DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo a
Esta parábola de los viñadores
homicidas nos interpela seriamente a cada uno. Es la historia de nuestra propia
vida. El pueblo de Israel, era un pueblo de origen pastoril, errante, esclavo.
Podía perfectamente existir y pasar desapercibidos e ignorados por todos. No
eran nada, no valían nada, a nadie le importaba su posible exterminio. Sus
decisiones a nadie importaba y sus aportaciones eran ignoradas por la multitud
de pueblos. ¿Dónde residía su valor? ¿Por qué ese pueblo debía de ser respetado
y tenido en cuenta? Simplemente no eran nada.
Pero Dios todopoderoso pone sus ojos
en ellos y aquellos que antes ‘nadie daba ni un duro por ellos’, ahora son
plenamente valiosos. Israel es valioso
porque cuando está con Dios es cuando es fuerte. Israel, fuerte con Dios. Y
Dios les mima, les cuida sobremanera dándoles una tierra. Ellos dejan de ser
nómadas para establecerse en un lugar fijo. Esta tierra, que es un don, plantan
viñas y huertas.
Empiezan a tener posesiones, dinero,
comodidades, lujos, seguridades… y buscan la felicidad en todo menos en Dios.
Buscan otros dioses, empiezan a tener actitudes idólatras con su claro reflejo
en las injusticias sociales, las peleas frecuentes, poniendo sus ojos en todo
menos en Dios. De tal manera que la bendición divina ya no recae sobre ellos y
ellos van adquiriendo una mentalidad alejada de los mandamientos y designios
divinos.
Se creen algo, cuando únicamente son polvo y ceniza. Dice
el profeta Isaías: «Esperó que diera uvas, pero solo crió agraces»
(PRIMERA LECTURA, Is 5, 1-7). En el momento que nos apartamos de Dios el derecho y
la justicia brillan por su ausencia. Llega un momento en que uno no posee el
dinero, sino que el dinero le posee a uno; que uno no tiene afectos, sino que
los afectos han colonizado su corazón; que uno no tiene sus deseos sino que los
deseos atormentan a la mente. Los demonios empiezan a ‘campar a sus anchas’ por
nuestra existencia encadenándonos con multitud de esclavitudes. Por eso es tan
importante escuchar, atender y hacer caso a la Palabra: «Nada debe de angustiaros; al contrario,
en cualquier situación, presentad a Dios vuestros deseos, acompañando vuestras
oraciones y súplicas con un corazón agradecido»
(SEGUNDA LECTURA, Fil 4, 6-9). Lo que nos interesa es que la paz de Dios esté anidada en nuestro corazón. Que nada ni nadie
aprese nuestro corazón, sólo Dios.
De tal manera que cuando uno está en
ese trato de cercanía con Dios podemos hacer caso a las palabras del apóstol: «Apreciad todo lo que sea verdadero,
noble, recto, limpio y amable». Cuando uno
está apresado por los ídolos a los que uno mismo da culto, pierde la libertad
interior y exterior, y al mismo tiempo pervierte el razonamiento y el sentido
de las cosas. Es cierto que todo aparece como más fácil y más cómodo, pero es
un claro engaño ya que nos conduce irremediablemente a la perdición y a la
muerte eterna. Para poder luchar en la fidelidad al Señor y poder plantar cara
al Diablo es preciso atender a las palabras del apóstol en la segunda de las
lecturas de hoy: «Poned
en práctica lo que habéis aprendido y recibido: lo que en mí habéis visto y
oído, ponedlo por práctica. Y el Dios de la paz estará con vosotros».
Sin embargo este cometido es difícil, implica una guerra sin cuartel contra Satanás.
Satanás no descansa y constantemente nos está atacando sin piedad. Es cruel en
niveles insospechados. Desea llevarnos con él, allá al infierno. De ahí el
grito de socorro que lanzamos a Dios para que nos sostenga en la lucha contra
nuestro propio pecado: «¡Oh
Señor, Dios del universo, renuévanos, que ilumina tu rostro y estaremos
salvados!» (SALMO
RESPONSORIAL, Sal 79, 9.12-16.19-20).
Israel fue elegido por Dios y en
Dios reside su dignidad y fortaleza. Cada uno de nosotros somos fuertes cuando estamos
con Dios, ya que –tal y como nos exhorta Nehemías- «No estéis tristes: la alegría de Yahvé
es vuestra fortaleza» (Nehemías
8, 10b). Nosotros no somos dueños
de la viña, el dueño es Dios. Nosotros únicamente somos los administradores. El
Señor nos ha arrendado su viña (EVANGELIO, Mt 21, 33-43) para que le demos sus frutos a sus horas. Satanás nos
engaña diciéndonos que no nos preocupemos ya que el dueño de la viña está
lejos, que se ha ido de viaje al extranjero y ¡vete a saber si va a regresar de
nuevo!
Llama poderosamente la atención el
incremento de rebeldía de estos viñadores homicidas. Cuando uno permite que
Satanás te pervierta la mente y el corazón, se cometen pecados que antes jamás
se nos hubiera pasado ni por la mente. De ahí que se incremente notablemente el
grado de rebeldía de estos viñadores. Ellos al ver que se trataba el hijo del
amo se dijeron «éste
es el heredero, matémoslo y apoderémonos de su herencia».
Daban por sentado que el dueño de la viña estaba muerto y que la herencia ya
recaía sobre su hijo. La depravación de estos viñadores está pintada muy
intensamente.
En el fondo esta parábola nos evoca
el estado real de las cosas para que luchemos contra nuestras propias rebeldías
y dejemos a Cristo que sea el único que tome el timón de nuestra existencia.
Palencia
(España), 8 de octubre de 2017
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