sábado, 29 de marzo de 2014

Homilía del Domingo Cuarto de Cuaresma, ciclo a


Domingo Cuarto de Cuaresma, ciclo a

PRIMER LIBRO DE SAMUEL 16, 1b. 6-7. 10-13 a; SALMO 22; SAN PABLO A LOS EFESIOS 5, 8-14; SAN JUAN 9, 1-41

            El Papa Francisco, en una de sus homilías matutinas en Santa Marta nos dice que «para seguir a Jesús debemos despojarnos de la cultura del bienestar y de la fascinación de lo provisional». Reconozcamos que estamos domesticados y ese bienestar nos adormece y no nos deja seguir de cerca a Cristo. El bienestar nos está anestesiando porque al encontrarnos cómodos y satisfechos nos olvidamos de ir buscando la auténtica riqueza que es Cristo. Muchos novios e incluso matrimonios piensan en lo hondo de su corazón 'estaremos juntos hasta que se acabe el amor', una vez que 'el amor se acabe' cada cual se vaya por su lado. Y no digamos nada cuando hablando de la paternidad responsable, tanto él como ella, te dicen: «No, no, más de un hijo no. Porque no podremos ir de vacaciones, no podremos ir a tal lugar, ni comprar ese coche que queremos ni poder pagar la hipoteca de la casa», y se quedan tan frescos. Esto es lo que hace la cultura del bienestar, una cultura que nos destruye, que nos despoja de aquel valor y coraje para acercarnos a Jesucristo. Todo sujeto y bien agarrado, pero Dios no cuenta por ningún lado.

Hay adolescentes y jóvenes que han cogido el hábito de acudir al alcohol para evadirse de la dura problemática que le envuelve olvidándose de buscar a Aquel que da la paz. Todo a nuestra medida y todo a nuestro gusto.

            Pues bien, hoy Dios nos ofrece una catequesis sobre cómo nunca debemos dejarnos llevar por las apariencias, de cómo no podemos permitirnos estar anestesiados por el bienestar, por lo que pueda atraernos por parecernos lo más atractivo. Cada cristiano tiene dentro de sí una potente luz que proporciona una claridad que no es de este mundo: Es la inspiración divina que va moldeando nuestros corazones. El Señor dice al profeta Samuel «No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón».

            ¡Que importante es tener la luz de Cristo para poder ver la realidad en su verdadera dimensión! Dense cuenta de lo que dice San Pablo a los Efesios: «Caminad como hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz), buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas».

       Sin la luz de la fe estaríamos ciegos. Un bautizado que vive como un pagano está ciego. Una decena de bautizados que están viviendo como paganos están ciegos; un millar de bautizados que están viviendo como paganos están ciegos; un millón de bautizados que están viviendo como paganos están ciegos; el que más de medio planeta de bautizados que están viviendo como paganos estén ciegos no quiere decir ni que para ser cristiano hay que estar ciego ni quiere decir que la luz que es Cristo se haya apagado. Lo que pasa es que estamos muy empecatados, adormecidos, atolondrados y el Demonio va ocupando un lugar que únicamente le pertenece a Jesucristo. San Agustín, partiendo de su propia experiencia nos ofrece esta cita o pensamiento donde afirma que «no hay nada más infeliz que la felicidad de los que pecan».

            La Pascua está cerca y el Señor quiere comunicarnos toda la alegría de la Resurrección. Acojamos a Cristo resucitado y dispongámonos a acogerle. «Vete, lávate», nos dice Jesús. Lavémonos en las aguas purificadoras del sacramento de la Penitencia para encontrar la luz y la auténtica alegría que brota de Jesucristo.

sábado, 22 de marzo de 2014

Homilía del Domingo Tercero de Cuaresma, ciclo a


DOMINGO TERCERO DE CUARESMA, ciclo a

ÉXODO 17, 3-7; SALMO 94; SAN PABLO A LOS ROMANOS 5, 1-2. 5-8; SAN JUAN 4, 5-42

 

            Tanto el Pueblo de Israel como la Samaritana del Evangelio son símbolos de todos nosotros y de la humanidad entera, siempre inquietos buscando aquello que deseamos y no tenemos: la realización plena, la vida, la felicidad.

            En la primera lectura nos encontramos al Pueblo de Israel que está sediento. Llegan a tal extremo que los más atrevidos se llegan a encarar con Moisés. Le empiezan 'a echar en cara' las cosas: «¿Por qué nos ha sacado de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y nuestros ganados?» (Ex 17.3). La ausencia de agua física -recordemos que estaban en el desierto- les lleva a cuestionarse si verdaderamente Dios está con ellos o si todo ha sido una alucinación y acabarán muriendo de sed en el desierto. El pueblo empieza a entrar en una espiral de rebeldía, de murmuración, de falta de respeto y de sinrazones que se rebelan contra Moisés de tal manera que llegan a ofender a Dios. El pueblo había cogido una rabieta escandalosa y lo mismo que sucede con los niños cuando están enrabietados es imposible poder razonar con ellos. Sin embargo, toda esta situación de pecado no impide que Dios continúe escribiendo la historia de la salvación para que, cuando se calmen, recapaciten y se arrepientan de su mala conducta puedan descubrir el paso de Dios durante estos momentos tan encolerizados y de impiedad por parte del pueblo. Por eso se dice que se dio a aquel lugar el nombre de Masá -es decir, PRUEBA- y Meribá -es decir, QUERELLA, y nos sigue diciendo la Sagrada Escritura «porque los israelitas habían querellado contra Él». Es tanto como si el mismo Dios hubiera levantado un monolito en ese mismo lugar para que el pueblo recuerde la infinita paciencia que Dios tiene con nosotros y cómo nos asiste a pesar de nuestro comportamiento desagradecido e ingrato. Nosotros muchas veces culpamos a Dios injustamente porque nuestras necesidades no están saciadas como deberían, mientras que somos las personas las que provocamos esas situaciones con nuestro egoísmo y con nuestra falta de solidaridad. Dicho con otra palabras: son muchas las veces que nosotros mismos sufrimos las consecuencias del pecado. Por ejemplo, el pecado del resentimiento, del no querer perdonar de corazón, el odio acumulado son las cosas que hacen imposible la reconciliación en al amor en un hogar. El llegar a pensar que se puedan dar unas malas acciones son tan serias que ni siquiera la misericordia de Dios lo pueda sanar, eso ya es en sí mismo un pecado muy serio.  Si Dios es capaz de perdonar y de sanar esa herida ocasionada por el pecado; cada uno de nosotros, con la asistencia divina, también podremos.

            El pueblo de Israel bebió y comió gracias a Dios. Pero el ser humano anhela algo más que lo material, algo más que no sea tan superficial y pasajero. Nos dice Jesús en el Evangelio de hoy «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna». Esa es la gran verdad que descubre esa mujer Samaritana tras encontrarse con Jesús. La Samaritana puede ser cualquier persona que tiene en el fondo de su corazón una sed desconocida, pero que busca, y no se niega a ser saciada. Por eso Jesús se presenta como el AGUA VIVA que apagará su sed para siempre. Hay gente que, de modo equivocado, no acuden a Jesucristo, y se dedican a 'ponerse parches' o remedios superficiales tales como el alcohol, el refugiarse en el trabajo, la droga, el afán de poseer, el mal uso de la sexualidad, la violencia con los demás o cualquier otro 'parche' que no hacen más que incrementar la sed de gozar de una vida plena  con sentido.

            San Pablo nos da una palabra de aliento. Jesús ha venido al mundo para restablecer nuestra relación con Dios; que es tanto como decir que ¡Sí es posible podernos quitar esa molesta sed bebiendo de Dios! O sea, Dios nos permite beber de Él porque su amor hacia nosotros sigue intacto. Y ahora la pregunta es...y ahora ¿qué tengo que hacer yo para beber de Dios?¿qué medios me ofrece la Iglesia y me pone a mi disposición para que yo entre en esa dinámica sobrenatural a lo que Cristo me invita a adentrarme? ¿me puedo conformar con lo que tengo o realmente tengo que 'buscar mi sitio' y dejarme evangelizar dentro de la gran riqueza que existe en nuestra Madre la Iglesia?.

            Cristo te dice: «Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba» (Jn 7,37b)

sábado, 15 de marzo de 2014

Homilía del Domingo Segundo de Cuaresma, ciclo a


DOMINGO SEGUNDO DE CUARESMA, CICLO A

 

            El camino cristiano consiste en renovar primero nuestra casa, viviendo y anunciando el Evangelio de Jesús con una renovada autenticidad e intensidad. Cada cual nos movemos por ambientes muy diversos y a la vez muy secularizada. He aquí que nosotros corremos el alto riesgo de 'bajar la guardia' y dejarnos arrastrar por lo más fácil y aparentemente lo mejor. San Pablo cuando escribe a Timoteo nos dice: «Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que Dios te dé». No nos vale con conservar lo que tenemos sino que constantemente debemos de hacer frente al desafío de ser cristiano.

            Partimos de un hecho innegable: ¡Cristo ha vencido a la muerte! y Él nos conduce a la Vida Eterna. Al lado de Cristo nos conducimos por la vida de una manera luminosa e envidiable. Con claridad, con fervor y con coherencia. De esta manera los demás  hermanos verán en nosotros algo que es en sí mismo distinto, surgirán en ellos las preguntas eternas sobre el sentido de su vida, les cuestionará mucho las razones de fondo de nuestras palabras y acciones porque no manan de los criterios del mundo. Tendremos ocasión de anunciarles con sencillez el Evangelio de la salvación para que ellos también puedan disfrutar de la gracia de Jesucristo.

            Para convencer no bastan las palabras, hay que vivir intensamente lo que se anuncia. Algunas veces sentiremos que la alegría está muy pronunciada porque sentimos la presencia de Cristo muy cerca de nosotros; pero también llegarán las noches oscuras, las dudas y el desaliento donde el Señor nos prueba para afianzarnos en su seguimiento. San Pablo nos dice en su carta a Timoteo que «Él nos salvó y nos lleva a una vida santa». Algunos piensan que uno se acuesta pecador y se levanta santo. Necesitamos constantemente alimentarnos de Cristo y de descalzarnos ante su Palabra para dejarnos instruir por Ella. Según nos vayamos a la luz que es Cristo nos iremos enamorando más y más de su persona. De tal modo que, incluso en las decisiones más íntimas, el sentir y la Palabra de Cristo tiene un peso muy destacado. ¿Quiere decir eso que Cristo nos condiciona en la libertad? Esto es lo que el Demonio quiere que creamos. Cristo nos da la libertad porque desea que cada cual viva en la Verdad. Recordemos que la Verdad nos hará libres y el pecado nos hace esclavos (Jn 8,31-32).

            Dios cuando irrumpe en la conciencia hace que algo nos ocurra, que podemos disfrutar, aunque solo sea de un instante, de esa alegría pascual de sentir a Cristo resucitado y trasfigurado.

 

 

sábado, 8 de marzo de 2014

Homilía del Primer Domingo de Cuaresma, ciclo a




DOMINGO PRIMERO DE CUARESMA, ciclo a

          San Agustín y el Concilio de Trento lo repite que «Dios no pide a nadie cosas imposibles, sino que hagas lo que puedas, y pidas lo que no puedas; que Él te ayudará para que puedas». Además, para nuestra tranquilidad ya nos dice San Pablo que Dios jamás permitirá que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas (1Cor 10,13), exactamente nos dice: «Ninguna prueba habéis tenido que rebase lo soportable, y podéis confiar en que Dios no permitirá que seáis puestos a prueba por encima de vuestras fuerzas; al contrario, junto a la prueba, os proporcionará fuerzas suficientes para superarla    ».

          Lo cierto es que el Demonio se toma su tiempo para organizar su estrategia de engaño en su particular tablero de juego para que caigamos en sus trampas. Además juega con mucha ventaja ya que, como buen depredador que es, conoce muy bien a sus presas, o sea a cada uno de nosotros. A cada cual nos pone delante algo que nos atrae muchísimo -o sea el cebo para podernos embobar-. Bien sabemos que eso que nos atrae muchísimo no nos conviene, que nos perjudica, pero hay algo desordenado en nuestro interior que nos incita a que lo deseemos. Después de un buen plato de cocido castellano nos apetece repetir, pero no nos conviene. Tenemos algo y queremos más, pero no nos conviene.

          Una cosa distinta es lo que nos conviene y otra lo que nos apetece. ¿Y qué es lo que nos conviene? Lo que nos conviene es dejarnos llevar por el Espíritu de Dios para no dejarnos arrastrar. San Pablo es muy claro: «Porque si por el delito de uno todos murieron, mucho más la gracia de Dios, hecha don gratuito en otro hombre, Jesucristo, sobreabundó para todos». Todos tenemos experiencia de la destrucción del pecado en nuestras vidas, del mismo modo también tenemos esa experiencia gozosa del poder sanador de Dios. Nosotros, por nuestra condición humana estamos tentados, pero gracias a Jesucristo somos capaces de no dejarnos engañar porque su gracia nos asiste.

          Las tentaciones se pueden describir como "los enemigos del alma". Se resumen y concretan en tres aspectos: Mundo, Demonio y Carne.

          En primer lugar "el mundo". Acercándose el tentador, le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». Supone vivir sólo para tener cosas. Nos seduce el mundo con sus máximas o valores que se oponen a los valores del Evangelio. Se predica en voz alta el placer sin medida y la ostentación y el vicio tiene amplios territorios ganados. Todo para alejarnos de Dios. Todo apariencia de felicidad y de buena vida, pero sólo es eso APARIENCIA.

          En segundo lugar "el Demonio". «Todo esto te daré si postrándote me adoras». Se manifiesta en la ambición de poder. Jesucristo ha venido a reconquistar todas las cosas para su Padre Dios y todo tiene que ser ordenado teniendo a Dios como principio y fundamento de nuestra existencia.

       Y finalmente "la carne". «Tírate abajo». La concupiscencia de la carne es el amor desordenado de los placeres de los sentidos.

          Vuelvo a repetir que el Tentador juega con mucha ventaja ya que, como buen depredador que es, conoce muy bien a sus presas. Dios desea liberarnos de la esclavitud del pecado. Permitamos que el Espíritu Santo entre en nuestro ser y que Él haga lo que considere oportuno dentro de cada uno. Así sea.
 


           

domingo, 2 de marzo de 2014

Homilía del Octavo Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo a



DOMINGO VIII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a
ISAÍAS 49, 14-15; SALMO 61; PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 4, 1-5;
SAN MATEO 6, 24-34
            Las nuevas circunstancias hacen difícil entender el sentido del cristianismo. Antes conceptos como sacrificio, virginidad, culpa, gratuidad, donación, vecindad, renuncia, sufrimiento y otras muchas más estaban sociales y culturalmente aceptados y asumidos. Ahora estos conceptos están cargados de connotaciones negativas o han tomado otro sentido. De tal manera que únicamente aquellos que nos encontramos en la Iglesia y estamos convencidos los podemos comprender. Al no haber un laicado fuerte no se ha podido infiltrar esos valores en la sociedad. Los pequeños afluentes fluviales van desembocando su caudal en el río para enriquecerlo, y lo enriquece con los minerales del agua, con la vida microscópica que en ella vive, con los peces que por allí aletean con soltura…y así surtir de agua a los campos y a la población.  Un cristiano que no está empapado del Evangelio es como un ‘pato mareado’ que no sabe ‘ni para quien vendimia’. El gran problema es que multitud de ‘patos mareados’ pueden ir asentando las bases de algo que no se parezca ni en el nombre al proyecto original de la Iglesia de Cristo.    
            Hay partidos políticos, sindicatos y medios de comunicación que se resaltan por su beligerancia y agresividad contra el catolicismo. En el plano político hay un número muy reducido de católicos que anteponen la fe y el Magisterio a las consignas de sus partidos políticos y a las presiones mediáticas. En el plano eclesial hay un número  reducido de presbíteros que anteponen el celo pastoral a sus intereses mundanos. Ahora bien, los presbíteros que aman a la Iglesia se les nota y el pueblo creyente lo percibe como regalo de Dios. Gran número de católicos de nuestro tiempo van desarrollando sus criterios de pensar y de actuar con los ámbitos de información y conocimiento contrarios abiertamente a la fe. Carecemos de movimientos que encuadren a los laicos donde puedan adquirir el hábito de discernir a la luz de la Palabra de Dios, donde ejerzan la exigencia de la fe y de la ayuda mutua. Me van a disculpar, he dicho que carecemos esos movimientos cuando en realidad no es así: los tenemos pero no nos permiten existir en muchas parroquias y eso que somos de los suyos, amamos a la Iglesia y estamos incondicionalmente en comunión tanto con los Obispos como con el Papa.
            Estamos inmersos en una cultura católica muy débil. San Pablo cuando escribe a los corintios y les habla de aquellos que tienen como servicio el predicar el Evangelio es muy claro: «Que la gente sólo vea en vosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios». Lo nuestro es llevar a Cristo a los hombres y ofrecer luz allá donde sólo había tinieblas. Nosotros somos sus pies, sus manos, sus ojos, sus oídos. Somos la boca de Jesús en medio del mundo, a través nuestro le han de conocer. Es verdad que en nuestra sociedad hay un gran vacío de raíces y que la forma que ha tenido el cristianismo de entender la historia está siendo debilitada como memoria válida para ser aplicada en nuestra vida cotidiana, sin embargo no olvidemos que Dios es el Señor de la Historia, que Él nunca nos olvida y que precisamente es Cristo el que nos dice estas palabras de consuelo y ánimo: «Sobre todo buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura».