugar donde cada uno ha de ocupar en el Templo, el cual es Cristo.

Jesús nos dice que «cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo». No se trata de llevarnos a un lugar donde hay una serie de butacas, estancias o habitaciones enumeradas en el Cielo. Cristo se ha adelantado para donar la vida. Dice que Jesús va primero a donar, a entregar la vida y luego viene a nosotros para que podamos estar a su lado y así entregar nuestra vida a los hermanos por amor. De hecho, cuando nos dejamos llevar en esta relación amorosa con Cristo, realmente podremos celebrar una Eucaristía auténtica. Porque la Eucaristía es decir sí a la propuesta esponsal de la vida que Jesús nos da. De tal manera que comer su pan es asumir en nosotros toda su historia de entrega de amor y unir nuestra vida a la suya.

Jesús introduce el tema del camino: «Y a donde voy yo, ya sabéis el camino». Aquí aparece en escena Tomás. Tomás aparece tres veces en el evangelio de san Juan. Tomás nos resulta simpático porque se asemeja a nosotros, es como ‘nuestro mellizo’ [cfr. Jn 20, 24]. Jesús responde a Tomás y a todos los mellizos, que somos nosotros, diciéndonos cuál es el camino que conduce a la vida: «Yo soy el camino, la verdad y la vida».

Los discípulos estaban desconcertados porque siempre se les había dicho en las catequesis que el camino para la vida era la observancia de los Diez Mandamientos de la Ley de Dios. Los Mandamientos son importantes; pero si quieres llegar a la plenitud de la vida el camino es otro, es la persona de Jesús. Si sigo otros caminos, aunque te lleven a éxitos aparentes, sólo te llevarán a caminos de muerte.  En Antioquía, antes de ser llamados cristianos, eran llamados ‘aquellos del camino’, porque siguieron el camino que es Jesús. Tomás aún no ha descubierto que el camino que lleva a la vida pasa por el camino de entregar la vida por amor. Tanto a Tomás como a todos ‘sus mellizos’ vemos la muerte como un horizonte lejano unos da miedo de entregar nuestra vida, porque nos dejamos llevar por el instinto que nos dice ‘goza de la vida, protégete la vida, disfruta de la vida porque luego se acaba’. La tentación de reservarnos la vida existe siempre en nosotros. Sin embargo Jesús nos plantea que donemos la vida para alcanzar la plenitud de la vida.

Dice Jesús que ‘él es la verdad’. El hombre que no se asemeja a Jesús nos es un hombre completo, es un hombre inacabado porque un hombre verdadero es el que ama sin ahorrarse nada; entrega todo por la vida del hermano.

Jesús ‘es la vida’. La vida es el amor. Es dejarse llevar del impulso que procede de la vida divina que te lleva a entregarte por entero para hacer feliz a los hermanos, incluso a tu enemigo. La plenitud de la vida y de la vida sólo la encontramos plenamente en Jesús de Nazaret.

Felipe le pide a Jesús el poder ver al Padre. Nos remite al salmo 27 «de ti mi corazón me ha dicho: “Busca su rostro”, tu rostro buscará Señor, no me ocultes tu rostro» o el salmo 42 «como la cierva busca corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?». Ver a Dios es algo que está en lo profundo del deseo del hombre ha provocado la petición de Felipe «muéstranos al Padre». Coincide con la petición de Moisés, ‘muéstrame tu gloria’. Y Jesús le dice «hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre». Jesús nos dice que el Padre a través de él se está manifestando constantemente.

Las Sagradas Escrituras nos ayudan a entender lo que Dios quiere de nosotros para encaminarnos por ese sendero de la entrega total por amor al hermano. Y en esa entrega, también hay pecado, por eso el Señor nos manifiesta su deseo de liberarnos. Dios no nos echa en cara nuestros errores y pecados, Dios ve el bien que hay en sus hijos, y cuando hay mal en sus hijos lo purifica. El libro de la Sabiduría en el capítulo 11 diciéndonos que Dios cierra los ojos en los pecados de los hombres y espera que retomen el camino correcto, no se apresura a castigar, sino que se apresura a liberarnos: «Tienes misericordia de todos porque todo lo puedes, y pasas por alto los pecados de los hombres para llevarlos al arrepentimiento. Tu amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que hiciste». O el libro del Sirácida o Eclesiástico que dice que Dios desata nuestros pecados como el sol derrite la escarcha: «En el día de la tribulación será recordada para tu favor; como el calor derrite el hielo, así desaparecerán tus pecados» [Ecl 3,14]. O el salmo 103 cuando dice «cuanto dista el oriente del occidente, así aleja de nosotros nuestras culpas». O el profeta Miqueas cuando nos dice «volverá a compadecerse de nosotros, pisoteará nuestros pecados, arrojará nuestras culpas al fondo del mar» [Miq 7, 19]. O el profeta Jeremías cuando nos dice «pues cada vez que lo amenazo me vuelvo a acordar de él, se me conmueven las entrañas y tengo compasión de él» [Jer 31, 20].

Dios ve la belleza que hay dentro de nosotros, y esto ya en el Antiguo Testamento, y este rostro de Dios tan bello está en el rostro de Jesús. Dios se acuerda de todo de nosotros, excepto de nuestro pecado. De tal manera que cuando cada uno de nosotros dejamos que su Espíritu obre en nosotros, estaremos manifestando el rostro de Cristo en todo lo que obremos.