sábado, 27 de julio de 2019

Homilía del Domingo XVII del Tiempo Ordinario, ciclo C


            Domingo XVII del Tiempo Ordinario, ciclo C
«Abrahán continuó: –Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?-. Contestó el Señor: En atención a los diez no la destruiré» [Génesis 18, 20-32].
            Muchas veces he oído expresiones como estas en los adolescentes: «Es que todos lo hacen, todos visten así, todos ven esta serie de televisión, todos tienen estas redes sociales, todos se quedan hasta tan tarde de fiesta…»,  «es que todos mis amigos ya tienen teléfono móvil y yo no lo tengo», «es que soy el único adolescente o joven que voy a la Eucaristía»,… y de éstas hay muchas. Y claro está, según como se vive se piensa.
            Toda la ciudad de Sodoma y Gomorra no se pervirtió de la noche a la mañana. Nos empezamos a pervertir cuando se empieza a hacer cesiones ante cosas que ni nos hablan de Dios ni nos acercan a Él. Y cuando hechas esas cesiones ni nos arrepentimos ni se hacen actos de reparación, sino que lo incluimos como un elemento normal en nuestra vida. Y además, pasa a ser algo tan normal y cotidiano que resulta extraño, e incluso molesto, que alguien se llegue a oponer a ello. Si hubiera encontrado a diez personas justas en la ciudad, toda la ciudad se hubiera salvado. El bien, el hacer el bien, el amar como Dios nos ama tiene gran poder. El amor tiene más poder que todo el odio del mundo. Por amor el hombre y la mujer se unen en matrimonio para formar un hogar cristiano; por amor somos capaces de irnos lejos de casa durante mucho tiempo para poder ayudar económicamente a nuestros seres queridos; por amor uno sacrifica su descanso y su tiempo libre para cuidar a un hermano, padre, familiar o amigo; por amor uno se priva de algo para que el otro lo pueda disfrutar; por amor uno corrige al que hierra; por amor uno enseña al que no sabe; por amor uno perdona a quien mucho le ha ofendido; por amor uno deja a sus familiares, amigos y conocidos para dar respuesta a la vocación dada por Dios; por amor uno se entrega al Señor sin tener seguridades, sólo confiando en su providencia… el amor es la fuerza más poderosa porque emana del mismo Dios.
            Todos queremos ser muy independientes, que cada cual piense y diga lo que quiera y que haga lo que a cada uno le dé en gana. Sin embargo todo esto es una falacia ya que actuando así cada cual “vive para sí mismo” y acumula riquezas para sí mismo olvidándose de lo que siempre va a permanecer y perdurar, que es Dios. Cierto que vivir para sí mismo es más gozoso y placentero, pero lo es sólo a corto plazo. Y además es una falacia porque creemos que somos libres, pero en el fondo estamos tan condicionados por lo que oímos, vemos, por la presión social y por los medios de comunicación que nos movemos a su ritmo creyéndonos que somos nosotros los que nos movemos cuando nos están moviendo.
            Sin embargo hay alguien que sí nos hace libres y nos enseña a vivir en libertad, y tiene un nombre: Jesucristo. Somos libres cuando amamos como Él nos amó; mejor dicho, como Él nos ama, porque está resucitado. San Pablo nos dice: «Estabais muertos por vuestros pecados». Sin embargo ahora estamos vivos gracias a Cristo. [Colosenses 2, 12-14]. Nuestro pecado sólo nos permitía pensar empecatadamente, y el pecado llamaba al pecado y generaba más pecado. Con el agravante de llegar a creer que esas cosas que hacíamos intrínsecamente malas, fueran asumidas como normales. ¿Cómo era posible que una persona embarrada de pecado pudiera pensar con criterios de amor? ¿Cómo poder aspirar el agradable perfume de rosas cuando se está rodeado de estercoleros, abono y cloacas de las que emanan pútridos olores? Sólo Cristo tiene el poder de hacer posible lo imposible. Dice la Palabra que «borró el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas y era contrario a nosotros; lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz». Por lo tanto a partir de ahora sí podemos ser libres, ya no somos esclavos del Maligno ni de nuestro pecado. El esclavo no tiene voluntad propia, tiene que hacer y se debe a su amo. Cristo al comprarnos con su sangre para Dios Padre nos ha devuelto la libertad que habíamos perdido como consecuencia de nuestro pecado. Y además, tanto nos ama que para que todos nosotros podamos vivir con plenitud en el amor nos regala su Espíritu Santo, el cual hemos de pedir diariamente [San Lucas 11, 1-13].
            Si pedimos diariamente su Espíritu Santo, y con el discernimiento que brota de Él vamos amando y luchando contra el mal, sin lugar a dudas podremos llegar a conseguir, con la ayuda de Dios, que nuestra sociedad y nuestro mundo no sea arrasado ni  destruido por el pecado que anida en el mundo.

                                        28 de julio de 2019

sábado, 20 de julio de 2019

Homilía del Domingo XVI del tiempo ordinario, ciclo C


Domingo XVI del Tiempo Ordinario, Ciclo C
            No hace falta ser muy listo para darse cuenta que la evangelización no es una prioridad en nuestra vida. Las personas tenemos la capacidad de adaptarnos a las diversas situaciones, por ejemplo, cuando hace frío nos abrigamos, cuando hace calor nos ponemos ropa ligera y nos refrescamos; no es lo mismo vivir en un pueblo que en una gran ciudad y según dónde estemos nos organizamos para desplazarnos para poder llegar puntual a los lugares y eso nos hace que constantemente estemos aprendiendo para mejor adaptarnos. Sin embargo, estamos sufriendo una parálisis de adaptación en el tema de la fe.
            Es como si el mundo hubiera domesticado a los creyentes. Y esto tiene se plasma en hechos concretos: poca gente se confiesa, poca participación dominical; escasos actos de reparación ante cosas que causan escándalo y que atentan contra la moral y las costumbres cristianas; la poca oposición contra la ideología de género que tanto daño hace… Cierto, somos cristianos, pero nos hemos adaptado al modo de proceder pagano.
            San Pablo nos invita a que luchemos contra el proceder pagano, contra las fuerzas del Maligno. Jesús durante su ministerio público estuvo luchando contra las fuerzas del mal y pasando por esta tierra haciendo el bien. Y Jesucristo, durante su vida convirtió solamente a unos pocos. Él ha dejado esta tarea de anunciar la conversión y de evangelizar al resto de los apóstoles. Por eso nos dice hoy San Pablo que «así completo en mi carne los dolores de Cristo». Se trata de colaborar con Jesús en la ardua tarea de la edificación del Cuerpo de Cristo. A modo de ejemplo: Todos hemos hecho el famoso pasatiempos de descubrir las siete diferencias en dos dibujos prácticamente calcados. Y cuando los descubríamos los marcábamos con lapicero o bolígrafo para destacarlos. Nosotros estamos en el mundo, pero debe de haber algo que nos diferencie del mundo al tener a Cristo con nosotros. Y ese algo que nos diferencia lo tenemos que dar a conocer porque las personas están sedientas, pero no han descubierto que tienen sed del Dios vivo. Uno anuncia a Cristo viviendo su propia vocación en la Iglesia y ejercitando su ser bautizado allá donde se encuentre. Pero la cuestión de fondo es ¿cómo pedir a un laico que sea como un azucarillo en el café que se diluya anunciando a Cristo en su ambiente de relaciones o de trabajo o familiar cuando no ven modelos de referencia?, o ¿cómo se puede llevar a el aroma de Cristo sino se vive en una comunidad cristiana de referencia?
Lo importante no es hacer muchas cosas, sino estar con el Señor, ser alumnos de tan gran Maestro, viviendo las 24 horas para el Señor. Y así las personas puedan descubrir las famosas siete, ocho o nueve… diferencias.
21 de julio de 2019

miércoles, 17 de julio de 2019