25
de diciembre de 2017
LA NATIVIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Hoy la Palabra se ha hecho carne.
Aquel que tiene poder de perdonar nuestros pecados y de levantarnos del
sepulcro acaba de nacer en Belén de Judá. Aquel que te mira a los ojos para
amarte y que te calienta de ternura hasta lo profundo del alma, ese hoy ha
nacido en Belén de Judá. Aquel que es luz en medio de nuestras tinieblas y que
enjuga las amargas lágrimas de nuestro dolor hoy ha nacido en Belén de Judá.
Aquel que se nos entrega como pan de Vida y como bebida de Salvación en la
Eucaristía, hoy ha nacido en Belén de Judá.
«Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin
ella no se hizo nada de lo que se ha hecho»
(EVANGELIO Jn 1,1-18). Que cierto es esto. ¿Qué hubiera sido de mí y de
nosotros si Dios no nos hubiera tenido en cuenta? Si Él no nos hubiera llamado
por nuestro nombre, no hubiésemos sido llamados a la vida, no hubiéramos
existido. Si Él no nos hubiera rescatado del dominio del pecado, seríamos
siervos de la muerte y todos los frutos que hubiéramos dado serían frutos
podridos, putrefactos, de muerte. Nunca hubiéramos descubierto el amor ni
tampoco la experiencia de sentirnos auténticamente amados. El demonio
constantemente nos habría enviado malos pensamientos, pensamientos muchos de
ellos inconfesables, siguiendo las apetencias desordenadas y siendo blanco de
la cólera y de la perdición más absoluta. El castigo terrible se habría
desencadenado por todas las cosas horribles, infames causados por nuestros
innumerables pecados. Nadie hubiera podido pagar nuestras deudas, nuestros
pecados serían losas insoportables de poder sobrellevar. Todo lo bueno y noble
sería derruido, siendo pasto de la más absoluta desolación. No merecía la pena
ni formar una familia, ni ser honrado, ni luchar por la justicia ni por la paz,
los ideales nobles serían desechados por ineficaces e inservibles en una
sociedad donde lo único que podría prevalecer es la lucha por la supervivencia
del más fuerte y poderoso. En este contexto, ¿sería posible crear algo? A todas
luces, imposible. Es como si únicamente se tirase de un lado de una soga y
nadie tirase del otro lado para tensarla generando resistencia; ya que no
habría guerra, ni lucha interna, porque el único ejército que existiría sería
el de las tinieblas.
Sin embargo el Hijo de Dios se encarnó
y la hegemonía del mal llegó a su fin. Es impresionante cómo Dios nos protege.
El profeta Isaías nos anuncia que este Niño, que hoy ha nacido, nos lanza el
pregón de la victoria. (PRIMERA LECTURA, Is 52,
7-10) Este Niño que nos ha nacido se compadece de nosotros y nos
restaura. De tal modo que el poder de Dios es capaz de hacer frente y de
derrotar totalmente a la muerte y al pecado.
El salmo responsorial nos lo recalca diciéndonos que la
verdad de Dios y la justicia de Dios es nuestra victoria (SALMO 97, 1-6). Nos dice que nuestros pecados, por
mucho daño que nos hayamos podido generar y hacer a los demás, es posible
sanarlo. Que se puede revertir todo el sufrimiento ocasionado y reconstruir lo
que estaba derruido. Es impresionante cómo Dios nos protege. Consecuencia de
tener esta experiencia de sanación y de reconstrucción de la propia vida surge
el cántico al Señor y el aclamar al Señor como rey de nuestra existencia.
¿Sabemos o somos conscientes de cómo el mal ha
ejercido su hegemonía o lo sigue ejerciendo en nosotros? Ese mal puede tener
muchos nombres: la bebida, el mal uso del dinero, la mentira, el desordenado
apetito de nuestros deseos, el dominio de los bajos instintos en nuestra vida
personal… Recordemos que quien sostiene todas las cosas mediante su palabra es
el Hijo, Jesucristo. La mentira no puede sostener nada, todo se derrumba. Ya lo
dice la sabiduría popular ‘se coge antes al mentiroso que al cojo’ y ‘en la
boca del mentiroso, lo cierto se hace más que dudoso’. En esta particular
guerra contra el mal y contra el pecado personal tenemos a un importante
aliado, Jesucristo. Nos dice la Palabra (SEGUNDA
LECTURA Hb 1,1-6) que Jesucristo ha venido a ser nuestro valedor, un
valedor poderoso, el mejor de los protectores y el mejor de los aliados contra
el mal que nos purifica de nuestro pecado. De tal modo que el Señor quiere que
nos fiemos de Él porque Él desea que nos adentremos en una nueva gestación; una
gestación a una vida nueva que rompa con todos los apetitos que nos corrompen y
todos los deseos de la carne. Para que vayamos descubriendo la insondable
riqueza de estar bautizados y de poder adentrarnos de esa vida inmortal de la
que Dios nos invita a participar.
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