martes, 31 de diciembre de 2019

Homilía de la Solemnidad de Santa María Madre de Dios 1 de enero 2020


Homilía de la Solemnidad de Santa María Madre de Dios 2020, Ciclo A

            Creer es entregarse. El Concilio dice que María avanzó en la peregrinación en la fe. María fue también caminante. Recorrió nuestras rutas con las características propias de una peregrinación, sobresaltos, confusión, perplejidad, enfermedad, carencia de pan, sorpresas, miedo, fatigas, … y sobre todo muchos interrogantes: ¿Por qué Herodes le busca para matarlo?, ¿cuánto tiempo estaremos en el exilio en Egipto?, ¿qué haré ahora que San José ha fallecido?, este Hijo mío que se ha ido a predicar ¿cómo le irá?, ¿y este desastre del Calvario donde todo parece absurdo? Y en muchas ocasiones nos presenta a María meditando, confrontando, alimentándose de las palabras antiguas con los hechos recientes que guardaba en su corazón, buscando el designio de Dios y el sentido de las cosas. Ahora bien, todo el que busca camina. Y porque buscaba, por eso María fue peregrina de la fe. Y buscaba porque no sabía todo. Buscaba porque no se le dieron hechas las cosas. Igual que nosotros. Se encontró en situaciones parecidas a las nuestras como cuando la gente se queja diciendo ‘me quitaron el dinero’, ‘me despidieron del trabajo’, ‘se murió mi ser querido’… tantos sufrimientos en los que no encontramos el sentido. A lo que uno levanta la voz y dice: “¿dónde está Dios? ¿por qué calla?”. Todo está obscuro. La Madre fue buscando la huella de Dios en medio de densas obscuridades.
            María no fue tratada con especiales infusiones de conocimiento, no es cierto que desde pequeña tuviera una iluminación infusa por la que conociera todo. No es cierto que ella de pequeña supiera todo lo que nosotros sabemos de la Historia de la Salvación o de la naturaleza trascendente de su Hijo. En los Evangelios aparece María expresando admiración, extrañeza, no entendiendo la respuesta de su Hijo en el Templo. María no sabía todo, no se le dieron hechas las cosas. Ella las tuvo que buscar meditando como nosotros, fue peregrina de la fe.
            Creer es entregarse, ponerse en camino. El creyente al amanecer se pone todas las mañanas en busca del Señor. Pero como Dios es misterio y el misterio no se deja atrapar ni analizar, Dios no se deja encontrar, no se deja ver cara a cara. El Misterio simplemente se acepta en silencio, de rodillas. Y entonces nace la certeza y se entiende todo. Misterio quiere decir que no se le puede conquistar intelectualmente, hay que dejarse conquistar por Él. Y cuando a uno se le entrega, entonces todo se entiende y de alguna manera Dios deja de ser misterio. Todos tenemos nostalgia del absoluto, porque Dios ha depositado en cada uno de nosotros un deseo de llenarse de ese misterio de lo divino. Unos esa nostalgia lo canalizan mal yéndose por derroteros de perdición y otros, con la docilidad necesaria, se van dejando conducir para poder beber de esa Agua Viva de la cual uno nunca más tendrá sed. Mientras una piedra, un conejo, una golondrina o un perro se sienten plenos y no aspiran a más. El hombre es el único ser de la creación que puede sentirse insatisfecho. Y esa insatisfacción, sabiéndolo el hombre o sin saberlo, está tejida de nostalgia divina, una nostalgia por un Alguien que nunca lo vinos, por una Patria que nunca hemos habitado. Aquel que tiene esta nostalgia es un caminante que se lanza en mil direcciones buscando a Aquel que tiene mil rostros y ninguno, que nadie lo puede ver y sin embargo se manifiesta en mil signos, sucesos y personas. La fe es eso, peregrinar, sufrir, llorar, ayudar, esperar, caer, levantarse, cansarse y descansar, suspirar y siempre caminar como los errantes que no saben dónde dormirán hoy, que comerán mañana, como Abrahán, como Israel, como José y como María.
            La vida de la Madre no fue turismo. Nadie dijo a María que descansara que todo estaba ya previsto y organizado. No, al contario. Ella también se encontró envuelta en acontecimientos que al parecer no tenían sentido, preguntándose ‘y ahora ¿qué hacemos?’, en medio de situaciones teñidas de absurdo, envuelta con la tiniebla total de la incomprensión y del sufrimiento como en la fuga a Egipto, como en el Calvario. También ella fue descubriendo paulatinamente el rostro de Dios y sus designios mientras sucedían cosas raras cerca de ella. La Madre leía esos sucesos en clave de fe. Confrontaba las palabras antiguas con las nuevas y las situaciones buscando el significado oculto y trascendente. Y ella efectuaba en esta búsqueda con una meditación intensa y persistente.
            Ella como Madre de Dios y Madre nuestra nos enseña en camino, nos coge de la mano y nos conduce hasta su Hijo. Ella nos ayuda a buscar la huella de Dios en medio de nuestras obscuridades.    

sábado, 28 de diciembre de 2019

Homilía del Domingo de la Sagrada Familia de Nazaret 2019, Ciclo A


Homilía de la Sagrada Familia de Nazaret 2019, Ciclo A
            Urge recuperar una mirada de fe en las realidades cotidianas. Vivimos en un sistema pagano donde los ídolos nacen a conveniencia de nuestros propios intereses. Y resulta que estamos tan acostumbrados a lo que vemos que nos hemos adaptado e integrado en nuestra manera de pensar y de ser. Esto nos puede pasar como cuando uno va a un país extranjero, con otro idioma, usos y costumbres y uno termina aprendiendo el idioma -con mayor o menor soltura-, vistiéndose como aquellos paisanos y celebrando sus mismas fiestas. Esto supone un importante desafío cristiano: Dependiendo de cómo uno tenga personalizada la fe; dependiendo de cómo se ha dejado influir por el Espíritu de Cristo; dependiendo de cómo uno esté enamorado del Señor Jesús podrá dar una respuesta cristiana o pagana.
            No consiste en decir cosas como ‘Dios me ama mucho’, ‘esta Palabra me llama a la conversión’ o ‘soy un gran pecador’… porque esto ya lo sabemos todos. La cuestión de fondo es: Esta Palabra que ha sido proclamada ¿me puede llegar a generar en mi alma esa alegría que siente una madre cuando recibe buenas noticias de un hijo que le tiene en la otra punta del mundo? ¿me puede enternecer como lo consigue un niño recién nacido o un pequeñito que juega con uno? ¿me puede hacer llorar de alegría como uno siente cuando a alguien se le perdona de corazón una ofensa realizada? O ¿tenemos el corazón y el oído como un callo de duro que mantenemos las formas para no llamar demasiado la atención por la vida tan mediocre que llevamos?
            Por de pronto el Apóstol Pablo [Col 3,12-21] está dando una especie de llamadas de atención a la comunidad cristiana de Colosas y ende, a nosotros. La fuente de toda moral cristiana es la unión con Cristo resucitado. Nuestro comportamiento personal y colectivo ha de brotar de esa unión con Cristo. Pero puede resultar que se haga realidad aquel refrán castellano, «en casa del herrero, cuchillo de palo». Que estemos en la Iglesia pero con comportamientos paganos.
San Pablo hace una apasionada defensa de la primacía universal de Cristo frente a los oscuros poderes que nos atacan sin cesar día y noche. Y él se daba cuenta de cómo muchos de los cristianos de esas comunidades eran seducidos por esos poderes oscuros y sucumbían porque se limitaban a calentar un asiento en la asamblea litúrgica en vez de dejarse enamorar por Jesucristo siendo dócil al Espíritu Santo. Para dar respuesta a toda esta situación el Apóstol nos da un ‘código ético y doméstico’ que nos oriente en nuestro comportamiento como cristianos en la vida particular, social y en la comunidad. Os voy a poner un ejemplo, si uno tiene una cazuela con un poco de agua hirviendo y de repente viertes en ella medio o un litro de agua helada ¿acaso esa agua sigue conservando los 100 grados centígrados? Si en la comunidad cristiana se convive con la mediocridad no podremos ser referente ni embajadores del Señor ante los demás, y esto no resulta ni atractivo ni atrayente.
Lo que se pide a la Comunidad Cristiana es que seamos compasivos, bondadosos, humildes, mansos, pacientes y que nos sobrellevemos mutuamente perdonándonos. Y se nos pide todo esto porque el bien que hagamos beneficia a todos y el mal que hagamos perjudica a todos porque todos formamos parte del ‘Cuerpo de Cristo’. Mi indiferencia ante el hermano daña al conjunto, el pecado ocasionado obstaculiza el normal funcionamiento de la comunidad cristiana. No podemos bajar la guardia, no nos ocurra como en aquellas casas de pilares de madera que aún viendo agujeritos pequeños (carencias en el amor) en las vigas uno no lo da importancia, y llegado un momento determinado se desploma la casa porque las termitas habían devorado el interior de las vigas. Por eso nos debemos de «revestir de Cristo» porque así iremos adquiriendo, con la ayuda del Espíritu Santo y de la Comunidad Cristiana la sabiduría divina para dirigirnos con la dignidad de los hijos de Dios por la vida.
            Tenemos a una familia, la Sagrada Familia de Nazaret, que con su testimonio de fidelidad al Señor nos demuestra que teniendo a Cristo en el centro de nuestro hogar las dificultades con ocasiones de crecimiento y el amor es puro.

29 de diciembre de 2019





miércoles, 18 de diciembre de 2019

Homilía del Miércoles de la Tercera Semana de Adviento, ciclo A

Homilía del Miércoles de la Tercera Semana
del Tiempo de Adviento, Ciclo A
18 de diciembre de 2019
            Estimados radioyentes, voluntarios de Radio María y todos aquellos que ahora os encontráis en la habitación de algún hospital. Pido al Señor que me de fuerzas y espíritu para partir esta Palabra que acaba de ser proclamada.
            El mundo se ha organizado en contra de Dios y nuestras comunidades cristianas no pueden conformarse con un simple ‘cumplir con Dios’, como aquel que anualmente paga sus impuestos. Tampoco podemos ser como aquellos que únicamente te llaman para que les hagas algún favor. A Cristo hay que colocarlo en el centro. Las familias cristianas se han de instalar en torno a comunidades cristianas vibrantes en la fe. Esto es necesario porque de poco nos sirven unas ideas cristianas abstractas, sino que es urgentemente necesario que vivan la experiencia cristiana de un entorno impregnado de la presencia divina y de una intensa vida de oración y de caridad.
            No pensemos que podemos vivir como cristianos si adoptamos las actitudes de un mundo sin Dios. A fuerza de no vivir como se cree, se acaba creyendo como se vive. Ser cristiano es un estado de vida, no es un tinte, no es un barniz. Y a los cristianos hay que enseñarles a ser cristianos, educarles a redescubrir la gran riqueza que lleva inserta en su propio bautismo, fiándonos de dios y de aquellos que vayan dando muestras de su evolución en su propia conversión. Y aquel que haga la opción decidida de redescubrir la riqueza de su propio bautismo ha de buscar los medios que la Iglesia le brinda para hacerlo. Tengamos en cuenta que los desafíos actuales que afectan a nuestra fe no pueden ser resueltos con los medios pastorales usados en el pasado. Los laicos cristianos, consagrados y sacerdotes debemos organizarnos de un modo que nuestra vida concreta diaria no nos aleje de Dios y nos permita una auténtica coherencia con la fe viviendo en plena sintonía con el Magisterio de la Iglesia, la Tradición de la Iglesia, con los Sacramentos de la Iglesia y con la Palabra de Dios. Y cuando uno opta por ser fiel a Jesucristo las cosas no son nada fáciles. Tendremos que obedecer a la fe sin entender.
La Virgen María, estando desposada con José, y antes de vivir juntos esperaba a un hijo por obra del Espíritu Santo. Ella obedeció a la fe y colaboró activamente con Dios, aun sin entenderlo. San José, a punto de repudiar a María, en sueños se le apareció el ángel del Señor, y él obedeció a la fe colaborando activamente con los designios divinos. Ellos descubrieron la riqueza espiritual que lleva consigo el obedecer a la fe, porque obedecer al Señor es, sin lugar a dudas, el mayor de los aciertos

Homilía de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María


Homilía de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María
Domingo II del tiempo de Adviento, Ciclo A

María, según aparece en los evangelios, nunca fue una mujer pasiva o alienada. Ella colaboró desde un primer momento en la proposición el ángel. Por sí misma tomó la iniciativa y se fue rápidamente, cruzando las montañas, para ayudar a Isabel. En la gruta de Belén ella, ella sola, se defendió en el complicado y difícil momento de dar a luz. Cuando el niño se perdió en el Templo, la Madre no se quedó cruzada de brazos, sino que tomó la primera caravana y subió de nuevo a Jerusalén y removió cielos y tierra hasta que al tercer día lo encontró. En las bodas de Caná, mientras todos se divertían, sólo ella estaba atenta. Se dio cuenta de que faltaba el vino. Tomó la iniciativa y sin molestar a nadie, y con gran delicadeza lo solucionó. Y de estos ejemplos tenemos una infinidad. Y en el Calvario, cuando ya estaba todo consumado y no había nada que hacer, entonces sí, ella quedó quieta y en silencio.
Durante toda su vida aquel ‘hágase’ la librará de temores y caídas emocionales, le conferirá una fortaleza indestructible y la dejará sumida en un estado de señorío y dulzura. Ni las emergencias más crueles harán tambalear el equilibrio de una pobre de Dios. Y al no tener capacidades de solución, el cielo mudo y en silencio ¿qué hará la Madre? La prueba más costosa para la fe de María fue la travesía de la presión de los treinta años bajo eso a lo que llaman ‘la guerra psicológica del desgaste’. Dicen que una roca, cayendo gota a gota, termina por perforar las entrañas de una roca. Ser héroe una semana o un mes es algo relativamente fácil, no erosionarse por la acción invisible y pertinaz de la rutina es mucho más difícil. La fe de Abrahán fue sometida a la prueba del desgaste y sucumbió. La Madre sin embargo permaneció en pie. Situémonos en su caso, van pasando los años, la impresión viva de la anunciación quedó allí lejos, de aquello no queda más que un recuerdo desvanecido. La Madre queda atrapada entre el resplandor de las antiguas promesas y la vulgaridad de la realidad presente. Nazaret era un lugar tan insignificante que ni siquiera aparece ni en el Antiguo Testamento, ni en Flavio Josefo, ni en los mapas de los romanos.
La vida de una nazaretana se reducía a tener asegurada el agua y la leña, preocuparse seguramente de unas ovejas en el cerro, de unas gallinas y de tener dos piedras para moler el trigo, lo restante era monotonía, y la monotonía tiene siempre la misma cara; largas horas, largos días de los interminables treinta años, los vecinos se encierran en sus casas, en el invierno oscurece temprano, se cierran las puertas y ventanas, quedan ahí los dos, frente a frente, la Madre observa todo, ahí está el hijo que trabaja, come y reza. Pasa una hora y otra y otra y otra y otra. Pasa un día y otro y otro y otro y otro… una semana. Y pasa una semana y otra y otra y otra… un mes. El año parece una eternidad y siempre lo mismo, todo lo mismo, sin novedad. Parece que todo se ha parado en Nazaret. Y ¿qué hacía la Madre? En las eternizadas horas, en cuanto ella molía el trigo a mano, amasaba el pan, traía la leña del cerro o agua del pozo, daba vueltas en su cabeza las palabras que un día, ya tan lejano, le comunicara el arcángel San Gabriel: «Será grande, se llamará hijo del Altísimo, su reino no tendrá fin». Las palabras antiguas eran ciertamente resplandecientes, pero la realidad que tenía ante sus ojos era muy distinta. Ahí estaba el muchacho, trabajando en el rincón de la vivienda, trabajando solitario. ¿Será grande?, no, era igual que los demás muchachos de su edad. Y la perplejidad comenzó a golpear insistentemente las puertas ¿sería verdad aquello? ¿No habría sido ella víctima de una ilusión? Dios permanecía en silencio y ningún detalle actual confirmaba las palabras antiguas, estas ¿harán sido verdaderas? Esta es nuestra suprema tentación en la vida de fe, querer tener una evidencia, querer palpar la objetividad como una piedra fría, agarrar con las dos manos la realidad, dejar las aguas movedizas y pisar tierra firme y decir a Dios: ‘¡dame una garantía, una prueba, una señal!¡transfórmate ahora mismo en un fuego, en un río, en una tormenta!’. La Madre no hizo eso. Golpeada por la perplejidad no se agitó, quedó quieta, sin resistir. Cuando todo parecía absurdo ella respondía su ‘hágase’ al mismo absurdo y éste se desvanecía. Al silencio respondía con el ‘hágase’ y la ausencia se trasformaba en presencia. En lugar de exigir a Dios una garantía de veracidad, la Madre se abandonaba al misterio de Dios, quedaba en paz y la duda se tornaba en dulzura.
Ella supo avanzar en la oscuridad obedeciendo a la fe. La Madre observa, medita, calla. Golpe a golpe la vida iba desmoronando las promesas y las seguridades… en la vida oculta de Jesús. Ella es la pobre de Dios y como tal no puede pedir garantías como Gedeon, como Abrahán. Los pobres del Señor no andan con reclamos ni exigencias en su boca, sino con un ‘hágase’. ¿Qué hará la Madre para no sucumbir? Nos dice la Palabra que ella guardaba y meditaba los hechos antiguos en su corazón, ponderándolos, confrontándolos. Cuidaban de que estas estrellas nunca se apagaran en su cielo. Y cuando el cielo se oscurecía y su corazón se llenaba de desconcierto, recordaba, hacía presente en su mente las palabras antiguas y los hechos de misericordia que con su luz ponía en claridad y en consolación sobre la oscuridad del momento. Y así su fe pudo mantenerse en pie a pesar de haber sido combatida en esta peligrosa travesía de los treinta años. Para no sucumbir la Madre tuvo que desplegar una gran cantidad de fe adulta, aquella fe que sólo se apoya en Dios mismo. El secreto fue este, no resistir, sino entregarse. Al entregarse se disipan las dudas y nacen las certezas. Ella no podía cambiar nada, ni la tardanza de la manifestación del hijo, ni la rutina que como sombra envolvía todo, ni el silencio de Dios. La Madre se entregó una y mil veces en las manos de su Señor que disponía así las cosas y se libró de la angustia y permaneció de pie en medio de la noche.

08 de diciembre de 2019