NOCHE BUENA
2016
Hace
unos días, en nuestra ciudad, organizaron una cabalgata a un personaje bien
entrado en kilos, gordinflón, vestido de rojo y además con unas papadas
coloradas que daba la impresión de estar dando, de vez en cuando, algún
lingotazo a la botella de whisky. En otra carroza, no se si era la anterior o
la posterior a de este barrigudo colorado, había una serie de personas
caracterizadas, vestidas como los personajes de fantasía de Disney. Y lo más
curioso es que esos personajes de fantasía, sin darse cuanta nos estaban dando
un mensaje claro, que todo eso es fantasía, que es falso, que es inconsistente, que es un espejismo en medio de nuestro
particular desierto y que por mucho que vayamos corriendo hacia ese espejismo
creyendo que es verdad y que podemos hallar ese oasis, terminamos muriendo en
el intento de la manera más absurda.
Durante el recorrido de
esta carroza, a ambos lados, abarrotado de personal, niños, adultos y mayores.
Ese personaje, Papa Noël, muchos niños le adoran porque le relacionan con los
regalos que esperan tener. El barrigudo este se dedica a dar cosas, a dar
regalos, a satisfacer el ansia de los demás para tener cosas.
Según
el Instituto Nacional de Estadística, en el año 2015 el total de procesos de
disolución de matrimonios fueron 101.357. De ellos 96.562 fueron divorcios;
siendo la duración media de los matrimonios de unos 16 años con dos meses. Aquí,
en nuestra Comunidad Autónoma, en Castilla y León, durante el año 2015, fueron 4.063 rupturas de matrimonios, siendo
3.865 los divorcios. Cataluña se lleva la palma. En el año 2014 se suicidaron
en España 3.914 personas. Estos datos hacen pensar. ¿Cómo es posible que esta
sociedad nuestra esté bajo los efectos de unos densos nubarrones de oscuridad? ¿Podemos
satisfacer nuestra alma teniendo cosas? ¿Acaso tener cosas y amontonar cosas
aportan algo de sentido a la vida de uno? Pues parece que el gordo barrigudo
dice que sí, mientras que los personajes de ficción de Disney le hacen la
contra –quitándole la razón- sin que ellos lo lleguen a saber: Ya que son espejismos y en espejismos se
quedan.
En
medio de aquel gentío que se amontonaba para ver pasar la cabalgata de este
personaje tan poco frecuentador de gimnasios, con unas temperaturas típicas de
un invierno castellano, estaba viendo cómo un muchacho, sorteando a la gente
allí plantada, venía caminando con paso ligero sujetando un farol y dentro,
protegida para no apagarse, una vela encendida. Resulta que el Obispo había
entregado la Luz de
la paz de Belén. De allá viene, del lugar del nacimiento del Salvador. En
medio de todo aquel jolgorio la luz de Belén estaba pasando y muy pocos se
percataron de su paso. Por donde pasaba generaba claridad, pero muchos ojos
preferían ver otras cosas. Tenían sus ojos en la cabalgata y sus corazones
esperando ser saciados de consumismo y más consumismo. Mientras unos dan cosas, hay otro que es Dios que se da a sí mismo en su Hijo, en ese pobre portal en Belén.
Y aquel que experimente la acogida de la
misma persona de Cristo empezará a adquirir un sentido nuevo y con
consistencia en su existencia.
Lo mismo le pasó a San
José. Él desesperado por encontrar un lugar digno para que su esposa diera a
luz al que es la Luz , y llamó a muchas
puertas, pero sus moradores prefirieron sus comodidades y sus minucias. Su
egoísmo y sus pecados personales impidieron que pudieran disfrutar de un
acontecimiento que hubiera supuesto para ellos una causa de salvación.
El
profeta Isaías nos dice: «El pueblo que
caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y sombras de
muerte, y una luz les brilló». ¿Cuántas personas están bajo la sumisión de
la oscuridad de su pecado viéndose privado del amor auténtico? Muchas. Cristo
nos enseña a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos para esperar una
gran dicha, una gran alegría, una gran recompensa: Estar con Él.
Mucha
gente había en Belén en aquellos días cuando Jesús nació. Era mucho el alboroto
de las personas que iban y venían a causa del famoso edicto del emperador
Augusto mandando que cada cual se empadronase. Y aún así cada cual iba a lo
suyo, intentando siempre vivir un poco mejor, con más comodidades, con mayor
calidad de vida, etc. Sólo los pobres de
corazón pudieron ver a Dios en ese pobre portal y adorarlo con todo el corazón.
Recordemos,
pasemos por el corazón aquellas palabras de Jesucristo en el Sermón del monte: «Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8). Sólo los pobres de corazón pudieron
ver cómo esa luz de Belén, llevada en ese farol, iba paseando entre el gentío,
sorteando los obstáculos y ante la indiferencia de la mayoría. Sólo los pobres
de corazón pudieron entender que «sólo
Dios basta» y que ese Niño era ya el supremo regalo. Dios no nos da cosas,
Dios se nos entrega a nosotros. Y de experiencia tenemos todos de esto: en la Santa Eucaristía. ¡Que fácil es
dar cosas y qué exigente es darse a sí mismo!, ¡qué fácil es ser un Papa Noël y que duro es ser ese Niño Dios que se da a
sí mismo! Y si por lo menos uno se diera a alguien que le cayese bien,
sería algo más gratificante. Pero como tengas que darte por entero a tu enemigo
–o a aquel que sabes de antemano que ha hablado largo y tendido mal de ti-, eso
es insufrible si se piensa hacer sin la gracia de Dios.
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