jueves, 16 de enero de 2025

Homilía del Domingo II del Tiempo Ordinario, Ciclo C La boda de Caná Jn 2, 1-11

 

Homilía del Domingo II del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Jn 2, 1-11

      El evangelista Juan no pretende presentar un acontecimiento histórico, sino teológico. Pretende presentar de manera teológica el cambio de la Alianza y lo hace a través de una serie de signos.

         El evangelista Juan otorga mucha importancia a este episodio de las Bodas de Caná ya que lo coloca al inicio, como la apertura de su evangelio; como el primero de los siete signos que posteriormente nos contará [cfr. el primer signo: una boda en Caná Jn 2, 1-12; segundo signo: el hijo del funcionario real Jn 4, 43, 54; el tercer signo: el paralítico Jn 5, 1-9; el cuarto signo: multiplicación de los panes Jn 6, 1-15; el quinto signo: marcha sobre las aguas Jn 6, 16-21; sexto signo: el ciego de nacimiento Jn 9, 1-12; séptimo signo: victoria sobre la muerte de Lázaro Jn 11, 1-44]. Además, sorprende mucho el modo de como el evangelista concluye este pasaje del primer signo: «así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él».

 

         Se nos cuenta que en una boda, con muchos invitados, se había acabado el vino, dando la impresión que habían bebido en sumo exceso. ¿Cómo es posible que en vez de ir a comprar más vino Jesús hubiera decidido rellenar hasta arriba de agua las seis tinajas de piedra de unos cien litros cada una? ¿Eran necesarios seiscientos litros de vino? ¿No habría hecho falta únicamente una colecta entre todos los invitados para conseguir más vino? ¿Por qué Jesús no reservó este milagro para otras cosas más útiles y más urgentes?

 

         Se dice equivocadamente que Jesús realizó este milagro sólo para complacer a su madre, la cual quería evitar pasar una mala impresión a la familia de los cónyuges ya que era una familia pobre. Pero esto, como digo, es presentado de un modo equivocado: El episodio tiene lugar en la casa de una familia acomodada, rica. ¿Cómo se sabe del estatus social de esta familia? La razón es que tienen sirvientes y mayordomo. A todo esto hay que añadir que tenían seis tinajas de piedra para las purificaciones que únicamente se lo podían permitir las familias ricas.

         El evangelista cita a «la madre de Jesús» pero no la llama por su nombre. Y Jesús se refiere a ella de un modo un tanto extraño con el término «mujer». No hay ni un solo caso en toda la riquísima literatura rabínica en el que un niño se refiera de esta manera a su madre.

 

         Este texto bíblico tiene en sí una inmensa riqueza teológica; no se trata únicamente de un informe de un hecho acontecido. Es una magnífica página de teología compuesta por Juan partiendo de imágenes y de referencias bíblicas para comunicarnos un mensaje auténticamente extraordinario.

 

         «Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús. Fueron invitados también a la boda Jesús y sus discípulos».

         «Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea». El tercer día nos remite al día de la Alianza en el Monte Sinaí (cfr. Ex 19, 9-25) cuando el pueblo esté preparado en el tercer día porque en el tercer día el Señor descenderá sobre el Monte Sinaí a la vista de todo el pueblo. Y sigue diciendo el libro del Éxodo que en el tercer día por la mañana hubo truenos y relámpagos. Entonces el tercer día significa la manifestación del Señor que realiza con el pueblo la Alianza.

         Respecto al lugar de la boda, Caná, es desconocida desde el punto de vista geográfico y es una probable alusión a un verbo hebreo que significa ‘comprar’ [pasado (3ª pers. masc. sing.) QANAH     קָנָה     קנה] en alusión que se encuentra en el libro del Éxodo: «Los príncipes de Edom se estremecieron, se angustiaron los jefes de Moab y todas las gentes de Canaán temblaron. Pavor y espanto cayeron sobre ellos. Bajo la fuerza de tus brazos enmudecieron como piedras, hasta que pasó tu pueblo, Yahvé, hasta que pasó el pueblo que tu adquiriste/compraste» (cfr. Ex 15, 15-17).  El evangelista va a presentar la sustitución de la Antigua Alianza con la Nueva Alianza.

         En el texto únicamente aparece el nombre de Jesús. Cuando el evangelista no pone el nombre de la persona es porque son personajes representativos de una realidad más allá de su concreción histórica.

 

         Este pasaje evangélico comienza de un modo sorprendente: No aparecen los esposos que son los auténticos protagonistas de la boda. La esposa no aparece en absoluto y el esposo aparece sólo al final del pasaje, y aún así no dice ni palabra. Los hechos presentados a modo de crónica no encajan correctamente. ¿Juan, el evangelista, desea contarnos únicamente un milagro con el que Jesús quería manifestar su gloria y para que sus discípulos le siguieran de un modo convencido o deseaba Juan hacernos reflexionar sobre la otra boda que nos hablaban los profetas?

         En la Biblia hay muchas imágenes que se utilizan para presentar la relación de Dios con su pueblo. En los libros antiguos se ha presentado a Dios como el rey, como el aliado, como el legislador, como el juez, también como el guerrero que defiende a Israel. Posteriormente se ha ido introduciendo en la Biblia imágenes más entrañables: el Señor es presentado como el pastor de su pueblo, e incluso ya en esta imagen se puede percibir el elemento afectivo y emocional de Dios con Israel; donde se llama al pueblo a una comunión de vida. Con los profetas aparece una nueva e importante imagen: la del matrimonio.

         El primero que empleó la imagen del matrimonio fue el profeta Oseas, el cual presenta el matrimonio como una parábola de la relación de amor entre Dios con su pueblo. Luego la relación que se da entre el esposo y la esposa no es la misma relación que se da entre el patrón y el trabajador. El profeta Oseas en el capítulo segundo nos dice que Israel se ha comportado como una esposa infiel: «Te desposaré conmigo para siempre, te desposaré en justicia y en derecho, en amor y en ternura; te desposaré en fidelidad, y tú conocerás al Señor» (cfr. Os 2, 21-22). El profeta Isaías retoma esta imagen del amor entre el esposo y la esposa: «Como un joven se casa con su novia, así se casará contigo tu constructor; como goza el esposo con la esposa, así gozará contigo tu Dios» (cfr. Is 62, 5); «Aunque los montes cambien de lugar, no cambiará mi amor por ti, ni se desmoronará mi alianza de paz, dice el Señor, que está enamorado de ti» (cfr. Is 54,10). El profeta Jeremías también nos dice: «Así dice el Señor: Recuerdo tu amor de juventud, tu cariño de joven esposa, cuando me seguías por el desierto, por tierra baldía» (cfr. Jr 2, 2). Todas estas imágenes nos recuerdan contantemente el matrimonio entre Dios con su pueblo; siendo el modo más dulce y entrañable de relacionarse con el Señor.

        

         En tiempos de Jesús todos los israelitas sabían muy bien cómo el Señor estaba involucrado e implicado con su pueblo en una relación conyugal. Pero los guías espirituales enseñaban que la benevolencia y el amor del Señor te lo tenías que ganar; te tenías que merecer el favor divino. Por eso era preciso y muy necesario ofrecerle sacrificios, incienso y sobre todo observar escrupulosamente todos sus preceptos. Aquí la vida del piadoso israelita era un agotador y continuo esfuerzo para merecerse el amor del Señor. Nada era gratuito en esta relación, todo tenía que ser ganado. Ésta era la triste y mezquina espiritualidad farisaica de los méritos que no concebían el amor conyugal y gratuito del Señor.

 

         «Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: «No tienen vino».

         El vino es la expresión de alegría, luego falta la alegría. El vino es un elemento indispensable en cuanto símbolo del amor entre el esposo y la esposa. En el matrimonio judío, un momento culminante es cuando como marido y esposa, los recién casados, beben de una única copa de vino. Entonces el vino representa este amor y ese es el vino que faltaba.

         La madre de Jesús dice «no tienen vino», no le dice «no tenemos vino». La madre representa al Israel fiel que siempre ha tenido una relación de amor con Dios. Y ella está preocupada por la triste condición del pueblo y al decir «no tienen vino», nos dice que el amor de alianza nunca existió; porque una alianza basada sobre la observancia de la ley hace sentir siempre a las personas indignas y culpables, de tal modo que no pueden experimentar el amor de Dios. De tal modo que el amor nunca se ha dado en esta boda.

         El evangelista presenta la triste situación espiritual del pueblo al mostrar que falta el vino: La práctica religiosa de Israel es como una fiesta de bodas donde falta el vino. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento el término ‘vino’ y sus referencias aparecen 979 veces, por lo que es muy importante. El vino en la tradición bíblica es el signo de la gloria, de la fiesta, del amor. El sabio Qohélet (Eclesiastés) escribe «para divertirse hacen banquetes, el vino alegra su vida» (Ecl 10, 19). El libro de Sirácida, también conocido como Eclesiástico, nos comenta «vino y música alegran el corazón» (Eclo 40, 20); «Con el vino note hagas valiente, porque a muchos ha perdido el vino (…). El vino es bueno para el hombre, si se bebe con moderación. ¿Qué es la vida si falta el vino? Fue creado para alegrar a los hombres. Contento del corazón y alegría del alma, el vino bebido a su tiempo y con mesura» (cfr. Eclo 31, 27-28). El Salmo 104 dice «el vino que alegra a los hombres» (cfr. Sal 104, 15). Cuando presenta el mundo nuevo lleno de alegría el profeta Isaías nos dice «el Señor todopoderoso preparará en este monte para todos los pueblos un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares exquisitos, vinos refinados» (cfr. Is 25, 6).  

 

         Pero la relación de Israel con su Dios era como una fiesta de bodas sin vino. Cuando se dice «no tienen vino» no se refiere a que hubiera antes vino y que ese vino se hubiera ya consumido; sino que siempre ha faltado el vino, no había vino en este banquete de bodas, en esta práctica religiosa: No han tenido nunca la alegría. Mientras que en los Salmos se habla de ese amor de enamorados por Dios, una relación auténticamente como esposos con el Señor. Por ejemplo, el autor del Salmo 16 se presenta como el enamorado; el Salmo 63 dice «Oh Dios, tú eres mi Dios, desde el alba te deseo; estoy sediento de ti, por ti desfallezco (…). En mi lecho me acuerdo de ti, en ti medito en mis vigilias porque tú has sido mi ayuda y a la sombra de tus alas grito de júbilo». Todos estos son conversaciones que se traen los enamorados y es una espiritualidad auténtica de las personas más elevadas en Israel.

         No obstante, los escribas y los fariseos y los sumos sacerdotes del Templo habían inculcado otra espiritualidad, la de la escrupulosa observancia de las prescripciones rituales, de los preceptos -los cuales muchos se los inventaron ellos-. Era tal la presión de normas, preceptos, observancias que la gente continuamente se sentía impura. Era imposible observar todos los preceptos, normas, observancias, ritos… La gente se sentía impura; de ahí la necesidad de la continua purificación. Si uno quería sentirse en paz con el Señor se precisaba de las tinajas. De ahí que en la casa donde se celebraba la boda hubiera seis tinajas de piedra de unos cien litros cada una para que todos los de casa y para que todos los invitados se pudieran purificar. Tengamos en cuenta que una boda podía durar hasta una semana.

         En el Talmud se nos cuenta que el famosísimo Rabí Akiva, que había sido encarcelado por los romanos durante la segunda revuelta judaica -en la primera mitad del segundo siglo- renunció a beber agua para poderse purificar y sentirse siempre puro. ¿Puede dar la alegría este tipo de relación con el Señor? La respuesta es un no rotundo. Genera solo ansiedad, malestar, preocupación, conciencias escrupulosas.

         Con este pasaje de las bodas de Caná el evangelista describe la penosa situación espiritual de su pueblo: Falta el vino, falta la alegría.

 

         La madre de Jesús -María- es la que se da cuenta que esta situación es triste, angustiada e insostenible. Sin embargo, el evangelista no ha puesto el nombre de María, únicamente ha escrito «la madre de Jesús» porque desea destacar en «la madre de Jesús» la dimensión como Madre del Mesías de cuyo vientre nació el Salvador del pueblo. Y la Madre del Mesías se da cuenta de esta triste, angustiosa e insostenible situación espiritual que está sufriendo el pueblo al vivir con esta ansiedad y conciencia escrupulosa por intentar sentirse en paz purificándose constantemente y así hacer méritos para ser amados por Dios. Y esta Madre del Mesías ha introducido en el mundo al Salvador que ha instaurado una nueva relación conyugal/matrimonial auténtico de Dios con su pueblo. Del mismo modo el evangelista, en un sentido más amplio, se refiere al pequeño Resto de Israel,

‘los anawim’, (hebreo עֲנָוִים) los pobres de Yahvé (cfr. Sof 3,12-13) que asumiendo la espiritualidad de los profetas y de los salmos y permaneciendo totalmente fiel al Señor han sido el vientre del que ha nacido el Salvador. Y aquella que despunta totalmente y con gran diferencia sobre los que forman parte de ese pequeño Resto de Israel es María de Nazaret. María de Nazaret, como Madre del Mesías, nos enseña que tenemos que acudir a Jesús para poder encontrar la Gloria.

 

         «Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora».

         La respuesta de Jesús puede ser desconcertante. La expresión «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo?» es una expresión del lenguaje diplomático de aquella época. Indica la toma de distancia sobre un asunto. En el evangelio hay otro caso en el que se recurre a esta expresión: es en la boca del endemoniado de Gerasa que se dirige a Jesús y le dice «¿qué tengo yo que ver contigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo?» (cfr. Lc 8, 28; Mt 8, 28; Mc 1, 24). El demonio lo que le está diciendo a Jesús es que el demonio pertenece al reino de la muerte y que Jesús pertenece al reino de la vida, por lo tanto son situaciones totalmente irreconciliables. Esta expresión indica que Jesús está a punto a crear una separación clara entre la condición espiritual que está experimentando el pueblo de Israel y la condición nueva que está a punto de presentar e introducir Jesús en toda la humanidad: un nuevo modo de relacionarse con Dios, el cual es el único que da la alegría.

 

         El modo de dirigirse Jesús a su madre con la expresión «mujer» nunca se ha usado en el Antiguo Testamento para que un hijo se dirija de este modo a su madre. Este apelativo «mujer» utilizado por Jesús en el evangelio de Juan lo emplea para tres personajes femeninos que representan en sentido figurado las esposas de Dios: la madre de Jesús representa a la esposa fiel del Antiguo Testamento, la nueva Eva, la madre de los vivientes (cfr. Jn 2, 4); este apelativo «mujer» también lo refiere al personaje femenino es la mujer samaritana (cfr. Jn 4, 21), que es el Israel adúltero que el esposo reconquista con una oferta más grande de amor; y finalmente el último personaje femenino al cual Jesús se dirigirá llamándole «mujer» será María de Magdala que representa la esposa de la nueva alianza (cfr. Jn 20, 13).

 

         Y Jesús dice «todavía no ha llegado mi hora». ¿De qué hora estamos hablando? A menudo el evangelio de Juan se refiere a la hora de Jesús. Y la hora llega en el momento del Calvario. Es la hora en el que el esposo Jesús manifiesta todo su amor por la esposa; dona toda su vida. Y que Jesús sea el esposo esperado ya está indicado en el tercer capítulo del evangelista Juan cuando el Bautista es interrogado por los enviados de los fariseos y el Bautista responde que él no es el novio, solo el amigo del novio (cfr. Jn 3, 29), que él sólo escucha la voz del novio/esposo que está llegando y que su corazón se colma de alegría porque llega el esposo. Jesús es el esposo que introducirá la relación de amor conyugal con Dios.

 

         Ahora escucharemos lo que dice la madre, el Israel fiel, el Israel que espera al Señor en ese festín prometido en el profeta Isaías.

         «Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una».

         En este punto entran en escena los sirvientes, que en griego se llaman (diáconos) Διάκονος.  Este término aparece doce veces en su evangelio indicando que es muy importante. ¿Quiénes son estos sirvientes a los que se dirige la madre? Son aquellos que están dispuestos a ponerse al servicio del proyecto de este hijo de Israel que es Jesús de Nazaret. Las religiones de las purificaciones deben finalizar porque Dios también ama a los hombres que se consideran impuros. Esa agua de las purificaciones han de transformarse en vino, en alegría. «Haced lo que él os diga» y encontrarás la alegría.

         Ese «haced lo que él os diga» nos remite al libro del Éxodo cuando Moisés convoca los ancianos del pueblo y a todo el pueblo para transmitirles las palabras que Dios le había comunicado, a lo que «todo el pueblo a una respondió: Haremos todo cuanto ha dicho Yahvé» (cfr. Ex 19, 7-8). De esa manera Jesús aparece como el nuevo legislador, el nuevo Moisés al que deben de escuchar.

 

         Había seis tinajas de piedra. Eran tinajas de piedra no eran tinajas de teja o loza. Eran tinajas de piedra, grandes e inamovibles. Eran de piedra e inamovible como de piedra e inamovible eran las Tablas de la Ley. Y servían para las purificaciones de los judíos.

         Estas tinajas ocupan el centro de la historia ya que son muy importantes. De hecho, sólo son seis y el número seis es el símbolo de la imperfección, porque falta una tinaja para que fueran siete que es el número que indica la perfección. Este seis es el número de la imperfección de la espiritualidad de la cual está viviendo Israel. Se nos indica que son de piedra que nos remite que la Ley escrita sobre piedra, no escrita en el corazón. Y luego nos cuentan la capacidad de cada una de esas tinajas de piedra, pero están vacías, está agotado el contenido y no pueden seguir cumpliendo su cometido de purificar. Esta es la imagen -estas tinajas vacías- de la religiosidad farisaica que han deformado y distorsionado la relación con Dios. La boda continuaba adelante, la relación con Dios continuaba adelante, pero sin ningún impulso del amor gratuito ya que se limitaban a seguir lo que estaba prescrito y luego purificarse por ser un pecador reincidente y que no era digno de ser amado por Dios.

         Este texto evangélico de la boda de Caná está escrito para nosotros. Nosotros que somos cristianos y que estamos dentro de este tiempo nuevo inaugurado por Jesús tenemos asimilado esta espiritualidad del amor gratuito en el día del Señor. Es la comunidad cristiana que después de una semana de trabajo, cansancio y de alguna alegría se reúnen finalmente junto a sus hermanos y hermanas en torno a la Eucaristía dominical para cantar todos juntos la alegría de sentirse amados por el Señor. Todavía existen personas tristes que se reencuentran para observar un precepto, el precepto dominical, porque de no hacerlo caería en pecado mortal. En nuestras comunidades ¿se respira vida y juventud o continuamos con una espiritualidad vieja, rancia del Dios justiciero? Tal vez hayamos recubierto el evangelio con un velo de tristeza. 

         «Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: «Sacad ahora y llevadlo al mayordomo». Ellos se lo llevaron».

         Estas bodas duraban días e incluso una semana y debía de haber siempre una persona que estuviera atento y al tanto, no sólo de que no faltase la comida y sobre todo el vino, sino también esa agua; el cual todos los presentes y todos los invitados tenían que hacer uso de él con mucha frecuencia para purificarse. Ese quedarse sin agua esas tinajas nos quieren manifestar cómo los líderes religiosos no se interesan ni se preocupan por el pueblo.

         Estos sirvientes o diáconos -los cuales somos nosotros- se ponen a disposición de Jesús son todos aquellos que están de acuerdo con colaborar con él para que cambien las cosas. Son todos aquellos catequistas, cristianos comprometidos que dedican tanto tiempo para poder anunciar al Señor. Los siervos o diáconos son todos aquellos que estudian la Palabra de Dios porque quieren entenderla bien para después poder vivirla y comunicarla a los hermanos porque ellos quieren que los demás también descubran el rostro del Dios amor. Es conmovedor el empeño de estos sirvientes o diáconos ya que son esenciales para que suceda el milagro para que surjan comunidades que beban el vino nuevo traído por Jesucristo.

         Llenaron las tinajas de agua hasta arriba, hasta que se desbordó. El agua que se desborda es la palabra de Jesús y su espíritu; es esta agua la que se convierte en vino.

         Y Jesús les dice que lleven un poco al mayordomo o maestresala. Es precisamente el mayordomo el que había preparado el banquete y resulta muy extraño que no se diese cuenta de que las cosas iban mal y que no supiera que en el inicio de la boda no hubiera un vino bueno. Este mayordomo o maestresala representan a los guías espirituales del pueblo, los escribas, los sumos sacerdotes del Templo eran los que habían organizado el banquete; ellos eran los gestores de la vida religiosa de Israel. Ellos no notaron la tristeza tan extendida en la religión. No eran conscientes porque ellos no estaban interesados en las necesidades espirituales del pueblo. Eran personas que estaban concentradas en sus asuntos personales y que velaban por sus propios intereses para aumentar su poder y su prestigio. Ante la novedad introducida por Jesús estos mayordomos o maestros de mesa permanecen sorprendidos, asombrados.       

         «El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice: «Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora». Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él».

         El mayordomo o maestresala se sorprende de la belleza del vino de Jesús. Se dice ‘belleza’, no de ‘la bondad’ del vino. Las traducciones hablan de ‘vino bueno’ o de ‘vino de cualidad’ sin embargo el texto griego dice ‘καλον οινον’, vino bello (καλός m., καλή f., καλόν bello). Jesús ha introducido en el mundo la belleza del rostro de Dios. Antes Dios era imaginado como el Dios legislador y verdugo para aquellos que se atreviesen a transgredir sus mandamientos. Era un rostro malo y retorcido el de este Dios. Jesús ha presentado la belleza de Dios. La práctica religiosa de las purificaciones era dañina porque siempre te hacía sentir impuro y por lo tanto rechazo por Dios. Y como respuesta de la belleza del vino de Jesús el maestresala se sombra y se vuelve al novio y le dice ¿cómo es que ahora traes el vino bello?

         Es la hora de desvelar quien es el esposo y quien la esposa. El esposo es Jesús y la esposa somos todos nosotros y toda la humanidad entera. Es sencillo identificar al esposo en Jesús.  

         Jesús ha introducido en el mundo un nuevo modo de relacionarse con Dios. Nos ha manifestado su gloria haciéndonos entender que Dios nos ama siempre y como seamos cada cual. La gloria de Dios es la revelación de su amor gratuito e incondicional. Aquel que se siente amado tal y como es, es el que se puede sentir feliz. «La gloria de Dios es que el hombre viva» (San Ireneo).

         No es el agua quien purifica para conseguir el amor de Dios; es el amor de Dios quien purifica al hombre.

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