viernes, 29 de junio de 2007

Dale una oportunidad a la inmigración

Fuente: Signos de los tiempos; Boletín bimestral, Departamento de formación sociopolítica de la diócesis de Burgos.

Estamos viviendo unos momentos interesantes socialmente. Las gentes de los pueblos más pobres se acercan a nuestra tierra, a nuestras fábricas, a nuestras casas en busca de la vida que se les niega en sus tierras.

Ese movimiento, lo mismo nos enriquece y despierta en nuestras propias posibilidades de futuro, como nos sumerge en una especie de miedo a perder nuestras cosas, nuestra seguridad, nuestro espacio.

Esta novedad que nos permite plantearnos nuestra manera de estar en la tierra y el modo que tenemos de gastar cada uno de los minutos de nuestra vida, lo llamamos inmigración. Y la inmigración no es otra cosa que la consecuencia de un desequilibrio socio económico y político. Y, en muchas ocasiones, la consecuencia de la explotación a que hemos sometido a sus pueblos y sus gentes durante siglos.

Nosotros no conocemos, y es una falta de respeto, las tremendas situaciones de las que huyen, en las que sobreviven ellos y sus familias o las que quieren transformar.

Pero cada vez que conocemos una de esas historias, y cada inmigrante trae una historia tan maravillosa, fantástica e ilusionante y dramática como nuestra propia vida, se nos abre generosamente una nueva ventana para ampliar y mejorar la perspectiva de la realidad del mundo en que desarrollar nuestra solidaridad y vivir nuestra esperanza.

Es cierto que otras personas vienen para mejorar porque saben que el nivel de vida nuestro es mejor o hay más posibilidades. Y que también hay gente que viene a aprovecharse a robar o a desequilibrar nuestros ambientes. Cada uno viene con su mundo, sus aspiraciones y sus lacras. Si se integran nuestro mundo se engrandece.

Pero no quería meteros en esta reflexión sobre la inmigración, sino presentaros una situación que nos permita replantearnos también la realidad de un Estado que necesita y acoge mano de obra de todas las procedencias y que debe hacerles un hueco donde quepan todas sus realidades. Y la tarea que tiene nuestra Iglesia, y cada una de nuestras comunidades, para reconocerles y respetarles dejándoles ese sitio que necesitan para seguir siendo lo que son.

La invitación es a que seamos respetuosos desde nuestra fe con la suya, que les mostremos nuestra esperanza con una acogida abierta y generosa, porque a Dios le gustan tanto nuestros cantos como los suyos, le enternece tanto nuestra caridad como la suya, le conmueve tanto nuestro ayuno como el suyo y le engrandece tanto nuestra misericordia y generosidad como las suyas.

Tenemos una oportunidad única y elocuente este año.
Fermín González

Eucaristía y compromiso con la eco-justicia

¿De donde brota el compromiso con lo que recientemente llamamos eco-justicia: es decir, la acción social para promover la vida, la paz y la justicia, así como también para proteger el medio ambiente?.

El Concilio Vaticano II nos dice: «La Eucaristía es la fuente y el culmen de toda vida cristiana» (LG 11). Es el recuerdo de las comidas de Jesús en la memoria práctica de la celebración eucarística o comida de acción de gracias. En sus comidas, Jesús se revela y revela un rostro de Dios. “Ahí está la revelación directa de Jesús en su más simple verdad...” (J. Guillet). En estas comidas cotidianas Jesús anunció una nueva fraternidad entre los seres humanos y significó el Reino abriendo la participación en su mesa a todos: pobres, pecadores y gente marginada.

Para testimoniar que Dios es paz y don de vida, debemos valorizar la donación de Jesús a los suyos, su fidelidad al proyecto del Padre, la entrega de su vida a Dios, y mostrar cómo en la cruz nos reveló un nuevo rostro de Dios. Celebrar la Cena es testimoniar a un Dios Amor que da su vida por todos los hombres y mujeres, perdona a todos y no excluye a nadie.

Por otro lado, Jesús coincide radicalmente con los antiguos profetas y denuncia con fuerza el hecho de que la práctica del culto pueda llevar a las personas piadosas y religiosas a olvidar o descuidar los imperativos esenciales de la justicia y el amor a los demás:
Si yendo a presentar tu ofrenda al altar, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, ante el altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano; vuelve entonces y presenta tu ofrenda” (Mt 5, 23‑24).

Porque es imposible amar a Dios y rendirle culto si el hombre se desentiende de su hermano.
La celebración fundacional de la comunidad cristiana reunida es una comida de acción de gracias. De ahí sale la comunidad enviada a formar una sociedad del acoger, compartir y repartir. El trigo y la uva se transforman en pan y vino, y lo que representan simbólicamente (la vida diaria de las personas, de las familias y la sociedad) se consagra, es decir, se transforma para significar una nueva vida, la Vida con mayúscula.

Así, la comunidad se siente llamada a cuidar de la vida, cuidar la tierra y del ambiente, cuidar de las relaciones humanas familiares y sociales; es una misión de gratuidad y responsabilidad: de la gratitud por el don brota la responsabilidad para cuidar la vida, cuidar la tierra y el medio ambiente, cuidar la sociedad y las relaciones humanas. Por tanto la celebración de la Eucaristía es inseparable del compromiso social y ecológico; es inseparable la gratuidad por el don de la vida y la responsabilidad de cuidarla en la vida diaria; es inseparable el culto y el cuidado de una vida digna para todos y cada uno de los hombres, para todo el planeta.

COMISIÓN JUSTICIA Y PAZ

Propuesta para el trabajo personal o en grupos
1. La Iglesia vive del amor solidario, testimonio del Reino de Dios, y eso se expresa como signo en la Eucaristía: ¿Por qué, al hablar de la Eucaristía, dedicamos tan poco espacio a su relación con la vida social y a las exigencias de la solidaridad entre nosotros?.
2. En la vida de nuestras parroquias y comunidades, ¿qué importancia real tiene el compromiso y la denuncia? ¿Cuánto tiempo se dedica a promoverlos y compartirlos?.
3. Si la Eucaristía es comunión, ¿se puede excluir a alguien de ella? Los sectores más deprimidos y marginados de nuestra sociedad ¿se sienten acogidos por la Iglesia? ¿acuden a nuestras celebraciones? .
4. Lee la parábola del buen samaritano (Lc 10, 25‑37). El sacerdote y el levita dejan tendido en la cuneta a aquel hombre precisamente porque la fidelidad a los ritos establecidos era para ellos algo irrenunciable. ¿Puede ser utilizada la religión como elemento generador de injusticia e insolidaridad? ¿Se te ocurre algún ejemplo de hoy?

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