martes, 17 de julio de 2007

La corona de la vanidad

Fuente: www.encuentra.com

No importa la apariencia y el esplendor, la sencillez y la humildad brillan con luz propia cuando son auténticas.

- Los hombres valiosos llegan a la fama por sus obras. Los necios se hacen famosos por la propaganda.
- Nuestra sociedad de consumo también "fabrica" ídolos famosos, porque necesita venderlos.
- Si el sabio te censura, piénsalo. Si el estúpido te alaba, ¡laméntalo!
- El que se sabe merecedor de la aprobación y del aplauso, no hace nada para conseguirlos.
- El árbol que sobresale muy pronto con sus ramas, suele ser el que primero cae por falta de raíces.
- El hombre seguro de sí mismo goza cuando es apreciado y se duele ante el menosprecio, pero no malgasta su tiempo para cambiar la opinión ajena.
- La propaganda es muchas veces como el agua: deja en el fondo el oro y saca a flote el leño seco. - Si eres sensato valoras más el juicio de los pocos que te conocen de verdad, que las alabanzas o los juicios negativos de los que te desconocen.
- El necio se irrita con la corrección del amigo y se hincha con la alabanza del adulador.
- El orgullo hincha la pobreza del necio y la humildad agranda la riqueza del sabio.
- El orgullo es la fachada de la estupidez y la humildad es el cimiento de la sabiduría.
Agradecemos esta aportación a Adrrán Fenzi René Trossero, del libro "Pensar y vivir en libertad".

miércoles, 11 de julio de 2007

¿Cómo ser una persona auténtica?

Fuente: encuentra.com


Todos queremos ser diferentes y originales, pero ¿qué hacen las personas que son verdaderamente auténticas? Aquí te lo decimos.

El deseo de superación siempre será bien visto, pero con relativa frecuencia perdemos tiempo en querer ser precisamente lo que no somos: porque en ocasiones gastamos más de lo que tenemos para dar la apariencia una mejor posición económica, no se diga en el modo de comportarse o de vestir según el círculo social al que queremos pertenecer; copiar el estilo de hablar elocuente o gracioso que utiliza otra persona, o la tendencia a participar activamente en conversaciones como conocedor y erudito, sin tener el mínimo conocimiento. En resumidas cuentas, esta manera de ser se debe a la falta de aceptación de sí mismo.

En ocasiones la auto-aceptación se hace más difícil por lamentarnos de lo que no tenemos. En distintos momentos y circunstancias personas han dicho: "si hubiera nacido en una familia con mejor posición económica, otra cosa hubiera sido"; "si yo tuviera las cualidades que (aquel tiene..."; "si hubiera tenido la posibilidad de una mejor educación..."; "si se me hubiera presentado esa oportunidad..." ¿No es también una pérdida de tiempo de la que hablamos al principio?.

Para ser auténticos hace falta algo más que copiar partes de un modelo, como si quisiéramos adueñarnos de una personalidad que no nos pertenece, o peor aún, pasar la vida esperando "la gran oportunidad" para demostrar lo que somos y lo que podemos lograr. Las experiencias, el conocimiento y la lucha por concretar propósitos de mejora, hacen que con el tiempo se vaya conformando una personalidad propia.

¿Qué hacer entonces para ser auténticos?

- Evitar la mentira y la personalidad múltiple. Ser el mismo siempre, independientemente de las circunstancias.
- Cooperación y comprensión para evitar el deseo de dominio sobre los demás, respetando sus derechos y opiniones.
- Ser fieles a las promesas que hemos hecho, de esta manera, somos fieles con nosotros mismos.
- Cumplir responsablemente con las obligaciones que hemos adquirido
- Hacer a un lado simpatías e intereses propios, para poder juzgar y obrar justamente.
- Esforzarnos por vivir las leyes, normas y costumbres de nuestra sociedad.
- No tener miedo a que "me vean como soy". De cualquier manera, mientras no hagamos algo para cambiar, no podemos ser otra cosa.

La autenticidad da a la persona una natural confianza, pues con el paso del tiempo ha sabido cumplir con los deberes que le son propios en el estudio, la familia y el trabajo, procurando perfeccionar el ejercicio de estas labores superando la apatía y la superficialidad, sin quejas ni lamentaciones. Por la integridad que da el cultivo de este valor, nos convertimos en personas dignas de confianza y honorables, poniendo nuestras cualidades y aptitudes al servicio de los demás, pues nuestras miras van más allá de nuestra persona e intereses.

martes, 10 de julio de 2007

¿Por qué confesarse?

Fuente: encuentra.com

Los motivos humanos y sobrenaturales de la confesión, para comprender mejor el sentido y finalidad de este sacramento
Por Pbro. Dr. Eduardo Volpacchio
Un hecho innegable: la necesidad del perdón de mis pecados
Todos tenemos muchas cosas buenas…, pero al mismo tiempo, la presencia del mal en nuestra vida es un hecho: somos limitados, tenemos una cierta inclinación al mal y defectos; y como consecuencia de esto nos equivocamos, cometemos errores y pecados. Esto es evidente y Dios lo sabe. De nuestra parte, tonto sería negarlo. En realidad… sería peor que tonto… San Juan dice que "si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonar nuestros pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros" (1 Jn 1,9-10).
De aquí que una de las cuestiones más importantes de nuestra vida sea ¿cómo conseguir "deshacernos" de lo malo que hay en nosotros? ¿de las cosas malas que hemos hecho o de las que hemos hecho mal? Esta es una de las principales tareas que tenemos entre manos: purificar nuestra vida de lo que no es bueno, sacar lo que está podrido, limpiar lo que está sucio, etc.: librarnos de todo lo que no queremos de nuestro pasado. ¿Pero cómo hacerlo?
No se puede volver al pasado, para vivirlo de manera diferente… Sólo Dios puede renovar nuestra vida con su perdón. Y El quiere hacerlo… hasta el punto que el perdón de los pecados ocupa un lugar muy importante en nuestras relaciones con Dios.
Como respetó nuestra libertad, el único requisito que exige es que nosotros queramos ser perdonados: es decir, rechacemos el pecado cometido (esto es el arrepentimiento) y queramos no volver a cometerlo. ¿Cómo nos pide que mostremos nuestra buena voluntad? A través de un gran regalo que Dios nos ha hecho.
En su misericordia infinita nos dio un instrumento que no falla en reparar todo lo malo que podamos haber hecho. Se trata del sacramento de la penitencia. Sacramento al que un gran santo llamaba el sacramento de la alegría, porque en él se revive la parábola del hijo prodigo, y termina en una gran fiesta en los corazones de quienes lo reciben.
Así nuestra vida se va renovando, siempre para mejor, ya que Dios es un Padre bueno, siempre dispuesto a perdonarnos, sin guardar rencores, sin enojos, etc. Premia lo bueno y valioso que hay en nosotros; lo malo y ofensivo, lo perdona. Es uno de los más grandes motivos de optimismo y alegría: en nuestra vida todo tiene arreglo, incluso las peores cosas pueden terminar bien (como la del hijo pródigo) porque Dios tiene la última palabra: y esa palabra es de amor misericordioso.
La confesión no es algo meramente humano: es un misterio sobrenatural: consiste en un encuentro personal con la misericordia de Dios en la persona de un sacerdote.
Dejando de lado otros aspectos, aquí vamos sencillamente a mostrar que confesarse es razonable, que no es un invento absurdo y que incluso humanamente tiene muchísimos beneficios. Te recomiendo pensar los argumentos… pero más allá de lo que la razón nos pueda decir, acudí a Dios pidiéndole su gracia: eso es lo más importante, ya que en la confesión no se realiza un diálogo humano, sino un diálogo divino: nos introduce dentro del misterio de la misericordia de Dios.
Algunas razones por las que tenemos que confesarnos
1. Porque Jesús dio a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados. Esto es un dato y es la razón definitiva: la más importante. En efecto, recién resucitado, es lo primero que hace: "Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados, a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar " (Jn 20,22-23). Los únicos que han recibido este poder son los Apóstoles y sus sucesores. Les dio este poder precisamente para que nos perdonen los pecados a vos y a mí. Por tanto, cuando quieres que Dios te borre los pecados, sabes a quien acudir, sabes quienes han recibido de Dios ese poder.
Es interesante notar que Jesús vinculó la confesión con la resurrección (su victoria sobre la muerte y el pecado), con el Espíritu Santo (necesario para actuar con poder) y con los apóstoles (los primeros sacerdotes): el Espíritu Santo actúa a través de los Apóstoles para realizar en las almas la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte.
2. Porque la Sagrada Escritura lo manda explícitamente: "Confiesen mutuamente sus pecados" (Sant 5,16). Esto es consecuencia de la razón anterior: te darás cuenta que perdonar o retener presupone conocer los pecados y disposiciones del penitente. Las condiciones del perdón las pone el ofendido, no el ofensor. Es Dios quién perdona y tiene poder para establecer los medios para otorgar ese perdón. De manera que no soy yo quien decide cómo conseguir el perdón, sino Dios el que decidió (hace dos mil años de esto…) a quién tengo que acudir y qué tengo que hacer para que me perdone. Entonces nos confesamos con un sacerdote por obediencia a Cristo.
3. Porque en la confesión te encuentras con Cristo. Esto debido a que es uno de los siete Sacramentos instituidos por El mismo para darnos la gracia. Te confiesas con Jesús, el sacerdote no es más que su representante. De hecho, la formula de la absolución dice: "Yo te absuelvo de tus pecados" ¿Quien es ese «yo»? No es el Padre Fulano -quien no tiene nada que perdonarte porque no le has hecho nada-, sino Cristo. El sacerdote actúa en nombre y en la persona de Cristo. Como sucede en la Misa cuando el sacerdote para consagrar el pan dice "Esto es mi cuerpo", y ese pan se convierte en el cuerpo de Cristo (ese «mi» lo dice Cristo), cuando te confiesas, el que está ahí escuchándote, es Jesús. El sacerdote, no hace más que «prestarle» al Señor sus oídos, su voz y sus gestos.
4. Porque en la confesión te reconcilias con la Iglesia. Resulta que el pecado no sólo ofende a Dios, sino también a la comunidad de la Iglesia: tiene una dimensión vertical (ofensa a Dios) y otra horizontal (ofensa a los hermanos). La reconciliación para ser completa debe alcanzar esas dos dimensiones. Precisamente el sacerdote está ahí también en representación de la Iglesia, con quien también te reconcilias por su intermedio. El aspecto comunitario del perdón exige la presencia del sacerdote, sin él la reconciliación no sería «completa».
5. El perdón es algo que «se recibe». Yo no soy el artífice del perdón de mis pecados: es Dios quien los perdona. Como todo sacramento hay que recibirlo del ministro que lo administra válidamente. A nadie se le ocurriría decir que se bautiza sólo ante Dios… sino que acude a la iglesia a recibir el Bautismo. A nadie se le ocurre decir que consagra el pan en su casa y se da de comulgar a sí mismo… Cuando se trata de sacramentos, hay que recibirlos de quien corresponde: quien los puede administrar válidamente.
6. Necesitamos vivir en estado de gracia. Sabemos que el pecado mortal destruye la vida de la gracia. Y la recuperamos en la confesión. Y tenemos que recuperarla rápido, básicamente por tres motivos:
a) porque nos podemos morir… y no creo que queramos morir en estado de pecado mortal… y acabar en el infierno.
b) porque cuando estamos en estado de pecado ninguna obra buena que hacemos es meritoria cara a la vida eterna. Esto se debe a que el principio del mérito es la gracia: hacer obras buenas en pecado mortal, es como hacer goles en “off-side”: no valen, carecen de valor sobrenatural. Este aspecto hace relativamente urgente el recuperar la gracia: si no queremos que nuestra vida esté vacía de mérito y que lo bueno que hacemos sea inútil.
c) porque necesitamos comulgar: Jesús nos dice que quien lo come tiene vida eterna y quien no lo come, no la tiene. Pero, no te olvides que para comulgar dignamente, debemos estar libres de pecado mortal. La advertencia de San Pablo es para temblar: "quien coma el pan o beba el cáliz indignamente, será reo del cuerpo y sangre del Señor. (…) Quien come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,27-28). Comulgar en pecado mortal es un terrible sacrilegio: equivale a profanar la Sagrada Eucaristía, a Cristo mismo.
7. Necesitamos dejar el mal que hemos hecho. El reconocimiento de nuestros errores es el primer paso de la conversión. Sólo quien reconoce que obró mal y pide perdón, puede cambiar.
8. La confesión es vital en la luchar para mejorar. Es un hecho que habitualmente una persona después de confesarse se esfuerza por mejorar y no cometer pecados. A medida que pasa el tiempo, va aflojando… se «acostumbra» a las cosas que hace mal, o que no hace, y lucha menos por crecer. Una persona en estado de gracia -esta es una experiencia universal- evita el pecado. La misma persona en pecado mortal tiende a pecar más fácilmente.
Otros motivos que hacen muy conveniente la confesión
a) Necesitamos paz interior. El reconocimiento de nuestras culpas es el primer paso para recuperar la paz interior. Negar la culpa no la elimina: sólo la esconde, haciendo más penosa la angustia. Sólo quien reconoce su culpa está en condiciones de liberarse de ella.
b) Necesitamos aclararnos a nosotros mismos. La confesión nos "obliga" a hacer un examen profundo de nuestra conciencia. Saber qué hay «adentro», qué nos pasa, qué hemos hecho, cómo vamos… De esta manera la confesión ayuda a conocerse y entenderse a uno mismo.
c) Todos necesitamos que nos escuchen. ¿En qué consiste el primer paso de la terapia de los psiquiatras y psicólogos sino en hacer hablar al "paciente"? Y te cobran para escucharte… y al "paciente" le hace muy bien. Estas dos profesiones han descubierto en el siglo XX algo que la Iglesia descubrió hace muchos siglos (en realidad se lo enseñó Dios). El decir lo que nos pasa, es una primera liberación.
d) Necesitamos una protección contra el auto-engaño. Es fácil engañarse a uno mismo, pensando que eso malo que hicimos, en realidad no está tan mal; o justificándolo llegando a la conclusión de que es bueno, etc. Cuando tenemos que contar los hechos a otra persona, sin excusas, con sinceridad, se nos caen todas las caretas… y nos encontramos con nosotros mismos, con la realidad que somos.
e) Todos necesitamos perspectiva. Una de las cosas más difíciles de esta vida es conocerse uno mismo. Cuando "salimos" de nosotros por la sinceridad, ganamos la perspectiva necesaria para juzgarnos con equidad.
f) Necesitamos objetividad. Y nadie es buen juez en causa propia. Por eso los sacerdotes pueden perdonar los pecados a todas las personas del mundo… menos a una: la única persona a la que un sacerdote no puede perdonar los pecados es él mismo: siempre tiene que acudir a otros sacerdote para confesarse. Dios es sabio y no podía privar a los sacerdotes de este gran medio de santificación.
g) Necesitamos saber si estamos en condiciones de ser perdonados: si tenemos las disposiciones necesarias para el perdón o no. De otra manera correríamos un peligro enorme: pensar que estamos perdonados cuando ni siquiera podemos estarlo.
h) Necesitamos saber que hemos sido perdonados. Una cosa es pedir perdón y otra distinta ser perdonado. Necesitamos una confirmación exterior, sensible, de que Dios ha aceptado nuestro arrepentimiento. Esto sucede en la confesión: cuando recibimos la absolución, sabemos que el sacramento ha sido administrado, y como todo sacramento recibe la eficacia de Cristo.
i) Tenemos derecho a que nos escuchen. La confesión personal más que una obligación es un derecho: en la Iglesia tenemos derecho a la atención personal, a que nos atiendan uno a uno, y podamos abrir el corazón, contar nuestros problemas y pecados.
j) Hay momentos en que necesitamos que nos animen y fortalezcan. Todos pasamos por momentos de pesimismo, desánimo… y necesitamos que se nos escuche y anime. Encerrarse en sí mismo solo empeora las cosas…
k) Necesitamos recibir consejo. Mediante la confesión recibimos dirección espiritual. Para luchar por mejorar en las cosas de las que nos confesamos, necesitamos que nos ayuden.
l) Necesitamos que nos aclaren dudas, conocer la gravedad de ciertos pecados, en fin… mediante la confesión recibimos formación.
Algunos pretexto para no confesarse
1. ¿Quién es el cura para perdonar los pecados…? Sólo Dios puede perdonarlos.
Hemos visto que el Señor dio ese poder a los Apóstoles. Además, permíteme decirte que ese argumento lo he leído antes… precisamente en el Evangelio… Es lo que decían los fariseos indignados cuando Jesús perdonaba los pecados… (puedes mirar Mt 9,1-8).
2. Yo me confieso directamente con Dios, sin intermediarios.
Genial. Me parece bárbaro… pero hay algunos “peros”…Pero… ¿cómo sabes que Dios acepta tu arrepentimiento y te perdona? ¿Escuchas alguna voz celestial que te lo confirma? Pero… ¿cómo sabes que estás en condiciones de ser perdonado? Te darás cuenta que no es tan fácil… Una persona que robara un banco y no quisiera devolver el dinero… por más que se confesara directamente con Dios… o con un cura… si no quisiera reparar el daño hecho -en este caso, devolver el dinero-, no puede ser perdonada… porque ella misma no quiere "deshacerse" del pecado. Este argumento no es nuevo… Hace casi mil seiscientos años, San Agustín replicaba a quien argumentaba como vos: "Nadie piense: yo obro privadamente, de cara a Dios… ¿Es que sin motivo el Señor dijo: «lo que atareis en la tierra, será atado en el cielo»?.¿Acaso les fueron dadas a la Iglesia las llaves del Reino de los cielos sin necesidad? Frustramos el Evangelio de Dios, hacemos inútil la palabra de Cristo."
3. ¿Porque le voy a decir los pecados a un hombre como yo?
Porque ese hombre no un hombre cualquiera: tiene el poder especial para perdonar los pecados (el sacramento del orden). Esa es la razón por la que vas a él.
4. ¿Porque le voy a decir mis pecados a un hombre que es tan pecador como yo?
El problema no radica en la «cantidad» de pecados: si es menos, igual o más pecador que vos…. No vas a confesarte porque sea santo e inmaculado, sino porque te puede dar al absolución, poder que tiene por el sacramento del orden, y no por su bondad. Es una suerte -en realidad una disposición de la sabiduría divina- que el poder de perdonar los pecados no dependa de la calidad personal del sacerdote, cosa que sería terrible ya que uno nunca sabría quién sería suficientemente santo como para perdonar… Además, el hecho de que sea un hombre y que como tal tenga pecados, facilita la confesión: precisamente porque sabe en carne propia lo que es ser débil, te puede entender mejor.
5. Me da vergüenza… Es lógico, pero hay que superarla. Hay un hecho comprobado universalmente: cuanto más te cueste decir algo, tanto mayor será la paz interior que consigas después de decirlo. Además te cuesta, precisamente porque te confiesas poco…, en cuanto lo hagas con frecuencia, verás como superarás esa vergüenza. Además, no creas que eres tan original…. Lo que vas a decir, el cura ya lo escuchó trescientas mil veces… A esta altura de la historia… no creo que puedas inventar pecados nuevos…Por último, no te olvides de lo que nos enseñó un gran santo: el diablo quita la vergüenza para pecar… y la devuelve aumentada para pedir perdón… No caigas en su trampa.
6. Siempre me confieso de lo mismo…Eso no es problema. Hay que confesar los pecados que uno ha cometido… y es bastante lógico que nuestros defectos sean siempre más o menos los mismos… Sería terrible ir cambiando constantemente de defectos… Además cuando te bañas o lavas la ropa, no esperas que aparezcan machas nuevas, que nunca antes habías tenido; la suciedad es más o menos siempre del mismo tipo… Para querer estar limpio basta querer remover la mugre… independientemente de cuán original u ordinaria sea.
7. Siempre confieso los mismos pecados…No es verdad que sean siempre los mismos pecados: son pecados diferentes, aunque sean de la misma especie… Si yo insulto a mi madre diez veces… no es el mismo insulto… cada vez es uno distinto… No es lo mismo matar una persona que diez… si maté diez no es el mismo pecado… son diez asesinatos distintos. Los pecados anteriores ya me han sido perdonados, ahora necesito el perdón de los "nuevos", es decir los cometidos desde la última confesión.
8. Confesarme no sirve de nada, sigo cometiendo los pecados que confieso… El desánimo, puede hacer que pienses: "es lo mismo si me confieso o no, total, nada cambia, todo sigue igual". No es verdad. El hecho de que uno se ensucie, no hace concluir que es inútil bañarse. Uno que se baña todos los días… se ensucia igual… Pero gracias a que se baña, no va acumulando mugre… y está bastante limpio. Lo mismo pasa con la confesión. Si hay lucha, aunque uno caiga, el hecho de ir sacándose de encima los pecados… hace que sea mejor. Es mejor pedir perdón, que no pedirlo. Pedirlo nos hace mejores.
9. Sé que voy a volver a pecar… lo que muestra que no estoy arrepentido. Depende… Lo único que Dios me pide es que esté arrepentido del pecado cometido y que ahora, en este momento quiera luchar por no volver a cometerlo. Nadie pide que empeñemos el futuro que ignoramos… ¿Qué va a pasar en quince días? No lo sé… Se me pide que tenga la decisión sincera, de verdad, ahora, de rechazar el pecado. El futuro déjalo en las manos de Dios…
10. Y si el cura piensa mal de mi… El sacerdote está para perdonar… Si pensara mal, sería un problema suyo del que tendría que confesarse. De hecho siempre piensa bien: valora tu fe (sabe que si estás ahí contando tus pecados, no es por él… sino porque vos crees que representa a Dios), tu sinceridad, tus ganas de mejorar, etc. Supongo que te darás cuenta de que sentarse a escuchar pecados, gratis -sin ganar un peso-, durante horas, … si no se hace por amor a las almas… no se hace. De ahí que, si te dedica tiempo, te escucha con atención… es porque quiere ayudarte y le importas… aunque no te conozca te valora lo suficiente como para querer ayudarte a ir al cielo.
11. Y si el cura después le cuenta a alguien mis pecados…No te preocupes por eso. La Iglesia cuida tanto este asunto que aplica la pena más grande que existe en el Derecho Canónico -la ex-comunión- al sacerdote que dijese algo que conoce por la confesión. De hecho hay mártires por el sigilo sacramental: sacerdotes que han muerto por no revelar el contenido de la confesión.
12. Me da pereza…Puede ser toda la verdad que quieras, pero no creo que sea un obstáculo verdadero ya que es bastante fácil de superar… Es como si uno dijese que hace un año que no se baña porque le da pereza…
13. No tengo tiempo…No creo que te creas que en los últimos ___ meses… no hayas tenidos los diez minutos que te puede llevar una confesión… ¿Te animas a comparar cuántas horas de TV has visto en ese tiempo… (multiplica el número de horas diarias que ves por el número de días…)?
14. No encuentro un cura…No es una raza en extinción, hay varios miles. Toma la guía de teléfono (o llama a información). Busca el teléfono de tu parroquia. Si ignoras el nombre, busca por el obispado, ahí te dirán… Así podrás saber en tres minutos el nombre de un cura con el que te puedes confesar… e incluso pedirle una hora… para no tener que esperar.

Otras diez pistas para un camino de oración

Fuente: Cipecar, Centro de iniciativas de pastoral de espiritualidad.


1.- Cuenta contigo para buscar al Señor. Dile con María: “Aquí estoy”.
“Hay que tener una heroica humildad para ser uno mismo y no otro” (Merton).
2.- Escucha la Palabra.
“La Palabra de dios es la primera fuente de toda espiritualidad cristiana. Ella alimenta la relación personal con el Dios vivo” (Juan Pablo II).
3.- Pregúntate cuál es el proyecto de Dios en tu vida.
“No nos interesa tanto reformar las estructuras cuanto dar con las fuentes de la vida y dar con la experiencia de la gracia” (Prior de Taizé).
4.- Descubre y acepta tu pecado. Ábrete al Dios de la ternura y la misericordia.
“Lo que más me impresiona del Evangelio es el perdón. El hecho de perdonar puede cambiar el corazón de cada uno de nosotros, pues cuando perdonamos se aleja la dureza del corazón y se deja lugar a una bondad infinita” (Prior de Taizé).
5.- Pon los ojos en Jesús. Mientras puedas no estés sin tan buen amigo.
“Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir: es ayuda y da esfuerzo; nunca falta; es amigo verdadero” (Teresa de Jesús).
6.- Recuerda que estás llamado a la unión con Dios.
“Buscando mis amores, / iré por esos monte y riberas; / ni cogeré las flores, / ni temeré las fieras, / y pasaré los fuertes y fronteras” (Juan de la Cruz).
7.- Deja que te aliente y te fortalezca en todo momento el Espíritu Santo.
“Sin el Espíritu, Dios queda lejos, Cristo permanece en el pasado, el evangelio es letra muerta, la Iglesia es pura organización, la autoridad es tiranía, la misión es propaganda, la liturgia es simple recuerdo, y la vida cristiana una moral de esclavos” (Ignacio IV Hazim, patriarca de Antioquia).
8.- Ora los contenidos de tu fe
“¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche!” (Juan de la Cruz).
9.- Recorre los caminos de tu esperanza.
“El provenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar” (GS 31).
10.- El Amor quiere ser amado.
“Haznos vivir nuestra vida, no como un juego de ajedrez en el que todo se calcula, no como un partido en el que todo es difícil, no como un teorema que nos rompe la cabeza, sino como una fiesta sin fin donde se renueva el encuentro contigo, como un baile, como una danza entre los brazos de tu gracia, con la música universal del amor” (Madeleine Delbrel).
AMËN

lunes, 9 de julio de 2007

Parábola del diamante.

Fuente: Cipecar


Érase una vez, hace mucho tiempo, un rey que vivía en Irlanda. En aquellos tiempos, Irlanda estaba dividida en muchos reinos pequeños, y el reino de aquel rey era uno más entre esos muchos. Tanto el rey como el reino no eran conocidos, y nadie les prestaba mucha atención.

Pero un día el rey heredó un gran diamante de belleza incomparable de un familiar que había muerto. Era el mayor diamante jamás conocido. Dejaba boquiabiertos a todos los que tenían la suerte de contemplarlo. Los demás reyes empezaron a fijarse en este rey porque, si poseía un diamante como aquél, tenía que ser algo fuera de lo común.


El rey tenía la joya perpetuamente expuesta en una urna de cristal para que todos los que quisieran pudieran acercarse a admirarla. Naturalmente, unos guardianes bien armados mantenían aquel diamante único bajo una constante vigilancia. Tanto el rey como el reino prosperaban, y el rey atribuía al diamante su buena fortuna.

Un día, uno de los guardias, nervioso, solicitó permiso para ver al rey. El guardián temblaba como una hoja. Le dio al rey una terrible noticia: había aparecido un defecto en el diamante. Se trataba de una grieta, aparecida justamente en la mitad de la joya. El rey se sintió horrorizado y se acercó corriendo hasta el lugar donde estaba instalada la urna de cristal para comprobar por sí mismo el deterioro de la joya. Era verdad. El diamante había sufrido una fisura en sus entrañas, defecto perfectamente visible hasta en el exterior de la joya.

Convocó a todos los joyeros del reino para pedir su opinión y consejo. Sólo le dieron malas noticias. Le aseguraron que el defecto de la joya era tan profundo que si intentaban subsanarlo, lo único que conseguirían sería que aquella maravilla perdiera todo su valor. Y que si se arriesgaban a partirla por la mitad para conseguir dos piedras preciosas, la joya podría, con toda probabilidad, partirse en millones de fragmentos.

Mientras el rey meditaba profundamente sobre esas dos únicas tristes opciones que se le ofrecían, un joyero, ya anciano, que había sido el último en llegar, se le acercó y le dijo:

-Si me da una semana para trabajar en la joya, es posible que pueda repararla.

Al principio, el rey no dio crédito alguno a sus palabras, porque los demás joyeros estaban totalmente seguros de la imposibilidad de arreglarla. Finalmente el rey cedió, pero con una condición: la joya no debía salir de¡ palacio real. Al anciano joyero le pareció bien el deseo de¡ rey. Aquél era un buen sitio para trabajar, y aceptó también que unos guardianes vigilaran su trabajo desde el exterior de la puerta del improvisado taller, mientras él estuviese trabajando en la joya.

Aun costándole mucho, al no tener otra opción, el rey dio por buena la oferta del anciano joyero. A diario, él y los guardianes se paseaban nerviosos ante la puerta de aquella habitación. Oían los ruidos de las herramientas que trabajaban la piedra con golpes y frotamientos muy suaves. Se preguntaban qué estaría haciendo y qué es lo que pasaría si el anciano los engañaba.

Al cabo de la semana convenida, el anciano salió de la habitación. El rey y los guardianes se precipitaron al interior de la misma para ver el trabajo del misterioso joyero.

Al rey se le saltaron las lágrimas de pura alegría. ¡Su joya se había convertido en algo incomparablemente más hermoso y valioso que antes! El anciano había grabado en el diamante una rosa perfecta, y la grieta que antes dividía la joya por la mitad se había convertido en el tallo de la rosa.

Así es como Dios nos cura. Trabaja nuestro mayor defecto y lo convierte, y con él a nosotros, en algo hermoso.

En vacaciones, descubrir el amor.

Fuente: Cipecar



Al fin tranquilos, sin oficinas, sin tener que madrugar, sin teléfonos ni preocupaciones…Sólo la inevitable mosca cojonera del móvil.


Nuestro ejecutivo estresado descubre a sus hijos, los hijos saben que tienen padre, la madre recuerda la casa de los suyos y esas vacaciones a modo que se montaban. Los abuelos no están para trotes. La asistenta descansa también. Un plasta anuncia su visita. Los suspensos gravitan. El ingles de Inglaterra para la mayor. El pequeño, al campamento, vestido de Capitán Tapioca, si da el bolsillo. Todo el mundo hace planes. Es un pequeño hervidero. Si no se cuida, puede ser el verano caliente.

¿Solución? compartir, congeniar, comprender. Y, por encima de todo, consenso. Mucho consenso. Si a los políticos no se les cae de la boca, ¿por qué no llevarlo a las familias?
Es una realidad: las hipotecas tocan techo. Lo acusan las tiendas, las peluquerías, los actores en paro, los periódicos… y, no cabe duda, lo pueden acusar las vacaciones.
Este verano, tal como están las cosas, el que tiene un pariente con una casa libre donde dejarse caer, no lo piensa dos veces. Y después de todo ¿no hay que conocer esos rincones únicos de la España insólita?

No se va a tirar el dinero. Se vuelve al clan familiar, en la sierra o junto a la playa. Por fin, los supervivientes de la familia reunidos y sin prisas.

Todo el año, once largos meses, soñando con las vacaciones: se hacen proyectos reservamos libros para leer, nos proponemos todo lo que la falta de tiempo nos ha impedido. Y ¡sorpresa! … los días se escurren en blanco, no sabemos descansar, no nos aguantamos a nosotros mismos. ¿Cómo soportar al que nos rodea?

A los dos días, vamos de acá para allá echamos en falta el coche, las prisas, el trabajo, la gente. Para aturdirnos, para no estar de verdad a solas, inventamos lugares maravillosos, vamos de acá para allá.

Y encima los agoreros: cincuenta mil rupturas matrimoniales después de las vacaciones. Pero no hay vacaciones para el amor. Los cristianos, si de verdad lo somos, no nos lo podemos permitir. A la convivencia la ponemos a orar y, después, a pasárnoslo bien. El verano es corto y hay que aprovecharlo. ¡“La imaginación al poder”… y a las vacaciones!

Está demostrado que, todo lo que merece la pena, exige en el mundo un mínimo de esfuerzo. Esos mil detalles de los que depende un descanso feliz suponen, por parte de algunos, un estado de alerta. El ambiente sereno, el sillón cómodo, la música favorita, la revista a mano, el aperitivo sorpresa que llega en el momento oportuno exigen una pequeña actividad, la amable sombra de alguien que se mueve pensando en alguien.

Porque mientras no se demuestre lo contrario, todo el que se mueve en el ardiente verano para hacer algún servicio, se mueve a fuerza de amor. Un sistema viejo y nuevo que las máquinas no han sustituido. Hasta ahora, las máquinas ofrecen sándwiches, helados o cigarrillos con una precisión admirable, pero sin el más mínimo grado de afecto. Descubrir de nuevo el amor no es mala cosa en vacaciones.

¡Bendito descanso !
Deborah

miércoles, 4 de julio de 2007

El deseo sexual sin amor

Fuente: DOMINGO 27/6/2004 ABC

ENRIQUE ROJAS
Catedrático de Psiquiatría


El sexo con amor forma parte del camino hacia el desarrollo humano en el ámbito de la pareja .


La sexualidad humana ofrece una enorme complejidad. Sin embargo, su impulso fundamental es de tipo instintivo. Es la personalidad, formada por la inteligencia, la educación afectiva y la voluntad la que diferencia la sexualidad humana de la animal. La sexualidad es un elemento básico de nuestras vidas, y forma parte, de manera intrincada e inseparable, del mas grande de los sentimientos: el amor.
Aunque el estallido de la sexualidad se produce a partir de la pubertad, en realidad nos acompaña desde nuestro mismo nacimiento.Como Freud y otros estudiosos descubrieron, el niño presenta ya una faceta sexual desarrollada, que influye en la evolución de su personalidad
y que puede determinar, al menos en parte, su vida adulta.
Por todo ello es conveniente asumir la sexualidad como algo perfectamente natural, pero también como un factor vital que, relacionado con el deseo, debe ser educado. Como se supo desde los mismos comienzos de la psiquiatría moderna, la represión de la sexualidad puede producir trastornos; igualmente la entrega a una sexualidad descontrolada da lugar a una vida insatisfactoria e infeliz dominada por los impulsos hedonistas.
Las teorías sobre la sexualidad humana son numerosísimas, y tal vez no haya otro tema sobre el que se haya escrito tanto a lo largo de la historia. En realidad no fue hasta finales del siglo XIX que la sexología se convirtió en una ciencia gracias al libro Estudios sobre psicología sexual, del mencionado Ellis. En esta obra se analizaba por primera vez la sexualidad desde un punto de vista general, desvinculado del erotismo.
Ellis estudió la relación de pareja, la respuesta sexual de hombres y mujeres, o problemas como la frigidez y la impotencia. Desde entonces ha habido multitud de autores que se han dedicado a este tema que, sin duda, atrae, sorprende y fascina al ser humano: Kinsey, Master, Jonson, Pellegrini, Giese, Lorando...
El planteamiento ha sido distinto en cada caso. El marco ideológico en el que hoy se sitúa la sexualidad en muchos ambientes tiene tres notas negativas que debemos combatir: el agnosticismo (ignora su vertiente espiritual), el utilitarismo (enaltece lo útil y placentero como
esencial) y el positivismo (el sexo por si mismo, sin más). Unos han preferido concentrarse en detalles técnicos; otros han buscado una mejor expresión de las necesidades sexuales; algunos
han querido desmitificar el sexo, restándole importancia como cosa natural que es; y otros han preferido indagar en los medios para incrementar el placer.
Todos ellos, sin embargo, han coincidido en un punto: la sexualidad humana es variada, exclusiva de nuestra especie, pero guarda un poso animal en su impulso de base. Independientemente del punto de vista , casi todos los autores señalan, por una razón o por otra,
que hay que evitar dejarse dominar por ese impulso instintivo que priva a la sexualidad de sus mejores facetas y convierte la relación de pareja en un mero choque genital para satisfacer un apetito apremiante.
Por desgracia, estas sugerencias no parecen haber prendido en la sociedad moderna, agobiada por la inmediatez, el hedonismo, el consumismo y la permisividad.
Alcanzado el placer físico, la persona se siente vacía —como siempre que se realiza un deseo de manera impulsiva e impersonal— y esto produce sentimientos de culpa, obsesión y neurosis.
Convertir el sexo en una «religión», lo que parece ser una de las normas de la modernidad, es un error. La sexualidad es solo una parte del ser humano, importante, pero no la mas importante,
ni tampoco la única.
La sexualidad humana es, pues, algo mas que conseguir un orgasmo rápido. Es parte de una relación profunda entre dos personas, el inicio de un proyecto común que, partiendo de lo corporal, termina en una fusión psicológica , cultural y espiritual. La función básica de la sexualidad en la naturaleza es asegurar la continuidad de la especie por medio de la reproducción, pero en el género humano es algo mas.
La sexualidad es parte del amor, y el amor conduce al perfeccionamiento de la persona y a la verdadera felicidad. Para que la sexualidad sea satisfactoria y surja el amor es necesario saber controlar el deseo.
La sexualidad es una parte del amor, pero no es lo mismo que éste. Por el contrario, el sexo con amor forma parte del camino hacia el desarrollo humano en el ámbito de la pareja. El conocimiento del universo afectivo es importante en la vida sexual de la pareja. Forma parte de la educación del deseo, y permite disfrutar de una sexualidad mas completa, por cuanto hace que entren en el juego elementos como el autocontrol, la voluntad y el dominio sobre los impulsos. Las personas que se dejan gobernar por sus deseos inmediatos terminan siendo prisioneras y juguetes del momento y se convierten en egoístas incapaces de mantener una verdadera relación comprometida.
Hay que tener en cuenta que la sexualidad no es un fin en si misma, sino parte de un entramado. La relación sexual conamor auténtico esuna sinfonía donde se hospedan lo físico, lo psicológico, lo espiritual y la propia biografía. El amor ha sido una de las fuerzas que ha movido a la humanidad a lo largo de la historia. En nuestra tradición cultural occidental fueron, por supuesto, los filósofos griegos los primeros en estudiar detalladamente la naturaleza del amor. Entre sus conclusiones destaca la tesis de que el amor surge primero de un deseo físico, pero que luego se perfecciona en una relación mas profunda caracterizada por el afecto.
El cristianismo elevó el amor a la categoría de valor universal. El amor, tanto a Dios como al prójimo, es la máxima expresión del carácter humano y lo que verdaderamente nos convierte en seres superiores. El amor sería una suma de valores, como bondad, compromiso y generosidad. La idealización del amor cortés en la Edad Media corrompería en parte este concepto superior, al iniciarse un «vaciado» de la relación de pareja que alcanza su «cumbre» en los últimos compases del siglo XX. El Renacimiento proseguiría en esta línea y se iría alejando del concepto de amor pleno de la tradición cristiana original. La Celestina, y mas tarde Romeo y Julieta, son los precedentes de un nuevo concepto de amor que se va desarrollando poco a poco hasta llegar a la definición del amor del primer gran filósofo moderno, Descartes. Para el pensador francés el
amorera una de las pasiones fundamentales del ser humano —junto al deseo o el odio, entre otras—. Pascal estableció su famosa máxima: «El corazón tiene razones que la razón desconoce». El enciclopedista Diderot llegó aún mas lejos con una frase que, en nuestra opinión, es absolutamente errónea, pero que da buena fe de la forma de pensar de la ilustración:
«Se dice que el deseo es fruto de la voluntad, pero lo cierto es lo contrario:
la voluntad es fruto del deseo». En suma, se había llegado a la culminación de un proceso intelectual que separaba el amor del intelecto, como si fueran aspectos independientes.
Esta lógica, equivocada en nuestra opinión, condujo paso a paso al desarraigo del fín del milenio.
El amor, elaborado como pasión exaltada por los autores románticos, devino sentimiento vacío, expresión del hedonismo apresurado, y quedó privado de su verdadero valor como herramienta para alcanzar la plenitud del espíritu.
En la actualidad vemos los resultados de todo ello: una multitud de personas desorientadas, dominadas por el consumismo y privadas de felicidad. Todo el mundo nota que algo va mal, pero
no sabe decir exactamente qué. Es hora de efectuar un giro, de realizar un esfuerzo de superación tanto personal como social. La personalidad es una provincia de la afectividad. Grandes errores psicológicos arrancan de aquí, de separar el sexo y el amor.

El sexo como juego

Fuente: abc. 29/01/05


ENRIQUE ROJAS
Catedrático de Psiquiatría


La sexualidad es parte del amor. Y el amor debe conducir a la mejora personal y aproximarnos a mayores gradientes de felicidad.


El tema del preservativo está coleando. Hoy mi articulo no va a referirse a ese artilugio, sino a la antropología de la sexualidad.
Hay una sexualidad animal y otra humana. Las diferencias son de largo alcance, aunque en ambos se da la unión sexual (apareamiento y relación íntima completa).

Hay tres teorías especialmente vigentes en estos momentos sobre el tema:
1) el agnosticismo en el campo teórico, que declara que el conocimiento humano no puede conocer todo lo que aquí reside e ignora una antropología sexual;
2) el utilitarismo, que considera a la utilidad como principio básico de la conducta;
y 3) la visión integral de la sexualidad, que subraya que la sexualidad es un componente fundamental de la persona y que ésta no es algo puramente físico (genital), sino que mira al núcleo íntimo de la persona. Aquí se mezclan conartey armonía lo físico, lo psicológico, lo espiritual y lo biográfico.

La sexualidad humana es un bien. Podemos definirla como un lenguaje del amor. La separación entre sexo y amor es un defecto grave, porque limita y empobrece ese encuentro, ambos deben formar un binomio irrenunciable. Si nos preguntamos donde debe estar ubicado el mundo sexual, en qué parcela debemos encuadrarlo, la respuesta según los criterios de una antropología sólida y positiva es: dentro de la afectividad.

Es en el espacio de los sentimientos donde debe alojarse. La sexualidad es parte del amor. Y el
amor debe conducir a la mejora personal y aproximarnos a mayores gradientes de felicidad. El sexo con amor es el mejor camino para el desarrollo armónico de la pareja.

El ser humano es su cuerpo, pero no se agota en él. Sus principales dimensiones son cuatro:
1. El plano físico: es la base material de nuestro cuerpo. Ahí está la genitalidad, que conduce al final del acto sexual, con la penetración del pene en la vagina. De aquí emerge el orgasmo, la vivencia placentera que acompaña a ese unión sexual.
2. El plano psicológico: es la mente, los sentimientos, la sinfonía de ingredientes diversos que se hospedan dentro de nuestro patrimonio psicológico y que van desde la percepción a la memoria,
pasando por la inteligencia, la voluntad y los deseos. Toda una rica geografía de elementos diversos, que forman el mapa del mundo personal. Debe darse un encuentro de dos realidades
que se enriquecen recíprocamente, mucho mas que meros objetos.
3. El plano espiritual: es quizá el más complicado de definir, ya que es una esencia interior que no puede ser contemplada empíricamente. Lo espiritual hace más humano al hombre y lo eleva
de nivel y lo mueve hacia la trascendencia.
Es el paso de lo natural a lo sobrenatural, de la física a la metafísica, de la inmanencia a la trascendencia. Es la aspiración a lo absoluto.
4. El plano biográfico: en la relación sexual, dos personan se cruzan cada uno con su historia particular, con toda la grandeza y profundidad que ello significa.

Hay dos modos contrapuestos de relación sexual que quiero dejar claros.
Uno es la relación sexual sin amor verdadero: es preindividal y anónima, es más bien una relación genital en la que se usa el cuerpo del otro como objeto. Puede ser con el consentimiento de los dos (los dos se utilizan) ó a sabiendas sólo de uno de ellos. El sexo sin amor es algo animal, es lo que hacen los animales cuando se aparean y el acto se convierte en una reacción institiva, primaria, quese dispara ante el estímulo erótico.

Esta es una sociedad obsesionada con lo sexual, que lo ha convertido en objeto de consumo. Hay, simultáneamente, una divinización del sexo (sexo a todas horas, sobre todo en los medios de comunicación social, especialmente la televisión) y a la vez, una trivialización (como algo divertido, de usar y tirar, intrascendente, como pasatiempo). Se trata por tanto de una relación cuerpo a cuerpo, esta es una sociedad en donde con alguna frecuencia las personas son utilizadas como si fueran cosas. En esas circunstancias está en primer plano el concepto de desechable, tiplo kleenex, de uso sin más, son contactos sin vínculos, una apoteosis de los superficial y epidérmico, en donde uno se busca más a si mismo que al otro, en una actitud claramente egoísta y narcisista. Por eso la expresión «hacer el amor» me parece desafortunada e inexacta, pero se ha popularizado. No eres mas libre cuando haces lo que te apetece y te pide el cuerpo, sino cuando eliges aquello que te hace más persona.
Hoy en día vemos, a menudo, lo siguiente: el hombre fingiendo amor lo que busca es sexo, mientras que la mujer fingiendo sexo lo que busca es amor.
Lo dejo ahí, para que el lector extraiga las conclusiones que le parezcan.

En el otro extremo está la relación sexual con amor autentico y comprometido, cuya principal característica es que se trata de una relación integral, tomando esta palabra en toda la riqueza
de su expresión: es un encuentro íntimo que no es solo físico (genital), no solo psicológico (dos estilos y formas de ser), ni solo espiritual (espiritualista, algo propio de gentes «especiales»), ni solo biográfico... sino que es todo es a la vez y al mismo tiempo, formando una espléndida sinfonía de belleza que es capaz de ensamblar armónicamente todos los componentes que tiene el ser humano.
El que así actúa se puede decir que es íntegro y esa es una relación persona a persona. Se trata de una creación brillante, que redescubre la dignidad de la relación hombre-mujer, que tiene el coraje y la grandeza de ir contra corriente en una sociedad consumista de sexo desvinculado, tirando por la borda la relación puramente genital (sexo sin más).
La sexualidad con amor de verdad es un universo simbólico construido sobre los cuatro pilares claves: físico, psicológico, espiritual y biográfico. Las raíces son físicas; las ramas son psicológicas
y biográficas; la sabia es espiritual.
Hoy se ha instalado en el corazón de nuestra sociedad el sexo a todas horas como divertimento, como pasatiempo sin más referentes. Es una cosificación degradante, con dos notas paradójicas:
el sexo convertido en religión y el sexo trivial. El serhumano banalizado, encanallado, insignificante para lomás grande e íntimo, que reduce la sexualidad al placer genital y alorgasmosu icono definitivo.
Nos sumergimos así en la sexual performance: las marcas ó retos sexuales. Un sexo que se vuelve mentira y niega lo mejor la persona. La moral sexual no es un corsé que aprisiona, sino el arte de usar de forma correcta la libertad, la aspiración a lo mejor, a la excelencia. La obra bien hecha permanecerá.

La misa es gratis

Fuente: La Razón

La Razón – Álex Navajas -
Los católicos españoles nos hemos acostumbrado, a lo largo de toda nuestra historia, a que nos lo dieran casi todo hecho. Tenemos nuestros templos, vamos a misa cuando nos toca, nos ponemos de pie, de rodillas, nos sentamos, nos santiguamos y nos vamos, pero en eso de ayudar a la Iglesia en sus necesidades hemos sido bastante raquíticos.

Gastarnos 30 euros en una cena con amigos, en una camisa o en un capricho cualquiera nos puede parecer razonable, pero echar esa misma cantidad en el cepillo de una iglesia se nos antoja una barbaridad. Luego, claro, nos quejamos de que el cura no encienda la calefacción en la parroquia o de que «ya podría pintar la iglesia por dentro, que está hecha una pena». No hay más que ver cómo suelen ir los cestos en las misas de los domingos, en los que apenas se encuentran billetes. Si alguien necesita cambio para el parquímetro o para la máquina de tabaco, antes que a una cafetería, lo mejor que puede hacer es recurrir a una parroquia.

A la entrada de una iglesia madrileña, el sacerdote colgó una pequeña pancarta con un lema curioso: «La misa es gratis. La luz, no». Logró hacer mella en muchos de sus feligreses, quienes se dieron cuenta de que, hasta el momento, apenas habían ayudado a sostener su parroquia, y se dispararon las colaboraciones. La Iglesia ha pedido ayuda a través de la campaña de la Declaración de la Renta que en estos días está tocando a su fin. Ojalá hayamos cumplido.

Diez pistas para un camino de oración

Fuente: Cipecar - Centro de iniciativas de pastoral de espiritualidad. www.cipecar.org



DIEZ PISTAS PARA UN
CAMINO DE ORACIÓN

1.- Sitúate ante el mundo que te rodea. No todo da lo mismo. Todas las posturas tienen cabida, pero no todas tienen futuro.

"Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón" (GS 1).

2.- Dedica unos momentos a pensar tu vida y ponte en verdad. No construyas tu identidad comparándote con otros.

3.- Percibe el deseo de Dios que hay en tu corazón. Basta una pequeña brasa para encender un gran fuego.

"El roble está latente en el fondo de la bellota" (Ira Progoff).
"El reino de Dios está dentro de vosotros" (Lc 17,21).

4.- Haz silencio para ponerte ante una presencia. Busca la soledad para llegar al encuentro.

"No es el silencio del que no tiene nada que decir, sino el silencio del que
teniendo muchas cosas que decir, se calla" (Beato Rafael).

5.- Ábrete a la Palabra. Lee con detenimiento, comprende lo que lees, dialoga con la Palabra, quédate en silencio ante ella, deja que la Palabra te construya.

"He manifestado que en nuestro mundo europeo, siempre incrédulo, ateo e indiferente, un cristiano no puede conseguir vivir la fe si no logra familiarizarse con la Palabra de Dios, si no se alimenta cada día de una Palabra, si no permite que el misterio de la gratuidad divina penetre en su evidencia" (Martíni).

6.- Recuerda que orar es "tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama" (Santa Teresa).

7.- Aprovecha este momento para discernir tu vida y descubrir qué es lo que te pide Dios para que seas feliz, para que brote tu mejor tú.

8.- Concreta tu momento de oración en un compromiso.

"El verdadero abrazo a Dios se lo damos en la vida"

9.- Disponte a intercambiar los dones para construir un mundo nuevo.

"Al darnos nos vamos creando"
"Pasarnos la emoción, el lirismo, el sentido de lo bello, el sentido de Dios"
(Tomás Álvarez).

10.- Descubre qué tarea tienes que privilegiar en tu comunidad cristiana para recorrer con los demás el camino del encuentro con Dios en la oración.

"Lo que gratis habéis recibido, dadlo gratis"

martes, 3 de julio de 2007

Reflexiones sobre las relaciones matrimoniales

Fuente: www.arvo.net

Parece un hecho frecuente, incluso habitual, que la gente joven manifieste casi con urgencia su amor por el otro, por la otra, llegando a relaciones sexuales íntimas en cuanto se manifiesta la atracción de la una por el otro, de la otra por el uno.
Por Gloria María Tomás y Garrido

Voy a tratar de argumentar esta realidad, a partir de las experiencias globales, que todos tenemos, y que pueden dar lugar a posteriores conversaciones personales, prácticas y profundas, quizás privadas, porque hay asuntos en que la argumentación intelectual no parece suficiente ni completa. De fondo, y sin tapujos, defendería el bien de cada persona, sin componendas, fruto de muchas cosas, entre las que destacaría la amistad, la ciencia, y la experiencia.
El poeta Virgilio dice en La Eneida “¿Son los dioses lo que han puesto este ardor en nuestro espíritu? O por el contrario ¿hace cada uno un dios de su deseo...?
”Cada uno podemos también gritar como Virgilio, o al menos, hemos podido tener ganas de hacerlo; es que la persona humana, con su inteligencia, penetra las posibilidades de la sexualidad, las hambres de afecto... ; los animales no; carecen de imaginación erótica; ni crean, ni recrean, ni autoconstruyen sus placeres, sus deseos y sus amores...
Enamorarse es algo muy grande y resulta difícil ponerle límites. El amor cuenta con ¡tantos ingredientes! tiene de todo un poco; se siente algo, se necesita algo, se tiene que expresar ese algo...; toda la persona, también los gestos corporales, comienzan a actuar y a crecer. Y viene ese runruneo auténtico del «... me siento muy cercano a ti, quiero decir todo eso que quiero sentir; quiero sentir todo eso que quiero decir... ; quiero ya en presente, todo ese proyecto de futuro que estaba buscando y que lo encuentro contigo; mis gestos corporales piden autenticidad, quiero abandonarme en ti, y perder la conciencia, y dejarme llevar, y sentir y amar...»
Todo eso es verdad, y es muy bello, aunque, dichosamente, es sólo la punta del iceberg de todo lo que es el amor humano; el gesto corporal amoroso pide intimidad y la intimidad pide la elocuencia del cuerpo... ; la intimidad corporal es manifestación de amor, mas si reducimos a eso el amor, si centramos los comportamientos humanos en el “adelanto” de mecanismos sexuales, si no está en el marco idóneo, se resquebraja lo genuino de la conyugalidad: la relación de las almas, la concordia de los caracteres, y tantas otras formas de ternura y de compromiso; también ante el dolor y el sufrimiento.
Si la sexualidad se pone como lo único y lo primero en las relaciones amorosas hombre-mujer, la experiencia dicta que nos incapacitamos para lo que justamente buscábamos ¡cuántos matrimonios rotos y desilusionados...!
Pienso que, en parte, se ha reducido la biografía humana a la pura biología; se ha equiparado la calidad biológica a la calidad humana; el amor humano presentido ha quedado opaco; se pierde, por desprotección, la capacidad de ver de modo contemplativo, racional, poético, natural...
Las relaciones sexuales del hombre con la mujer están hechas y llamadas para la exclusividad: ahí la sexualidad manifiesta toda su belleza y su sentido originario; con un amor recíproco, para siempre, que es lo que protege esas relaciones y las fortifica.; la reciprocidad es una intuición muy profunda, es una parte de la vocación interior del ser humano varón hacia el ser humano mujer, el destino a la comunión, “a estar con...”; la sexualidad humana es donación y apertura a la vida... precisamente por ello haya dos cosas integradas en estas relaciones sexuales: el hijo, y las normas.
En la relación esponsal, en el amor que una da al otro, o uno da a la otra, se manifiesta en el hijo. Hijo y Amor. Coinciden el más profundo acto unitivo corporal del amor con el hecho de concebir: intimidad y donación; donación y fruto. Así lo expresa el poeta Miguel Hernández, no precisamente un conservador: “He poblado tu vientre de amor y sementera/ he prolongado el eco de la sangre a que respondo/ y espero sobre el surco como el arado espera:/ he llegado hasta el fondo./
De otra parte, todos comprobamos que lo valioso merece una protección; así lo vivimos tradicionalmente: desde la cajita para guardar una joya, a la funda de un ordenador portátil, pasando por las finísimas membranas que recubren nuestros órganos vitales.
Afirmo que sólo desde la belleza de la sexualidad cabe pensar en una educación en ella; para eso está el matrimonio; como una especie también de marco de protección, de lugar idóneo de amor.Hace ya algún tiempo, en un viaje a Amberes, la tierra de Rubens, aprendí que este genial y prolífico maestro, con toda su fogosidad, en sus numerosas obras, permitía a sus discípulos que pintaran los cuerpos humanos, pero no delegaba en sus discípulos el que pintaran los ojos; eso se lo reservaba a él... ; es que de alguna forma, en el mirar se encuentra algo de lo genuino de la persona, es su inteligencia, y su corazón y...es mirar más adentro.
La vida matrimonial es donación cumplida no prometida; el sentido de la parte se recibe del todo. Acogerse a las reglas naturales, canónicas, civiles, religiosas... no es plantearse que de su observación se deducirá si la sexualidad es mala o buena ¡no!; tenemos reglas porque hay una bondad que pide a la libertad humana saber venerar y respetar esa sexualidad. En resumen, habrá que seguir lo que dijo Cervantes: “ que es de vidrio la mujer/ pero no se ha de probar si se puede o no quebrar/ porque todo podría ser/ y no es cordura ponerse/ a peligro de quebrarse/ lo que después de romperse/ ya no puede soldarse/.
Si el pacto matrimonial queda debilitado u oscurecido por la falta de dominio, por la prisa, por la no coherencia en la identidad relacional, queda, al final, sólo la soledad... ¡que pena!La vida humana, las relaciones con los demás, el amor que podemos dar y recibir es muchísimo más que lo que la apariencia nos muestra, que lo que la fría técnica posibilita, o lo que una opinión pública generalizada y resquebrajada de algunos valores nos ofrece.
El amor entre hombre y mujer tiene su significado en la construcción de la familia, a través del matrimonio. Es la familia una de las sociedades que corresponde más inmediatamente a la naturaleza del hombre; en ella se facilita la consideración de los demás como “otro yo”, se cuida de su vida y de los medios necesarios para vivirla digna y casi siempre felizmente; allí cada miembro brilla con luz propia, es el rostro de alguien amado; con Dante digo y me recuerdo “Un amor che nella mente mi raggiona”.

El amor de Dios, raíz de las virtudes ciudadanas

Fuente: www.archivalencia.org


Publicada en «Paraula-Iglesia en Valencia» el 1 de julio de 2007

Dios es amor. Este es el gran fundamento y, al tiempo, la gran aportación del cristiano a la humanidad. La fe católica nos permite reconocer el amor de Dios y apoyarnos en él para vivir con los demás ese mismo amor, para desear y hacer el bien al prójimo.

En la sociedad actual, algunos contemporáneos que viven de forma superficial y banal se encuentran desengañados del amor, y de su propia vida que acaban encontrando vacía. Los profundos vínculos de amor generan profundos motivos para vivir, mientras que una concepción banal de las relaciones acaba banalizando la propia vida.

Adorar a un Dios que se nos ha manifestado como Amor nos permite y nos obliga a reconocer que el amor es el fondo de la realidad y que el amor es la norma de nuestra libertad. La práctica del amor como norma universal de vida es esencial para cada cristiano y para la Iglesia entera. El amor, vivido y practicado con generosidad y eficacia, muestra el rostro trinitario de Dios, su verdad, su bondad y su belleza. Cuando vivimos alimentados del amor que Dios nos tiene, somos al mismo tiempo capaces de amar y de servir a nuestros hermanos necesitados con alegría y sencillez.

Hoy, en España, necesitan este compromiso del amor, tanto los inmigrantes que requieren acogida, como los que no tienen trabajo, los que están solos, los jóvenes amenazados por las redes de quienes explotan con la prostitución, las mujeres humilladas y atemorizadas por la violencia doméstica, los que no tienen casa, los que han caído bajo el engaño de las adicciones, los que encuentran dificultades para fundar una familia, para abrirse a la vida y aceptarla incondicionalmente, así como muchos seres humanos que en la fase inicial de su vida se ven desprotegidos por las leyes.
Cuando va a cumplirse un año del V Encuentro Mundial de las Familias celebrado en Valencia con el Papa Benedicto XVI, debemos recordar que el catecismo nos subraya la verdad de que la familia es la primera célula de la sociedad humana. Los católicos hemos de ser ejemplo del papel celular e indivisible del núcleo familiar, que no puede renunciar a su función educadora. Hoy más que nunca el compromiso de los católicos con la familia conlleva la responsabilidad de educar día a día a los hijos, en cuestiones que afectan al comportamiento y a la moral, a lo que está bien y a lo que está mal. La educación técnica, científica o artística que necesariamente debe impartirse en las escuelas públicas y privadas no pueden ser una coartada para que el Estado llegue a invadir parcelas que corresponden a la moral personal, en contra de las creencias de los propios padres, pues así está garantizado en el gran pacto que supuso la Constitución de 1978, y cuya vigencia y aplicación de forma reiterada he defendido.

Existen motivos de fondo que generan incertidumbres sobre la asignatura de educación para la ciudadanía, empezando por ser una cuestión que no nace del consenso, tan útil y eficaz en cuestiones que afectan a la verdadera educación. Por otra parte, existen signos claros en nuestro país de un movimiento de laicismo radical, que pretende silenciar todas las manifestaciones religiosas, negando no sólo la libertad de expresión en cuestiones sociales, sino también en la dimensión moral y de promoción de los valores humanos. El laicismo radical acaba desembocando en una pseudo-religión, que necesita fabricar su propia moralidad y un sistema de creencias sin Dios. Se trata de una religión atea.

No nos dejemos engañar por maniobras que se presenten con buenas palabras y argumentos engañosos. El Estado no puede ser el primer educador, porque la captación del bien humano es propia de las personas, de cada persona, de cada corazón, no atributo de las leyes ni de la función burocrática. La responsabilidad de amar en primera persona es un don indelegable de Dios a sus hijos e hijas, por humildes y pequeños que puedan parecer al aparato del Estado. Por ello, reitero que las familias cristianas deben ser un ejemplo en la transmisión de los valores y en la educación, de la que no pueden hacer dejación.

Con mi bendición y afecto,

La prueba de la verdad (Educación para la ciudadanía)

Fuente: www.abc.es

POR OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL

EL proceso de modernización de España ha llevado consigo mutaciones profundas en las actitudes personales y en los comportamientos sociales. Al salir de una dictadura tuvimos que repensar los problemas del orden político, moral, social. Desde el punto de vista religioso el Concilio Vaticano II fue la preparación providencial de las conciencias para discernir cuales eran las formas auténticas de cristianismo, de la vida eclesial y de la vida política. Tal reflexión preparó a los católicos para actuar coherentemente en el orden político, laboral, sindical. Así, por ejemplo, el «Decreto sobre la libertad religiosa» se convirtió en una palanca liberadora de ideas y grupos, a la vez que subversiva del régimen de Franco.

Hoy todavía estamos ante nuevas tareas de ordenación democrática, de convivencia religiosa, de educación cívica. En esta última perspectiva el problema viene de lejos. En 1976 al salir del régimen anterior y eliminar de la universidad la asignatura «Formación del espíritu nacional», siendo ministro de Educación Aurelio Menéndez, se pensó colaborar a que los españoles adquiriesen actitudes y hábitos democráticos, proponiendo una asignatura que se llamaría «Lecciones para la convivencia». La caída de aquel gabinete ministerial acabo con el proyecto. En años posteriores y contexto bien distinto el ministro Mariano Rajoy pensó en una materia que se llamaría «Educación en valores».

El hecho de que la Unión Europea haya vuelto sobre el problema revela que existe en Europa una insatisfacción respecto de la formación que reciben los alumnos en temas como la convivencia, la aceptación del prójimo diverso, la apertura a los valores de la diferencia diverso y el respeto del ordenamiento jurídico. Sobre ese doble trasfondo hay que situar la asignatura que el gobierno socialista ha impuesto: «Educación para la ciudadanía». El hecho de que no sea la primera vez que se piensa en algo semejante revela que hay algo común a diversas ideologías y programas políticos, que merece ser pensado y resuelto. Ahora bien, si esto es así, ¿por qué ha surgido tanta discordia?


Antes de responder a esta pregunta me gustaría subrayar que estamos cayendo en una trampa: esta asignatura se está convirtiendo en el velo que oculta los gravísimos problemas de la educación a los que no se entra: el fracaso escolar, la violencia en las aulas, la caída de nivel formativo, el desaliento y desmoralización del profesorado, la diferenciación hasta la contraposición entre la historia que se enseña en distintas laderas de España... Esos son los reales desafíos comunes, que hay que afrontar, sin sucumbir al señuelo de un trapo político como de hecho nos está aconteciendo.

Ante todo hay que establecer una distinción: una cuestión es la asignatura como tal en sus intenciones fundamentales (fin) y otra el programa completo que ha publicado el Ministerio (medios). El juicio sobre una y otro es distinto. Yo creo que el gobierno tiene legitimidad para proponer esa materia, respondiendo a los problemas enumerados e indicaciones de la Unión Europea. La dificultad comienza cuando se ve ese programa concreto y la forma en que este Gobierno la quiere instaurar, que no es similar a la de otras naciones de Europa. Aquí un programa de partido particular rezuma sobre un programa impuesto a todos los españoles. En una amical conversación con Gregorio Peces Barba, al concluir nuestras sesiones de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, éste me confesaba que solo un tres por ciento del programa del partido había pasado al de la asignatura. No es cuestión del tres o del noventa; aquí es donde todo hombre libre, por principio, tiene que rechazar de plano que el Estado o un partido se proponga formar su conciencia e imponerle valores e ideales que son particulares.


¿No es posible ponernos de acuerdo en un conjunto de normas de educación y de convivencia concordes? ¿No hay unos valores universales, háblese de derecho natural o de derechos humanos? Por supuesto que los hay y en una sociedad más serena que la nuestra no habría problema ninguno. Pero aquí hay razón para la sospecha. ¿Por qué? Porque el programa de esa asignatura surge cronológica y genéticamente de los mismos grupos que a la vez hacen el Manifiesto del partido socialista donde se acusa, por ejemplo, a la religión de ser incapaz de vivir en democracia y se identifican los monoteísmos con los fundamentalismos. A la vez se prepara en Fundaciones, instituciones y universidades afines al partido, a los profesores que darían esa asignatura. ¿Es que las demás universidades no están cualificadas para tarea semejante? ¿No hay en ellas profesores libres? ¿O es que solo la manera socialista de concebir la ciudadanía permite comprender esa asignatura y enseñarla? ¿Solo ella es moderna, ilustrada, europea? El socialismo español, ¿ha hecho respecto de la religión, la revisión crítica que hicieron la Alemania de Merkel, la Francia de Sarkozy y la Inglaterra de T. Blair? Estos son los hechos que generan preocupación y rechazo.


A ello hay que añadir que el programa es ambiguo y oceánico. Los textos previstos o ya publicados poco se parecen entre sí. Conozco varios: desde la intención primordialmente jurídica del de Espasa, la orientación de ética social de SM a la primacía pedagógica de Santillana, para no mencionar el estilo burdo y ofensivo de otras publicaciones, que más bien son panfletos. Esa ambigüedad llevará consigo que en poco se parecerán los contenidos de esa materia en cada una de las autonomías, aumentando así la ceremonia de la confusión.


En esta misma página mostré en su día (16 de noviembre 2006) y luego en el Congreso de Valladolid (11 de mayo) mi apoyo explícito a la materia. Afirmé que sus contenidos deberían ser el estudio de la Constitución Española y las Declaraciones internacionales de derechos humanos. Solo éstos son universales. Cualquier otra cosmovisión sea ética, antropológica o religiosa es particular. Ningún Estado puede decir a un ciudadano cual es el sentido último de la vida humana, de su cuerpo, de su afectividad y sexualidad. En este sentido no hay una ética universal. Por eso me parece un engaño e inmoralidad contra la que protesto que el colectivo: «Cristianos socialistas en el PSOE» en su «Manifiesto de apoyo a la asignatura» (23 de junio) respondiendo a la Declaración de los Obispos, utilice mi nombre para defender la asignatura, silenciando mi actitud crítica ante el programa, a la vez que mi propuesta alternativa.


Estamos ante un problema moral gravísimo. La Iglesia tiene que reconocer la legitimidad del Estado en este campo. El Gobierno tiene que aceptar sus límites y renunciar a cualquier intento de dominación ideológica, al que lo es y al que lo parece. Que además desde la más alta magistratura se amenace a quienes disienten y sin el diálogo necesario se imponga la materia contra la mitad de los españoles, me parece un pronunciamiento, que en el siglo XIX tenía un nombre y no por estar hecho desde la democracia tiene la legitimidad moral, que es siempre necesaria, además de la jurídica. Tal empeño nos llevaría a un enfrentamiento que dividiría de nuevo a la sociedad y a la Iglesia. La objeción de conciencia es un arma legítima pero en este campo difícil de manejar. La iglesia deberá ser muy cauta al aceptarla, ya que se le puede volver contra ella misma, incluso en materia de religión en colegios católicos.


De nuevo estamos ante una exigencia moral para el gobierno y para los ciudadanos que reclaman libertad en este orden. Que la Iglesia no protestara contra la «Formación del espíritu nacional» con Franco no es razón para que ahora guarde silencio sino para que, como todos los demás ciudadanos, hable siendo democráticamente libre y responsable. Una imposición total y un rechazo total serían igualmente mortales. ¿No es la hora de que el Gobierno cambie el programa y en la Iglesia se acepte la asignatura? El programa tiene que ser universal, abierto y concorde (en las grandes naciones de Europa, política exterior y educación son cuestión de Estado y no de partidos). Esas características las tienen la Constitución y las Declaraciones aludidas; ofrecen el marco necesario y suficiente para responder a los problemas planteados por una formación cívica a la altura de nuestro tiempo. Esta es la prueba de la verdad para todos.

OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL
de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

lunes, 2 de julio de 2007

Atención al báculo

Fuente: 21rs. La revista cristiana de hoy

El cayado de buen pastor no puede ser otro que la misma cruz.
El báculo no tiene muy buena prensa, pues suele verse más como golpe e imposición. Del báculo al baculazo, piensan algunos, hay muy poco camino que recorrer. En su mejor sentido, el báculo es señal de paternidad, de amparo, de autoridad moral, de juez benevolente, de pastor misericordioso, de protección y defensa del más débil.
Hay un salmo muy conocido, y de gran belleza, que es un cántico de esperanza del hombre creyente en la seguridad de tener a Dios como protector y guía. El Señor es mi pastor. Lo que pueda necesitar Él me lo dará. Si las cosas van mal, nada de temblar. El pastor tiene un buen bastón que me protege del mal.
Hablando en cristiano, que es lenguaje en el que siempre queremos movernos, el cayado de buen Pastor no puede ser otro que la misma cruz. No se puede pretender otro cobijo sino el que ofrece Cristo: para venir conmigo es imprescindible asumir cuanto representa y significa la cruz. Es decir, aceptar la condición de pecador y de redimido, de la debilidad y de la fortaleza que regala el Espíritu de Dios.
Todavía se sigue hablando del pensamiento débil, de la fragilidad del matrimonio y de la familia, de la inconsistencia de las instituciones, de la flojera de unos y de otros, de la endeblez de casi todo. Aparte de que la generalización puede ser tan falsa como injusta, de lo que no cabe duda es de que los asientos sobre los que quiere apoyarse esta sociedad son tan frágiles que se rompen al primer embate de la dificultad. Los tan traídos y llevados “valores” quedan en palabras sin contenido. Sin el ejercicio de la virtud todo puede quedarse en literatura.
¡Qué práctico era san Pablo! Dice que nada de andarse por las ramas buscando apaños ante la dificultad. Él quiere ponerse junto al cayado, al lado de la cruz de Cristo. También recrimina a aquellos que no sólo no quieren saber nada de la cruz, sino que son declarados enemigos de cuanto a ella se refiere. Así que nada ha de presumir. Excepto en la cruz de Cristo. Esta bandera puede ponerse muy alta. No hay lugar para el triunfalismo presuntuoso. Todo el mástil lo ocupan la humildad y el sacrificio.
El amor no tiene precio. ¡Cuántas veces he recordado estas palabras de Victoria Díez! Le advertía su madre del riesgo a que se exponía con su incansable y generosa entrega en ayuda de los demás, particularmente de los más excluidos y pobres. Cuando se trata de amar, con el amor de Cristo, el precio a pagar no importa. Victoria, la beata Victoria Díez, lo pagó con su vida y fue martirizada.
Siempre seremos deudores del inmenso amor de Cristo, que paga y nos redime del pecado y de la muerte. Y en un monto tan grande que es imposible saldar. “Amor con amor se paga”. Es moneda que aguanta todas las devaluaciones y a la que no altera la cotización en la bolsa del egoísmo. Es que “el amor no tiene precio”. •
Carlos Amigo Vallejo (Obispo)

Acto de idolatría

Fuente: 21rs. La revista cristiana de hoy

"que todos cobremos conciencia, y que proclamen ustedes, que nosotros vivimos en una burbuja"
Disfruté la final de la UEFA, y nobleza obliga: nos brindaron un espléndido espectáculo de los que a uno casi le reconcilian con el fútbol.
Pero al día siguiente le oí decir a usted que “no pensaba que se pudiera sufrir más de lo que sufrió durante aquel partido”. Esas palabras me hirieron: son una ofensa grave al dolor de tantísimos que sufren de verdad en este mundo, y a los que su condición de víctimas injustas les da una autoridad divina sobre nosotros. Usted no se dio cuenta, pero esas palabras eran un auténtico acto de idolatría.
En el tiempo que duró el partido murieron, entre hambre y violencia física, cerca de diez mil personas. Le recomendaría que usted y sus jugadores vayan a ver la película de K. Jones sobre el genocidio de Ruanda (Disparando a perros), o Diamantes de sangre sobre Sierra Leona. O La pesadilla de Darwin sobre la pesca en Kenia, o Voces inocentes sobre la guerra de El Salvador.
¿Para qué? Sin duda estarán ustedes dispuestos a echar mano de talonario y buscar alguna ONG que tranquilice sus conciencias. Pero no es eso lo que pido, sino algo más sencillo y más difícil: que todos cobremos conciencia, y que proclamen ustedes, que nosotros vivimos en una burbuja y una gran parte del género humano no puede permitirse esos sufrimientos lujosos. Las burbujas acaban estallando algún día. Y cuando estallan no deberíamos extrañarnos, ni echar la culpa sólo a los modos de explosión (terroristas, okupas...) que suelen ser poco correctos.
Me dirá que para qué sirve esa conciencia sino para amargarles la fiesta. Pero creo que, si todos la tuviéramos, el mundo iría de otra manera. •
José Ignaico González Faus

Para ser feliz...

Fuente: http://www.arvo.net/




La persona humana quiere y puede ser feliz. La felicidad no es el fin del hombre, sencillamente porque es una consecuencia del fin que es amar eternamente.



Por Enrique Cases
Arvo Net

La persona humana quiere y puede ser feliz. Es conocido el dicho de San Agustín de que cualquier hombre al preguntarle si quería ser feliz, inmediatamente respondía que sí. También son conocidas las respuestas de los griegos para ser feliz desde el epicureísmo con su hedonismo moderado, hasta la mística dionisíaca con el placer desenfrenado, sin importar nada de nada. La mayoría, sin embargo, pretende una moderación. Éticas más depuradas como la de Aristóteles unen la felicidad al bien. Platón muestra una vía de progresión y superación hasta llegar a la contemplación de la Verdad y del Bien que llena de felicidad, como ya había adelantado Sócrates.
En nuestros tiempos no hay diferencias sustanciales. Sin embargo conviene que empecemos diciendo que la felicidad no es el fin del hombre, sencillamente porque es una consecuencia del fin que es amar eternamente. Aldous Huxley en su Mundo feliz, tecnológicamente perfecto, muestra lo profundamente infeliz que puede ser el hombre en la sociedad tecnológica, aunque no se prive de ningún capricho, ni progreso para satisfacer su ego y su sensualidad. Describe ironías desesperanzadas, que a él mismo le llevaron al suicidio años después. Todo lo que no es amor verdadero acaba en insatisfacción y frustración, aunque, si se consigue algo de placer pueda reaccionarse con risas y desprecios, pero el placer siempre es efímero, y la felicidad pide duración, pide que desaparezca la amenaza de acabarse y desaparecer o morir, que de momento, es el signo de lo terreno. San Agustín lo dice en palabras inmortales: “nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. Santo Tomás siguiendo la estela de Aristóteles, pero con un conocimiento de Dios muchísimo más profundo, analiza lo que puede hacer feliz al hombre de un modo riguroso y llega a que sólo se encuentra en el Bien absoluto que es Dios.
Sin embargo, es patente que en nuestros tiempos se entrecruzan continuamente dos corrientes, una pesimista y otras que no podemos llamar optimistas, sino desencantadas, que quiere disfrutar ahora y rápido en lo que sea. Equivale al suplicio de Tántalo el hijo de Zeus que incurrió en un acto de locura al ofrecer en un banquete la carne guisada de su hijo, Pélope. Tántalo es castigado en lo más profundo del reino del Hades, está condenado a sufrir terrible hambre y sed, encadenado bajo árboles frutales y junto a un río. Pero los árboles crecen cuando él estira sus manos hacia ellos y el río desaparece cuando se agacha a beber. Algo así ocurre en las propuestas de felicidad imposible de los materialismos o de las éticas sin Dios, ambas actitudes tienen la misma raíz de desconocimiento de lo que es la persona humana.

La corriente pesimista la encabeza Martín Lutero. Es conocido el origen de su, llamémosle, iluminación de la torre el año 1514, cuando atormentado por tentaciones y pecados “descubre” que no puede evitar el pecado porque es simul iustus et pecator, es decir, que haga lo que haga está empecatado y se puede salvar porque la gracia de Cristo no le sana, sino que sólo es un recubrimiento externo, jurídico, que le hace no imputable ante Dios el pecado. Esta visión negativa del hombre, aparte de la cuestión de lo que es la gracia, que ya veremos, lleva a un pesimismo antropológico de gran influencia, y a unas reacciones fuertes en dirección contraria. El pesimismo religioso –el hombre es pecador siempre– lleva al puritanismo, a vivir con temor, a una rigidez, que no halla en el encuentro sacramental la paz y la alegría. Es notorio que los países occidentales más influidos por esta concepción son más tristes que los católicos. Trento afirma que el hombre está herido, pero no radicalmente empecatado. De ahí surge un optimismo antropológico por la acción sanante de la gracia y la práctica, alegría de fondo, aunque la vida sea dura. Hay que añadir que el calvinismo es aún más rígido y pesimista que el luteranismo con su horrible idea de la predestinación al cielo o al infierno, idea blasfema de Dios que crea espíritus u orgullosos o angustiados. Es lógico que en reacción a esta visión del hombre que lleva al puritanismo, cargado muchas veces de hipocresía, surja un descaro libertino y burlón. Por otra parte, los libertinos descubren, antes o después, que el placer, la desvergüenza, la droga etc., esconden una amargura profunda, y cuando llegan los problemas o los dolores, inevitables en la vida, no saben qué hacer. Además la recompensa del egoísta es siempre la soledad, justamente lo contrario de lo que sucede al que sabe amar, que da la sensación de ser feliz , como describe maravillosamente Dostoievski en el Idiota.
En el ambiente católico se dio una corriente semejante a la de Lutero, aunque distinta, el jansenismo. Jansenio, –y muchos católicos rectos en su actuar, reaccionaron ante los libertinos que llenaban los ambientes intelectuales y de alta sociedad de aquella época en la que empieza el enciclopedismo, y, con una interpretación de San Agustín desafortunada–, ven pecado en todas partes. Distingue entre la concupiscencia de lo terreno, que siempre es mala, y el deseo de Dios que es bueno. De este modo, incluso entre los no jansenistas, se da un ambiente de severidad y rigidez semejante al del puritanismo. Se pierden las alegrías humanas, de las que se desconfía (“lo que me gusta o es pecado o engorda”, se dirá con broma que refleja que no se sabe lo que es el amor). El equilibrio es difícil, y las reacciones de muchos que quieren ser felices en el placer llevan al ambiente hedonista en muchos lugares. Se hace necesario el equilibrio intelectual que luego sea capaz de llegar a la cultura y a las masas desconcertadas ante las solicitaciones que les llegan por todas partes.

En ambientes no cristianos, que conozco menos, la situación es mucho menos halagüeña. Los animistas se mueven en el temor, y la hechicería hace estragos, como se puede observar en el vudú y otras supersticiones. En los lugares donde hay castas y la asombrosa creencia de la reencarnación, se deja a multitudes en la indigencia, pues “algo habrán hecho” en su vida anterior. La meta del budismo es la indiferencia, tan lejana al amor. En los panteísmos –la gran tentación del hombre; el materialismo es un panteísmo al revés– el destino es fundirse en un todo, que más bien es nada. El confucianismo en su sentido del deber y del honor tiende también a formas de puritanismo con sus ventajas y desventajas. El irracionalismo tipo New Age oscila entre el desenfreno y el suicidio o amor a la muerte.

Los nihilismos heideggerianos y sartrianos asumen las angustia y el vivir para la muerte como desaparición, lo que no es nada feliz. El nihilismo regocijante del posmodernismo da pie a una nueva forma de los libertinos. Y la mística dionisíaca propugnada amargamente por Nietzsche es también ambivalente. Su vivir alegre es por definición efímero con una máscara de fiesta que esconde inquietud y saberse derrotado antes de empezar; por ello intentan no pensar más que en un “ahora” que continuamente está pasando, dejando ruinas alrededor. La droga sería su fruto necesario, si no fuera por una agradecida incoherencia con el pensamiento.
Los problemas, se quiera o no, se repiten, y cuando no se tiene una idea cabal del hombre como persona, meten en callejones sin salida. Si, además, la noción de Dios es deformada se hace necesaria una regeneración intelectual por la vía del hombre como orante que busca con sinceridad. La esperanza sólo es posible con Dios que llama al hombre a su intimidad y su vida. La confianza en el placer, honor, fama, etc., como fuentes de felicidad es volátil ya que contiene nada más nada; por lo tanto, poner en ellas todo el deseo aleja de la felicidad.

La alegría es conmoción del corazón, gozo en la contemplación, emoción ante la belleza, éxtasis, que, en sus muy diversos grados, permite salir del pozo del yo cerrado del egocentrismo, para paladear el amor de dar, de darse, de dar ser, de vivir en kairós que es preludio de la eternidad como perfecta vida plenamente poseída. ¿Es el cielo? No, ciertamente. Pero lo anuncia. Además, se hace compatible con el dolor en la situación terrena, no se trata de la salud, siempre precaria, sino de superar lo más adverso en su realidad, como veremos, en el ser doliente.
La tristeza es pantanosa, oscurece el alma, paraliza, lleva a decisiones de huída o de ira, es amarga. Cierto que existe una tristeza positiva en cuanto duele el mal objetivo que está ante los ojos, pero ésta es una tristeza amorosa, un dolor de amor, que es como una perfección, una compasión de padecer con quién amo y sufre. En el fondo no hay amargura, sino paz en una paradoja de experiencia constante.
La alegría es fruto de amar y ser amado. Surge de la contemplación de la verdad. Necesita el acompañamiento del cuerpo, aunque no siempre. Es dilatación del alma, es esponjamiento ante la sinceridad. Es necesario vivir en alegría, pero es un fruto y una conquista del hombre verdaderamente libre. Al elevar el alma a Dios comprende la realidad y asume la dificultad, también cuando es dolorosa. La superación de las heridas del alma -resentimientos, rencores, inquietud corporal, torpeza de la mente, ociosidad, se superan por la esperanza que hace vibrar el alma, por la libertad que quiere superarse, por el amor que espera más amor, por la lucha en lo que parece pequeño a los ojos semicerrados por el egotismo.
Las alegrías humanas terrenas pueden ser “vanidad de vanidades” según el Eclesiastés en una mirada a la vida que parece a primera vista egoísta y pobre, pero que deja en evidencia los engaños de las falsas felicidades.


“¡Vanidad de vanidades! -dice Cohélet-, ¡vanidad de vanidades, todo vanidad!¿Qué saca el hombre de toda la fatiga con que se afana bajo el sol?Una generación va, otra generación viene; pero la tierra para siempre permanece.Sale el sol y el sol se pone; corre hacia su lugar y allí vuelve a salir.Sopla hacia el sur el viento y gira hacia el norte; gira que te gira sigue el viento y vuelve el viento a girar.Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena; al lugar donde los ríos van, allá vuelven a fluir.Todas las cosas dan fastidio. Nadie puede decir que no se cansa el ojo de ver ni el oído de oír.Lo que fue, eso será; lo que se hizo, ese se hará. Nada nuevo hay bajo el sol”.


Tras de este análisis semiescéptico y realista del vivir en la tierra, mira las cosas que hacen felices a los hombres, o al menos se lo prometen, y llega a la misma conclusión:


“He aplicado mi corazón a conocer la sabiduría, y también a conocer la locura y la necedad, he comprendido que aun esto mismo es atrapar vientos,pues donde abunda sabiduría, abundan penas, y quien acumula ciencia, acumula dolor.Hablé en mi corazón: ¡Adelante! ¡Voy a probarte en el placer; disfruta del bienestar! Pero vi que también esto es vanidad.A la risa la llamé: ¡Locura!; y del placer dije: ¿Para qué vale?Traté de regalar mi cuerpo con el vino, mientras guardaba mi corazón en la sabiduría, y entregarme a la necedad hasta ver en qué consistía la felicidad de los humanos, lo que hacen bajo el cielo durante los contados días de su vida.Emprendí mis grandes obras; me construí palacios, me planté viñas;me hice huertos y jardines, y los planté de toda clase de árboles frutales.Me construí albercas con aguas para regar la frondosa plantación.Tuve siervos y esclavas: poseí servidumbre, así como ganados, vacas y ovejas, en mayor cantidad que ninguno de mis predecesores en Jerusalén.Atesoré también plata y oro, tributos de reyes y de provincias. Me procuré cantores y cantoras, toda clase de lujos humanos, coperos y reposteros.Seguí engrandeciéndome más que cualquiera de mis predecesores en Jerusalén, y mi sabiduría se mantenía.De cuanto me pedían mis ojos, nada les negué ni rehusé a mi corazón ninguna alegría; toda vez que mi corazón se solazaba de todas mis fatigas, y esto me compensaba de todas mis fatigas.Consideré entonces todas las obras de mis manos y el fatigoso afán de mi hacer y vi que todo es vanidad y atrapar vientos, y que ningún provecho se saca bajo el sol”.


Sólo le falta citar a los millonarios que se gastan muchísimo dinero en ir unas horas o días en una nave espacial, o algún otro capricho, y narraría la historia de nuestros días. Eso sí no cita la droga, que es placer rápido y degeneración segura, quizá porque lo ve demasiado necio, o porque bastante tiene la mayoría de su tiempo con sobrevivir en una vida austera.

Por fin, da un consejo de sencillez: “Pues todos sus días son dolor, y su oficio, penar; y ni aun de noche su corazón descansa. También esto es vanidad.No hay mayor felicidad para el hombre que comer y beber, y disfrutar en medio de sus fatigas.

Yo veo que también esto viene de la mano de Dios, pues quien come y quien bebe, lo tiene de Dios. Porque a quien le agrada, da Él sabiduría, ciencia y alegría; mas al pecador, da la tarea de amontonar y atesorar para dejárselo a quien agrada a Dios. También esto es vanidad y atrapar vientos”.

También el Eclesiástico en la misma época hace mención a este modo de vivir una vida feliz y dice el Sirácida: “El corazón del hombre modela su rostro tanto hacia el bien como hacia el mal”. E insiste: “Signo de un corazón dichoso es un rostro alegre. El corazón alegre mejora la salud; el espíritu abatido seca los huesos”.

Y con buen humor y sabiduría que podríamos llamar de pueblo dice: “No entregues tu alma a la tristeza, ni te atormentes a ti mismo con tus cavilaciones.

La alegría de corazón es la vida del hombre, el regocijo del varón, prolongación de sus días. Engaña tu alma y consuela tu corazón, echa lejos de ti la tristeza; que la tristeza perdió a muchos, y no hay en ella utilidad. Envidia y malhumor los días acortan, las preocupaciones traen la vejez antes de tiempo. Un corazón radiante viene bien en las comidas, se preocupa de lo que come”.

Todos establecen la felicidad como una consecuencia del buen vivir moral y avisan de los engaños de la vida inmoral. Pero podemos ir más lejos. Es cierto que los sentidos pueden dar un cierto grado de felicidad en tanto proporcionan placeres moderados, pues cuando hay exceso de luz, de gusto, de tacto, de olor, de sonido producen dolor. Pero además, el placer de los sentidos es corto y volátil. Muchas veces se busca y no se encuentra, o se escapa como el gorrión en la mano. La imaginación y la memoria pueden proporcionar también un cierto grado de felicidad, pero muy unido a los placeres físicos, con el inconveniente que son más irreales, aunque sean muy fantásticos. La contemplación intelectual de la verdad proporciona verdadero gozo, más que placer, ahí sitúa Platón el ascenso a que conduce su ética liberándose de los engaños del cuerpo-cárcel, pero es ideal, no real, y nunca se puede abarcar toda la verdad, además de ser un camino costoso. Saber algunas cosas en esta tierra produce dolor y pena. La voluntad es atraída por el bien y goza más intensamente que la inteligencia porque lo posee, más que mirarlo o contemplarlo, además se hace buena al querer con un acto que ya es amor más que teoría.

Pero la raíz de la felicidad está en la intimidad del ser humano. El acto de ser que constituye la persona es la fuente del amor verdadero y el principal receptor. Se ama a alguien, no a su cuerpo, o su inteligencia, o su dinero. En un primer momento la felicidad brota del interior, de saberse vivo, de dar, de darse y dar ser como hemos dicho varias veces. Y eso es compatible con contrariedades externas. Amar hace feliz, aunque no haya correspondencia, como puede ser el amor a un subnormal profundo, o a un moribundo, o a un niño. Pero más aún si es correspondido. Saberse amado, no como un objeto de uso, hace feliz, permite la compenetración, el regalo mutuo, la comunión de personas, la amistad en sus mil formas.

El goce supremo va más allá aún: se trata que el amor comience en quién tiene más capacidad de dar y de darse y cada uno corresponda en la medida de sus posibilidades. Evidentemente estamos hablando de Dios, que en su Trinidad es Amante, Amado y Amador, y ama de una única y triple manera incondicionalmente, aunque el hombre se pueda cerrar a este amor. La vida feliz ya no es sólo una vida correcta y honesta, atemperada y sensata solamente, que lo es, ciertamente. Es mucho más, es beber en la fuente de la alegría sin restos de amor propio que pueden envenenar cualquier amor humano. La felicidad requiere humildad, como requiere amor. Requiere la presencia de la felicidad divina en el alma libre que la acoge y la irradia en todas las potencias humanas desde las más espirituales hasta las más sensibles; y en ese gozo laborioso y gracioso también irradia a los demás, que si no envidian –al modo de Judas a Jesús- se sentirán movidos a corresponder en una espiral de donaciones y de alegría honda.

El amor de Dios es muy distinto del humano en cuanto hace arder la esperanza, da gozo, pero se sabe que se gozará más y más, y para siempre hasta el colmo de la propia posibilidad y de una manera interpersonal amplísima. El amor humano, el generoso, está amenazado continuamente (vejez, achaques, falta de medios económicos, traiciones, locuras, y, sobre todo, la muerte que es el gran dolor de los enamorados). La esperanza de felicidad lleva a la escatología, sin la cual no se puede entender al ser humano. Dios promete al hombre que libremente quiera acoger el amor y la felicidad del cielo, la resurrección de la carne, la supresión de la muerte y con ella del mal en los nuevos cielos y la nueva tierra en su Segunda venida gloriosa. Así, aún en lo efímero y en la constatación de la persistente maldad en el mundo, pervive una esperanza que hace feliz en una realidad que tiene su garantía en Dios, no en ilusiones como una y otra vez prometen las ideologías.

La felicidad es un regalo que viene muchas veces cuando no es buscado, y que se debe tomar como se coge un pajarillo entre las manos, ni demasiado fuerte, pues muere, ni demasiado flojo, pues huye. Es un don de Dios al alma preparada. El obseso de la felicidad es como el que busca separarse de su sombra, nunca lo consigue. La felicidad es un fruto y una promesa. La felicidad tiene niveles que van desde lo más íntimo hasta lo más corporal. La felicidad en la vida mortal siempre pide más, porque es insaciable y sólo puede alcanzar su plenitud en la posesión de la comunión con Dios en la vida eterna.