domingo, 1 de octubre de 2017

Homilía del Domingo XXV del Tiempo Ordinario, ciclo a

HOMILÍA DEL DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a
Palencia, 24 de septiembre 2017

         Estoy convencido que mas terminar de proclamar el Evangelio de hoy (EVANGELIO: Mt 20, 1-16) habrán pensado: El Señor no es justo. ¿A quién se le ocurre dar el mismo salario a unos y a otros? El que fue a trabajar al amanecer ha tenido que soportar el sol abrasador, la sed torturadora, estará con los riñones doloridos, alguna ampolla le habrá salido en las manos...y está ahora para el arrastre por el cansancio acumulado a lo largo de toda la jornada. En cambio el que fue a la viña al atardecer están más frescos que una rosa. ¿No creen ustedes que es normal que le armen el pitote, con caceroladas incluidas, a este amo? Humanamente hablando no se entiende.
            Y la respuesta que nos ofrece el Señor es desconcertante: «Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que yo quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?». Es una interpelación en toda regla. Es una corrección seria. ¿Y por qué se me corrige? ¿Que hago de mal quejándome de ese comportamiento que me parece altamente injusto?
            Jesucristo te dice y me dice que es precisamente el pecado, que anida en nosotros, el que nos impide ver las cosas en su verdad. Esos jornaleros estaban en aquella plaza de pie dispuestos a trabajar y así poder llevar pan a casa y su familia poder comer. Día que no eran contratados, día que pasaban más penurias y hambre de la cuenta. Nuestro pecado nos hace pensar solamente en nosotros mismos y en nuestras cosas y comodidades, de tal modo que si el otro gana mucho menos o no gana nada nos da igual, actuamos con indiferencia y pasamos de su dolor. Pensamos...si ha trabajado menos, pues que reciba menos. Pero... ¿hemos pensado en esos niños hambrientos, en esa esposa apurada por no tener nada en la olla, en esas medicinas que tendrán que comprar para sanarse, en esas primeras necesidades que tienen que asegurarse? No lo pensamos porque sólo nos vemos nuestro ombligo. Y esto es precisamente el Señor lo que nos denuncia. El versículo del aleluya de hoy ‘nos viene como anillo al dedo’: «Abre, Señor, nuestro corazón para que aceptemos la palabra de tu Hijo» (Hch 16, 14b). Cuando aceptamos la palabra de Jesucristo plantamos cara al Diablo y luchamos contra el pecado y empezamos a andar en la Verdad.
            Llama poderosamente la atención de que el propietario de la viña salga a buscar jornaleros tantas veces: al amanecer, a media mañana, hacia mediodía, a media tarde y al caer la tarde. ¿Por qué sale tantas veces a buscar jornaleros? ¿Acaso no hay más días? Pues no, no hay más días. Y no los hay porque ¡hoy es tiempo de conversión! Como dice la Sagrada Escritura, «necio, esta noche te van a reclamar el alma» (cfr. Lc 12, 13-21). El propietario sabía que el granizo o la piedra, las fuertes heladas y las lluvias torrenciales, los huracanes y los ríos desbordados, la plaga de la langosta o un incendio provocado por los enemigos iba a ser algo inminente e irremediable. ¡Que el fin llega y el juicio final se está anunciando! Que la muerte nos llama y que todo se acaba. De ahí la urgencia de salir a buscar una y otra vez a los jornaleros, para poder recoger la uva y así salvar a los máximos hombres y mujeres posibles del caos, de la destrucción y de la muerte eterna.  El propietario de la viña quiere recoger toda la cosecha, quiere que cuantas más almas sean salvadas para Cristo mucho mejor, y por eso busca y rebusca a jornaleros para este fin salvador.
            Este propietario de la viña, que es Señor que está en la Iglesia, nos recuerda por medio del apóstol San Pablo que «lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo» (SEGUNDA LECTURA: Flp 1, 20c-24.27a), o sea vosotros y nosotros, todos podamos tener esa gozosa experiencia que nos dice el apóstol: «Para mí la vida es Cristo».

               ¿Seguimos pensando que el propietario de la viña actuó de un modo injusto dando al último igual que al primero al darles un denario a cada uno? Razón tiene el profeta Isaías al exclamar «que el malvado abandone su camino» (PRIMERA LECTURA: Is 55, 6-9) porque como no nos pongamos ya y ahora en este proceso de conversión, el Diablo nos pervertirá la mente, el sentido y el corazón y nos veremos privados de sentir el cariño que tiene Dios para con sus criaturas (SALMO RESPONSORIAL: Sal 144, 2-3.8-9.17-18)

No hay comentarios: