sábado, 27 de junio de 2015

Homilía del domingo XIII del Tiempo Ordinario, ciclo b

DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b, 28 de junio de 2015

LECTURA DEL LIBRO DE LA SABIDURÍA 1,13-15; 2, 23-25
SALMO 29
LECTURA DE LA SEGUNDA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 8, 7-9.13-15
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 5, 21-43
    
            En la primera lectura, en el libro de la Sabiduría se nos subraya que Dios ha creado todo con bondad y para ser destinado a la vida. Pero por desgracia el pecado entró en escena y esparció su mortífero veneno por toda la creación. Y el pecado crea facilidad para el pecado.

            Y de esto todos tenemos experiencia: el cometer un pecado y uno haya tenido una respuesta inmediata de arrepentimiento y ese arrepentimiento tiene un propósito de enmienda, reconociéndole como un pecado puntual donde se ha dado una respuesta firme por parte del penitente. Eso es una cosa, pero otra cosa distinta es que un pecado haya creado una repetición, y no ha habido una respuesta tiempo, y eso poco a poco ha ido creando un vicio, una facilidad, una proclividad del pecado. Como ven son dos situaciones muy distintas. El pecado crea una facilidad para el pecado.

            El hombre dentro del santuario de su conciencia tiene una serie de fronteras morales. Uno se dice, 'yo no quiero caer en ese error', 'yo no quiero pasar nunca esa frontera'. ¿Y qué es lo que ocurre?, pues que cuando alguien rompe una frontera moral que uno se había establecido, proponiéndose 'yo esto jamás lo haré nunca', 'no caeré nunca',... pero puede terminar cayendo. Ante esto uno tiene dos posibilidades: Una es el arrepentimiento pronto y profundo y la otra reacción es la de la auto-decepción, diciéndose 'yo jamás quería haber caído en esto, pero he terminado por caer', y puede ser que esa persona, en vez de tener una reacción humilde, la termine liando auto-justificándose. En esa decepción que tiene busca una auto-justificación como una manera de 'sacar pecho y salir hacia delante' y termina cayendo en una repetición de ese pecado, siendo ya un vicio adquirido. O sea, que ese veneno del pecado entra de lleno en toda la corriente sanguínea de nuestro cuerpo. Uno se dice, 'yo jamás cometeré este error' y uno al poco rato termina por seguir reiterándolo. Esto supone que muchas fronteras morales que nosotros nos habíamos señalado terminen hechas añicos y esto conlleva una voluntad debilitada muy proclive a caer en pecado una y otra vez. Si al pecado no se le responde con un arrepentimiento pronto y humilde, si uno se queda caído, en esa auto-decepción es mucho más fácil que se reiteren los pecados. Uno dice, 'vaya mala pata', 'bueno ya que uno ha caído es lo mismo ya', 'bueno, ya que uno está sucio ya, hasta que uno vaya a la lavadora', 'y como he pecado ya tengo barra libre para seguir pecando'. Esto es otra reacción que resulta nefasta, pero que solemos tenerla y que no deja de ser un síntoma de que no nos duele el hecho de haber pecado. Porque cuando yo he ofendido a un amigo no es lo mismo haberle ofendido una que cinco veces. Pero a veces hay un incorrecto dolor de los pecados que no deja de ser un orgullo herido, y al ser un orgullo herido crea proclividad para seguir pecando.

            Todo esto hace que el pecado cree facilidad para el pecado. Con el pecado pasa como cuando cae el agua por las laderas de los montes que se van creando arroyos, de tal manera que el agua ha ido dejando un surco por donde fluya el agua. Del tal forma que es más fácil que la próxima vez que llueva por ese surco sigua pasando por ahí el agua. Pues esto también ocurre en nosotros y con nuestro pecado. El pecado oscurece la conciencia, debilita la voluntad y acaba corrompiendo la valoración del bien y del mal. Cuando uno se queda caído, con el tiempo a uno le parece todo esto como normal. Cuando uno lleva mucho tiempo en el fango, pues uno termina creyendo que estar en el fango es lo normal. Porque atención, uno termina valorando la realidad desde lo que está viviendo y si uno está en el fango pues todo lo verá bien, correcto porque ha pasado muchas fronteras que no deberían de haber sido atravesadas. De este modo se llega incluso a oscurecer la mente, o sea, a entender como bueno lo que es malo, es cuando hay que reconocer que el pecado se ha apoderado de nosotros mucho más.

            Uno cae en los vicios, en primer lugar por debilidad de la voluntad, y al final de tanto estar en el fango se te terminan de oscurecer los criterios, se termina obscureciendo tu razón, tu mente, y uno termina llamando bien al mal.

            Pero para salir del vicio hay que hacer el proceso contrario hay que apostar por los criterios para fortalecer a la voluntad. Solamente a la luz de la Palabra de Dios somos capaces de juzgar lo malo como malo para que yo no lo justifique en mi conciencia y así con la fuerza de la fe poder fortalecer la voluntad.

            Y para fortalecer la voluntad es preciso solicitar socorro a Jesucristo y rogarle con insistencia, tal y como hizo el Jairo, el jefe de la sinagoga. En este caso el Señor se acercó a la niña rescatándola de la fosa de la muerte. Nosotros somos rescatados por Cristo cuando acudimos al sacramento del perdón y así pueda revivir nuestra alma en el estado de gracia.

sábado, 20 de junio de 2015

Homilía del domingo XII del tiempo ordinario, ciclo b

DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b

LECTURA DEL LIBRO DE JOB 38,1.8-11
SALMO 106
LECTURA DE LA SEGUNDA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 5,14-17
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 4,35-40

 
            Hermanos, todos nosotros estamos invitados por el mismo Cristo a participar en el misterio Pascual, de su muerte y resurrección. Esto suena como muy bonito, participar en el misterio pascual, todo vida, todo alegría y júbilo. Pero no nos engañemos porque si muchos dicen ‘no a Cristo’, ya sea de un modo implícito o explícito, es porque se han dando cuenta que seguirle exige romper con cosas, comportamientos, ideologías, afectos de los que uno se siente atado desde una decisión hecha en libertad.

Si pensamos que con Dios podemos ‘jugar’ al tira y afloja con la cuerda, vamos totalmente equivocados. Vamos equivocados porque nos estamos engañando a nosotros mismos. Y cada vez que entramos en el juego del autoengaño ocasionado por el pecado nos estamos enfriando espiritualmente y alejando de Dios. Y atención, que cuando uno se ha enfriado en el espíritu el pecado pasa a ser como algo normal y uno deja de hacerse problema a la hora de pecar, uno ‘se hace colega’ del pecado. Por eso es fundamental estar muy alerta, vigilante, evitar las ocasiones de pecado, no ponerse en situaciones de peligro. Un ratoncito que olisquea el trocito de queso colocado a propósito en trampa de la ratonera termina, más pronto que tarde, atrapado y muerto.  Y luego vienen las lamentaciones: es que yo no quería, no lo pretendía, etc. Sin embargo no se dan cuenta que ese pecado no deja de ser sino el fruto de una suma de ‘plantones’ que damos a Dios, de la cantidad de veces ‘que le hemos cerrado con la puerta en las narices al Señor’.

Si uno empieza a poner su confianza donde no debería de ponerla, pues las cosas salen como salen. Es que resulta que nuestras decisiones tienen sus consecuencias.

            Muchas veces tengo que oír a algunos presbíteros o catequistas cosas como estas: ‘Jesús es tu amigo, tu colega’. Esto es una mamarrachada en toda regla. Jesucristo no es mi amigo como si fuera cómplice de mis travesuras o gamberradas porque él mismo también lo hace siendo copartícipe de esas tropelías. Y como él ‘también las lía como yo las lío’, pues no me corrige. Si yo pensara de este modo llegaría a la siguiente conclusión: Yo soy cristiano y me puedo permitir determinadas ‘licencias’, determinados ‘tonteos con el pecado’ y termino diciendo con la boquita que soy cristiano y comportándome como un auténtico pagano porque mato mi bautismo, porque expulso al Espíritu Santo de mi alma, porque excluyo a Dios de mis decisiones. Pero como todo en esta sociedad está teñido de un relativismo total si uno desea andar por la vida como Cristo nos indica se nos ríen a la cara` porque ellos jamás dejarían pasar cualquier ocasión de obtener un placer efímero.

            Dice San Pablo a los Corintos: «El que vive con Cristo es una creatura nueva. Lo viejo ha pasado, lo nuevo ha comenzado». Esa nueva creatura -de la que nos habla San Pablo- surge de esta particular vinculación con Jesucristo resucitado. Cuando uno se va vinculando a Cristo uno se va esforzando por actuar con la conciencia recta y cierta. Podrán acecharnos muchas cosas y muy tentadoras pero las iremos rechazando porque nuestros 'músculos espirituales' se van fortaleciendo, nuestra voluntad se refuerza y se va descubriendo un sentido sobrenatural de la realidad que te llega a ilusionar y llenar por dentro. Cuando una persona se encuentra metida dentro de la dinámica del mundo, en palabras de San Pablo, sigue siendo un 'hombre viejo' por el pecado considera que lo único válido es lo que él tiene y disfruta, y rechaza el mensaje del Evangelio porque ni se siente identificado con él, lo entiende como un mensaje de los tantos que uno puede oír, pero que ni lo da importancia ni se deja influenciar porque aun no ha descubierto que necesita poner de su parte para salvarse.

            Las fuerzas del mal se oponen a la difusión del evangelio. En el evangelio esas fuerzas del mal quedan representada en la tempestad. El evangelio de hoy nos deja bien en claro de la necesidad de esforzarnos en ir madurando nuestra unión a Cristo como para poder infundir paz y serenidad incluso en los momentos de tempestad y opresión.

sábado, 6 de junio de 2015

Homilía del Domingo del Cuerpo y Sangre de Cristo, ciclo b, año 2015

CUERPO Y SANGRE DE CRISTO, ciclo b, año 2015

            La comunidad primera tenían muy claro que la celebración de la cena del Señor era un encuentro con Jesús vivo que les daba fuerza para conocerle mejor, seguirle, vivirle en la comunidad y en el mundo. Ellos no se sentían solos, ni nadie les podía quitar su comunión con Jesús, ni siquiera su muerte; no sentían el vacío de Jesús, sino que le tenían presente de otra manera: la celebración alimentaba su fe, gustando el pan de la Palabra y comiéndole, porque les ayudaba a seguir identificados con Él y a vivir como Él vivía.

            Todos hemos oído hablar, y de hecho tenemos experiencia, de la inadecuación entre la fe y la vida. De tal modo que nuestra forma de vivir puede llegar a desacreditar nuestra propia fe. Nuestra indecisión se convierte en complicidad con la secularización. De un cristiano que acude a la Eucaristía sería de esperar de él que de un modo u otro tuviera como 'algún efecto secundario' de ese encuentro con el Señor. Da la sensación que nos hemos aceptado a resignar que el único papel que tiene que tener la Iglesia en la sociedad es el de la Caridad, el de atender a los pobres, en una palabra: El de la asistencia social. Y como cada cual intenta cuadrar en algún lado en la sociedad, pues nosotros cuadramos en la ayuda a los más necesitados y por eso nos toleran porque somos para ellos una institución con fines sociales y caritativos.

            La Iglesia no ayuda a los pobres porque desee ser aceptada socialmente por partidos de derechas o izquierdas, ni porque desee el reconocimiento social de sectores ideológicos de lo más variopinto. Cada uno somos iglesia si permanecemos unidos a Cristo en su Iglesia. La vida de los cristianos no puede depender de lo que se practique comúnmente en nuestra sociedad. Me encuentro a alguna familia o algún joven que me dicen que se sienten solos, raros, extraños en esta sociedad y que el propio ambiente secularizado les envuelve dejando su vivencia de la fe bajo mínimos. Pues yo les digo con toda la claridad que si valoran la presencia de Cristo en medio de ellos se tienen que empezar a plantearse a vivir la fe en comunidad. Y las comunidades se han de crear. Y se crean en torno a la parroquia, en torno al altar, a la recepción y meditación de la Palabra, a la oración en común, la Eucaristía dominical y el ejercicio de la caridad en favor de los pobres, ya sea lejanos o cercanos.

            Nosotros, como el pueblo de Israel, hacemos suyas sus palabras: «Haremos todo lo que manda el Señor y le obedeceremos». Tenemos que tener el valor de marcar las diferencias. Es cierto que somos una minoría aunque luego en las procesiones de Semana Santa aparezca gente por todos lados. Pero aunque seamos una minoría no podemos dejarnos arrastrar por el modo de vida común ni confundirnos con los no cristianos. Nos falta el valor de afirmar nuestra vida como vida nueva, como vida diferente, como una alternativa a la vida que no cuenta con Dios. Y todo esto lo hacemos porque hay una Persona por la que merece la pena absolutamente todo. Que su presencia alegra nuestros días y su cercanía alienta nuestros corazones. No conocemos ni el timbre de su voz, ni el color de su piel, ni cómo son sus cabellos o su rostro. Sin embargo nuestra alma canta jubilosa cuando le reconoce presente y vivo en las especies Eucarísticas.