DOMINGO PRIMERO DE
ADVIENTO, ciclo b
Muchas veces hay personas que dicen
que esto de la Iglesia es algo de pasado, desfasado y que hay que modernizarse
o morir. Pues yo solo sé que el primera lectura del profeta Isaías, el cual
vivió en el siglo quinto antes de Cristo, es muy actual. [PRIMERA LECTURA Isaías (63,16-17;64,1.3-8)]. El
exilio de Babilonia ha acabado para el pueblo de Israel, pero las consecuencias
de mencionado exilio siguen patentes. El pueblo de Israel sufre una seria
crisis de identidad. El profeta Isaías está
intentando reanimar a un pueblo que vive sin Dios, buscando simplemente
subsistir, que no tiene futuro, porque no tiene esperanza.
El profeta en medio de este desierto
espiritual, en medio de esta acuciante sequía de vivencia de la fe, alza la voz a Dios para que también todos
los que le rodean le puedan escuchar y hace una
solemne profesión de fe sobre quién es Dios: Dios es nuestro Padre y
nuestro Redentor. El profeta en su profesión de fe declara ante el pueblo esta
solemne declaración: «Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el
alfarero: somos todos obra de tu mano». Y en el trascurso de esta profesión de fe del
profeta Isaías va narrando la historia de salvación que Dios ha ido obrando,
tanto en él, como en medio del pueblo de Israel. Una historia de pecado y de
arrepentimiento, una historia de olvido de Dios y de retorno a Él. Nuestra
sociedad se ha acostumbrado a vivir sin Dios, a que cada cual haga lo que considere
oportuno olvidando su propia identidad de cristiano. Cada cual busca subsistir,
hacer su trabajo para que pueda llevar el dinero a su casa, el procurarse de
divertirse para desahogarse del estrés diario, …y Dios queda arrinconado,
olvidado, en el ‘baúl de los recuerdos’. Por eso nosotros –a semejanza del
profeta- estamos llamados a alzar la voz a Dios y que así nos oigan los
hombres, declarando con nuestra forma de vivir que Dios es el único que da el
Ser a las cosas y que sin Él nada se puede llegar a hacer. Bueno, me equivoco,
podremos hacer figuras pomposas de arena, pero tan pronto como se levante la
ventisca, la lluvia haga acto de presencia o el tiempo vaya trascurriendo….de
esas obras de arena no quedarán más que en un vago recuerdo.
Es entonces cuando uno cae en la
cuenta que por mucho que uno se esfuerce en hacer las cosas, sin la ayuda de
Dios, es una auténtica perdida de tiempo es cuando surge la plegaria al Señor: «¡Oh
Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve!» [SALMO RESPONSORIAL Sal
79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19]. De hecho caer en la cuenta de que sin Dios
todo lo que hacemos caerá en saco roto, ya de por sí, descubrir esto en la
propia existencia, es una gracia divina. Por eso es tan importante redescubrir
nuestra identidad de cristianos, por eso es tan fundamental por lo que luchaba
el profeta Isaías para que redescubramos nuestras raíces de la fe.
El propio San Pablo, con su estilo
de vida tan unido a Cristo, está realizando una constante profesión de fe. No
lo hace únicamente con los labios, sino con todo su ser. Todo lo que hace,
piensa, el modo de trabajar, en el modo de cómo se entrega a los demás por amor…
todo esto forma parte de esa constante profesión de fe que él ofrece a esta
comunidad de los corintios. [SEGUNDA LECTURA 1ª
Corintios (1,3-9)]. Esta comunidad era muy plural y muy problemática que
se vanagloriaba de su bien hablar y de sus carismas. A lo que el apóstol les
dice con toda claridad lo siguiente: «Él os mantendrá firmes hasta el final,
para que no tengan de que acusaros en el día de Jesucristo, Señor nuestro».
Les recuerda que lo único que nos puede salvar es el Señor. Nuestros títulos,
nuestros méritos y nuestro dinero del banco no nos salvan. El que nos da la
fortaleza en la batalla y la victoria en la guerra es el Señor. Y este Señor es
fiel a pesar de nuestras numerosas infidelidades. Por eso San Pablo reza tanto
por esta comunidad para que se sostenga en el Señor y no se confundan creyendo
que ellos mismos se pueden llegar a sostener por sí mismos.
Tanto el profeta Isaías, como el
apóstol San Pablo como el mismo Evangelio [EVANGELIO
Marcos 13, 33-37] nos destacan una común idea: ¡Velad, vigilad! El profeta
Isaías nos hablaba de extravíos y de corazones endurecidos, así como de la
dulzura con la que Dios nos trata. El apóstol San Pablo nos avisaba que cuidado
con pensar que somos nosotros los que podemos llevar adelante nuestra vida
contando con nuestras propias capacidades, porque si lo hacemos así, caeremos y
nos derrumbaremos. Y el Evangelio nos urge a que velemos. ¿Y cómo podemos
velar? ¿Cómo podemos vigilar? ¿Cómo saber por dónde el demonio va a poder hacer
un agujero en nuestra particular muralla? ¿Acaso empezará a picar por donde
menos resistencia encuentre y sea el muro menos grueso? Calzándonos las botas
de la Palabra de Dios. Calzándonos con el Evangelio. Siendo embajadores de
Cristo llevando su Buena Noticia. El demonio como serpiente que repta siempre
está al acecho e intentará, en todo momento, hincar sus dientes venenosos en
nuestro particular talón de Aquiles –el demonio conoce nuestra debilidad y
nuestro pecado-. Más si nuestros pies están calzados con el Evangelio por mucho
que quiera morder esa mala víbora no podrá atravesar la bota.
Cristo sale a nuestro encuentro para
auxiliarnos y para rescatarnos de nuestro pecado y pisar a esta mala víbora con
los pies de aquellos que anuncian, con toda su alma y corazón, el Evangelio.
03/12/2017
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