sábado, 26 de noviembre de 2016

Homilía del Primer Domingo de Adviento, ciclo a

DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO, CICLO A
            La Palabra de Dios es como la tela de araña. Como te dejes atrapar por ella, te da una serie de meneos en tu vida que te marea, porque no te deja ‘títere con cabeza’. Estamos ahora aquí, en esta celebración, no para cumplir con el precepto dominical, sino porque queremos tener un encuentro personal y comunitario con nuestro Divino Salvador: Jesucristo. Y los encuentros con el Señor no son de esos que se componen de un ‘hola, o un buenos días’ y un ‘adiós, o un hasta luego’. Sino que se asemeja más bien a esos tipos de encuentros de los que la madre ‘te llama al orden’ y te dice: « ¿dónde te has metido que vas hecho un guarro, con una mancha de tomate en toda la camisa y además recién planchada de esta misma tarde? ¿Y esos zapatos? ¿No había más charcos para meterte en ellos para pringarlos de barro? ¿De qué me ha servido estar limpiándolos con betún esta tarde?». Es más, la misma Palabra cuando habla de sí misma ya nos lo avisa en el libro del Apocalipsis: «El ángel me dijo: ‘Toma y devora el libro; te amargará en el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel’. Tomé el librillo de la mano del ángel  y lo devoré; en mi boca sabía dulce como la miel, pero, cuando lo comí, mi vientre se llenó de amargor» (Ap 10, 10). Recordemos lo que nos dice el libro de los Proverbios al respecto: «El Señor corrige a los que ama, como un padre al hijo preferido» (Prov 3, 12). También es cierto que el Señor reconoce el buen obrar y lo premia generosamente: «Venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y  me disteis de beber, (...) y éstos heredarán la vida eterna».
Podemos decir, «el Señor es bueno y siempre nos perdona, ¿cómo va a permitir que su Palabra nos intranquilice o nos genere desasosiego?». Que sí, que coincido, que el Señor ese bueno y rico en misericordia, pero el Señor no es ni tonto ni bobo. Ese «Jesusito de mi vida, que eres niño como yo, por eso te quiero tanto y te doy mi corazón (...)» ya no nos vale a nosotros que ya somos hombres y mujeres hechos y derechos.
            Cristo te pone su Palabra en tus oídos y te dice: «¿Sigues igual de amodorrado como de costumbre o has conseguido entender algo?». Y claro, nosotros nos quedamos con la boca abierta, ‘como las vacas ante el tren que pasa’ porque ni nos enteramos de dónde nos vienen los tiros, ni entendemos ‘de lo que va la fiesta’. A lo que Jesucristo te grita a pleno pulmón: «Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor». Y como aún estamos en un estado perplejo porque no entendemos a qué refiere Jesucristo con eso de «¡estad en vela!» nos genera un cabreo interno. ¿Por qué tengo yo que estar en vela, y encima ‘morirme de sueño’ al día siguiente por no dormir? ¿Por qué tengo que estar en vela yo? ¿Es que acaso no cumplo con mi deber diario con mi familia, con mi trabajo, con mi comunidad cristiana y con mis amistades? Si yo hago lo que tengo que hacer, ¿por qué hoy esta Palabra me está incomodando?
E incluso te enfadas aún más porque buscas justificarte y te dices: ‘Encima que vengo a misa y cumplo con el precepto dominical, mientras podría estar ahora mismo haciendo lo mismo que mi vecino, allí tumbado viendo la tele,.... se me dice que estoy mal espiritualmente hablando y que estoy amodorrado, que no me entero de las cosas... ¡Suficiente es que encima vengo a misa!’ Es que resulta que ésta es la Palabra que Dios te ha entregado hoy a tí. Y si te ha hecho pupa, ¡enhorabuena!, porque has dejado de oír para empezar a escucharla. Y si ahora es empezado, ¡por fin!, a escuchar la Palabra, ¿cómo has ido dirigiéndote en tu vida hasta ahora? Si no escuchabas ni interiorizabas la Palabra, entonces ¿quien o que cosa te dirigía y orientaba tu existencia? Me puedes argumentar que siempre has obrado con buena fe. Eso nadie lo niega. Pero de lo que sí te puedes estar dando cuenta que la Palabra no ha estado orientando tu existencia porque no la escuchabas, a lo más, la oías. La Santísima Virgen María, nos dice la Sagrada Escritura, que meditaba todas estas cosas –la Palabra- en su corazón.
Y esto no acaba aquí, sino que San Pablo nos hace un anuncio muy importante: «Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertarnos del sueño». Uno que ha empezado a abrir el oído y ha dejado de oír para empezar a escuchar se pregunta: “¿Por qué dice San Pablo que nos demos cuenta del momento en que vivimos? ¿No es acaso hoy domingo 27 de noviembre de 2016, primer domingo de adviento?” Efectivamente, ese es el día del calendario que corresponde al día de  hoy. Pero San Pablo no se refiere ni mucho menos a eso. ¿A que se refiere entonces con eso de que nos demos cuenta del momento en que vivimos? Lo explicaré para que cada cual pueda abrir el oído y aplicarlo a su vida: Imagínense que nos encontramos con una canoa en un río con un potente caudal, en medio de una violenta corriente. Vamos a toda velocidad arrastrados. Ese río simboliza el desarrollo del progreso horizontal. O sea, todo lo que implica y supone el trabajar para llevar el dinero a casa; la preocupación de educar y cuidar a los hijos, llevarlos al colegio y a las actividades extra escolares que sean precisas; el cumplir con la esposa o el esposo; el afrontar los pagos de las diversas facturas y de las hipotecas del piso o del coche; el poder conseguir un estatus de vida más alto con mayor confort y comodidad, etc. Es verdad que todo esto está bien y hay que hacerlo, pero este ajetreo no permite al hombre meterse en su profundidad misma. Hay una euforia por el progreso: terminar de pagar la hipoteca; que los hijos saquen las asignaturas; que en el trabajo yo sea promocionado, cada cual las suyas. Pero ¿dónde queda la dimensión de profundidad donde se da la fe? Dice la Palabra: «Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán» Las cosas y las personas pasan, mas Dios permanece. Jesucristo nos exhorta: ¡Velad! ¡Estad en vela!. Ahora vamos a introducir en nuestra vida una de esas enormes y potentes taladradoras que se emplean para poder extraer el petróleo: Uno razona así en su particular progreso horizontal; los hijos son míos, son un derecho de los padres, yo les educo como me da la gana. Ahora metamos la taladradora: Estos hijos me les ha entregado Dios para que se los custodie y sean educados conforme a su voluntad divina. ¿A que cambia las cosas? Desde las categorías del progreso horizontal uno dice: no aguanto a mi esposa porque siempre me incordia y no siento nada por ella porque no me da lo que quiero. Pero si metemos la taladradora diremos: Dios me ha puesto a esta esposa o esposo para que amándola, que me cuesta, me pueda salvar gracias a ella o a él y viendo sus defectos yo mismo reconozco los míos y eso me ayuda a amarla más.  
Nadie dijo que ser cristiano fuera sencillo, pero tenemos una promesa: Jesucristo estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. ¡Velad!

Lecturas:
Is 2, 1-5
Sal 121
Rom 13, 11-14a
Mt 24, 37-44

                                                                                              27 de noviembre de 2016 

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