domingo, 18 de diciembre de 2016

Homilía del Cuarto Domingo de Adviento, ciclo a

HOMILÍA DEL DOMINGO CUARTO DE ADVIENTO, CICLO A
            Nos enseña San Juan de la Cruz: «Mira que tu ángel custodio no siempre mueve el apetito a obrar, aunque siempre alumbra la razón; por tanto, para obrar virtud no esperes al gusto, que bástate la razón y entendimiento» (Escritos breves, Dichos de luz y amor, 36). El Señor, cuando interviene en nuestra historia, tal vez no nos dice lo que esperamos oír. Es más, cuando su voluntad no coincide con la propia nos hacemos los remolones porque queremos evitar cargar sobre nosotros el peso de la cruz. Y cuando uno no carga con su cruz se convierte en una tortura y un ser insoportable para los demás. Un profesional de cualquier campo –de la medicina, de la educación, de la banca, del campo empresarial, etc.- que desea promocionar en su puesto de trabajo para así ganar más dinero y estar mejor en dicho empleo y mencionada promoción no termina de llegar. Es más, se lo conceden a otro que, a opinión del interesado, no se lo merecía. Como no acepta su realidad y no es capaz ni de dar gracias a Dios por mantener su puesto de trabajo, va reventando en críticas, malos humos, un genio que lo termina pagando con la esposa y los hijos, etc. O ese chico que va viendo cómo el tiempo trascurre y no encuentra a ‘su media naranja’ porque siempre encuentra ‘pegas’ en las chicas que el Señor le va presentando. Y como no cumple con ‘sus expectativas’ las rechaza y se lamenta por su situación de soltería y le brota comportamientos de envidia ante todos aquellos que sí han encontrado a su pareja. Ya nos lo recuerda San Juan de la Cruz: «El que no busca la cruz de Cristo no busca la gloria de Cristo» (Escritos breves, Dichos de luz y amor, 101). Sin embargo el Señor sí nos alumbra la mente y nos regala el ejercicio del discernimiento. Muchas cosas las tenemos que hacer, no porque lo deseemos, sino porque es lo que debemos de hacer. Porque no queremos buscarnos a nosotros mismos, sino cumplir con la voluntad divina.
            Ÿ Recordemos a Abrahán. Él que moraba en Ur de los Caldeos con su esposa y todas sus posesiones. Y Abrahán escucha una voz que antes nadie había escuchado que le dice que salga de su tierra, de su patria y que vaya a un lugar indeterminado que ya se le irá indicando. Abrahán, bien entrado en años, obedeció e hizo lo que Dios le dijo. ¿Acaso Dios defraudó a Abrahán? ¿Acaso Dios no cumplió sus promesas con Abrahán? Su mujer no había experimentado esa teofanía –esa manifestación divina- y no asumía la cruz que le suponía dejar todo para ir a un lugar que ni Abrahán ni sabía ni conocía. Y como consecuencia de no asumir su propia cruz trajo de cabeza al pobre Abrahán.
            Ÿ Recordemos a Lot, sobrino de Abrahán (cf. Gn 12,5): Cómo esos dos ángeles llegaron a Sodoma, que era donde moraba, y le dicen que ese lugar va a ser destruido y salgan de allí con presteza, con gran diligencia. Lot obedeció e hizo lo que Dios le dijo. Sin embargo la mujer de Lot  no asumió la cruz de tener que dejar su casa y posesiones simplemente porque unos mensajeros le habían dado esa noticia, dudó de la Palabra de Dios y desobedeció. Y como consecuencia de no asumir su propia cruz fue convertirse en estatua de sal (cf. Gn 19).
            Ÿ Recordemos a José, el hijo de Israel (cf. Gn 37), que acepto la cruz de un futuro injusto al ser vendido, por envidia, por sus hermanos a aquellos comerciantes ismaelitas para luego ser vendido en Egipto a Putifar, cortesano del faraón y jefe de la guardia. Sin embargo sus hermanos, estaban sumidos y sufriendo los profundos remordimientos de conciencia por ocultar a su padre lo que habían hecho con su hermano. Y José fue altamente recompensado por Dios.  JOSÉ OBEDECIÓ E HIZO LO QUE DIOS LE DIJO.
Ÿ Recordemos a Moisés, que escuchando el mandato dado por Dios fue el instrumento puesto por Dios para que sacara a su pueblo de la esclavitud del faraón. Moisés que aceptó la cruz de hacer frente al faraón, que aceptó la cruz de tener a Aarón para que hablase a la gente por Moisés, asimilando así Moisés su limitación y  aceptando su humillación al ser torpe de boca y de lengua (cf. Ex 4, 10). MOISÉS OBEDECIÓ E HIZO LO QUE DIOS LE DIJO.
Ÿ Recordemos a José de Nazaret, el carpintero. Desposado con María de Nazaret, que resulta que ella regresa de visitar a su prima Isabel y está en cinta sin haber hecho nada con ella el pobre José. Su prometida siendo objeto de rechazo y de insultos por parte de sus conciudadanos al estar embarazada antes de estar casada. La cruz de José de Nazaret era muy pesada. Pero en sueños se le apareció un ángel del Señor que se lo explicó y él, lejos de renegarse, hizo lo que le mandó el ángel del Señor: José de Nazaret obedeció e hizo lo que dios le dijo. Y esa cruz dolorosa se tornó en cruz gloriosa al ser el fiel custodio del Hijo de Dios y de su esposa y Madre de Dios.
            San Pablo en su carta a los Romanos nos habla de ‘suscitar la obediencia de la fe’. El Espíritu Santo nos alumbra la razón y abre el entendimiento. Sin embargo el hombre viejo, el pecado reside en nosotros y nos renegamos porque queremos deshacernos de nuestras cruces, porque no las queremos aceptar. No queremos obedecer a Dios porque no queremos sufrir. Y alguna vez el demonio se frota las manos y ese pecado nos gana la partida y sale de nosotros ese genio insoportable, esos ataques de cólera, ese acto de soberbia y esa crítica ácida.
            Recordemos las palabras de Santa Teresa de Jesús al respecto: «Yo creo que, como el demonio ve que no hay camino que más presto lleve a la suma perfección que el de la obediencia, pone tantos disgustos y dificultades debajo de color de bien. Y esto se note bien, y verán claro que digo verdad. En lo que está la suma perfección, claro está que no es en regalos interiores ni en grandes arrobamientos ni visiones ni en espíritu de profecía, sino en estar nuestra voluntad tan conforme con la de Dios, que ninguna cosa entendamos que quiere, que no la queramos con toda nuestra voluntad, y tan alegremente tomemos lo sabroso como lo amargo, entendiendo que lo quiere su Majestad» (F 5, 10).

            Lo nuestro es buscar el rostro de Dios haciendo su voluntad, tal y como lo hizo San José obedeciendo al ángel del Señor. 

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