miércoles, 28 de diciembre de 2016

Aniversario de la fundación de Palencia, 29 de diciembre de 1580 - 29 de diciembre de 2016

Aniversario de la fundación en Palencia
29 de diciembre de 1580 - 29 de diciembre 2016

            El día 29 de diciembre de 1580, "día del rey David", Teresa de Jesús (con sesenta y cinco años de edad) establecía en Palencia el Carmelo de San José, su decimo cuarta fundación. En el capítulo 29 del Libro de las Fundaciones ya nos lo dice: «Habiendo venido de la fundación de Villanueva de la Jara, mandóme ir a Valladolid, a petición del obispo de Palencia, que es don Álvaro de Mendoza, que el primer monasterio, que fue San José en Ávila, admitió y favoreció, y siempre, en todo lo que toca a esta orden, favorece; y, como había dejado el obispado de Ávila y pasádome a Palencia, púsole nuestro Señor en voluntad que allí hiciese otro de esta sagrada orden».
            Los entendidos en la materia suelen manifestar que sorprende la facilidad con que se concluyó esta fundación, teniendo en cuenta que la ciudad vivía en aquellos momentos transformaciones importantes tanto en lo político como en lo eclesiástico. Recordemos que por aquel entonces, en el terreno propiamente religioso, aún estaba pendiente de introducir la reforma del clero aprobada por el Concilio de Trento. Los canónigos palentinos se mostraban reticentes a todo cambio, parapetándose en el antiguo privilegio de no ser visitados por el Obispo sin jueces adjuntos, ni permitir visitar a los curas de sus parroquias. No es extraño que al año de llegar a la mitra, don Álvaro de Mendoza mostrase sumo interés en traer a Palencia el Carmelo Descalzo como ejemplo de reforma, favoreciéndole desde el comienzo.
            Santa Teresa de Jesús nos cuenta: «Tomé dos monjas para comprar la casa. Ya, aunque me decían no era posible vivir de limosna en Palencia, era como no me lo decir; porque, haciéndola de renta, ya veía yo que por entonces no podía ser, y pues Dios decía que se hiciese, que su Majestad lo proveería».
            Igualmente sorprende que en una ciudad con recursos muy escasos, no surgieran inconvenientes para la fundación de un monasterio sin rentas, que tendría que vivir por tanto de limosnas. La Santa lo atribuyó en gran medida a la condición generosa de los palentinos: «Yo no querría dejar de decir muchos loores de la caridad que hallé en Palencia, en particular y general. Es verdad que me parecía cosa de la primitiva Iglesia, al menos no muy usada ahora en el mundo, ver que no llevábamos renta, y que nos habían de dar de comer, y no sólo lo defenderlo -no estorbarlo-, sino decir que les hacía Dios merced grandísima». No faltaron tampoco personas estimadas en la ciudad por su nobleza y virtudes que la ayudaron decididamente. El sobrino de don Francisco Reinoso, llamado Jerónimo -"el santo canónigo"-, muy querido por el pueblo por sus constantes obras de caridad, fue quién recibió el encargo de Santa Teresa de preparar la casa que ya había tomado prestada el padre Gracián  en la calle Mazorqueros (la actual Colón nº 22). En la casa alquilada, donde se alojaron nada más llegar a Palencia, Teresa de Jesús y las carmelitas, recibieron una gran acogida y apoyo. Ella misma nos lo describe: «Es la cosa más extraña que he visto; ninguna persona hubo que le pareciera mal. Mucho ayudó saber lo que quería el obispo, por ser allí muy amado. Más toda la gente es de la mejor masa y nobleza que yo he visto, y así cada día me alegro más de haber fundado allí».
            Tal día como hoy hace 436 años se celebró la primera Misa en aquella casa alquilada del Monasterio fundacional en la actual calle Colón nº 22. Dos días después se puso y tañeron la campanilla. Santa Teresa de Jesús y las carmelitas permanecieron en esta casa alquilada hasta el 26 de mayo de 1581 día de la Traslación del Santísimo, saliendo de esta casa en solemne procesión.

            Ustedes, en el Carmelo están siguiendo más de cerca a Cristo bajo la acción del Espíritu Santo, se dedican totalmente a Dios como a su amor supremo, y entregadas por entero a Cristo, edifican la Iglesia y colaboran en la salvación del mundo. 

sábado, 24 de diciembre de 2016

Homilía de la Natividad del Señor 2016

HOMILÍA DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR 2016
            En la lectura del profeta Isaías nos habla de un mensajero que trae los pies cansados que anuncia la paz, que trae la Buena Noticia. De un mensajero que es guía y compañero de los hermanos que viven el sufrimiento y la incredulidad. Sólo aquellas personas que son capaces de reconocer que Dios les puede aportar algo extraordinario a su existencia que de otro modo no podrían alcanzar. Esas personas que viven el trascurso de sus días como una sucesión pero que empiezan a intuir que hay algo que les está faltando, que existe una inquietud dentro de su corazón que no está cuajando y por mucho que beban en otras fuentes -en la bebida, en los afectos desordenados, en las drogas, en el juego, etc.- no consiguen sofocarla, sino que se incrementa quedando aún más reseca la garganta de su alma.
            Esos pies benditos y hermosos que traen la Buena Noticia desean acompañarnos durante la trama de nuestra vida, ya sea en el júbilo de la fiesta, en el silencio de la plegaria, en la preocupación por la enfermedad de un ser querido que está lejos de uno o en lo más cotidiano que nos haga sufrir.
            Como creyentes que somos, como consagrados por el mismo Creador de todo cuanto existe, como pobres pastorcitos que adoramos al Niño Dios recién nacido, estamos llamados a ser sus antorchas llameantes que acompañen a los hombres de nuestra época a redescubrir el sentido de su ser. Ahora está muy visible en ese Niño indefenso  envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Muchos no estarán dispuestos a escuchar una voz distinta de la que ellos están ya acostumbrados. Dirán que ya son viejos para cambiar o simplemente a la mediocridad se han acostumbrado: «Vino a su casa, y los suyos no la recibieron». ¿Y cuál es su casa?¿dónde está la casa del Señor? Todo bautizado es templo del Espíritu donde puede morar el Hijo del Altísimo. De muchas de esas casas el Señor no recibe el alojamiento.
            Nosotros tenemos la vocación de ser mensajeros de la Buena Noticia y acompañar en la fe a los que se dicen bautizados participando del sufrimiento que supone que no respondan, que se muestren indiferentes o molestos por escuchar lo que no quieren ni oír. Es participar en la prueba de la fe por ardor, donde no cabe en el mensajero ni la tibieza en la fe ni la incredulidad. Sabiendo que tiene asegurado la incomprensión de muchos, la indiferencia de la mayoría y la burla de algunos. De este modo ese mensajero «que pregona la victoria, que dice a Sión: "Tu Dios es rey"» será probado en la fe y se convierte en compañero de sufrimiento de quienes no creen. Compañero de sufrimiento porque sabrá que los demás no comprenderán las razones de fondo de por qué actúa o siente de un modo determinado. Compañero de sufrimiento porque en aquellos que ama ese Niño Dios no ocupa el lugar que debería.

            Es la fe ardiente probada la que permite la compasión, porque se nos hace entrar personalmente en la sequedad, en la soledad, en la amargura, en la falta de sentido de la vida de quien no cree. Y entonces cuando ese mensajero redescubre que en ese mensaje que él mismo anuncia, recibe ese impulso que procede de lo sobrenatural que le hace levantarse, alzar la mirada, reconfortar en el gozo su corazón y obtener la certeza moral de la existencia de ese Dios que enjuga las propias lágrimas, que nos reconforta en el duelo y nos infunde esa esperanza que nos permite ver, a través de la densa niebla, el rostro tierno e inconfundible de aquel que nació del seno de la Virgen María. 

martes, 20 de diciembre de 2016

Homilía para la Noche Buena 2016

NOCHE BUENA 2016
            Hace unos días, en nuestra ciudad, organizaron una cabalgata a un personaje bien entrado en kilos, gordinflón, vestido de rojo y además con unas papadas coloradas que daba la impresión de estar dando, de vez en cuando, algún lingotazo a la botella de whisky. En otra carroza, no se si era la anterior o la posterior a de este barrigudo colorado, había una serie de personas caracterizadas, vestidas como los personajes de fantasía de Disney. Y lo más curioso es que esos personajes de fantasía, sin darse cuanta nos estaban dando un mensaje claro, que todo eso es fantasía, que es falso, que es inconsistente, que es un espejismo en medio de nuestro particular desierto y que por mucho que vayamos corriendo hacia ese espejismo creyendo que es verdad y que podemos hallar ese oasis, terminamos muriendo en el intento de la manera más absurda.
Durante el recorrido de esta carroza, a ambos lados, abarrotado de personal, niños, adultos y mayores. Ese personaje, Papa Noël, muchos niños le adoran porque le relacionan con los regalos que esperan tener. El barrigudo este se dedica a dar cosas, a dar regalos, a satisfacer el ansia de los demás para tener cosas.
            Según el Instituto Nacional de Estadística, en el año 2015 el total de procesos de disolución de matrimonios fueron 101.357. De ellos 96.562 fueron divorcios; siendo la duración media de los matrimonios de unos 16 años con dos meses. Aquí, en nuestra Comunidad Autónoma, en Castilla y León, durante el año 2015,  fueron 4.063 rupturas de matrimonios, siendo 3.865 los divorcios. Cataluña se lleva la palma. En el año 2014 se suicidaron en España 3.914 personas. Estos datos hacen pensar. ¿Cómo es posible que esta sociedad nuestra esté bajo los efectos de unos densos nubarrones de oscuridad? ¿Podemos satisfacer nuestra alma teniendo cosas? ¿Acaso tener cosas y amontonar cosas aportan algo de sentido a la vida de uno? Pues parece que el gordo barrigudo dice que sí, mientras que los personajes de ficción de Disney le hacen la contra –quitándole la razón- sin que ellos lo lleguen a saber: Ya que son espejismos y en espejismos se quedan.
            En medio de aquel gentío que se amontonaba para ver pasar la cabalgata de este personaje tan poco frecuentador de gimnasios, con unas temperaturas típicas de un invierno castellano, estaba viendo cómo un muchacho, sorteando a la gente allí plantada, venía caminando con paso ligero sujetando un farol y dentro, protegida para no apagarse, una vela encendida. Resulta que el Obispo había entregado la Luz de la paz de Belén. De allá viene, del lugar del nacimiento del Salvador. En medio de todo aquel jolgorio la luz de Belén estaba pasando y muy pocos se percataron de su paso. Por donde pasaba generaba claridad, pero muchos ojos preferían ver otras cosas. Tenían sus ojos en la cabalgata y sus corazones esperando ser saciados de consumismo y más consumismo. Mientras unos dan cosas, hay otro que es Dios que se da a sí mismo en su Hijo, en ese pobre portal en Belén. Y aquel que experimente la acogida de la misma persona de Cristo empezará a adquirir un sentido nuevo y con consistencia en su existencia.
Lo mismo le pasó a San José. Él desesperado por encontrar un lugar digno para que su esposa diera a luz al que es la Luz, y llamó a muchas puertas, pero sus moradores prefirieron sus comodidades y sus minucias. Su egoísmo y sus pecados personales impidieron que pudieran disfrutar de un acontecimiento que hubiera supuesto para ellos una causa de salvación.
            El profeta Isaías nos dice: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló». ¿Cuántas personas están bajo la sumisión de la oscuridad de su pecado viéndose privado del amor auténtico? Muchas. Cristo nos enseña a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos para esperar una gran dicha, una gran alegría, una gran recompensa: Estar con Él.
            Mucha gente había en Belén en aquellos días cuando Jesús nació. Era mucho el alboroto de las personas que iban y venían a causa del famoso edicto del emperador Augusto mandando que cada cual se empadronase. Y aún así cada cual iba a lo suyo, intentando siempre vivir un poco mejor, con más comodidades, con mayor calidad de vida, etc. Sólo los pobres de corazón pudieron ver a Dios en ese pobre portal y adorarlo con todo el corazón.
            Recordemos, pasemos por el corazón aquellas palabras de Jesucristo en el Sermón del monte: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8). Sólo los pobres de corazón pudieron ver cómo esa luz de Belén, llevada en ese farol, iba paseando entre el gentío, sorteando los obstáculos y ante la indiferencia de la mayoría. Sólo los pobres de corazón pudieron entender que «sólo Dios basta» y que ese Niño era ya el supremo regalo. Dios no nos da cosas, Dios se nos entrega a nosotros. Y de experiencia tenemos todos de esto: en la Santa Eucaristía. ¡Que fácil es dar cosas y qué exigente es darse a sí mismo!, ¡qué fácil es ser un Papa Noël y que duro es ser ese Niño Dios que se da a sí mismo! Y si por lo menos uno se diera a alguien que le cayese bien, sería algo más gratificante. Pero como tengas que darte por entero a tu enemigo –o a aquel que sabes de antemano que ha hablado largo y tendido mal de ti-, eso es insufrible si se piensa hacer sin la gracia de Dios.


domingo, 18 de diciembre de 2016

Homilía del Cuarto Domingo de Adviento, ciclo a

HOMILÍA DEL DOMINGO CUARTO DE ADVIENTO, CICLO A
            Nos enseña San Juan de la Cruz: «Mira que tu ángel custodio no siempre mueve el apetito a obrar, aunque siempre alumbra la razón; por tanto, para obrar virtud no esperes al gusto, que bástate la razón y entendimiento» (Escritos breves, Dichos de luz y amor, 36). El Señor, cuando interviene en nuestra historia, tal vez no nos dice lo que esperamos oír. Es más, cuando su voluntad no coincide con la propia nos hacemos los remolones porque queremos evitar cargar sobre nosotros el peso de la cruz. Y cuando uno no carga con su cruz se convierte en una tortura y un ser insoportable para los demás. Un profesional de cualquier campo –de la medicina, de la educación, de la banca, del campo empresarial, etc.- que desea promocionar en su puesto de trabajo para así ganar más dinero y estar mejor en dicho empleo y mencionada promoción no termina de llegar. Es más, se lo conceden a otro que, a opinión del interesado, no se lo merecía. Como no acepta su realidad y no es capaz ni de dar gracias a Dios por mantener su puesto de trabajo, va reventando en críticas, malos humos, un genio que lo termina pagando con la esposa y los hijos, etc. O ese chico que va viendo cómo el tiempo trascurre y no encuentra a ‘su media naranja’ porque siempre encuentra ‘pegas’ en las chicas que el Señor le va presentando. Y como no cumple con ‘sus expectativas’ las rechaza y se lamenta por su situación de soltería y le brota comportamientos de envidia ante todos aquellos que sí han encontrado a su pareja. Ya nos lo recuerda San Juan de la Cruz: «El que no busca la cruz de Cristo no busca la gloria de Cristo» (Escritos breves, Dichos de luz y amor, 101). Sin embargo el Señor sí nos alumbra la mente y nos regala el ejercicio del discernimiento. Muchas cosas las tenemos que hacer, no porque lo deseemos, sino porque es lo que debemos de hacer. Porque no queremos buscarnos a nosotros mismos, sino cumplir con la voluntad divina.
            Ÿ Recordemos a Abrahán. Él que moraba en Ur de los Caldeos con su esposa y todas sus posesiones. Y Abrahán escucha una voz que antes nadie había escuchado que le dice que salga de su tierra, de su patria y que vaya a un lugar indeterminado que ya se le irá indicando. Abrahán, bien entrado en años, obedeció e hizo lo que Dios le dijo. ¿Acaso Dios defraudó a Abrahán? ¿Acaso Dios no cumplió sus promesas con Abrahán? Su mujer no había experimentado esa teofanía –esa manifestación divina- y no asumía la cruz que le suponía dejar todo para ir a un lugar que ni Abrahán ni sabía ni conocía. Y como consecuencia de no asumir su propia cruz trajo de cabeza al pobre Abrahán.
            Ÿ Recordemos a Lot, sobrino de Abrahán (cf. Gn 12,5): Cómo esos dos ángeles llegaron a Sodoma, que era donde moraba, y le dicen que ese lugar va a ser destruido y salgan de allí con presteza, con gran diligencia. Lot obedeció e hizo lo que Dios le dijo. Sin embargo la mujer de Lot  no asumió la cruz de tener que dejar su casa y posesiones simplemente porque unos mensajeros le habían dado esa noticia, dudó de la Palabra de Dios y desobedeció. Y como consecuencia de no asumir su propia cruz fue convertirse en estatua de sal (cf. Gn 19).
            Ÿ Recordemos a José, el hijo de Israel (cf. Gn 37), que acepto la cruz de un futuro injusto al ser vendido, por envidia, por sus hermanos a aquellos comerciantes ismaelitas para luego ser vendido en Egipto a Putifar, cortesano del faraón y jefe de la guardia. Sin embargo sus hermanos, estaban sumidos y sufriendo los profundos remordimientos de conciencia por ocultar a su padre lo que habían hecho con su hermano. Y José fue altamente recompensado por Dios.  JOSÉ OBEDECIÓ E HIZO LO QUE DIOS LE DIJO.
Ÿ Recordemos a Moisés, que escuchando el mandato dado por Dios fue el instrumento puesto por Dios para que sacara a su pueblo de la esclavitud del faraón. Moisés que aceptó la cruz de hacer frente al faraón, que aceptó la cruz de tener a Aarón para que hablase a la gente por Moisés, asimilando así Moisés su limitación y  aceptando su humillación al ser torpe de boca y de lengua (cf. Ex 4, 10). MOISÉS OBEDECIÓ E HIZO LO QUE DIOS LE DIJO.
Ÿ Recordemos a José de Nazaret, el carpintero. Desposado con María de Nazaret, que resulta que ella regresa de visitar a su prima Isabel y está en cinta sin haber hecho nada con ella el pobre José. Su prometida siendo objeto de rechazo y de insultos por parte de sus conciudadanos al estar embarazada antes de estar casada. La cruz de José de Nazaret era muy pesada. Pero en sueños se le apareció un ángel del Señor que se lo explicó y él, lejos de renegarse, hizo lo que le mandó el ángel del Señor: José de Nazaret obedeció e hizo lo que dios le dijo. Y esa cruz dolorosa se tornó en cruz gloriosa al ser el fiel custodio del Hijo de Dios y de su esposa y Madre de Dios.
            San Pablo en su carta a los Romanos nos habla de ‘suscitar la obediencia de la fe’. El Espíritu Santo nos alumbra la razón y abre el entendimiento. Sin embargo el hombre viejo, el pecado reside en nosotros y nos renegamos porque queremos deshacernos de nuestras cruces, porque no las queremos aceptar. No queremos obedecer a Dios porque no queremos sufrir. Y alguna vez el demonio se frota las manos y ese pecado nos gana la partida y sale de nosotros ese genio insoportable, esos ataques de cólera, ese acto de soberbia y esa crítica ácida.
            Recordemos las palabras de Santa Teresa de Jesús al respecto: «Yo creo que, como el demonio ve que no hay camino que más presto lleve a la suma perfección que el de la obediencia, pone tantos disgustos y dificultades debajo de color de bien. Y esto se note bien, y verán claro que digo verdad. En lo que está la suma perfección, claro está que no es en regalos interiores ni en grandes arrobamientos ni visiones ni en espíritu de profecía, sino en estar nuestra voluntad tan conforme con la de Dios, que ninguna cosa entendamos que quiere, que no la queramos con toda nuestra voluntad, y tan alegremente tomemos lo sabroso como lo amargo, entendiendo que lo quiere su Majestad» (F 5, 10).

            Lo nuestro es buscar el rostro de Dios haciendo su voluntad, tal y como lo hizo San José obedeciendo al ángel del Señor. 

sábado, 10 de diciembre de 2016

La muerte explicada por una niña con cáncer terminal

Fuente: http://www.alfayomega.es/32695/la-muerte-explicada-por-una-nina-con-cancer-terminal

La muerte explicada por una niña con cáncer terminal 
La muerte explicada por una niña con cáncer terminal
«Cuando yo muera, creo que mi madre sentirá nostalgia. Pero yo no tengo miedo a morir. ¡Yo no nací para esta vida!»
Como médico oncólogo, ya endurecido con largos 29 años de actuación profesional, puedo afirmar que he crecido y he cambiado con los dramas vividos por mis pacientes. No conocemos nuestra verdadera dimensión hasta que, golpeados por la adversidad, descubrimos que somos capaces de ir mucho más allá.
Me acuerdo con emoción del Hospital del Cáncer de Pernambuco, donde di mis primeros pasos como profesional… Empecé a frecuentar la enfermería infantil y me apasioné por la oncopediatría.
Viví los dramas de mis pacientes, niños víctimas inocentes del cáncer. Con el nacimiento de mi primera hija, comencé a asustarme al ver el sufrimiento de los niños.
¡Hasta el día en que un ángel pasó a por mí! Mi ángel vino en forma de una niña de 11 años de edad, ya probada por dos largos años de tratamientos diversos, manipulaciones, inyecciones y todas las incomodidades que provocan los programas químicos y las radioterapias.
Pero nunca vi a este pequeño ángel flaquear. La vi llorar muchas veces; también vi miedo en sus pequeños ojos; al fin y al cabo, ¡esto es humano!
Un día llegué al hospital muy temprano y encontré a mi pequeña ángel sola en la habitación. Pregunté por su madre. La respuesta que recibí, aún hoy, no consigo contarla sin experimentar una profunda emoción.
— Tío —me dijo ella— a veces mi madre sale del cuarto para llorar a escondidas en el pasillo… Cuando yo muera, creo que ella va a sentir mucha nostalgia. Pero, yo no tengo miedo a morir, tío. ¡Yo no nací para esta vida!
Le pregunté: — ¿Y qué es la muerte para ti, querida mía?
– Escucha, tío, cuando la gente es pequeña, a veces, nos vamos a dormir a la cama de nuestro padre, y al día siguiente nos despertamos en nuestra propia cama, ¿a que sí? (Recordé a mis hijas, en la época en que eran niñas de 6 y 2 años, con ellas yo hacía exactamente igual). Esto mismo es.
– Un día yo me dormiré y mi Padre vendrá a buscarme. Me despertaré en la casa de Él, ¡en mi verdadera vida!
Me quedé estupefacto, no sabía qué decir. Me impactó la madurez con que el sufrimiento había acelerado la visión y la espiritualidad de aquella niña.
– Y mi madre me recordará con nostalgia – añadió ella.
Emocionado, conteniendo una lágrima y un sollozo, le pregunté:
– ¿Y qué significa la nostalgia para ti, querida mía?
– ¡La nostalgia es el amor que permanece!
Hoy, a los 53 años de edad, desafío a quien quiera a dar una definición mejor, más directa y simple de la palabra nostalgia: ¡es el amor que permanece!
Mi angelito ya se fue hace muchos años. Pero me dejó una gran lección que ayudó a mejorar mi vida, a intentar ser más humano y cariñoso con mis pacientes, a revisar mis valores. Cuando la noche llega, si el cielo está limpio y veo una estrella, para mí es «mi ángel», que brilla y resplandece en el cielo.
Imagino que ella es una estrella fulgurante en su nueva y eterna casa.
Gracias angelito, por la vida bonita que tuve, por las lecciones que me enseñaste, por la ayuda que me diste. ¡Qué bueno que existe la nostalgia! El amor que queda es eterno.
Por el Dr. Rogério Brandão, oncólogo brasileño
Artículo publicado en el blog Pensador, y traducido por Aleteia
Pensador/Aleteia



Fecha de Publicación: 15 de Octubre de 2015

Homilía del Tercer Domingo de Adviento,ciclo a

HOMILÍA DEL DOMINGO III DE ADVIENTO, Ciclo a
            La vida cristiana es profética por esencia. Ser cristiano es seguir a Jesús y definirse por Él; optar por Él. Y esta opción por Cristo se va impregnando progresivamente en todas las áreas de nuestra vida y nos va dando una unidad interior. Desgraciadamente hemos limitado nuestra vida cristiana a actos o momentos puntuales, de tal modo que cuando ahora se plantea que Cristo tiene que dar unidad a nuestra vida nos causa gran extrañeza.
            Bautizados hay muchos andando por las calles, en las plazas y en las casas de nuestros pueblos y ciudades. Aceptar y creen todo, pero superficialmente. Y es que la Palabra siempre se cumple. Recordemos la parábola del sembrador. La semilla que cae en terreno pedregoso, al no tener raíz y ser inconstante, al llegar la tribulación o la persecución a causa de la Palabra, en seguida sucumbe. (cf. Mt 13 ,18). Muchos dicen ser cristianos, pero tan pronto como hay algo que 'les toca el bolsillo' porque hay que colaborar la ayuda económica a la parroquia para reparar el templo o para una colecta no se tarda en hacer llegar las quejas. No digamos nada cuando aparecen en escena en el matrimonio o en la vida familiar los problemas ocasionados por los malos entendidos, por las broncas o por otros asuntos de temas más delicados, enseguida la gente se pone en las últimas. O de personas que presumen de ser católicos, apostólicos y romanos y que desean con todas sus fuerzas ser padres y acuden a medios ilícitos e inmorales tales como la reproducción asistida, la fecundación in vitro, la compra de ovocitos, etc. Me da la impresión que muchas veces hacemos con la Palabra de Dios lo que se suele hacer con los niños cuando incordian: "¡niño, cállate y quédate ahí bien quieto!".
             La identidad profética de San Juan el Bautista nos recuerda a cada uno que somos embajadores de Dios, que somos portavoces de Dios, testigos de su amor en medio de esta generación. El Espíritu Santo hace que la persona de Jesús, el mensaje de nuestra fe y los valores cristianos resuenen por dentro y se nos hagan familiares. San Agustín lo expresa muy bien cuando dice: «Mientras las palabras producen estrépito por fuera, el Maestro interior (el Espíritu Santo)"intus docet", enseña por dentro» (San Agustín, Exposición de la 1ª ep. De S. Juan).
            El obispo Juan María Uriarte presenta al Espíritu Santo como el guía de un gran museo. Un guía competente, no como aquellos que se saben de memoria los párrafos que han de pronunciar. Es como el guía que conoce bien el museo y hace descubrir y gustar a la gente las riquezas escondidas en los lienzos y en las estatuas. Es el Espíritu Santo el iniciador que nos hace gustar los misterios de nuestra fe. Nos hace sentir la oración como algo familiar, el desprendimiento de los bienes como algo connatural, el amor como un ejercicio de 'morir a uno' para que 'los demás puedan vivir', etc.
            San Juan el Bautista era alguien totalmente lleno del Espíritu Santo, ¡y se le notaba! Muchos creyentes tienen esta sensibilidad ante el Espíritu Santo sin desarrollar. Si los cristianos no somos capaces de descubrir una palabra de esperanza ni de cuestionar con nuestra vida a esta sociedad, es sencillamente porque nos hemos empecinado en intentar domesticar al Espíritu del Señor.


Lecturas: Lectura del libro de Isaías 35,1-6a.10; Sal 145,7.8-9a.9bc-10 R/. Ven, Señor, a salvarnos; Lectura de la carta del apóstol Santiago 5,7-10: Lectura del santo evangelio según san Mateo 11,2-11

jueves, 8 de diciembre de 2016

Homilía de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María 2016

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
DE LA VIRGEN MARÍA 2016
            Me encuentro con muchas personas que me dicen que Jesús de Nazaret fue alguien tan importante que supuso un cambio de mentalidad y del modo de entender las cosas. Que generaba esperanza y que ponía en 'jaque mate' en aquel tiempo a todos aquellos que oprimían al pueblo hebreo. Y que ahora, como son otros tiempos con otras circunstancias, ese proyecto que nos plantea el Señor, aun siendo bueno y digno de elogio, es imposible de llevarlo a cabo. Ese es el mensaje que nos lanza Satanás. La serpiente dice a la mujer que cómo les ha dicho Dios que no coman de ningún árbol del paraíso. Con otras palabras: el Demonio, en forma de serpiente, ya ha mordido a la mujer inyectando el veneno en su corriente sanguínea. Es cierto que la mujer le dijo que eso no era cierto. Que Dios les ha dicho que sólo no pueden comer de un árbol, del resto sin problema. Sin embargo ya Satanás les ha introducido la idea de que Dios no les deja actuar como ellos quieren, que es un Dios controlador y que quiere que los hombres hagan lo que Él les diga. Satanás que es el maestro de la mentira consigue su fin. Satanás nos dice: "mira, no te plantees retos altos en tu vida cristiana, no sufras a lo tonto, tú disfruta como lo hace el resto". No te compliques ni compliques a los demás estando abierto a la vida con tu esposa o tu esposo. Vive tu noviazgo como lo viven los demás, disfruta y déjate de esas cosas que dice la Iglesia de vivirlo en castidad. El veneno introducido en nuestra corriente sanguínea nos hace vivir en la más absoluta mediocridad, entendiendo lo mediocre como lo normal. De tal modo que cuando una pareja proyecta su noviazgo o matrimonio lo hacen siguiendo los dictámenes del mundo, aunque ellos digan ser cristianos porque cumplen con algunas cosas que dice la Iglesia. Unos padres educan a sus hijos, pero lo hacen con unos criterios -los suyos propios- que no han sido 'amasados' por el Espíritu Santo, que carecen de la influencia y de la valiosa aportación que les hace el Señor. De tal modo que parece que todos estamos condenados a andar por un mismo camino, a pensar, sentir y amar de un modo muy similar, donde lo religioso queda arrinconado para momentos determinados y poder así decir que somos cristianos.
            El Señor, que vela por nosotros y nos cuida con gran solicitud, no nos deja por imposibles. Sino que nos va poniendo, durante el transcurso de nuestra vida a personas que nos indican que SÍ es posible sacar adelante ese proyecto que nos plantea Jesucristo. De tal modo que lo que parecía y se nos vendía como imposible, es muy viable en tu vida. El mensaje que nos lanza el mundo es: "que sí, que está muy bien y es muy bonito, pero se realista y ten los pies en el suelo". Y claro, en este planteamiento mundano ¿dejamos acaso cancha de juego a la gracia de Dios para que pueda actuar?; pues no. Simplemente porque se la ignora. Porque en el fondo se cree que Dios tiene que estar supeditado a lo que nosotros queramos. Algunos me dicen, ¿qué tiene que ver Dios con la educación de mis hijos, con mi matrimonio, con mis relaciones de todo tipo o en mi trabajo o tiempo libre?
            Sin embargo hay personas que sí se creen el mensaje de Cristo. Esto supone para ellos un nueva gestación y un nuevo nacimiento. Aquí nadie 'come el coco a nadie', sino que va surgiendo, como un sexto sentido, el descubrimiento de una realidad que, aun habiendo estado siempre delante de nosotros, no éramos capaces de percibirlo. La Iglesia es el nuevo seno materno que nos va gestando en esta nueva vida. Nos nutre, nos vamos formando como cristianos con la Palabra y los Sacramentos y dentro de una comunidad cristiana vamos descubriendo cómo alguien que está vivo -que es Cristo- sigue actuando en la vida de cada uno. Es muy cierto que el pecado original y nuestro propio pecado daña considerablemente este proyecto tan bello que Dios tiene con cada uno. Sin embargo la gracia es más fuerte que nuestro propio pecado.
            En esa nueva gestación y nuevo nacimiento es necesario que haya creyentes que vayan por delante, abriendo el camino. Unos matrimonios cristianos que con su vida dan muestras más que evidentes de que allí Dios es importante son un punto de referencia clave para esos novios que desean vivir su noviazgo cristiano en medio de una fuerte secularización y en un contexto social de una conciencia laxa.
            O un presbítero que vive su ministerio tal y como le han enseñado o se ha acostumbrado, celebrando las Misas, Confesando y haciendo lo que se le pide, terminando siendo un 'funcionario del culto', porque en el fondo hace lo que la gente le demanda… y se encuentra con otro presbítero y con creyentes que ha redescubierto su estar bautizados supone para él un cambio copernicano que le impulsa, de un modo imperante, a la conversión personal para poder aprender a escucha a Dios de un modo totalmente nuevo y replantear su servicio a la Iglesia desde categorías y principios los cuales antes eran impensables.
            Satanás nos dice que no nos compliquemos la vida, que no valemos para estas cosas, que nos vamos a cansar en balde, etc. Pero en la otra parte nos encontramos a todos los santos, ángeles, arcángeles junto con la Inmaculada Virgen María que nos animan diciéndonos: ¡Ánimo!, ¡te queremos ver aquí con nosotros, que para eso Dios te ha elegido para que seas santo!

Lecturas:
Lectura del libro del Génesis 3, 9-15. 20
Sal 97, 1-4: Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas.
Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Efesios 1, 3-6. 11-12.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 26-38

            8 de diciembre de 2016 

domingo, 4 de diciembre de 2016

Homilía del Segundo domingo de adviento, ciclo a

DOMINGO II DE ADVIENTO, CICLO A
            La Palabra de Dios, tanto la de hoy como la de estos días, me trae a la memoria aquellos campamentos de verano que –ya fuera como acampado o como monitor- tanto disfrutaba tanto en la preparación como en el desarrollo de las gymkanas. Algunas de esas gymkanas consistían en superar una serie de pruebas de las mas variopintas –una adivinanza, el buscar un objeto, pintar o escenificar algo, etc.- para que así pudieran conseguir esas pistas para poder acceder a la siguiente prueba, y superadas todas poder ser los ganadores obteniendo lo que se podía. Lo mismo nos está sucediendo estos días de adviento tanto con los textos litúrgicos como con la Palabra. Día a día el Señor nos va presentando una serie de pruebas para que, cada cual, ponga en juego su inteligencia, voluntad y libertad, y así poder obtener una pista de cómo se está andando por la vida. Recordemos lo que nos dice San Pablo en su epístola a los de Éfeso: «Os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados» (Ef 4,1).
            Y en esta particular gymkana con las diversas pruebas a superar y así obtener la pista para realizar la siguiente prueba nos encontramos cómo la Palabra, el otro domingo, ya nos dejaba un mensaje muy claro: ¡Velad! Y la Palabra nos avisaba que estamos acostumbrados a un progreso horizontal: mirar y el día a día, el preocuparnos por la economía doméstica, el sacar unos estudios, el conseguir y conservar un puesto de trabajo, el hacer frente al pago de la hipoteca, etc., y olvidándonos que es Dios quien nos sostiene y nos da las cosas que tenemos y somos. De tal forma que cuando apostamos por el progreso no horizontal, sino el vertical, todo cambia, ya que la fe entra en escena. Ya que Dios ilumina lo que se vive y lo da un sentido sobrenatural.
            Una de las pruebas que el Señor nos ha puesto en nuestra particular gymkana está precisamente en la oración colecta del pasado jueves que rezaba así: «Despierta tu poder, Señor, y ven a socorrernos con tu fuerza; que tu amor y tu perdón apresuren la salvación que nuestros pecados retardan». O sea, que el pecado personal es un obstáculo que dificulta la salvación. Cuando una persona, pensando en sí misma no tiene en cuenta las necesidades que surgen en una comunidad cristiana, está viviendo para sí misma y está retardando la llegada de la salvación de Dios. En gran parte porque ese modo de comportarse no ayuda ni estimula a seguir y a enamorarse de Cristo.
            El viernes, la oración colecta, también se las trae, ya que es otra de las pruebas planteadas por el Señor: «Despierta tu poder y ven, Señor; que tu brazo liberador nos salve  de los peligros que nos amenazan a causa de nuestros pecados». A lo que el Señor nos dice que cuidado con lo que hacemos porque nuestro mal comportamiento, nuestra soberbia, y demás pecados que nos afectan a nosotros, a los demás y a Dios impiden que la gracia de Dios pueda fluir como debiera. Ya que mi malas palabras, mi enfado, mi deseo de llevarme siempre la razón… dificultan que el rostro de Cristo sea visualizado, dificultan que el amor de Cristo sea sentido y perjudican, sobre todo, a los que tienen su fe más débil. Esa armonía de la que nos habla el profeta Isaías de que «Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará en la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente», esto que nos habla de armonía queda hecha añicos cuando nuestro pecado entra en escena.
            Por eso tan importante hacer caso a lo que nos dice San Pablo hoy: «Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza». La Palabra es como un escaner que nos permite detectar nuestro pecado personal  y así poder poner la sanación oportuna.
            La oración después de comunión tanto del viernes de la primera semana como la del domingo de la segunda semana nos vuelve a poner otra prueba el Señor para esta particular gymkana: «Alimentados con esta Eucaristía , te pedimos, Señor, que, por la comunión de tu sacramento, nos des sabiduría para sopesar los bienes de la tierra amando intensamente los del cielo».  Y claro está, ni yo ni nadie podremos amar intensamente los bienes del cielo si previamente no nos ponemos en un proceso de conversión. De ahí la urgente necesidad de hacer caso a Juan el Bautista: ¡Convertíos!, mejor dicho, Roberto -si soy yo, él que os habla y  a mí me lo digo-  ¡conviértete! porque quiero ser guiado hasta Cristo con sabiduría divina para que podamos participar plenamente de su vida. Todo para ganar esa gymcana y poder disfrutar del premio de estar con Cristo.

Lecturas:
Lectura del libro de Isaías 11,1-10:
Sal 71,1-2.7-8.12-13.17 R/. Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 15,4-9:

Lectura del santo evangelio según san Mateo 3,1-12:

sábado, 26 de noviembre de 2016

Homilía del Primer Domingo de Adviento, ciclo a

DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO, CICLO A
            La Palabra de Dios es como la tela de araña. Como te dejes atrapar por ella, te da una serie de meneos en tu vida que te marea, porque no te deja ‘títere con cabeza’. Estamos ahora aquí, en esta celebración, no para cumplir con el precepto dominical, sino porque queremos tener un encuentro personal y comunitario con nuestro Divino Salvador: Jesucristo. Y los encuentros con el Señor no son de esos que se componen de un ‘hola, o un buenos días’ y un ‘adiós, o un hasta luego’. Sino que se asemeja más bien a esos tipos de encuentros de los que la madre ‘te llama al orden’ y te dice: « ¿dónde te has metido que vas hecho un guarro, con una mancha de tomate en toda la camisa y además recién planchada de esta misma tarde? ¿Y esos zapatos? ¿No había más charcos para meterte en ellos para pringarlos de barro? ¿De qué me ha servido estar limpiándolos con betún esta tarde?». Es más, la misma Palabra cuando habla de sí misma ya nos lo avisa en el libro del Apocalipsis: «El ángel me dijo: ‘Toma y devora el libro; te amargará en el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel’. Tomé el librillo de la mano del ángel  y lo devoré; en mi boca sabía dulce como la miel, pero, cuando lo comí, mi vientre se llenó de amargor» (Ap 10, 10). Recordemos lo que nos dice el libro de los Proverbios al respecto: «El Señor corrige a los que ama, como un padre al hijo preferido» (Prov 3, 12). También es cierto que el Señor reconoce el buen obrar y lo premia generosamente: «Venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y  me disteis de beber, (...) y éstos heredarán la vida eterna».
Podemos decir, «el Señor es bueno y siempre nos perdona, ¿cómo va a permitir que su Palabra nos intranquilice o nos genere desasosiego?». Que sí, que coincido, que el Señor ese bueno y rico en misericordia, pero el Señor no es ni tonto ni bobo. Ese «Jesusito de mi vida, que eres niño como yo, por eso te quiero tanto y te doy mi corazón (...)» ya no nos vale a nosotros que ya somos hombres y mujeres hechos y derechos.
            Cristo te pone su Palabra en tus oídos y te dice: «¿Sigues igual de amodorrado como de costumbre o has conseguido entender algo?». Y claro, nosotros nos quedamos con la boca abierta, ‘como las vacas ante el tren que pasa’ porque ni nos enteramos de dónde nos vienen los tiros, ni entendemos ‘de lo que va la fiesta’. A lo que Jesucristo te grita a pleno pulmón: «Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor». Y como aún estamos en un estado perplejo porque no entendemos a qué refiere Jesucristo con eso de «¡estad en vela!» nos genera un cabreo interno. ¿Por qué tengo yo que estar en vela, y encima ‘morirme de sueño’ al día siguiente por no dormir? ¿Por qué tengo que estar en vela yo? ¿Es que acaso no cumplo con mi deber diario con mi familia, con mi trabajo, con mi comunidad cristiana y con mis amistades? Si yo hago lo que tengo que hacer, ¿por qué hoy esta Palabra me está incomodando?
E incluso te enfadas aún más porque buscas justificarte y te dices: ‘Encima que vengo a misa y cumplo con el precepto dominical, mientras podría estar ahora mismo haciendo lo mismo que mi vecino, allí tumbado viendo la tele,.... se me dice que estoy mal espiritualmente hablando y que estoy amodorrado, que no me entero de las cosas... ¡Suficiente es que encima vengo a misa!’ Es que resulta que ésta es la Palabra que Dios te ha entregado hoy a tí. Y si te ha hecho pupa, ¡enhorabuena!, porque has dejado de oír para empezar a escucharla. Y si ahora es empezado, ¡por fin!, a escuchar la Palabra, ¿cómo has ido dirigiéndote en tu vida hasta ahora? Si no escuchabas ni interiorizabas la Palabra, entonces ¿quien o que cosa te dirigía y orientaba tu existencia? Me puedes argumentar que siempre has obrado con buena fe. Eso nadie lo niega. Pero de lo que sí te puedes estar dando cuenta que la Palabra no ha estado orientando tu existencia porque no la escuchabas, a lo más, la oías. La Santísima Virgen María, nos dice la Sagrada Escritura, que meditaba todas estas cosas –la Palabra- en su corazón.
Y esto no acaba aquí, sino que San Pablo nos hace un anuncio muy importante: «Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertarnos del sueño». Uno que ha empezado a abrir el oído y ha dejado de oír para empezar a escuchar se pregunta: “¿Por qué dice San Pablo que nos demos cuenta del momento en que vivimos? ¿No es acaso hoy domingo 27 de noviembre de 2016, primer domingo de adviento?” Efectivamente, ese es el día del calendario que corresponde al día de  hoy. Pero San Pablo no se refiere ni mucho menos a eso. ¿A que se refiere entonces con eso de que nos demos cuenta del momento en que vivimos? Lo explicaré para que cada cual pueda abrir el oído y aplicarlo a su vida: Imagínense que nos encontramos con una canoa en un río con un potente caudal, en medio de una violenta corriente. Vamos a toda velocidad arrastrados. Ese río simboliza el desarrollo del progreso horizontal. O sea, todo lo que implica y supone el trabajar para llevar el dinero a casa; la preocupación de educar y cuidar a los hijos, llevarlos al colegio y a las actividades extra escolares que sean precisas; el cumplir con la esposa o el esposo; el afrontar los pagos de las diversas facturas y de las hipotecas del piso o del coche; el poder conseguir un estatus de vida más alto con mayor confort y comodidad, etc. Es verdad que todo esto está bien y hay que hacerlo, pero este ajetreo no permite al hombre meterse en su profundidad misma. Hay una euforia por el progreso: terminar de pagar la hipoteca; que los hijos saquen las asignaturas; que en el trabajo yo sea promocionado, cada cual las suyas. Pero ¿dónde queda la dimensión de profundidad donde se da la fe? Dice la Palabra: «Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán» Las cosas y las personas pasan, mas Dios permanece. Jesucristo nos exhorta: ¡Velad! ¡Estad en vela!. Ahora vamos a introducir en nuestra vida una de esas enormes y potentes taladradoras que se emplean para poder extraer el petróleo: Uno razona así en su particular progreso horizontal; los hijos son míos, son un derecho de los padres, yo les educo como me da la gana. Ahora metamos la taladradora: Estos hijos me les ha entregado Dios para que se los custodie y sean educados conforme a su voluntad divina. ¿A que cambia las cosas? Desde las categorías del progreso horizontal uno dice: no aguanto a mi esposa porque siempre me incordia y no siento nada por ella porque no me da lo que quiero. Pero si metemos la taladradora diremos: Dios me ha puesto a esta esposa o esposo para que amándola, que me cuesta, me pueda salvar gracias a ella o a él y viendo sus defectos yo mismo reconozco los míos y eso me ayuda a amarla más.  
Nadie dijo que ser cristiano fuera sencillo, pero tenemos una promesa: Jesucristo estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. ¡Velad!

Lecturas:
Is 2, 1-5
Sal 121
Rom 13, 11-14a
Mt 24, 37-44

                                                                                              27 de noviembre de 2016 

domingo, 20 de noviembre de 2016

Homilía de JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO, ciclo C

DOMINGO XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO Ciclo c
JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
            Todos los presentes estamos bautizados, pero ¿todos los que estamos aquí notamos que el reinado de Cristo en nuestra vida nos ocasiona 'conflictos internos'? Si se pudiera hablar de la pureza de la vida cristiana con las mismas categorías con las que se habla de la pureza del agua de los manantiales ¿cómo creen ustedes que estaríamos?
            San Pablo en su epístola a los colosenses nos recuerda que «Cristo nos ha sacado del dominio de las tinieblas». Para entendernos: Cuando decimos que «Cristo nos ha sacado del dominio de las tinieblas» estamos afirmando que si Él no lo hubiera hecho -si  estaríamos totalmente condenados porque ese mega combate contra Satanás sólo nos lo podía ganar Él. Ganado ese combate por nuestro Salvador, ahora sí que podemos afrontar otros combates -que no superan nuestra capacidad- y que sí los podemos ganar siempre que estemos unidos al Señor.
            Y esto es muy cierto porque gracias al infinito amor de Cristo que murió por cada uno de nosotros se pudo volver a abrir aquella puerta hacia la vida que había sido tapiada por culpa del pecado del hombre. Pero ¿acaso Cristo nos ha salvado enviando a todo el ejercito de ángeles y arcángeles, con espada en mano para salvarnos de Satanás? No. Jesucristo nos ha salvado entregándose por amor, es más, Jesucristo nos dijo «yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 22, 27b). Cristo reina sirviendo. Y la Cruz es su trono, la máxima manifestación de entrega por amor. Por lo tanto, si Cristo ha abierto el camino de cómo nos hemos de salvar para ser sacados del dominio de las tinieblas, eso nos lleva a obedecer a la Palabra -aquella que ofreció Jesucristo al joven rico-: «Una cosa te falta: vete, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme» (Mc 10, 21b). Y la pregunta que yo lanzo es ¿por qué? Porque el Señor nos quiere libres de todas nuestras ataduras. ¿Puede acaso zarpar un barco teniendo echada el ancla?, pues no. Cada cual sabrá cuáles son sus bienes, o sea aquellas cosas en las que uno tiene puesto su corazón y no le deja progresar en el seguimiento de Cristo porque actúan como si fueran ese ancla.
            Sin embargo el Demonio, que es el maestro de la mentira, nos susurra al oído que las cosas en nuestra vida va «viento en popa, a toda vela», y que todo genial. Y necesitamos a ese ladrón arrepentido crucificado al lado de Cristo que interpela al otro ladrón para mostrar ante sus ojos la verdad de su vida como malhechor y desenmascararle su pecado.  El buen ladrón estaba ayudando al otro, y a sí mismo, a descubrir que lo único que les ha movido en la vida ha sido el acaparar, en tener más y más cosas, de tal modo que todo ha girado en torno a eso. El tener cosas y más cosas, y para adquirirlas usar incluso el robo, eso ha sido para ellos su gran ídolo. Otra cosa es que el mal ladrón no le hizo caso y murió perdiéndose su alma. Gracias al discernimiento de los presbíteros, de los catequistas y de los hermanos vamos descubriendo cuáles son nuestros ídolos que nos impiden seguir a Cristo con determinación. Y seguiremos diciendo que yo no me encuentro atado a nada ni a nadie. A modo de ejemplo: ¿no te encuentras atado a tu cochazo que únicamente le sacas de la cochera para cosas muy importantes y concretas y jamás lo dejas aparcado en la calle? Un cochazo que has depositado gran parte de tus ahorros y que ni permites que entre uno en él con ropa deportiva y mucho menos con algo de barro en los zapatos? Y esa persona me dirá que él no está atado a ese coche, que ese coche no es para él un ídolo, simplemente una cosa que él tiene. ¿Creen ustedes que prescindiría de ese automóvil? No, porque en ese coche tiene puesto su corazón. Quien dice coche se puede poner unos afectos, un perro, etc. Algo que provoque quela vida de uno gire en torno a ello en vez de en torno a Cristo.
            Cristo nos ha sacado del dominio de las tinieblas, es decir, Cristo ha hecho por nosotros lo que nosotros no podíamos haber hecho. Ahora que cada cual puede afrontar las particulares batallas con posibilidad de poderlas vencer.
             

LECTURAS
Lectura del segundo libro de Samuel 5,1-3:
Sal 121,1-2.4-5 R/. Vamos alegres a la casa del Señor
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1,12-20:
Lectura del santo evangelio según san Lucas 23,35-43:



20 de noviembre de 2016 

sábado, 12 de noviembre de 2016

Homilía del Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, Ciclo C

HOMILÍA DEL DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C
            Hoy al escrutar la Palabra para poder hacer esta homilía me ha venido al a mente a aquellas personas que son referentes en nuestras vidas. Personas, mejor dicho, cristianos que no solamente dicen que se fían de Jesucristo, sino que con su modo de actuar lo van demostrando.
            Nos dice San Pablo en su carta a la Comunidad de Tesalónica que «ya sabéis vosotros cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo» y lo hacen «para darnos un modelo que imitar». Pero claro, cuando uno está en un colegio interno, en un campamento o en una institución o colectivo donde todos sienten o piensan más o menos parecido, te sientes integrado en esa forma de pensar o sentir. Se encuentra uno muy a gusto cuando se está al calorcito de la lumbre de esa particular ‘chimenea’. Hay temas importantes donde no solamente hay consenso, sino que hay firme convicción: el estar abierto a la vida, un noviazgo en castidad, el no apego ni a las riquezas ni a los afectos, la importancia de ir dando pasos para ‘morir a uno mismo’, la necesidad de celebrar la Eucaristía semanalmente con los hermanos, etc. Hay cosas que no se discuten, porque se ven como buenas, necesarias y deseadas.
Pero, ¿y qué pasa con aquellos jóvenes, y no tan jóvenes, que aún viviendo como Cristo desea que vivamos, están sufriendo las fuertes heladas de la secularización? Porque puede ser que influenciados por lo que ellos vean fuera, empiecen a surgir dudas y a cuestionar lo que en un primer momento era una fuerte convicción. El Demonio actúa como las heladas en las hendiduras de las rocas. El agua se cuela por esas hendiduras y al helarse genera una fractura interna mayor en la roca. Porque ya a uno le empieza a costar –dar pereza- ir a la Eucaristía, empiezan a aparecen excusas más o menos elaboradas para ausentarse de la comunidad cristiana y no digamos nada para acudir al sacramento del perdón, etc.
Aparece un chico o una chica que ‘hace tilín’ y resulta que todas las cosas que antes has oído del noviazgo cristiano y de las que estaba más o menos de acuerdo, ahora se pone en crisis absoluta. Es que resulta que en mi matrimonio siempre hemos inculcado principios cristianos y ahora mi hijo o mi hija quiere estar en nuestra casa, con nosotros, pero no acepta los principios cristianos y desea vivir al estilo pagano ‘bajo nuestra techo’. Y ante esto ¿la firme determinación de vivir la fe en el hogar tiene que doblegarse ante la voluntad del hijo o de la hija? ¿No deberíamos de posicionarnos firmemente aunque esto suponga  una salida ‘un poco traumática’ de ese hijo de esa casa? Cuando uno no se encuentra en esa tesitura o en esas situaciones tan delicadas, uno es tan ingenuo ‘de sacar pecho’ y de decir, como dijo San Pedro: «Aunque todos te abandonen, yo  no te abandonaré»; pero claro, cuando uno ve cómo su persona corre peligro, uno ‘cambia de camisa’ tan rápido que se lo saca sin quitar ni los botones.
Es que una cosa es lo que uno cree y otra cosa es ser consecuente con lo que se cree. Y lo que nos pasa es lo mismo que al pueblo judío cuando estaba atravesando el desierto durante esos cuarenta años: muchos esfuerzos y muy pocas gratificaciones inmediatas nos desalientan. Y es aquí cuando entra en escena el Demonio: «¿Cómo es que Dios no os permite comer de ningún árbol del paraíso?» (cf. Gn 3,2); ¿cómo es que Dios permite que lo estés pasando tan mal? ¿Por qué permites que te roben tiempo con esas oraciones y esas reuniones mientras tú podrías hacer otras cosas? ¿Es que acaso necesitas que aún te estén tutelando? Esta es la forma de actuar del Demonio. Sin embargo nosotros tenemos en la mente a aquellos que sí son modelos a imitar, tal y como nos recuerda el apóstol san Pablo: al mismo Cristo, a los Apóstoles, a los catequistas, a los presbíteros (si son fieles a lo que tienen que serlo).
Y estos modelos a imitar nos enseñan a vivir en la verdad, a no contentarnos con admirar la calidad de la piedra y los exvotos del templo. Nos enseñan a no contentarnos o ensimismarnos con los ingresos mensuales que entran en la cartilla de ahorros fruto del trabajo; nos enseñan a no contentarnos con los éxitos profesionales o estudiantiles que uno pueda experimentar; nos enseñan a no sentirnos satisfechos por sentirnos afectivamente correspondidos; etc., sino que seamos capaces de reconocer que si no lo hacemos todo por amor a Dios, todo lo conseguido o adquirido se derrumbará como un castillo de arena en la playa.  
Ese modo de vivir a ser imitado nos remite a una realidad que a pesar de no ser percibida, realmente existe. Fiándonos de esos modelos de vida nos vamos encaminando por las sendas del Espíritu y, poco a poco, Dios nos va desvelando realidades ocultas y vamos adquiriendo tanto las fuerzas como las razones que el mundo ni capta, ni desea aceptar, viéndose privados de la Sabiduría infinita de Dios.

Lecturas:
Mal 3, 19-20ª
Sal 97
2 Tes 3,7-12
Lc 21, 5-19

13 de noviembre 2016 

domingo, 6 de noviembre de 2016

Homilía del Domingo XXXII del Tiempo Ordinario, ciclo C

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo C
Hermanos, nos vamos a ir encontrando con muchas personas que se van a mofar de nuestra fe. E incluso esas personas, viendo cómo actuamos los creyentes, nos lleguen a llamar irresponsables por nuestro modo de proceder. No entienden cómo es posible que un matrimonio tenga más de dos hijos, y no digamos si se tiene diez u once. No se entiende cómo un chico con un futuro prometedor se levante para poder discernir su vocación en un seminario o una chica que se levante para poder discernir su vocación en un convento. No se entiende cómo alguien puede protestar porque en el colegio concertado –para recibir una formación religiosa católica- donde acuden sus hijos de primaria, con el beneplácito de las religiosas, se estén dando sesiones de mindfulness (técnicas de meditación para buscar la felicidad, la armonía, la tranquilidad) y se estén dando con una caña de bambú en la frente para hacer meditación budista. Es decir, que les hay tan tontos que les engañan y encima se sienten satisfechos, mientras que los timadores ‘se mueven como pez en el agua’. Quitan a Cristo y ponen a un Buda. ¡Increíble! Y nadie dice nada, porque lo ven normal. Y el que protesta se tiene que armar de paciencia porque le llaman de ‘bicho raro’ para arriba.
Aquella burla que Jesús soportó de los saduceos, también la soportamos aquellos que le seguimos - o por lo menos intentamos- seguirle de cerca. Nosotros no hacemos las cosas por que sí, sino que las hacemos porque nos fiamos de una persona: Jesucristo, el cual está vivo. ¿Y cómo sé que está vivo? Porque tengo experiencia de cómo actúa en mi vida. Nos dice San Pablo en su carta a la comunidad de Tesalónica: «Por lo demás, hermanos, orad por nosotros, para que la palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada». Y además nos sigue diciendo: «El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Maligno». Cada uno de los presentes sabemos que ‘Dios es un Dios de vivos’ y  no de muertos porque la Palabra se cumple en cada uno. Nos cuenta la Sagrada Escritura cómo Dios sacó con brazo fuerte al pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto. Cómo le condujo por el desierto aquellos cuarenta años. Y sabemos que cuando el Señor le introdujo en aquella tierra prometida para que tomasen posesión de ella, no estaban solos. Había siete naciones más poderosas que los hebreos (cf. Dt 7, 1-2): hititas, guirgasitas, amorreos, cananeos, perizitas, heveos y jebuseos. Cada cual más grande, poderosos y fuertes. Cuando el Pueblo de la promesa llegó a esa tierra prometida no se encontró paz y alegría sin fin. Tuvieron que luchar y bastante, en primer lugar contra las fieras salvajes que les atacaban y después con aquellos pueblos que les daban mil vueltas en poder y dominio. Sin embargo el pueblo judío, con la ayuda de Dios, les fueron venciendo uno a uno. Esos pueblos numerosos y peligrosos tienen para nosotros unos nombres y realidades concretas: la hipoteca del banco, el mantener el puesto de trabajo, la educación de los hijos, esa enfermedad que me está atormentando, esos exámenes duros de la carrera, esa oposición que no termina de salir adelante, etc. Sin embargo, Dios va proveyendo para que salgan las cosas como tienen que salir y salir así victoriosos ante tales feroces enemigos. El pueblo de Israel antes de reconocer a Dios como el creador le entendió primero como el Dios salvador. Y un  muerto no provee, sólo proveen los que están vivos, luego Dios está vivo. Durante el tiempo de la batalla muchos, alentados por el Demonio, intentarán que nosotros ‘tiremos la toalla’. Y cuando un creyente es consciente de la cantidad de cosas que Dios ha hecho por él es entonces cuando tiene fortaleza para testimoniar ante los demás lo que Dios ha hecho con él, y ya no tendrá miedo –o por lo menos tanto miedo- porque sabrá que Dios no es un producto de su mente, sino que es alguien vivo y que actúa, aunque con los ojos de la cara no se le vea. De tal modo que ese cristiano no te responderá la pregunta sobre qué es la fe con el catecismo –modo de preguntas y respuestas-, sino que manifestando su propia vida podrá adquirir una mayor certeza de la existencia de Dios y así poder recobrar las fuerzas ante los ataques que nos vengan del mundo.

Lecturas:
2 Mac 7, 1-2.9-14
Sal 16
2 Tes 2,16-3,5

Lc 20, 27-38

martes, 1 de noviembre de 2016

Homilía de la Solemnidad de Todos los Santos, año 2016

DÍA DE TODOS LOS SANTOS 2016

            «El mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él». Me parece que todos nos sentimos identificados con esta frase del evangelista San Juan. ¿Y donde reside nuestra diferencia?, ¿qué es lo que nos hace distintos para que el mundo no nos reconozca? Nuestra diferencia reside en que luchamos. San Pablo nos muestra encima de la mesa la maqueta del mapa del campo de batalla, donde están ubicados la caballería y la infantería así como los feroces enemigos: «Nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire» (Ef 6, 12). Es Satanás quien nos declara la guerra, y el Señor permite esa guerra para nuestra santificación y para su gloria. Ahora bien, jamás permitirá que sea tan excesivamente cruel que no tengamos fuerzas para afrontarla.  La Palabra ya nos lo recuerda para alentarnos: «Dios es fiel, y Él no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación hará que encontréis también el modo de poder soportarla» (1 Cor 10, 13b).
Muchas son las pruebas que nos esperan, algunas de ellas muy duras. Sin embargo de todas las pruebas nos libra el Señor. Tengo un amigo que siempre le dice a su novia cuando se enfada: «Yo quiero hablar con Sara, no con la soberbia que domina a Sara», y claro, Sara tampoco se queda atrás. De todas las pruebas nos libra el Señor.
            San Pablo nos urge a que tomemos las armas de Dios (cf. Ef 6, 13); a que nos revistamos con la armadura de Dios para poder resistir en el día malo y así mantenernos firmes después de haber superado todas las pruebas. Si pensamos y sentimos y amamos como piensa, siente y ama el mundo no cabe la guerra, ya que hemos sido invadidos por el Maligno. Y atención, el día malo del que nos habla la Palabra llegará. Cada uno de nosotros tendrá ese día muy malo. Un día muy malo provocado por Satanás. Conozco a un matrimonio de Zamora que se encontraban en el despacho del abogado con el bolígrafo en mano para firmar el divorcio, y por poco lo hacen. Dios da autorización a Satanás para hacernos la guerra. San Pedro nos alienta con sus palabras: «Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego» (1 Pe 1,7). De ese día malo nadie se libra. Nos gustaría que toda la vida fuera una sonrisa eterna, pero no lo es.
Nos dice la Palabra lo que tenemos que hacer para resistir en ese momento de la prueba el ataque de Satanás: Primero revestirnos de la armadura divina y ceñirnos la cintura con la verdad. Lo primero es la verdad. En un cristiano no cabe la doble vida, no cabe el engaño. El casado no puede estar con una amante, ni el que ha hecho una opción por la pobreza el poder estar anhelando y amontonando posesiones terrenas. Cristo es muy claro con la hipocresía: «Cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía, pues nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse» (Lc 12, 1-2). Vivir en la verdad.
La Palabra nos sigue diciendo que también nos revistamos la coraza de la justicia. Pero no de cualquier justicia, sino de la justicia de la cruz. Y con esta coraza no tenemos miedo de los sufrimientos porque Cristo ya ha sufrido por nosotros y nos ha ofrecido la posibilidad de sufrir un poco con Él para la salvación de la humanidad, lo que falta a su Pasión.
Sigue diciéndonos la Palabra que calzados los pies por anunciar el Evangelio. Esto tiene una gran profundidad. Satanás persigue el talón de los cristianos. Espera que nos durmamos para pegarnos una gran dentada en el talón. El talón es nuestro punto débil, nuestro talón de Aquiles. La serpiente repta por la tierra y desea alcanzar tu talón para morderlo y así poderte matar. Pero si tienes tus pies calzados con el celo por anunciar el Evangelio, no te puede matar, porque tu debilidad ha quedado revestida por la fuerza del Espíritu de Dios.  Calzados los pies con el celo por anunciar el Evangelio el Demonio no puede atacar tu talón de Aquiles porque lo has revestido con un zapato que te lo protege.
Además teniendo siempre en la mano el escudo de la fe, con el cual podemos apagar todos los dardos incendiarios lanzados por Satanás. A veces Satanás te lanza un dardo con un pensamiento impuro; un pensamiento de que todo es mentira; te lanza un pensamiento de que la Iglesia en un asunto se equivoca, un pensamiento que te hace desconfiar de esa hermano de comunidad, etc. Dardos incendiarios lanzados por el Maligno. Y nosotros, con el escudo de la fe en la mano resistiendo y diciendo al Demonio: ¡Vete de aquí, Satanás!
No solamente estamos revestidos con la coraza, ceñidos la cintura y calzados los pies y el escudo de la fe sino que también puesto el casco de la salvación y empuñada la espada de la Palabra de Dios. Una Palabra que alimenta nuestra alma y nos ofrece el discernimiento oportuno para afrontar la batalla.
Es normal que el mundo no nos conozca, que nos rechace porque no somos propiedad del mundo, sino de Cristo. Y aunque estamos con los pies en esta tierra somos ciudadanos del Cielo. En esta lucha con los poderes de este mundo el alma del creyente va madurando por dentro. Muchos hermanos nuestros han vencido en la batalla luchando codo con codo con Jesucristo. Y «éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestidos en la sangre del Cordero» (Ap 7, 14).

Lecturas:
Ap 7, 2-4. 9-14
Sal 23
1 Jn 3, 1-3
Mt 5, 1-12a


1 de noviembre de 2016