sábado, 10 de septiembre de 2011

Homilía para un bautizo

BAUTIZO DE PAULA VALDÉS ASENSIO,

Vertavillo, 10 septiembre 2011, 13horas

Hoy vamos a ser testigos del nacimiento a la vida cristiana de una niña. En el momento en que yo, el sacerdote, vierta tres veces agua sobre la pequeña diciendo: «Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo», esta pequeña va a ser incorporada a la Iglesia, va a ser injertada en Cristo, y durante toda su vida estará arraigada y edificada en Cristo y deberá ser firme en la fe.

Tendrá que afrontar su vida cristiana con coraje y con valentía, sabiendo que la multitud pasará sin interesarse por Cristo. Tendrá que ir descubriendo que lo más importante en su existencia es sin embargo algo irrelevante para muchos. Mantenerse arraigado en Cristo es algo que crea descrédito para gente que podríamos considerar del montón. Y es entonces cuando llega el temor a ser distinto, el miedo a ser mirado ‘como bicho raro’, el malestar de ser objeto de críticas, de miradas pícaras y de sonrisas hirientes, el ir adquiriendo ‘complejos’ por asistir a cosas que sean religiosas, ya sean de formación o de celebración. Es entonces cuando uno siente que mantener esa amistad con Cristo es demasiado pesado para los frágiles hombros y bastante molesto para seguir solo como si se tratara de remar una barca contra corriente.

Puede llegar un día en el que piense y también manifieste que ‘eso de ser cristiana es algo de pequeños’. Que ser mayor implica y lleva consigo un desembarazarse de lo religioso y un abandonar a Cristo, como deja un adulto los juguetes de la niñez. Correrá el grandísimo riesgo de arraigar su existencia en opiniones relativistas, en lo cambiante, en las cosas efímeras, perecederas y caducas, llegando a creer que eso es ‘lo más’, lo máximo, el esplendor supremo a lo que puede uno llegar. Olvidará tal vez que ha sido llamada a la existencia por Aquel que ignora y del cual no se interesa.

Cierto es que siempre habrá algún pesado, como los sacerdotes, que con ocasión de alguna celebración religiosa, aunque más teñida de social que de religiosa, recuerde que cada uno de los presentes somos templos del Espíritu Santo y que hemos renacido a la vida sobrenatural por las aguas bautismales. Sin embargo, si la tierra no ha sido arada, ni abonada, ni regada es complicado que la semilla de la Palabra divina llegue a germinar. Sin embargo, siempre se abre una ventanuca a la esperanza para ser reimplantado en Cristo mediante un serio y sereno examen de conciencia, el dolor de los pecados, el propósito de enmienda y acudir, con la seguridad de saberse amado, al sacramento de la Confesión, el cual no es sino que un segundo bautismo. Es una segunda o tercera oportunidad para renacer a esa vida cristiana para volverse a arraigar en Cristo, para decir a Cristo que le queremos seguir porque Él es el tesoro escondido que hemos hallado.

Quizás digamos como Pedro en la Última Cena: «Aunque todos te abandonen… yo no». Aunque todos… yo no.

Esta pequeña hoy va a ser arraigada, enraizada, injertada en Jesucristo… deberá ser firme en la fe. Dios quiera que la santidad sea el adorno de su vida y que su amistad con Cristo sea tan sólida como las rocas de nuestras montañas. Así sea.

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