viernes, 31 de diciembre de 2010

1 de enero de 2011

1 de enero de 2011

SANTA MADRE DE DIOS

Hemos empezado un nuevo año y de nuevo se nos brinda la oportunidad de planear proyectos, objetivos a realizar e intentar conseguir esas cosas que deseamos. Pero primero, debemos de dar gracias a Dios por el año que ya hemos vivido y reconocer que el tiempo se nos ha escapado como se escurre el agua entre las manos.

Esta noche, en muchos lugares de nuestra geografía la fiesta se habrá prolongado hasta altas horas de la madrugada, dando la impresión que el consumismo, los litros de alcohol y el ruido ensordecedor de las discotecas es lo que realmente importa. Nosotros los cristianos tenemos que tener la vista clara y la mente despejada. Es bueno que nos alegremos y que disfrutemos con la familia y amigos deseándonos los buenos deseos, pero no olvidemos que hay Alguien a quien hay que agradecerle muchas cosas y pedirle mucha fortaleza. Ese alguien es Jesucristo.

Este año es una oportunidad de oro para redescubrir la novedad de Jesucristo para tu vida. El problema está si nos hemos acostumbrados a vivir sin Cristo. Por eso es fundamental que durante este año nos esforcemos en buscar al Señor, en estar atentos a lo que Él nos aporta a nuestra vida personal, familiar, laboral, relacional. Nosotros no somos dueños del tiempo, nosotros vivimos en medio del tiempo. Nosotros no estamos llamados a quedarnos en esta tierra, sino a ir a la eterna. Nosotros no estamos llamados a apegarnos a las cosas materiales sino a aficionarnos a las espirituales.

Muchas veces no seguimos a Cristo con convencimiento ni con alegría por una única razón: Porque en realidad no le conocemos. El pueblo Israelita era numeroso, y muchos se enardecían de formar parte de ese pueblo elegido por Dios. La Thorá, la Ley judía se la sabrían de memoria y asistirían a todos los ‘sabat’ y fiestas hebreas, sin embargo, a pesar de todo eso, no llegaron a conocer quién es en realidad Dios. Pero, en medio de todo ese pueblo hebreo, residía el auténtico ‘resto de Israel’. En medio del tumulto había un grupo muy pequeño, un grupo que pasaba totalmente desapercibido en medio de esa multitud, pero que conservaba el amor puro en Dios. Dios se regocijaba, se alegraba, gozaba en ese pequeño grupo, en ese ‘resto de Israel’. De tal modo que ese pequeño ‘resto de Israel’ era el auténtico pueblo de Israel. Y como lanza que despunta en medio de ese pequeño ‘resto de Israel’ surge, como rayo de sol en medio de las nubes, una mujer, una criatura, que hace que los ojos de Dios se enternezcan: Santa María. Ella tenía la vista muy clara, la mente muy despejada y el corazón ardiendo porque sabía por propia experiencia que sólo en Dios se haya el amor; solo Dios, todo para Dios y únicamente Dios.

Nosotros formamos parte del Pueblo de la Nueva Alianza, sin embargo, aún perteneciendo no llegamos a vibrar con Jesucristo porque nos hemos acostumbrado a nuestras cosas y costumbres, y no nos dejamos deslumbrar por la novedad que Él mismo nos trae. Ojala que este nuevo año 2011 sea para nosotros un avance importante en el redescubrimiento de la persona y mensaje de Jesucristo. Así sea.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Domingo de la Sagrada Familia 2010

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET, 26 de diciembre 2010

San Pablo, cuando escribe a la comunidad de Roma les exhorta con estas palabras: «No os acomodéis a los criterios de este mundo» (Rom 12,2). Dicho con otras palabras: no os dejéis confundir con ideas ajenas a las cristianas; que no os “den gato por liebre”, aceptar las ideas que procedan de Cristo y desechar las que procedan del mundo. Hay corrientes de pensamiento moderno que exaltan la libertad hasta el extremo de considerarla como un absoluto y como una fuente de valores. Hay personas que se plantean la libertad como una conquista de derechos, de derechos que no tienen ningún tipo de base real, derechos que no son propiamente derechos, sino que son la pretensión de reglamentar e institucionalizar algo que no tiene “ni pies ni cabeza”. Sin embargo están obcecados en otorgar, a esa cosa extraña, una carta de ciudadanía.

Hoy se oye una cosa llamada “ideología de género”. Ahora, dicen, que uno puede nacer hombre o mujer, pero que uno debe de elegir si desea ser hombre o mujer, o homosexual masculino, o homosexual femenino, bisexual o transexual. Para muestra un botón: recuerden todo el auge informativo y toda la campaña propagandística que tienen en los medios de comunicación el llamado “día del orgullo gay”, o con series televisivas como “Modern Family” que presentan como familia a dos hombres casados con una niña vietnamita adoptada, o como hacen algunos maestros de primaria cuando promueven actividades en los que los niños varones jueguen con las muñecas haciendo el papel de la mamá en vez de que ese niño varón juegue con esa muñeca pero desempeñando el rol de papá, ya que es un niño y no una niña.

Todas estas doctrinas son totalmente ajenas al cristianismo y se encuentran muy lejos del ideal plantado por la ‘Sagrada Familia de Nazaret’.

Todos nosotros formamos parte del Pueblo elegido por Dios y en este Pueblo hay hombres y mujeres. El libro del Génesis nos dice: “Se unirá el hombre a la mujer y serán los dos una sola carne”. La unión de un varón y de una hembra forma parte del proyecto de Dios y no es fruto de la reflexión humana; es algo querido por el mismo Dios y que responde a lo que las cosas son en realidad.

La familia, fruto pleno del amor. El gozo que el esposo y la esposa experimentan en su mutuo amor se multiplica cuando, como padres, pueden abrazar a su hijo. En la paternidad y en la maternidad los esposos encuentran una plena realización de su amor. A través de la figura del padre y de la madre, el niño adquiere su identidad personal y sexual como hombre o mujer. En el matrimonio, Dios une a hombre y mujer para que formando “una sola carne” puedan transmitir la vida humana. Acogiendo nuevas vidas y educando a los hijos en las virtudes, el hombre y la mujer, como esposos y padres, cooperan a la obra de Dios y garantizan el futuro de la humanidad.

viernes, 24 de diciembre de 2010

CONCIERTO DE NAVIDAD CORAL CASTILLA VIEJA DUEÑAS -2006

25 de Diciembre 2010 NATIVIDAD DEL SEÑOR

25 de Diciembre 2010 NATIVIDAD DEL SEÑOR

Hoy encontramos en un pobre portal, acurrucado entre la fresca paja de un pesebre, al Hijo de Dios. Dios se ha encarnado, Él está entre nosotros. Durante el Adviento, Juan el Bautista nos hacía un llamamiento a la conversión, a preparar los caminos al Señor; la Santísima Virgen nos enseñaba a cómo acogerlo en nuestra vida y San José nos dio sus sabias lecciones de cómo hacer todo por amor a Dios. Ellos deseaban que todos nosotros estuviésemos preparados para acoger al Niño Dios, para que apenas viniera y llamase, poderle abrir.

La Navidad son fechas que nos recuerdan cuáles son nuestras raíces y nos indican los caminos más acertados para construir, con sólidos cimientos, nuestra sociedad. Dios no ha venido para quitar al hombre sus ilusiones o sus pretensiones. Dios tampoco ha venido para suplantar al hombre o hacerle de menos. Dios ha venido para acompañarnos y aportarnos esa salvación que el mundo no nos puede proporcionar. Y para hacerlo ha tomado el camino de la humildad más profunda; nacer en un pobre portal para que desde el más pobre hasta el más rico puedan acercarse.

La Navidad deberíamos de descubrirla como si se tratase de un hermoso regalo adornado con un precioso papel de envoltura con sus lacitos de colores, debemos de desembalarlo para poder descubrir y alegrarnos con el presente que se nos ha entregado. Corremos el riesgo de quedarnos con lo anecdótico, los villancicos, el turrón y olvidarnos de lo esencial, y lo esencial es lo que queda después de haber desembalado todo el envoltorio. Lo esencial es que Dios, movido por amor, se ha encarnado para que tú y para que yo seamos salvados. Si en todos estos acontecimientos que ahora estamos celebrando prescindiésemos de la fe nos asemejaríamos a un globo desinflado o a un acontecimiento meramente social que se celebra pero que también se puede dejar de celebrar.

Tener los Nacimientos puestos en nuestras casas o tener a la vista símbolos cristianos lejos de ser una provocación para el no creyente es una invitación a construir las relaciones humanas no con la violencia, sino con la paz, no con el orgullo, sino con la humildad, no con los gritos, sino con el diálogo. Se podrán tener muchas formas de pensar o muchas sensibilidades ideológicas, pero hace falta ser más frío que el hielo para no descubrir la ternura que irradia este Niño, el Niño Dios.

Dios se ha hecho carne para que tú encuentres en Él a Alguien que te sostenga, y que en medio de las carencias, dolores y dificultades, puedas hallar a ese Alguien, que es Jesucristo, para que se haga realidad esa promesa de un amor indestructible.

¡¡¡ Feliz Navidad !!!.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Homilía del Cuarto Domingo de Adviento, ciclo a

En este cuarto domingo de adviento aparece en escena un personaje bastante importante: San José. Dios había pensado en este gran santo para que guardara y protegiera a la Santísima Virgen y a su Hijo.

Vamos a encuadrar la escena bíblica. José y María estaban comprometidos para casarse; estaban desposados. Y la ley judía exigía una norma de pureza ritual y corporal: no mantener relaciones sexuales hasta la fecha de la boda. Y a todo esto, en el tiempo comprendido entre el desposorio o compromiso de boda y la boda propiamente dicha, sucede que ella, María, se marcha lejos, a la montaña, a la casa de su prima Isabel, la cual está en cinta, tal y como le dijo el Arcángel San Gabriel en la Anunciación. María está con Isabel unos tres meses y después regresa hacia su casa en Nazaret. Al llegar a Nazaret todos se percatan, todos se dan cuenta que María está en cinta, que en su seno se está gestando una nueva criatura. Y a partir de aquí empieza un doble tormento, tanto para María y como para José.

Hay un detalle que no quiero que pase desapercibido. Dios está orquestando toda esta historia. Dios conocía perfectamente las costumbres y las leyes judías respecto a la pureza. Dios estaba muy puesto al día del desposorio realizado entre María y José, Él sabía que ambos estaban comprometidos para el matrimonio. Sin embargo, en la Anunciación el Espíritu Santo la cubrió con su sombra. Dios envía a un Arcángel para decirla, además, que su prima, anciana y estéril había concebido un hijo y que estaba en el sexto mes de embarazo. Dios hace llegar esta noticia por medio del Arcángel San Gabriel a María no para darla un cotilleo sino para que fuera a ayudarla en este duro trance de dar a luz a un niño. Dios lo preparó todo para que estos acontecimientos sucedieran así.

El caso es que al llegar a Nazaret y no pasar desapercibido el embarazo de María, se plantea un problema muy serio a José: Cree que su prometida le ha sido infiel y se ve obligado tomar una decisión durísima; redactar un acta de repudio para repudiarla, y acto seguido, María sería lapidada ya que de ese modo, con su muerte, se borraría el pecado cometido en medio del pueblo judío.

Lo curioso de todo esto es que el mismo Dios había provocado la situación que podía haber desembocado en la muerte a pedradas de María. Sin embargo, Dios que es sabio, y que sabe que las espadas afiladas y resistentes se forjan en las fraguas con altísimas temperaturas siendo avivado el fuego con el fuelle y que conoce la profunda nobleza de José y la fortaleza de María les quería preparar en la complicada tarea de educar al Hijo del Altísimo, al Hijo de Dios. Todo lo que Dios nos manda es para nuestro bien.

Sin embargo, Dios vuelve de nuevo a intervenir, enviando, de nuevo, Dios a un ángel para decirle a José que María le ha sido totalmente fiel y que quiere contar con su persona para que haga de padre del Niño. Ante esto, José hace una cosa digna de elogio; acepta sin objeciones el nuevo plan de Dios para su vida; y José destaca, sobre manera en otro aspecto, también digno de elogio: ser un especialista en las virtudes calladas haciendo todo por amor a Dios.

viernes, 10 de diciembre de 2010

domingo, 5 de diciembre de 2010

2º Domingo de Adviento, ciclo a

Hoy Juan el Bautista aparece en escena y empieza haciendo un llamamiento impetuoso a la CONVERSIÓN. Juan el Bautista nos dice: «Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos». Seguro que algunos dirán, otra vez con el mismo sermón de que nos convirtamos, que seamos buenos y todo eso. Lo cierto es que Juan el Bautista lo dice y con mucha claridad, y el porqué de la necesidad de convertirse es porque es preciso ‘para preparar el camino del Señor y que allanemos sus senderos’. Sin embargo, como tantas veces oímos estas cosas, pues, lo más normal es que ‘pase sin pena ni gloria’ esta invitación.

Nosotros nos tenemos que convertir no para ponernos una medalla por ser mejores, o lo más santos, sino que nos debemos de convertir porque ‘Cristo debe de reinar en nuestras almas’. Estos días que tenemos las carreteras con nieve y con placas de hielo, y el espacio aéreo del territorio español cerrado con todo el caos generado, sentimos la importancia de tener las vías de transporte y de comunicación abiertas y despejadas, sin riesgos y en buen estado. Las vías de transporte que emplean nuestras almas son la oración y los sacramentos. Y el tránsito por dichas vías está muy despejado, sin problemas ni incidencias.

Pues bien, nosotros los cristianos también estamos llamados a seguir las huellas de Jesucristo y para ello es importante quitar del medio todos los obstáculos que nos impidan seguirle con fidelidad. Es cierto que podremos tener algún resbalón, como suele suceder cuando las aceras están con placas de hielo por las bajas temperaturas, sin embargo, nos levantamos con la confianza de tener a nuestro Padre Dios con las manos tendidas a nuestro encuentro.

Me suelo encontrar con gente que me dice que ellos no tienen porqué confesarse ni convertirse porque ellos no tienen remordimientos de conciencia ni nada de eso. Lo cierto que a mí me da mucha pena porque sus corazones se han endurecido de tal forma que no son capaces de sentir el dolor que causamos a Dios cuando le ofendemos. Sus corazones están como helados, como las puertas cuando no se pueden abrir debido a una soberana helada que ha dejado, temporalmente, inutilizable, esa cerradura. O como los grifos de nuestros patios y corrales que, después de las bajas temperaturas, se bloquean por quedar congelado el agua que contienen. Primero es preciso poner nuestras almas cerca del Sagrario para que nos reconforte con su calor y así poder acoger a Cristo que viene. El Sagrario debería de ser como la estufa que caliente nuestras almas con el amor desbordante del corazón de Nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.

Ojala que, cayendo en la cuenta de nuestros pecados y arrepentidos de haberlos cometido, salgamos al encuentro de Aquel que vino a nosotros a salvarnos por amor. Así sea.

Christmas Food Court Flash Mob, Hallelujah Chorus - Must See!

martes, 30 de noviembre de 2010

Homilía funeral de un hombre de 65 años de edad

HOMILÍA:

Cuando la muerte llama a las puertas de nuestras casas nos genera un dolor difícilmente descriptible con las palabras. Sentimos que algo nuestro, alguien que formaba parte de nosotros nos ha sido arrebatado. Que esa persona querida, que nos ha aportado muchas cosas, con la que hemos compartido alegrías junto con las penas ha dejado de estar en esta vida. Dentro de nosotros se da esa angustia que hay que soportar porque no queda más remedio, pero que a la vez, uno no quiere pensar que lo que está sucediendo sea real, deseando, en el fondo del alma, que este trance tan doloroso, únicamente sea una pesadilla, un mero sueño. Sin embargo es real.

Hermanos, nuestro hermano Onofre ha partido hacia la casa del Padre Eterno. Durante el transcurso de nuestra vida no le volveremos a ver, aunque sí podremos gozar de su presencia cuando todos nos reunamos allá en lo alto, en compañía de Aquel que, por amor, murió por nosotros en una Cruz.

Nosotros los cristianos no podemos caer en la desesperación ya que Jesucristo nos está esperando en aquella otra orilla. Es verdad que el dolor no nos lo ahorra; sin embargo nos ofrece la serenidad de saber que todo en la vida forma parte de un plan de salvación de Dios, ya que Él nos desea congregar a todos, junto con Él en la Gloria del Cielo.

Los hombres, muchas veces nos enfrascamos en problemas, nos llevamos berrinches por muchas cosas, pensando de un modo equivocado, que en esas pequeñeces nos jugamos la vida. No podemos negar que la realidad sea dura y que nos toque luchar, pero tampoco debemos de olvidar que el dueño de nuestra vida es Dios y que nosotros únicamente somos meros administradores y que cuando nos toque dar cuentas ante Dios únicamente deberemos decir: «Siervos inútiles somos, hemos hecho lo que teníamos que hacer».

El momento que ahora está atravesando nuestro hermano Onofre lo tendremos que pasar todos. Por eso es fundamental que cada cual edifique su vida sobre roca, tal y como nos indica Jesucristo. Es cierto que la vida espiritual no se puede calibrar, ni pesar, ni comprar o vender, tampoco se puede presumir de ella ni exhibirla para fines económicos… tal vez por eso la vida espiritual sea, muchas veces, poco apetecible. Sin embargo, “lo esencial es invisible a los ojos”, y lo que resulte poco apetecible o fácilmente sustituible por otras cosas, resulte la piedra angular, el punto de apoyo para poder entender la vida con la esperanza y ese gozo que únicamente Jesucristo nos puede ofrecer. Como si se tratase de una mesa de despacho repleto de papeles y de carpetas amontonadas acompañadas de un gran desorden… así es, desgraciadamente nuestra vida, los quehaceres nos absorben y no caemos en la cuenta de dar las gracias a Dios por todo lo que Él nos da y por todas las personas que Él mismo nos ha puesto en nuestro peregrinaje. Por eso damos gracias a Dios por la vida de nuestro hermano Onofre y pedimos al Creador de todo que le acoja en su Gloria.

Dale Señor el descanso eterno… y brille para él la luz perpetúa. Descanse en Paz. Así sea.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Homilía, Primer Domingo de Adviento, ciclo a

El Señor nos dice que estemos en vela, que mantengamos una actitud de vigilancia. Que seamos como los vigilantes que desde lo alto de la atalaya divisan los amplios campos para alertar tan pronto como se atisbe al enemigo. Cristo nos pide que estemos despiertos, vigilantes. Sin embargo ustedes me pueden preguntar; ¿qué tenemos que vigilar?, ¿tanto valor tiene esa cosa que nos pide, el mismísimo Jesucristo, que estemos en vela y preparados?.

Yo supongo que, si el Señor insiste tanto, es porque nos estamos jugando cosas muy importantes. Pero, ¿para vigilar eso que nos pide Jesucristo necesitaremos unos prismáticos o unas lentes de aumento?, ¿acaso tendremos que adquirir un radar para ampliar más el perímetro de observación?. Como se podrán imaginar, no hacen falta estos artilugios para nada.

¿Acaso nos tendremos que hacer un escáner corporal o una resonancia magnética en el hospital para poder diagnosticar alguna enfermedad?. No nos hace falta, aunque sí sería muy interesante poder escanear o realizar una resonancia magnética a nuestra vida familiar, social, parroquial y laboral. Tal vez creamos que en la vida conyugal y familiar todo marche bien, y resulte que, por no estar lo suficientemente vigilantes, estemos descuidando los detalles de cariño, los actos de servicio y el diálogo frecuente y sincero entre y con los nuestros. Tal vez estemos haciendo un juicio incorrecto y duro con tal persona o tal vecino y no hayamos sido capaces de tener una palabra de disculpa con él. Tal vez no estemos lo suficientemente vigilantes para darnos cuenta que, quizá, algunos malos hábitos adquiridos en el tiempo, puedan estar dañándonos en las relaciones con la familia y con los demás del pueblo.

El Apóstol San Pablo lo manifiesta con gran lucidez: «Dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz». Y las actividades de las tinieblas es todo aquello que pueda ‘oler’ a odio, a rencillas, a malos entendidos enquistados, a ‘negar el saludo’, a envidias, en una palabra, que pueda oler a PECADO. Sin embargo, ¿cómo puedo caer en la cuenta de las ‘actividades de las tinieblas’ si ya me he acostumbrado a vivir con ellas?. ¿Existe algún tinte especial que me sirva para decolorar esa parte ‘oscura’ de mi vida y así poderlo ver con mayor claridad?. El tinte no existe, pero existe el remedio eficaz: Ponerse ante Jesucristo y dejarse mirar por Jesucristo. Cuando una persona reza con recogimiento y le pide ayuda al Señor, el mismo Señor ya te ofrece la gracia necesaria para detectar todo aquello que te separa de su amor y del amor de todos lo que están a tu lado. Es entonces cuando uno siente la necesidad de acudir al Confesionario para reconocer que, en muchas facetas o aspectos de nuestra vida, no hemos sido vigilantes y hemos dejado, por pereza o por desidia, que ‘el ladrón hiciera un boquete en nuestra casa’ perdiendo, a raudales, ese cariño y comprensión que muchas veces tanto añoramos.

Hagamos caso a la exhortación del Apóstol San Pablo: «Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad».

jueves, 25 de noviembre de 2010

Homilía de funeral de una persona de 89 años

HOMILÍA:

Como Comunidad Cristiana acompañamos en el dolor a esta familia. Dios quiso ayer llamar a nuestro hermano Manuel ante su presencia. Ahora se está dirigiendo hacia la morada del Padre Eterno, mientras nosotros, aquí, lloramos su muerte a esta vida terrena.

Lo más importante de todo esto, hermanos, es que cada cual administre su vida de tal manera que, cuando tengamos que encaminarnos hacia Dios Padre tardemos lo menos posible, para poder gozar, cuanto antes, de su Soberana presencia.

Cada uno de nosotros somos creaturas moldeadas por las manos del Creador. Aparentemente parece que podemos hacer todo cuanto nos propongamos, sin embargo, somos muy quebradizos ya que no estamos destinados a ser inmortales en esta vida; estamos llamados, desde antes de la creación del mundo, a vivir en plenitud junto a Dios. Todos somos un regalo de Dios, y hoy, damos gracias a Dios por habernos regalado a Manuel. Manuel nació y existió porque previamente Dios Padre pensó en él y le amó antes de su propia concepción. Ahora nos duele el desgarro de su separación; nos duele porque somos humanos y porque palpamos nuestras serias limitaciones como criaturas que somos.

Nuestro hermano Manuel, en la Santa Misa y tras las palabras de consagración pronunciadas por el sacerdote veía como el oficiante elevaba con sus manos la Sagrada Forma, la cual ya había dejado de ser pan para convertirse en el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo. Manuel la adoraba con veneración y respeto contemplando, en actitud orante, con esta textura de pan: lo hacía desde esta, nuestra actual orilla. Sin embargo ahora, nuestro hermano Manuel, al dar el salto de esta vida hacia la otra, podrá adorar con veneración a Cristo desde la otra orilla, y ahora ya no le verá con esa textura de pan, sino que le podrá contemplar tal y cual es, viéndose reflejados en los ojos del Señor. Nosotros desde aquí seguiremos adorando a la Santísima Forma Consagrada con la forma del pan y Manuel, a su vez, lo podrá adorar, incluso fijándose, en sus heridas de las manos y en los pies causadas por los clavos de la Cruz.

Sin embargo, y tal y como ocurre con los zapatos con el polvo de los caminos, se terminan ensuciando. También Manuel, como cada uno de nosotros, al caminar por los senderos de esta vida, también se ensuciaría con el pecado. Durante nuestra vida terrena el Señor nos regaló el sacramento del perdón o la confesión para podernos purificar y vivir en plena amistad con Él. Ahora nuestro hermano Manuel no puede hacer uso de dicho sacramento, sin embargo Dios que nos ama con gran pasión y que desea tener a Manuel lo antes posible ante su Divina y Soberana presencia, nos ofrece un medio para ello: Rezar por él y aplicar la Santa Misa por el eterno descanso, junto a Dios, del alma de Manuel. Un alma que al final de los tiempos, con la resurrección de la carne, se unirá con su cuerpo traspasado por el espíritu.

¡¡¡ Dale Señor el descanso eterno!!!, ¡¡¡ y brille para él la luz perpetua !!!. Así sea.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario:JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

Hoy celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Éste rey no gobierna a sus súbditos sentado en un trono de oro ni de piedras preciosas. Ni tampoco les impone impuestos ni leyes para regir su territorio. Jesucristo es rey, pero es un rey distinto y muy superior a los otros reyes.

Jesucristo reina desde la Cruz. La Cruz es su trono y desde allí guarda una especial solicitud por cada uno de nosotros. Es en la Cruz donde Él nos regala la Salvación que procede de Dios. Es desde su costado, traspasado por la lanza del soldado, desde donde brotan los sacramentos. Es desde la Cruz donde nos entrega a su Madre como nuestra Madre. Es en la Cruz donde derrama su sangre para que todos nuestros pecados sean perdonados. Es en la Cruz donde Él muere para luego conducirnos a la Gloria. Este rey no recauda impuestos, este Rey nos regala la salvación de Dios.

Pero no solo eso; tiene un talante de gobernar un tanto peculiar. Aún estando colgado del madero de la cruz; aún estando sumergido en un dolor indescriptible sigue teniendo palabras de inmensa ternura y de perdón. Aún es ese suplicio, con las manos y los pies taladrados aprovecha cualquier oportunidad para incorporar, aunque sea a última hora, a aquel que se arrepiente: El buen ladrón.

El buen ladrón abre su corazón ante Jesucristo. El buen ladrón tiene bien presente la causa de su condenación y tiene el sentimiento profundo de dolor por haber ofendido a Dios. En la cruz manifiesta ante Jesús crucificado su pecado y acude a Jesucristo reconociéndole como su Salvador. Y es aquí, cuando Jesús, en medio de los terribles tormentos, da una suprema manifestación de perdón y de cariño ante el pecador arrepentido abriéndole las puertas del Paraíso.

El Corazón de Cristo es misericordioso hasta el extremo. Aprovecha cualquier ocasión para ofertarnos la salvación. Estando en la cruz le reconcilia con el Padre. Es cierto que el buen ladrón, a los ojos de todos los que se encontraban allí presentes, muere como un malhechor, sin embargo, Dios se alegra porque esa oveja perdida ha sido hallada.

Hermanos, el buen ladrón, con su comportamiento, nos cuestiona, nos interpela, nos amonesta. El buen ladrón fue capaz de reconocer al Salvador del mundo estando el mismo Salvador cosido a una cruz, y en esa circunstancia de tantísimo sufrimiento, cuando todo hacía pensar que iba a acabar allí, con toda aquella sangre derramándose por el suelo, con las heridas profundas causadas por los sanguinarios soldados, con la corona de espinas bien incrustadas en su cabeza, con sus manos y sus pies ensangrentados por los clavos, … pues aún así, sin embargo, el buen ladrón le reconoció y creyó totalmente en Jesucristo como su Salvador.

Hermanos, tenemos la suerte de tener al Señor en medio de nosotros en el Sagrario, y de poderle hacer presente en la Eucaristía, y de poder obtener su perdón en el sacramento de la reconciliación… tenemos la suerte de poder contar con su presencia, y muchas veces, sin darnos cuenta, ni lo valoramos.

¡¡¡Señor, ten misericordia de nosotros, porque hemos pecado contra ti!!!.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Ante el fallecimiento de una anciana...

Dios es un raudal de ternura. Dios, con su forma de actuar, tiende a desconcertar a los hombres. Un Dios que es Todopoderoso, que es Creador, que es el Eterno, que es el Inabarcable, se hace el encontradizo en cosas tan sencillas, tan simples y tan bellas como la sonrisa de una anciana. Realmente Dios tanto nos ama que aprovecha cualquier oportunidad para estar a nuestro lado. Tal vez se estén quedando un poco desconcertados con estas palabras; pero no se preocupen, porque ésta es la dinámica y la pedagogía que emplea Dios con nosotros: Se hace pequeño entre los pequeños para llegar a todos. ¿Se podría decir que a Dios le gusta practicar el juego del ‘esconderite’ con nosotros?. Tanto como jugar al ‘esconderite’, sinceramente, no lo se. Lo que sí puedo afirmar es que Él es sumamente creativo para hacerse el encontradizo, tal y como les sucedió a los Dos Discípulos camino de Emaús o cuando se le encontraron andando sobre las aguas en aquel lago.

Si esperamos encontrar a Dios en una gran manifestación en el cielo o en un gran cataclismo en la tierra, como si se tratase de una gran epifanía con tintes apocalípticos, bien podemos olvidarnos de ello. En cambio, de los labios de Nuestro Señor Jesucristo sí que nos dijo lo siguiente: «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me alejasteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel, y fuisteis a verme». Da la impresión de que Jesucristo jugase con nosotros al ‘esconderite’ o al juego de ‘los disfraces’. Ahora bien, no olvidemos que Dios se toma muy en serio al hombre, por eso, a punto y seguido, el mismo Jesucristo nos pone ‘todas las cartas sobre la mesa’, para que nadie se sienta ni engañado ni confundido. Por eso Jesucristo añade: «Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, CONMIGO LO HICISTEIS». Jesucristo se identifica con estas personas más pequeñas, se identifica con aquellos que no tienen importancia en este mundo nuestro. Y esto es un motivo más para bendecir al Creador de todo.

Hoy damos sepultura cristiana a nuestra hermana Araceli. Una mujer que en el último tramo de su peregrinaje por esta vida tuvo un desgraciado accidente al caerse rodando por las escaleras. Una mujer que, en el hospital, fue reconfortada con el sacramento de la Unción de los Enfermos, administrada por el Capellán. Una mujer que fue asistida, acompañada y reconfortada con el gran cariño de amigos así como por el de las trabajadoras de la residencia de Cevico de la Torre. A mi, como sacerdote, me alegraba el corazón cada vez que era testigo de los gestos de cariño y de preocupación que recibía Araceli por parte de todos aquellos que la querían y que ahora se comprometen a rezar por su eterno descanso en la Gloria junto a Dios Padre y en compañía de Nuestra Santísima Madre, la Virgen Santa María.

¡Dale, Señor el descanso eterno!, ¡y brille para ella la luz eterna!. Descanse en paz.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Homilía del domingo 14 de Noviembre 2010

Hace ya tiempo, por las tierras navarras, mantuve una conversación con una mujer de mediana edad que recriminaba a la Iglesia alegando que los Obispos y los curas imponíamos nuestra forma de pensar a la gente. Yo la argumentaba que a Jesucristo le seguimos en su Iglesia, que es la Católica, y que Él, y por supuesto la Iglesia, constantemente está proponiendo, ofreciendo criterios, planteando argumentos para enriquecer y que nunca impone. Propone pero no impone. La Iglesia hace unas propuestas que brotan, que manan de la Sagrada Escritura, del Magisterio y de la Tradición, y que es el Espíritu Santo el que está detrás de todo esto dinamizándolo desde dentro.

Yo a esa mujer enseguida ‘la calé’, es decir que me di cuenta ‘por donde iban los tiros’. El razonamiento de esta señora era el siguiente: «No existen los hechos, sólo interpretaciones», dicho con otras palabras: Un comportamiento, una actuación es buena, no porque lo diga la Iglesia o el Papa o el mismo Jesucristo, sino que es buena, simplemente, porque me apetece, me interesa que sea buena. Según esta mujer respaldaba con fuerza el aborto, presentándolo como un derecho de las mujeres, porque cada cual podía hacer con su cuerpo lo que le diera la gana, e incluso, argumentaba que lo más importante era mantener ‘su ritmo de vida’, ‘mantener su estatus social’ y su ‘alto nivel de gastos’. Yo la comentaba que ella, que decía defender ‘a capa y espada’ la libertad, era sin embargo esclava de la dictadura del relativismo, ya que todo podía pasar como válido un día y no válido al siguiente. Negaba que hubiera algo o alguna cosa buena en sí misma.

Hermanos todos en Cristo, nosotros tenemos un modelo a seguir, el cual es el Camino, la Verdad y la Vida; su nombre es JESUCRISTO. El propio San Pablo, cuando escribe a la comunidad de Tesalónica, nos dice que ‘imitemos su ejemplo’, que a su vez, está tomado del mismo Señor. Sin embargo ustedes me pueden preguntar: ¿cómo podemos imitar el ejemplo de Jesucristo?. Pues miren ustedes, en el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium, 31) nos ofrece la clave: «A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios». El padre y la madre de familia tienen que gobernar su casa, amarse entre ellos y educar a sus hijos según los criterios de Dios. El joven tiene que trabajar, estudiar, divertirse, relacionarse según los criterios de Dios. Y me pueden decir; pues nos has quedado igual que antes. Por eso es muy importante sentir la necesidad de cuidar la vida espiritual. ¿Cómo puede alguien organizar su vida según los criterios de Dios sino tiene los oídos despiertos para escuchar la Palabra de Dios ni el corazón arrepentido para acudir al confesionario, ni siente el hambre de recibir la Sagrada Comunión?. ¿Cómo puede uno organizar su vida familiar, laboral, relacional y festiva sino conoce los criterios que ofrece el mismo Jesucristo?. En el Salmo Responsorial hemos repetido que ‘El Señor llega para regir la tierra con justicia’, lo que implica la necesidad de ir adquiriendo un corazón obediente a la voluntad divina. Pero atención, el hecho de tener un corazón obediente a la voluntad divina no nos hace inmunes a los problemas, no nos van a alejar los problemas. Recordemos las palabras de Jesucristo en el Evangelio: «Os echaran mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre». Pero a punto y seguido el Señor nos promete: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

Cada uno de nosotros, cada vez que gestionamos los asuntos temporales según Dios, estamos construyendo la Iglesia de Aquel que desea congregarnos a todos en la Patria del Cielo. Así sea.

domingo, 7 de noviembre de 2010

HOMILÍA Domingo XXXII del Tiempo Ordinario, 7 de noviembre 2010

No puedo borrar de mi mente la noticia que escuché en el coche de la emisora RADIO MARÍA. La periodista decía que el pasado mes de octubre, en Irak, una comunidad católica que celebraba la Eucaristía, se vio sorprendida por un comando terrorista, que los sometió a criminal encerrona y al asesinato después. Entre una u otra actuación, de quienes delinquían (los terroristas) y de quienes los querían liberar, han muerto más de cincuenta personas. El saldo es terrible, pero apena más, algún detalle que nos dan. Entre las víctimas dos eran sacerdotes y otra una niñita de dos años. Profesaba la asamblea la misma Fe que la que ilumina nuestra vida, pero manifestarlo en aquel país, como en otros, es peligroso; no obstante no dejaron de acudir este domingo a Misa. Encontraron la muerte, viven feliz existencia junto a Dios. Se arriesgaron, inicialmente perdieron, fueron mártires.

Esta mañana con toda tranquilidad, sin que nadie vigilara las puertas de la iglesia, celebramos la Misa dominical. No estábamos todos los que yo esperaba o suponía. Aunque es de agradecer y alegra el corazón ver a los que sí que estamos celebrando la Santa Misa. Sin embargo, hoy, que es un día en el que no hay ni clases ni trabajos se echa de menos la presencia de otros hermanos en la fe. Algunos pueden justificar su ausencia alegando que desean quedarse un poco más al calor de las sábanas, o que les da algo de pereza salir de casa para ir a la Iglesia, o que en la Eucaristía se aburren porque no han llegado a alcanzar la importancia que tiene, pero poco a poco se conseguirá si así se desea. Otros no se animan a venir porque están atravesando algún momento obscuro en la fe… habrá de todo.

Tal vez, las palabras del Santo Padre, Benedicto XVI, en su homilía en la Plaza del Obradoiro, en el día de ayer, nos de algo de claridad cuando nos dice: «Los hombres no podemos vivir a oscuras, sin ver la luz del sol» y «que es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa».

Pero pienso que aquel medio centenar de personas que se habían expuesto a ser víctimas de la persecución a los cristianos eran gente que lo veían claro, que entendía el valor de la Comunión perfectamente, que sentían como necesario encontrarse con Cristo en la Eucaristía y de compartir la fe en la comunidad cristiana. No he tenido en mi vida más que un contacto personal y directo con un cristiano de China, era un diácono que pertenecía a la Iglesia perseguida o clandestina china, o sea, la no oficial, la que sí es fiel al Papa, y que se encuentra totalmente acorralada por el régimen comunista. Que tienen miedo a ser detenidos por la policía del régimen y de ser encarcelados. Sin embargo, como los Apóstoles, dan gracias a Dios por sufrir los azotes por anunciar al Divino Salvador.

A la luz de este suceso acaecido en Irak, podemos entender y meditar la actuación de esta mujer y sus hijos de la época de los Macabeos, de los que habla la primera lectura de la misa de hoy. Los héroes no se acabaron cuando murió el último hijo. ¿Eran superhombres? ¿Eran fanáticos insensatos? ¿Estaban hartos de vivir y vieron que era la oportunidad de que se les acabara la existencia? No, ellos, como tantos otros que han muerto por su Fe, como los de la Catedral de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro de Bagdad, confiaban su vida a Dios. Han desaparecido aquellos ejércitos invasores, el régimen que gobernaba el Israel de entonces también ha desaparecido, pero ellos continúan siendo los santos mártires macabeos y en el Cielo podremos encontrárnoslos y confraternizar, felices en comunión con Dios que a todos nos invita a la Fiesta Eterna. Así sea.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Homilía del Papa en la Misa de la Plaza del Obradoiro

Discurso íntegro pronunciado por Benedicto XVI en la Misa de la Plaza del Obradoiro.

Plaza del Obradoiro. Santa Misa con Benedicto XVI.

Amadísimos Hermanos en Jesucristo:

Doy gracias a Dios por el don de poder estar aquí, en esta espléndida plaza repleta de arte, cultura y significado espiritual. En este Año Santo, llego como peregrino entre los peregrinos, acompañando a tantos como vienen hasta aquí sedientos de la fe en Cristo resucitado. Fe anunciada y transmitida fielmente por los Apóstoles, como Santiago el Mayor, a quien se venera en Compostela desde tiempo inmemorial.

Agradezco las gentiles palabras de bienvenida de Monseñor Julián Barrio Barrio, Arzobispo de esta Iglesia particular, y la amable presencia de Sus Altezas Reales los Príncipes de Asturias, de los Señores Cardenales, así como de los numerosos Hermanos en el Episcopado y el Sacerdocio. Vaya también mi saludo cordial a los Parlamentarios Europeos, miembros del intergrupo “Camino de Santiago”, así como a las distinguidas Autoridades Nacionales, Autonómicas y Locales que han querido estar presentes en esta celebración. Todo ello es signo de deferencia para con el Sucesor de Pedro y también del sentimiento entrañable que Santiago de Compostela despierta en Galicia y en los demás pueblos de España, que reconoce al Apóstol como su Patrón y protector.

Un caluroso saludo igualmente a las personas consagradas, seminaristas y fieles que participan en esta Eucaristía y, con una emoción particular, a los peregrinos, forjadores del genuino espíritu jacobeo, sin el cual poco o nada se entendería de lo que aquí tiene lugar.

Una frase de la primera lectura afirma con admirable sencillez: «Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor» (Hch 4,33). En efecto, en el punto de partida de todo lo que el cristianismo ha sido y sigue siendo no se halla una gesta o un proyecto humano, sino Dios, que declara a Jesús justo y santo frente a la sentencia del tribunal humano que lo condenó por blasfemo y subversivo; Dios, que ha arrancado a Jesucristo de la muerte; Dios, que hará justicia a todos los injustamente humillados de la historia. «Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen» (Hch 5,32), dicen los apóstoles. Así pues, ellos dieron testimonio de la vida, muerte y resurrección de Cristo Jesús, a quien conocieron mientras predicaba y hacía milagros.

A nosotros, queridos hermanos, nos toca hoy seguir el ejemplo de los apóstoles, conociendo al Señor cada día más y dando un testimonio claro y valiente de su Evangelio. No hay mayor tesoro que podamos ofrecer a nuestros contemporáneos. Así imitaremos también a San Pablo que, en medio de tantas tribulaciones, naufragios y soledades, proclamaba exultante: «Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que esa fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros» (2 Co 4,7).

Junto a estas palabras del Apóstol de los gentiles, están las propias palabras del Evangelio que acabamos de escuchar, y que invitan a vivir desde la humildad de Cristo que, siguiendo en todo la voluntad del Padre, ha venido para servir, «para dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20,28). Para los discípulos que quieren seguir e imitar a Cristo, el servir a los hermanos ya no es una mera opción, sino parte esencial de su ser. Un servicio que no se mide por los criterios mundanos de lo inmediato, lo material y vistoso, sino porque hace presente el amor de Dios a todos los hombres y en todassus dimensiones, y da testimonio de Él, incluso con los gestos más sencillos.

Al proponer este nuevo modo de relacionarse en la comunidad, basado en la lógica del amor y del servicio, Jesús se dirige también a los «jefes de los pueblos», porque donde no hay entrega por los demás surgen formas de prepotencia y explotación que no dejan espacio para una auténtica promoción humana integral. Y quisiera que este mensaje llegara sobre todo a los jóvenes: precisamente a vosotros, este contenido esencial del Evangelio os indica la vía para que, renunciando a un modo de pensar egoísta, de cortos alcances, como tantas veces os proponen, y asumiendo el de Jesús, podáis realizaros plenamente y ser semilla de esperanza.

Xacobeo

Esto es lo que nos recuerda también la celebración de este Año Santo Compostelano. Y esto es lo que en el secreto del corazón, sabiéndolo explícitamente o sintiéndolo sin saber expresarlo con palabras, viven tantos peregrinos que caminan a Santiago de Compostela para abrazar al Apóstol. El cansancio del andar, la variedad de paisajes, el encuentro con personas de otra nacionalidad, los abren a lo más profundo y común que nos une a los humanos: seres en búsqueda, seres necesitados de verdad y de belleza, de una experiencia de gracia, de caridad y de paz, de perdón y de redención. Y en lo más recóndito de todos esos hombres resuena la presencia de Dios y la acción del Espíritu Santo. Sí, a todo hombre que hace silencio en su interior y pone distancia a las apetencias, deseos y quehaceres inmediatos, al hombre que ora, Dios le alumbra para que le encuentre y para que reconozca a Cristo.

Quien peregrina a Santiago, en el fondo, lo hace para encontrarse sobre todo con Dios que, reflejado en la majestad de Cristo, lo acoge y bendice al llegar al Pórtico de la Gloria. Desde aquí, como mensajero del Evangelio que Pedro y Santiago rubricaron con su sangre, deseo volver la mirada a la Europa que peregrinó a Compostela. ¿Cuáles son sus grandes necesidades, temores y esperanzas? ¿Cuál es la aportación específica y fundamental de la Iglesia a esa Europa, que ha recorrido en el último medio siglo un camino hacia nuevas configuraciones y proyectos? Su aportación se centra en una realidad tan sencilla y decisiva como ésta: que Diosexiste y que es Él quien nos ha dado la vida. Solo Él es absoluto, amor fiel e indeclinable, meta infinita que se trasluce detrás de todos los bienes, verdades y bellezas admirables de este mundo; admirables pero insuficientes para el corazón del hombre. Bien comprendió esto Santa Teresa de Jesús cuando escribió: “Sólo Dios basta”.

Europa

Es una tragedia que en Europa, sobre todo en el siglo XIX, se afirmase y divulgase la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad. Con esto se quería ensombrecer la verdadera fe bíblica en Dios, que envió al mundo a su Hijo Jesucristo, a fin de que nadie perezca, sino que todos tengan vida eterna (cf. Jn 3,16). El autor sagrado afirma tajante ante un paganismo para el cual Dios es envidioso o despectivo del hombre: ¿Cómohubiera creado Dios todas las cosas si no las hubiera amado, Él que en su plenitud infinita no necesita nada? (cf. Sab 11,2426). ¿Cómo se hubiera revelado a los hombres si no quisiera velar por ellos? Dios es el origen de nuestro ser y cimiento y cúspide de nuestra libertad; no su oponente. ¿Cómo el hombre mortal se va a fundar a sí mismo y cómo el hombre pecador se va a reconciliar a sí mismo? ¿Cómo es posible que se haya hecho silencio público sobre la realidad primera y esencial de la vida humana? ¿Cómo lo más determinante de ella puede ser recluido en la mera intimidad o remitido a la penumbra?

Los hombres no podemos vivir a oscuras, sin ver la luz del sol. Y, entonces, ¿cómo es posible que se le niegue a Dios, sol de las inteligencias, fuerza de las voluntades e imán de nuestros corazones, el derecho de proponer esa luz que disipa toda tiniebla? Por eso, es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa; que esa palabra santa no se pronuncie jamás en vano; que no se pervierta haciéndola servir a fines que le son impropios. Es menester que se profiera santamente.

Es necesario que la percibamos así en la vida de cada día, en el silencio del trabajo, en el amor fraterno y en las dificultades que los años traen consigo.

Benedicto XVI, la aventura de la verdad Parte 1

Benedicto XVI, la aventura de la verdad Parte 2

Benedicto XVI, la aventura de la verdad Parte 3

Benedicto XVI, la aventura de la verdad Parte 4

RADIO MARIA Entrevista Padre Esteban

Benedicto XVI:

“La santidad,

imprimir a Cristo en uno mismo”


Intervención con motivo del Ángelus


CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 1 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que dirigió Benedicto XVI este lunes, solemnidad de todos los santos, al rezar a mediodía el Ángelus junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro.


* * *

Queridos hermanos y hermanas:

La solemnidad de todos los santos, que hoy celebramos, nos invita a elevar la mirada al Cielo y a meditar en la plenitud de la vida divina que nos espera. "Somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía" (1Juan 3, 2): con estas palabras el apóstol Juan nos asegura la realidad de nuestra futura relación con Dios, así como la certeza de nuestro destino futuro. Como hijos amados, por este motivo, recibimos también la gracia para soportar las pruebas de esta existencia terrena, el hambre y la sed de justicia, las incomprensiones, las persecuciones (Cf. Mateo 5, 3-11), y al mismo tiempo heredamos ya desde ahora lo que se promete en las bienaventuranzas evangélicas, "en las cuales resplandece la nueva imagen del mundo y del hombre que inaugura Jesús" (Benedicto XVI, Gesù di Nazaret, Milán 2007, 95; Jesús de Nazaret). La santidad, imprimir a Cristo en uno mismo, es el objetivo de la vida del cristiano. El beato Antonio Rosmini escribe: "El Verbo se había impreso a sí mismo en las almas de sus discípulos con su aspecto sensible... y con sus palabras... había dado a los suyos esa gracia... con la que el alma percibe inmediatamente al Verbo" (Antropologia soprannaturale, Roma 1983, 265-266, Antropología sobrenatural). Y nosotros experimentamos con antelación el don de la belleza de la santidad cada vez que participamos en la Liturgia eucarística, en comunión con la "multitud inmensa" de los bienaventurados, que en el Cielo aclaman eternamente la salvación de Dios y del Cordero (Cf. Apocalipsis 7, 9-10). "La vida de los Santos no comprende sólo su biografía terrena, sino también su vida y actuación en Dios después de la muerte. En los santos es evidente que, quien va hacia Dios, no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos" (encíclica Deus caritas est, 42).

Consolados por esta comunión de la gran familia de los santos, mañana conmemoraremos todos los fieles difuntos. La liturgia del 2 de noviembre y el piadoso ejercicio de visitar los cementerios nos recuerdan que la muerte cristiana forma parte del camino de asimilación a Dios y que desaparecerá cuando Dios será todo en todos. Si bien la separación de los afectos terrenales es ciertamente dolorosa, no debemos tener miedo de ella, porque cuando está acompañada por la oración de sufragio de la Iglesia, no puede quebrar los profundos lazos que nos unen en Cristo. En este sentido, san Gregorio de Niza afirmaba: "Quien ha creado todo con la sabiduría, ha dado esta disposición dolorosa como instrumento de liberación del mal y posibilidad para participar en los bienes esperados (De mortuis oratio, IX, 1, Leiden 1967, 68).


Queridos amigos, la eternidad no es "un continuo sucederse de días del calendario, sino algo así como el momento pleno de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad" (encíclica Spe Salvi, 12) del ser, de la verdad, del amor. Encomendemos a la virgen María, guía segura hacia la santidad, nuestra peregrinación hacia la patria celestial, mientras invocamos su maternal intercesión por el descanso eterno de todos nuestros hermanos y hermanas, que se han dormido en la esperanza de la resurrección.

[Tras rezar el Ángelus, el Papa añadió en italiano:]

Ayer por la tarde, en un gravísimo atentado en la catedral siro-católica de Bagdad, decenas de personas murieron y quedaron heridas, entre las cuales dos sacerdotes y un grupo de fieles reunidos con motivo de la santa misa dominical. Rezo por las víctimas de esta absurda violencia, que es aún más feroz pues ha golpeado a personas inermes, reunidas en la casa de Dios, que es casa de amor y reconciliación. Expreso, además, mi afectuosa cercanía a la comunidad cristiana, que ha vuelto a ser golpeada, y aliento a todos los pastores y fieles a perseverar en la fortaleza y en la firmeza de la esperanza. Ante los crueles episodios de violencia que siguen destrozando a las poblaciones de Oriente Medio, quisiera renovar por último mi apremiante llamamiento a la paz: es don de Dios, pero es también el resultado de los esfuerzos de los hombres de buena voluntad, de las instituciones nacionales e internacionales. ¡Que todos unan sus fuerzas para que termine toda violencia!

[A continuación, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas, en español, dijo:]

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana. Hoy celebramos la fiesta de Todos los Santos, la multitud de hermanos nuestros en la fe que, a lo largo de todos los siglos, han llegado a la casa del Padre e interceden por nosotros. Ellos nos recuerdan que Dios nos mira con amor y nos llama también a nosotros a una vida de santidad, a la plenitud de la caridad, a vivir completamente identificados con Cristo. Que la intercesión de la Virgen María y el ejemplo de los santos nos ayuden a recorrer con alegría el camino que lleva a la bienaventuranza eterna. Feliz Fiesta.

[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

©Libreria Editrice Vaticana]

jueves, 28 de octubre de 2010

Homilía del domingo 24 de octubre 2010

Domingo XXX del tiempo ordinario, 24 de octubre de 2010

DOMUND

La Primera Lectura y el Salmo expresan la confianza que el creyente tiene puesta en que Dios le salvará. Fijaros en lo que se nos ha dicho en la primera lectura: «La oración del humilde atraviesa las nubes, y no para hasta alcanzar su destino» y en el salmo responsorial nos lo vuelve a decir empleando otras palabras: «Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha». Nuestra oración, nuestra plegaria es escuchada por Dios. Sin embargo, para que Dios escuche nuestra súplica con agrado, previamente tenemos que dirigirnos a Él con humildad y confianza.

Jesucristo, con la parábola del fariseo y del publicano, nos presenta el tema de la oración porque en ella nos mostramos tal y como somos. El fariseo es el que se lleva la parte peor: “El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como ese publicano…”. Este fariseo lo hace mal. Y les explico por qué: Su oración es de invocación, de acción de gracias, pero da gracias por sí mismo (porque él lo hace todo muy bien, es el perfecto, el más guapo, el más listo…), pero no da gracias por todo cuanto le ha sido dado como don de Dios. El fariseo se pone en la presencia de Dios, es cierto que hace cosas buenas pero él, aunque esté físicamente en la presencia de Dios su corazón, sin embargo, se encuentra demasiado lejos de Dios. Y no acaba aquí, sino que también el fariseo tiene un corazón orgulloso y lleno de sí mismo, es vanidoso. Él está orgulloso de lo que hace y de lo que vive. No pide nada en la oración porque no necesita nada de Dios. Detrás de esto hay un corazón alejado de Dios, que no ama ni a Dios ni a sus hermanos. Y no solo eso, sino que también el fariseo usa de Dios, usa de la religión para aparecer ante los demás como alguien bueno, a los demás se les podrá engañar, pero a Dios no se le engaña.

Y a la entrada del templo nos encontramos con el otro personaje de la parábola de Jesús, con el publicano. Nos dice el Evangelio que «el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: ¡Oh Dios!, ¡ten compasión de mí que soy un pecador!». El publicano no se atrevía ni a levantar la mirada. Se oculta para no llamar la atención; es la actitud del hombre humilde y penitente. Invoca a Dios, pero su oración es una súplica, de alguien que sí necesita del amor y de la misericordia divina. Se reconoce pecador, es consciente de sus pecados y de sus numerosas infidelidades a Dios, y no solo eso, sino que está arrepentido. Se hace mendigo de Dios. Su oración no es para justificarse, sino para mendigar el perdón de Dios.

Una oración como la del humilde publicano es la que agrada al Señor. Si alimentamos nuestra vida espiritual con la oración iremos entregando nuestra vida por Cristo, tratando de que todos lo conozcan, tal y como hizo San Pablo. Los misioneros y misioneras también dedican su vida exclusivamente a hacer visible el rostro de Jesús. Y todos nosotros, los padres y madres, los abuelos y las abuelas, los niños y los jóvenes, junto con el sacerdote, estamos llamados a ser testigos de Cristo. Así sea.

domingo, 3 de octubre de 2010

lunes, 20 de septiembre de 2010

De EPC a Educación Sexual Obligatoria - 4, por Jaime Urcelay

De EPC a Educación Sexual Obligatoria - 3, por Jaime Urcelay

De EPC a Educación Sexual Obligatoria - 2, por Jaime Urcelay

De EPC a Educación Sexual Obligatoria - 1, por Jaime Urcelay - 2

De EPC a Educación Sexual Obligatoria - 0, por Jaime Urcelay - 1

PPE | Ni un paso atrás

Santa Bernadette Soubirous (PARTE VII)

CAPÍTULO SÉPTIMO

A Jesús por María

La cruz de las visitas.

A su entrada en Saint-Gildard, donde había venido para esconderse, Sor María Bernarda había recibido de sus superioras la seguridad de que no sería molestada por los visitantes, salvo casos excepcionales. Si bien en su oficio de enfermera había estado libre de sus impertinencias, en su oficio de sacristana, por el contrario, estaba mucho más expuesta. Así, cierto día una señora había venido a Saint-Gildard para encontrarse con ella. Viendo un grupo de religiosas en el claustro, se dirigió a una de ellas:

- ¿Me podría usted indicar quien es Sor María Bernarda?.

- ¿Usted pregunta por Sor María Bernarda?.

- ¡Ah!, muy bien, - respondió evasiva la misma religiosa y se alejó discretamente.

Viendo que no volvía, la señora se dirigió a otra religiosa haciendo la misma pregunta. Ésta la replicó:

- ¿Sor María Bernarda?, pero, ¡ si es esa misma con la que acabáis de hablar!. La habéis visto marcharse, pero no contéis con que vuelva.

Era ella, en efecto, quien había esquivado su compañía como solía hacerlo en casos parecidos.

Había también quienes con disimulo permanecían en algún lugar por donde ella podía pasar. Un día ella percibió un grupo que estaba tras la puerta del refectorio del que las hermanas comenzaban a salir. Su primer impulso fue salir por otra puerta, dando cuenta a su vecina de su malestar: “Vienen a verme como si fuera un animal raro”. Después, tomándolo con paciencia dijo: “¡Bien sea!, me ofreceré en espectáculo como ese animal, con tal de que yo sea bestia del buen Dios”. Y pasó ante ellos fingiendo no enterarse.

Algunas veces la Superiora le hacía saber que una personalidad laica solicitaba una entrevista con ella. Entonces ella buscaba algún pretexto para esquivarlo. Sin embargo, cuando se trataba de obispos cedía. Sin buscar disculpas; pero no sin hacer saber su desagrado a quienes estaban entonces con ella: “Estos pobres obispos –susurraba-, harían mejor quedándose en su obispado”.

Cuando María Bernarda estaba en cama durante sus crisis la Superiora se abstenía de enviarle visita alguna. Hizo, sin embargo, una excepción. Un día llegó una señora con su pequeña Magda, de seis o siete año de edad. Al manifestar su amarga decepción de no poder encontrarse con Sor María Bernarda, la Superiora para consolarla permitió que la niña fuera a ver a la enferma.

Marga sin preámbulos abordó a Sor María Bernarda:

- Sor, ¿ha visto usted a la Virgen?.

- Sí.

- ¿Es muy guapa?.

- Tan bella que si se la ha visto una vez, nos parece tarde la muerte para verla de nuevo.

Después de haber obtenido la promesa de Sor María Bernarda de que rezaría por ella y por su mamá, la pequeña salió marchando a reculas para contemplar el más largo tiempo posible y conservar en su memoria el bello rostro de aquella que había visto lo invisible.

Lo que he visto es mucho más hermoso.

Ni el pensamiento ni el corazón de María Bernarda se alejó jamás de Lourdes. Mantenía con los suyos estrechos vínculos, les mimaba para que tuvieran entre sí un buen entendimiento, reprendía a sus hermanos cuando emperezaban en escribirle y les daba consejos para su futuro. Consolaba a José y Toñita, que perdían todos los hijos uno tras otro.

Habiendo mejorado su salud a primeros de julio de 1876 hubiera podido volver por Lourdes con un grupo de religiosas de Saint Gildard que acompañaron a su nuevo Obispo con motivo de la consagración de la basílica y la coronación de la imagen. Bernardita rehusó participar en tal viaje. Temía ser vista y reconocida, admirada y festejada. Lourdes ya no le incumbía. Había acogido el mensaje de María, le había transmitido a los hombres y se había retirado a Nevers para vivirlo. Únicamente la Inmaculada Concepción debía de quedar allí a la luz, para atraer a las muchedumbres hacia su Hijo.

Se contentó con entregar al Padre Perreau, que celebraba la misa cada día a la comunidad, varias cartas para su familia, para las Hermanas del Hospicio y para el Párroco, don Peyramalle. A su retorno, el sacerdote vino a traerle las noticias de unos y otros y a transmitirle mil frases afectuosas, entre ellas las del reverendo Peyramalle: “Decirla que ella es siempre mi hija y que yo la bendigo”.

Una religiosa que había tenido el privilegio de asistir a aquellas grandes fiestas, le dijo a su vuelta:

-¡Fíjate que cosas tan hermosas han sucedido en la gruta!. ¡Que pena que no las hayas visto!.

- Hermana, no te de pena –le respondió-, lo que yo vi es mucho más hermoso.

Los cambios de estación.

La salud de Sor María Bernarda no conocía sino raros periodos de calma. Un tumor en la rodilla acrecentaba sus molestias obligándola a andar con muletas. Con frecuencia sus accesos de asma venían a sustituir a las crisis de hemotisis, cuando no ambas se acumulaban. Entonces quedaba condenada a permanecer día y noche en la cama con las blancas cortinas echadas, lo que llamaba ‘su capilla blanca’.

Para mantener su oración en estos momentos tan penosos había colgado un crucifijo, varias estampas de la Virgen, de su Santo Patrono y varias otras que recordaban la Pasión y la Eucaristía. Durante sus horas de descanso se peinaba o bordaba pequeños corazones en tisú, que las religiosas distribuían entre sus visitantes. Durante la Cuaresma pintaba o grababa los ‘huevos de pascua’ destinado a los niños del orfelinato.

Cuando retornaban los hermosos días se levantaba para hacer algunos trabajos en la casa ayudándose de sus muletas. Paseaba en el jardín admirando las flores. Iba a rezar a San José en el oratorio o a la Virgen ante su imagen de Nuestra Señora de las Aguas.

Cuando se encontraba con fuerzas para ello iba a participar en la recreación con las novicias, a quienes divertía con sus cantos regionales y sus grotescas historias o imitando al doctor Saint-Cyr. Los días de mal tiempo se quedaba en el obrador para festonear las sabanillas del altar o bordar las albas de encaje, ¡verdaderas maravillas!.

En uno de estos periodos de descanso le llegó la noticia de la muerte del reverendo Peyramale. La religiosa que le había llevado la noticia notó su reacción: “No dio más que un débil grito, como un gemido de desfallecimiento: “¡Oh, el Señor Cura!”. Nunca un llanto tan desgarrador ha herido mis oídos. Se puso de rodillas juntando las manos, hundida bajo el golpe de esta muerte”. Sucedía el 8 de septiembre de 1876, el día en que la Iglesia celebra la Natividad de María.

Como un pájaro con las alas rotas.

Cuando Sor María Bernarda tenía que guardar cama era la admiración de la enfermera, quien ensalzaba su paciencia:

- ¡Qué paciente eres!, -le dijo un día.

- Sor María Bernarda al responder no le ocultó los límites de su naturaleza humana:

- ¡Que remedio!, pero me viene bien renovar mi sacrificio e intentar ser paciente… me doy cuenta de que no lo soy… sobre todo cuando se me incordia como hoy.

- ¿Y quién te incordia?.

- ¿Pues no ves ese rayo de sol que viene justo a pasearse sobre mi cama para provocarme, para decirme que hace un tiempo espléndido y … que yo debo quedarme en mi prisión?. Y esos pájaros que cantan llamándome a fuera, a mí que yo estoy en una jaula ¿no los oyes?.

Así era, esta inacción física pesaba sobre Sor María Bernarda; pero lo que deploraba, sobre todo, era el sentimiento de su inutilidad en el seno de la comunidad después de haber sido el instrumento para la difusión de un tan bello mensaje de esperanza, ahora no era, según ella, buena para nada. Como una ‘escoba’ detrás de una puerta después de usada.

Nuestro primer movimiento no nos pertenece.

En Lourdes la Virgen había pedido a la muchacha Bernardita que orase por los pecadores, y ésta en el transcurso de los años había tomado más y más conciencia de ser una gran pecadora. Le costaba muchísimo dominarse en sus réplicas ante cualquier contradicción. Algunos episodios revelados por sus compañeras lo confirman. Un día una hermana que tenía por ella gran admiración, le pidió tocase su rosario bajo el pretexto de que pudiera observar que estaba oxidado. La reacción fue inmediata:

- Rézale con más frecuencia y no se oxidará.

En otra ocasión, habiéndola visto una religiosa tomar tabaco (por orden del doctor Saint-Cyr) le espetó:

- Hermana… no seréis canonizada.

- –Y Bernardita como un rayo:

- ¿ Vas ha serlo tú ,acaso,por no tomarlo?.

Estas salidas de genio, de las que inmediatamente iba ella a pedir perdón, no eran en ella sino manifestación de que nuestro ‘primer movimiento no nos pertenece’. Pero falta ese segundo movimiento, no siempre conforme con el ideal evangélico.

Es pecador quien quiere serlo.

Sor María Bernarda conservaba todavía cierta desconfianza aumentada por una terquedad que ella calificaba de cabezonería. El sentimiento de haber sido una muy indigna mensajera de la Inmaculada le hacía sufrir: “¡He recibido tantas gracias, tengo miedo de no corresponder!”.

Esta opinión de sí misma había engendrado en ella una angustia que le turbaba hasta el sueño y que nada, ni siquiera la oración, lograba desvanecer… hasta que oyó una plática del nuevo capellán de la comunidad, el Padre Fevre.

Bernardita no pudo disimular su alegría y al salir de la capilla dijo a la Hermana en cuyo brazo se apoyaba para caminar:

- ¡Oh, qué contenta estoy!. El Padre capellán ha dicho que, si no quieres hacer un pecado, no lo has hecho.

- Sí, ya lo he oído. ¿Y qué?.

- Pues que yo entonces no lo he cometido jamás, pues yo jamás lo quise.

Un tal director iba a serle una ayuda preciosa para ser más receptiva de esa fuente de agua viva que es Cristo. Después de haber librado su conciencia de los restos turbios de los escrúpulos que la estorbaban, la invitaría a consagrarse con mayor confianza a su amor misericordioso.

Pasos hacia Dios.

Sor María Bernarda iba con toda serenidad trabajando para liberarse de estos residuos de amor propio sostenidos por su temperamento. Son testigo estos varios propósitos anotados en una pequeña libreta:

“Cuanto yo más me rebaje, más creceré en el corazón de Jesús.

Agradecer de inmediato como una gran gracia los desprecios y humillaciones…

Soportar cada palabra hiriente como un paso para acercarme a Él”.

Ella iría haciendo estos pasos hacia Él avanzando aún más por el camino del despojo del yo:

“Iré –escribe- al encuentro de las personas que me hayan mortificado y seré buena con ellas, no por ellas mismas, sino por amor a Nuestro Señor”.

“Recordaré frecuentemente estas palabras: sólo Dios es bueno y de Él espero la recompensa”.

El detalle siguiente es revelador del fruto conseguido por los esfuerzos de Sor María Bernarda para llegar a eso que los teólogos llaman la santa indiferencia’. Un día en que se encontraba bastante fuerte subía la escalera del brazo de una hermana para volver a la enfermería y se cruzaron con la Superiora que les llamó “personas inútiles”. Su compañera se echó a llorar y Bernardita intentó consolarla diciendo: “No llores por tan poco. ¡Puf, de estas somos muchas!”.

Sor María Bernarda no perdía ocasión para llegar a este despojo de sí misma aún en lo referente al gusto. Un día una hermana se había dejado quemar el puré que había preparado para ella. “Estaba muy turbada, -confiesa la culpable- de presentárselo así; pero Bernardita lo tomó a broma y se lo comió como si estuviera perfectamente”.

Otro día fue un chocolate quemado que se lo bebió sin la menor queja, dice también esta religiosa sonriendo vergonzosa. Esto fue para la culpable motivo de reflexión, con más impacto que la más agria reprensión.

Una mejoría de su estado la permitió el 8 de septiembre pronunciar sus votos perpetuos en la capilla de la comunidad.

El perfume de la amistad.

Esta ‘santa indiferencia’ no implicaba en Sor María Bernarda desinterés para esos momentos privilegiados que nacen de la amistad o del afecto familiar. Por la fiesta de Todos los Santos de 1878 una religiosa, que conocía su amor a las flores, había recogido un ramillete de violetas que habían retoñado al favor de un suave otoño. Se lo entregó a una novicia para que lo llevase a la enfermería con este mensaje:

“Mi querida hermana: hoy es vuestra fiesta ya que es la de Todos los Santos”.

Al día siguiente Sor María Bernarda le hizo llegar con la misma novicia una notita redactada así: “Pues si es mi fiesta, es también la vuestra. Aceptad la mitad de mis dulces”.

Hacia finales del año fue de nuevo ingresada en la enfermería. El 18 de diciembre tuvo la agradable sorpresa de recibir una visita inesperada: la de su hermano Juan María. Bernardita estaba tan débil que, para bajarla al locutorio, hubo de usarse un sillón. Podemos suponer la alegría del reencuentro y la inquietud de su hermano al verla tan debilitada.

El 18 de marzo, Toñita y José Sabathe llegaron a su vez a Nevers, alertados por las noticias pesimistas dadas por Juan María. Temiendo que no volverían a verla, habían querido venir a abrazarla por última vez y desahogar su corazón destrozado: Acababan de perder su quinto hijo. Bernardita no estaba en condiciones de darles el consuelo tal como ellos deseaban, pues apenas pudo comunicarse más que por gestos y con la mirada. Este sería para Toñita y Juan María el último encuentro con su hermana mayor tan querida de su corazón.

En el corazón del amor.

Sor María Bernarda iba a vivir la última etapa de su existencia en la tierra. Su estómago manifestaba una resistencia cada vez más aguda a tomar alimento. Los golpes de tos con hemotisis, asociados a frecuentes crisis de asma, la agotaban y asfixiaban. Las punzadas dolorosas de su rodilla paralizada eran tan violentas cuando estaba echada en la cama que era necesario sentarla en un sillón la mayor parte de la jornada. Por otra parte, el sufrimiento moral que soportaba era tan intenso como sus dolores físicos. Como Jesús en el Huerto de los Olivos se sentía abandonada de Dios. Pero esta unión con el Hijo la unía al Padre:

“Jesús desolado y al mismo tiempo refugio de las almas desoladas, vuestro amor me enseña que es en vuestro abandono donde debo encontrar toda fuerza de que tengo necesidad para soportar el mío…”.

Bernardita en su desamparo ponía su confianza en el Corazón de Jesús:

“Jesús, yo sufro y yo os amo… es a vuestro Corazón al que se elevan sin cesar mis gemidos”, y tornándose después hacia María: “Madre dolorosa, eh aquí a vuestra niña que no puede más… mira que estoy como vos al pie de la cruz”.

La Eucaristía era para ella un medio privilegiado de esta unión con Dios a la que aspiraba; era, según sus compañeras, ‘la respiración de su alma’. Cuando la recibía en su ‘capilla blanca’ unía sus manos, e indiferente a lo que la rodeaba parecía conversar con un personaje invisible. Un día manifestó a una hermana que se admiraba de su actitud:

“Considero que es la Virgen Santísima la que me da al Niño Jesús, y que yo le cojo y Él me habla. Debemos recibirle bien… Es de interés nuestro hacerle un agradable recibimiento, pues así Él deberá pagarnos el alojamiento”.

Sí, Sor María Bernarda estaba para partir hacia ‘otro mundo’. Estaba con María al pie de la cruz. El 28 de marzo recibió por quinta vez la Unción de Enfermos, que aceptó únicamente para tener fuerza para bien morir, y no como las veces anteriores para recobrar la salud.

Desde el Lunes Santo, 6 de abril de 1859 se agravaron los síntomas. Sus dolores sobrepasaron a veces el límite de lo tolerable. Entonces decía a la enfermera: “Buscad, por favor, entre vuestras drogas y mirar si tenéis alguna para reconfortarme. No puedo ni respirar, tan débil me siento. ¡Ay, si pudieras hallar algo para aliviar mis riñones!. ¡Estoy totalmente destrozada…!.” Este deseo de recurrir a algo para aliviar su sufrimiento la hace muy próxima a nosotros… ¡y tan humana!. Todo, como también su actitud con la hermana que la velaba por la noche sin cerrar ni un instante sus ojos. Bernardita pedía una que tuviera un sueño más profundo.

A Jesús por María.

Las visitas del capellán traían algún pequeño alivio a su corazón. El Martes Santo la exhortó con toda delicadeza a ofrecer su vida en sacrificio. Su respuesta fue sorprendente y al par admirable:

- Pero, Padre, ¡ si el dejar esta vida no es ningún sacrificio!, aquí cuesta tanto trabajo no ofender a Dios y donde se encuentra tantos obstáculos!..

- Seguramente –continuo él- no debe de ser un sacrificio ir a gozar para siempre los eternos esplendores de Dios… y tu, mi buena hermana, sin haber contemplado el rostro del Altísimo ¿sabéis, no obstante qué y cómo es la bondad de Dios?.

- Sí, -respondió ella después de un silencio- este es el recuerdo que me consuela y trae la esperanza a mi corazón.

Sor María Bernarda había contemplado realmente el reflejo de la bondad divina en el rostro de María, quien la había llevado a su Hijo. Desde entonces no había tenido sino un solo deseo: Unirse más íntimamente a Él. Hizo quitar de su ‘capilla blanca’ las imágenes y otros objetos que había colgado para sostener su oración… a excepción del crucifijo:

“Ahora, -dijo a quienes la rodeaban- ya no tengo necesidad más que de Éste”.

El Lunes de Pascua confesó a las enfermeras su estado de extrema debilidad:

He sido molida como un grano de trigo”. Última alusión al molino de su infancia. El miércoles la sentaron en su sillón para aliviarla de las llagas y facilitar su respiración. Hacia las 13,30 horas el capellán vino a visitarla. Se la oyó musitar:

Jesús mío, ¡Cuánto os amo!”.

Tomó su crucifijo en las manos, y se inclinó para besarlo ayudada por una hermana que le sostenía el brazo. Después, con una voz débil y temblorosa, Bernardita se abandonó a María:

“Madre de Dios, rogad por mí, pobre pecadora… pobre pecadora…”.

Dos gruesas lágrimas surcaron sus mejillas. Éstas fueron sus últimas palabras y sus últimas lágrimas. Su último suspiro. Tenía 35 años. Era el 16 de abril de 1879 a las 3,15 horas de la tarde.


ÍNDICE

Ÿ PREFACIO

Ÿ Capítulo I – Un solo corazón

Ÿ Capítulo II – Cuando lo visible se revela

Ÿ Capítulo III – Cuando la verdad es evidente

Ÿ Capítulo IV – Luces y sombras

Ÿ Capítulo V – El corazón en el cielo,

los pies en la tierra

Ÿ Capítulo VI – Amar y servir