sábado, 26 de noviembre de 2022

Homilía / Comentario del Domingo Primero del Tiempo de Adviento, Ciclo A

Homilía del Domingo Primero de Adviento, Ciclo A

27 de noviembre de 2022

             Hermanos, para entender el evangelio de hoy [Mt 24, 37-44] es preciso entender el contexto. Jesús está sentado en el Monte de los Olivos, con sus discípulos, y está contemplando el maravilloso Templo de Jerusalén; y es aquí donde él pronuncia este mensaje. Se acerca la fiesta de Pascua y Jerusalén es un hervidero de peregrinos que van y vienen.

Recordemos que Jesús está hablando de un mundo que está por terminar. Y los discípulos entienden que no se refiere al mundo material: está hablando de otro mundo marcado por el pecado, del mal, de la injusticia, de la violencia. Jesús está anunciando un evento gozoso: El pecado nos ha ido degradado, nos ha ido devaluando, envileciendo llegando a convertir al hombre en bestias y que este mundo inhumano está destinado a desaparecer. Y para presentar este mensaje recurre al lenguaje apocalíptico que nos puede resultar un tanto enigmático. Jesús dice «el sol se oscurecerá, las estrellas caerán del cielo y las fuerzas celestes se tambalearán» [Mt 24, 29]. No se trata del sol, de la luna y de las estrellas del firmamento que contemplamos. Se trata de las imágenes de las deidades celestiales que en el Medio Antiguo Oriente que todos adoraban y que eran los responsables de la vida del mundo y del destino de la humanidad: ‘Atón’ el dios de los egipcios que desde lo alto ilumina la tierra con sus rayos, del cual nació el faraón y su esposa Nefertiti. En Egipto adoraban al dios de la luna ‘Iah’; la diosa sumeria ‘Ishtar’, la estrella de la mañana. Y Jesús dice que el mundo viejo gobernado por los ídolos ha llegado a su fin. Que ese sol, esa luna y esas estrellas van a perder su esplendor. Ha venido el eclipse de todas las falsas divinidades que el hombre se había inventado. Y el creer en estas divinidades, de estos ídolos, se derivan todos los desastres en la vida.

Y hay muchas realidades materiales que el hombre ha divinizado, ha ensalzado como ídolos y han colocado en el cielo, como ocurre con el dinero. Y cuando uno adora al dios dinero, nos adentramos en ese mundo inmerso en la oscuridad del egoísmo y que genera un sinfín de sufrimientos, dramas y de lágrimas. En el cielo no podemos colocar ni el dinero ni las cosas terrenales, ya que el Cielo es la morada del único Dios y todos los ídolos han de ser echados del cielo, han de caer del cielo y deben ser devueltas a la tierra. Y esto ya lo anunció el profeta Isaías [Is 65, 17], en el año 450 a.C., en una época de injusticias sociales, de degradación moral, de corrupción. Y en este contexto hay enviados de Dios para anunciar un mensaje de esperanza para los pobres diciendo que ‘el Señor creará un cielo nuevo y una tierra nueva’. Y Jesús se está refiriendo a esta espera del mundo nuevo y del cielo nuevo limpio de todos los ídolos que hasta entonces habían poblado el cielo de la humanidad. No es un lamento por el mundo perdido, sino el proyecto de un mundo nuevo que estamos llamados a construir. El discípulo está en la certeza de la promesa de Cristo se realizará, de esa desaparición el mundo viejo y la creación del mundo nuevo. De hecho, en la segunda carta de san Pedro se nos dice que «nosotros, sin embargo, según la promesa de Dios, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en que habite la justicia» [2 Pe 3, 13]. Este mundo de amor, de esperanza, de paz que estamos llamados a construir.

Ahora bien ¿quién va a dar inicio a este nuevo mundo? Jesús, por supuesto, y Él se presenta como ‘el Hijo del hombre’. La expresión ‘Hijo del hombre’ está recogido unas setenta veces en la boca de Jesús, ya que Él mismo se define como ‘el Hijo del hombre’. De hecho, en el evangelio proclamado hoy aparece tres veces esta expresión. Y Jesús se autodefine así, como ‘el Hijo del hombre’. Nos tenemos que remitir a una visión que está relatada en el capítulo 7 del libro de Daniel en el que nos relata que el profeta dice haber visto salir del mar -símbolo de todo lo que es contrario a la vida- salir cuatro bestias. La primera era un león, símbolo del imperio babilónico: Babilonia que despedazó a todos los pueblos, como hace los leones. Y su reinado duró hasta que llegó el oso que representa el imperio medo-persa. Luego vino un leopardo que representan a los persas ya que conquistaron pronto el medio antiguo oriente. Y finalmente llegó la bestia peor de todas que representa el imperio de Egipto. Todo son escenas de guerra, de desolación, de violencia, de masacres. Esto es un mundo de bestias, no es un mundo humano.

De hecho, después de las visiones de las bestias del profeta Daniel, entra en escena un anciano de vestiduras blancas como la nieve y sus cabellos como lana pura, símbolo de la luz pura de Dios. Y ese hombre anciano representa a Dios. Y en las nubes del cielo aparece un hijo del hombre que se acerca al anciano, en hebraico es ‘Ben adam’, que se traduce como ‘hijo de Adán’. Y después de todo ese escenario de guerra, de las cuatro bestias -que representan los imperios- que habían gobernado a la humanidad basándose en la violencia, entra al final en escena un hombre, no una bestia. Y el anciano da a este hombre el poder, la gloria y el reino y que todos los pueblos estarán sujetos a Él. Y en su reino no habrá más destrucción y que será eterno.

Jesús al calificarse como el ‘Hijo del hombre’ es para decir que con él se inicia en la humanidad nueva, capaz de amar. No para competir, no para aplastar al hermano. Una humanidad de corderos, una humanidad de hombres que donan la vida, que entregan la vida, que se desgastan por amor a los hermanos. Uno es hombre no cuando domina, sino cuando se sirve. El plan de Dios que quiere para la humanidad concluirá con el final del mar, de ese mar del que aparecieron las cuatro bestias del profeta Daniel.

Jesús hace un paralelo entre lo ocurrido en la época de Noé, cuando la gente comía, bebía, se casaba…ellos no hacían nada de extraño ni nada malo. Hacían lo que nosotros hacemos también. Pero hay dos formas de comer y de beber y dos formas de vivir la propia sexualidad. Hay quien sólo se alimenta pensando en sí mismo y dejando a lado a los otros y les hay también quien parte su pan con el hermano para ayudarle a quitar el hambre. Son dos formas diferentes de saciar sus necesidades orgánicas. Hay quien piensa en el propio placer y a quienes son felices haciendo felices a los otros.

El egoísmo es lo que caracteriza al mundo viejo y la atención al otro es lo que caracteriza el mundo nuevo. ¿Cuál el error cometido por la generación de Noé? Basta con leer el capítulo seis del libro del Génesis para entender el motivo del diluvio, porque era una humanidad que no entra dentro del diseño de Dios, porque no eran hombres, sino bestias. Dice que era una humanidad corrompida y estaba llena de violencia, y esto es lo que caracteriza la humanidad vieja. Es la tentación de esclavizar al más pobre y esta humanidad estaba destinada a desaparecer. Ellos deberían de haber entendido el signo profético de Noé cuando le veían construir el arca. Y ellos no lo quisieron ver y no quisieron entrar, embarcar en la nueva humanidad. Vino el diluvio y los arrastró a todos. Y Jesucristo dice «lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. Y el Hijo del hombre viene hoy en el evangelio y nos dice que prestemos atención porque hoy se puede repetir lo mismo que les pasó a los paisanos de Noé cometiendo el mismo error que los de la generación del diluvio. El Hijo del hombre te propone un nuevo modo de vivir las cosas de tu vida cotidiana, el beber, el comer, el hacer la compra, el ir al trabajo, el relacionarte con los compañeros, la relación con tu esposa o esposo, con tus hijos… etc. Porque nosotros lo podemos vivir al modo antiguo -al estilo a los de la generación de Noé con planteamientos corrompidos, egoístas- o al modo que nos plantea el Hijo del hombre, vivirlo como hombres nuevos. Por eso Jesús nos dice que estemos atentos a esto: que no repitamos el error que se cometió en el pasado, porque quedaríamos fuera de la historia de Dios.

Hay dos modos de vivir el beber, el comer, el vivir la sexualidad…uno egoísta y el otro guiado por el amor y de la alegría por ver al otro feliz. Por Jesús dice: «dos hombres estarán en el campo, a uno se le llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán». Jesús da ejemplos para mostrar que hay dos modos diversos de llevar la propia actividad profesional y personal. Una es la que no han aceptado el Reino de Dios y la propuesta del hombre nuevo que Jesús hace y la otra es la que a aceptado el Reino de Dios y ha entrado en la dinámica del mundo nuevo. Jesús recoge lo que hacían sus paisanos, los hombres al campo y las mujeres se quedaban en casa moliendo el grano para elaborar la harina y hacer el pan.

Empieza diciendo que un hombre que esta en el campo será tomado porque está involucrado en la nueva propuesta del hombre nuevo y toda su actividad está orientada según el hombre nuevo que acepta el mensaje de Jesús. Y el otro hombre se quedará, se perderá. Cuando el Evangelio entra en la vida de una persona el trabajo que antes hacía lo planteas y vives de un modo diferente, con diferentes objetivos. A modo de ejemplo, cuando Jesús se encuentra con el publicano, Jesús no le dice que deje de cobrar los impuestos, porque es un servicio que debe hacerse. Pero puede ser llevado a cabo de dos maneras: Una es la en la que se piensa enriquecerse aprovechándose la propia posición y la otra manera es la que lleva de un modo justo porque quiere que ese dinero sirva para el bien de toda la comunidad. Juan el Bautista no dice a los soldados que tiren sus armas y abandonen su profesión, ya que son necesarias para poder mantener el orden en la sociedad, pero pueden vivir su profesión de modo diverso: Una es el aprovecharse de su fuerza intimidad y cometer abusos y el otro modo es que lo vive como un servicio para el bien común, para el orden común. Y esto es aplicable a nosotros, cada cual en su situación particular.

Hay dos formas de vivir: una es la que ha entrado el mundo nuevo que acoge ya hace suya la propuesta planteada por Jesucristo y la otra es la que piensa sólo en el propio interés. Un ejemplo: un profesor que imparte una asignatura. Él puede dar la clase casi sin prepararla, no teniendo en cuenta a los alumnos que precisan más atención, y mostrándose irascible con los alumnos por no entender las cosas. El otro modo es el profesor que se prepara su clase, se toma su tiempo para prestar atención a las necesidades de sus alumnos, ejercitando la paciencia y ayudándoles a entenderlo. Son dos modos diversos de plantearse la profesión. Es cierto que la amistad, la paciencia, el trabajo extra que te generan los alumnos y el ser afable no entra dentro del contrato, pero ha entrado a formar parte del mundo nuevo porque ha acogido el mensaje de Jesucristo y viven pensando en la necesidad del hermano y vive en el amor… ese es el que se llevado. Pero el otro, que vive para sí, envuelto en su egoísmo, se queda y se pierde. Pero en el fondo lo que Jesús nos plantea es la alternativa entre si quieres vivir como un ser humano o no serlo.

Habrá dos monjas rezando en la capilla, a una se le llevarán y a otra le dejarán. Habrá dos sacerdotes celebrando la Eucaristía, a uno le llevarán y a otro le dejarán. Habrá dos obispos reunidos en asamblea….Depende si uno vive para sí o vive desde el planteamiento del Reino de Dios.

Tú no puedes perderte la oportunidad de acoger el Reino de Dios. Dice la Palabra «estad alerta, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre». Es importante recordar que ese ‘viene el Hijo del hombre’, aunque está planteado en términos de futuro acontece en el aquí y ahora. Y es aquí y ahora cuando, del mismo modo que los contemporáneos de Noé veían cómo él construía el arca, nosotros ahora sí que reaccionemos optando por los valores del Reino de Dios. El Señor con su Evangelio viene hoy a ti para que aceptes ser ese hombre nuevo y tienes que ser vigilante para no perder la oportunidad de participar en el Reino de Dios. Y para urgir a esta vigilancia Jesús utiliza la imagen del ladrón cuando dice «comprended si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abriera un boquete en su casa».  La imagen del ladrón no era usada por los rabinos, sin embargo era una imagen que los cristianos entendían para estar atentos y vigilantes.

Ahora bien, ¿cómo mantenerse despiertos?, ¿cómo estar en vela? Cultivando la reflexión y el silencio en toda esta confusión que nos rodea. Cultivar la sensibilidad y los valores evangélicos no dejándonos engañar por la publicidad de la moda, de la moral actual, del pensamiento líquido e insulso que se ha colado en todos los rincones -la iglesia no se salva de esto-, luchando contra el relativismo moral o hago lo que me place y me auto justifico en mi actuación. Estar vigilante es prestar atención, saber discernir entre lo que te hace como verdadero hombre y entre aquello que te deshumaniza, aunque sea aprobado por toda la mayoría. Ahora bien ¿serán muchos o pocos los que estén en vela? Sin lugar a dudas serán pocos, tal y como pasó en los tiempos de Noé. Sin embargo, no te quite la paz esto: tú estate vigilante para no perder la oportunidad de tu vida.


domingo, 20 de noviembre de 2022

Homilía del Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario, ciclo C, CRISTO REY DEL UNIVERSO

 

Homilía del Domingo XXXIV del tiempo ordinario, ciclo c

Cristo Rey del Universo

            Estamos en el último domingo del tiempo litúrgico dedicado al evangelio de san Lucas. El evangelio de san Lucas, desde el principio se nos habla de una buena noticia y es esto es confirmado hasta el final, porque no existe una situación imposible, porque en toda situación, aunque sea muy trágica, siempre se puede esperar la certeza de que el amor de Dios, como escribe San Pablo, permanece, ya que nada nos puede separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús [Cfr. Rom 8].

            Jesús está en Jerusalén y es ahí donde el propio Jesús anuncia la ruina de esta ciudad porque lejos de convertirse al Señor siguen pensando y actuando al modo mundano. Han pervertido la relación con Dios al vivirlo como un comercio, como un trueque y no como una entrega total por amor al Padre. No han hecho caso a aquellas palabras de ‘hay que nacer de nuevo del agua y del Espíritu de Dios’, y que ‘Dios quiere misericordia y no sacrificios’.

            Pues ahora el contexto está en que Pilato entrega en manos de los judíos para ser entregado al suplicio de la crucifixión porque era necesario difamar a Jesús, ya que deseaban que muriese como un malhechor, como una maldición divina, tal y como dice el libro del Deuteronomio. Era preciso que Jesús muriese de esta manera para no dar a entender al pueblo judío que Jesús es un mártir de la causa hebrea. Y es un hombre, Jesús, que está en el patíbulo al que no demostraban ni un mínimo sentimiento de compasión: recordemos que los soldados se burlaban de Jesús. Y la violencia contra Jesús, y eso que estaba en la cruz, va a aumentando hasta niveles insufribles. Ante esto Jesús no se lamenta, no se enfada, no abría la boca, ‘como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, permanecía mudo, no abría la boca’, tal y como dice el profeta Isaías. Más sorprendentemente la única palabra que salió de Jesús fue una palabra de perdón, de justificación: ‘Padre, perdónales porque no saben lo que hacen’. Y eso no era una única expresión, sino que resumía todo lo que había sido su vida. Ra una aplicación práctica al amar a nuestros enemigos. A la maldición responde con bendición, tal y como dice la primera de san Pedro: «No devolváis mal por mal, ni ultraje por ultraje; al contrario, bendecid, pues habéis sido llamados a heredar la bendición» [1 Pe 3, 8]. Es la respuesta que da Jesús es una oferta constante y continua de amor.

            El evangelista Lucas vincula la crucifixión de Jesús a las tentaciones del desierto. El demonio quería que Jesús se salvase, que bajase de la cruz para que el poder de Dios no se manifestase. De hecho, en las tentaciones del desierto, el evangelista emplea una frase un tanto sibilina diciendo que ‘el diablo se alejó de él hasta el momento oportuno’, hasta la ocasión propicia para seguir tentándolo. Y esta ocasión propicia llega cuando le dicen a Jesús ‘a otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios’. Y Jesús responde abandonándose a Dios. Y continua Lucas que le ofrecieron vinagre. Mientras el vino, en la Biblia es signo de amor, la vinagre es signo del odio, ya nos lo expresa el salmo 69 “me pusieron veneno en la comida, me dieron a beber vinagre para mi sed” [Sal 69, 22]. Con la vinagre demuestran el odio que le tenían, mientras el diablo estaba allí sacando lo peor de cada cual en ese momento.

            Había allí un letrero que ponía “Este es el rey de los judíos”, lo cual estaba escrito en latín, que era la lengua de los dominadores, de los romanos; en griego que era la lengua universal en aquel momento y en hebreo que era la lengua de Jerusalén. Era un modo de burlarse de Jesús.

            Jesús no solamente estaba siendo objeto de las burlas y de los crueles ataques por parte de los sacerdotes judíos, de los soldados y del pueblo, sino también uno los crucificados le insultaba, le despreciaba diciéndole ‘¿no eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros’. Esas palabras del malhechor crucificado es la tercera vez, en ese espacio que acontece estos acontecimientos, que tientan a Jesús diciéndole que baje de la cruz. Esta tercera vez, este número tres en la simbología numérica hebraica significa lo total, lo definitivo, lo completo es la suprema tentación: ‘si eres el Cristo, si eres el Mesías usa de tu capacidad para salvarte de esto’. Pero Jesús, su capacidad la usa para salvar a los otros. Sin embargo el otro que estaba siendo crucificado reprendía al otro diciéndole «¿ni siquiera temes tú a Dios estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo» [Lc 23, 35-43]. Y se presenta la ocasión, incluso estando en los últimos instantes de su vida, para que en palabras de San Lucas: «Él pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el demonio, porque Dios estaba con él» [Hch. 10, 38]. Y ese ladrón crucificado le pide a Jesús: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Y en medio de los insultos, calumnias y gritos, hay uno que reconoce en Jesús una cualidad, una realidad diversa. Y lo reconoce una persona religiosa o un sacerdote, los cuales sólo reconocían como sagrado las cosas religiosas, y sin embargo a uno que no tenía méritos, ni virtudes, que era considerado como alguien despreciable es el único que reconoce en Jesús el ser divino y ruega por su protección. Destacar el coraje, la esperanza de este crucificado. Y es aquí donde Jesús le entrega lo que uno sólo puede soñar o esperar, ya que no sólo le recordará, sino que lo llevará consigo. Es el ejemplo vivo del pastor que echa a los hombros la oveja perdida [Lc 15, 1-7]. Y Jesús para destacar la solemnidad de este momento y de la alegría de haber encontrado a esa oveja perdida usa una expresión relevante: «En verdad yo te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso». Jesús no se acodará de él estando en el paraíso, sino que ya le lleva consigo, sobre sus hombros, al paraíso.

            El Dios que se manifiesta en Jesús no es el Dios que se le gana con los méritos, sino que se abre y está disponible a aquellos que a él acudan y Dios les concede el amor como un premio, como un regalo, tal y como hizo Jesús. Ésta es la única vez que el evangelio utiliza el término ‘paraíso’ para hablar de la vida que continúa tras la muerte en la resurrección. De tal manera que, en el evangelio de Lucas, la primera persona que entrará en el paraíso con Jesús será un pecador, un canalla, un bandido. Esto supone que, a partir de este momento, las puertas del Paraíso, de la salvación están abiertas de par en par para todos aquellos que reconocen a Jesús como aquel que tiene poder de cuidarnos, sea cual sea su pasado, incluso para los del último momento, como es el caso de este crucificado. Recordemos que Jesús dijo que había venido a buscar a los enfermos y pecadores.

El hecho de que Jesús permita entrar en el cielo a un pecador puede ser algo que nos pueda escandalizar, porque no le pide ni un mínimo de penitencia y tampoco le pregunta si está arrepentido de lo que hizo, ni tampoco le dijo que se iba a quedar unos cuantos siglos en el purgatorio…sino que le dice que él, de ahora en adelante, estará en el Paraíso porque ha reconocido a Jesús como rey.

Este hecho de que entrase en ese condenado en la cruz en el Paraíso era algo que inquietaba a la primera comunidad cristiana ya que ellos eran muy rigurosos y bastante severos, sobre todo porque ese hombre ni siquiera había hecho penitencia ni se había convertido. De ahí surgió la urgencia de santificarlo y decir que era el ‘buen ladrón’ llamándole ‘Dimas’ pasando a ser el patrón de los ladrones moribundos. El evangelio que es bueno y justo hace que ninguna persona sea excluida de tener una buena muerte.


sábado, 5 de noviembre de 2022

Homilía del Domingo XXXII del Tiempo Ordinario, ciclo C -La vida que genera Dios no desaparece-

 


Homilía del Domingo XXXII del Tiempo Ordinario, ciclo C, 6 noviembre 2022

Lc 20, 27-38 -La vida que genera Dios no desaparece-

 

            Hermanos estamos ya en la conclusión del año litúrgico.

Primero, para poder entenderlo, es preciso contextualizarlo: Éste es el penúltimo domingo. Después tenemos el domingo XXXIII -donde se nos entregará el discurso escatológico, el discurso de los últimos tiempos- y posteriormente la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo con el que se concluye el año litúrgico. Estamos acercándonos a la conclusión del año litúrgico y tenemos que relacionarlo con las celebraciones que hemos tenido últimamente, el día de todos los Santos y los fieles difuntos. Y el evangelio de hoy hay que encuadrarlo en este contexto porque el tema de este domingo es la resurrección. Y hablar de la resurrección al estar concluyendo este tiempo litúrgico es tanto como decir que estamos viviendo en la esperanza de la realidad futura que tiene que venir. Por eso empezaremos el próximo nuevo año litúrgico con el tiempo de adviento que es la invocación del ‘Maranatha’, ‘ven Señor Jesús’.

            Recordemos que habíamos dejado a Jesús en Jericó [Lc 19, 1-10], es decir a las puertas de Jerusalén. En este domingo vemos ya a Jesús en Jerusalén [Lc 20, 27-38]. Semanas antes de la pasión y muerte de Jesucristo tienen lugar las llamadas disputas de Jesús con los fariseos, los saduceos, los herodianos y con algunos otros más. Esas disputas son las que empujan el proceso de capturar a Jesús y de condenarlo a muerte. Tienes disputas Jesús por cuestiones de la Ley, por cuestiones del Templo, de la observancia. Cuando Jesús tiene las disputas con los fariseos. Los fariseos eran la clase judía más observante y eran los mejor vistos por la gente, eran personas que vivían la observancia de la Ley y no pertenecían a la institución sacerdotal. Eran gente honesta y cumplidora, eran escrupulosamente cumplidora, muy diferente de lo que nosotros entendemos por el término ‘fariseo’. Sin embargo, la gente no aguantaba a los saduceos. Los saduceos eran los que formaban parte de la institución sacerdotal, eran de la alta sociedad y eran los que ‘cortaban el bacalao’ de todo el dinero que se recaudaba para el Templo. Los saduceos vivián a costa del dinero del Templo.

            Y Jesús, después de tener disputas con los fariseos tendrá disputas con los saduceos. Cuando Jesús hizo callar a los fariseos, fueron inmediatamente los saduceos para plantearle cuestiones delicadas para ponerlo a prueba. Los saduceos estaban que rabiaban con Jesús, porque Jesús estaba atacando la mamandurria, ya que ellos vivían del cuento, sin hacer nada. Los saduceos se la tenían jurada por todo lo que les hizo en el Templo al volcarles las mesas de los cambistas, hizo un látigo con las cuerdas y les echó a todos [Cfr. Jn 2, 13-17]. Cuando Jesús dijo que ‘habéis convertido mi casa en cueva de ladrones’, pues eso iba dirigido sobre todo a los saduceos que son los recaudadores. Jesús era para ellos un serio problema porque les estaba atacando lo que a ellos les daba de comer.

Y por este motivo los saduceos en una de las disputas que tienen con Jesús le presentan la cuestión de la resurrección. Porque mientras los fariseos habían aceptado la tradición que hacía referencia a los Macabeos, que es el texto de la primera lectura de hoy, [2 Mac 7,1-2,9-14] de la resurrección, el volver otra vez a la Vida. Sin embargo, los saduceos se mofaban de esta creencia de los fariseos. ¿Por qué? Porque se encontraban muy satisfechos de su situación económica, eran los que ‘cortaban el bacalao’ y no les interesaba a ellos la vida de después. A los saduceos les interesaba la vida en el momento presente. Los saduceos querían sobre todo vivir el culto, atraer la bendición de Dios sobre el pueblo y sobre ellos mismos, porque eso les generaba unos ingresos económicos bastante considerables. La bendición de Dios conllevaba la prosperidad material y la abundancia de los hijos, en la línea de lo prometido a Abrahán ‘tu descendencia será tan abundante como las estrellas del cielo’. Por lo tanto, a los saduceos no les importaba, para nada, el más allá. Una vez que se morían se acababa todo. Los saduceos se mofaban abiertamente de esto de la resurrección. ¿En qué se basaban los saduceos para afirmar esto? En el Pentateuco, es decir en la Torah. Los saduceos no hacían tanto caso a los profetas. Mientras que para los fariseos era importante toda la sabiduría y toda la tradición profética, para los saduceos principalmente era la Torah, los cinco libros del Antiguo Testamento, sobre todo el Levítico y el Deuteronomio. Estos eran sus libros de referencia. Y mira por dónde, los saduceos hacen referencia a esos libros cuando hablaban con Jesús en la disputa para argumentar que no existe resurrección: Los saduceos hacen referencia a Moisés diciendo que no existe resurrección. Y los saduceos ponen el ejemplo de la mujer viuda de siete maridos, que al final murió la mujer. Y le preguntan los saduceos a Jesús: «¿de cuál de ellos será la mujer?». Es entonces que ponen ese caso porque tienen presente el caso de Tobías y su mujer, Sara [Tob 7, 6-14]. En ese caso de Sara que había estado casada con siete maridos y los siete murieron en la cámara nupcial durante la noche.

Los saduceos sacan a la luz ese caso y dicen que, si ha tenido siete maridos, en la resurrección de los justos ¿de quién será la esposa? Esta pregunta está haciendo referencia a la ley de Moisés del levirato. Si moría un hombre dejando a la mujer sin descendencia el hermano tenía que casarse con ella para dar descendencia a la familia y sobre todo para los temas de la herencia, para que el dinero no saliera de casa, acumular los capitales.

Y entonces Jesús haciendo referencia al libro del Levítico -libro que los saduceos admitían- les dice que el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob no es Dios de muertos, sino de vivos. La imagen que Dios les trasmite, iluminando e interpretando la imagen que han recibido del Antiguo Testamento, es que en el momento en que Dios es ‘el Dios de Abrahán’, ‘de Isaac’ ‘y de Jacob’, está diciendo que Dios no es el Dios de una nación en el sentido geográfico, sino que es el Dios de un pueblo en el sentido personal. Es un Dios que ama personalmente y que es el Dios quien les da la vida.

Y Jesús da un paso más para clarificar cuando dice que ya no estarán casados ni solteros, sino que serán ‘como los ángeles de Dios’ porque han nacido de Dios.  Aquí está la cuestión: han nacido de Dios. Los ángeles son generados por Dios, no tienen vida biológica, les genera Dios y por lo tanto es el amor. El amor y la elección de Dios va más allá del aspecto biológico, les genera como los ángeles. El amor de Dios no sólo nos ha proporciona una vida biológica, sino que su propio amor nos genera como lo hace con los ángeles. Ese amor hace imposible que mueran. El amor de Dios es lo que nos impide morir, porque el amor no muere. Es el amor de Dios el garante de nuestra vida, hasta el punto que no puede permitir que una cosa amada desaparezca. El amor de Dios genera vida y la vida que genera Dios no desaparece.

No es el dios de las otras civilizaciones como las egipcias o de la civilización griega o romana. No es el dios del panteón. No es un Dios geográfico, es un Dios personal que ama a las personas y a las cuales, aunque parezcan que están muertas, si Dios los ha amado quiere decir que no pueden desaparecer. Por eso hace referencia a los ángeles de Dios porque han sido generados por Él y no biológicamente. No pueden estar muertos porque han vivido en el amor de Dios y el amor de Dios no conduce a la muerte. Y el ejemplo lo tenemos en Cristo que fue entregado a la muerte, pero la muerte no podría tenerlo ni retenerlo como prisionero.