DÍA DE TODOS LOS SANTOS 2016
«El mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él».
Me parece que todos nos sentimos identificados con esta frase del evangelista
San Juan. ¿Y donde reside nuestra diferencia?, ¿qué es lo que nos hace
distintos para que el mundo no nos reconozca? Nuestra diferencia reside en que luchamos. San Pablo nos muestra
encima de la mesa la maqueta del mapa del campo de batalla, donde están
ubicados la caballería y la infantería así como los feroces enemigos: «Nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino
contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este
mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire» (Ef
6, 12). Es Satanás quien nos declara la
guerra, y el Señor permite esa guerra para nuestra santificación y para su
gloria. Ahora bien, jamás permitirá que sea tan excesivamente cruel que no
tengamos fuerzas para afrontarla. La Palabra ya nos lo recuerda para alentarnos: «Dios es fiel, y Él no permitirá que seáis tentados por encima
de vuestras fuerzas, sino que con la tentación hará que encontréis también el
modo de poder soportarla» (1 Cor 10, 13b).
Muchas son las pruebas que
nos esperan, algunas de ellas muy duras. Sin embargo de todas las pruebas nos
libra el Señor. Tengo un amigo que siempre le dice a su novia cuando se enfada:
«Yo quiero hablar con Sara, no con la
soberbia que domina a Sara», y claro, Sara tampoco se queda atrás. De todas
las pruebas nos libra el Señor.
San
Pablo nos urge a que tomemos las armas de Dios (cf. Ef 6, 13); a que nos revistamos con la armadura de Dios
para poder resistir en el día malo y así mantenernos
firmes después de haber superado todas las pruebas. Si pensamos y sentimos
y amamos como piensa, siente y ama el mundo no cabe la guerra, ya que hemos
sido invadidos por el Maligno. Y atención, el día malo del que nos habla la Palabra llegará. Cada uno de nosotros tendrá ese día muy
malo. Un día muy malo provocado por Satanás. Conozco a un matrimonio de
Zamora que se encontraban en el despacho del abogado con el bolígrafo en mano
para firmar el divorcio, y por poco lo hacen. Dios da autorización a Satanás
para hacernos la guerra. San Pedro nos alienta con sus palabras: «Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un
poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que
el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego» (1 Pe
1,7). De ese día malo nadie se libra. Nos gustaría que toda la vida fuera una
sonrisa eterna, pero no lo es.
Nos dice la Palabra lo que tenemos que
hacer para resistir en ese momento de la prueba el ataque de Satanás: Primero
revestirnos de la armadura divina y ceñirnos la cintura con la verdad. Lo primero es la verdad. En un
cristiano no cabe la doble vida, no cabe el engaño. El casado no puede estar
con una amante, ni el que ha hecho una opción por la pobreza el poder estar
anhelando y amontonando posesiones terrenas. Cristo es muy claro con la
hipocresía: «Cuidado con la levadura de los fariseos, que es
la hipocresía, pues nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, ni nada
escondido que no llegue a saberse» (Lc 12, 1-2). Vivir en la
verdad.
Sigue diciéndonos la Palabra que calzados
los pies por anunciar el Evangelio. Esto tiene una gran profundidad.
Satanás persigue el talón de los cristianos. Espera que nos durmamos para
pegarnos una gran dentada en el talón. El talón es nuestro punto débil, nuestro
talón de Aquiles. La serpiente repta por la tierra y desea alcanzar tu talón
para morderlo y así poderte matar. Pero si tienes tus pies calzados con el celo
por anunciar el Evangelio, no te puede matar, porque tu debilidad ha quedado
revestida por la fuerza del Espíritu de Dios. Calzados los pies con el celo por anunciar el
Evangelio el Demonio no puede atacar tu talón de Aquiles porque lo has
revestido con un zapato que te lo protege.
Además teniendo siempre en
la mano el escudo de la fe ,
con el cual podemos apagar todos los dardos incendiarios lanzados por Satanás.
A veces Satanás te lanza un dardo con un pensamiento impuro; un pensamiento de
que todo es mentira; te lanza un pensamiento de que la Iglesia en un asunto se
equivoca, un pensamiento que te hace desconfiar de esa hermano de comunidad,
etc. Dardos incendiarios lanzados por el Maligno. Y nosotros, con el escudo de
la fe en la mano resistiendo y diciendo al Demonio: ¡Vete de aquí, Satanás!
No solamente estamos
revestidos con la coraza, ceñidos la cintura y calzados los pies y el escudo de
la fe sino que también puesto el casco de la salvación y
empuñada la espada
de la Palabra
de Dios. Una Palabra que alimenta nuestra alma y
nos ofrece el discernimiento oportuno para afrontar la batalla.
Es normal que el mundo no
nos conozca, que nos rechace porque no somos propiedad del mundo, sino de
Cristo. Y aunque estamos con los pies en esta tierra somos ciudadanos del
Cielo. En esta lucha con los poderes de este mundo el alma del creyente va
madurando por dentro. Muchos hermanos nuestros han vencido en la batalla
luchando codo con codo con Jesucristo. Y «éstos son los que
vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestidos en la
sangre del Cordero» (Ap 7, 14).
Lecturas:
Ap 7, 2-4. 9-14
Sal 23
1 Jn 3, 1-3
Mt 5, 1-12a
1 de noviembre de 2016
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