martes, 1 de noviembre de 2016

Homilía de la Solemnidad de Todos los Santos, año 2016

DÍA DE TODOS LOS SANTOS 2016

            «El mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él». Me parece que todos nos sentimos identificados con esta frase del evangelista San Juan. ¿Y donde reside nuestra diferencia?, ¿qué es lo que nos hace distintos para que el mundo no nos reconozca? Nuestra diferencia reside en que luchamos. San Pablo nos muestra encima de la mesa la maqueta del mapa del campo de batalla, donde están ubicados la caballería y la infantería así como los feroces enemigos: «Nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire» (Ef 6, 12). Es Satanás quien nos declara la guerra, y el Señor permite esa guerra para nuestra santificación y para su gloria. Ahora bien, jamás permitirá que sea tan excesivamente cruel que no tengamos fuerzas para afrontarla.  La Palabra ya nos lo recuerda para alentarnos: «Dios es fiel, y Él no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación hará que encontréis también el modo de poder soportarla» (1 Cor 10, 13b).
Muchas son las pruebas que nos esperan, algunas de ellas muy duras. Sin embargo de todas las pruebas nos libra el Señor. Tengo un amigo que siempre le dice a su novia cuando se enfada: «Yo quiero hablar con Sara, no con la soberbia que domina a Sara», y claro, Sara tampoco se queda atrás. De todas las pruebas nos libra el Señor.
            San Pablo nos urge a que tomemos las armas de Dios (cf. Ef 6, 13); a que nos revistamos con la armadura de Dios para poder resistir en el día malo y así mantenernos firmes después de haber superado todas las pruebas. Si pensamos y sentimos y amamos como piensa, siente y ama el mundo no cabe la guerra, ya que hemos sido invadidos por el Maligno. Y atención, el día malo del que nos habla la Palabra llegará. Cada uno de nosotros tendrá ese día muy malo. Un día muy malo provocado por Satanás. Conozco a un matrimonio de Zamora que se encontraban en el despacho del abogado con el bolígrafo en mano para firmar el divorcio, y por poco lo hacen. Dios da autorización a Satanás para hacernos la guerra. San Pedro nos alienta con sus palabras: «Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego» (1 Pe 1,7). De ese día malo nadie se libra. Nos gustaría que toda la vida fuera una sonrisa eterna, pero no lo es.
Nos dice la Palabra lo que tenemos que hacer para resistir en ese momento de la prueba el ataque de Satanás: Primero revestirnos de la armadura divina y ceñirnos la cintura con la verdad. Lo primero es la verdad. En un cristiano no cabe la doble vida, no cabe el engaño. El casado no puede estar con una amante, ni el que ha hecho una opción por la pobreza el poder estar anhelando y amontonando posesiones terrenas. Cristo es muy claro con la hipocresía: «Cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía, pues nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse» (Lc 12, 1-2). Vivir en la verdad.
La Palabra nos sigue diciendo que también nos revistamos la coraza de la justicia. Pero no de cualquier justicia, sino de la justicia de la cruz. Y con esta coraza no tenemos miedo de los sufrimientos porque Cristo ya ha sufrido por nosotros y nos ha ofrecido la posibilidad de sufrir un poco con Él para la salvación de la humanidad, lo que falta a su Pasión.
Sigue diciéndonos la Palabra que calzados los pies por anunciar el Evangelio. Esto tiene una gran profundidad. Satanás persigue el talón de los cristianos. Espera que nos durmamos para pegarnos una gran dentada en el talón. El talón es nuestro punto débil, nuestro talón de Aquiles. La serpiente repta por la tierra y desea alcanzar tu talón para morderlo y así poderte matar. Pero si tienes tus pies calzados con el celo por anunciar el Evangelio, no te puede matar, porque tu debilidad ha quedado revestida por la fuerza del Espíritu de Dios.  Calzados los pies con el celo por anunciar el Evangelio el Demonio no puede atacar tu talón de Aquiles porque lo has revestido con un zapato que te lo protege.
Además teniendo siempre en la mano el escudo de la fe, con el cual podemos apagar todos los dardos incendiarios lanzados por Satanás. A veces Satanás te lanza un dardo con un pensamiento impuro; un pensamiento de que todo es mentira; te lanza un pensamiento de que la Iglesia en un asunto se equivoca, un pensamiento que te hace desconfiar de esa hermano de comunidad, etc. Dardos incendiarios lanzados por el Maligno. Y nosotros, con el escudo de la fe en la mano resistiendo y diciendo al Demonio: ¡Vete de aquí, Satanás!
No solamente estamos revestidos con la coraza, ceñidos la cintura y calzados los pies y el escudo de la fe sino que también puesto el casco de la salvación y empuñada la espada de la Palabra de Dios. Una Palabra que alimenta nuestra alma y nos ofrece el discernimiento oportuno para afrontar la batalla.
Es normal que el mundo no nos conozca, que nos rechace porque no somos propiedad del mundo, sino de Cristo. Y aunque estamos con los pies en esta tierra somos ciudadanos del Cielo. En esta lucha con los poderes de este mundo el alma del creyente va madurando por dentro. Muchos hermanos nuestros han vencido en la batalla luchando codo con codo con Jesucristo. Y «éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestidos en la sangre del Cordero» (Ap 7, 14).

Lecturas:
Ap 7, 2-4. 9-14
Sal 23
1 Jn 3, 1-3
Mt 5, 1-12a


1 de noviembre de 2016

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