viernes, 29 de junio de 2007

Vivir a lo grande


Más que palabras
¡Vamos a darle a la vida toda la amplitud y grandeza que la vida tiene teniendo como modelo a María, cuyo Corazón es reflejo precioso del Corazón de Jesús!.

Pero vivir con grandeza no significa salir en los periódicos, darle a la vida toda su amplitud no significa llenar la agenda de nuevas actividades... estamos hablado más bien de descubrir en cada pequeña cosa, en cada momento, en cada silencio y en cada persona, los grandes regalos de amor y compañía que nos hace el Señor, y no dejarlos escapar entre prisas y problemas. Estamos hablando de no dejar que la superficialidad amortigüe la vivencia de cada segundo que pasa en nuestro reloj o el significado de cada palabra que decimos. Así, cuando el Señor dice “sed mis testigos” no reduce la palabra “testigo” a lo que nosotros entendemos, es decir, una persona que habiendo presenciado un acontecimiento lo relata, sino que es ¡mucho más!, Él nos habla de una persona capaz de desgastar su vida con alegría transmitiendo a los demás el Amor de Dios que ha experimentado en sí. O cuando el Señor dice “sois mis amigos”... no se refiere únicamente, como nosotros, a personas con las que compartes tiempo y en las que confías, aunque también, sino a aquellos a quienes ama por encima de todos los límites humanos, a aquellos por los que va a dar su propia vida por amor, porque la vida de sus amigos es tan preciosa a sus ojos que lo da todo por no perderles... Ojala profundicemos de esta manera en aquello que vivimos y decimos: “cristiano”, “familia”, “gracias”...

¡Así vive también María cada instante!, con esa “verdad” pronuncia cada palabra (quizá por eso habla poco). De esta manera exclama en la Anunciación: “He aquí la esclava del Señor...” (Lc1,38). La expresión “esclava” o “sierva” indica su pleno abandono a la voluntad de Dios, su libre y cariñosa sumisión, como tantas veces hemos escuchado. Pero la expresión “siervo” no es pasiva ni abre una distancia abismal entre dos personas, entre Dios y Ella como nosotros podríamos interpretar, sino todo lo contrario. El siervo es comprendido ya en el Antiguo Testamento como aquél a quien Dios llama para que, estando cerca de Él, compartiendo con Él “preocupaciones” por los hombres, dialogando con Él, lleve a cabo una misión a favor de los demás. Así le ocurrió a Abraham cuando el Señor no sólo le llama a realizar una misión, sino que también conoce los deseos de su corazón y cumple sus promesas de colmarlo. Así le ocurre a Moisés, de quien nos dice la Biblia que Dios hablaba con él como un amigo habla a un amigo, a David, a Gedeón, a los profetas, a la reina Ester que también se llama a sí misma “sierva” (Est 4,17)...

Íntima armonía
Llamándose “sierva”, María se une en armonía de disposiciones íntimas a su Hijo, al “siervo doliente” del cántico de Isaías, que no quiere que le sirvan, que no viene a ser servido sino a servir y a entregar totalmente su vida en la obra de la redención. En la vida de Jesús la voluntad de servir es constante y sorprendente, lo abarca todo, desde lo más sublime, como su entrega enamorada en la cruz y su silencio ante las acusaciones falsas, hasta lo más pequeño, como cuando busca un prado con hierba para que la gente pueda sentarse cómodamente a comer, o cuando ya resucitado espera a los discípulos con el almuerzo preparado y a ninguno le extraña que Jesús les haya preparado algo para comer... ¡quizá es que lo hacía a menudo!.

También María, teniendo conciencia de la altísima dignidad que suponía para una mujer judía ser la madre del Mesías y aún más, la madre de Dios, ante el anuncio del ángel se declara de forma espontánea la “esclava del Señor”, ¡y no se queda en palabras!, terminado el anuncio y estando ya encinta, se pone en camino ¡y deprisa! hacia Ain Karem donde Isabel, ya mayor y embarazada también, necesita alguien que le ayude... es decir, que realice con ella o en su lugar las tareas de la casa, la preparación de lo necesario para el niño que va a llegar... estamos hablando de oficios muy humildes hacia los que María se lanza, con prisa, por servir. Esos son los caminos del Señor que tantas veces no son nuestros caminos: a mayor dignidad, mayor gusto y prontitud por ponerse al servicio, en lo concreto, de los demás.

Atrevámonos a vivir con esa amplitud, haciendo Verdad nuestra vida. Asumamos el riesgo que supone el acercarse tanto a Dios que las miserias de los hombres, a quienes ama, alcancen también nuestro corazón y nos hagan correr hacia el último lugar con alegría de servir.

Silvia María. Fscc

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