DOMINGO
XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo C
Hermanos, nos vamos a ir
encontrando con muchas personas que se van a mofar de nuestra fe. E incluso
esas personas, viendo cómo actuamos los creyentes, nos lleguen a llamar
irresponsables por nuestro modo de proceder. No entienden cómo es posible que
un matrimonio tenga más de dos hijos, y no digamos si se tiene diez u once. No
se entiende cómo un chico con un futuro prometedor se levante para poder
discernir su vocación en un seminario o una chica que se levante para poder
discernir su vocación en un convento. No se entiende cómo alguien puede
protestar porque en el colegio concertado –para recibir una formación religiosa
católica- donde acuden sus hijos de primaria, con el beneplácito de las
religiosas, se estén dando sesiones de mindfulness
(técnicas de meditación para buscar la felicidad, la armonía, la tranquilidad) y
se estén dando con una caña de bambú en la frente para hacer meditación
budista. Es decir, que les hay tan tontos que les engañan y encima se sienten
satisfechos, mientras que los timadores ‘se
mueven como pez en el agua’. Quitan a Cristo y ponen a un Buda. ¡Increíble!
Y nadie dice nada, porque lo ven normal. Y el que protesta se tiene que armar
de paciencia porque le llaman de ‘bicho raro’ para arriba.
Aquella burla que Jesús
soportó de los saduceos, también la soportamos aquellos que le seguimos - o por
lo menos intentamos- seguirle de cerca. Nosotros no hacemos las cosas por que
sí, sino que las hacemos porque nos fiamos de una persona: Jesucristo, el cual
está vivo. ¿Y cómo sé que está vivo? Porque tengo experiencia de cómo actúa en
mi vida. Nos dice San Pablo en su carta a la comunidad de Tesalónica: «Por lo demás, hermanos, orad por nosotros, para que la
palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada». Y además
nos sigue diciendo: «El Señor, que es
fiel, os dará fuerzas y os librará del Maligno». Cada uno de los
presentes sabemos que ‘Dios es un Dios de vivos’ y no de muertos porque la Palabra se cumple en cada
uno. Nos cuenta la Sagrada Escritura
cómo Dios sacó con brazo fuerte al pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto.
Cómo le condujo por el desierto aquellos cuarenta años. Y sabemos que cuando el
Señor le introdujo en aquella tierra prometida para que tomasen posesión de
ella, no estaban solos. Había siete naciones más poderosas que los hebreos (cf.
Dt 7, 1-2): hititas, guirgasitas, amorreos, cananeos, perizitas, heveos y
jebuseos. Cada cual más grande, poderosos y fuertes. Cuando el Pueblo de la
promesa llegó a esa tierra prometida no se encontró paz y alegría sin fin.
Tuvieron que luchar y bastante, en primer lugar contra las fieras salvajes que
les atacaban y después con aquellos pueblos que les daban mil vueltas en poder
y dominio. Sin embargo el pueblo judío, con la ayuda de Dios, les fueron
venciendo uno a uno. Esos pueblos numerosos y peligrosos tienen para nosotros
unos nombres y realidades concretas:
la hipoteca del banco, el mantener el puesto de trabajo, la educación de los
hijos, esa enfermedad que me está atormentando, esos exámenes duros de la
carrera, esa oposición que no termina de salir adelante, etc. Sin embargo, Dios va proveyendo para que salgan las
cosas como tienen que salir y salir así victoriosos ante tales feroces enemigos.
El pueblo de Israel antes de reconocer a Dios como el creador le entendió
primero como el Dios salvador. Y un
muerto no provee, sólo proveen los que están vivos, luego Dios está vivo.
Durante el tiempo de la batalla muchos, alentados por el Demonio, intentarán
que nosotros ‘tiremos la toalla’. Y cuando un creyente es consciente de la
cantidad de cosas que Dios ha hecho por él es entonces cuando tiene fortaleza
para testimoniar ante los demás lo que Dios ha hecho con él, y ya no tendrá
miedo –o por lo menos tanto miedo- porque sabrá que Dios no es un producto de
su mente, sino que es alguien vivo y que actúa, aunque con los ojos de la cara
no se le vea. De tal modo que ese cristiano no te responderá la pregunta sobre
qué es la fe con el catecismo –modo de preguntas y respuestas-, sino que
manifestando su propia vida podrá adquirir una mayor certeza de la existencia
de Dios y así poder recobrar las fuerzas ante los ataques que nos vengan del
mundo.
Lecturas:
2 Mac 7, 1-2.9-14
Sal 16
2 Tes 2,16-3,5
Lc 20, 27-38
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