DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO,
CICLO a
«Hijo de
hombre, te he nombrado centinela de Israel». Así empieza la primera lectura de hoy tomada del
profeta Ezequiel. Un centinela, que guarda la ciudad, que emplazado en su
puesto de observación descubre quienes están por la inmediaciones, quien entra
y sale. Los demás pueden descansar, relajarse, trabajar, hacer lo que hagan con
normalidad, pero cuando escuchen la voz del centinela, todos deben de acudir
para salvar la ciudad, y si alguien no lo hace está perdido. Ese centinela militar
es el encargado de dar la alarma ante el peligro.
El profeta Ezequiel se siente
responsable de la suerte espiritual de su pueblo, y por eso se cree en la
obligación de mantenerse vigilante frente a los peligros que sobre él se
ciernen. El profeta Ezequiel ha anunciado primero la destrucción de Jerusalén
en castigo de los pecados acumulados durante generaciones por la comunidad
israelita. Ahora tiene que anunciar los nuevos peligros para la vida religiosa
de todos aquellos que se exiliaron y formar la conciencia de éstos para
restaurar la nación.
En esta misma línea de ser centinela
que vigila por dónde acecha el enemigo nos lo planteaba esta semana el apóstol San
Pablo. El apóstol nos ofrecía criterios de discernimiento para nuestra vida
cristiana diciéndonos que nuestras malas acciones van engendrando una mentalidad
que nos aleja de Dios (cfr. Col 1, 21-23). Una persona podría pensar que un
pecado muy grave jamás lo llegaría a cometer. Pero si uno van dando de paso a
una, a otra y a otra acción… que no son adecuadas ni cristianas, poco a poco se
va adentrando en una oscuridad en su conciencia, y al darse cuenta de que –por lo
menos aparentemente- no acarrea consecuencias, puede llegar a realizar pecados
o acciones perjudiciales de un nivel tan serio que antes, en un principio, eran
impensables de realizar.
El profeta, como centinela
espiritual del pueblo, anuncia los peligros que nos acechan. Si no quieren
oírle, no tendrá responsabilidad alguna sobre la muerte de ellos, como en el
caso del centinela militar. Al contrario, si éste no cumple su misión de
anunciar el peligro de la invasión del enemigo, será responsable de lo que
pasare y pagará con su vida su falta en el cumplimiento del deber.
Ahora bien, nosotros que estamos en
la iglesia y vivimos nuestro ser iglesia católica en una comunidad cristiana
concreta, ¿percibimos – a la luz de la Palabra y en el ejercicio de la
corrección fraterna- por dónde nos acecha el enemigo y no nos deja crecer?
Quizá pueda ser la indiferencia, o la frialdad, o la comodidad o pereza, o el
egoísmo y los propios intereses los enemigos que pueden estar atacando a las
comunidades cristianas. De ahí que escuchemos y atendamos a la voz de alerta
del centinela.
Cuando el amor disminuye, se nota
las consecuencias. Esto es igual que el tema del agua: Cuando muchos a la vez
hacen uso de los grifos del agua, la presión disminuye, tanto que a veces el
propio calentador de gas no enciende. El Demonio ya se preocupa de que tengamos
fugas de agua, porque él ya sabe ‘dónde nos aprieta el zapato’. Dice la
Palabra: «Si con alguno tenéis deudas, que sean de amor, pues
quien ama al prójimo ha cumplido la ley» (Rom 13,8). Seamos claros, cualquier excusa es buena
para no amar al hermano. Cualquier excusa es buena para que la presión del agua
del amor sea inferior o salga como un inservible hilito de agua.
¿Por qué tengo yo que preocuparme de esta persona
cuando es un egoísta y un egocéntrico insoportable? ¿Por qué tengo yo que
visitar en el hospital o en su casa a este hermano enfermo cuando me molesta por
lo que dice o hace? Además, ¡con las cosas que he hecho yo –que han sido
muchas- jamás me lo han agradecido y por algo que les pido que hagan o me
apoyen me dejan en la estacada! A lo que la Palabra, como centinela de nuestras
vidas, nos dice: «Si con alguno tenéis deudas, que sean de
amor».
La comunidad cristiana nos tiene que
ayudar a ponernos las pilas, los unos a los otros. Que esos centinelas nos
digan cuáles son nuestras faltas, eso, con toda garantía nos van a molestar y nos
enfadaremos…, de eso estoy totalmente seguro (si te pinchan, saltas y sangras),
pero ayudaremos y nos ayudaran a ir actuando contra los enemigos que acechan la
ciudad, a cerrando esos grifos y arreglando esas fugas de amor para podernos
salvar y gozar del abrazo del Padre Eterno.
10
de septiembre 2017
Ezequiel
33, 7-9
Salmo
94, 1-2.6-9
Romanos
13, 8-10
Mateo
18,15-20
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