sábado, 2 de diciembre de 2017

Homilía del Primer Domingo de Adviento, ciclo b

DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO, ciclo b
            Muchas veces hay personas que dicen que esto de la Iglesia es algo de pasado, desfasado y que hay que modernizarse o morir. Pues yo solo sé que el primera lectura del profeta Isaías, el cual vivió en el siglo quinto antes de Cristo, es muy actual. [PRIMERA LECTURA Isaías (63,16-17;64,1.3-8)]. El exilio de Babilonia ha acabado para el pueblo de Israel, pero las consecuencias de mencionado exilio siguen patentes. El pueblo de Israel sufre una seria crisis de identidad. El profeta Isaías está intentando reanimar a un pueblo que vive sin Dios, buscando simplemente subsistir, que no tiene futuro, porque no tiene esperanza.
            El profeta en medio de este desierto espiritual, en medio de esta acuciante sequía de vivencia de la fe, alza la voz a Dios para que también todos los que le rodean le puedan escuchar y hace una solemne profesión de fe sobre quién es Dios: Dios es nuestro Padre y nuestro Redentor. El profeta en su profesión de fe declara ante el pueblo esta solemne declaración: «Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano». Y en el trascurso de esta profesión de fe del profeta Isaías va narrando la historia de salvación que Dios ha ido obrando, tanto en él, como en medio del pueblo de Israel. Una historia de pecado y de arrepentimiento, una historia de olvido de Dios y de retorno a Él. Nuestra sociedad se ha acostumbrado a vivir sin Dios, a que cada cual haga lo que considere oportuno olvidando su propia identidad de cristiano. Cada cual busca subsistir, hacer su trabajo para que pueda llevar el dinero a su casa, el procurarse de divertirse para desahogarse del estrés diario, …y Dios queda arrinconado, olvidado, en el ‘baúl de los recuerdos’. Por eso nosotros –a semejanza del profeta- estamos llamados a alzar la voz a Dios y que así nos oigan los hombres, declarando con nuestra forma de vivir que Dios es el único que da el Ser a las cosas y que sin Él nada se puede llegar a hacer. Bueno, me equivoco, podremos hacer figuras pomposas de arena, pero tan pronto como se levante la ventisca, la lluvia haga acto de presencia o el tiempo vaya trascurriendo….de esas obras de arena no quedarán más que en un vago recuerdo.
            Es entonces cuando uno cae en la cuenta que por mucho que uno se esfuerce en hacer las cosas, sin la ayuda de Dios, es una auténtica perdida de tiempo es cuando surge la plegaria al Señor: «¡Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve!» [SALMO RESPONSORIAL Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19]. De hecho caer en la cuenta de que sin Dios todo lo que hacemos caerá en saco roto, ya de por sí, descubrir esto en la propia existencia, es una gracia divina. Por eso es tan importante redescubrir nuestra identidad de cristianos, por eso es tan fundamental por lo que luchaba el profeta Isaías para que redescubramos nuestras raíces de la fe.
            El propio San Pablo, con su estilo de vida tan unido a Cristo, está realizando una constante profesión de fe. No lo hace únicamente con los labios, sino con todo su ser. Todo lo que hace, piensa, el modo de trabajar, en el modo de cómo se entrega a los demás por amor… todo esto forma parte de esa constante profesión de fe que él ofrece a esta comunidad de los corintios. [SEGUNDA LECTURA 1ª Corintios (1,3-9)]. Esta comunidad era muy plural y muy problemática que se vanagloriaba de su bien hablar y de sus carismas. A lo que el apóstol les dice con toda claridad lo siguiente: «Él os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de que acusaros en el día de Jesucristo, Señor nuestro». Les recuerda que lo único que nos puede salvar es el Señor. Nuestros títulos, nuestros méritos y nuestro dinero del banco no nos salvan. El que nos da la fortaleza en la batalla y la victoria en la guerra es el Señor. Y este Señor es fiel a pesar de nuestras numerosas infidelidades. Por eso San Pablo reza tanto por esta comunidad para que se sostenga en el Señor y no se confundan creyendo que ellos mismos se pueden llegar a sostener por sí mismos.
            Tanto el profeta Isaías, como el apóstol San Pablo como el mismo Evangelio [EVANGELIO Marcos 13, 33-37] nos destacan una común idea: ¡Velad, vigilad! El profeta Isaías nos hablaba de extravíos y de corazones endurecidos, así como de la dulzura con la que Dios nos trata. El apóstol San Pablo nos avisaba que cuidado con pensar que somos nosotros los que podemos llevar adelante nuestra vida contando con nuestras propias capacidades, porque si lo hacemos así, caeremos y nos derrumbaremos. Y el Evangelio nos urge a que velemos. ¿Y cómo podemos velar? ¿Cómo podemos vigilar? ¿Cómo saber por dónde el demonio va a poder hacer un agujero en nuestra particular muralla? ¿Acaso empezará a picar por donde menos resistencia encuentre y sea el muro menos grueso? Calzándonos las botas de la Palabra de Dios. Calzándonos con el Evangelio. Siendo embajadores de Cristo llevando su Buena Noticia. El demonio como serpiente que repta siempre está al acecho e intentará, en todo momento, hincar sus dientes venenosos en nuestro particular talón de Aquiles –el demonio conoce nuestra debilidad y nuestro pecado-. Más si nuestros pies están calzados con el Evangelio por mucho que quiera morder esa mala víbora no podrá atravesar la bota.
            Cristo sale a nuestro encuentro para auxiliarnos y para rescatarnos de nuestro pecado y pisar a esta mala víbora con los pies de aquellos que anuncian, con toda su alma y corazón, el Evangelio.

03/12/2017

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