lunes, 25 de diciembre de 2017

La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo 2017

25 de diciembre de 2017 
LA NATIVIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
            Hoy la Palabra se ha hecho carne. Aquel que tiene poder de perdonar nuestros pecados y de levantarnos del sepulcro acaba de nacer en Belén de Judá. Aquel que te mira a los ojos para amarte y que te calienta de ternura hasta lo profundo del alma, ese hoy ha nacido en Belén de Judá. Aquel que es luz en medio de nuestras tinieblas y que enjuga las amargas lágrimas de nuestro dolor hoy ha nacido en Belén de Judá. Aquel que se nos entrega como pan de Vida y como bebida de Salvación en la Eucaristía, hoy ha nacido en Belén de Judá.
            «Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho» (EVANGELIO Jn 1,1-18). Que cierto es esto. ¿Qué hubiera sido de mí y de nosotros si Dios no nos hubiera tenido en cuenta? Si Él no nos hubiera llamado por nuestro nombre, no hubiésemos sido llamados a la vida, no hubiéramos existido. Si Él no nos hubiera rescatado del dominio del pecado, seríamos siervos de la muerte y todos los frutos que hubiéramos dado serían frutos podridos, putrefactos, de muerte. Nunca hubiéramos descubierto el amor ni tampoco la experiencia de sentirnos auténticamente amados. El demonio constantemente nos habría enviado malos pensamientos, pensamientos muchos de ellos inconfesables, siguiendo las apetencias desordenadas y siendo blanco de la cólera y de la perdición más absoluta. El castigo terrible se habría desencadenado por todas las cosas horribles, infames causados por nuestros innumerables pecados. Nadie hubiera podido pagar nuestras deudas, nuestros pecados serían losas insoportables de poder sobrellevar. Todo lo bueno y noble sería derruido, siendo pasto de la más absoluta desolación. No merecía la pena ni formar una familia, ni ser honrado, ni luchar por la justicia ni por la paz, los ideales nobles serían desechados por ineficaces e inservibles en una sociedad donde lo único que podría prevalecer es la lucha por la supervivencia del más fuerte y poderoso. En este contexto, ¿sería posible crear algo? A todas luces, imposible. Es como si únicamente se tirase de un lado de una soga y nadie tirase del otro lado para tensarla generando resistencia; ya que no habría guerra, ni lucha interna, porque el único ejército que existiría sería el de las tinieblas.
            Sin embargo el Hijo de Dios se encarnó y la hegemonía del mal llegó a su fin. Es impresionante cómo Dios nos protege. El profeta Isaías nos anuncia que este Niño, que hoy ha nacido, nos lanza el pregón de la victoria. (PRIMERA LECTURA, Is 52, 7-10) Este Niño que nos ha nacido se compadece de nosotros y nos restaura. De tal modo que el poder de Dios es capaz de hacer frente y de derrotar totalmente a la muerte y al pecado.
El salmo responsorial nos lo recalca diciéndonos que la verdad de Dios y la justicia de Dios es nuestra victoria (SALMO 97, 1-6). Nos dice que nuestros pecados, por mucho daño que nos hayamos podido generar y hacer a los demás, es posible sanarlo. Que se puede revertir todo el sufrimiento ocasionado y reconstruir lo que estaba derruido. Es impresionante cómo Dios nos protege. Consecuencia de tener esta experiencia de sanación y de reconstrucción de la propia vida surge el cántico al Señor y el aclamar al Señor como rey de nuestra existencia.

¿Sabemos o somos conscientes de cómo el mal ha ejercido su hegemonía o lo sigue ejerciendo en nosotros? Ese mal puede tener muchos nombres: la bebida, el mal uso del dinero, la mentira, el desordenado apetito de nuestros deseos, el dominio de los bajos instintos en nuestra vida personal… Recordemos que quien sostiene todas las cosas mediante su palabra es el Hijo, Jesucristo. La mentira no puede sostener nada, todo se derrumba. Ya lo dice la sabiduría popular ‘se coge antes al mentiroso que al cojo’ y ‘en la boca del mentiroso, lo cierto se hace más que dudoso’. En esta particular guerra contra el mal y contra el pecado personal tenemos a un importante aliado, Jesucristo. Nos dice la Palabra (SEGUNDA LECTURA Hb 1,1-6) que Jesucristo ha venido a ser nuestro valedor, un valedor poderoso, el mejor de los protectores y el mejor de los aliados contra el mal que nos purifica de nuestro pecado. De tal modo que el Señor quiere que nos fiemos de Él porque Él desea que nos adentremos en una nueva gestación; una gestación a una vida nueva que rompa con todos los apetitos que nos corrompen y todos los deseos de la carne. Para que vayamos descubriendo la insondable riqueza de estar bautizados y de poder adentrarnos de esa vida inmortal de la que Dios nos invita a participar. 

sábado, 23 de diciembre de 2017

Homilía del Cuarto Domingo de Adviento, ciclo b

HOMILÍA DEL CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO ciclo b
Palencia, ESPAÑA ,24 de diciembre 2017
            Hoy en la primera lectura despunta un personaje bastante importante en la vida del rey David: el profeta Natán (PRIMERA LECTURA,  2 Sam 7, 1-5. 8b-12.14a.16). El profeta Natán aconsejó al rey David durante gran parte de su vida. Este profeta actuó con gran libertad de espíritu ya que lo único que le movía era su profundo amor a Yahvé. Yahvé puso en sus labios tanto las promesas para animar al rey David como las denuncias que le hacía cuando sus acciones no eran justas y que no estaban en el plan de Dios. No se dejó manipular por los afectos, sino que fue claro porque su único amor verdadero era Dios.
            El rey David le tenía gran estima porque se daba cuenta de que el profeta Natán gozaba del don del discernimiento. Natán era libre de todo lo que le retenía para seguir los deseos de Dios. Si el profeta, antes de abrir la boca -para hablar ante el rey David- hubiera pensado en las consecuencias de decirle las cosas para que el rey viviera en la Verdad, no hubiera sido libre. No hubiera sido libre porque hubiera valorado más que su cabeza siguiera estando donde debía de estar que el hecho de que el propio rey se salvase y salvaguardara su amistad con Yahvé.
            ¿Acaso se creen que el profeta Natán no las tuvo muy gordas con el rey David con lo de Betsabé (cfr. 2 Sam 11 y 2 Sam 12 –lo de la parábola de la cordera del pobre) y con lo del censo del pueblo (cfr. 2 Sam 24)? Sin embargo lo que se estila entre nosotros es ‘el ser políticamente correcto’, porque prevalece más la imagen que yo quiero dar a los demás más que el amor que yo debo de manifestar a mi hermano.
            El profeta Natán pedía constantemente ayuda a Dios para escoger el camino correcto. Nosotros hemos de partir de la base de la Palabra y de las enseñanzas de la Iglesia, éstos son nuestros puntos de partida.
Del mismo modo, el propio profeta Natán también nos enseña a sopesar los movimientos internos del alma, para poder examinar cuáles se originan en Dios y cuáles no. Cuando uno decide perdonar a un hermano y decide romper con ese odio anidado dentro de su corazón, uno siente una paz interior. El mal espíritu te genera desasosiego que te impide progresar en la vida del espíritu haciéndote creer que es preferible no ceder para no mostrar debilidad ante el otro y nos seguirá dando razones para seguir obrando en el mal. El profeta Natán está diciendo con toda la claridad al rey David que Dios no va a permitir que le construya una casa para que allí resida. Cuando uno hace un favor a alguien es porque –de algún modo- se tendrá que amortizar/compensar. El rey David quería hacer construir una casa para Dios, pero ¿qué podría pretender conseguir de Dios al hacerle este regalo/favor? ¿Acaso que Dios se olvidara de lo que hizo a Urías, el hitita cuando se encaprichó con su esposa Betsabé? ¿Acaso ponerse a bien con Yahvé por todo lo que armó con el censo que el mismo rey mandó hacer al creerse que todo lo que tenía en su territorio era de su propiedad en vez de ser de Yahvé? El profeta Natán le está diciendo al rey David que si desea tener esa paz en su alma se ha dejar de trapicheos y de chantajes con Yahvé. Que a Yahvé no se le puede comprar con favores ni a golpe de talonario. Natán muestra al rey David cómo se ha comportado Dios con él. Dice el Señor: «Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo Israel». Y le sigue diciendo que Dios siempre le ha acompañado, que ha suprimido a sus enemigos y que le ha dado la fama de la que ahora disfruta, que le otorga la paz a su pueblo y que su trono perdurará. Por lo que el profeta Natán le está diciendo al rey David que lo único que le puede dar la paz en su alma es vivir en la presencia de Dios, sin reservarse nada para sí, ya que todo lo que tiene y es lo ha recibido de Yahvé. Y que siempre que desee hacer lo que él quiera al margen de la voluntad divina será un claro suicidio ya que se adentrará en un profundo desasosiego que le hará sufrir sobremanera.
            El profeta Natán le ayuda a discernir al rey David para que sepa priorizar sobre lo que es lo importante en su vida. Natán le pone ante la tesitura de su muerte: «Y, cuando tus días se hayan cumplido, y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza». Natán es claro: El rey David se tendrá que morir. Es tanto como decir al rey David sobre lo que le gustaría argumentar ante Dios cuando esté declarando ante su propio juicio y así no dejarse influir por aquellos deseos desordenados. De tal manera que pensando en el lecho de su muerte sea capaz de juzgar rectamente las decisiones que tenga que ir adoptando.

            De ahí que el Salmo Responsorial vuelva a incidir en los mismos puntos que en la primera de las lecturas: la alianza sellada con David, el propósito de Yahvé de fundarle un linaje perpetuo, mantenerle perpetuamente su favor… (SALMO RESPONSORIAL, Sal 88,2-3.4-5.27 y 29). Aquel que es capaz de cantar y de dar gracias por el abundante amor que recibe de Dios demuestra que goza del discernimiento necesario para andar por la vida con dignidad. Un discernimiento que se va forjando cuando uno se va consolidando en el Evangelio (SEGUNDA LECTURA, Rom 16, 25-27), o sea que uno va adquiriendo en la escuela de Jesucristo, que es la Iglesia.  En este discernimiento que se encuentra erizado de dificultades nos encontramos a la Virgen María que nos indica que fiándonos de la Palabra de Dios podremos alcanzar aquello que sería impensable con nuestras propias fuerzas (EVANGELIO, Lc 1, 26-38): Que el mismo Dios nos tome como templos santos y que ponga su morada en nuestro ser.

sábado, 9 de diciembre de 2017

Homilía del Domingo Segundo de Adviento, ciclo b

HOMILÍA DEL DOMINGO SEGUNDO DE ADVIENTO, ciclo b
            Hermanos, vivimos en un periodo duro para la fe. Ya en el sacramento de la Confirmación somos ungidos como soldados de Cristo para afrontar la guerra contra Satanás. Y Satanás nos irá poniendo contantemente a prueba para comprobar hasta qué punto somos fieles a Dios. Y tan pronto como caigamos en el pecado, ya se encargará el Maligno de mofarse de nosotros y de recordarnos constantemente nuestra infidelidad. Satanás es el acusador ante nuestros hermanos, tal y como nos le llama el libro del Apocalipsis «el acusador de nuestros hermanos, el que día y noche los acusaba delante de nuestro Dios» (cfr. Ap 12, 10).  
            Y cuando uno constata la propia debilidad se llega a preguntar si realmente merece la pena vivir en cristiano. ¿Apostar por un matrimonio que desea hacer la voluntad de Dios y estar abierto a la vida o hacernos los remolones y los tontos siguiendo los criterios mundanos? ¿Luchar por un noviazgo cristiano con todo lo que esto supone –que precisamente no es poco- o dejarnos arrastrar por nuestras apetencias e ídolos? ¿Estar con el corazón alzado y ardiendo para discernir la vocación que Dios nos regala o no plantearnos nada y afrontar las cosas según se vayan presentando y nos vayan agradando? La cruz que tenemos que cargar -si optamos por ser consecuentes con nuestro bautismo- es pesada. ¡Y dichosa cruz porque nosotros morimos para que el mundo reciba la vida! ¡Dichosa cruz porque como grano de trigo que cae en tierra y muere, Cristo nos dará la vida abundante! Y en medio de esta particular guerra, donde estamos siendo torpedeados y nos atacan por todos los frentes, el mismo Dios nos ofrece una Palabra de aliento: «Consolad, consolad a mi pueblo» [PRIMERA LECTURA Isaías 40, 1-5. 9-11] «Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres».
Y precisamente cuando se lucha por cumplir la voluntad de Dios es cuando uno se da cuenta de cómo Cristo te ha ido protegiendo y se hace realidad en tu vida la Palabra: «Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, que lo diga Israel, si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, cuando nos atacaron los hombres, nos habrían devorados vivos en el volcán de su ira; nos habrían tragado las aguas, el aluvión que nos arrastraba; nos habrían arrastrado las aguas turbulentas» (Sal 123, 1-5).  
            ¿Acaso somos masocas y nos gusta sufrir mientras el mundo parece que lo está gozando? Los cristianos no buscamos el sufrimiento, pero si éste nos acerca a Dios, ¡bienvenido sea! Nosotros apostamos por lo eterno, lo que perdura, aquello que el tiempo no podrá jamás borrar de la memoria. Las letras de las lápidas de los cementerios se borrarán pero los nombres escritos en el corazón de Cristo siguen intensamente escritos con letras de fuego y oro. San Pedro también nos da una palabra de aliento: «Esperad y apresurad la venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos.
Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia
» [SEGUNDA LECTURA segunda carta del apóstol san Pedro 3, 8-14]. Nosotros esperamos ese cielo nuevo y esa tierra nueva en donde esperamos entrar.

            Realmente merece la pena vivir en cristiano porque, tal y como dice la Palabra «el mundo pasa con sus pasiones» (1 Jn 2, 17). Y vivir en cristiano es un estar constantemente acogiendo a Cristo que viene a tu vida –en Palabra que escuchas, en un gesto de cariño y de perdón que se hace presente, en los sacramentos que nos alimentan y reconfortan, en los infinitos gestos de amor y en el amor que ponemos en lo que hacemos…- es preparar el camino al Señor [EVANGELIO san Marcos 1, 1-8]. Y cuando nosotros ponemos en juego/activamos nuestra fe en lo que hacemos, tenemos y somos, nos convertimos en ese Juan el Bautista que señala a los hombres con el dedo a Cristo. 

sábado, 2 de diciembre de 2017

Homilía del Primer Domingo de Adviento, ciclo b

DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO, ciclo b
            Muchas veces hay personas que dicen que esto de la Iglesia es algo de pasado, desfasado y que hay que modernizarse o morir. Pues yo solo sé que el primera lectura del profeta Isaías, el cual vivió en el siglo quinto antes de Cristo, es muy actual. [PRIMERA LECTURA Isaías (63,16-17;64,1.3-8)]. El exilio de Babilonia ha acabado para el pueblo de Israel, pero las consecuencias de mencionado exilio siguen patentes. El pueblo de Israel sufre una seria crisis de identidad. El profeta Isaías está intentando reanimar a un pueblo que vive sin Dios, buscando simplemente subsistir, que no tiene futuro, porque no tiene esperanza.
            El profeta en medio de este desierto espiritual, en medio de esta acuciante sequía de vivencia de la fe, alza la voz a Dios para que también todos los que le rodean le puedan escuchar y hace una solemne profesión de fe sobre quién es Dios: Dios es nuestro Padre y nuestro Redentor. El profeta en su profesión de fe declara ante el pueblo esta solemne declaración: «Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano». Y en el trascurso de esta profesión de fe del profeta Isaías va narrando la historia de salvación que Dios ha ido obrando, tanto en él, como en medio del pueblo de Israel. Una historia de pecado y de arrepentimiento, una historia de olvido de Dios y de retorno a Él. Nuestra sociedad se ha acostumbrado a vivir sin Dios, a que cada cual haga lo que considere oportuno olvidando su propia identidad de cristiano. Cada cual busca subsistir, hacer su trabajo para que pueda llevar el dinero a su casa, el procurarse de divertirse para desahogarse del estrés diario, …y Dios queda arrinconado, olvidado, en el ‘baúl de los recuerdos’. Por eso nosotros –a semejanza del profeta- estamos llamados a alzar la voz a Dios y que así nos oigan los hombres, declarando con nuestra forma de vivir que Dios es el único que da el Ser a las cosas y que sin Él nada se puede llegar a hacer. Bueno, me equivoco, podremos hacer figuras pomposas de arena, pero tan pronto como se levante la ventisca, la lluvia haga acto de presencia o el tiempo vaya trascurriendo….de esas obras de arena no quedarán más que en un vago recuerdo.
            Es entonces cuando uno cae en la cuenta que por mucho que uno se esfuerce en hacer las cosas, sin la ayuda de Dios, es una auténtica perdida de tiempo es cuando surge la plegaria al Señor: «¡Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve!» [SALMO RESPONSORIAL Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19]. De hecho caer en la cuenta de que sin Dios todo lo que hacemos caerá en saco roto, ya de por sí, descubrir esto en la propia existencia, es una gracia divina. Por eso es tan importante redescubrir nuestra identidad de cristianos, por eso es tan fundamental por lo que luchaba el profeta Isaías para que redescubramos nuestras raíces de la fe.
            El propio San Pablo, con su estilo de vida tan unido a Cristo, está realizando una constante profesión de fe. No lo hace únicamente con los labios, sino con todo su ser. Todo lo que hace, piensa, el modo de trabajar, en el modo de cómo se entrega a los demás por amor… todo esto forma parte de esa constante profesión de fe que él ofrece a esta comunidad de los corintios. [SEGUNDA LECTURA 1ª Corintios (1,3-9)]. Esta comunidad era muy plural y muy problemática que se vanagloriaba de su bien hablar y de sus carismas. A lo que el apóstol les dice con toda claridad lo siguiente: «Él os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de que acusaros en el día de Jesucristo, Señor nuestro». Les recuerda que lo único que nos puede salvar es el Señor. Nuestros títulos, nuestros méritos y nuestro dinero del banco no nos salvan. El que nos da la fortaleza en la batalla y la victoria en la guerra es el Señor. Y este Señor es fiel a pesar de nuestras numerosas infidelidades. Por eso San Pablo reza tanto por esta comunidad para que se sostenga en el Señor y no se confundan creyendo que ellos mismos se pueden llegar a sostener por sí mismos.
            Tanto el profeta Isaías, como el apóstol San Pablo como el mismo Evangelio [EVANGELIO Marcos 13, 33-37] nos destacan una común idea: ¡Velad, vigilad! El profeta Isaías nos hablaba de extravíos y de corazones endurecidos, así como de la dulzura con la que Dios nos trata. El apóstol San Pablo nos avisaba que cuidado con pensar que somos nosotros los que podemos llevar adelante nuestra vida contando con nuestras propias capacidades, porque si lo hacemos así, caeremos y nos derrumbaremos. Y el Evangelio nos urge a que velemos. ¿Y cómo podemos velar? ¿Cómo podemos vigilar? ¿Cómo saber por dónde el demonio va a poder hacer un agujero en nuestra particular muralla? ¿Acaso empezará a picar por donde menos resistencia encuentre y sea el muro menos grueso? Calzándonos las botas de la Palabra de Dios. Calzándonos con el Evangelio. Siendo embajadores de Cristo llevando su Buena Noticia. El demonio como serpiente que repta siempre está al acecho e intentará, en todo momento, hincar sus dientes venenosos en nuestro particular talón de Aquiles –el demonio conoce nuestra debilidad y nuestro pecado-. Más si nuestros pies están calzados con el Evangelio por mucho que quiera morder esa mala víbora no podrá atravesar la bota.
            Cristo sale a nuestro encuentro para auxiliarnos y para rescatarnos de nuestro pecado y pisar a esta mala víbora con los pies de aquellos que anuncian, con toda su alma y corazón, el Evangelio.

03/12/2017

domingo, 22 de octubre de 2017

¿Está bien para un católico celebrar Halloween?

¿Qué es la fiesta Holywins?

Charla sobre Halloween

Homilía del Domingo XXIX del Tiempo Ordinario, ciclo a

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a
            Realmente un pequeñito destello de la sabiduría divina ensombrece a toda la sabiduría humana.  Recuerdo cuando era niño que en el colegio, cuando había que hacer los equipos para jugar al baloncesto, los dos que mejor jugaban iban eligiendo, uno a uno, de entre todos los que allí estábamos presentes. Y nosotros no nos quedábamos en silencio, sino que constantemente les decíamos ‘a mí’, ‘a mí’ para ser seleccionados para ese equipo. Cuanto antes te elegían, más orgulloso te encontrabas porque siempre se peleaban por los mejores y dejaban para lo último a los peores jugadores. Luego uno descubre –por desgracia- que esa competitividad se arrastra en el instituto, en la universidad, en todos los ámbitos de la vida.
            Pero hoy Dios no sé cómo lo ha hecho pero me ha sorprendido. Mira que había gente muy buena, excelente, cumplidora, judíos fieles y amantes de Yahvé…porque en medio del pueblo hebreo había mucha gente y muchos de ellos con Matrículas de Honor en la vida religiosa…, que va Dios –y para seleccionar a su equipo- elige únicamente a uno, y encima no era ni judío, un extranjero que no creía ni en Yahvé. Desconcertante. Y por lo visto no se equivocó Yahvé al elegirle, porque el profeta Isaías se ha deshecho en elogios con este extranjero por nombre Ciro, rey de Persia.
            Resulta que el pueblo judío ha visto en Ciro a un liberador porque con su nueva política trae la libertad a Israel. Es poder de liberación para los desterrados en Babilonia. Ciro no conocía a Yahvé, pero Yahvé sí que conocía a Ciro, al rey de Persia. En la historia humana podemos ver la mano de Dios en la bondad o en los principios éticos y sociales de pueblos y de gobernantes que anteponen el bien a todos los otros valores. Por eso rezamos por aquellos que nos gobiernan, para que Dios pueda hablar por medio de sus decisiones y actuaciones…aunque muchas veces nos decepcionen por sus pecados de egoísmo.
            Si teníamos a Ciro –del cual el profeta Isaías se deshace en elogios y en piropos en la primera de las lecturas (PRIMERA LECTURA: Isaías 45,1.4-6), en la segunda de las lectura es una acción de gracias que San Pablo hace a la comunidad de Tesalónica. Y hace esta acción de gracias porque esa comunidad aceptó el Evangelio que se le predicó. Y eso que era un Evangelio y un mensaje que les acarrearía dificultades y desventajas frente a la sociedad e incluso frente a la sinagoga (SEGUNDA LECTURA: 1ª Tesalonicenses 1,1-5a), pero ellos demostraron que las fuerzas que tuvieron para afrontar los serios problemas veía de lo alto, de Dios.
            Y si decíamos que Isaías había hablado maravillas de Ciro, el rey de Persia, ahora vemos cómo otro gobernante –cuyo nombre no aparece directamente- es cruel e insensible. Vienen a Jesús con una pregunta capciosa y con una gran ‘mala leche’ al pedirle su opinión de si es lícito o no pagar el impuesto al César (EVANGELIO: Mateo 22, 15-21). Con esta pregunta ponían a Jesús en todo el centro de la diana. Y es curioso que se lo preguntaran a él cuando estos judíos –los fariseos y los partidarios de Herodes- estaban muy molesto con Poncio Pilato. Poncio Pilato hacía que el reinado de Roma fuera cruel, pesado y sumamente molesto para los judíos. El prefecto romano Poncio Pilato era un gobernante de una crueldad sin miramientos, vengativo y arbitario. Los judíos lo odiaban porque había introducido en Jerusalén bustos e insignias del César, además de haber usado el dinero sagrado del templo para construir un acueducto que llevara el agua a Jerusalén. Y hacen esta trampa  a Jesús de si se tiene que pagar el impuesto al Cesar sí o no.  La trampa la resuelve Jesús, no solamente con inteligencia, sino con sabiduría, donde salta por los aires la legalidad con la que pretenden acusarlo en su caso. La respuesta de Jesús no es evasiva, sino profética; porque a trampas legales no valen más que respuestas proféticas. El tributo de hacienda es socialmente necesario; el corazón, no obstante, lleva la imagen de Dios donde el hombre recobra toda su dignidad, aunque pierda el “dinero” o la imagen del césar de turno que no valen nada.

            He empezado diciendo que Dios –como si se tratara de un seleccionador para hacer un equipo de baloncesto o de futbol- elige a quien quiere para las grandes misiones, nos hace pensar que tal vez, aún no nos elija para sus cometido porque Dios sigue sin ser la columna fundamental de nuestra vida, porque aún el ahorro, la comodidad, el dinero y el bienestar usurpen el puesto que le corresponde a Él en nuestras vidas. 

jueves, 12 de octubre de 2017

domingo, 8 de octubre de 2017

Homilía del Domingo XXVII del Tiempo Ordinario, ciclo a

Homilía del Domingo XXVII del Tiempo Ordinario,ciclo a

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo a
            Esta parábola de los viñadores homicidas nos interpela seriamente a cada uno. Es la historia de nuestra propia vida. El pueblo de Israel, era un pueblo de origen pastoril, errante, esclavo. Podía perfectamente existir y pasar desapercibidos e ignorados por todos. No eran nada, no valían nada, a nadie le importaba su posible exterminio. Sus decisiones a nadie importaba y sus aportaciones eran ignoradas por la multitud de pueblos. ¿Dónde residía su valor? ¿Por qué ese pueblo debía de ser respetado y tenido en cuenta? Simplemente no eran nada.
            Pero Dios todopoderoso pone sus ojos en ellos y aquellos que antes ‘nadie daba ni un duro por ellos’, ahora son plenamente valiosos. Israel es valioso porque cuando está con Dios es cuando es fuerte. Israel, fuerte con Dios. Y Dios les mima, les cuida sobremanera dándoles una tierra. Ellos dejan de ser nómadas para establecerse en un lugar fijo. Esta tierra, que es un don, plantan viñas y huertas.
            Empiezan a tener posesiones, dinero, comodidades, lujos, seguridades… y buscan la felicidad en todo menos en Dios. Buscan otros dioses, empiezan a tener actitudes idólatras con su claro reflejo en las injusticias sociales, las peleas frecuentes, poniendo sus ojos en todo menos en Dios. De tal manera que la bendición divina ya no recae sobre ellos y ellos van adquiriendo una mentalidad alejada de los mandamientos y designios divinos.
Se creen algo, cuando únicamente son polvo y ceniza. Dice el profeta Isaías: «Esperó que diera uvas, pero solo crió agraces» (PRIMERA LECTURA, Is 5, 1-7). En el momento que nos apartamos de Dios el derecho y la justicia brillan por su ausencia. Llega un momento en que uno no posee el dinero, sino que el dinero le posee a uno; que uno no tiene afectos, sino que los afectos han colonizado su corazón; que uno no tiene sus deseos sino que los deseos atormentan a la mente. Los demonios empiezan a ‘campar a sus anchas’ por nuestra existencia encadenándonos con multitud de esclavitudes. Por eso es tan importante escuchar, atender y hacer caso a la Palabra: «Nada debe de angustiaros; al contrario, en cualquier situación, presentad a Dios vuestros deseos, acompañando vuestras oraciones y súplicas con un corazón agradecido» (SEGUNDA LECTURA, Fil 4, 6-9). Lo que nos interesa es que la paz de Dios esté anidada en nuestro corazón. Que nada ni nadie aprese nuestro corazón, sólo Dios.
            De tal manera que cuando uno está en ese trato de cercanía con Dios podemos hacer caso a las palabras del apóstol: «Apreciad todo lo que sea verdadero, noble, recto, limpio y amable». Cuando uno está apresado por los ídolos a los que uno mismo da culto, pierde la libertad interior y exterior, y al mismo tiempo pervierte el razonamiento y el sentido de las cosas. Es cierto que todo aparece como más fácil y más cómodo, pero es un claro engaño ya que nos conduce irremediablemente a la perdición y a la muerte eterna. Para poder luchar en la fidelidad al Señor y poder plantar cara al Diablo es preciso atender a las palabras del apóstol en la segunda de las lecturas de hoy: «Poned en práctica lo que habéis aprendido y recibido: lo que en mí habéis visto y oído, ponedlo por práctica. Y el Dios de la paz estará con vosotros». Sin embargo este cometido es difícil, implica una guerra sin cuartel contra Satanás. Satanás no descansa y constantemente nos está atacando sin piedad. Es cruel en niveles insospechados. Desea llevarnos con él, allá al infierno. De ahí el grito de socorro que lanzamos a Dios para que nos sostenga en la lucha contra nuestro propio pecado: «¡Oh Señor, Dios del universo, renuévanos, que ilumina tu rostro y estaremos salvados!» (SALMO RESPONSORIAL, Sal 79, 9.12-16.19-20).   
            Israel fue elegido por Dios y en Dios reside su dignidad y fortaleza. Cada uno de nosotros somos fuertes cuando estamos con Dios, ya que –tal y como nos exhorta Nehemías- «No estéis tristes: la alegría de Yahvé es vuestra fortaleza» (Nehemías 8, 10b). Nosotros no somos dueños de la viña, el dueño es Dios. Nosotros únicamente somos los administradores. El Señor nos ha arrendado su viña (EVANGELIO, Mt 21, 33-43) para que le demos sus frutos a sus horas. Satanás nos engaña diciéndonos que no nos preocupemos ya que el dueño de la viña está lejos, que se ha ido de viaje al extranjero y ¡vete a saber si va a regresar de nuevo!
            Llama poderosamente la atención el incremento de rebeldía de estos viñadores homicidas. Cuando uno permite que Satanás te pervierta la mente y el corazón, se cometen pecados que antes jamás se nos hubiera pasado ni por la mente. De ahí que se incremente notablemente el grado de rebeldía de estos viñadores. Ellos al ver que se trataba el hijo del amo se dijeron «éste es el heredero, matémoslo y apoderémonos de su herencia». Daban por sentado que el dueño de la viña estaba muerto y que la herencia ya recaía sobre su hijo. La depravación de estos viñadores está pintada muy intensamente.
            En el fondo esta parábola nos evoca el estado real de las cosas para que luchemos contra nuestras propias rebeldías y dejemos a Cristo que sea el único que tome el timón de nuestra existencia.


Palencia (España), 8 de octubre de 2017

martes, 3 de octubre de 2017

domingo, 1 de octubre de 2017

Homilía del Domingo XXVI del Tiempo Ordinario, ciclo a

Homilía del Domingo XXV del Tiempo Ordinario, ciclo a

Homilía del Domingo XXVI del Tiempo Ordinario, ciclo a

HOMILÍA DEL DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a
Palencia, 01 de octubre 2017

         Un pequeño gesto puede cambiar el mundo. Hay un anuncio en la televisión que nos asegura que el ahorro del agua caliente, aunque sea sólo cerrar el grifo cuando uno se está enjabonando, supone una gran ayuda para luchar contra el cambio climático. Hace poco Manos Unidas sacó adelante una campaña de concienciación sobre la comida que se desperdiciaba con el lema ‘el mundo no necesita más comida, necesita más gente comprometida’. Hay una cita que creo que es de un pastor luterano alemán que dice así: «Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a por los sindicalistas, no protesté, porque no era sindicalista. Cuando vinieron a por los judíos, no pronuncié palabra, porque yo no era judío. Cuando finalmente vinieron a por mí, no había nadie más que pudiera protestar».
            El profeta Ezequiel ya nos lo dice: «Esto dice el Señor. Insistís “no es gusto el proceder del Señor. Escuchad, casa de Israel, ¿es injusto mi proceder? ¿No es más bien vuestro proceder el que es injusto?» (PRIMERA LECTURA, Ez 18, 25-28). Ezequiel se encuentra al pueblo destruido, se había producido la catástrofe del destierro de Babilonia (587 a.C.) y todos pensaban que esta situación era la consecuencia de cómo el pueblo había actuado contra Dios. El profeta, que es muy listo, se da cuenta de que ‘uno por otro la casa sin barrer’. Que la responsabilidad de lo acaecido nadie la asume, sino que es como disuelta en la masa de la gente y donde casi nadie se siente culpable. Por eso mismo el profeta Ezequiel da un paso clave para que crezcamos en la responsabilidad personal, donde cada uno da cuentas a Dios de sus obras. No pueden ‘pagar justos por pecadores’. Es verdad que siempre existe una responsabilidad global, colectiva y solidaria como también hay una situación de maldad que afecta más a unos que a otros. A lo que nos recuerda que Dios nos ha hecho libres para decidir moralmente. De tal manera que el futuro se construye desde esta opción personal de acoger a Dios.
            Me acuerdo que no hace mucho se tuvo que cerrar un comedor social al no poder hacer frente a las diversas facturas. Todos estábamos informados de cómo estaban de mal económicamente este comedor social, pero ¿acaso nos importaba? Hay una responsabilidad colectiva por pecado de omisión. ¿Se trataría acaso de hacer una división matemática para ver qué parte de culpa tenemos cada uno? El resultado sería tan pequeño que pasaría totalmente desapercibido mientras que familias y personas necesitadas se ven privadas del alimento allí recibido. Cada uno ha de dar cuentas a Dios de las consecuencias negativas que acarrean nuestros pecados de omisión, de aquel bien que deberíamos de haber hecho y no lo hicimos.
            De ahí la importancia de hacer nuestras las palabras del salmista: «El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes» (SALMO RESPONSORIAL, Sal 24, 4-5.6-7.8-9). El Señor nos enseña el camino a aquellos que estamos andando errados por la vida. Y ¿cómo se yo si estoy andando errado por la vida y estoy cayendo en esos pecados de omisión? La Palabra vuelve a salir a nuestro paso para darnos luz al respecto de la pluma de San Pablo: «No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás» (SEGUNDA LECTURA, Flp 2, 1-11). El Señor nos ofrece los criterios muy claramente para saber el grado de responsabilidad que cada uno tiene y el daño que ocasiona el pecado personal para el resto. Si el ‘otro es Cristo’, ¿le he atendido como se merece? ¿O acaso mi bajo nivel de fe tiene una repercusión directa en mi modo de comportarme de un modo tan egoísta?

            Sea de una manera o de la contraria, lo que está en juego es el grado de seriedad que cada cual adopte en su proceso de conversión personal hacia el Señor. Porque podemos decir ‘sí Señor’, y ser un ‘no’ rotundo y cobarde. Dice la Palabra que «un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: ‘Hijo, ve hoy a trabajar en la viña’. Él le contestó ‘no quiero’. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y  le dijo lo mismo. Él le contestó, ‘voy, señor’, pero no fue» (TERCERA LECTURA, Mt 21, 28-32). Aquí el acento se pone en el arrepentimiento y se refiere esta parábola, especialmente, a aquellos que siempre hablan de lo religioso, de la fe, de Dios, pero en el fondo su corazón no cambia, no se inmuta, no se abren a la gracia. Pueden tener religión, pero carecen de auténtica fe. Lo que cuenta para Dios es la capacidad de volver, de arrepentirse. 

Homilía del Domingo XXV del Tiempo Ordinario, ciclo a

HOMILÍA DEL DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a
Palencia, 24 de septiembre 2017

         Estoy convencido que mas terminar de proclamar el Evangelio de hoy (EVANGELIO: Mt 20, 1-16) habrán pensado: El Señor no es justo. ¿A quién se le ocurre dar el mismo salario a unos y a otros? El que fue a trabajar al amanecer ha tenido que soportar el sol abrasador, la sed torturadora, estará con los riñones doloridos, alguna ampolla le habrá salido en las manos...y está ahora para el arrastre por el cansancio acumulado a lo largo de toda la jornada. En cambio el que fue a la viña al atardecer están más frescos que una rosa. ¿No creen ustedes que es normal que le armen el pitote, con caceroladas incluidas, a este amo? Humanamente hablando no se entiende.
            Y la respuesta que nos ofrece el Señor es desconcertante: «Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que yo quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?». Es una interpelación en toda regla. Es una corrección seria. ¿Y por qué se me corrige? ¿Que hago de mal quejándome de ese comportamiento que me parece altamente injusto?
            Jesucristo te dice y me dice que es precisamente el pecado, que anida en nosotros, el que nos impide ver las cosas en su verdad. Esos jornaleros estaban en aquella plaza de pie dispuestos a trabajar y así poder llevar pan a casa y su familia poder comer. Día que no eran contratados, día que pasaban más penurias y hambre de la cuenta. Nuestro pecado nos hace pensar solamente en nosotros mismos y en nuestras cosas y comodidades, de tal modo que si el otro gana mucho menos o no gana nada nos da igual, actuamos con indiferencia y pasamos de su dolor. Pensamos...si ha trabajado menos, pues que reciba menos. Pero... ¿hemos pensado en esos niños hambrientos, en esa esposa apurada por no tener nada en la olla, en esas medicinas que tendrán que comprar para sanarse, en esas primeras necesidades que tienen que asegurarse? No lo pensamos porque sólo nos vemos nuestro ombligo. Y esto es precisamente el Señor lo que nos denuncia. El versículo del aleluya de hoy ‘nos viene como anillo al dedo’: «Abre, Señor, nuestro corazón para que aceptemos la palabra de tu Hijo» (Hch 16, 14b). Cuando aceptamos la palabra de Jesucristo plantamos cara al Diablo y luchamos contra el pecado y empezamos a andar en la Verdad.
            Llama poderosamente la atención de que el propietario de la viña salga a buscar jornaleros tantas veces: al amanecer, a media mañana, hacia mediodía, a media tarde y al caer la tarde. ¿Por qué sale tantas veces a buscar jornaleros? ¿Acaso no hay más días? Pues no, no hay más días. Y no los hay porque ¡hoy es tiempo de conversión! Como dice la Sagrada Escritura, «necio, esta noche te van a reclamar el alma» (cfr. Lc 12, 13-21). El propietario sabía que el granizo o la piedra, las fuertes heladas y las lluvias torrenciales, los huracanes y los ríos desbordados, la plaga de la langosta o un incendio provocado por los enemigos iba a ser algo inminente e irremediable. ¡Que el fin llega y el juicio final se está anunciando! Que la muerte nos llama y que todo se acaba. De ahí la urgencia de salir a buscar una y otra vez a los jornaleros, para poder recoger la uva y así salvar a los máximos hombres y mujeres posibles del caos, de la destrucción y de la muerte eterna.  El propietario de la viña quiere recoger toda la cosecha, quiere que cuantas más almas sean salvadas para Cristo mucho mejor, y por eso busca y rebusca a jornaleros para este fin salvador.
            Este propietario de la viña, que es Señor que está en la Iglesia, nos recuerda por medio del apóstol San Pablo que «lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo» (SEGUNDA LECTURA: Flp 1, 20c-24.27a), o sea vosotros y nosotros, todos podamos tener esa gozosa experiencia que nos dice el apóstol: «Para mí la vida es Cristo».

               ¿Seguimos pensando que el propietario de la viña actuó de un modo injusto dando al último igual que al primero al darles un denario a cada uno? Razón tiene el profeta Isaías al exclamar «que el malvado abandone su camino» (PRIMERA LECTURA: Is 55, 6-9) porque como no nos pongamos ya y ahora en este proceso de conversión, el Diablo nos pervertirá la mente, el sentido y el corazón y nos veremos privados de sentir el cariño que tiene Dios para con sus criaturas (SALMO RESPONSORIAL: Sal 144, 2-3.8-9.17-18)

domingo, 17 de septiembre de 2017

3MC - 3 Minute Catechism - 41. ¿Qué es el pecado?

El pecado es como el queso

Primera Confesión 2016

Homilía del Domingo XXIV del tiempo ordinario, ciclo a

HOMILÍA DEL DOMINGO  XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a

            La Palabra de hoy es muy clara. Quien no quiere perdonar, quien se obsesiona en la venganza no puede pensar que sea sabio ni religioso. Porque el sabio, en todo momento, pone a Dios en medio. ¿Cómo es posible que alguien se considere religioso cuando le carcome por dentro el odio y el rencor? Cristo es la medida de todas las cosas. A más odio, menos de Cristo;  a más perdón, más del Señor. El rencor y la ira nos conduce a la perdición porque deforma nuestra alma buscando las cosas humanas, y lo nuestro es buscar las cosas del cielo, y no las de la tierra.
            Muchas realidades que vivimos o situaciones delicadas de conflicto son oportunidades que el Señor permite para calibrar la calidad de nuestra fe. Cuando uno cae en la cuenta de que en esto el Señor está en medio, todo cambia. Nos dice el libro del Eclesiástico: «Si un ser humano alimenta la ira contra otro, ¿cómo puede esperar la curación del Señor? Si no se compadece de su semejante, ¿cómo pide perdón por sus propios pecados?». Hace poco leí esta leyenda que decía: «No basta con ser sincero, hay que ser verdadero». Si yo quiero realmente y valoro de verdad el amor de Dios, Jesucristo me pide que ponga todas las cartas descubiertas sobre la mesa. Y cuando lo hacemos nos damos cuenta de la tarea que tenemos por delante, que el amor hay que trabajarlo y hay que emprender una guerra interna contra todo aquello que me impide amar al hermano. Porque el hermano que tengo en frente es mi espejo. Si el otro me pone enfermo de los nervios es porque interiormente la soberbia y la ira me dominan, y se manifiestan en el exterior con mis manifestaciones o comentarios. Cristo es la Verdad y estando más cerca de Él sabremos cómo vivir en la verdad. Porque cuando vivamos en la verdad sabremos ayudar incluso a aquellos que nos calumnian, nos atacan y desean nuestro mal.  Recordemos que el perdón no tiene medida.
            Si aceptamos que hemos sido redimidos por Cristo, sabemos que le pertenecemos. Que somos soldados de Cristo y debemos de tomar las armas de la luz para afrontar las tentaciones y acechanzas del único enemigo que es Satanás. La muerte y la resurrección es algo que acontece en cada uno de nosotros. Siempre que vivimos y nos desvivimos por los demás luchando contra el egoísmo radical lo pasamos mal, porque es algo que implica renuncia, negación de uno mismo. Pero al mismo tiempo somos luz de Cristo para nuestros hermanos y esperanza de una vida mejor para aquellos que estén con nosotros. No se trata de ser solidarios, aquí lo que se proclama es una donación absoluta.
            Ser solidarios para ‘llevarnos bien y sentirnos como buenas personitas’ es muy sencillo, consiste en organizar festivales solidarios, teatros y demás actividades para poder recaudar dinero... o colaborar en una ONG o algo por el estilo. Es verdad que esto es lo que realmente vende a la gente y algunos tienden a calibrar la eficacia de la pastoral por el nivel de participación solidaria que se dé en una parroquia. Pero no duden que apenas salten algunas chispas, al carecer de espiritualidad, esto prende y genera un incendio sin precedentes.
            Y digo que esto de ser ‘solidario’ vende porque se ve. Se puede contar el dinero recaudado para una causa justa, se puede contar la gente involucrada en la participación y organización… hay números y se hacen fotos, entrevistas, se redactan artículos, se saca en la radio y televisiones locales…. O sea, vende. Sin embargo la oración silenciosa, las horas de confesionario escuchando y reconciliando penitentes, la oración contemplativa ante la Custodia, la lectura atenta y pausada de la Palabra de Dios, el esfuerzo de acompañamiento diario y constante a las familias y a los consagrados y consagradas, etc…., eso no se ve y nadie lo saca en los medios…. Y ya se sabe, lo que no sale en los medios no existe.
Lo nuestro es la donación absoluta y esto solamente se puede hacer cuando hay una relación de amistad íntima con Cristo. Por que solamente Él te irá dando razones del por qué e irá conquistando tu alma para vivir para Él. Porque vivir para Dios es, de algún modo, destruir la espiral del mal.  


Lecturas del domingo XXIV del tiempo ordinario, ciclo a, 17/09/2017
-Lectura del libro del Eclesiástico 27, 33-28, 9
-Sal 102, 1-2. 3-4. 9-10. 11-12 R. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
-Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 14, 7-9

-Lectura del santo evangelio según san Mateo 18, 21-35

sábado, 9 de septiembre de 2017

Homilía del Domingo XXIII del Tiempo Ordinario, ciclo a

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO a
            «Hijo de hombre, te he nombrado centinela de Israel». Así empieza la primera lectura de hoy tomada del profeta Ezequiel. Un centinela, que guarda la ciudad, que emplazado en su puesto de observación descubre quienes están por la inmediaciones, quien entra y sale. Los demás pueden descansar, relajarse, trabajar, hacer lo que hagan con normalidad, pero cuando escuchen la voz del centinela, todos deben de acudir para salvar la ciudad, y si alguien no lo hace está perdido. Ese centinela militar es el encargado de dar la alarma ante el peligro.
            El profeta Ezequiel se siente responsable de la suerte espiritual de su pueblo, y por eso se cree en la obligación de mantenerse vigilante frente a los peligros que sobre él se ciernen. El profeta Ezequiel ha anunciado primero la destrucción de Jerusalén en castigo de los pecados acumulados durante generaciones por la comunidad israelita. Ahora tiene que anunciar los nuevos peligros para la vida religiosa de todos aquellos que se exiliaron y formar la conciencia de éstos para restaurar la nación.
            En esta misma línea de ser centinela que vigila por dónde acecha el enemigo nos lo planteaba esta semana el apóstol San Pablo. El apóstol nos ofrecía criterios de discernimiento para nuestra vida cristiana diciéndonos que nuestras malas acciones van engendrando una mentalidad que nos aleja de Dios (cfr. Col 1, 21-23). Una persona podría pensar que un pecado muy grave jamás lo llegaría a cometer. Pero si uno van dando de paso a una, a otra y a otra acción… que no son adecuadas ni cristianas, poco a poco se va adentrando en una oscuridad en su conciencia, y al darse cuenta de que –por lo menos aparentemente- no acarrea consecuencias, puede llegar a realizar pecados o acciones perjudiciales de un nivel tan serio que antes, en un principio, eran impensables de realizar.
            El profeta, como centinela espiritual del pueblo, anuncia los peligros que nos acechan. Si no quieren oírle, no tendrá responsabilidad alguna sobre la muerte de ellos, como en el caso del centinela militar. Al contrario, si éste no cumple su misión de anunciar el peligro de la invasión del enemigo, será responsable de lo que pasare y pagará con su vida su falta en el cumplimiento del deber.
            Ahora bien, nosotros que estamos en la iglesia y vivimos nuestro ser iglesia católica en una comunidad cristiana concreta, ¿percibimos – a la luz de la Palabra y en el ejercicio de la corrección fraterna- por dónde nos acecha el enemigo y no nos deja crecer? Quizá pueda ser la indiferencia, o la frialdad, o la comodidad o pereza, o el egoísmo y los propios intereses los enemigos que pueden estar atacando a las comunidades cristianas. De ahí que escuchemos y atendamos a la voz de alerta del centinela.
            Cuando el amor disminuye, se nota las consecuencias. Esto es igual que el tema del agua: Cuando muchos a la vez hacen uso de los grifos del agua, la presión disminuye, tanto que a veces el propio calentador de gas no enciende. El Demonio ya se preocupa de que tengamos fugas de agua, porque él ya sabe ‘dónde nos aprieta el zapato’. Dice la Palabra: «Si con alguno tenéis deudas, que sean de amor, pues quien ama al prójimo ha cumplido la ley» (Rom 13,8). Seamos claros, cualquier excusa es buena para no amar al hermano. Cualquier excusa es buena para que la presión del agua del amor sea inferior o salga como un inservible hilito de agua.
¿Por qué tengo yo que preocuparme de esta persona cuando es un egoísta y un egocéntrico insoportable? ¿Por qué tengo yo que visitar en el hospital o en su casa a este hermano enfermo cuando me molesta por lo que dice o hace? Además, ¡con las cosas que he hecho yo –que han sido muchas- jamás me lo han agradecido y por algo que les pido que hagan o me apoyen me dejan en la estacada! A lo que la Palabra, como centinela de nuestras vidas, nos dice: «Si con alguno tenéis deudas, que sean de amor».
            La comunidad cristiana nos tiene que ayudar a ponernos las pilas, los unos a los otros. Que esos centinelas nos digan cuáles son nuestras faltas, eso, con toda garantía nos van a molestar y nos enfadaremos…, de eso estoy totalmente seguro (si te pinchan, saltas y sangras), pero ayudaremos y nos ayudaran a ir actuando contra los enemigos que acechan la ciudad, a cerrando esos grifos y arreglando esas fugas de amor para podernos salvar y gozar del abrazo del Padre Eterno.

10 de septiembre 2017
Ezequiel 33, 7-9
Salmo 94, 1-2.6-9
Romanos 13, 8-10
Mateo 18,15-20


sábado, 26 de agosto de 2017

Homilía del domingo XXI del tiempo ordinario, ciclo a

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A
            Hoy somos testigos de un fuerte tirón de orejas que Dios da a un alto funcionario de palacio llamado Sobná. Y me podéis decir, ¿pero Dios no es misericordioso lento a la cólera y rico en piedad? Pues sí, así es, pero también dice la Sagrada Escritura en el canto del Magníficat que «Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos».
            Entonces ¿por qué Dios ‘le canta las cuarenta’ a este cortesano llamado Sobná? Sobná era un soberbio de corazón. Este funcionario de la corte defendía abiertamente una política de alianzas con Egipto. Sobná llevaba la contraria abiertamente al profeta Isaías. El profeta Isaías apoyaba una política basada en confiar ciegamente en Yahvé y dejarse de alianzas extranjeras que no hacían más que perjudicar los intereses religiosos de Judá. Sobná, aprovechándose descaradamente de su status de privilegio en la corte, movía todos los hilos e influía en las personas que tomaban las decisiones para que fueran contra los intereses planteados por el profeta Isaías. Sobná maquinaba las cosas contra el profeta.
Y me pueden preguntar, ¿qué tiene de malo que Sobná –este alto funcionario real- apoyase la política de alianzas con Egipto?, ¿es que acaso no es una opción tan legítima y buena como la del profeta Isaías? ¿Por qué esta intolerancia? ¿Acaso no nos dicen que hay que ser tolerante y solidario con el que es distinto a nosotros o que todas las opiniones son válidas? ¿A qué viene entonces este ramalazo de intolerancia hacia Egipto? Es decir, si se dan cuenta, a los ojos y criterios mundanos, el mismo profeta Isaías pasaría por un intolerante, un tirano, un fanático, un xenófobo. ¿Qué tiene Isaías contra Egipto?
Isaías, que está lleno del Espíritu de Dios, tiene el don de discernimiento y sabe entender la voluntad de Dios en todo lo que ocurre. Sobná quiere hacer pactos con Egipto, para buscar las fuerzas y la estabilidad en todas las cosas que Egipto le proporciona. Egipto le proporciona comida, seguridad, estabilidad, diversión, comercio… cosas que hacen que el pueblo se olvide de Dios porque no le sienten como necesario. Pero se olvidan que los placeres de Egipto son efímeros, caducos, perecederos. Se olvidan que cimentando su vida en esas cosas que Egipto les proporciona van construyendo su convivencia diaria sobre terreno inseguro, movedizo. Egipto, con su faraón al frente, nos catequiza para llevarnos a su terreno, haciendo pasar al profeta Isaías como un impostor, intolerante e intransigente. Egipto te dice que todo es bueno y que todo es válido. Egipto usa de cosas, aparentemente inocentes y que pueden pasar desapercibidas por ser ‘normales’ pero que son muy corrosivas. Como muestra un botón:
En la actualidad hay un spot publicitario de un refresco muy conocido en el que aparece un chico joven, musculoso, con el torso desnudo y sudando por estar regando el jardín de una casa. Desde las habitaciones de la primera planta se encuentran un hermano y una hermana, ambos adolescentes, que desde la ventana están mirándolo con una lujuria descarada. Ambos y a la vez salen corriendo al frigorífico para ofrecer ese refresco al chico musculoso y de buen ver. Se pelean el hermano y la hermana para llegar el primero y así ofrecérselo. Y al llegar a su destino se encuentran que su madre se lo estaba ofreciendo en ese mismo momento al muchacho sudoroso disfrutando con una mirada poco casta. A lo que el funcionario real Sobná nos diría retando al profeta Isaías que qué tiene de malo este spot publicitario. A lo que el profeta Isaías le podría responder que cuando uno hace una alianza con Egipto y el pecado que conlleva nos olvidamos de Dios y damos por bueno y correcto cosas que nos llevarían derechitos al infierno. Porque ese hermano pone sus ojos en otro de su mismo sexo y se ve como normal. Porque esa hermana pone sus ojos con lujuria en ese muchacho y se ve como normal. Porque esa madre tontea con ese chico y se ve como normal en una mujer casada. Sobná siendo partidario de la alianza con Egipto ve esto como normal y como producto de una normal evolución social y cultural del pueblo y de la sociedad.
            El profeta Isaías sostiene que la única política que tenemos que sostener y apoyar es confiar ciegamente en Yahvé. Sobná se cree que con mentiras y comportándose buscando su propio interés va a alcanzar la misma meta que esperan tener lo que son fieles a Yahvé. Sobná se aprovecha de su situación de privilegio –al ser cortesano- y se pone a escavar su sepulcro en una zona recosa reservada para los ciudadanos de alta posición. Se piensa que haciendo trampas y comportándose de una manera deleznable iba a adelantar en la carrera a aquellos que han sido fieles a Yahvé. Y además quiere labrarse el sepulcro en la parte más saliente, en la zona más elevada, estando esta zona reservada a la nobleza judía para que mencionado mausoleo fuera por todos admirado desde la distancia. Sobná no tenía derecho a este tipo de sepulturas de privilegio, sino que se tenía que conformar con la común de la gente, ser enterrado como uno más, a una especie de fosa común (cfr. Jer 26, 23). Dios no se lo va a permitir, le echa de su puesto y le destituye de su cargo y le expulsa a Asiria, y allí las cosas le pintan muy mal, tan mal que él mismo es capturado como botín de los asirios acabando con sus huesos en la miseria y en la dura esclavitud. El desenlace de la vida de este antiguo alto cortesano es la consecuencia lógica de aquellos que no confían en Yahvé.
            Por eso mismo, en el Evangelio Jesucristo pronuncia una sentencia trascendente henchida de importancia y colmada de seriedad: « ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo». Sólo aquellos que como el profeta Isaías confían ciegamente en Yahvé y en su Hijo Jesucristo, podrán adquirir un discernimiento y unas energías sobrenaturales para afrontar el invierno glaciar de la secularización planteada por el Egipto seductor y por su maquiavélico faraón.



Lectura del libro de Isaías 22, 19-23
Sal 137, 1-2a. 2bc-3. 6 y 8bc R. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 11, 33-36
Lectura del santo evangelio según san Mateo 16, 13-20
27 de agosto de 2017


La Trasverberación de Santa Teresa de Jesús, año 2017

LA TRASVERBERACIÓN  DE SANTA TERESA DE JESÚS 2017
Únicamente los enamorados de Cristo pueden entender las cosas de Cristo y ser ambientadores del aroma de Cristo. Cristo no desea que seamos sus funcionarios ni sus asalariados, nos quiere suyos, porque somos un pueblo santo, una nación sagrada, un pueblo de su propiedad. Un pueblo que no ha sido comprado al por mayor, como cuando uno compra a granel los garbanzos y o las alubias para el cocido. No hemos sido comprados a granel, sino uno a uno, con su historia particular de pecado y de miseria.
Hermanas, cuando uno compra un piso, no solo compra el piso, sino que también –si uno no anda despierto- también adquiere las cargas, las deudas y todas las trampas económicas que el anterior dueño ha tenido. De tal modo que sus deudas pasan a ser tuyas propias. Pues Jesucristo nos ha comprado uno a uno a precio de su sangre, y ha adquirido para Él nuestros propios pecados y miserias. Unos pecados y miserias que nos conducían a la más absoluta de las catástrofes, a toda velocidad y derechitos al infierno. Como cuando uno se lanza al acantilado sin esperanza de salir de allí con vida, pues igual. Mas el Señor, por su infinita misericordia nos ha socorrido y lo ha hecho sin que nosotros nos lo mereciéramos.
Hay algunas personas, incluso algún cura muy atontado, que dice que eso del infierno no existe y que es semejando al ‘hombre del saco’ o al famoso ‘que viene el coco y te comerá’. Dicen que es un invento de los curas carcas, sacados de aquellos libros que nos hablan de la Inquisición, que atemorizaban al personal para así someterlos a su voluntad. Malos pastores que deforman la conciencia de sus feligreses condenándolos al privarlos de la luz. A lo que la propia Palabra de Dios les sale a responder. Cuentan que los apóstoles en una de las tantas ocasiones que les habrá pasado, venían cabizbajos, tristones y preocupados porque un demonio se les había resistido. Un niño poseído y que sufría mucho...no fueron capaces los discípulos de ayudarle. A lo que la madre de ese niño se acerca a Jesucristo pidiéndole auxilio y Cristo increpa al demonio y le expulsó (cfr. Mt 17, 14-20). A lo que Cristo les dice a sus discípulos que no pudieron echarle «por su falta de fe». Si uno no tiene fe se dejará orientar en la vida por todo aquello que le pueda apetecer, siendo pasto del mismo Satanás. Hay mucho cenutrio suelto que actuando como actúan y pensando como piensan terminan mareando hasta al mas espabilado.
            No hemos sido comprados a granel, como las alubias, lentejas, garbanzos o cebada. Hemos sido rescatados uno a uno y comprados,  precio de la sangre del Cordero de Dios, uno a uno. Cuando la civilización aun estaba sin civilizar llegándose a cometer el terrible atropello de la compra y venta de seres humanos, se ponían a los esclavos y esclavas sobre una plataforma un poco elevada, con una especie de pizarra colgando sobre sus cuellos, muy cerca de sus corazones, donde estaba anotado el dinero que costaba. Pagaban al comerciante de esclavos el correspondiente importe y pasaba a ser propiedad del nuevo amo e iban ‘de mal en peor’. Nosotros los cristianos llevamos una cruz colgada del cuello, muy cerquita del corazón, para recordarnos que hemos sido adquiridos a precio de la sangre del Cordero de Dios para ser sus hijos, para ser libres, dejando de ser esclavos del pecado. Y como la sangre del Hijo de Dios tiene un valor infinito, así es el valor que tiene nuestra propia dignidad. Ante esto sólo cabe una respuesta sensata: una vida dócil al Espíritu Santo en señal de agradecimiento profundo por el don recibido.
            A lo largo de la historia ha habido cristianos y cristianas que han respondido a este don recibido con una vida santa que al mismo Dios le ha agradado. Una de ellas es la vida de Santa Teresa de Jesús. Su fe fue tan alta y su confianza en el amor de los Amores tan elevada que fue premiada con una gracia mística: la transverberación. Dios escoge a los hijos e hijas que Él desea como señal de un amor excepcional que hacia Él le profesan. Una flecha divina marcó el corazón de Santa Teresa de Jesús. Cuenta la santa mística que cierta vez vio a su izquierda un ángel en forma humana. Era de baja estatura y muy hermoso, su rostro lucía encendido y dedujo que debía ser un querubín, uno de los ángeles de más alto grado. “Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios”, describió Santa Teresa de Jesús.

            Y nuestra santa, buscando corresponder a este regalo divino hizo el voto de hacer siempre lo que le pareciese más perfecto y agradable a Dios. Dice Dios en el libro del Deuteronomio: «Graba en tu corazón estas palabras que hoy te he dicho. Incúlcalas a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado; las atarás a tu muñeca como un signo; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus portales» (Dt. 6, 6-9). Nosotros, los cristianos, llevamos el crucifijo colgado en el cuello al lado del corazón, pero hay veces que el Señor tiene un deseo que hace realidad, enviar a un ángel para abrasar en amor a aquella que por amor vive y muere, a Santa Teresa de Jesús.  

domingo, 20 de agosto de 2017

Homilía del Domingo XX del Tiempo Ordinario, ciclo a

DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo a
          La primera frase tomada del libro del profeta Isaías empieza diciéndonos: «Esto dice el Señor», que podría equivaler –en este caso- a poder decir algo como “estas pistas os da el Señor”. Sí, pistas, palabras de orientación venidas de lo alto del Cielo para que podamos descubrir todas aquellas cosas que las personas que viven mundanamente no pueden descubrir.
El Señor nos dice, « ¿queréis que yo pueda intervenir en vuestra vida para salvaros de vuestro particular fango de pecado en el que estáis adentrados?». Si al Señor le contestamos con un ‘sí’, un ‘sí quiero que intervengas en mi vida’, Él nos ofrece un itinerario abierto, una hoja de ruta para tal fin. Nos dice cosas como «observad del derecho, practicar la justicia», también nos ofrece estas otras pistas para poder seguir ese nuevo itinerario abierto por Dios para que nosotros sepamos cómo acoger su salvación: que sirvamos al Señor, que observemos el día del descanso, que amemos el nombre de Dios. Podemos pensar que el Señor nos lo pone muy fácil creyendo que con sólo decírselo con los labios ya estaría todo solucionado y conforme.
Sin embargo el Señor, buscando nuestra purificación y nuestro arrepentimiento sincero, nos pone pruebas en nuestro camino –algunas más duras que otras- que ponen en evidencia todas aquellas resistencias que ofrecemos a la acción divina. A modo de ejemplo: el esposo amando a la esposa y la esposa amando al esposo están amando a Dios, ya que los dos son una sola carne. Y pueden llegar a creer que por el hecho de estar casados por la Iglesia ya está todo como debe de estar. Pero ¿esto garantiza que este itinerario de salvación que el Señor les ha planteado lo están siguiendo? Llega el Señor, ilumina nuestra vida para descubrir que las cosas no marchan tan bien como pensamos. ¿Saben cuántos matrimonios se han roto a causa de los mensajes y fotos de los WhatsApp y de otras redes sociales? Llega la mujer –o el marido- y ve que su consorte tiene mensajes comprometedores e inapropiados de otras personas del otro sexo, o fotos de contenido indecente. ¿Cómo es posible que esto ocurra con aquella persona con la que comparto mi vida? Esto ocurre porque se prefiere seguir los dictámenes mundanos antes que hacer caso al itinerario divino. Si no dejamos que Dios intervenga en nuestra vida ya se procurará Satanás de arrasar con todo lo que encuentre a su paso en la tuya. O de aquel presbítero que se ve muy seguro de sí mismo y –al dejar la oración y el cultivo de la vida espiritual- cae en brazos de vicios y de malos hábitos haciendo todo lo posible para justificarlo. Yo conozco un caso concreto de un ministro ordenado, que le gusta hacer ‘levantamiento de codo’, poniéndose más contentillo de la cuenta –el alcohol hace milagros a la hora de desinhibirse perdiendo la vergüenza- que para justificar sus mejillas coloradas a causa de la bebida dice tan campante cosas como estas: “A Jesús también le llamaban comilón y borracho”. Y como siempre hay gente que tiene por vocación ‘buscarse pocos amigos’ le contesta a este particular deportista de ‘levantamiento de vidrio’ que Jesús sobre todo era virtuoso en grado sumo. A lo que el argumento de aquel que tiene las mejillas coloradas se cae por el suelo por inconsistencia pudiéndose vengar de malas maneras.
San Pablo a los Romanos nos lo dice con otras palabras: «En efecto, en otro tiempo desobedecisteis a Dios», pero atención, esa acción pasada de desobediencia se puede hacer presente en el aquí y ahora tan pronto como no seamos dóciles para seguir el itinerario trazado por Dios. Sin embargo Dios nos corrige con misericordia para que el pecador se pueda arrepentir y así alcanzar el regalo de la vida eterna.
¿Y cómo descubrir ese itinerario divino? Reconociendo que hay Alguien con mayúsculas, que tiene el poder de poder arrancar de nosotros mismos esos demonios. Dice la Palabra que «una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo». Esa mujer cananea reconoció y grito auxilio al único que podía ayudarla. Nos sigue diciendo la Palabra que «ella se acercó y se postró ante él diciendo: Señor, ayúdame». A lo que Jesús aprovecha esta ocasión para que también sus apóstoles pudieran abrir los ojos y que ellos también descubrieran este nuevo itinerario divino. Los judíos se sentían muy seguros de su salvación al saberse el pueblo elegido, a lo que Jesucristo les demuestra que una mujer cananea, una pagana, les puede adelantar en el camino de la salvación porque cree más esta mujer pagana en Jesús más que los propios apóstoles en Él. De este modo demuestra que la salvación de Dios no tiene fronteras.
Jesucristo nos recuerda que el hecho de estar en la Iglesia no nos garantiza nuestra salvación, porque nos podemos acostumbrar a estar, bajar la guardia en el combate contra Satanás y estar muertos en vida. Hace poco un amigo me contó un chiste muy ocurrente. Un joven llamado Manolito se acerca corriendo a su catequista y le dice: «¡Ya sé lo que significa mi nombre! ¡Mi nombre significa ‘monumento de piedra de una sola pieza’!». A lo que el catequista le mira de los pies a la cabeza y le responde: «Mira que eres tonto Manolito, eso que has buscado es un monolito». Hay cristianos que aún no se han enterado de lo que es ser cristiano, se han acostumbrado a estar en la Iglesia y a repetir una serie de costumbres y se han quedado estériles espiritualmente hablando. Les ha pasado como ha este Manolito, tan tonto como un monolito.