viernes, 27 de mayo de 2011

Novena a Ntra. Sra. del Monte o del Rasedo 5


DÍA QUINTO DE LA NOVENA 2011


DEVOCIÓN DE LOS ANCIANOS A LA SANTÍSIMA VIRGEN



Fue el ángel San Gabriel el que comunicó a la Santísima Virgen que su prima Isabel había concebido un hijo en su vejez. Y María se puso en camino y fue aprisa a un pueblo de Judá que estaba en la montaña.


Los ancianos sienten la necesidad de ser queridos. Las fuerzas les fallan y la memoria “les juega malas pasadas”. Se encuentran con dificultades que, sobre todo con el paso de los años, se van agravando al ser más conscientes de la cercanía de la muerte. Se encuentran con el choque entre la necesidad de compañía y la tendencia al aislamiento, la soledad y las dificultades en las relaciones personales con los demás. Aunque sean muchos los años acumulados siempre tienen en el corazón y en la memoria el rostro de la madre, las experiencias de ternura compartidas y aquellas palabras de amor que les animaba cuando se encontraban decaídos. Ese encuentro con la madre que les marcó y que siguen añorando, aunque sus madres hubieran partido hacia la casa del Padre hace muchos años. Por eso, los ancianos se sienten más impulsados a recurrir a Santa María, como la Madre.


María es la Madre. Pues bien, precisamente en el momento en que se hace más vivo en él el sentimiento de inseguridad, la conciencia de su propia incapacidad de solucionar las cosas por sí mismo, la constatación de su propia fragilidad, de la necesidad de depender en todo y de todos, el sentimiento por el abandono de las personas queridas -aun cuando esto no responda a la verdad-, el anciano mira hacia María. Se siente niño ante ella. Ella es la madre por excelencia. Puede ofrecer una protección no puramente casual, sino perenne. Si no puede, como es lógico, refugiarse en una maternidad física, el anciano la sublima y la vive en un contexto espiritual con una profundidad que recupera todas las carencias y los
límites de la tercera edad. Se sabe protegido, asistido, bendecido, no
sólo ahora, sino también en la hora de la muerte. María invita a la
confianza y a la esperanza, más allá de toda frustración y de todo
abandono.


Santa María, tan pronto como sabe la noticia del embarazo de su prima Isabel sale de su casa para ayudarla. María muestra una predilección especial por todas las personas que están atravesando momentos delicados en sus vidas, ya sea por la enfermedad, el dolor o ya sea por la edad.


El Beato Juan Pablo II, en la CARTA A LOS ANCIANOS que escribió en el año 1999 nos decía cosas tan bellas como estas:


«¿Qué es la vejez? A veces se habla de ella como del otoño de la vida —como ya decía Cicerón—, por analogía con las estaciones del año y la sucesión de los ciclos de la naturaleza. Basta observar a lo largo del año los cambios de paisaje en la montaña y en la llanura, en los prados, los valles y los bosques, en los árboles y las plantas. Hay una gran semejanza entre los biorritmos del hombre y los ciclos de la naturaleza, de la cual él mismo forma parte. Al mismo tiempo, sin embargo, el hombre se distingue de cualquier otra realidad que lo rodea porque es persona. Plasmado a imagen y semejanza de Dios, es un sujeto consciente y responsable. Aún así, también en su dimensión espiritual el hombre experimenta la sucesión de fases diversas, igualmente fugaces. A San Efrén el Sirio le gustaba comparar la vida con los dedos de una mano, bien para demostrar que los dedos no son más largos de un palmo, bien para indicar que cada etapa de la vida, al igual que cada dedo, tiene una característica peculiar, y “los dedos representan los cinco peldaños sobre los que el hombre avanza”. Por tanto, así como la infancia y la juventud son el periodo en el cual el ser humano está en formación, vive proyectado hacia el futuro y, tomando conciencia de sus capacidades, hilvana proyectos para la edad adulta, también la vejez tiene sus ventajas porque —como observa San Jerónimo—, atenuando el ímpetu de las pasiones, “acrecienta la sabiduría, da consejos más maduros”. En cierto sentido, es la época privilegiada de aquella sabiduría que generalmente es fruto de la experiencia, porque “el tiempo es un gran maestro”. Es bien conocida la oración del Salmista: “Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato ” (Sal 90 [89]).

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