HOMILÍA DEL DOMINGO III DE
ADVIENTO, Ciclo a
La vida cristiana es profética por esencia.
Ser cristiano es seguir a Jesús y definirse por Él; optar por Él. Y esta opción
por Cristo
se va impregnando progresivamente en todas las áreas de nuestra vida y nos va
dando una unidad interior. Desgraciadamente hemos limitado nuestra
vida cristiana a actos o momentos puntuales, de tal modo que cuando ahora se
plantea que Cristo tiene que dar unidad a nuestra vida nos causa gran
extrañeza.
Bautizados hay muchos andando por
las calles, en las plazas y en las casas de nuestros pueblos y ciudades. Aceptar y creen
todo, pero superficialmente. Y es que la Palabra siempre se cumple.
Recordemos la parábola del sembrador. La semilla que cae en terreno pedregoso,
al no tener raíz y ser inconstante, al llegar la tribulación o la persecución a
causa de la Palabra, en seguida sucumbe. (cf. Mt 13 ,18). Muchos dicen ser
cristianos, pero tan pronto como hay algo que 'les toca el bolsillo' porque hay
que colaborar la ayuda económica a la parroquia para reparar el templo o para
una colecta no se tarda en hacer llegar las quejas. No digamos nada cuando
aparecen en escena en el matrimonio o en la vida familiar los problemas
ocasionados por los malos entendidos, por las broncas o por otros asuntos de
temas más delicados, enseguida la gente se pone en las últimas. O de personas que
presumen de ser católicos, apostólicos y romanos y que desean con todas sus
fuerzas ser padres y acuden a medios ilícitos e inmorales tales como la
reproducción asistida, la fecundación in vitro, la compra de ovocitos, etc. Me
da la impresión que muchas veces hacemos con la Palabra de Dios lo que se suele
hacer con los niños cuando incordian: "¡niño, cállate y quédate ahí bien
quieto!".
La identidad profética de San Juan el Bautista nos recuerda a cada
uno que somos embajadores de Dios, que somos portavoces de Dios,
testigos de su amor en medio de esta generación. El Espíritu Santo hace que la
persona de Jesús, el mensaje de nuestra fe y los valores cristianos resuenen
por dentro y se nos hagan familiares. San Agustín lo expresa muy bien cuando
dice: «Mientras las palabras producen estrépito por fuera, el Maestro interior
(el Espíritu Santo)"intus docet", enseña por dentro» (San Agustín, Exposición de
la 1ª ep. De S. Juan).
El obispo Juan María Uriarte
presenta al Espíritu Santo como el guía de un gran museo. Un guía competente,
no como aquellos que se saben de memoria los párrafos que han de pronunciar. Es
como el guía que conoce bien el museo y hace descubrir y gustar a la gente las
riquezas escondidas en los lienzos y en las estatuas. Es el Espíritu Santo el
iniciador que nos hace gustar los misterios de nuestra fe. Nos hace sentir la
oración como algo familiar, el desprendimiento de los bienes como algo
connatural, el amor como un ejercicio de 'morir a uno' para que 'los demás
puedan vivir', etc.
San Juan el Bautista era alguien
totalmente lleno del Espíritu Santo, ¡y se le notaba! Muchos creyentes tienen
esta sensibilidad ante el Espíritu Santo sin desarrollar. Si los cristianos no
somos capaces de descubrir una palabra de esperanza ni de cuestionar con nuestra
vida a esta sociedad, es sencillamente porque nos hemos empecinado en intentar
domesticar al Espíritu del Señor.
Lecturas: Lectura del libro de Isaías 35,1-6a.10; Sal 145,7.8-9a.9bc-10 R/. Ven, Señor, a
salvarnos; Lectura de la carta del apóstol Santiago 5,7-10: Lectura del santo
evangelio según san Mateo 11,2-11
No hay comentarios:
Publicar un comentario