viernes, 22 de junio de 2007

Parábolas para todos...


El amor que no se da, se pudre


Una niña sufría por las riñas y conflictos diarios de sus padres. Un día acompañó a su madre al cementerio y quedó sorprendida. “Mamá, le dijo, todas las tumbas está llenas de flores, y en todas se lee lo mismo: ‘A mi querido esposo’, ‘A mis queridos padres’... ¿Es que tenemos que morir para empezar a amarnos?”.


El Tesoro
Autor: Al-Ghazzali

Tres viajeros encontraron, una vez, un tesoro. Después sintieron hambre, y uno de los tres fue a comprar comida. Por el camino, pensó: "porque no envenenar sus comidas?. Comerán y morirán y me quedaré con todo el tesoro".Entretanto, sus compañeros decidieron también matarlo y dividir entre ellos su parte. Cuando volvió, le asesinaron, comieron la comida envenenada y murieron.

EL COFRE DE VIDRIO ROTO

Érase una vez un anciano que había perdido a su esposa y vivía solo. Había trabajado duramente como sastre toda su vida, pero los infortunios lo habían dejado en bancarrota, y ahora era tan viejo que ya no podía trabajar. Las manos le temblaban tanto que no podía enhebrar una aguja, y la visión se le había enturbiado demasiado para hacer una costura recta. Tenía tres hijos varones, pero los tres habían crecido y se habían casado, y estaban tan ocupados con su propia vida que sólo tenían tiempo para cenar con su padre una vez por semana. El anciano estaba cada vez más débil, y los hijos lo visitaban cada vez menos. -No quieren estar conmigo ahora -se decía- porque tienen miedo de que yo me convierta en una carga. Se pasó una noche en vela pensando qué sería de él y al fin trazó un plan. A la mañana siguiente fue a ver a su amigo el carpintero y le pidió que le fabricara un cofre grande. Luego fue a ver a su amigo el cerrajero y le pidió que le diera un cerrojo viejo. Por último fue a ver a su amigo el vidriero y le pidió todos los fragmentos de vidrio roto que tuviera. El anciano se llevó el cofre a casa, lo llenó hasta el tope de vidrios rotos, le echó llave y lo puso bajo la mesa de la cocina. Cuando sus hijos fueron a cenar, lo tocaron con los pies. -Qué hay en ese cofre? preguntaron, mirando bajo la mesa. -Oh, nada -respondió el anciano-, sólo algunas cosillas que he ahorrado. Sus hijos lo empujaron y vieron que era muy pesado. Lo patearon y oyeron un tintineo. -Debe estar lleno con el oro que ahorró a lo largo de los años -susurraron. Deliberaron y comprendieron que debían custodiar el tesoro. Decidieron turnarse para vivir con el viejo, y así podrían cuidar también de él. La primera semana el hijo menor se mudó a la casa del padre, y lo cuidó y le cocinó. A la semana siguiente lo reemplazó el segundo hijo, y la semana siguiente acudió el mayor. Así siguieron por un tiempo. Al fin el anciano padre enfermó y falleció. Los hijos le hicieron un bonito funeral, pues sabían que una fortuna los aguardaba bajo la mesa de la cocina, y podían costearse un gasto grande con el viejo. Cuando terminó la ceremonia, buscaron en toda la casa hasta encontrar la llave, y abrieron el cofre. Por cierto, lo encontraron lleno de vidrios rotos. -Qué triquiñuela infame! -exclamó el hijo mayor-. ¡Qué crueldad hacia sus hijos! -Pero, ¿qué podía hacer? -preguntó tristemente el segundo hijo-. Seamos francos. De no haber sido por el cofre, lo habríamos descuidado hasta el final de sus días. -Estoy avergonzado de mí mismo -sollozó el hijo menor-. Obligamos a nuestro padre a rebajarse al engaño, porque no observamos el mandamiento que él nos enseñó cuando éramos pequeños. Pero el hijo mayor volcó el cofre para asegurarse de que no hubiera ningún objeto valioso oculto entre los vidrios. Desparramó los vidrios en el suelo hasta vaciar el cofre. Los tres hermanos miraron silenciosamente dentro, donde leyeron una inscripción que el padre les había dejado en el fondo: "Honrarás a tu padre y a tu madre."

COMO EL LÁPIZ

El niñito miraba al abuelo escribir una carta. En un momento dado, le pregunto: ‘¿Abuelo, estás escribiendo una historia que nos pasó a los dos? ¿Es, por casualidad, una historia sobre mí?’.

El abuelo dejó de escribir, sonrió y le dijo al nieto: ‘Estoy escribiendo sobre ti, es cierto. Sin embargo, más importante que las palabras, es el lápiz que estoy usando. Me gustaría que tú fueses como él cuando crezcas’.

El nieto miró el lápiz intrigado, y no vio nada de especial en él, y preguntó: ‘¿Qué tiene de particular ese lápiz?’.

El abuelo le respondió: ‘Todo depende del modo en que mires las cosas. Hay en él cinco cualidades que, si consigues mantenerlas, harán siempre de ti una persona en paz con el mundo. Primera cualidad: Puedes hacer grandes cosas, pero no olvides nunca que existe una mano que guía tus pasos. Esta mano la llamamos Dios, y Él siempre te conducirá en dirección a su voluntad. Segunda cualidad: De vez en cuando necesitas dejar lo que estás escribiendo y usar el sacapuntas. Eso hace que el lápiz sufra un poco, pero al final, estará más afilado. Por lo tanto, debes ser capaz de soportar algunos dolores, porque te harán mejor persona. Tercera cualidad: El lápiz siempre permite que usemos una goma para borrar aquello que está mal. Entiende que corregir algo que hemos hecho no es necesariamente algo malo, sino algo importante para mantenernos en el camino de la justicia. Cuarta cualidad: Lo que realmente importa en el lápiz no es la madera ni su forma exterior, sino el grafito que hay dentro. Por lo tanto, cuida siempre de lo que sucede en tu interior. Quinta cualidad: Siempre deja una marca. De la misma manera, has de saber que todo lo que hagas en la vida, dejará trazos. Por eso intenta ser consciente de cada acción’.

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