Al fin tranquilos, sin oficinas, sin tener que madrugar, sin teléfonos ni preocupaciones…Sólo la inevitable mosca cojonera del móvil.
Nuestro ejecutivo estresado descubre a sus hijos, los hijos saben que tienen padre, la madre recuerda la casa de los suyos y esas vacaciones a modo que se montaban. Los abuelos no están para trotes. La asistenta descansa también. Un plasta anuncia su visita. Los suspensos gravitan. El ingles de Inglaterra para la mayor. El pequeño, al campamento, vestido de Capitán Tapioca, si da el bolsillo. Todo el mundo hace planes. Es un pequeño hervidero. Si no se cuida, puede ser el verano caliente.
¿Solución? compartir, congeniar, comprender. Y, por encima de todo, consenso. Mucho consenso. Si a los políticos no se les cae de la boca, ¿por qué no llevarlo a las familias?
Es una realidad: las hipotecas tocan techo. Lo acusan las tiendas, las peluquerías, los actores en paro, los periódicos… y, no cabe duda, lo pueden acusar las vacaciones.
Este verano, tal como están las cosas, el que tiene un pariente con una casa libre donde dejarse caer, no lo piensa dos veces. Y después de todo ¿no hay que conocer esos rincones únicos de la España insólita?
No se va a tirar el dinero. Se vuelve al clan familiar, en la sierra o junto a la playa. Por fin, los supervivientes de la familia reunidos y sin prisas.
Todo el año, once largos meses, soñando con las vacaciones: se hacen proyectos reservamos libros para leer, nos proponemos todo lo que la falta de tiempo nos ha impedido. Y ¡sorpresa! … los días se escurren en blanco, no sabemos descansar, no nos aguantamos a nosotros mismos. ¿Cómo soportar al que nos rodea?
A los dos días, vamos de acá para allá echamos en falta el coche, las prisas, el trabajo, la gente. Para aturdirnos, para no estar de verdad a solas, inventamos lugares maravillosos, vamos de acá para allá.
Y encima los agoreros: cincuenta mil rupturas matrimoniales después de las vacaciones. Pero no hay vacaciones para el amor. Los cristianos, si de verdad lo somos, no nos lo podemos permitir. A la convivencia la ponemos a orar y, después, a pasárnoslo bien. El verano es corto y hay que aprovecharlo. ¡“La imaginación al poder”… y a las vacaciones!
Está demostrado que, todo lo que merece la pena, exige en el mundo un mínimo de esfuerzo. Esos mil detalles de los que depende un descanso feliz suponen, por parte de algunos, un estado de alerta. El ambiente sereno, el sillón cómodo, la música favorita, la revista a mano, el aperitivo sorpresa que llega en el momento oportuno exigen una pequeña actividad, la amable sombra de alguien que se mueve pensando en alguien.
Porque mientras no se demuestre lo contrario, todo el que se mueve en el ardiente verano para hacer algún servicio, se mueve a fuerza de amor. Un sistema viejo y nuevo que las máquinas no han sustituido. Hasta ahora, las máquinas ofrecen sándwiches, helados o cigarrillos con una precisión admirable, pero sin el más mínimo grado de afecto. Descubrir de nuevo el amor no es mala cosa en vacaciones.
¡Bendito descanso !
Deborah
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