Funeral de mi abuelo Abilio Villumbrales Rojo
Falleció el 11 de enero de 2021, 19 horas.
Funeral el 13 de enero de 2021 en Villamartín de Campos, 12 horas
El corazón no lo entiende porque
echará siempre de menos esa reacción de alegría que Abilio tenía cada vez que
le llamábamos por teléfono; ese agradecimiento por acordarnos de él; ese
orgullo de abuelo que tenía al mostrar a todos las fotos de sus nietos y
biznietos. Esa alegría que él mostraba cuando nos invitaba a sus cumpleaños y a
la fiesta de San Antonio de Padua.
Pero nosotros somos cristianos, y
sabemos por la fe que Cristo rompió las ataduras
de la muerte y que resucitó de entre los muertos. Y sabemos que la fe
nos ayuda a hacer frente a estas situaciones de dolor, de separación. Mi abuelo
Abilio era una persona creyente, de las de ir a Misa y de confesarse. Y esta fe
la inculcó y transmitió en su casa. Yo bien me acuerdo de los domingos, cuando
vivía mi abuela Irene, el estar pendiente a que tocaran a terceras para salir
de casa, subir esa cuestecita e ir a la Iglesia. Y él iba elegante porque iba a
la Iglesia. Los hombres se colocaban a un lado y las mujeres a otro.
Abilio
tuvo grandes regalos entregados por el mismo Dios: Uno de esos regalos
fue su esposa. Con ella, con Irene, con esta mujer buena, esposa y madre
ejemplar formaron un hogar cristiano. Les recuerdo a ambos –junto con mis tíos-
alimentando y matando a los conejos, enrojando para calentar la casa, limpiando
las tenadas, ordeñando a las ovejas junto con mis tíos. Mi abuelo ha sabido
transmitir, junto con su esposa, su profunda devoción a San Antonio de Padua.
Aún recuerdo la profunda alegría que tenía cuando trajo a casa la imagen de San
Antonio que le habían regalado sus muy queridos vecinos de Villamartín de
Campos. Y con qué alegría portaba la medalla de San Antonio y qué orgulloso se
sentía de ser cofrade.
Otros de los grandes regalos que
Dios otorgó a mi abuelo fueron sus hijos: Crucita, Cipriano, Araceli y Jesús.
Entre Abilio e Irene les educaron en la fe de la Iglesia, y esos hijos se
casaron y tuvieron a otros hijos y a su vez otros hijos. De tal modo que lo que
ahora somos se lo debemos a aquellos que, ya hace tantos años, se casaron y
recibieron la bendición de Dios.
Mi abuelo Abilio se ha sentido
querido por sus hijos, por toda su familia, por sus amigos y vecinos de este
pueblo que a él le vio nacer, crecer y envejecer. Mis tíos Jesús y Mari Carmen
le han tratado con gran cariño durante muchos años cuando estuvo viviendo con
ellos. Todos sus hijos y toda la familia siempre le hemos querido y siempre que
hemos tenido ocasión le hemos llamado y visitado. Estoy convencido que mi
abuelo se ha sentido querido por todos sus hijos, por toda su familia y amigos.
Siempre tenía a Villamartín de Campos, a su San Antonio y a sus vecinos en su
memoria agradecida.
Durante estos últimos casi cuatro años ha estado en la
Residencia San José de las Hermanitas se ha encontrado a gusto, a lo que él
siempre decía: «Yo aquí
estoy de primera». Dios
le ha ido cuidando durante estos 92 años. Y yo tengo que dar gracias a Dios
porque ha estado bien hasta hace un mes que le dio un ictus y posteriormente
enfermó a causa de esta pandemia. Pero tengo que dar más gracias a Dios porque
el pasado viernes, ya sabiendo la gravedad de su estado de salud, le administré
la Unción de los Enfermos y le impartí la Bendición Apostólica y él me
reconoció. Cierto que no podía hablar, pero él me reconoció y lo recibió con
plena consciencia.
Cada vez que pase por la rotonda de
Carrefour –al lado de la residencia de las Hermanitas de los Ancianos- me
acordaré de cómo mi abuelo estaba por aquel jardín paseando y de cómo tenía la
gran habilidad de distinguir mi coche de entre tantos que por allí pasaban. En
las Hermanitas todos los días sus hijos se acercaban a verle o le llamaban por
teléfono, a lo que él siempre se sentía muy agradecido al sentirse muy querido
tanto por ellos y por toda la familia y amigos.
Toda mi familia y yo mismo, damos gracias a Dios por este regalo que nos ha acompañado durante estos 92 años. Ahora ya se estará reuniendo con todos sus antepasados, con su esposa, y junto con el Señor poder gozar de la visión de Dios por los siglos de los siglos. Amén.
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