sábado, 22 de febrero de 2014

Homilía del Séptimo Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo a


DOMINGO VII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a

LEVÍTICO 19, 1-2.17-18; SALMO 102; PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 3, 16-23; SAN MATEO 5, 38-48

            Si yo escribiese con una tiza en una pizarra «el azúcar es rojo y el clavel es dulce», enseguida captas la desconexión de las ideas; pues lo rojo es el clavel y lo dulce es el azúcar. Toda desconexión genera confusión. Cuando uno cae en la cuenta de una persona que se las da de religiosa y cumplidora en el culto y resulta que niega el saludo a unos hermanos de carne y sangre y se comporta como una déspota con aquellos que tienen bajo su responsabilidad es algo que genera no sólo confusión sino también escándalo. Eso se puede esperar de los hijos de las tinieblas pero nunca de aquellos que se hacen pasar por hijos de la luz. ¿Por qué digo esto? Hermanos, todas las obligaciones religiosas y aquellas sociales que han sido iluminadas con la claridad del Espíritu Santo se fundamentan en la santidad de Dios. Nos dice Dios por medio de su siervo Moisés: «Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo» (Lv 19,2). Aquel que se adentra en la vida del Espíritu queda impregnado de su dinamismo de santidad y el olor de Cristo es llevado en su existencia por donde marche.

            Si el mal entra en nuestro corazón; si el olor pútrido es nuestro perfume es porque estaríamos siendo cómplices de anidar en nuestro corazón el pecado. Si en nuestro corazón existe una confianza total en Dios, si el fin de nuestra vida no es la búsqueda de nosotros mismos, sino hacer la voluntad de Dios, amarla con todo nuestras fuerzas es imposible que triunfe el mal en nosotros. El hombre necesita vivir por algo que merezca la pena. Necesitamos dar sentido a nuestra vida. Necesitamos un ideal. Vivir sin ideal es señal de inmadurez humana. El ideal es la idea motriz que se hace central en la vida de una persona y alrededor del cual hace girar todas sus acciones. Los ideales marcan el camino e impulsan hacia la meta. Nuestro ideal es Jesucristo.

            Todos hemos sido consagrados a Dios. Como nos escribe San Pablo todos «sois templos de Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros», de tal modo que estar consagrado a Dios es el supremo de los ideales. Pero no olvidemos que para poder vivir este ideal es preciso evangelizar, y hacerlo a tiempo y a destiempo.

            No se nos está permitido dormirnos en los laureles, sino trabajar incansablemente por llevar a Cristo a nuestros hermanos. Nuestras parroquias están llamadas a arremangarse las mangas para empezar, de una vez por todas, con los planteamientos de trabajo pastoral de nueva evangelización. Somos la presencia de la Iglesia sobre lo terreno, entre la gente, en el tejido de la vida real de la familias y las personas. No estamos para colocar 'tiritas' 'ni para hacer remiendos', estamos para construir la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo. ¿Cómo es posible que novios que han hecho los cursillos prematrimoniales no se hayan enterado de que Cristo está llamado a estar en el centro de esa pareja y en el centro de ese nuevo hogar?¿cómo se puede entender que se confirmen nuestros jóvenes y no se les plantee como requisito previo una revisión de toda su vida a la luz del Evangelio ayudándoles a dar pasos en su proceso de conversión?¿cómo se acepta tan alegremente a bautizar a los niños sin una catequización y un seguimiento muy directo de esa familia para ayudarles a descubrir la novedad de Cristo en sus vidas? ¿Cómo se puede entender que colegios católicos no se distingan precisamente por los carismas de sus fundadores?

            Mucha gente va a descubrir quién es Cristo con nuestro modo de actuar y con las convicciones que nos muevan. Los cristianos sabemos que quien nos da valor, aquel que nos hace valiosos y nos enriquece en nuestro ser es el mismo Creador. No nos hacen valiosos las cualidades que uno pueda poseer sino el hecho de ser hijo de Dios y heredero de la Gloria.

sábado, 15 de febrero de 2014

Homilía del Sexto Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo a


DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a

ECLESIÁSTICO 15, 16-21; SALMO 118; PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 2, 6-10; SAN MATEO 5, 17- 37

            Hermanos, los cristianos hacemos un esfuerzo muy importante para armonizar nuestras ideas, nuestros valores, nuestra vida interior y práctica con las verdades doctrinales y exigencias morales de la fe. Como si fuésemos un artista con el caballete de pintura plantado en medio de un bello paisaje insuflamos en nuestra alma la esencia de esa hermosura para plasmarlo en el lienzo. Nosotros llenamos los pulmones de nuestra alma del aliento del Espíritu Divino para ir dando forma a nuestro ser,  a nuestro sentir y actuar para ser como es, siente y actúa el mismo Cristo. Hay parejas de novios que pasean dados de la mano y con una alegría que más que andar parecen que están deslizándose por el aire. El profundo sentimiento de amor mutuo que se da entre la pareja se manifiesta en un radio amplio de acción, del mismo modo que una farola alumbra una determinada superficie así sucede con estos novios cogidos de la mano. Nosotros los cristianos debemos de ser como esos novios, ellos no tienen temor de ir de la mano del mismo modo nosotros no debemos de temer de llevar a Cristo allá donde vayamos. La fe cristiana aporta la verdad sobre el ser de la persona, aporta la verdad sobre la organización de la vida familiar y social de este mundo.

            A veces, en los medios de comunicación y sobre todo en los programas de prensa rosa del corazón, aparecen personas, cuya vida desordenada es de dominio público, que manifiestan que no se arrepienten de nada. Es más, pretenden que todos veamos como bueno lo que ellos hacen. En su proyecto humano y espiritual han fracasado y no se generan dentro de ellos esa reacción que no le dejen tranquila por lo que haya pasado. No tienen ese sentimiento de culpabilidad ni aparecen dentro de ellos la urgente necesidad de la reparación. El dolor y la fiebre son mecanismos biológicos que nos indican que hay un mal funcionamiento en la persona así como el deseo de una curación eficaz.

            Nos dice el libro del Eclesiástico «es prudencia cumplir su voluntad» y nos sigue diciendo «es inmensa la sabiduría del Señor». Cuando uno está dejándose conducir por el Espíritu de Dios en ese proceso constante y exigente de conversión tan pronto como empecemos a respirar aires de secularización o mundanos nos sube la fiebre y saltan las alarmas porque urge la necesidad de reparación inmediata. Nuestros hermanos necesitan que les llevemos la presencia de Cristo con nuestro obrar, el apostolado es fundamental para que puedan conocer eso nuevo que Jesucristo les aporta.

            Los no cristianos se resisten a que su cultura sea juzgada por la fe cristiana, es más, pretenden que la fe se someta a las exigencias de la cultura. Hace poco unas activistas con el torso desnudo han abordado al Cardenal Rouco al grito «del aborto es sagrado», e incluso han llegado a irrumpir en el Congreso de los Diputados, con escasa ropa, jadeando ese lema tan absurdo que demuestra que el aire y el papel aguantan todo tipo de memeces.

            Hay que tener muy claro que la salvación viene de Dios; y de Dios viene la revelación de la verdad tanto sobre la persona como del mundo. La fe en Cristo no puede someterse a la tiranía de las conveniencias culturales e ideológicas del momento. La salvación viene de Dios, no de las criaturas. Cuando San Pablo escribe a los Corintios les dice: «enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, encendida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria». Muchas veces el Espíritu Santo de Dios impacta, colisiona se empotra con ese muro levantado con la resistencia de la soberbia humana que se rebela contra la libre intervención de Dios. Nosotros todo lo queremos controlar con nuestros propios medios, tenemos la tendencia a ser nosotros los dueños del mundo, los dueños y señores de nuestras vidas y de lo que con ella hagamos y no queremos que nadie nos revise ni nos reajuste. Por eso nuestras personas, nuestras parroquias ni nuestros centros educativos no están siendo testigos ni testimonios. San Pablo nos recuerda que «el Espíritu todo lo penetra, hasta la profundidad de Dios». El padre de familia, la mujer y esposa; el estudiante, el trabajador, los novios, seguirán conservando lo que son pero de un modo sumamente enriquecido. La soberanía de Dios y la centralidad de Cristo purifica los defectos, abre a la comunicación, nos mueve a la constante conversión y nos robustece en auténtico amor.

            Cristo nos dice «habéis oído.... pero yo os digo». Los cristianos evangelizados son capaces de rehacer su visión del mundo y de sus formas de convivencia, para adecuarlas a las exigencias y a las posibilidades de la vida cristiana que nace de la fe. Este tipo de cristianos son como aquellos novios que tomados de la mano van manifestando públicamente su amor a todos lo que tienen al lado sin importarles ni lo que digan ni lo que piensen de ellos.  

sábado, 8 de febrero de 2014

Homilía del Quinto Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo a



DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a
ISAÍAS 58, 7-10; SALMO 111; SAN PABLO A LOS CORINTIOS 2, 1-5; SAN MATEO 5, 13- 16

Va siendo muy importante ir dando un nuevo sabor a este mundo y a esta Iglesia. La Iglesia aunque esté en el mundo no debería confundirse con el mundo, ya que de hacerlo no estaría siendo fiel a la voluntad de Jesucristo. Nosotros los cristianos nos dejamos mover por la fuerza del Espíritu Santo y obtenemos de su Sabiduría divina por medio de los numerosos encuentros con Él.
Realmente ¿qué espera de la Iglesia la gente normal de la calle? ¿Cuál es el ‘gancho de captación’ para que las personas se sumen al proyecto de Jesucristo? ¿Dónde reside ese apasionamiento de abandonarlo todo para adentrarse de lleno en todo esto?.
Hay una especie de «eclipse del sentido de Dios» tanto en la sociedad como dentro del seno de la Iglesia. No pensemos que por estar dentro de la Iglesia estamos ya vacunados de esa progresiva secularización y que seamos inmunes a sus consecuencias. Deberíamos de propiciar conversiones, de generar esa sed de tener a Cristo cerca; de presentar a Cristo como respuesta a las preguntas e inquietudes. Las conversiones se deben al contacto personal con personas repletas de Cristo. Sin embargo se están dando muy pocas conversiones en nuestras diócesis y la valoración que tiene la gente respecto del clero es bastante baja. Los hay que cuando ven a un Presbítero vestido de presbítero se le quedan mirando como un animal en peligro de extinción, e incluso algunos con una mirada airada. ¿A qué se deben esas escasas conversiones?¿nos estamos acostumbrando dentro de la Iglesia a vivir con ese eclipse del sentido del Dios? ¿Estamos confundiendo el servicio con el poder y el ministerio con el funcionariado? ¿Nuestras parroquias son oasis para el encuentro con Jesucristo o son sequedales cambiando simplemente de estética?  ¿Por qué en algunas parroquias se veta la entrada a comunidades o movimientos con marcada línea de Nueva Evangelización? Y es más ¿cómo se puede permitir que alguien pueda restringir a los laicos su derecho a practicar su propia forma de vida espiritual y de promover y sostener la acción apostólica –siempre que sea conforme a la doctrina de la Iglesia- y se pueda quedar tan fresco y sin temor a ser corregido?
Es preciso hacer frente al desafío de encontrar los medios adecuados para volver a proponer la perenne verdad del Evangelio. No esperemos encontrar esa nueva fuerza en los hombres. Sólo busquemos a Dios y pongamos en Él toda nuestra esperanza. Realicemos las cosas junto a Dios, codo a codo y por Dios. No tengamos miedo de mostrarnos agrietados y con dudas ya que aunque con dudas nos seguimos fiando de Él. Nos dice San Pablo: «Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios». No tengamos miedo al conflicto ya que lo primero es Él y el Reino que Él viene a instaurar.