No sólo de dinero vive la persona
España se ha introducido en 30 años en la lista de países más avanzados. Los ciudadanos hemos pasado de una simple política de ahorro familiar, a depositar nuestros fondos en alguno de los múltiples productos que la ingeniería financiera saca al mercado. Nos queda sin embargo realizar una reflexión cotidiana sobre las condiciones éticas de la ganancia especulativa derivada de los movimientos del capital. La globalización está generando un paraíso fiscal a escala planetaria que conlleva una impunidad en el movimiento del dinero que no tiene fronteras (no así las personas) y una pérdida dramática de atribuciones sociales y políticas de los poderes públicos y locales, ideal para muchos intereses, pero nefasto para muchos derechos sociales y laborables.
La actual política económica mundial a la que nos sumamos con la simple acción de depositar nuestro capital en las entidades al uso, nos involucra como agentes activos “ingenuos”, dentro de un sistema en el que el dinero acude a financiar proyectos en algunas ocasiones inconfesables. Un sistema que, a su vez, justifica la industria contaminante, la producción de armamento a gran escala, el incremento exponencial del beneficio de unos pocos, el blindaje de las grandes patentes farmacéuticas, los ajustes estructurales de países en desarrollo, las políticas arancelarias que impiden las exportaciones a los países pobres. Un entramado de codicia que “hace violencia al individuo y su heredad” (Mq 2,2). El sistema económico es opaco y promueve un sujeto económico pasivo y desentendido de las grandes cuestiones de fondo.
El problema no es, seguramente, perseguir el beneficio normalizado que puedan generar las múltiples fórmulas económicas y financieras disponibles: bolsa, accionariado, inversiones, etc. sino la falta de responsabilidad social de esta actividad y el nulo análisis ético que acompaña a estas actuaciones desde la premisa de que toda ganancia es, en sí misma, aséptica. Ganar dinero, no se somete a un juicio moral.
En Estados Unidos, en los años 50, se acuñó la expresión 'inversiones socialmente responsables' para referirse a aquellas que, además de buscar la rentabilidad, cumplían ciertos requerimientos religiosos o sociales. En España, apenas el 0,03% de los movimientos de capital entran dentro de este concepto.
Debemos responsabilizarnos de una manera más activa del destino de nuestros ahorros, tanto a la hora de depositarlos o invertirlos, como a la hora de gastarlos. Podemos apostar por nuevos instrumentos que, insertados en el mercado, se comprometan a una “sostenibilidad ética”: Comercio justo, consumo responsable, banca ética…, entidades que nos aseguren la responsabilidad medioambiental, la transparencia financiera y la apuesta por las iniciativas que permitan la inserción social y laboral de los colectivos en exclusión.
Los ciudadanos podemos y debemos exigir qué se hace con nuestro dinero y a dónde va destinado. Se trata de un modo más de empoderamiento y de participación que nos conducirá a sociedades más responsables.
Alfredo Calvo. CARITAS
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