martes, 3 de julio de 2007

El amor de Dios, raíz de las virtudes ciudadanas

Fuente: www.archivalencia.org


Publicada en «Paraula-Iglesia en Valencia» el 1 de julio de 2007

Dios es amor. Este es el gran fundamento y, al tiempo, la gran aportación del cristiano a la humanidad. La fe católica nos permite reconocer el amor de Dios y apoyarnos en él para vivir con los demás ese mismo amor, para desear y hacer el bien al prójimo.

En la sociedad actual, algunos contemporáneos que viven de forma superficial y banal se encuentran desengañados del amor, y de su propia vida que acaban encontrando vacía. Los profundos vínculos de amor generan profundos motivos para vivir, mientras que una concepción banal de las relaciones acaba banalizando la propia vida.

Adorar a un Dios que se nos ha manifestado como Amor nos permite y nos obliga a reconocer que el amor es el fondo de la realidad y que el amor es la norma de nuestra libertad. La práctica del amor como norma universal de vida es esencial para cada cristiano y para la Iglesia entera. El amor, vivido y practicado con generosidad y eficacia, muestra el rostro trinitario de Dios, su verdad, su bondad y su belleza. Cuando vivimos alimentados del amor que Dios nos tiene, somos al mismo tiempo capaces de amar y de servir a nuestros hermanos necesitados con alegría y sencillez.

Hoy, en España, necesitan este compromiso del amor, tanto los inmigrantes que requieren acogida, como los que no tienen trabajo, los que están solos, los jóvenes amenazados por las redes de quienes explotan con la prostitución, las mujeres humilladas y atemorizadas por la violencia doméstica, los que no tienen casa, los que han caído bajo el engaño de las adicciones, los que encuentran dificultades para fundar una familia, para abrirse a la vida y aceptarla incondicionalmente, así como muchos seres humanos que en la fase inicial de su vida se ven desprotegidos por las leyes.
Cuando va a cumplirse un año del V Encuentro Mundial de las Familias celebrado en Valencia con el Papa Benedicto XVI, debemos recordar que el catecismo nos subraya la verdad de que la familia es la primera célula de la sociedad humana. Los católicos hemos de ser ejemplo del papel celular e indivisible del núcleo familiar, que no puede renunciar a su función educadora. Hoy más que nunca el compromiso de los católicos con la familia conlleva la responsabilidad de educar día a día a los hijos, en cuestiones que afectan al comportamiento y a la moral, a lo que está bien y a lo que está mal. La educación técnica, científica o artística que necesariamente debe impartirse en las escuelas públicas y privadas no pueden ser una coartada para que el Estado llegue a invadir parcelas que corresponden a la moral personal, en contra de las creencias de los propios padres, pues así está garantizado en el gran pacto que supuso la Constitución de 1978, y cuya vigencia y aplicación de forma reiterada he defendido.

Existen motivos de fondo que generan incertidumbres sobre la asignatura de educación para la ciudadanía, empezando por ser una cuestión que no nace del consenso, tan útil y eficaz en cuestiones que afectan a la verdadera educación. Por otra parte, existen signos claros en nuestro país de un movimiento de laicismo radical, que pretende silenciar todas las manifestaciones religiosas, negando no sólo la libertad de expresión en cuestiones sociales, sino también en la dimensión moral y de promoción de los valores humanos. El laicismo radical acaba desembocando en una pseudo-religión, que necesita fabricar su propia moralidad y un sistema de creencias sin Dios. Se trata de una religión atea.

No nos dejemos engañar por maniobras que se presenten con buenas palabras y argumentos engañosos. El Estado no puede ser el primer educador, porque la captación del bien humano es propia de las personas, de cada persona, de cada corazón, no atributo de las leyes ni de la función burocrática. La responsabilidad de amar en primera persona es un don indelegable de Dios a sus hijos e hijas, por humildes y pequeños que puedan parecer al aparato del Estado. Por ello, reitero que las familias cristianas deben ser un ejemplo en la transmisión de los valores y en la educación, de la que no pueden hacer dejación.

Con mi bendición y afecto,

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