DOMINGO II
DE ADVIENTO, CICLO A
Y
en esta particular gymkana con las diversas pruebas a superar y así obtener la
pista para realizar la siguiente prueba nos encontramos cómo la Palabra, el
otro domingo, ya nos dejaba un mensaje muy claro: ¡Velad! Y la Palabra nos avisaba
que estamos acostumbrados a un progreso horizontal: mirar y el día a día, el
preocuparnos por la economía doméstica, el sacar unos estudios, el conseguir y
conservar un puesto de trabajo, el hacer frente al pago de la hipoteca, etc., y
olvidándonos que es Dios quien nos sostiene y nos da las cosas que tenemos y
somos. De tal forma que cuando apostamos por el progreso no horizontal, sino el
vertical, todo cambia, ya que la fe entra en escena. Ya que Dios ilumina lo que
se vive y lo da un sentido sobrenatural.
Una
de las pruebas que el Señor nos ha puesto en nuestra particular gymkana está
precisamente en la oración colecta del pasado jueves que rezaba así: «Despierta
tu poder, Señor, y ven a socorrernos con tu fuerza; que tu amor y tu perdón
apresuren la salvación que nuestros pecados retardan». O sea, que el
pecado personal es un obstáculo que dificulta la salvación. Cuando una persona,
pensando en sí misma no tiene en cuenta las necesidades que surgen en una
comunidad cristiana, está viviendo para sí misma y está retardando la llegada
de la salvación de Dios. En gran parte porque ese modo de comportarse no ayuda
ni estimula a seguir y a enamorarse de Cristo.
El
viernes, la oración colecta, también se las trae, ya que es otra de las pruebas
planteadas por el Señor: «Despierta tu poder y ven, Señor; que tu brazo
liberador nos salve de los peligros que
nos amenazan a causa de nuestros pecados». A lo que el Señor nos dice que
cuidado con lo que hacemos porque nuestro mal comportamiento, nuestra soberbia,
y demás pecados que nos afectan a nosotros, a los demás y a Dios impiden que la
gracia de Dios pueda fluir como debiera. Ya que mi malas palabras, mi enfado,
mi deseo de llevarme siempre la razón… dificultan que el rostro de Cristo sea
visualizado, dificultan que el amor de Cristo sea sentido y perjudican, sobre
todo, a los que tienen su fe más débil. Esa armonía de la que nos habla el
profeta Isaías de que «Habitará el lobo con el cordero, la pantera
se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho
pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas;
el león comerá paja con el buey. El niño jugará en la hura del áspid, la
criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente», esto que nos
habla de armonía queda hecha añicos cuando nuestro pecado entra en escena.
Por
eso tan importante hacer caso a lo que nos dice San Pablo hoy: «Todas
las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que
entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la
esperanza». La Palabra es como un escaner que nos permite detectar
nuestro pecado personal y así poder
poner la sanación oportuna.
La
oración después de comunión tanto del viernes de la primera semana como la del
domingo de la segunda semana nos vuelve a poner otra prueba el Señor para esta
particular gymkana: «Alimentados con esta Eucaristía , te pedimos, Señor, que,
por la comunión de tu sacramento, nos des sabiduría para sopesar los bienes de
la tierra amando intensamente los del cielo». Y claro está, ni yo ni nadie podremos amar
intensamente los bienes del cielo si previamente no nos ponemos en un proceso
de conversión. De ahí la urgente necesidad de hacer caso a Juan el Bautista:
¡Convertíos!, mejor dicho, Roberto -si soy yo, él que os habla y a mí me lo digo- ¡conviértete! porque quiero ser guiado hasta
Cristo con sabiduría divina para que podamos participar plenamente de su vida. Todo para ganar esa gymcana y poder disfrutar del premio de estar con Cristo.
Lecturas:
Lectura del libro de Isaías 11,1-10:
Sal 71,1-2.7-8.12-13.17
R/. Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente
Lectura de la carta del
apóstol san Pablo a los Romanos 15,4-9:
Lectura del santo
evangelio según san Mateo 3,1-12:
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