viernes, 27 de mayo de 2011

Novena a Ntra. Sra. del Monte o del Rasedo 9


DÍA NOVENO DE LA NOVENA 2011


MARÍA, REFUGIO DE PECADORES.



«Se cuenta una historia horripilante a propósitos de los trabajos del célebre artista Leonardo de Vinci. Para su famosa obra “La última Cena”, tomó por modelo de Nuestro Señor, a un joven que cantaba en el coro de la Catedral de Milán, llamado Pietro Bandinelli. Años después el pintor buscaba un modelo para pintar la cara de Judas. Un día, en las calles de Roma, vio a un hombre de torva mirada y de un continente y semblante que delataba el vicio y la avaricia de un hombre soez. Éste será mi modelo, pensó. Y así fue.


Mientras trabajaban en el estudio, algo característico de los modales de aquel hombre indujo a Leonardo a preguntarle:


-¿Cómo se llama usted?


-Oh, usted me pintó ya otra vez –respondió-. Soy Pietro Bandinelli.


-¿Cómo? – le contestó Leonardo. - ¿Qué ha pasado para que yo no le reconociera?. – Leonardo lo comentó ya que le tuvo como modelo para pintar a Nuestro Señor Jesucristo hacía ya unos años.


¡Tan desfigurado estaba!.


El pecado mortal puede producir tristes cambios aún en la parte exterior del pecador. Pero esto es nada en comparación con el cambio horrendo que se produce en el alma».


Entre las muchas y bellas invocaciones de las Letanías Lauretanas está la de “refugio de los pecadores”. Y en la segunda parte del Ave María, la Iglesia, sabiendo que todos somos pecadores, nos enseña a suplicar de este modo a nuestra Madre del Cielo: «Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte». Una madre no deja de amar a sus hijos aunque sean malos o extraviados; y aún diré que los ama más, porque el sentimiento natural de afecto se junta al sentimiento de ansiosa compasión a causa del bien que han perdido por el pecado y de la eterna salvación puesta en peligro. Así es María para nosotros; pero con la diferencia de que nuestras madres terrenas sufren íntimamente en su corazón a causa de nuestros extravíos, de nuestras ingratitudes, de nuestros pecados, pero no pueden poner remedio; mientras que María, nuestra Madre, al ser también Madre de Jesús, no sólo quiere, sino que puede también ayudarnos. Por grandes que sean nuestros pecados, por muy atraídos que nos sintamos por la fascinación de las pasiones, o desesperadamente hundidos en el abismo del mal, basta que levantemos con confianza nuestra mirada a María, para que ella como Madre misericordiosa, nos obtenga del Señor el perdón, la luz, la fuerza, con que podremos remontar con trabajo el camino de la penitencia, de la enmienda y de la paz.


San Buenaventura nos dice: «Pobres pecadores que habéis naufragado desgraciadamente en el pecado, elevad vuestros suspiros y oraciones a María, que ella os conducirá al puerto de salvación». Y San Bernardo añade que nuestra buena Madre no aborrece a ningún pecador, aunque esté manchado con horribles pecados; basta que el desgraciado recurra a Ella, que ella no desdeñará de alargarle la mano para librarle de la perdición. En palabras de San Bernardo: «Tú no aborreces al pecador por afeado que esté; si acude a ti, tu lo sacas del abismo con piadosa mano».


Qué gran consuelo tiene que ser para nosotros saber que tenemos una Madre tan buena, tan misericordiosa, tan poderosa. Recurramos a Ella con confianza, con humildad, con amor; y ella ciertamente nos socorrerá.


Como dice Santo Tomás, María se llama estrella del mar, porque, como los navegantes se guían por los astros para llegar al puerto, así los cristianos son guiados al Paraíso por medio de María. Esta certeza de que nos protege nuestra Madre celestial con todo su poder, debe estimular nuestra esperanza y nuestra plena confianza en Ella. Así sea.

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