HOMILÍA
DEL DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a
Palencia, 01
de octubre 2017
Un pequeño gesto puede cambiar el mundo. Hay un anuncio en la
televisión que nos asegura que el ahorro del agua caliente, aunque sea sólo
cerrar el grifo cuando uno se está enjabonando, supone una gran ayuda para
luchar contra el cambio climático. Hace poco Manos Unidas sacó adelante una
campaña de concienciación sobre la comida que se desperdiciaba con el lema ‘el
mundo no necesita más comida, necesita más gente comprometida’. Hay una cita
que creo que es de un pastor luterano alemán que dice así: «Cuando los nazis
vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era
comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio porque
yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a por los sindicalistas, no
protesté, porque no era sindicalista. Cuando vinieron a por los judíos, no
pronuncié palabra, porque yo no era judío. Cuando finalmente vinieron a por mí,
no había nadie más que pudiera protestar».
El profeta
Ezequiel ya nos lo dice: «Esto dice el Señor. Insistís
“no es gusto el proceder del Señor. Escuchad, casa de Israel, ¿es injusto mi
proceder? ¿No es más bien vuestro proceder el que es injusto?» (PRIMERA LECTURA, Ez 18, 25-28). Ezequiel se encuentra
al pueblo destruido, se había producido la catástrofe del destierro de
Babilonia (587 a .C.)
y todos pensaban que esta situación era la consecuencia de cómo el pueblo había
actuado contra Dios. El profeta, que es muy listo, se da cuenta de que ‘uno por
otro la casa sin barrer’. Que la
responsabilidad de lo acaecido nadie la asume, sino que es como disuelta en
la masa de la gente y donde casi nadie se siente culpable. Por eso mismo el
profeta Ezequiel da un paso clave para que crezcamos en la responsabilidad
personal, donde cada uno da cuentas a
Dios de sus obras. No pueden ‘pagar justos por pecadores’. Es verdad que
siempre existe una responsabilidad global, colectiva y solidaria como también
hay una situación de maldad que afecta más a unos que a otros. A lo que nos
recuerda que Dios nos ha hecho libres para decidir moralmente. De tal manera
que el futuro se construye desde esta opción personal de acoger a Dios.
Me acuerdo que no
hace mucho se tuvo que cerrar un comedor social al no poder hacer frente a las
diversas facturas. Todos estábamos informados de cómo estaban de mal
económicamente este comedor social, pero ¿acaso nos importaba? Hay una
responsabilidad colectiva por pecado de omisión. ¿Se trataría acaso de hacer
una división matemática para ver qué parte de culpa tenemos cada uno? El
resultado sería tan pequeño que pasaría totalmente desapercibido mientras que
familias y personas necesitadas se ven privadas del alimento allí recibido. Cada
uno ha de dar cuentas a Dios de las consecuencias negativas que acarrean
nuestros pecados de omisión, de aquel bien que deberíamos de haber hecho y no
lo hicimos.
De ahí la
importancia de hacer nuestras las palabras del salmista: «El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los
pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los
humildes» (SALMO RESPONSORIAL, Sal 24,
4-5.6-7.8-9). El Señor nos enseña el camino a aquellos que estamos
andando errados por la vida. Y ¿cómo se yo si estoy andando errado por la vida
y estoy cayendo en esos pecados de omisión? La Palabra vuelve a salir a
nuestro paso para darnos luz al respecto de la pluma de San Pablo: «No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por
la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros
intereses, sino buscad todos el interés de los demás» (SEGUNDA LECTURA, Flp 2, 1-11). El Señor nos ofrece
los criterios muy claramente para saber el grado de responsabilidad que cada
uno tiene y el daño que ocasiona el pecado personal para el resto. Si el ‘otro
es Cristo’, ¿le he atendido como se merece? ¿O acaso mi bajo nivel de fe tiene
una repercusión directa en mi modo de comportarme de un modo tan egoísta?
Sea de una manera
o de la contraria, lo que está en juego es el grado de seriedad que cada cual
adopte en su proceso de conversión personal hacia el Señor. Porque podemos
decir ‘sí Señor’, y ser un ‘no’ rotundo y cobarde. Dice la Palabra que «un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo:
‘Hijo, ve hoy a trabajar en la viña’. Él le contestó ‘no quiero’. Pero después
se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y
le dijo lo mismo. Él le contestó, ‘voy, señor’, pero no fue» (TERCERA LECTURA, Mt 21, 28-32). Aquí el acento se
pone en el arrepentimiento y se refiere esta parábola, especialmente, a
aquellos que siempre hablan de lo religioso, de la fe, de Dios, pero en el
fondo su corazón no cambia, no se inmuta, no se abren a la gracia. Pueden tener
religión, pero carecen de auténtica fe. Lo que cuenta para Dios es la capacidad
de volver, de arrepentirse.
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