El cayado de buen pastor no puede ser otro que la misma cruz.
El báculo no tiene muy buena prensa, pues suele verse más como golpe e imposición. Del báculo al baculazo, piensan algunos, hay muy poco camino que recorrer. En su mejor sentido, el báculo es señal de paternidad, de amparo, de autoridad moral, de juez benevolente, de pastor misericordioso, de protección y defensa del más débil.
Hay un salmo muy conocido, y de gran belleza, que es un cántico de esperanza del hombre creyente en la seguridad de tener a Dios como protector y guía. El Señor es mi pastor. Lo que pueda necesitar Él me lo dará. Si las cosas van mal, nada de temblar. El pastor tiene un buen bastón que me protege del mal.
Hablando en cristiano, que es lenguaje en el que siempre queremos movernos, el cayado de buen Pastor no puede ser otro que la misma cruz. No se puede pretender otro cobijo sino el que ofrece Cristo: para venir conmigo es imprescindible asumir cuanto representa y significa la cruz. Es decir, aceptar la condición de pecador y de redimido, de la debilidad y de la fortaleza que regala el Espíritu de Dios.
Todavía se sigue hablando del pensamiento débil, de la fragilidad del matrimonio y de la familia, de la inconsistencia de las instituciones, de la flojera de unos y de otros, de la endeblez de casi todo. Aparte de que la generalización puede ser tan falsa como injusta, de lo que no cabe duda es de que los asientos sobre los que quiere apoyarse esta sociedad son tan frágiles que se rompen al primer embate de la dificultad. Los tan traídos y llevados “valores” quedan en palabras sin contenido. Sin el ejercicio de la virtud todo puede quedarse en literatura.
¡Qué práctico era san Pablo! Dice que nada de andarse por las ramas buscando apaños ante la dificultad. Él quiere ponerse junto al cayado, al lado de la cruz de Cristo. También recrimina a aquellos que no sólo no quieren saber nada de la cruz, sino que son declarados enemigos de cuanto a ella se refiere. Así que nada ha de presumir. Excepto en la cruz de Cristo. Esta bandera puede ponerse muy alta. No hay lugar para el triunfalismo presuntuoso. Todo el mástil lo ocupan la humildad y el sacrificio.
El amor no tiene precio. ¡Cuántas veces he recordado estas palabras de Victoria Díez! Le advertía su madre del riesgo a que se exponía con su incansable y generosa entrega en ayuda de los demás, particularmente de los más excluidos y pobres. Cuando se trata de amar, con el amor de Cristo, el precio a pagar no importa. Victoria, la beata Victoria Díez, lo pagó con su vida y fue martirizada.
Siempre seremos deudores del inmenso amor de Cristo, que paga y nos redime del pecado y de la muerte. Y en un monto tan grande que es imposible saldar. “Amor con amor se paga”. Es moneda que aguanta todas las devaluaciones y a la que no altera la cotización en la bolsa del egoísmo. Es que “el amor no tiene precio”. •
Carlos Amigo Vallejo (Obispo)
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