sábado, 20 de marzo de 2021

Homilía del funeral de mi abuelo materno Abilio Villumbrales Rojo

 Funeral de mi abuelo Abilio Villumbrales Rojo

Falleció el 11 de enero de 2021, 19 horas.

Funeral el 13 de enero de 2021 en Villamartín de Campos, 12 horas

             El tiempo que estamos en esta vida terrena es para prepararnos para la Eterna. Nuestro cabeza lo sabe, pero nuestro corazón no lo entiende. Y no lo entiende porque el amor lejos de extinguirse se tiende a propagar, a extender. El corazón no entiende de edades, ni de enfermedades, sólo quiere permanecer con la persona querida; sobre todo si te ha visto nacer, te ha ido enseñando y educando, que ha sido testigo de los momentos más importantes de tu vida, que se ha alegrado con tus alegrías y se ha apenado con tus penas. El corazón no lo entiende porque ha formado parte de tu vida y su aportación te ha ayudado a ser lo que ahora mismo eres, lo que ahora mismo soy.

            El corazón no lo entiende porque echará siempre de menos esa reacción de alegría que Abilio tenía cada vez que le llamábamos por teléfono; ese agradecimiento por acordarnos de él; ese orgullo de abuelo que tenía al mostrar a todos las fotos de sus nietos y biznietos. Esa alegría que él mostraba cuando nos invitaba a sus cumpleaños y a la fiesta de San Antonio de Padua.

            Pero nosotros somos cristianos, y sabemos por la fe que Cristo rompió las ataduras de la muerte y que resucitó de entre los muertos. Y sabemos que la fe nos ayuda a hacer frente a estas situaciones de dolor, de separación. Mi abuelo Abilio era una persona creyente, de las de ir a Misa y de confesarse. Y esta fe la inculcó y transmitió en su casa. Yo bien me acuerdo de los domingos, cuando vivía mi abuela Irene, el estar pendiente a que tocaran a terceras para salir de casa, subir esa cuestecita e ir a la Iglesia. Y él iba elegante porque iba a la Iglesia. Los hombres se colocaban a un lado y las mujeres a otro.

            Abilio tuvo grandes regalos entregados por el mismo Dios: Uno de esos regalos fue su esposa. Con ella, con Irene, con esta mujer buena, esposa y madre ejemplar formaron un hogar cristiano. Les recuerdo a ambos –junto con mis tíos- alimentando y matando a los conejos, enrojando para calentar la casa, limpiando las tenadas, ordeñando a las ovejas junto con mis tíos. Mi abuelo ha sabido transmitir, junto con su esposa, su profunda devoción a San Antonio de Padua. Aún recuerdo la profunda alegría que tenía cuando trajo a casa la imagen de San Antonio que le habían regalado sus muy queridos vecinos de Villamartín de Campos. Y con qué alegría portaba la medalla de San Antonio y qué orgulloso se sentía de ser cofrade.

            Otros de los grandes regalos que Dios otorgó a mi abuelo fueron sus hijos: Crucita, Cipriano, Araceli y Jesús. Entre Abilio e Irene les educaron en la fe de la Iglesia, y esos hijos se casaron y tuvieron a otros hijos y a su vez otros hijos. De tal modo que lo que ahora somos se lo debemos a aquellos que, ya hace tantos años, se casaron y recibieron la bendición de Dios.

            Mi abuelo Abilio se ha sentido querido por sus hijos, por toda su familia, por sus amigos y vecinos de este pueblo que a él le vio nacer, crecer y envejecer. Mis tíos Jesús y Mari Carmen le han tratado con gran cariño durante muchos años cuando estuvo viviendo con ellos. Todos sus hijos y toda la familia siempre le hemos querido y siempre que hemos tenido ocasión le hemos llamado y visitado. Estoy convencido que mi abuelo se ha sentido querido por todos sus hijos, por toda su familia y amigos. Siempre tenía a Villamartín de Campos, a su San Antonio y a sus vecinos en su memoria agradecida.

Durante estos últimos casi cuatro años ha estado en la Residencia San José de las Hermanitas se ha encontrado a gusto, a lo que él siempre decía: «Yo aquí estoy de primera». Dios le ha ido cuidando durante estos 92 años. Y yo tengo que dar gracias a Dios porque ha estado bien hasta hace un mes que le dio un ictus y posteriormente enfermó a causa de esta pandemia. Pero tengo que dar más gracias a Dios porque el pasado viernes, ya sabiendo la gravedad de su estado de salud, le administré la Unción de los Enfermos y le impartí la Bendición Apostólica y él me reconoció. Cierto que no podía hablar, pero él me reconoció y lo recibió con plena consciencia.

            Cada vez que pase por la rotonda de Carrefour –al lado de la residencia de las Hermanitas de los Ancianos- me acordaré de cómo mi abuelo estaba por aquel jardín paseando y de cómo tenía la gran habilidad de distinguir mi coche de entre tantos que por allí pasaban. En las Hermanitas todos los días sus hijos se acercaban a verle o le llamaban por teléfono, a lo que él siempre se sentía muy agradecido al sentirse muy querido tanto por ellos y por toda la familia y amigos.

            Toda mi familia y yo mismo, damos gracias a Dios por este regalo que nos ha acompañado durante estos 92 años. Ahora ya se estará reuniendo con todos sus antepasados, con su esposa, y junto con el Señor poder gozar de la visión de Dios por los siglos de los siglos. Amén.


 

 


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