sábado, 24 de diciembre de 2016

Homilía de la Natividad del Señor 2016

HOMILÍA DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR 2016
            En la lectura del profeta Isaías nos habla de un mensajero que trae los pies cansados que anuncia la paz, que trae la Buena Noticia. De un mensajero que es guía y compañero de los hermanos que viven el sufrimiento y la incredulidad. Sólo aquellas personas que son capaces de reconocer que Dios les puede aportar algo extraordinario a su existencia que de otro modo no podrían alcanzar. Esas personas que viven el trascurso de sus días como una sucesión pero que empiezan a intuir que hay algo que les está faltando, que existe una inquietud dentro de su corazón que no está cuajando y por mucho que beban en otras fuentes -en la bebida, en los afectos desordenados, en las drogas, en el juego, etc.- no consiguen sofocarla, sino que se incrementa quedando aún más reseca la garganta de su alma.
            Esos pies benditos y hermosos que traen la Buena Noticia desean acompañarnos durante la trama de nuestra vida, ya sea en el júbilo de la fiesta, en el silencio de la plegaria, en la preocupación por la enfermedad de un ser querido que está lejos de uno o en lo más cotidiano que nos haga sufrir.
            Como creyentes que somos, como consagrados por el mismo Creador de todo cuanto existe, como pobres pastorcitos que adoramos al Niño Dios recién nacido, estamos llamados a ser sus antorchas llameantes que acompañen a los hombres de nuestra época a redescubrir el sentido de su ser. Ahora está muy visible en ese Niño indefenso  envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Muchos no estarán dispuestos a escuchar una voz distinta de la que ellos están ya acostumbrados. Dirán que ya son viejos para cambiar o simplemente a la mediocridad se han acostumbrado: «Vino a su casa, y los suyos no la recibieron». ¿Y cuál es su casa?¿dónde está la casa del Señor? Todo bautizado es templo del Espíritu donde puede morar el Hijo del Altísimo. De muchas de esas casas el Señor no recibe el alojamiento.
            Nosotros tenemos la vocación de ser mensajeros de la Buena Noticia y acompañar en la fe a los que se dicen bautizados participando del sufrimiento que supone que no respondan, que se muestren indiferentes o molestos por escuchar lo que no quieren ni oír. Es participar en la prueba de la fe por ardor, donde no cabe en el mensajero ni la tibieza en la fe ni la incredulidad. Sabiendo que tiene asegurado la incomprensión de muchos, la indiferencia de la mayoría y la burla de algunos. De este modo ese mensajero «que pregona la victoria, que dice a Sión: "Tu Dios es rey"» será probado en la fe y se convierte en compañero de sufrimiento de quienes no creen. Compañero de sufrimiento porque sabrá que los demás no comprenderán las razones de fondo de por qué actúa o siente de un modo determinado. Compañero de sufrimiento porque en aquellos que ama ese Niño Dios no ocupa el lugar que debería.

            Es la fe ardiente probada la que permite la compasión, porque se nos hace entrar personalmente en la sequedad, en la soledad, en la amargura, en la falta de sentido de la vida de quien no cree. Y entonces cuando ese mensajero redescubre que en ese mensaje que él mismo anuncia, recibe ese impulso que procede de lo sobrenatural que le hace levantarse, alzar la mirada, reconfortar en el gozo su corazón y obtener la certeza moral de la existencia de ese Dios que enjuga las propias lágrimas, que nos reconforta en el duelo y nos infunde esa esperanza que nos permite ver, a través de la densa niebla, el rostro tierno e inconfundible de aquel que nació del seno de la Virgen María. 

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